SUEÑO Y PESADILLA DEL REPUBLICANISMO
ESPAÑOL CARLOS ESPLÁ: UNA BIOGRAFÍA POLÍTICA
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SUEÑO Y PESADILLA DEL REPUBLICANISMO
ESPAÑOL CARLOS ESPLÁ: UNA BIOGRAFÍA POLÍTICA
COLECCIÓN HISTORIA BIBLIOTECA NUEVA Dirigida por Juan Pablo Fusi
PEDRO LUIS ANGOSTO VELEZ
SUENO Y PESADILLA DEL REPUBLICANISMO ESPAÑOL CARLOS ESPLÁ: UNA BIOGRAFÍA POLÍTICA Prólogo de Emilio La Parra López
BIBLIOTECA NUEVA UNIVERSIDAD DE ALICANTE ASOCIACIÓN MANUEL AZAÑA
Cubierta: A. Imbert. Fotografía: Carlos Espía junto a Blasco Ibáñez, Miguel de Unamuno, Eduardo Ortega y Gasset, Julián Gorkin, el doctor Luna y otros refugiados españoles, en el café de La Rotonde, en París (1925)
© Pedro Luis Angosto Vélez, 2001 © Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, 2001 Almagro, 38 28010 Madrid (España) © Para esta edición, Universidad de Alicante y Asociación Manuel Azaña, 2001 ISBN: 84-7030-965-X Depósito Legal: M-47.655-2001 Impreso en Rogar, S. A. Printed in Spain - Impreso en España Ninguna parte de esta publicación, incluido diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna, ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
ÍNDICE
Carlos Espía (1931)
PRÓLOGO
13
ABREVIATURAS
19
CAPÍTULO PRIMERO.—ALICANTE: LA EDUCACIÓN SENTIMENTAL. CONTEXTO DE UN COMPROMISO POLÍTICO
21
CAPÍTULO II.—DESTIERRO EN VALENCIA (1916-1923)
65
CAPÍTULO III.—EN EL PARÍS DE LOS AÑOS 20. CONSPIRADOR Y PERIODISTA (1923-1930)
95
CAPÍTULO IV.—SUEÑO Y REALIDAD: LOS AÑOS REPUBLICANOS (1931-1936)
163
CAPÍTULO V—LA GUERRA. EL DOLOR (1936-1939)
247
CAPÍTULO VI.—EL EXILIO DEFINITIVO (1939-1971)
323
CAPÍTULO VIL—A MODO DE EPÍLOGO
409
BIBLIOGRAFÍA
417
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A mi padre, Perico, persona irrepetible en todos sus sentidos, prodigio de la naturaleza; a mi madre, Elena, por ser de Nerpio, tener todo lo que un ser humano necesita para merecer ese nombre y sobrarle para dar a los demás. A Encarna, por hacerme vivir y darme hasta el aire que respiro. A mis hijos Pedro Luis y Elena María, un trozo tangible de cielo. A Emilio La Parra, hombre bueno, capaz, amable, profesor machadiano de los que tan necesitada está la Universidad y la sociedad española, por confiar en quien no había hecho nada para merecer su confianza. Sin él ni este libro, ni otros muchos, ni otras muchas cosas serían posibles. A mis hermanos Pepe, César —que siempre, en su ausencia, vive en nuestros corazones—, y Florencia, por todo lo que nos queremos. Al Gómez, a Alberto y Alicia, a Luis Gabriel y Montse, a Aurora y Miguel Ángel, a Paco y Mari Carmen, a Juan Carlos y Cruzvi, a Isabel, a Curro el Palmo, a mis tíos César y Elena, que tanto nos han ayudado y querido, a Juan y Mari, a Miguel y Cruz, a Miguel Ángel, Rogelio y Ángeles, y a todos aquellos que, no queriendo, olvido, porque he disfrutado la vida con ellos, son parte de mi alma y de mi ser. Estas humildes páginas deben tributo inexcusable a doña Guillermina Medrano, maestra y republicana ejemplar, que me ha ayudado muy por encima de lo que uno pueda imaginar; a las sobrinas de don Carlos, Pepita y María Teresa, por su sufrimiento y su bondad, a Paquito Espía, a Juan Marichal, a Juan Bautista Climent y a todos los que se vieron obligados a salir de España por la crueldad despiadada de un hombre insignificante. Gracias a todos por su dignidad, por su voluntad de hierro, por su ejemplo, por su generosidad. Y a Antonio Roche, a Isabelo Herrero, presidente de la Asociación Manuel Azaña y al Departamento de Publicaciones de la Universidad de Alicante.
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PROLOGO
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Hasta la publicación de este libro poco sabíamos sobre Carlos Espía Rizo. Ni siquiera los especialistas en la historia del siglo xx español disponían de noticias exactas sobre él y, por esta razón, es mencionado pocas veces en monografías y obras generales. Carlos Espía ha sido hasta ahora una persona perdida, o dicho de otra forma, no integraba la memoria colectiva de los españoles. Sin embargo, la biografía escrita por Pedro L. Angosto Vélez demuestra que Espía desempeñó un cometido de primer orden en la política española y en el periodismo desde comienzos del siglo pasado hasta los años 70. Este acusado contraste entre la imagen del individuo (desvanecida por completo) y su contribución efectiva a determinados aspectos fundamentales de su época no es exclusivo de Espía. Se registra en muchos casos, sobre todo cuando se trata de personas obligadas al exilio por motivos políticos. El vencedor no sólo se deshace del vencido (un ser indeseable, incómodo ante todo, sin lugar en la «nueva» sociedad creada por el vencedor), sino que procura también que jamás pueda servir de referencia a otros, es decir, borra su memoria o, si esto no es posible, la denigra hasta hacerla odiosa. En la historia contemporánea de España abundan los ejemplos, hasta convertir el hecho aludido en uno de los rasgos dominantes de esa historia. A comienzos del siglo xix los afrancesados, inicialmente, y enseguida los primeros liberales se vieron obligados a salir de España para salvar su vida y desde entonces ha sido permanente el exilio de los perdedores en cualquier contienda política, hasta llegar a la eclosión provocada por ese acontecimiento decisivo que conocemos como la Guerra Civil por antonomasia. Esa Guerra adquirió una especial virulencia porque se libró en el siglo xx y en la época de florecimiento de los fascismos y porque estuvo muy condicionada por sentimientos religiosos, de ahí que el ensañamiento de los vencedores alcanzara cotas insospechadas. De Carlos Espía no había quedado rastro en España. Ni siquiera los borradores de sus libros y copiosos artículos periodísticos, ni correspondencia, ni referencias directas a su persona. Hasta tal punto que el doctor Angosto Vélez, al iniciar su trabajo, constató que los familiares más o menos próximos de Espía estaban casi tan ayunos de noticias sobre él como el resto de los españoles. Una vez más, no se trata de una característica exclusiva de Espía, pues ocurre lo mismo con muchos otros republicanos exiliados, pero es evidente que para el biógrafo constituía un difícil escollo. Con extraordinario olfato como investigador y con la constancia exigida
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en esta tarea, el autor de este libro fue capaz de descubrir datos precisos sobre Espía y finalmente dio con lo que constituye un extraordinario hallazgo y un sustento muy valioso de su biografía: el archivo personal de Carlos Espía, conservado en México en casa de una sobrina suya, naturalmente sin ordenación alguna. Varios miles de documentos, entre ellos abundante correspondencia con personas de primer orden, como constatará el lector de este libro. El primer problema para cualquier biógrafo, la disponibilidad de fuentes suficientes para organizar su relato, estaba superado. La tarea restante la ha cumplido con idéntica solvencia y competencia, dando como resultado una escritura (la biografía es ante todo relato) explicativa de un personaje y, a través de él, de una compleja dialéctica entre elementos de continuidad y cambio en la sociedad española de nuestro tiempo. De acuerdo con las pautas ofrecidas por Jacques Le Goff, esta biografía de Carlos Espía no es sólo una colección de datos y acontecimientos sobre una persona (lo que se sabe —o puede— saber sobre ella), sino también una visión globalizadora de un conjunto de aspectos básicos de la historia de España con los que tuvo que ver este individuo. Carlos Espía, tal como nos los descubre el autor de su biografía, resulta ser un personaje muy destacado en el periodismo y la política española del siglo xx. Miembro de una familia de la pequeña burguesía alicantina de ideas progresistas e intensamente preocupada por la cultura (a ella pertenece el músico Óscar Espía, coetáneo de Carlos), comenzó escribiendo en la prensa local y regional y pronto se distinguió como un decidido republicano dispuesto al combate por sus ideas y, por esta razón, involucrado en sus años mozos en el blasquismo. Conspirador a favor de la república en París durante la dictadura de Primo de Rivera (de nuevo activo hombre de acción, empeñado en facilitar las actuaciones contra el dictador emprendidas por Blasco Ibáñez y por Unamuno, entre otros), se ve comprometido en puestos de responsabilidad política en cuanto comienza la República (Gobernador Civil de Barcelona y de Alicante, Subsecretario del Ministerio de Gobernación, más tarde subsecretario de la Presidencia de la República, cuando la ocupa Azaña), sin abandonar su actividad periodística. Comenzada la guerra, el compromiso político llega a su culmen y Espía ocupa el Ministerio de Propaganda y después la Subsecretaría de Estado. El periodista y hombre de acción ha desempeñado cargos relevantes en la administración republicana, pero nunca se ha colocado en la primera fila (el ministerio). No es un líder ni pretende, en modo alguno, serlo (el lector tendrá cumplida ocasión de constatarlo, pues el biógrafo pone énfasis en realzar este hecho, determinante de la personalidad y la trayectoria de Espía), pero en el exilio se ve obligado a situarse en esa primera fila: Espía lucha con entusiasmo por conseguir la unidad de los republicanos y es hombre decisivo en el núcleo de los exiliados españoles en México. Su trabajo y su capacidad para la relación personal (dos rasgos señalados de su personalidad) resultan valiosísimos en esta coyuntura. Aún así, rehuye el protagonismo. Sigue siendo, ante todo, un hombre austero y disciplinado, responsable luchador por sus ideales: un elevado concepto de la ética y una ilusión sin límites por el ideal republicano. Pedro L. Angosto articula perfectamente en su relato el tiempo del individuo y el tiempo de la historia y establece una adecuada relación entre el estilo de vida y la evolución personal de Espía con los distintos momentos que van marcando su época. La narración biográfica adquiere, de esta forma, un distinto ritmo. La Primera parte,
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la que transcurre desde la juventud de Espía a la Guerra Civil, es el tiempo de la acción y la lucha por la república y se presenta en el relato a ritmo vivaz, dinámico, entre viajes, personajes y experiencias nuevas, escenarios diferentes, acontecimientos imprevistos, lances novelescos incluso en el París de los años 20...; el segundo tiempo, el del exilio, es más lento, se detiene en el análisis de la tragedia personal de los republicanos y en general de toda la sociedad española, en la personalidad (todavía entusiasta sobre el porvenir de España) de un Carlos Espía derrotado y obligado a trabajar como traductor en la ONU, pero empeñado en mantener vivo el republicanismo. La base documental del libro es impresionante en ambos casos, pero en la Segunda parte resulta especialmente valiosa incluso para el especialista, quien hallará datos nuevos sorprendentes, pues Pedro L. Angosto ha dispuesto para escribir de un conjunto documental (el archivo personal de Carlos Espía) completamente desconocido hasta el momento. Por un lado, la muy abundante correspondencia, rigurosamente inédita, con los principales políticos republicanos (Indalecio Prieto, Azaña, Giral, Martínez Barrio, Negrín...), con responsabilidad de las letras y la cultura y con casi todos los periodistas más destacados durante la República (conviene resaltar este último extremo, pues los periodistas dejaron escritas muchas noticias y reflexiones durante el exilio y de ello no se han ocupado hasta el momento los historiadores con la atención debida; en este libro se ofrecen muchas pautas en tal sentido). Por otro lado, los libros de actas de la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE), de Acción Republicana Española (ARE), Comisión Administrativa del Fondo de Auxilio a los Refugiados Españoles (CAFARE), Junta Española de Liberación (JEL), todos ellos descubiertos y utilizados por primera vez en este trabajo, según mis noticias, por Pedro L. Angosto. Basten estas referencias (el lector descubrirá muchas más en las notas que acompañan el texto) para dar una idea de la importante documentación inédita que sustenta esta biografía y que constituye, por sí misma, una interesante novedad en el estudio del exilio republicano español. El autor de esta excelente biografía se plantea como uno de los objetivos principales rescatar la memoria de un individuo injustamente olvidado que ha desempeñado un papel fundamental en la España del siglo xx y que constituye un referente ético de primera magnitud, pero este libro no es sólo eso. Proporciona, también, como se acaba de decir, un aluvión de noticias nuevas, sobre todo acerca del exilio republicano, y presenta a un personaje real, a un «verdadero» Carlos Espía, aunque no a un «definitivo» Carlos Espía, pues afortunadamente existen muchas facetas, en especial como periodista, necesitadas de nuevas aproximaciones. Las buenas biografías no son definitivas, pero como la buena historia, deben ser explicativas e interpretativas, para contribuir al conocimiento del pasado, algo que no existe porque ya ha transcurrido pero de lo cual y por la misma razón no podemos prescindir. Es suicida olvidarse de la historia y es una irresponsabilidad tergiversar la memoria excluyendo de ella a quienes forman parte de la historia. Carlos Espía exigía un rescate que Pedro L. Angosto ha efectuado de forma brillante, en la línea de las mejores producciones del género biográfico. El tópico de la carencia de biografías en la historiografía española va quedando poco a poco superado gracias a aportaciones como ésta, realizadas por un historiador culto, buen conocedor de la época, entusiasmado con su tarea, consciente de la difi-
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cuitad de la misma y también de la necesidad de asumirla. Ese personaje «real» que hallamos en este libro, ese Carlos Espía que efectivamente existió, estaba perdido en la nebulosa de la memoria tergiversada, interesadamente construida para eliminar buena parte de lo mejor de nuestra sociedad. El avance en el conocimiento histórico no es, por tanto, asunto de segunda importancia. EMILIO LA PARRA LÓPEZ Universidad de Alicante
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ABREVIATURAS AE ACR AGA AGRE AHNM AHNS AIEM AJJ ALE AMA AMAEXT ANC ANFD ANU APA APCE APG AR ARDE ARE BGM BN BNP CAFARE CAP CEDA CMMU CNT DSC DSCC ERG FAI
Asuntos Exteriores Acción Catalana Republicana. Archivo General de la Administración. Alcalá de Henares. Archivo General de la República. FUE. Madrid. Archivo Histórico Nacional. Madrid. Archivo Histórico Nacional. Salamanca. Asociación Ibérica de Emigrantes en México Archivo Julio Just. Albo raya. Acción Liberal Española. Archivo Municipal de Alicante. Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores. Madrid. Archivo Nacional de Catalunya. Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas. Archivo de Naciones Unidas. Archivo Provincial de Alicante. Archivo Personal de Carlos Espía. Archivo de la Presidencia del Gobierno. Acción Republicana. Acción Republicana Democrática Española. Acción Republicana Española. Biblioteca Gabriel Miró. Biblioteca Nacional. Madrid. Biblioteca Nacional. París. Comisión Administradora del Fondo de Auxilio a los Refugiados Españoles. Caja de Ahorros Provincial. Alicante. Confederación Española de Derechas Autónomas. Casa Museo Miguel de Unamuno. Confederación Nacional del Trabajo. Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados. Madrid. Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes. Esquerra Republicana de Catalunya. Federación Anarquista Ibérica.
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FIASA FIRPE FNTT PUDE FPI FUE FUE GOE HISME ICJGA IR JARE JEL NÚ ORGA PNV PR PRRS PRRSI PSOE PURA SDN SERÉ UFD UGT UNE UR URE
Financiación Hispano Americana Sociedad Anónima. Federación de Izquierdas Republicanas Españolas. Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra. Federación Universitaria Democrática Española. Fundación Pablo Iglesias. Fundación Universitaria Española. Madrid. Federación Universitaria Escolar. Grande Oriente Español. Financiera Hispano-mexicana. Instituto de Cultura Juan Gil-Albert. Alicante. Izquierda Republicana. Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles. Junta Española de Liberación. Naciones Unidas. Organización Republicana Gallega Autónoma. Partido Nacionalista Vasco. Partido Radical. Partido Republicano Radical-Socialista. Partido Republicano Radical-Socialista Independiente. Partido Socialista Obrero Español. Partido de Unión Republicana Autónoma. Sociedad de Naciones. Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles. Unión de Fuerzas Democráticas. Unión General de Trabajadores. Unión Nacional Española. Unión Republicana. Unión Republicana Española.
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CAPÍTULO PRIMERO
Alicante: La educación sentimental. Contexto de un compromiso político 1.1. 1.1.1.
ALICANTE EN EL CAMBIO DE SIGLO LA CIUDAD Y SU ECONOMÍA
Según Francisco Figueras Pacheco1, el Alicante de los últimos años del siglo xix era una ciudad donde «no se daba el estruendo de las grandes urbes, pero tampoco la quietud y el silencio dormilón de las aldeas»; se recorría de parte a parte en poco más de diez minutos y por sus calles se oían los reclamos vocingleros de multitud de vendedores ambulantes. Apenas había automóviles y las gentes podían andar descuidadas por sus calles, inquietas tan sólo por el paso de algún carro cargado de frutas u hortalizas. «La lucha de clases —continúa Figueras— dejaba ya sus gérmenes en las masas, pero la semilla no tenía fuerza bastante para echar raíces en los corazones... A nadie le faltaban unos garbanzos que echarse a la boca de vez en cuando y el dinero se ganaba honradamente con esfuerzo y tesón.» Esta sucinta descripción del polígrafo alicantino nos sirve para conocer, a grandes rasgos y un poco endulzadamente, la fisonomía humana y urbana de la ciudad, que no diferiría mucho de lo que podía ser cualquier capital de provincia del litoral mediterráneo español, si exceptuamos Barcelona y Valencia. Alicante vivía volcada al puerto y del puerto, la actividad marinera y comercial le otorgaba cierto aire cosmopolita que no lograba ocultar su auténtico aire provinciano; de un modo natural se mezclaban tradiciones, costumbres y formas de vida casi rurales con otras más urbanas, más avanzadas, más modernas; convivían personajes típicos del medio huertano con otros de aspecto y vida más propio de las grandes urbes.
1 F. Figueras Pacheco, Alicante a fines del siglo XIX, Instituto de Estudios Alicantinos, Alicante, 1967.
[21]
Carlos Espía en un artículo escrito en México durante el destierro2 hace una disección del Alicante de su infancia, le quita la piel y se introduce, con un estilo entre nostálgico y humorístico, en los recuerdos más vivos de su niñez: ... Junto al puerto la Explanada se estrechaba al salirle al paso el mercado viejo y frente a éste, entre las palmeras, había dos urinarios, de cuya vigilancia, para que los pescadores no se measen fuera, estaba encargado un guardia municipal... Por aquellos parajes, vecindad de tabernas, solía andar «El Calamaro», bohemio del puerto, que un día recibió una dádiva de cierto procer: «Diez céntimos. No los malgastes, —¡No señor! ¡Que he de malgastar! ¡Eso me lo gastaré todo en vino!». Era el Alicante de los tranvías a muías, llenos de poesía, no sólo porque todo el pasado tiene acento poético, sino porque parecía empresa de poetas... Eran tranvías familiares, populares, democráticos... ¡Inolvidables festejos!, siempre eran los mismos: al amanecer repique general de campanas, disparo de cohetes y diana con alegres pasacalles por la banda del maestro Calseti; por la mañana baños de mar; a mediodía, reparto de pan y arroz a los pobres de orden, a los mendigos que no fuesen mal hablados; por la tarde carreras de bicicletas, que solía ganar el joven Sanguita; por la noche verbena en la Explanada. Venían los veranos los trenes botijo, que traían unos madrileños que hablaban ya como los personajes de Arniches... Era el Alicante del orfeón del Dr. Rico y del Mestre Poveda... En aquella época algunas beatas se santiguaban cuando pasaba el Dr. Rico... El conocido médico tenía una barba puntiaguda, rojiza, con las orejas y el mentón prominentes, decían algunas personas —según cuenta Espía— que parecía la viva imagen del demonio. La Wagneriana y las zarzuelas del Principal llenaban una parte de la vida cultural de la ciudad, en la que abundaban sobremanera las casas de lenocinio ordenadas según una rigurosa jerarquía acorde con la clientela que las visitaba. Eran estos los años en que Federico Soto andaba empeñado en sus campañas de propaganda del clima de Alicante con el fin de atraer turismo de invierno, por ese motivo iba siempre en mangas de camisa para demostrar que no hacía frío y «pillaba unos margallons imponentes». A pesar de estar prohibidos, continuaban celebrándose los duelos de honor en la plaza de toros, en ellos actuaba como juez perpetuo un coronel del Gobierno Militar, quien tomaba tal menester como su verdadero oficio. El relato de Espía, más realista y más pintoresco al mismo tiempo, complementa al anterior de Figueras Pacheco, puesto que es muy dudoso que en aquellos años a nadie faltara un plato de garbanzos que llevarse a la boca y que todo el dinero que se ganaba lo fuese de un modo honrado. Más a tono con la realidad parece la descripción de Espía, una ciudad llena de picaros, de gentes necesitadas, que contrastaba con la minoría que llevaba una vida fácil y regalada. Por otra parte, lo escrito por Espía también está filtrado por el tamiz de la nostalgia, del recuerdo de los paraísos perdidos a la fuerza, transmitiéndonos la impresión de una ciudad donde apenas ocurren cosas extraordinarias y las cosas sencillas han de ser narradas como excepcionales, una ciudad donde todos se conocen, donde todo son lugares comunes. Ambos relatos
2
C. Espía Rizo, «Recuerdos de Alicante», Archivo Personal de Carlos Espía, Escritos II, Alicante.
[22]
coinciden en la tranquilidad que debía reinar en Alicante y en la vitalidad y alegría callejera de sus habitantes, una ciudad donde las relaciones de producción estaban todavía marcadas por el antiguo régimen, si bien Figueras ya señala que algo empezaba a cambiar, aunque el momento no fuese todavía propicio. En ambos casos, que tanto Figueras como Espía reconocían como recuerdos de su infancia y adolescencia, se escondía, como en la mayoría de las personas al evocar la juventud perdida, la añoranza por un tiempo que se fue, pero también realidades concretas. Alicante era una ciudad pequeña rodeada de huerta y abierta al mar, pero que había duplicado su población entre 1857 y 1900, pasando de 27.500 habitantes a 50.142. A lo largo de la segunda mitad del siglo xix Alicante se va configurando como una ciudad administrativa y comercial, pero sin abandonar su carácter agrario, su relación con la huerta circundante. La década de los 50 trajo consigo un espectacular aumento de la actividad económica promovida por la favorable coyuntura europea: la construcción del ferrocarril a Madrid, el aumento del tráfico portuario y la afluencia de capital extranjero provocaron la rápida expansión de la ciudad. Sin embargo, antes de tratar de la evolución urbana de Alicante, es preciso mencionar las causas o factores que la hicieron posible. Durante la segunda mitad del siglo un hecho viene a modificar sustancialmente las estructuras económicas alicantinas: el tratado comercial franco-español de 1882, derivado de la crisis vinícola que atravesaba la nación vecina. El tratado provocó un enorme aumento de los beneficios de cosecheros y comerciantes, surgiendo una auténtica aristocracia financiera3. La acumulación de capitales fue acompañada, y esto es lo más notorio, de un cambio en los hábitos inversores de la burguesía alicantina: si hasta ahora la tierra, la deuda pública y los préstamos eran los destinos preferidos para colocar sus ganancias, a partir de este momento comienzan a invertir en negocios que aseguran unas rentas suculentas a corto plazo. Este fenómeno, de suma importancia debe ser valorado en su justo término: existe un profundo cambio en el comportamiento y la mentalidad de la burguesía enriquecida al socaire del tratado franco español. Se trata ya de una clase social con hábitos netamente capitalistas, sin embargo, sus inversiones se dirigirán a sectores en los que el riesgo sea mínimo y las expectativas de beneficios muy altas. En este sentido el desarrollo de los servicios públicos y su explotación en régimen de cuasi monopolio va a ser decisiva. En pocos casos se va a dar el arquetipo del capitalista anglosajón, pocas van a ser las industrias creadas de la nada con verdadero riesgo para su propietario. Aquí el dinero va a acudir a lugares donde se piensa que el beneficio va a ser mayor y el riesgo casi inexistente. Se sabe que los pozos de agua que abastecen la ciudad están al límite de sus recursos, pues ése será uno de los sectores a los que se dirigirá el dinero, junto a los tranvías, la electricidad y la construcción. En definitiva negocios para cuyo funcionamiento son precisas fuertes cantidades de dinero y cuya explotación aspiran a convertir, con la ayuda de los poderes públicos, en monopolio. Veamos, siquiera sea rápidamente, cómo se desenvolvieron estos sectores en la coyuntura finisecular.
3
J. Vidal Olivares, «Burguesía y negocios. La especulación en el sector servicios en la ciudad de Alicante a fines del siglo XIX, 1880-1900».
[23]
El abastecimiento de agua ha sido, históricamente, uno de los problemas principales de la ciudad de Alicante, problema cuya solución no se encaró hasta las últimas décadas del siglo xix. Hasta entonces todo se había intentado solventar con medidas provisionales, puntuales, pero nunca de forma planificada y definitiva. El marqués de Benalúa, José C. de Aguilera y Aguilera, sabedor del problema que acuciaba a la ciudad y bien informado por sus amigos del Concejo del agotamiento de los pozos tradicionales, inició en 1880 los estudios y proyectos necesarios para traer agua desde La Alboraya. En 1884 se inauguraba el abastecimiento público y al año siguiente el Marqués vendía sus acciones a una compañía inglesa en cuyo consejo de administración se había reservado un puesto. En una clara operación especulativa, pues arriesgaba poco y el beneficio parecía claro, quiso obtener del Ayuntamiento el monopolio del servicio de aguas por cincuenta años, ambición que quedó frustrada por la victoria republicana en las elecciones de 1891, lo que supuso la entrada de nuevos competidores en el negocio. Sin embargo, José Carlos de Aguilera no se conformó y llevó el asunto a los tribunales, esgrimiendo sus derechos de explotación exclusivos. De este modo el problema del abastecimiento de aguas quedó sin solucionar hasta llegar al año 1895 en el que la falta de suministros estuvo a punto de provocar grandes disturbios sociales. En este momento aparece en escena Juan Leach, comerciante, exportador de vinos, financiero y prototipo del burgués alicantino de nuevo cuño, quien llevaba ya años comprando terrenos en los términos de Villena y Sax, en lugares que se presumían abundantes en recursos hídricos. En 1897, con ayuda de capitales belgas e ingleses, inició la canalización de las aguas de esos municipios hacia la capital, inaugurándose el suministro en 1898. El coste de las obras había sido muy elevado y el primer objetivo de los inversores fue recuperar rápidamente lo invertido. Se impusieron tasas muy altas, incluso abusivas y se intentó, presionando al Ayuntamiento, suprimir a los tradicionales aguadores que llevaban el agua de casa en casa, con el fin de maximizar beneficios eliminando cualquier competidor por pequeño que éste fuese. El problema del agua no quedaría resuelto hasta que en los años 30 se iniciasen las negociaciones para que las canalizaciones del Taibilla llegasen a Alicante. Los tranvías y la electricidad fueron otros sectores a los que dirigió sus ganancias la burguesía local. Armando Alberola, comerciante de maderas, el catedrático Ferré Vidiella, el barón de Finestrat y el ex alcalde José Soler Sánchez, fueron algunas de las personas que en 1897 constituyeron la sociedad encargada de montar la infraestructura del tranvía y de su explotación. Tres años más tarde buena parte de los socios de esta compañía fundaron «La Electra Alicantina», empresa cuyo propósito era el abastecimiento de energía eléctrica a la población. El crecimiento demográfico, unido a la bonanza económica, traería consigo el auge de la construcción y una transformación radical del espacio urbano. La expansión constructiva era consecuencia directa de la buena marcha de los negocios comerciales, de ahí que el período de más actividad en el sector fuese el comprendido entre 1882 y 1894, año en el que se hace verdaderamente patente la recesión económica derivada de la disminución de las exportaciones a Francia. Sin embargo, el proceso de transformación urbana hay que retrotraerlo en el tiempo al menos hasta la década de los 50, período, como se ha dicho, de expansión económica y demográfica. Consecuencia de esto, en 1858 se autorizó al Ayuntamiento de Alicante a derribar las
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murallas eliminando, de este modo, el mayor obstáculo para la expansión de la ciudad; en la década siguiente se procedió a la apertura y ampliación de calles, alcantarillado y pavimentación de las mismas. Guardiola Picó hizo el primer proyecto para convertir el viejo Malecón en lo que luego sería la Explanada y se construyó el barrio de San Antón. Los años setenta transcurrieron entre crisis políticas y económicas de las que se empieza a salir al final del decenio, y sobre todo tras la firma en 1882 del tratado comercial con Francia. Las reformas urbanas que acaecieron en la ciudad fueron resultado de este nuevo período de crecimiento económico y de la estabilidad política que proporcionaron el final de la tercera guerra carlista y los primeros años de la Restauración. En 1883, José María Muñoz, hombre acaudalado, filántropo que destacó por su ayuda a los damnificados por las inundaciones del Segura en Murcia y Alicante, promueve la construcción del barrio de la Caridad. Ese mismo año se constituyó la sociedad «Los Diez Amigos», que auspició la construcción del barrio de Benalúa, hecho este que se va a tratar con un poco más de detalle por ser el primer barrio «residencial» que se construyó en la ciudad y el lugar de nacimiento de Carlos Espía. El barrio de Benalúa surge de una idea del ingeniero Pardo Gimeno, hombre de la esfera de José C. de Aguilera, quien pretendía la construcción en Alicante de un barrio residencial siguiendo las últimas corrientes arquitectónicas de la época: viviendas unifamiliares de dos plantas y patio, trazado ortogonal, calles arboladas, amplitud y ventilación, variedad de servicios y zonas de esparcimiento. En un principio, el proyecto iba dirigido a la emergente burguesía alicantina. Pardo Gimeno pretendía que todos sus habitantes fuesen propietarios y perteneciesen a una misma clase social, cosa que, como se verá, consiguió parcialmente. Tan pronto como hubo madurado su idea, la puso en conocimiento del Marqués, quien la acogió como cosa suya, de tal modo que a los pocos días convocó una reunión en su casa de lo más representativo de la alta burguesía alicantina. Allí se dieron cita Armando Alberola, Soler Sánchez, Arcadio Just, José Carratalá, García Andreu, Juan Foglietti, Clemente Miralles, Pardo Gimeno y el anfitrión José C. de Aguilera, acordando crear una sociedad que llevaría el nombre de «Los Diez Amigos» y redactar un reglamento con el propósito de construir 208 viviendas en el paraje conocido como el Llano del Espartal. Todos los miembros fundadores de la sociedad provenían de familias adineradas, armadores, comerciantes de vinos y maderas, consignatarios del puerto, abogados, médicos e ingenieros. Aunque el proyecto inicial se dirigía a la burguesía liberal, al final el barrio fue ocupado por familias de estratos sociales diferentes: junto al próspero comerciante, al brillante abogado, convivieron albañiles especializados y artesanos de los más diversos oficios, a condición de que contasen con unos elevados ingresos anuales, pues no se puede olvidar que el precio de la vivienda superaba las nueve mil pesetas, cantidad que distaba mucho de las posibilidades de un trabajador medio. Por ello, aunque no se consiguiese el objetivo inicial de poblar el barrio a partir de miembros de la burguesía emergente, sí se limitó mucho el acceso de la mayoría de las familias alicantinas que andaban muy apremiadas para conseguir una cantidad mucho menor de dinero y poder subsistir. El levantamiento del plano fue encomendado al arquitecto municipal José Guardiola Picó, republicano posibilista, quien se encargó tanto de la urbanización del ba-
[25]
rrio como del diseño de las viviendas. Tras diversos avalares, que estuvieron a punto de acabar con la sociedad «Los Diez Amigos», en 1895 la junta directiva tuvo que reducir el número de viviendas edificables a ciento sesenta, y al año siguiente el Ayuntamiento se hizo cargo de la urbanización del barrio ante la inoperancia de aquélla. El mismo año que el Ayuntamiento asumió la urbanización del barrio de Benalúa, se aprobó el ensanche que venía tramándose desde 1886, según el proyecto del arquitecto Altes, orientando el desarrollo de la ciudad hacia el Oeste y el Norte, sin que, por otra parte, sirviese para impedir la edificación de barriadas periféricas, como San Blas, Carolinas o Los Angeles. Tres años más tarde, en agosto de 1898, el Ayuntamiento encargó a Guardiola Picó el «Plan de reformas urbanas». Ni uno ni otro fueron llevados a cabo tal como estaban pensados, pues la crisis económica del momento hizo que su plasmación real fuese muy desigual. Indudablemente el siglo xx, a pesar de todas sus crisis, de la tremenda sacudida que supuso la pérdida de las colonias, llegó con aires modernizadores: el alumbrado eléctrico, el cinematógrafo, que aparece muy tempranamente en la ciudad, los tranvías, el automóvil, las grandes fábricas, las repoblaciones de los montes Tosal y Benacantil y toda una serie de innovaciones que acabarían por transformar la estructura de la urbe y las costumbres de sus moradores. 1.1.2.
SITUACIÓN POLÍTICA
La política alicantina durante el último tercio del siglo xix había pasado por las mismas tensiones y vicisitudes que el resto de la nación, a excepción de la Guerra Carlista que afectó de forma superficial a la ciudad. Hacia 1860 la burguesía, que era el sector más dinámico e innovador de la sociedad, vivía en un estado de ebullición y descontento tales que parecía inmediata su intención de subvertir el orden establecido. En 1864 se fundan la Tertulia de Alicante, progresista, y el Círculo de Artesanos, demócrata, con sus respectivos periódicos: El Eco y El Fígaro*; la ciudad se va llenando de clubes y conciliábulos republicanos y monárquico-progresistas en los que se habla y sobre todo se trama, se conspira contra la monarquía isabelina. Por primera vez en la historia de la ciudad hay una clase social emergente, nacida al calor del crecimiento económico dispuesta a arrebatar el poder a las oligarquías que tradicionalmente lo habían monopolizado. Las estructuras económicas y políticas de la monarquía isabelina, como más tarde sucedería con la Restauración, se habían quedado raquíticas para los sectores más avanzados de la población, que ansiaban tener otro marco en el que desenvolver sus aspiraciones. En ese contexto tuvo lugar el movimiento revolucionario de septiembre de 1868, entre el entusiasmo de la población y bajo el liderazgo de Eleuterio Maisonnave y Francisco José Carratalá, a quienes apoyaban, entre otros, Román Bono Guarner y Juan Leach, importantes hombres de negocios con intereses en el sector vinícola, que aspiraban a una situación política nueva más liberal y propicia para sus intereses y los de la nación. Dos partidos dominaron la naciente escena po4 li. A. Gutiérrez Lloret, Historia de la ciudad de Alicante, Alicante, 1990, pág. 83.
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lítica, el republicano surgido de la fusión del Círculo de Artesanos y la Sociedad de Amigos de la Libertad, cuyo primer comité local presidió el doctor Ausó y Monzó, y el monárquico-constitucional que agrupaba a la gran burguesía mercantil y financiera. En palabras del profesor Forner, se había producido un desajuste entre la escena política y el bloque en el poder que se resolvió con la Revolución de 1868. La misión de ese movimiento revolucionario consistía en construir un nuevo marco de dominación política en el que pudieran expresarse de una manera más eficaz los intereses de las diferentes clases y fracciones del bloque en el poder, para lo que resultaba imprescindible la democratización de la escena política institucional y la racionalización del acceso a la misma mediante el sufragio universal5. El año republicano transcurrió entre los intentos por modernizar el país y los conflictos internos, sin que el corto espacio de tiempo que duró supusiera cambios notables o definitivos para Alicante, ciudad en la que el republicanismo había calado hondamente. La Primera República debía enfrentarse a problemas de la máxima envergadura: nueva articulación del Estado, liberalización de las estructuras políticas y económicas, reubicación de la Iglesia y el Ejército en el nuevo mapa de poder. Todas ellas, empresas que hacían precisa la existencia de un gobierno fuerte y muy respaldado socialmente, pues afectaban al «núcleo constitucional del país». Casi ninguna de estas conflictivas tareas fue acometida con éxito. Ni el tiempo que duró el nuevo régimen, ni las circunstancias y, tal vez, tampoco la capacidad y disciplina de los republicanos, permitieron un saldo más positivo. La Restauración colocó de nuevo en el poder a quienes habitualmente lo habían detentado, aunque ahora contaban con el apoyo de la alta burguesía y algunas facciones del republicanismo moderado: los posibilistas de Castelar y Maisonnave y, en cierto modo, los progresistas de Ruiz Zorrilla, quienes lejos de verse incómodos con el nuevo régimen, al que criticaban en sus periódicos, parecían tener muchos puntos en común, como la política de orden público o las relaciones con la Iglesia. Otra vez dos partidos se turnaban en el ejercicio del poder: el conservador formado por moderados, unionistas y alfonsinos que contaba con personalidades como Juan Bouza, el marqués del Bosch, el marqués de Algorfa o Campos Domenech, y el liberalfusionista derivado de los constitucionalistas de Sagasta, en cuyas filas militaban Rafael Terol, Eduardo Orts, José Poveda, el marqués de Benalúa o José Gadea y Pro. Antonio Campos Domenech lideró el Partido Conservador entre 1879 y 1887, pero fue su sucesor, el marqués del Bosch, hombre que gozaba de la confianza de Cánovas y Silvela, el artífice de su modernización. Mientras que el Partido Liberal, hegemónico en la provincia, tuvo como jefe indiscutible en las postrimerías del siglo a Enrique Arroyo6. Fue el Partido Liberal, pese a los esfuerzos del marqués del Bosch, «el único capaz de consolidar una continuidad organizativa que iba más allá de la influencia momentánea de tal o cual dirigente político local o nacional»7. Esa conti5 S. Forner, «Estados y clases sociales en la revolución española de 1868», en Anales de la Universidad de Alicante, Alicante, 1983. pág. 107. 6 R. Zurita Aldeguer, Notables, políticos y clientes, Alicante, 1996, pág. 188. 7 S. Forner y M. García Andreu, Cuneros y caciques, Alicante, 1990, págs. 42-43. Para la Restauración, véase M. A. Lario González, El Rey, piloto sin brújula, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999.
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nuidad organizativa se reflejaba en la construcción de una fuerte maquinaria electoral que le aseguraba la hegemonía municipal durante todos estos años, hecho en el que tuvo no poca importancia «la absorción de una buena parte de la militancia republicana de finales del xix», de procedencia posibilista y federal, entre quienes destacaba, Rafael Beltrán y Ausó, auténtico hombre fuerte del partido a primeros de siglo. Éste, atraído por Canalejas, tuvo después la habilidad de abarcar buena parte del espectro político, desde republicanos a conservadores, pasando por algún jaimista, lo que contribuyó enormemente al fortalecimiento de su posición, no sólo en el seno del partido, sino también dentro de la sociedad alicantina. Entre tanto, los republicanos, que nunca fueron un partido de masas, sino pequeños grupos estructurados en casinos y periódicos, y compuestos por profesores, médicos, abogados, pequeños comerciantes y funcionarios, se sentían derrotados en su experiencia y ánimo, estaban divididos en corrientes casi irreconciliables. La prensa de la época es testigo privilegiado de sus muchas disputas. Se podría afirmar que había tantos partidos como republicanos, únicamente los posibilistas de Maisonnave o los progresistas de Rafael Sevila Linares mantenían cierta estructura organizativa, pero inmersos en una profunda crisis de la que no saldrían hasta final de siglo8. Aunque durante la última década de la centuria el republicanismo se mostraba extremadamente débil por la consolidación del régimen, las contradicciones internas y las divisiones y deserciones de posibilistas y zorrillistas, la promulgación de la Ley de Sufragio Universal en 1890 supuso un revulsivo que llevaría a numerosos intentos de unidad como el de la Unión Republicana de 1893 o la Asamblea de Madrid de marzo de 1895. Más tarde el resurgir del anticlericalismo popular de la mano de publicaciones como El Motín de José Nakens y las luchas en favor de la escuela laica hicieron pensar a muchos republicanos en la posibilidad de poder convertirse en un partido con una gran base social. El fracaso de estos movimientos unificadores llevó a la aparición de incontables uniones locales que terminarían por atomizar a los diversos partidos republicanos. Ocurrió lo que pocos años después llegaría a tener rango de norma: los esfuerzos por la unidad terminaban siempre con el partido más fragmentado. Paradójicamente, de esta división surgiría la renovación republicana mediante el proceso inverso, la fusión o federación de las distintas agrupaciones locales. Sin embargo, lo que perdura del republicanismo alicantino durante toda la Restauración es buena parte de su infraestructura socio-cultural, de su influencia en determinados sectores de la sociedad mediante numerosos diarios corno el posibilista El Graduador, el progresista La Unión Democrática o La Federación, tertulias, círculos, cafés, ateneos culturales, logias masónicas, sociedades espiritistas, librepensadoras o naturistas, escuelas y academias nocturnas, todas ellas muy diseminadas por la ciudad en torno al novecientos y con una impronta decisiva en la formación de jóvenes alicantinos como Espía, los hermanos Botella, Dorado o Alonso Mallol . Es lo que Ángel Duarte ha denominado como «canales de transmisión del republicanismo»9,
8
R. A. Gutiérrez Lloret, Historia de la ciudad de Alicante, pág. 118. A. Duarte, «La esperanza republicana», en R. Cruz y M. Pérez Ledesma (eds.), Cultura y movilización en la España contemporánea, Madrid, Alianza, 1997, págs. 182-183. 9
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que no eran sino una tupida red de difusión en la que se implicaban desde la familia a todo este entramado de organizaciones y sociedades con la finalidad de mantener y extender el ideal republicano. El movimiento obrero era eminentemente societario. Los obreros se agrupaban en sociedades de socorros mutuos o benéficas con la finalidad de paliar las necesidades extremas de sus asociados. Las primeras nacieron en torno a 1881 y fueron la Asociación de Panaderos, la Sociedad de Obreros de Alicante y la Asociación del Arte de Imprimir10. Sin embargo, a partir de los años ochenta, al amparo de la Ley de Asociaciones, los trabajadores comienzan a organizarse en sindicatos y partidos reivindicativos de clase, siendo cada vez más numerosas las manifestaciones, huelgas y algaradas callejeras, sobre todo tras la crisis del comercio vinícola de 1887. Los movimientos de protesta seguían teniendo todavía el perfil de los motines del antiguo régimen, pero ya se asomaba otro tipo de contestación social más organizada. La paralización de las exportaciones de vino a Francia redundó en el incremento de las medidas proteccionistas, como el arancel de 1891, lo que trajo consigo mayor inflación, escasez y carestía de las subsistencias, cierre de muchos centros de trabajo y una agitación social hasta entonces desconocida en Alicante. Durante el siglo xix los socialistas influyeron mucho en el movimiento obrero alicantino, pero sin conseguir que ninguna sociedad obrera ingresase en la UGT. Será al comenzar la siguiente centuria cuando los socialistas alicantinos, inspirados por Verdes Montenegro y el semanario El Mundo Obrero, logren transformar «las sociedades de socorros mutuos en sociedades de resistencia y que muchas de ellas se integrasen en la UGT y las Federaciones Nacionales del oficio, al tiempo que contribuían, junto a los compañeros de Elche, a extender el ideal socialista por la provincia»11. Entre 1903 y 1904 los oficios acogidos en el Centro de Sociedades Obreras proyectan una organización común mediante una Federación local de sociedades obreras o un pacto de unión, pero no llega a realizarse. En los años siguientes la división entre anarquistas y socialistas se hace más notoria y el movimiento obrero organizado entra en un período de crisis del que no saldrá hasta 1910, año de fundación de la CNT y de la llegada al Ayuntamiento de Alicante, al amparo de la Conjunción Republicano-Socialista, de Monserrate Valero, concejal socialista que impulsará la política social municipal. El movimiento obrero alicantino tiene sus raíces en el sexenio democrático, y está muy unido al Partido Republicano, especialmente al sector federal del mismo. El programa republicano recogía puntos que tocaban de lleno los intereses de las clases trabajadoras, como por ejemplo la abolición de las quintas y los consumos, de ahí que en muchos aspectos el republicanismo y el obrerismo alicantino vayan unidos y sea muy difícil estudiar uno sin tener en cuenta al otro. El programa reformista republicano ejerció una enorme influencia sobre las clases populares durante todo el último tercio del siglo xix, hasta tal punto que la cuestión obrera jugó un papel decisivo en las escisiones y particiones del Partido Republicano, quedando a un lado la burguesía temerosa de los avances de los trabajadores, que terminará por integrarse en cierta 10
R. A. Gutiérrez Lloret, Republicanismo en..., pág. 130. ' F. Moreno Sáez, Las luchas sociales en la provincia de Alicante, 1890-1931, Alicante, 1988, página 448. 1
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medida en las proximidades de los partidos dinásticos, y a otro, quienes pensaban que la colaboración con los obreros resultaba imprescindible para llevar a buen puerto los postulados democráticos que ellos defendían. Pero al mismo tiempo, el republicanismo supuso un freno al desarrollo y crecimiento de las ideologías obreristas en Alicante. Sólo a finales de la década de los noventa el empeoramiento de la situación económica y la debilidad de las organizaciones republicanas llevaron a los trabajadores a aproximarse a los sindicatos y partidos de clase. En este aspecto tuvo una gran notoriedad la celebración del Primero de Mayo de 1890 que trajo consigo la fundación del Centro Obrero, resultado de la unión de varias sociedades de trabajadores gracias a las gestiones de Rafael Carratalá Ramos, José Roca y Federico Valero12. El Centro Obrero sacó a la calle el periódico El Grito del Pueblo, primera publicación alicantina estrictamente socialista, y fue el antecedente inmediato del Partido Socialista Obrero Español, cuya primera sede se abriría como tal tras la visita de Pablo Iglesias a la ciudad en diciembre del mismo año. Sin embargo, como indica Gutiérrez Lloret, hasta entrado el siglo xx las ideas republicanas seguirán siendo más atractivas para la clase obrera alicantina, ello fundamentalmente por la escasa y tardía industrialización de la ciudad, donde, si exceptuamos la fábrica de tabaco y alguna otra de cerámica, no existían apenas obreros fabriles. 1.1.3.
ACTIVIDAD CULTURAL EN EL ALICANTE DE FIN DE SIGLO
La actividad cultural oscilaba entre dos polos bien diferentes dependiendo del estrato social y político de procedencia. Por una parte estaban las clases pudientes, aquellas que habían ejercido el poder durante décadas, y la nueva burguesía comercial y financiera, integradas en los partidos del turno. Bien situadas en la sociedad alicantina y en los centros de poder, tras la restauración monárquica vuelven a encontrarse consigo mismas, se sienten seguras y satisfechas e intentan dar expresión pública a sus sentimientos, lo que se va a plasmar en una bacanal, en una tremenda vorágine literario-cultural. Todo el mundo es poeta, lo mismo el alto funcionario de Aduanas que el financiero, el terrateniente que el comerciante de vinos, el político o el notario, la poesía se convierte en una moda al alcance de cualquiera, ser poeta da un toque de distinción y es al mismo tiempo una seña de identidad que certifica la pertenencia con todo los honores al grupo social dominante. Cualquier persona puede escribir versos, cuando más ripiosos mejor. Cualquier sitio es bueno para darlos a conocer, un café, la casa de un procer, incluso los más atrevidos recitan sus creaciones en interminables veladas poéticas en el teatro Principal. La historia literaria y el callejero de Alicante tienen en estos hombres un filón inagotable de mediocridad con el que llenar páginas y páginas de antologías y dar nombre a cuantas calles se proyecten en la ciudad. Las veladas literarias se convierten en el acto social por excelencia, en ellas se reúne lo más granado de la alta sociedad alicantina para escuchar los poemas de Alejandro Harmsen, Vila y Blanco, Carmelo Calvo, Campos Vassallo 12 F. Moreno Sáez, La prensa en la ciudad..., pág. 250.
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o Martínez Torrejón, alardes de rimas fáciles y simplicidad literaria que, no obstante, no encontrarían muchos reparos para ser publicados en cualquier imprenta de la ciudad. Esta explosión de «intelectualidad» y «sensibilidad» tuvo su reflejo en la proliferación de publicaciones periódicas especializadas en el sector corno Calderón, La Peñóla, La Pluma Literaria, El Álbum Poético o Alicante Literario. Francisco Moreno dice que el máximo auge de este movimiento literario fue la creación en 1881 de la Sociedad Literaria de Alicante, que «organizaba una serie de veladas, certámenes y publicaciones sufragadas por un mecenas, el comerciante Antonio Sánchez Manzanera, que fue nombrado presidente a perpetuidad de la citada sociedad»13. Dentro de la jerarquía de este tipo de actos, los juegos florales ocupaban un lugar privilegiado, a ellos acudían los mejores juglares de la localidad para demostrar en público su valía literaria, el amor inconmensurable a la ciudad y sus tradiciones y su admiración por la belleza sin par de las mujeres lucentinas, en actos que solían celebrarse en el Principal en medio de la emoción y alborozo del público asistente. El teatro constituía una de las manifestaciones culturales preferidas por las clases establecidas, pero también por el pueblo. Llegaron a existir cuatro teatros en la ciudad, el Principal, el Ruiz de Alarcón, el Español y el Circo. En ellos se representaban ante todo zarzuelas, especialmente del llamado género chico: La revoltosa, El rey que rabió, La verbena de la paloma o La Gran Vía. También tenían lugar muchas representaciones teatrales por compañías de aficionados o por otras profesionales de fama nacional como las de Emilio Thuiller o María Guerrero. Espectaculares serían los estrenos de Juan José, de Joaquín Dicenta, y de Electra, de Galdós. Por otra parte estaba la cultura no oficial, que se desenvolvía al margen del sistema en numerosas tertulias, círculos, ateneos y asociaciones de todo tipo. En ellos se hablaba y discutía de asuntos de la máxima actualidad. Entre las tertulias más célebres estaban las que protagonizaban Salvador Selles, el doctor Rico y el maestro Poveda, foro de discusiones teológicas, filosóficas, literarias y políticas, y escuela de jóvenes que se iniciaban, escuchando, en el librepensamiento, el republicanismo, y ante todo en el amor a la humanidad, nexo común de los contertulios. Algunas de estas sociedades publicaban periódicos para difundir sus ideales, tal era el caso de La Antorcha, El Ateneo o El Libre Pensamiento. Aunque no tenían mucha tirada ni se prolongaban en el tiempo, contribuían a la formación de una determinada conciencia social y aportaban a la cultura local bocanadas de aire fresco de otras latitudes, casi siempre de origen francés. De este modo se conocieron las innovaciones pedagógicas de la Institución Libre de Enseñanza, que tanto aportaron a la Escuela Modelo de la familia Albricias14, el krausismo, las obras de Renán, Anatole France, Pi y Margall, o las últimas comentes del pensamiento socialista y anarquista, junto a las ideas teosóficas y espiritistas. Es llamativo el desarrollo que alcanzó durante estos años la prensa. En los últimos veinticinco años del siglo más de doscientas publicaciones periódicas fueron editadas en Alicante, unas dependientes de partidos políticos, otras de organizaciones religiosas, profesionales o gremiales y otras de particulares. 13 14
F. Moreno Sáez, La prensa en..., pág. 45. A. Aparici Díaz, La Escuela Modelo de Alicante. 1897-1997, Alicante, 1997.
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A pesar de todo, una parte muy elevada de la población alicantina no sabía leer ni escribir; el índice de escolarización se mantenía desde antiguo en unos niveles paupérrimos sin que los sucesivos Gobiernos hubiesen tomado medidas mínimamente eficaces para su disminución. En 1900 Alicante tenía 50.142 habitantes, de los que solamente un tercio sabía leer, el resto de la población era totalmente iletrada, siendo el porcentaje todavía mayor entre las clases más menesterosas y las mujeres. De un modo u otro se podría afirmar que hubo un relativo auge cultural en los últimos lustros del siglo xix y, también, cierto grado de libertad de expresión, sobre todo tras el gabinete largo de Sagasta. Un repaso a la prensa finisecular es muestra suficiente para apreciar cómo, en mayor o menor medida, casi todos los grupos políticos y sociales tenían medios de expresión en los que plasmar sus ideas y sus críticas. Ahora, esto distaba mucho de ser una auténtica libertad de expresión en el sentido que hoy la conocemos, porque al mismo tiempo coexistía con la censura previa u obligación de todos los medios de comunicación de enviar sus escritos, con anterioridad a su impresión, a la autoridad gubernativa para obtener su aprobación, cosa que se conseguía siempre que los escritos no afectasen al núcleo fundamental del régimen o las circunstancias políticas lo permitiesen. Una huelga, un imaginario complot republicano o la sospecha sobre cualquier alteración del orden público, podía bastar para endurecer la censura, cerrar un periódico o encarcelar a un periodista. Durante este período las cifras de analfabetismo apenas variaron, la mayoría de la población siguió sumida en la mayor de las ignorancias. Sin embargo, conforme la situación económica y social de los individuos era más acomodada se abría un abanico de posibilidades mayor para elegir el tipo de enseñanza que se quería dar a los hijos y el grado de libertad era mayor para formar su conciencia según el criterio deseado. Mucho mayor, por supuesto, conforme ese criterio fuese más acorde con las leyes vigentes. Así, mientras había una cultura oficial y tradicional ligada a los estamentos de poder, el doctor Rico, Salvador Selles, José Rizo o Franklin Albricias pudieron transmitir su pensamiento, sus experiencias y creencias a los jóvenes que más tarde fundarían El Luchador y ocuparían puestos notorios en los gobiernos de la Segunda República. Del mismo modo durante este período se pudieron desarrollar, aunque no con entera libertad, las logias masónicas, las sociedades librepensadoras y las organizaciones obreras. Había cierta permisividad que toleró la expansión de formas de pensamiento opuestas a las oficiales, de tal manera que durante este período de debilidad del republicanismo nació la semilla que años más tarde fructificaría en el segundo intento republicano español. 1.2. 1.2.1.
LOS PRIMEROS AÑOS ALICANTINOS (1895-1916) DE UN PASADO EFÍMERO. INFANCIA, AMISTADES E INFLUENCIAS (1895-1909)
El año de 1895 y sus adyacentes estuvieron marcados por acontecimientos de gran importancia en la vida nacional e internacional. José Martí inicia la insurrección cubana que terminaría en 1898 con la intervención de Estados Unidos y la independencia de la Gran Antilla; unos meses después comienza un movimiento de similares
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características en las islas Filipinas, donde también la intervención americana sería determinante. A partir de tales sucesos surgía una nueva potencia mundial: Estados Unidos y otra, España, agudizaba una crisis nacida, al menos, tras la derrota de Trafalgar15. En Francia se funda la «Conféderation Genérale du Travail», la CGT, que sería en el futuro el principal instrumento reivindicativo de la clase obrera gala; un año antes había estallado el escandaloso «caso Dreyfus», que movilizaría a gran parte de la intelectualidad europea encabezada por Zola, repercutiendo profundamente en la formación espiritual de la juventud de principios de siglo, puesto que el asunto no terminaría hasta 1906 con la rehabilitación e imposición de la Legión de Honor al oficial calumniado. En España, este hecho tuvo especial resonancia en Valencia, donde Blasco Ibáñez patrocinó distintas campañas de solidadridad. En 1896, Costa elabora su manifiesto regeneracionista contra el caciquismo y se presenta a las elecciones con un programa eminentemente reformista; Rafael Altamira publica sus Cuentos de Levante y aparecen los primeros escritos de la Generación del 98 en revistas como Germinal, que dirigía Joaquín Dicenta. Mientras tanto el movimiento obrero comenzaba a organizarse en las ciudades más desarrolladas de España, reproduciendo geográficamente la misma división que en Europa había sufrido la Internacional: Levante y Sur con fuerte implantación anarcosindicalista y el resto del país con predominio de las corrientes socialistas. En Alicante, durante la década de los 90, los Terol, Gomís, Pascual de Pobil y Gadea se alternan en la alcaldía dentro del más estricto respeto a las pautas marcadas por el régimen canovista, lo que no impidió que en 1891 los republicanos ganasen las elecciones municipales. Se realizan reformas urbanas al tiempo que se produce una evidente polarización social al calor de la crisis económica. A las subidas de impuestos dictadas por el Barón de Finestrat en 1896, respondió el comercio con cierres y la negativa a pagar las contribuciones, y los trabajadores con asaltos a las casetas de consumos y algaradas callejeras de diversa entidad, llegándose a declarar el estado de guerra, situación que se repetiría en los años siguientes. La protesta seguía teniendo muchos rasgos arcaicos, más próxima al motín que a la huelga organizada. En 1895 el Ministro de la Gobernación envía un cuestionario a los ayuntamientos interesándose por lo que entonces se denominaba la «cuestión social». El encargado de informar fue el arquitecto municipal Guardiola Picó y su respuesta fue así de descriptiva: «...el obrero no consigue nunca el jornal con el que poder llevar el pan a sus hijos, mientras la miseria va extendiéndose como la mancha de aceite...»16 En esta década aparece una nueva generación de escritores alicantinos que alcanzarían auténtica resonancia fuera de la provincia: Altamira, Gabriel Miró, Azorín, Arniches, Bernacer. La vida cultural aparentaba cierta salud y la ciudad comenzaba a convertirse en un lugar atractivo para mucha gente, sobre todo procedentes de la ca15 A. Elorza y E. Hernández Sandorca, La guerra de Cuba (1895-1898). Historia Política de una derrota colonial, Madrid, Alianza, 1998; P. Laín Entralgo. y C. Seco Serrano, España en 1898. Las claves del desastre, Barcelona, 1998; J. Pan-Montojo (coor.), Más se perdió en Cuba, Alicante, 1998. 16 J. Guardiola Picó, «Cuestionario propuesto por el Excmo. Sr. Ministro de la Gobernación y contestaciones dadas al mismo por el arquitecto municipal José Guardiola Picó», Alicante, Tipografía Costa y Mira, 1895.
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pital de España. Los veranos la estación de Madrid era un auténtico hervidero de personas que venían a «tomar los baños». Entre los visitantes más asiduos estaban Joaquín Dicenta, que fue enterrado en la ciudad, Salvador Rueda, Zahonero y Eugenio Noel, todos ellos pasaban largas temporadas en Alicante atraídos por el clima, por la tranquilidad y por el ambiente grato a sus inquietudes. En estas circunstancias y en este contexto histórico nace Carlos Espía Rizo un 23 de junio de 1895 en el número 48 de la calle García Andreu del barrio de Benalúa, cuyas obras todavía no habían finalizado. El mayor de tres hermanos, vio la luz en el seno de una familia de la clase media alicantina. Sus padres, Julio Espía Rizo, comerciante, y Josefina Rizo Alberola, maestra y ama de casa, se habían trasladado recientemente al nuevo domicilio convencidos por amigos próximos a los promotores del barrio. La familia Espía venía a ser el prototipo de familia media acomodada en la que pensaron el ingeniero y promotor Pardo Gimeno y el arquitecto Guardiola Picó a la hora de diseñar el barrio. La calle García Andreu, que llevaba el nombre de un comerciante miembro de la sociedad «Los Diez Amigos», respondía a los criterios racionalistas e higienistas en que se había inspirado Guardiola Picó. Tenía unas aceras bastante amplias para lo que se usaba en Alicante por entonces y estaban jalonadas por árboles, principalmente acacias por su perfecta adaptabilidad a las condiciones climáticas de la ciudad. La casa estaba situada al final de la calle, tenía una ubicación privilegiada por su cercanía al mar y la estupenda ventilación que le proporcionaban los aires del mismo. Como todas las casas del barrio, era de planta rectangular, con más profundidad que fachada, pero muy luminosa, puesto que la luz entraba también por el patio trasero. Constaba de dos plantas, en la primera un zaguán, dormitorios y la cocina, en la segunda destacaba el comedor y el despacho del cabeza de familia; en definitiva, se trataba de una vivienda unifamiliar amplia y cómoda, mucho mejor construida y distribuida que la mayoría de las existentes en la ciudad. En la relación de accionistas de la sociedad «Los Diez Amigos» de 1886, aparece una acción a nombre de Rafael Espía Rizo y dos cuyo titular es Rafael Rizo Soriano, tío y abuelo respectivamente de Carlos Espía17. En estos primeros años vivieron en Benalúa, entre otros, algunos de los promotores del barrio y algunas personalidades destacadas como Gabriel Miró, Francisco Figueras Pacheco, el pastor protestante Franklin Albricias y el librepensador Eduardo Irles, estos dos últimos muy relacionados con el republicanismo alicantino. La familia materna, probablemente, procedía de Italia, ya que el apellido Rizo podría tener su raíz en el italiano «Ricci». Debió instalarse en Alicante a finales del primer tercio del siglo xix. Según cuenta el propio Espía, los primeros antepasados suyos por línea materna que vivieron en Alicante fueron sus tatarabuelos en torno a 1823, procedentes de Cádiz, de donde tuvieron que salir debido a las persecuciones políticas desencadenadas tras la vuelta de Fernando VIL Eran personas liberales, muy bien situadas económicamente, que lo perdieron todo en la huida hacia Alicante. Él tuvo que hacer el viaje escondido en un rollo de esteras. Ella, inglesa de nacimiento, se embarcó en el puerto de Cádiz sin otro equipaje que su hijo. Al llegar a la ciudad,
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Memoria de la sociedad «Los Diez Amigos», Alicante, Imprenta de J. J. Carratalá, 1887.
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un cuñado del general Prim, amigo de la familia, lo empleó en la aduana del puerto. De esta época había en casa de Espía varios recuerdos de la familia Prim, un retrato dedicado del General, una mesa de despacho y un reloj de pared, a los que se refiere en sus escritos con mucha frecuencia. Uno de sus bisabuelos maternos estuvo entre los promotores del homenaje a los Mártires de la Libertad: un acto que consistía en dejar un ramo de flores en el lugar en que habían caído cada uno de los fusilados18 y una procesión cívica. El padre de su abuelo Rafael hizo fortuna en Alicante dedicándose a los negocios ganaderos, compró varias viviendas en la ciudad y en Bacarot. Murió joven dejando un tutor y administrador a su hijo. Éste se encargó de darle una cuidada educación y veló con tal celo de los bienes que le habían sido encomendados, que a los pocos años no quedaba absolutamente nada. El abuelo Rafael Rizo recuperó un poco la maltrecha economía familiar. Hombre de talante liberal, muy respetado entre los republicanos de la ciudad, fue amigo de Maisonnave, Salvador Selles, del abogado Guardiola Ortiz y del doctor Rico. Su hermano José Rizo, tío abuelo de Espía, participó activamente en los acontecimientos revolucionarios de 1868 junto a Maisonnave, Galdó y Carratalá. Formó parte del primer comité local del Partido Republicano; persona muy culta, estaba al corriente de lo sucedido en Italia y Alemania y en general de las nuevas líneas del pensamiento liberal europeo. Creía que la democracia era el único sistema político que posibilitaría la modernización del país, de igual manera pensaba que España debería organizarse de acuerdo a los criterios federalistas, pues el estado centralista no encajaba con la realidad nacional. Tras el golpe de Estado de Sagunto tuvo que salir de España por problemas políticos, fijando su residencia en Puerto Rico, donde murió al poco tiempo. La familia paterna residía en Alicante desde antiguo. El abuelo, Anselmo Espía, el mayor de siete hermanos, se dedicaba al comercio y a la música y casó con María Josefa Rizo Soriano, hermana de Rafael Rizo, por lo que ambas familias quedaron estrechamente emparentadas. Tenían casa en el número 7 de la calle del Cid, donde vieron nacer a cuatro hijos: Julio, Rafael, Carolina y Adela. Rafael nació en 1868, tras realizar estudios primarios ingresó en el Seminario de Orihuela, pasando posteriormente a la Compañía de Jesús. Autor del libro La Santísima Faz de Nuestro Señor Jesucristo, en el que desvela los milagros y misterios de dicha imagen, fue conocido como el «Padre Espía»19. Julio Espía primogénito y futuro padre de Carlos, había contraído matrimonio con su prima Josefina Rizo, por lo que ambos, padre e hijo llevarían los mismos apellidos. Como el resto de su familia se dedicaba al comercio, consiguiendo una buena posición económica que le permitía llevar una vida desahogada muy en el tono de la pequeña burguesía del tiempo. Ambas familias podían incluirse en el modelo de clase media de la época, vivían de su trabajo, no tenían rentas que disfrutar, en todo caso pequeñas propiedades que no permitían vivir de su explotación. Vinculados a actividades terciarias, con una
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C. Espía Rizo, APCE, Escritos II, Alicante. Rafael Espía Rizo, La Santísima Faz de Nuestro Señor Jesucristo, Alicante, Imprenta de Luis Espía, 1918. 19
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buena formación intelectual, siempre en el contexto del tiempo, y bien relacionados con los sectores más dinámicos de la sociedad alicantina. Los ingresos familiares procedían exclusivamente del trabajo del cabeza de familia y entre sus aspiraciones, la primera venía a ser la educación de los hijos de acuerdo con los esquemas laicistas y liberales del republicanismo español. De espíritu liberal y abierto, con un fuerte grado de compromiso político, creían en una España nueva y progresista según los ideales de la Revolución del 68 y la Primera República. Los primeros años de la infancia de Carlos Espía transcurrieron dentro de lo que podríamos denominar «felicidad pequeño-burguesa». Rodeado de una familia amplia y bien avenada en la que la madre ocupaba un lugar preeminente y en la que todas las necesidades materiales estaban cubiertas. Por otra parte, nació en el seno de una familia republicana de abolengo, en un hogar en el que se respiraba toda la gloria de la Revolución Francesa y de las luchas por las libertades españolas, «un hogar siempre propicio al deleite espiritual de la lectura que proporcionaban una pequeña, pero escogida biblioteca de libros clásicamente republicanos, a la evocación de las grandes figuras nacionales de la Primera República y a las veladas de unción y remembranzas»20. En efecto, por su casa pasaban multitud de amigos de la familia y con mucha frecuencia se organizaban tertulias o reuniones propiciadas por el abuelo Rafael, en las que no era raro encontrar a Nicolás Lloret, Guardiola Ortiz o al doctor Antonio Rico Cabot, médico de la familia y hombre decisivo en la formación de Carlos Espía. Antonio Rico era una de las personalidades más populares y controvertidas de Alicante; médico de prestigio, dedicaba buena parte de su saber y de su tiempo a atender a los más desprotegidos con una vocación y una capacidad de sacrificio inigualables. En su afán por mejorar las condiciones de vida de los más pobres emprendió campañas para difundir los buenos hábitos higiénicos y sanitarios, y promovió sistemas de protección social en los que invirtió no poco dinero de su fortuna personal. Pero su labor no se limitaba a lo puramente profesional sino que con la misma tenacidad se entregaba a una encomiable tarea educadora que abarcaba conferencias, tertulias y sobre todo lo que fue uno de sus proyectos más queridos: la fundación del Orfeón de Alicante junto al maestro Poveda21. El Orfeón no era sólo una institución musical con bases eminentemente populares sino que ante todo cumplía una misión educadora en el más amplio sentido de la palabra: se aprendía música, pero al mismo tiempo se enseñaba a leer a los analfabetos y se les instruía dentro de los parámetros laicistas y liberales. La identificación de Rico con las clases más menesterosas le granjearon un enorme prestigio popular, pero también la enemistad declarada de las fuerzas vivas que vertieron sobre él todo tipo de infundios. Su declarado ateísmo dio pie a que los elementos reaccionarios de la ciudad promoviesen campañas en las que se le tildaba poco menos que de diabólico. La amistad del doctor Rico con la familia Espía venía dada en primer lugar por la afinidad ideológica de ambas familias: Antonio Rico y José y Rafael Rizo habían sido compañeros de luchas republicanas, lo que les unió fraternalmente. Era el mé-
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Juan de Roca, ¿El Luchador?, Octubre de 1931, Archivo Personal de Carlos Espía. C. Espía Rizo, «Recuerdos de Alicante», APCE, Escritos II, Alicante.
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dico de la familia y había atendido a Josefina Rizo en el nacimiento de todos sus hijos. Desde muy pronto sintió una viva atracción por Carlos, de quien fue, además del médico que curaba sus dolencias infantiles, verdadero guía espiritual: «todo lo que hizo por la salud de mi cuerpo no es nada comparado con lo que hizo por la salud de mi formación moral e intelectual»22. Tal vez, de todas las personas que pasaron por la vida de Espía, y fueron muchas y muy notorias, sin duda la más decisiva en su formación humana y política fue Antonio Rico Cabot, «santo laico» alicantino que a nuestro entender reclama ya un estudio detallado. No es arriesgado afirmar que en el caso que estamos analizando, funcionaron a la perfección los mecanismos de transmisión ideológica tan bien descritos por Ángel Duarte. La familia de Carlos Espía tuvo un papel fundamental en la construcción de su pensamiento y su ideología. «El niño aprende tanto de la palabra del padre como del silencio de la madre», asevera Duarte, pero es que además aquí la madre también habla, y el abuelo, y los amigos de éste y todos en la misma dirección23. Los últimos años del siglo xix estuvieron marcados por la crisis, sobre todo para el comercio portuario y las exportaciones a Francia, principal motor de la economía alicantina. Las manifestaciones contra la falta de trabajo, la carestía de la vida y la subida de impuestos arreciaban con el final de la centuria, agravadas por el conflicto colonial24. Entre tanto, la cuestión social se había convertido en el tema más recurrente de la prensa. Cientos de artículos aludían a la carestía, a la falta de alimentos, a las miserables condiciones de vida de los trabajadores, se pedían soluciones pero éstas no llegaban y la situación de muchas familias llegó a ser verdaderamente insoportable. El barrio de Benalúa seguía construyéndose salpicado por alguna huelga de albañiles o canteros y por los problemas financieros de la sociedad «Los Diez Amigos», seriamente afectada por la crisis. Fue un tiempo de penalidades y miserias para un buen número de alicantinos a los que la familia Espía-Rizo permaneció ajena ya que sus ingresos no se vieron mermados. En torno al año 1900 Espía comenzó a ir a la escuela cerca de su casa, en la actual calle doctor Just del barrio de Benalúa, aunque allí estuvo sólo los primeros años, por otro lado suficientes para perdurar en su memoria: «Nuestro barrio es para mí la isla poética y emocionante de los recuerdos. Nací en él, en él murieron mis padres, en él fui al primer colegio, en él aprendí a ser ciudadano»25. Espía acudió a una escuela pública a pesar de que su padre fue uno de los fundadores de la Casa de Estudiantes1^, centro en el que se impartían enseñanzas académicas regladas y se daban conferencias sobre temas muy genéricos, dirigidas a aquellas personas que menos acceso tenían a la cultura. La escolarización de Espía coincidió con la ley Romanones de 26 de mayo de 1901, que proclamaba la obligatoriedad de la enseñanza entre los
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C. Espía Rizo, «La muerte del Dr. Rico», El Luchador, 14 de septiembre de 1927. A. Duarte, La esperanza republicana..., págs. 181-183. 24 F. Moreno Sáez, El movimiento obrero en Alicante, Alicante, UGT, 1988. 25 Discurso de Carlos Espía leído por V. Marco Mirando en el Círculo Republicano de Benalúa el 15 de diciembre de 1928. 26 J. M. Beltrán Reig, La enseñanza en la ciudad de Alicante..., Alicante, Instituto de Estudios Alicantinos, 1981, págs. 266 y sigs. 23
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seis y los doce años, aunque esta medida no tomó carta de naturaleza hasta muchos años después y la escolarización continuó siendo un privilegio reservado a una minoría de ciudadanos: únicamente iban a la escuela aquellos niños pertenecientes a familias acomodadas que no necesitaban la mano de obra de sus hijos para subsistir. El final de siglo trajo consigo innovaciones importantes en la estructura educativa de Alicante. Por un lado, la creación por la familia Albricias en 1897 de la Escuela Modelo siguiendo los criterios pedagógicos más avanzados. Herbart y Pestalozzi influyeron mucho en los criterios pedagógicos de F. Albricias, pero no de modo exclusivo: «Admirador del trabajo, la ciencia y el amor a la humanidad de tantos pedagogos ilustres, según las circunstancias tomó de uno y de otro sin ser partidario absoluto de ninguna escuela, ni de ningún hombre»27. Sus bases pedagógicas eran: disciplina, higiene, deportes, cultura, trato, metodología de la enseñanza, civismo, patriotismo, tolerancia y respeto a todas las creencias, incluidas aquellas que desvirtuaban los Evangelios. En la Escuela Modelo estudiaron muchos de los futuros amigos y compañeros de Carlos Espía: Emilio Costa, que sería director de Diario de Alicante; los diputados republicanos Pérez Torreblanca y Alvaro Botella, fundador este último de El Luchador, o el alcalde republicano Lorenzo Carbonell. El éxito de la escuela fue tal que en 1924 habían pasado por sus aulas más de catorce mil niños28. Al mismo tiempo se produjo el fenómeno inverso al que no era ajeno el prestigio conseguido por la Escuela Modelo: la implantación en Alicante de numerosos colegios regentados por frailes pertenecientes a órdenes francesas afectados por las leyes educativas laicistas de la Tercera República, aunque el período de máximo auge no llegaría hasta la década de los años veinte. Tras cursar los primeros años en la escuela de Benalúa, Espía se trasladó a un colegió situado en el Paseo Gadea, al que él y sus amigos llamaban la «escuela de D. Dionisio». Tendría ocho años y este cambio que en la mayoría de los casos no habría tenido la menor importancia, se convirtió por obra de la casualidad, o del interés de los padres por mejorar la educación de su hijo, en algo decisivo para su vida posterior, ya que allí conoció a quienes le acompañarían fraternalmente en los años más comprometidos para su formación: Rafael Selfa, Armando Farga, con cuya hermana casaría más tarde, Alonso Mallol o Alvaro Pascual Leone. Juntos formarían un férreo grupo de juegos e inquietudes y más tarde de luchas, que cristalizaría en lo que se podría denominar la élite de la nueva generación republicana alicantina. Alvaro Pascual, tal vez el amigo más íntimo, describió aquel tiempo en un artículo escrito con motivo del homenaje que El Luchador y el Círculo Republicano de Benalúa tributaron a Espía en 1928: «En la escuela de D. Dionisio, Pepito Alonso carirredondo y lardosico, vivaz y decidor, vivía y renovaba las fabulaciones que aprendía en novelones y cuentos y se creía D'Artagnan. Garlitos Espía, cuidadoso, enormemente intuitivo, seriecito, como adivinando que tendría que ser un hombre antes de sazón. Aún le estoy viendo con sus ojos negros, brillantes, graves, y su cara sonrosada, estar instantes
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A. Aparici Díaz, La Escuela Modelo..., pág. 209. Ibídem, pág. 266.
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apartado como en acecho»29. Este grupo, al que se unieron otros niños procedentes de la escuela de la familia Albricias como Lorenzo Carbonell o los hermanos Botella, llegaría a constituir una auténtica generación: todos tenían una edad parecida, gustos y aficiones similares y una clarísima vocación política que les haría permanecer estrechamente unidos a pesar de los muchísimos avalares que les deparo la vida. Llamativo es el caso de Espía, Pascual Leone y Alonso Mallol. Los tres estudiaron juntos, casi al mismo tiempo tuvieron que irse de Alicante en torno a 1916, todos tomaron parte activa en las luchas contra la dictadura de Primo de Rivera, igualmente ocuparon cargos de relevancia en los Gobiernos republicanos y los tres vivieron el exilio en México sin que su amistad se resintiese lo más mínimo. La infancia de Espía y sus amigos debió transcurrir como la de otros niños de su misma clase social en cualquier ciudad de provincias. Aunque el cinematógrafo se instaló en fecha temprana en la ciudad, todavía no monopolizaba el ocio infantil que se repartía entre una ingente variedad de juegos callejeros, muchas veces relacionados con la estación meteorológica, y las constantes escapadas al puerto o la playa. Sin embargo, para estos muchachos existían otras distracciones tan atractivas como callejear. De entre ellas sobresalía con mucho la lectura, afición condicionada por el entorno familiar. En el caso de Carlos Espía fue su abuelo Rafael Rizo, que poseía una buena pero sesgada biblioteca, quien le inició en el gusto por los libros: «En el despacho de mi abuelo materno había un gran retrato de Garibaldi, junto a un retrato de Maisonnave y una lámina de la Primera República. Mi abuelo fue republicano, miliciano y masón. Yo veía en él, encarnada y viviente, toda la historia romántica del siglo xix, el siglo de la libertad. Había en aquel despacho una pequeña biblioteca... Voltaire, Venot, Larra, Espronceda, Reclus, Castelar, Victor Hugo, Pérez Galdós, Pi y Margall... y viejas colecciones de periódicos revolucionarios. Frente al retrato de Garibaldi apagué la sed de saber de mis primeras lecturas. Uno de los libros que encontré fue el de las memorias de la vida de Garibaldi...»30 El resto de los escritores de la biblioteca de Rafael Rizo citados por Espía formaban parte del acervo cultural de los liberales españoles. Además, el abuelo solía leerles en voz alta fragmentos de obras de Julio Verne, Flammarion, Dumas o Salvador Selles, que escuchaban con sumo deleite. Selles, poeta alicantino y amigo de la familia tuvo también un papel sobresaliente en la educación y formación de Espía. Hombre hecho a sí mismo, procedía de una familia humilde que apenas si le pudo costear los estudios primarios. El resto de su enorme formación intelectual lo debió exclusivamente a su voluntad. Desde muy pequeño sintió una especial inclinación por el dibujo y el teatro al tiempo que se iba convirtiendo en un empedernido devorador de libros. Primero Calderón, Lope y en general todo el Siglo de Oro castellano, después los escritores latinos, «más tarde el azar puso en sus manos un libro de Chateaubriand»31 que le introdujo en el gusto por 29 A. Pascual Leone, «La escuela de D. Dionisio y otros recuerdos», El Luchador, 14 de diciembre de 1928. 30 C. Espía Rizo, El Luchador, 4 de febrero de 1926. 31 M. Rico García, Ensayo biográfico-bibliográfico de escritores de Alicante y su provincia, Alicante, Instituto de Estudios «Juan Gil-Albert», 1986, págs. 567-77.
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los clásicos de la literatura universal: Shakespeare, Hornero, Dante, hasta llegar al que consideraba el mayor poeta de todos los tiempos: Victor Hugo, auténtico mito del republicanismo. Selles, escritor comprometido, estuvo siempre identificado con los partidos republicanos. Escribía por estética, pero sobre todo «como forma de propagar sus ideas a la parte más necesitada de la población»32. Creía que había que hacer todo lo posible por el progreso del mundo, de ahí su afán por el estudio y su aplicación al apostolado de las modernas ideas psicológicas... Era un convencido espiritista seguidor de las teorías de Alian Kardec33, que dedicó mucho tiempo y muchos escritos a combatir con énfasis el despotismo, la esclavitud, la pena de muerte, la intolerancia y el fanatismo religioso desde profundos estudios teológicos y de las Sagradas Escrituras. Secretario General y Vicepresidente de la Sociedad Espiritista Española, de una honradez extremada, creía que las ideas había que llevarlas a la práctica y dar ejemplo con la actitud personal, llevando esta máxima kantiano-kmusista en la vida real con tal empeño, que renunció a los ascensos que le ofrecieron una y otra vez en su trabajo por estimar que tenía bastante con lo que ganaba y que había compañeros que lo necesitaban más que él por sus circunstancias familiares. Amigo de Castelar y Núñez de Arce, colaboró en muchos periódicos alicantinos, en Las Dominicales del Libre Pensamiento de Madrid y en la mayoría de las publicaciones espiritistas españolas. Selles y el doctor Rico solían mantener sustanciosas polémicas sobre los temas más dispares, lo mismo se ocupaban de la existencia de Dios, el origen del Universo o los mecanismos cósmicos que de otras cuestiones más materiales como las condiciones de vida de los obreros, el analfabetismo, la miseria o el abandono de niños. Rico era un humanista materialista, Selles un humanista espiritista con fuertes raíces en el cristianismo primitivo. Muchas de estas amigables discusiones tenían como foro la sociedad literaria El Estudio o el Orfeón de Alicante, pero también muchas de ellas ocurrían en el hogar de Espía y bastantes cosas de las que allí dijeron quedarían luego en su pensamiento como cimientos ideológicos de su futura arquitectura intelectual y humana. De Selles y Rico extrajo Espía el compromiso con los débiles, con los desprotegidos, el anticlericalismo, el amor a la libertad y a todas las expresiones del intelecto humano. De Selles un sentimiento casi religioso, místico, del deber para con los demás, «el amor a la belleza y un pensamiento alto». De Rico «su rectitud y sentido filosófico»34, un profundo sentido de la responsabilidad y de la inmediatez de los actos, lo que le llevaría a iniciar y participar en multitud de empresas arriesgadas, a estar desde muy joven en lucha contra la opresión, aun a pesar de que muchas veces esa actitud fuese perjudicial para su vida personal. Y es que, la vida personal no la concebían sus maestros Selles y Rico como la podía entender un burgués del tiempo, como privacidad, sino que tenía otro sentido muy distinto: el individuo como tal debía hacer todo lo posible por formarse, por tener más cultura, por ser mejor, por apro-
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Ibíd. F. Moreno Sáez, La prensa en la ciudad..., pág. 371. Kardec fue uno de los principales difusores del espiritismo basado en el racionalismo cristiano. 34 Alvaro Botella, Homenaje a Carlos Espía organizado por El Luchador y el Círculo Republicano de Benalúa, El Luchador, 14 de diciembre de 1928. 33
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vechar al máximo hasta el último resquicio de sus capacidades, para, de este modo, poder cumplir mejor con el compromiso colectivo, olvidándose entonces de su propio yo. El liberalismo de Selles y Rico no era sinónimo de individualismo, sino que tenía un fuerte componente social: de nada valía la libertad, el bienestar y la cultura de unos pocos si el pueblo seguía sumido en la esclavitud, la miseria y el analfabetismo. La misión de los buenos republicanos, de los buenos liberales, consistía en mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos, inculcándoles el amor a la libertad y al saber, aunque para ello tuvieran que sacrificar su individualidad, sus aspiraciones personales, su interés. Desde el primer momento, Rico y Selles vieron en Espía a un futuro buen republicano y ambos lo educaron como a un discípulo predilecto en el que hubieran depositado grandes esperanzas. La impresión que le causó Selles desde su más tierna infancia quedó impresa en sus recuerdos de tal manera, que cualquier excusa era válida para evocarlo en sus escritos: «Era yo muy pequeño y ya los versos de Selles abrían senderos de luz en mi conciencia infantil. En el doloroso esfuerzo de aprender, cuando las lecturas y la vida marcan la senda de nuestro futuro, el nombre de Salvador Selles, que mis padres pronunciaban con gran respeto, tenía para mí el prestigio de un hombre inmortal»35. Selles, el doctor Rico y su abuelo, Rafael Rizo, fueron sus primeros mentores espirituales, dejando en él una huella que el tiempo no haría sino agrandar. Pero aunque estos tres hombres fueron los más influyentes de su primera infancia, y luego seguirían siéndolo, también hubo otros que en menor medida contribuyeron a forjar su educación sentimental. De entre ellos, sin duda, fue Gabriel Miró el más destacado, pero no porque tuviese un contacto personal con el escritor de El obispo leproso, sino porque la especial sensibilidad en la que estaba siendo educado le llevaba a la admiración casi pasional de aquellos que sabía se dedicaban con entrega a cualquier tarea intelectual. Además Gabriel Miró vivía a muy pocos metros de él, en la plaza de Navarro Rodrigo, y a sus ojos apareció convertido en un mito. Miró llevaba una vida retraída y se pasaba los meses sin salir del barrio, no iba al casino, ni al teatro, ni al Club de Regatas, sólo al café de Bautista, al lado de su casa, a jugar al tute con los vecinos del barrio. En ese ambiente escribió más de la mitad de sus obras. De Miró le atraía a aquel muchacho de diez u once años tanto su forma de escribir, como su propia vida, la sinceridad de sus personajes, su sencillez, su bondad desinteresada. Nómada, galardonada en Madrid con el premio de El Cuento Semanal, fue su novela preferida: Nómada fue la lectura que marcó en mi vida el adiós a la infancia. Me sentía atraído por la gravedad, la sencillez, la bondad que como un perfume se desprendía de la prosa de Miró. Mi admiración por él fue silenciosa y recatada. Yo sentía honda emoción cuando lo veía, y unos impulsos incontenibles de besarle la mano. Miró con su santidad de hombre, me daba una sensación de pura religiosidad, fuera de todas las religiones. Muchas veces fui vecino suyo en Benalúa, veía abierto e iluminado el balcón de su casa... Permanecía algunos momentos bajo aquel balcón como un devoto ante un altar...36 35 36
C. Espía Rizo, «El poeta de Alicante», en El Luchador, 23 de junio de 1920. C. Espía Rizo, El Luchador, 28 de mayo de 1930, escrito homenaje a Miró.
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Espía, que luego pasaría a ojos de algún historiador como redomado anticlerical y enemigo de la religión, sentía una vivísima admiración por la íntima devoción de Miró, por la sinceridad de sus sentimientos y por su modestia mística. Le entusiasmaba cualquier sentimiento que saliese directamente del corazón humano, incluido el religioso. No fueron los citados anteriormente los únicos impulsos que le animaron en su afición literaria, igualmente influyeron sus amigos de la escuela, en cuyos hogares se vivía un ambiente similar al suyo. José Alonso Mallol, quien luego sería Gobernador y Director General de Seguridad, fue durante muchos años el más decidido y dominante del grupo, marcando el camino que debían seguir los demás, tanto en los juegos como en las lecturas: «Pepe Alonso era un muchacho muy audaz, un magnífico ejemplar de vitalidad y rebeldía. Alvaro y yo admirábamos a Alonso. Era nuestro jefe, nuestro caudillo, nuestro capitán. Triunfaba en todos los juegos y en todas las reyertas infantiles. De él recibimos los primeros libros de lectura. Novelas de aventuras. Venía a nuestras casas y devoraba los libros de las bibliotecas familiares. Era el más despejado e inteligente del colegio...»37 Conforme pasaban los años otros amigos fueron integrándose al grupo, Armando Farga, Eleuterio Sánchez, Rigoberto Soler, Dorado Martín, Ángel Pascual y Paco Balaguer. Terminada la enseñanza primaria la vida de cada uno de ellos emprendió derroteros bien diferentes, pero sin afectar mínimamente a la cohesión del grupo que ya por entonces estaba firmemente trabada. José Alonso Mallol, Rafael Selfa, Armando Farga y Alvaro Pascual pasaron al instituto de segunda enseñanza que existía en la ciudad desde 1845, con la intención de seguir más tarde estudios universitarios; Alvaro Pascual comenzó en este centro de enseñanza su temprana vocación política, siendo elegido presidente de la Asociación Liberal de Estudiantes, primer antecedente de la FUE38 Natural de Vinaroz, Alvaro vivía en Alicante desde los cinco años debido a que su padre había sido trasladado a esta ciudad como Subdirector de Obras del Puerto. Su aparente timidez «no era sino delicadeza y sensibilidad»39. De gran cultura, pese a sus escasos años, palabra fácil y extremada claridad de ideas, no tardó en cautivar a sus compañeros de estudios convirtiéndose en uno de los primeros agitadores del muy tímido movimiento estudiantil alicantino. Carlos Espía ingresó, siguiendo el consejo paterno, en la Escuela de Comercio que estaba situada en la casa de La Asegurada. Las escuelas de comercio habían sido centros cuyas enseñanzas habían estado siempre muy desregularizadas, hecho este que había repercutido mucho en la mala calidad de las mismas, en su desprestigio y en las nulas salidas profesionales que deparaba. No tenían entidad propia sino que generalmente, como sucedía en Alicante, solían depender de los institutos de enseñanza media o los consulados marítimos. Su revitalización y autonomía vino tras el decreto del ministro de Fomento, Navarro Rodrigo, de 11 de agosto de 1877. Esta disposición intentaba dar a las escuelas mercantiles independencia, una entidad de la que 37 38
C. Espía Rizo, El Luchador, 10 de abril de 1931. C. Espía Rizo, Discurso homenaje a Alvaro Pascual, México, 2 de diciembre de 1953, APCE, Ali-
cante.
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Ibíd.
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hasta entonces habían carecido y dotarlas de un plan de estudios homogéneo para todo el Estado. Navarro Rodrigo creyó que los estudios de comercio debían ser potenciados porque habían estado abandonados por el monopolio absoluto de las enseñanzas humanísticas. El impulso a estas escuelas se comprendía dentro de un plan más extenso que pretendía vigorizar las enseñanzas aplicadas y hacerlas atractivas para las clases medias, de modo que aumentase la preparación y competencia de aquellos que se dedicaban al comercio y la industria. El plan tuvo un moderado éxito pues fueron muchas las familias de la burguesía que en adelante mandarían a sus hijos a estos centros con el fin de capacitarlos adecuadamente para poder llevar y rentabilizar mejor sus propios negocios. Sin duda esa fue la intención de Julio Espía a la hora de decidir los estudios de sus hijos, puesto que su segundo hijo Manuel también fue matriculado en la misma escuela: darles una instrucción utilitarista que además de servirles para desenvolverse mejor en la vida, pudiese ser aprovechada para gestionar más productivamente el negocio paterno. La familia Espía siguió, en este aspecto, una costumbre muy extendida entre la reducida clase media alicantina, de la que formaba parte, a la hora de elegir la educación de sus hijos. Espía inició los estudios en 1906, siendo director Blas de la Loma Corradi. Profesores suyos fueron los hermanos Germán y Julio Bernacer y J. M. Milego Inglada. No brilló como estudiante. Más bien mediocre, destacaba en las asignaturas humanísticas: historia, geografía, literatura, llevando el resto de materias con más pena que gloria, incluso los idiomas como el francés e ingles, que años después hablaría a la perfección40. Sus inclinaciones seguían otros designios harto diferentes. En la Mercantil contrajo gran amistad con dos compañeros, Carlos Morales y Manuel Villar, con los que hizo sus primeros escarceos periodísticos. Primero fue la publicación en una imprentilla de un periódico literario llamado La Ilustración; después un semanario «muy pequeño que tenía un nombre simbólico: La Constancia», que a pesar de todo no tenía ninguna connotación masónica. Ambos, como es natural, no pasaron de meros ensayos, pero ya se atisbaba lo que sería su auténtica vocación41. No fueron el desinterés, la distracción o la torpeza las causas de la interrupción de sus estudios en 1916. Con más o menos lustre iba cumpliendo cada año con el programa establecido. Fueron problemas de índole familiar y político, la muerte del padre en 1909 y el destierro en 1916, los que le impidieron obtener el título de Contador Mercantil hasta 1921, cuando ya llevaba varios años residiendo en Valencia. En 1909 murió su padre. A las normales horas de amargura, sucedió la realidad de una economía familiar maltrecha. La madre, con tres hijos menores de edad, no tenía ingresos para sacar la familia adelante. Carlos tuvo que dejar un poco de lado la carrera de Comercio y ponerse a trabajar en una oficina en la que según recuerda en sus escritos fue explotado por una familia muy católica42. La infancia tocaba a su fin y la adolescencia no tenía por donde entrar. Fueron años muy duros, no sólo por la muerte del padre, a quien adoraba, sino porque se rompía un mundo feliz, después
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C. Espía Rizo, «Expediente académico personal», AGA, Caja 14.765, Alcalá de Henares. C. Espía Rizo, El Pueblo, Valencia, 30 de abril de 1918. C. Espía Rizo, El Luchador, 21 de octubre de 1924.
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muchas veces idealizado, y principiaba otro tramo de la vida con escenario idéntico pero con distintos personajes y diferentes papeles que interpretar: De él (colegio) salimos juntos, Pepe y Alvaro ingresaron en el Instituto, yo en la Escuela de Comercio. No se interrumpió nuestra amistad. Nos reuníamos todas las tardes en la tienda de la madre de Alonso, esa mujer admirable, abnegada valiosa: una mujer alicantina. Fue difícil nuestra primera juventud. Alonso era huérfano de padre. Murió el mío. Abandoné los estudios. No me abandonaron los amigos. Trabajé. En mi desgracia y en mi pobreza, el cariño era casi mi única riqueza. Murió también el padre de Alvaro. El dolor fundió más nuestras existencias43.
1.2.2. MADUREZ PREMATURA. COMPROMISO Y VOCACIÓN (1909-1916) Con la desaparición del padre, la formación académica de Espía pasó a segundo plano, continuó matriculándose en la Escuela de Comercio de forma no-oficial, presentándose a algunas asignaturas sueltas siempre que el trabajo se lo permitía. Iniciaba ahora una etapa casi exclusivamente autodidacta que duraría el resto de su vida. Cualquier sitio le parecía bueno para leer, un receso en el trabajo, los trayectos de un sitio para otro, pero sobre todo leía robándole horas al sueño y en las reuniones con sus amigos. A las lecturas que le proporcionaba su abuelo Rafael se sumaban los libros obtenidos por medio de Alvaro Pascual, Farga y Alonso o los entresacados de las charlas oídas a Guardiola Ortiz, Lloret, Selles o el doctor Rico. Para entonces Espía contaba sólo con catorce años, pero su cultura no era la de un chiquillo de esa edad. Habían sido muchas sus lecturas, muchas las conversaciones oídas a sus maestros, muchos los consejos recibidos, y dentro de él ya empezaba a dejarse ver el periodista que llevaba dentro. Cuenta Alvaro Botella que en 1909, después de varios meses sin haberse visto, se encontraron en una calle de Alicante, Espía tenía el mismo aspecto de siempre, «alto, muy delgado, cargado de espaldas, con la tez sonrosada de niño», pero más triste que de costumbre, la muerte del padre le había afectado intensamente. Espía le dijo que le habían gustado muchos unos artículos que Botella había publicado en Diario de Alicante, pasaron mucho tiempo comentándolos pero nada dijo respecto a lo que eran sus primeros pinitos periodísticos «y un poco después, no pensaré si días o meses, leía admirado una crónica sentimental en El Liberal de Madrid firmada por Carlos Espía con una dedicatoria que decía: a Alfredo Vicenti, maestro de todos44». Alfredo Vicenti era una institución en el periodismo español, sus artículos de fondo en El Liberal de Madrid causaban sensación en la opinión pública; por su ironía y valentía se había convertido en un verdadero ídolo de la juventud comprometida con los problemas de España, tal vez con Roberto Castrovido fuese el periodista más popular de su tiempo. Tras la Conferencia de Algeciras fue Vicenti quien dijo que España se había metido en «el avispero de Marruecos», frase que posteriormente fue utilizada por periodistas, políticos y escritores para referirse al tremendo 43 44
C. Espía Rizo, El Luchador, 10 de abril de 1931. A. Botella, El Luchador, 14 de diciembre de 1928.
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jaleo en el que se hallaba metido el país45. Espía, como tantos otros aspirantes, escribió una carta a Vicente en la que incluía un artículo, debió de gustar mucho al director de El Liberal pues lo publicó, fue el primer escrito de Espía publicado en un periódico nacional. Pero lo más importante del relato antes citado de Alvaro Botella no es que nos diese a conocer este hecho, sino algo mucho más interesante a la hora de reconstruir la personalidad de Carlos Espía. De esas pocas líneas se puede deducir ya uno de los rasgos fundamentales de su carácter: su modestia infinita, no era timidez sino una especie de ansia por hacer cosas, por decir cosas sin que se notara, pretendía que tuviesen relieve los hechos, las palabras, nunca su persona, no quería ser protagonista de nada aunque su ímpetu, su fuerza, sus ganas de trabajar por lo que consideraba justo le llevasen en muchas ocasiones a figurar en primera fila de la batalla. Este factor de su personalidad le acompañó toda su vida y en muchos casos le perjudicó enormemente. Espía combatía por sus ideas, aceptaba un cargo por sentido de la disciplina y de la responsabilidad, nunca por ambición personal, había en él una especie de pudor que le hacía reacio a la notoriedad vanidosa, al protocolo, a todo lo que estuviese relacionado con la popularidad o la fama derivada de sus aptitudes personales. Para él tenía mucha más importancia la voluntad de hacer algo, el propósito de hacerlo bien, la defensa de la «idea» que su prestigio personal, por eso cuando se encuentra a su íntimo amigo Alvaro Botella en la calle después de unos meses en los que las circunstancias personales les habían impedido verse, le alaba sus escritos en Diario de Alicante pero no dice nada del suyo en El Liberal de Madrid. Lo mismo ocurrirá muchas otras veces en su larga trayectoria de personaje público; cuando redacte un manifiesto, éste aparecerá firmado por varios, cuando inspire un determinado proyecto de ley o una decisión política, difícil será que su nombre trascienda de entre las paredes de su despacho, de ahí la dificultad que existe a la hora de dibujar su auténtico papel en los cargos oficiales que desempeñó, pues aunque muchas veces las decisiones procedían directamente de él, es difícil demostrarlo documentalmente, ya que siempre intenta dar la sensación de ser un alto funcionario, comprometido, pero sobre todo disciplinado, con una voluntad de servicio inquebrantable. En 1906 la Conferencia de Algeciras había dado carta de naturaleza a la ocupación española de parte de Marruecos. Este hecho venía dado por dos factores bien distintos: el primero partía del enfrentamiento entre Francia e Inglaterra por el dominio del Mediterráneo Occidental y el Norte de África, el segundo por la ambición expansionista de ciertos sectores de la oligarquía española que veían en Marruecos perspectivas de buenos negocios. Sin embargo los derechos reconocidos a España sobre esa parte de África eran un regalo envenenado, se trataba de controlar una zona de enorme conflictividad por la ausencia de un poder centralizado. Las disputas entre cabilas iban cada día a más y a España correspondía, junto a Francia, imponer el orden en la zona con un ejército y un pueblo desmoralizados por la pérdida de las colonias ultramarinas. La ocupación militar del territorio iba haciéndose lenta, pesadamente. El general Marina apenas disponía de 6.000 soldados y oficiales para mantener la autoridad del Sultán, que era tanto como mantener la suya, contingente militar que
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Indalecio Prieto, Convulsiones de España, México, Editorial Oasis, 1967, pág. 35.
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resultaba a todas luces insuficiente dado el cariz que estaban tomando los acontecimientos. Así las cosas, Maura «se dispuso a emprender una campaña en toda regla a pesar de que no contaba con fuerzas preparadas para ello. Para suplir esta gravísima carencia movilizó a los reservistas en medio de una contestación social creciente conforme la movilización se hacía más intensa, culminando en 1909 con el Desastre del Barranco del Lobo y la Semana Trágica, segunda ruptura seria en el seno del régimen de la Restauración»46. La sociedad española, pero de un modo más intenso y radical la barcelonesa, se rebeló contra la situación con una virulencia desconocida hasta entonces. Por todo el país se repitieron manifestaciones contrarias a la movilización de los reservistas, a la intervención en el Norte de África y en favor de la modificación del servicio militar de forma que nadie quedase libre de su cumplimiento en razón de su renta. Se sucedieron los incendios de iglesias y en Alicante más de 6.000 personas salieron a la calle en manifestación de protesta. Sin duda alguna 1909 fue un año clave en la historia de España, no sólo para el régimen político imperante, sino para toda la población. España no se había recuperado de un «desastre» cuando ya estaba metida en otro. En poco más de diez años había perdido hasta el último resquicio de su imperio colonial, siendo relegada a segundo plano entre las potencias occidentales y derrotada militarmente de forma bochornosa por una nación «advenediza», además, se había producido la claudicación del poder civil ante el militar con la promulgación de la «Ley de Jurisdicciones», que tan nefastas consecuencias traería en los años venideros, todo ello inmerso en una tremenda crisis económica. Estos hechos, unidos a lo que en la esfera internacional había supuesto el caso Dreyfus, determinaron el compromiso político de parte de la juventud y la intelectualidad de la época. Juan Marichal afirma que la Semana Trágica y la muerte de Ferrer y Guardia tuvieron en la España de 1909 la misma repercusión que el affaire Dreyfus en la Francia de 189847, afirmación que no parece exagerada ya que la respuesta de la sociedad española antes estos hechos fue mucho más contundente que la derivada de la guerra colonial del 98, aunque sus raíces intelectuales y emocionales pudiesen encontrarse en ella. En cualquier caso lo cierto es que así fue para Espía y sus amigos de generación, que vieron en estos sucesos la cristalización de su temprano compromiso político. Espía lo recordaba en un artículo publicado en octubre de 1928 en El Luchador con motivo de la muerte de Juan Botella: «Yo he sentido la muerte de Juanito Botella como una desgracia de familia, de esta familia que guió el Dr. Rico... Juan Botella perteneció a la generación de jóvenes que tomó a su cargo la obra inmensa de liberalizar y republicanizar Alicante. Considero que el año de 1909, con sus tragedias y sus resplandores marca la iniciación política de esta generación»48. Personalmente fue un año absolutamente decisivo en el que coincidieron una serie de circunstancias que inevitablemente habrían de condicionar toda su vida. Como se ha dicho fue el año en que murió el padre, el año de la Semana Trágica, el de la Con-
46 J. Álvarez Junco, «Maneras de hacer historia. Los antecedentes de la Semana Trágica», páginas 43-92. 47 Juan Marichal, El secreto de España, Madrid, Taurus, 1995, pág. 165. 48 C. Espía Rizo, El Luchador, 31 de octubre de 1928.
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junción republicano-socialista, el de su primer artículo, el del trabajo y el compromiso: Desperté a esa vida de lucha por el ideal en 1909. Tenía catorce años. Aquel año fue decisivo para mí. Murió mi padre, tuve que abandonar los estudios y empecé a trabajar, bárbaramente explotado por una gente muy católica. Aquel año se iluminaron muchas conciencias al resplandor de las hogueras de Barcelona y se fusiló a Ferrer, a cuyo recuerdo está dedicado el presente artículo. En aquel año en que tanto sufrieron mi madre y mi padre nací yo a la vida civil y pura de las ideas y la vida fecunda y dolorosa del trabajo...49
Los años siguientes discurrieron entre el trabajo, las lecturas, los primeros contactos con la lengua francesa, por sugerencia de Selles, y las reuniones con los amigos en un ambiente cada día más bullicioso y comprometido. La casa y la tienda de la familia Mallol y la carpintería del padre de los Botella solían ser los lugares habituales de encuentro. Este último era un carpintero de ideas avanzadas que había ido juntando una buena biblioteca en una dependencia de su taller en la calle Sagasta. Allí montaron su cuartel general el grupo de Espía: «Yo confieso que no puedo recordar sin emoción la casa de los Botella, la carpintería que fue de su padre..., donde aquel ciudadano inolvidable guardaba su biblioteca de estudio, de solaz, de doctrina política...»50 Es en este período cuando se hace más patente el liderazgo y la influencia del doctor Rico sobre este grupo de jóvenes, dado el protagonismo que tenía en la política alicantina. Antonio Rico había sido Presidente de la Unión Republicana hasta 1905 y va a liderar dos movimientos renovadores dentro del republicanismo alicantino. Salmeroniano de siempre, creía que la corriente encabezada por el histórico republicano había perdido vigor y era preciso insuflarle aires nuevos para sustraerla de la postración en que se encontraba; para esto había que romper con Salmerón y buscar un nuevo proyecto unificador. En enero de 1908 Rico y buena parte de los integrantes de la Unión Republicana dirigieron una carta a Lerroux en la que le reconocían como autoridad máxima del partido republicano. Entre los firmantes estaban Lorenzo Carbonell y sobre todo Juan Botella, futuro fundador de El Luchador. Al año siguiente, el 5 de noviembre de 1909 se acordaba, en el Centro de las Sociedades Obreras de Alicante, la Conjunción republicano-socialista, que obtendría un buen resultado en las elecciones municipales de diciembre de ese mismo año. El doctor Rico, que había salido elegido concejal, seguía su lucha personal contra el clericalismo y en defensa de la supremacía del poder civil. En marzo de 1910 se negó a asistir a la jura de bandera por considerar que éste era un acto de marcado carácter religioso, lo que provocó una fuerte polémica en el Ayuntamiento de Alicante. Poco había durado la entente con Lerroux, Rico no estaba en absoluto conforme con la actitud demagógica y confusa seguida por el jefe radical, por lo que en abril de 1911, al poco tiempo de haberle reconocido como jefe político, va a intentar que el Círculo Republicano se desligue de la disciplina radical; pero si sus deseos se vieron frustrados en ese propósito, a partir de ese momento un sector bastante amplio del mencionado círculo constituiría la Junta 49 50
C. Espía Rizo, El Luchador, 21 de octubre de 1924. C. Espía Rizo, El Luchador, 31 de octubre de 1928.
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Municipal Autónoma Republicana, dentro de lo que luego se llamaría «Concentración Republicana Autónoma», grupo político totalmente inspirado y dirigido por el doctor Rico y en el que militarían inmediatamente Lorenzo Carbonell, los hermanos Botella, Alvaro Pascual, Alonso Mallol y Carlos Espía. 1.2.2.1.
«El Luchador», periódico de una generación al servicio de la República
Espía careció de adolescencia, la muerte del padre en lo sentimental y los hechos de 1909 en lo político dividieron su vida radicalmente entre una infancia feliz y una prematura madurez que no llegó a interrumpir sus inquietudes, sino que las adelantó en el tiempo, las intensificó, dejando el campo expedito a su verdadera vocación de hombre público. En enero de 1912 Juan Botella, ayudado por sus hermanos Alvaro y Fermín y bajo la tutela intelectual del doctor Rico y Salvador Selles, fundó El Luchador, que venía a continuar la larga tradición republicana de un sector de la prensa alicantina, siguiendo los precedentes marcados por El Graduador de Galdó Chapulí, El Republicano, de Guardiola Ortiz o La Unión Democrática de Rafael Sevila Linares. Juan Botella sería el encargado de las tareas administrativas y económicas, mientras su hermano Alvaro ejercería de director y Alonso Mallol ocuparía el puesto de redactor-jefe. La aparición de este diario se inscribe dentro del movimiento renovador del republicanismo alicantino iniciado por el doctor Rico alrededor de la Concentración Republicana Autónoma, hecho que coincide en el tiempo con la recuperación en el ámbito nacional del Partido Republicano al calor de los acontecimientos políticos. Aunque divididos todavía en diversas facciones: federales, autónomos, unitarios..., el nuevo auge del republicanismo parecía encaminarse inevitablemente a fórmulas conciliadoras que superasen las incompatibilidades y antagonismos de antaño. Los hermanos Botella harían de elemento catalizador de esa renovación en Alicante, serían el puente de unión entre el grupo de Antonio Rico y los republicanos más jóvenes como Espía, por tanto su papel es fundamental a la hora de valorar qué elementos favorecieron e inscribieron el movimiento republicano alicantino dentro de la corriente modernizadora que empezaba a tomar cuerpo en el republicanismo español de la época. El Luchador salió a la calle en un momento en el cual se publicaban en Alicante dieciséis periódicos, «todos ellos pobrecitos, pequeños, faltos de noticias y llenos de artículos. Algunos jóvenes pensamos que en una ciudad donde había dieciséis diarios podía haber igualmente diecisiete. Precisamente faltaba un periódico republicano contemporáneo»51, y ese espacio iba a ser cubierto por El Luchador en enero de 1912. Alvaro Botella fue el auténtico animador del diario, a su esfuerzo y tesón se debió que un periódico con tan escasos medios económicos y políticos saliese a la luz pública y lograse «años más tarde convertirse en un buen diario político, en el humilde marco provinciano...»52 Cuenta Espía, a modo de anécdota, que en esos primeros años
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C. Espía Rizo, «Periodistas y periódicos», Buenos Aires, 1940, APCE, Escritos, Alicante. C. Espía Rizo, ibíd.
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el diario se imprimía en la tipografía de un viejo republicano apellidado Muñoz que había reñido con casi todos los republicanos históricos de la ciudad. Todos los días cogía la lista de suscriptores y borraba de ella a aquellos con los que había mantenido alguna disputa y a los que consideraba indignos de leer el periódico, de modo que a los pocos meses de su aparición el periódico estuvo a punto de cerrar por falta de suscriptores53. Normalmente la prensa de provincias de la época subsistía por tres razones, bien porque el periódico se vendía mucho, cosa harto rara, por la publicidad institucional y de determinadas firmas comerciales, o por las aportaciones económicas que recibían del grupo de presión o del partido del que dependían. Para evitar esto y conservar su independencia republicana El Luchador tenía un código deontológico por el que se comprometían a no aceptar anuncios de empresas públicas, ni suscripciones duplicadas de centros oficiales, ni publicidad de empresas que fuesen contrarias al ideal que defendían. Sus ingresos dependían exclusivamente de las ventas y las aportaciones de los republicanos alicantinos. Alvaro Botella tenía cinco o seis años más que Espía y en muchas cosas era su orientador, gracias a él entraría a formar parte desde su fundación de la redacción de El Luchador. Además, Alvaro iba a influir de otro modo en su formación política. Fue él quien les puso en contacto con el movimiento republicano catalán que tanto iba a pesar sobre ellos: «Em parlaba a voltes del moviment república cátala, y en la seva conversa brotaven, amb respecte, amb admiració, el noms deis grans republicans catalans: Carner, Sunyer, Lluhí, Coromines, Hurtado...»54 Durante estos años de aprendizaje esos nombres solían oírse en la redacción de El Luchador, en las reuniones políticas o en cualquiera de las tertulias a que concurrían, como modelo a imitar. Tenían el concepto de que el republicanismo catalán era el más desarrollado, el más vivo del país, de ahí su influencia enorme sobre este grupo: «Vista des d'Alacant, el republicanisme d'aquells homes era com una manifestació peculiar del nostre mateix sentiment liberal y república.... el cert es que, per a nosaltres alacantins, el republicanisme a Catalunya representaven els homes de que he parlat... Pot ser d'aci neix el meu sentiment d'amor a Catalunya, parale-le al meu ideal república...» El republicanismo de los jóvenes del grupo de Espía estará condicionado por esta impronta que lo va a hacer más abierto, más comprensivo hacia las demandas de los nacionalismos históricos, sobre todo hacia el catalán, y ello debido a que en él se juntan dos factores claves de su ideario político: por un lado el liberalismo, la fe en la democracia como forma ideal de organización política para el progreso de los pueblos; por otro la puesta en tela de juicio de la organización del Estado centralista borbónico, entendido esto como una faceta más del liberalismo, de la libertad. De entre todos los hombres relevantes del catalanismo liberal uno iba a tener importancia decisiva en la vida de Espía: el abogado, político y editor de periódicos Amadeo Hurtado, quien años después sería su consejero y protector en los medios periodísticos españoles.
53
C. Espía Rizo, ibíd. C. Espía Rizo, C., Conferencia de Espía sobre Amadeo Hurtado en el Orfeó Cátala de México el 8 de febrero de 1952, APCE, Alicante. 54
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A partir de 1912 la nueva generación de republicanos alicantinos iba a contar con un órgano periodístico puesto enteramente a su disposición, desde el cual podrán defender criterios, expresar opiniones, «servir al ideal» y dar a conocer su auténtica valía. Para Ángel Duarte la prensa actuaba como uno de los principales canales de transmisión del republicanismo, era un eslabón más de la cadena que partiendo de la familia, pasaba por los centros de enseñanza laicos, las conferencias o los bailes y actos culturales de diverso tipo que organizaban los centros republicanos, hasta llegar a los periódicos donde los jóvenes más inquietos, ambiciosos y comprometidos con la causa intentaban dejar constancia de sus capacidades55. Sin embargo, estos mecanismos de difusión ideológica descritos por Duarte no eran exclusivos del republicanismo, pues lo mismo se podría decir, cambiando las variables, de los nacionalismos, del catolicismo o del socialismo. Los métodos de socialización venían a ser idénticos para todas las familias ideológicas del país, ahora aquellas que contaban con la bendición del régimen necesitaban recurrir a ellos en menor medida. Junto a los hermanos Botella se involucraron en el proyecto desde el principio Manuel López González, Francisco Picó, Francisco Galván, Alonso Mallo!, Alvaro Pascual, Eduardo Irles, José Estruch y un largo número de jóvenes republicanos llamados en el futuro a desempeñar un papel activo en la política local y nacional. Carlos Espía estuvo presente desde la confección del primer número, pero no pudo integrarse plenamente en la redacción por problemas económicos y personales, aunque aprovechaba cualquier hueco para acudir a las tertulias que allí se celebraban. En poco tiempo la sede de El Luchador se convertiría en el principal centro de actividad republicana de la ciudad y el periódico en el primer defensor, junto a Diario de Alicante, de las ideas del nuevo republicanismo español, la significación de sus colaboradores habituales así lo atestiguan: Antonio Zozaya, R. Castrovido, L. de Zulueta, Luis Bello, Isaac Abeytúa, Pedro de Répide, Germinal Ros, Marcelino Domingo, Eduardo Ortega y Gasset, Diez Cañedo, Aurelio Natali, Francisco Madrid, Julián Zugazagoitia, Rafael Altamira... 1.2.2.2. Las influencias externas: Noel, Dicenta y Ortega Mientras se producía su definitiva entrada en el diario, Espía frecuentaba en compañía de sus amigos los ateneos y círculos republicanos alicantinos, sobre todo el de Benalúa, que había sido fundado en 1911, la Escuela Modelo, las tertulias espiritistas, literarias y librepensadoras; mantuvo relaciones muy intensas con la «Sociedad de Estudios Psicológicos La Caridad», «hogar y escuela de espiritistas y librepensadores», cuyo presidente era Miguel Pujante. La citada asociación, decisiva en la formación de la generación de Espía, apareció en 1890 y años después, en diciembre de 1912, organizaría un concurrido mitin en favor de la libertad de conciencia en la Casa del Pueblo, interviniendo García Mallol, Lorenzo Carbonell, Pascual Ors, A. Arenas y Verdes Montenegro. Espía estuvo presente y proclamó en un artículo de
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A. Duarte, La esperanza republicana..., pág. 181.
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El Luchador la necesidad de que las ideas allí expresadas fuesen conocidas por todos y sirviesen «para educar a todos los hombres, libres de la esclavitud religiosa»56. En 1913 se había fundado en Madrid la Liga de Educación Política Española, su programa había sido difundido por la prensa de todo el país y estaba firmado por José Ortega y Gasset, que lo había redactado, Manuel Azaña, Gabriel Gancedo, M. García Morente, Bernaldo de Quirós y Agustín Viñuales, sumándose después Luis de Zulueta, Salvador de Madariaga, Pablo de Azcárate, Luis Bello, Américo Castro y Luis Araquistain57. Para Ortega resultaba evidente «la incapacidad de los viejos partidos, de las instituciones antiguas, de las ideas tópicas para prolongar su propia existencia aparente»58. Aunque España se encontraba en un estado de postración lamentable debido a la incompetencia de sus clases rectoras59, el manifiesto es una declaración de fe en las posibilidades del pueblo español una vez liberado de ese dominio. Había dos Españas que convivían y eran completamente extrañas: «una España oficial que se obstina en prolongar los gestos de una edad fenecida, y otra España aspirante, germinal, una España vital, tal vez no muy fuerte pero vital, sincera, honrada, la cual estorbada por la otra, no acierta de lleno a entrar en la historia»60. Los firmantes del manifiesto creían llegado el momento de que esa nueva España saliese a la palestra y tomase las riendas de la cosa pública para, inmediatamente, poner manos a la obra ingente de vigorizar la nación, de reinventar España sobre las premisas del nuevo liberalismo. Es indudable que el manifiesto de la Liga para la Educación Política, como luego sucedería con el de la Liga Antigermanófila o los artículos de España o El Sol, sería leído y comentado por el grupo de Espía, que, como aquéllos, pretendía formar parte de la España nueva y reclamaba su lugar en la vida pública, tal vez respondiendo a la llamada de Ortega a «los compatriotas que viven en provincias alimentando deseos y propósitos análogos a los nuestros»61. Ese mismo año, 1913, Espía entró definitivamente en la redacción de El Luchador de la mano de Alonso Mallol y Selles, iniciándose al mismo tiempo en la senda de sus dos vocaciones: el periodismo y la política. El influjo de Salvador Selles es otra vez fundamental: «Me lanzaron las luchas del ideal al mundo activo del periodismo y Salvador Selles, todo bondad, me brindó su mano de protección como a un buen camarada de lucha y un día me dijo: he leído su artículo de hoy. Ese estilo me lo ha quitado usted a mí. Entonces me sentí armado caballero de las letras...»62 Contaba dieciocho años y el trabajo en la redacción de El Luchador no hizo sino incrementar sus contactos con el doctor Rico y Salvador Selles; paseaba con el primero por las calles de la ciudad poniendo oído bien atento a sus consejos: «Ahora acuden
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C. Espía Rizo, El Luchador, 21 de octubre de 1924. M. Tuñón de Lara, Medio siglo de cultura española, 1885-1936, Madrid, 1977, págs. 145 y sigs. 58 J. Ortega y Gasset, Vieja y nueva política, Madrid, Cátedra, 1984, pág. 169. 59 A. Calero Amor, «La crisis ideológica de la Restauración, 1917-23». Conjunto de Memorias de Licenciatura leídas en la UAM en 1985; M. Suárez Cortina, El reformismo en España. Republicanos y reformistas bajo la Monarquía de Alfonso XIII, Madrid, 1986. 60 J. Ortega y Gasset, Vieja y nueva..., pág. 197. 61 Ibíd. 62 C. Espía Rizo, El Luchador, 23 de junio de 1930. 57
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a mi memoria, atropelladamente, sus consejos, sus sabias conferencias nocturnas mientras paseábamos junto al mar... Él aclaraba mis ideas, ponía orden y seguridad en mis entusiasmos, en mis cóleras. Guiaba nuestro afán de crítica, abría horizontes nuevos, iba universalizándonos el espíritu, —piensa siempre por tu cuenta— me decía»63; acudía al Orfeón a oír las disertaciones del segundo: «...allá en las noches del Orfeón escuchabas devotamente mis lucubraciones hacia el infinito»64. Durante el mes de abril de 1913, las juventudes radicales y reformistas comenzaron una serie de conversaciones encaminadas a la unificación de ambas agrupaciones. Se nombró un Comité negociador presidido por César Oarrichena, del que sería secretario Lorenzo Carbonell. El día 4 de mayo celebraron un mitin en el que se pidió la unión de todos los republicanos. Espía había intervenido en estas conversaciones a título personal recabando las opiniones de los republicanos más prestigiosos. El doctor Rico le dijo que era partidario de la unión siempre que ésta se hiciese alrededor de un programa único, sin particularismo ni protagonismo de nadie y esa fue la postura defendida por el joven periodista en las reuniones a que asistió. Las charlas con estos dos republicanos alicantinos, las lecturas de los clásicos franceses del xix, de los regeneracionistas, de los escritores del 98, de Ortega y la prensa liberal del momento terminaron por configurar una personalidad llena de ideales, de proyectos, de ilusiones, en un joven impetuoso, vitalista, con unos deseos y una capacidad enorme para aprender. De entre los escritores del 98, hubo uno que por esta época llamó fuertemente la atención de Espía. Se trataba de Joaquín Dicenta, periodista, poeta, dramaturgo y novelista, muy preocupado por la situación en que vivían las clases trabajadoras. Republicano y muy próximo a las ideas socialistas, su mayor éxito fue el estreno en 1895 de su drama Juan José, quizá una de las obras más representadas en la historia del teatro español contemporáneo. El triunfo de la obra fue clamoroso en toda España y trascendió el mundo estrictamente teatral para convertirse en un fenómeno sociológico que irradió a las clases más populares, muchos obreros no sabían leer ni escribir pero sí quién era Juan José; según Francisco Moreno, en Elche se representaba invariablemente todos los primeros de mayo como uno de los actos principales de la Fiesta del Trabajo65. A partir de su estreno, Dicenta se convirtió en un auténtico mito popular, Espía se contagió emocionadamente de ese sentimiento de admiración hacia el escritor de Calatayud: «Es el hombre más admirado del 98, será el guía de la juventud de 1909... Yo guardo como una reliquia una carta de Dicenta, es el escapulario de mi fe»66. Dicenta sentía un gran amor por Alicante, ciudad en la que pasaba largas temporadas y donde fue enterrado en 1917. Entre tanto el periódico, atravesando dificultades de todo tipo, fue consolidándose como el primer órgano de los republicanos lucentinos, convirtiéndose en el más importante instrumento de lucha de estos jóvenes metidos a periodistas. Ellos lo utili-
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C. Espía Rizo, El Luchador, 19 de abril de 1927. Salvador Selles, El Luchador, 23 de junio de 1930. F. Moreno Sáez, El movimiento obrero en Elche, 1890-1931, Alicante, 1987, pág. 146. C. Espía Rizo, El Luchador, 10 de abril de 1931.
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zaban como tribuna desde la que defender sus ideales y a su vez el periódico los utilizaba a ellos contribuyendo a acrecentar esos mismos ideales en una relación simbiótica. El Luchador se había transformado en una auténtica escuela de formación republicana: «Es El Luchador el que nos ha formado, nos ha hecho a nosotros. Salíamos de una adolescencia mítica, iluminada por las hogueras de 1909 y enlutada por el dolor de Marruecos. El Luchador puso una nota de juvenil protesta, de fe, de ímpetu revolucionario. Lo hizo con una falta de medios asombrosa... no había otra riqueza que la del entusiasmo de sus redactores, ni otro tesoro que el de los ideales que movían nuestras plumas... A. Rico y S. Selles, de ellos tomó el periódico la austeridad en la conducta, la inflexibilidad en la acción, la pureza en el propósito. Fue El Luchador desde sus comienzos un periódico honrado, incorruptible, esto es, un verdadero diario republicano...»67 Rico y Selles habían tomado la redacción del diario como su cuartel general, desde allí intentarían modelar el espíritu del nuevo republicanismo alicantino. Uno de los primeros trabajos estrictamente periodísticos que hubo de acometer Espía como redactor de El Luchador fue cubrir la conferencia que Pablo Iglesias dio en el Teatro de Verano, hecho recordado por sus compañeros por la facilidad con que reprodujo lo dicho por el líder socialista sin apenas haber tornado una nota: «Anteriormente, entre los actos dados por Pablo Iglesias en Alicante, recordamos uno, puramente socialista, verificado en el Teatro de Verano, en el que nuestro entrañable compañero Carlos Espía, que había oído el discurso desde las gradas del Teatro sin apenas tomar notas, publicó al día siguiente en las columnas de El Luchador el discurso de Pablo Iglesias con tanta fidelidad que fue reproducido por otras colegas de fuera»68. Espía escribía sin cesar bajo el seudónimo de Valentín Carrasco, pero su actividad no se limitaba al periodismo, seguía acudiendo a reuniones, círculos y conferencias de todo tipo. Su inquietud, sus ganas de luchar, de hacer posible su ideal le llevaban a un ritmo de vida frenético que intentaba abarcarlo todo, en este sentido su actitud encuadraría en lo que para el matemático Rey Pastor era el espíritu de la generación del catorce: «... En oposición a la España introvertida que deseaba Unamuno, poblada de hombres acurrucados al sol... consagrados a meditar sobre el enigma de la muerte, surgió una generación vigorosa y optimista, extrovertida hacia la alegría de la vida, que se propuso reanimar la historia de España por nuevos rumbos y hacia una nueva meta»69; o con lo expresado por Eugenio Noel al definir el contraste existente entre la Generación del 98 y la siguiente: «Los del 98 son todos hombres que cierran una época. Hombres broches. ¿Qué horizontes nuevos abren? Contribuyen a la anquilosis de la raza. Intelectuales sin dinamismo. Sentimentales. Seremos los novecentistas los que extirparemos el cáncer que está royendo la vitalidad de la raza»70. En efecto, al igual que en los hombres del 14, generación a la que Espía pertenece —y no sólo por edad—, la forma de mirar los problemas de España
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C. Espía Rizo, El Luchador, 15 de enero de 1937. El Luchador, 10 de diciembre de 1915. J. Marichal, El secreto de..., pág. 124. E. Noel, Diario íntimo, Madrid, Taurus, 1962, tomo I, pág. 141.
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había cambiado, las críticas seguían siendo las mismas: el caciquismo, el nepotismo, la corrupción, la falta de libertad, la ineficacia, la pobreza, la educación, la religión, pero estos hombres tienen una mayor fe en las posibilidades del país para cambiar la historia, para labrarse un futuro más en consonancia con los demás países europeos, y sobre todo tienen unas enormes ganas, una tremenda ilusión por hacer que esos cambios se produzcan cuanto antes. Nada más contradictorio con la resignación que su voluntad gozosa de terminar de una vez con las lacras que tenían al país en la más absoluta decadencia y en la indolencia colectiva. En este afán por participar en todo cuanto pudiera servir para conseguir sus fines, Espía entró a formar parte del Centro Antiflamenquista Cultural de Alicante, con cuyo presidente y secretario, José Irles y Dorado Martín, mantenía una estrecha amistad desde la infancia. Esta asociación tenía como objetivo principal la lucha contra el casticismo imperante en la cultura española mediante campañas de propaganda, comunicados en la prensa o disertaciones de personalidades próximas a su programa, su lema era el siguiente: «¡Muera la España de pandereta!¡Viva la cultura!, ¡Abajo las corridas de toros! ¡Viva la España consciente!» Un lema llamativo y radical, que en su fondo coincidía con los mensajes difundidos por la Liga para la Educación Política, la Revista España o la Escuela Nueva de Núñez Arenas. El Círculo Antiflamenquista editaba desde el 30 de junio de 1916 una revista llamada Aparte, en la que colaboraban F. Montero Pérez, Dorado Martín, Calle Iturrino, Lorenzo Esquerdo, Castelló Payos, Pascual Ors, el doctor Rico y el mismo Carlos Espía. En su primer número decía, entre otras cosas, que la España oficial de la Restauración no dejaba surgir a la España vital, y ello pese a los esfuerzos de personalidades como Ortega, Azaña o Bernaldo de Quirós, la Liga de Educación Política, la revista España o las conferencias de Noel. Parece evidente el conocimiento y la conexión que estos jóvenes tenían con quienes en Madrid estaban enarbolando la bandera del nuevo liberalismo español, en este sentido es llamativa la publicidad gratuita que Aparte hacía del segundo proyecto de J. Ortega y Gasset: la revista España. Desde el primer número España se va a anunciar en las páginas de Aparte, pero no con un anuncio aséptico, sino que hacía un seguimiento e invitaba a su lectura a todos los antiflamenquistas alicantinos. En un artículo escrito en México, se puede apreciar sin ningún género de dudas la influencia que esta revista y la Liga para la Educación tuvieron en Espía, obsérvese la coincidencia de juicios entre lo que en él se dice y lo escrito por Ortega en «Vieja y Nueva Política»: La monarquía restaurada vivió durante los cincuenta años de su vida semiconstitucional suministrando al pueblo el opio canovista. Tan fuerte fue el narcótico que el paciente soportó la amputación del 98. Anestesia de caciques, frailes, capitanes generales, caballeros de la Adoración Nocturna, guardia civil, funcionarios serviles y universidades sin alma. Cloroformo de analfabetismo, pretorianismo y clericalismo, Ley de Jurisdicciones, latifundios, España consagrada al Corazón de Jesús, jornales de hambre en el campo, alcaldes de real orden... Debajo de esa España oficial o, mejor, a su lado, al margen de ella, empezó a vivir la España real: la Institución Libre de Enseñanza, la Extensión Universitaria de Oviedo, la llamada generación del 98, la Junta de Pensiones, el Ateneo, el periodismo liberal y europeo, la iniciativa industrial, el regionalismo, las Casas del Pueblo... Con el período de mayor decadencia política coincide una época de vibración de la personalidad española
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en las artes, en las letras, la ciencia, el trabajo. Se crea —se recrea, se vuelve a crear— una cultura, que ha de ser base de una política. Todavía no hay España pero hay españoles. Aún no existe ciencia organizada, pero ya ha llegado a la cumbre Ramón y Cajal. De las Academias, de las epidemias debe librarnos el Señor, pero nos salva la pluma de Gabriel Miró, de Unamuno, de Valle-Inclán. El libro español no perfora las fronteras, pero Blasco Ibañez es universal. La política es gris, pero en la tribuna y en la prensa brillan la palabra y la pluma de Castrovido, Domingo, Albornoz y Prieto. España se hace ella sola con vigor único, con poder terrible. En ningún papel oficial hay una línea que señale ese renacimiento español. ...Puede ser presidente del Consejo cualquier Allendesalazar, pero los jóvenes profesores abren a la ciencia moderna las puertas de la Universidad. El Sr. Gobernador, el Teniente Coronel de la Guardia Civil preside las procesiones en las capitales de provincia, pero el hijo del cacique es discípulo de Besteiro, de Cossío o de Giral. La España real desborda su timidez, tropieza en su gimnasia vital con el corset de la vieja España, adquiere mayor cuerpo, mayor densidad, más energía que la otra España. Ha pasado ya el efecto del narcótico canovista...71 El indudable apóstol del antiflamenquismo fue Eugenio Noel. Durante muchos años escribió en Nueva España una gran cantidad de artículos contra el flamenquismo, los toros y los aspectos más negativos y alienantes de las costumbres españolas. Luchador infatigable, recorrió la mayoría de los pueblos de España predicando sus teorías sobre el «hombre nuevo», lo que le costó, persecuciones, multas, encarcelamientos, incluso alguna agresión física. Para dar más vigor a sus campañas funda en 1917 la «Orden de los Predicadores Laicos». Eugenio Noel, al igual que Dicenta, pasaba largas temporadas en Alicante, ciudad en la que acudía a una tertulia en el balneario Diana con sus amigos Irles Negro y Dorado Martín72. También solía frecuentar el café Comercio y la redacción de El Luchador. Fue en una de esas visitas cuando lo conoció Carlos Espía, tras hablar con él un largo rato, Noel les dijo que les iba a desvelar los secretos de su mejor compañera, su maleta. José Dorado Martín evocaba aquel encuentro días después: Estamos en el café Comercio, ocupamos una mesa frente al mostrador. Noel mientras lee El Luchador va comiendo... Sus ojos escrutadores y de mirada penetrante van leyendo el artículo que en dicho periódico publica Pascual Ors... En la calle nos dice Noel: voy a enseñaros una cosa que os asombraría por el trabajo enorme que representa. Es una cosa íntima que no acostumbro a enseñar a nadie... Subimos a su habitación... Sobre una cama había un verdadero revoltijo de libros, libretas y notas, —Esto me hace mucho papel pues cuando me meten en la cárcel los aprovecho para trabajar—. Nos reímos. Carlos Espía, el joven estudioso y culto periodista miraba con avidez aquellos papeles..., llevaba ordenado todo lo que se había publicado sobre él y sus campañas antiflamenquistas, cartas desde Bombita a Unamuno73.
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C. Espía Rizo, «Nuevo descubrimiento de España», en Revista Democracia, Santo Domingo, 1942. F. Moreno Sáez, «El Círculo Antiflamenquista», en Canelobre, núm. 5, Alicante. 73 J. Dorado Martín, «La maleta de Noel», en Aparte, 14 de enero de 1917. Reproducción de un artículo publicado anteriormente el 14 de mayo de 1915. 72
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Sin embargo, a pesar de su vinculación con los antiflamenquistas —sirva esto a modo de anécdota—, el 17 de mayo de 1914 Espía había intervenido, eso sí de muletilla, en un festival taurino a beneficio de la Asociación de la Prensa. 1.2.2.3.
Objetivo: la monarquía. Contra Melquíades Alvarez y Francos Rodríguez
En 1914, el grupo de amigos de Espía, patrocinados por el doctor Rico y Marcelino Domingo, constituyó la Juventud Republicana como sección juvenil del Partido Republicano Autónomo, utilizando El Luchador como órgano de expresión74. El grupo de Espía se había decantado claramente dentro del republicanismo alicantino por la línea defendida por el doctor Rico, protagonizando una cierta ruptura con el republicanismo decimonónico y con otras facciones republicanas locales, lo que no era óbice para que existiese una amplia coincidencia programática entre todas ellas. Básicamente, el Partido Republicano comenzaba a dividirse en dos tendencias bien claras: por una parte los seguidores de Lerroux, entre los que se encontraban César Oarrichena, Emilio Costa y Guardiola Ortiz, por otra, quienes se oponían al líder radical y aspiraban a un republicanismo más vital, sincero y moderno, entre los que estaban el Dr. Rico y los amigos de Espía. La influencia del republicanismo representado por Blasco Ibáñez, y en mucha menor medida por Alejandro Lerroux, seguía viva pero se empezaba a vislumbrar el peso de las nuevas generaciones: Domingo, Azaña, Albornoz, Zulueta... y en general de todo el grupo del catorce, que conocían por sus artículos periodísticos, sus iniciativas políticas o por el contacto directo. Tal era el caso de Marcelino Domingo, quien había visitado varias veces Alicante y mantenía una viva relación con los miembros de la redacción de El Luchador, periódico en el que publicaba asiduamente. El programa de la Juventud Republicana venía a ser idéntico al del Partido Republicano Autónomo: enseñanza laica, nueva articulación del Estado, primacía de la economía productiva, democratización de la vida política, mejoramiento de las condiciones de vida de las clases trabajadoras y europeización de España. El modelo a imitar no estaba muy lejos, la Francia de Combes, Clemenceau y Briand, que entre 1902, primer Gabinete Combes, y 1909, final del Gobierno Clemenceau, había logrado poner en práctica una parte sustancial del programa republicano. En España, sin embargo, los objetivos inmediatos no podían ir tan lejos. Había dos cuestiones que centralizaban, aunque sin exclusividad, las energías republicanas. Uno era la guerra de Marruecos, otro el caciquismo, al que consideraban columna vertebral del régimen. La primera intervención pública de Espía tuvo lugar el 7 de abril de 1914 en la Casa del Pueblo de Alicante, dentro de una campaña nacional promovida por los partidos antimonárquicos, contra la intervención española en Marruecos y el sistema de levas para el servicio militar. Lo hizo en representación de El Luchador. También hablaron Manuel Esquembre por la Sociedad Obrera de Almacenistas, Castelló Fayos por la Juventud Socialista, Ramón de Vargas, de la Sociedad Obrera de Zapateros,
74 C. Espía Rizo, El Luchador, 10 de abril de 1931.
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Verdes Montenegro, García Mallol, Lorenzo Carbonell y Segundo García, quien propuso que las madres hicieran huelga de vientres para no dar más carne al cañón. Espía recordó las constantes campañas de su periódico contra la guerra de Marruecos y el informe del Consejo de Estado, que hacía referencia a la obligación de todos de cumplir con el servicio militar; comentó los cinco años de protesta legal contra la guerra sin resultado alguno, puesto que la guerra continuaba «por lo cual hay que pensar en hacer uso de procedimientos más eficaces», añadiendo que «prospere o no el informe del Consejo de Estado, los ricos no irán a la guerra, pues siempre encuentran una salida legal, siendo los pobres los únicos que dan su sangre...»75 Además de la oposición doctrinal a la guerra por parte del republicanismo español, había, al menos, otras tres razones fundamentales: por una parte consideraban que el colonialismo español había terminado en 1898 dejando al país exhausto e imposibilitado para nuevas aventuras de este tipo; por otra, pensaban que la ocupación de Marruecos no respondía a la defensa de los intereses nacionales sino a la de otras potencias europeas que habían utilizado a España en la Conferencia de Algeciras, a los del propio régimen que veía en África un balón de oxígeno para su subsistencia y a los de la oligarquía económica del país atraída por las riquezas minerales del Rif; la tercera, pero no la última en importancia, enlazaba directamente con el caciquismo. El servicio militar, en teoría obligatorio para todos los jóvenes por una disposición de Canalejas, no lo era en realidad, a él podían sustraerse las personas que tuviesen una renta suficiente para pagar la cuota estipulada o aquellos que estuviesen bien relacionados con la amplia red caciquil extendida por todo el territorio nacional. Personalmente Espía creía que el conflicto de Marruecos iba a tener gravísimas consecuencias de carácter interno: «Lo primero es lo primero, y ante todo los Kabileños. Hay que europeizar Marruecos aunque africanicemos España»76. España no estaba en condiciones de afrontar aventuras fuera de sus fronteras, debía preocuparse por su desarrollo, por su progreso. El presumible fracaso en Marruecos supondría la vuelta a hábitos autoritarios e impediría una evolución favorable de los problemas nacionales. A partir de 1915 inicia en la prensa y por los pueblos de la provincia una dura campaña contra el caciquismo. El 13 de septiembre intervino en un mitin en Jijona organizado por el Partido Republicano Autónomo, en esta ocasión acompañado por Llorens, Lledó, Carratalá y Esquerdo. En un principio el acto se había programado para la semana anterior con una conferencia a impartir por José Llorens, pero fue prohibida por orden gubernativa. Espía describió en un artículo la impresión que le causó la calle de Loreto de la mencionada localidad, donde había un convento, un hospital, una prisión y un cuartel de la Guardia Civil: «...parece que cada uno de sus edificios sea una amenaza, un refugio de poder caciquil... es la calle de la amargura»77. En su alocución hizo hincapié en la necesidad de ocupar puestos en los ayuntamientos para acabar, de ese modo, con el caciquismo, igualmente se refirió a la suspensión de la conferencia de Llorens, recomendando a los asistentes que «ante tales atro-
75 76 77
Mitin de Carlos Espía en la Casa del Pueblo de Alicante celebrado el 7 de abril de 1914. C. Espía Rizo, El Luchador, abril de 1916. C. Espía Rizo, El Luchador, 13 de septiembre de 1915.
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pellos se haga cumplir la ley de reuniones públicas, persiguiendo judicialmente a la autoridad que la infrinja»78. El mitin de Jijona se celebró gracias a la presión ejercida por las organizaciones obreras y republicanas de la ciudad. La prohibición de la conferencia de Llorens había movilizado a los trabajadores con tal intensidad que las autoridades vieron más aconsejable dar marcha atrás y permitir el acto unos cuantos días después, de modo que lo que iba a ser una sencilla conferencia con un solo orador se convirtió en un mitin multitudinario en el que Llorens fue solidariamente arropado por otros oradores republicanos. La respuesta del pueblo de Jijona impresionó a Espía, quien reclamaba la participación de los obreros y elementos liberales de Alicante para que presionasen a fin de defender sus derechos, única forma de mantenerlos vivos y de hacerse respetar; creía que lo ocurrido en Jijona era un ejemplo a seguir por todas las ciudades de la provincia, ejemplo del que Alicante estaba todavía muy distante: «En Alicante se consiente que Francos Rodríguez sea nuestro diputado, que Cañáis, el cagatintas conservador, sea nuestro diputado, que el majadero de García Duran sea nuestro diputado, tan sólo por haber sido lacayo o groom de un ministro...»79 El lenguaje periodístico de Espía seguía cargado de impetuosidad, de excesos verbales conscientes, por otra parte muy comentes en la prensa coetánea. Expresaba sus opiniones de forma directa, franca, valiente y provocadora, rozando los límites de lo permitido, sobrepasándolos en algunos casos, ello a pesar de los consejos del doctor Rico que le animaban a administrar sus fuerzas y a no caer en la provocación. Los años, que no frenarían su fogosidad, si impregnarían su estilo de ironía y mayor distanciamiento, pero ahora utilizaba la pluma como un látigo para espolear a sus conciudadanos, como una bomba que al explotar en las páginas de los diarios dejase su impacto en la mente de los posibles lectores. Durante el período 1913-1916, la tarea periodística de Espía se centró en tres objetivos primordiales: el Ayuntamiento de Alicante, Francos Rodríguez, ex ministro, ex director de Las Dominicales del Libre Pensamiento y jefe del Partido Liberal, y Melquíades Álvarez, quien por entonces defendía y difundía la teoría de la «insustancialidad de las formas de gobierno», motivo de polémica entre los intelectuales y políticos del momento. Respecto al primero de los temas, tiempo atrás había iniciado una campaña de seguimiento crítico de la política municipal acusando a los ediles de chanchullos y corrupciones diversas. El 20 de noviembre de 1915 publicó un artículo titulado «Despierta pueblo. El desastre municipal», en el que acusaba a los regidores municipales de falsear el presupuesto y moverse constantemente en la ilegalidad; el artículo no debió gustar mucho a las autoridades locales puesto que unos días después, el 3 de noviembre, fue encarcelado junto al también periodista Antonio Moscat, redactor de Alicante Obrero, acusado de delito de imprenta80. Por orden gubernamental se le impuso prisión preventiva bajo fianza de diez mil pesetas, cantidad que resultaba a todas luces imposible de pagar. Pero la sanción tuvo efectos contrarios a los pretendidos. Del hecho se hicieron eco casi todos los diarios locales, se iniciaron campañas en favor de su libertad y el joven periodista logró ser conocido dentro y 78 79 80
Ibíd.
C. Espía Rizo, El Luchador, 19 de septiembre de 1915. El Luchador, 3 de noviembre de 1915.
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fuera de la ciudad. Se hizo cargo de la defensa el abogado y amigo de su familia José Guardiola Ortiz, quien consiguió que el asunto llegase hasta el Congreso de los Diputados gracias a una intervención de Barriobero en la que pidió cautela en la aplicación de la prisión preventiva, porque se estaba usando de manera caciquil, también solicitó la inmediata puesta en libertad de los dos periodistas encarcelados, cosa que se hizo el mismo 17 de noviembre. Guardiola Ortiz era un hombre polémico, republicano de siempre, no dudó en aceptar en los primeros años del siglo xx el cargo de Delegado Regio de Enseñanza, lo que le granjeó la enemistad de sus compañeros de partido. Estudió brillantemente la carrera de leyes. Después de trabajar unos años con el abogado criminalista Milego Inglada, puso despacho propio alcanzando un prestigio considerable en los medios judiciales alicantinos. Su opinión era muy tenida en cuenta por los jueces a la hora de emitir un veredicto. Sin embargo, su actuación como concejal republicano en el Ayuntamiento de Alicante fue cuanto menos confusa, en numerosas ocasiones fue acusado de buscar en el desempeño de su cargo su propio beneficio: «Se dice republicano avanzado y seguidor de Lerroux, pero ha utilizado la política para el medro personal, a pesar de los ideales y doctrinas que aparentemente sustenta desempeñó el cargo de abogado de la explotadora y aborrecida compañía arrendataria de consumos de esta capital, al desaparecer esta quedó como arrendador de la cobranza de las contribuciones directas e indirectas de la mayor parte de los impuestos municipales, especialmente las cédulas personales...»81 Por estos motivos y por su proximidad a Alejandro Lerroux tuvo frecuentes enfrentamientos con Antonio Rico, hasta tal extremo que éste optó por abandonar su cargo de concejal por incompatibilidad con la conducta de Guardiola; en este sentido El Periódico Para Todos publicaba una nota de varios concejales republicanos lamentándose de la actuación de Guardiola que parecía siempre estar más próxima a los postulados defendidos por los monárquicos que a los de su propio grupo. A pesar de todo esto y de las diferencias crecientes que iba a tener con buena parte de los republicanos alicantinos, profesionalmente siempre estuvo dispuesto a defender a sus compañeros ante los tribunales, empleando en ello todo su empeño. El paso por la cárcel incrementó entre sus correligionarios y amigos el prestigio de Espía, que no tardó mucho en volver a la carga contra los represéntales del régimen. Hacía meses que había protagonizado un altercado con motivo de una conferencia de Melquíades Álvarez sobre la insustancialidad de las formas de gobierno. Antiguo republicano, Melquíades se había sumado a esta teoría defendida por vez primera por la Iglesia Católica en tiempos de León XIII, aduciendo que no era fundamental el tipo de régimen que imperase en un país sino las características del mismo. Melquíades había fundado en abril de 1912 el Partido Reformista en un intento por renovar la vida política española. Desde el primer momento el proyecto resultó atractivo para un buen número de jóvenes intelectuales españoles: Ortega, Azaña, Álvarez Buylla se afiliaron a él, incluso llegaron a formar parte de su Consejo Nacional; en general todos los firmantes del manifiesto de la Liga de Educación Política vieron en
81 M. Rico García, Ensayo biográfico...
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el Partido Reformista un intento serio de regeneración política: «Vemos en este partido —decía Ortega— la única salida que hoy se abre a quienes pretenden hacer usos nuevos dentro del régimen político»82. Sin embargo esta relación idílica iba a durar poco tiempo; no tardaría en llegar la ruptura a causa de las componendas de Melquíades Álvarez con el ala romanonista del Partido Liberal, algo que para Ortega era poco menos que una traición: «No hagáis caso de quien os diga que el político tiene que ser un hombre que vea la vida como el Conde de Romanones»83. En enero de 1913 viajó a Alicante para dar un mitin en el Teatro de Verano. En su alocución dio muestras de lo que iba a ser su línea programática: «si nosotros los reformistas —dijo— conseguimos sustituir la monarquía tradicional y patrimonial por una monarquía altamente progresiva y europea, seréis unos insensatos si me combatís o si discutís todavía las formas de gobierno». El ambiente estaba muy caldeado y las palabras del orador crearon un gran desconcierto en una parte del público que esperaba oír otra cosa. Melquíades continuó afirmando que «la revolución no se haría nunca en España a causa de la impotencia republicana», en ese momento Carlos Espía le interrumpió gritándole: «mientras haya traidores como tú»84; se organizó un soberano tumulto y entre recriminaciones y aplausos Espía fue detenido y encarcelado. M. Álvarez retiró la denuncia y Espía quedó libre a las pocas horas. El líder reformista había mostrado en años anteriores un radicalismo verbal que le había llevado a proclamar la revolución como única salida para librar a España del régimen que la oprimía, sin embargo ahora hacía gala de un oportunismo político que le llevaba a las cercanías de los partidos del turno, aspirando a sustituir a uno de ellos. A los pocos días del incidente Espía explicaba en El Luchador las razones de su actitud: ...yo creo que valgo más que D. Melquíades. Él ha traicionado; yo no.... y decirle traidor a D. Melquíades es hacerle un favor inmerecido. Aún nos atruena su palabra elocuente en aquella época, muy reciente todavía para echarla en olvido, en que era continuo apologista de la revolución, prometiéndola para un plazo fijo, hablando del «espectro revolucionario» como salvación única. Es una época en la que decía cosas tan grandes como esta: «Yo me comprometo a cuantos sacrificios sean necesarios, hasta que la voluntad soberana del pueblo prevalezca y se instaure la República, y ofrezco retirarme de la vida pública antes de ser apóstata. Colaborar con la monarquía si no fuera candidez sería vileza.» El Sr. Álvarez acusó de traidor a D.. José Canalejas, y D. José Canalejas tenía un programa más democrático que el reformista... Pero muerto Canalejas, pensó que él podía sustituirle en el gobierno de la nación...85
La opinión de Ortega no distaba mucho de la de Espía, veía a Melquíades como a un aspirante a obtener la confianza del Rey de la mano del conde de Romanones, de ahí que sus ataques contra esa entente fuesen muy frecuentes en esta época. Azaña en una anotación en su diario de 20 de marzo de 1915 da cuenta del pensamiento de Ortega: «Ortega sostenía que la mayor aproximación a Romanones nos desprestigia 82 J 83 84 85
Manchal, El secreto de..., pág. 218. Ibíd., pág. 219. El Luchador, 20 de enero de 1913. C. Espía Rizo, El Luchador, 20 de enero de 1913.
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en la opinión pública y nos anula como fuerza política»86. Espía estimaba que M. Álvarez era un traidor porque había abandonado los ideales de toda su vida, pasando a prestar un apoyo valiosísimo al régimen que siempre había combatido en un momento crítico para su supervivencia, se había traicionado a sí mismo y a los que habían creído en él, lo que justificaba que se hubiese convertido en blanco predilecto de sus artículos: «Vaya en buena hora d. Melquíades con los obispos, con las juntas de damas, con los jaimistas, con los reaccionarios de capa larga y de capa corta, con todos esos que forman la «Defensa Nacional»: Solamente lamentamos que ese títere de la política, que ese malabarista de las ideas nos haya estado engañando algún tiempo con sus hipocresías»87. Como fiel seguidor del doctor Rico, Espía se había desmarcado del lerrouxismo cuando éste lo hizo tras el mitin de don Alejandro en Alicante en 1911, pasando a formar parte en la Concentración Republicana Autónoma que aquel lideraba. En ningún caso llegó a militar en el Partido Reformista, pero aquella iniciativa tan bien arropada por los intelectuales del entorno de Ortega, ejercía cierta atracción sobre él y sus compañeros, de ahí que las palabras y la actitud de Melquíades Álvarez le sorprendiera negativamente. La cuestión de las formas de gobierno no era un tema baladí para los republicanos españoles, ya que la monarquía encarnaba intereses muy concretos y una forma de hacer política y concebir el país determinada, que la identificaba totalmente con aquello que se oponía al desarrollo y normal desenvolvimiento de la nación. Además, después de 1909, habían perdido cualquier esperanza de regeneración desde dentro. Por si fuera poco, en la teoría de Melquíades Álvarez veían un intento más de división del republicanismo y consideraban imposible la parte más significativa de ella: la progresiva democratización del régimen, ya que «existe una complicada trabazón burocrática, clerical, caciquil y militarista que no puede desaparecer sino por violencias revolucionarias, y contra la cual se estrellaría la más firme voluntad transformadora... El pretender transformarlo todo por un evolucionismo político es candorosamente inocente. La democracia es incompatible con la monarquía y la forma de gobierno es sustancial»88. A la altura de 1914 Espía consideraba, como antaño lo había hecho M. Álvarez, que la única vía para acabar con la monarquía y por tanto la única que podría traer un auténtico régimen de libertad a España era la revolución, no había otro camino puesto que la monarquía española se preocupaba eminentemente de su propia subsistencia, dejando a un lado los problemas del país y cualquier posibilidad de reforma en profundidad como las que se habían llevado a cabo al otro lado de los Pirineos. Doctrinalmente opinaba que la república era un modelo mucho más racional que la monarquía, cuyo principio fundamental basado en el dominio de un sólo hombre sobre todos los demás en virtud de su naturaleza, le resultaba por lo menos anacrónico: «Es asombroso que aún haya hombres que crean que el hijo de un rey vale más que el más sabio de los ciudadanos, hombres que estén conformes con que otro les reine, hombres que aún necesiten, como las muías de reata, un carretero
86 87 88
J. Manchal, El secreto..., pág. 219. C. Espía Rizo, El Luchador, 3 de noviembre de 1915. C. Espía Rizo, El Luchador, 13 de diciembre de 1915.
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y un látigo»89. Sin embargo, estas afirmaciones que proceden de lo más hondo de sus convicciones, podrían circunscribirse al ámbito nacional, puesto que en artículos posteriores y crónicas electorales evidencia su admiración por el sistema parlamentario inglés y por sus líderes Lloyd George y R. Mac Donald. Es decir, el republicanismo de Espía era tan profundo que aun en el hipotético caso de que en España existiera una monarquía con absoluto respeto hacia la soberanía popular y el Parlamento, seguiría siendo partidario de la república, pero el tipo de régimen seguro que ocuparía un segundo lugar entre sus preocupaciones políticas. La sustancialidad de las formas de gobierno venía dada por las peculiaridades de la monarquía española a la que de un modo rotundo consideraba incompatible con el régimen democrático. De ahí partía su principal reproche a M. Álvarez, que habiendo sido de la misma opinión ahora coqueteaba con la monarquía sin que hubiese modificado lo más mínimo su actitud. Todo lo contrario, cada vez eran más evidentes sus signos autoritarios. Dada la formación teórica e ideológica de Espía es seguro que en cualquier país del mundo hubiese sido un republicano convencido, pero también es cierto que sus actitudes hubiesen sido otras de haber vivido en un país con una monarquía parlamentaria como la inglesa, aunque su modelo político intelectual estuviese mucho más cercano al de la República francesa. El 17 de febrero de 1916, bajo el seudónimo de Valentín Carrasco, publicó su primer libro titulado De la lucha, impreso en la tipografía Guttemberg de Lorenzo Carbonell. Se trataba de una recopilación de artículos publicados en El Luchador, de entre los que destacan los dedicados a Adolfo Buylla, a «El Calamaro», a Maura o el titulado «Caldos, Joselito y el rey», en el que hace un análisis irónico de la realidad de la España de su tiempo. En su primera página contiene una ofrenda que reza como sigue: «... A todos los que sufren persecuciones de la justicia por defender la libertad y la República»90. El libro, de corta tirada, fue presentado en los locales del Partido Republicano Autónomo, en un acto al que asistieron las personalidades más notables del republicanismo alicantino. Durante todo este período su pluma se prodigó en ataques hacia Francos Rodríguez, cabeza visible y diputado cunero de uno de los partidos del turno en la provincia. Le acusa de fraude electoral, de manipular el presupuesto del Ayuntamiento junto a Alfonso de Rojas, de lucrarse con los asuntos públicos, de uso arbitrario y personal del poder. El 29 de abril de 1915 publicó un artículo titulado «Alegrémonos de haber nacido», celebrando a su modo la visita que el líder liberal hizo a Alicante. Un día después le dedicó otro, «El ferrocarril Alicante-Alcoy», acusándole de haber obtenido enormes beneficios con los proyectos de ferrocarril a Denia y Alcoy. En esta ocasión fue denunciado y procesado. En otro de abril de 1916, refiriéndose a las elecciones recientemente celebradas, escribía: ¡Emocionante D. José, altamente interesante, profundamente emocionante!. Estos hombres, que acosados por el hambre y la miseria emigran, el día nueve estaban en sus respectivos pueblos; atravesaron mares, recorrieron cientos, hasta miles de 89 90
C. Espía Rizo, El Luchador, 4 de diciembre de 1915. V. Carrasco (Carlos Espía), De la lucha, Alicante, 1916.
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kilómetros en ferrocarril, automóvil, carro y burro para proporcionar a usted una victoria kolosal. Hasta Dios, agradecido a las beatísimas palabras que fueron broche de oro para cerrar el magistral discurso que pronunció usted recientemente en un semanario, adelantó la resurrección de la carne y también los muertos emitieron sus sufragios, sin conceder uno siquiera, como es natural y lógico, al endemoniado republicano. Emociónese D. José, que también con llanto se exteriorizan las alegrías cuando son tan grandes que brotan del corazón a torrentes, y no bastando con la boca para salir, buscan los ojos, las narices, los oídos, todos los puntos del organismo donde haya un agujero...»91
Francos Rodríguez había sido durante años director de uno de los periódicos más progresistas de la época, Las dominicales del Libre Pensamiento, en él colaboraron republicanos históricos y los hombres de ideas más avanzados, entre ellos Salvador Selles. Paulatinamente fue decantándose hacia los partidos del régimen, acercándose a los postulados defendidos por José Canalejas, para después, tras la muerte de éste, integrarse plenamente en los hábitos y costumbres que regían el comportamiento de los partidos dinásticos, de tal manera que en las elecciones del nueve de abril de 1916, en las que Francos Rodríguez encabezaba el cartel por Alicante, habían participado cuarenta mil electores de un total censado de cuarenta y tres mil votantes, lo que supone un índice de participación muy elevado para la época e invita a pensar en la posible manipulación de los resultados finales.
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C. Espía Rizo, El Luchador, 11 de abril de 1916.
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Carlos Espía, sentado en el centro, en su casa del barrio alicantino de Benalúa junto a su hermano Manolo, su cuñado Maximino Navarro y unos amigos, 10 de septiembre de 1911
Carné de estudiante de la Escuela de Comercio (1912)
Carlos Espía en el despacho de su casa de París (1927)
Homenaje a Carlos Espía en el café Napolitain de París, 1930. Entre otros, asistieron al acto Indalecio Prieto, Marcelino Domingo, Ramón Franco, Gonzalo Queipo de Llano, Hidalgo de Cisneros, Julián Gorkin, Eduardo Ortega y Gasset y el doctor Luna
Carlos Espía en Barcelona junto a Braulio Solsona, Julio Just, Francisco Madrid y otros (1930)
Toma de posesión de Carlos Espía como Gobernador Civil de Barcelona en presencia del Gobernador saliente Lluis Companys (1931)
Carlos Espía, gobernador civil de Barcelona, el día de la fiesta de la bandera junto a Francesc Maciá, Ayguadé y Amadeo Hurtado (1931)
Gobierno Civil de Barcelona (1931)
Mitin de Azaña, en Lesesarre
Carlos Espía, subsecretario de la Presidencia, junto a Manuel Azaña (1936)
Ministro de Propaganda. Valencia (1937), homenaje a Víctor Basch. Carlos Espía, al fondo
Carlos Espía, ministro de Propaganda. Homenaje a los intelectuales antifascistas. Valencia (1937)
Carlos Espía, subsecretario de Estado, junto a Juan Negrín y E. Herriot en la Sociedad de Naciones. Ginebra (1937)
Homenaje a Carlos Espía en México (1951)
Carlos Espía. México (1948)
Viaje por Italia. Venecia (1956)
Conferencia en la Sorbona sobre Miguel de Unamuno. París (1963)
CAPÍTULO II Destierro en Valencia (1916-1923) 2.1. VALENCIA, EL BLASQUISMO Y BLASCO IBÁÑEZ La política valenciana estaba dominada por el blasquismo desde finales del siglo xix, cuando Blasco Ibáñez, a través de su periódico El Pueblo, emprendió sus campañas contra los símbolos más representativos del régimen de la Restauración, campañas que le llevaron al exilio y a la cárcel en más de una ocasión, pero que calaron hondamente entre los valencianos, sobre todo en la pequeña burguesía de artesanos, profesionales liberales, comerciantes, y en un amplio sector de la clase obrera, hecho este que retardó la implantación de las organizaciones obreras de clase en la ciudad. Su primera aventura de corte político fue la fundación, en compañía de Senent, de la editorial La Propaganda Política, en la que se imprimieron obras de los grandes republicanos y liberales europeos. Los primeros libros publicados fueron las obras de Voltaire traducidas por el propio Blasco. Unos años más tarde, en 1893, también junto a Senent, sacó a la calle el diario El Pueblo dedicado a la propaganda política republicana y librepensadora. Con los años se convertiría en el periódico de referencia del republicanismo valenciano. A partir de 1895 iniciará una serie de campañas en su diario en favor de la autonomía para las colonias ultramarinas, movilizaciones que derivarían en manifestaciones y choques con las fuerzas de seguridad de tal intensidad que dieron con los huesos del escritor en la cárcel. El prestigio social de Blasco subía correlativamente a la conflictividad que generaban en las calles sus arengas políticas. El Blasco Ibáñez de estos años combatía con todas sus fuerzas a la monarquía borbónica y rechazaba el método electoral por estimarlo corrupto e ineficaz para cambiar el régimen, cosa que solamente se podría conseguir mediante acción directa del pueblo1. Sin embargo, creía que el pueblo no lu-
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Alfons Cuco, Sobre la ideología blasquista, Valencia, Eliseu Climent, 1979, pág. 11.
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cha sino por aquellas cosas que considera suyas y en ese momento estaba apartado de las disputas políticas. Se hacía preciso iniciar una serie de campañas de propaganda y movilización encaminadas a educarlo y hacerle ver que la república era el único régimen que haría posible la defensa de sus intereses en libertad, mientras que la prolongación en el tiempo de la Monarquía no haría sino perjudicarle. La ideología del blasquismo en el cambio de siglo queda muy bien expuesta en su Catecismo del buen republicano federal, publicado en Valencia en 1892 y en el que dice: «Como demócrata aspiro a conseguir la libertad, la igualdad y la fraternidad, como republicano federal, defiendo la autonomía, el pacto y la federación y como hombre que vive en un país regido monárquicamente, sólo confió en un medio que remedie los males de mi patria: la revolución.» Después este radicalismo inicial irá simplificándose y asimilándose a los principios generales de la Revolución Francesa y al progreso moral de la sociedad «basado en las luces del laicismo y la ciencia»2. En este sentido, es importante destacar que el anticlericalismo de Blasco tenía mucho que ver con el de Espía. Para Blasco el clericalismo era una barrera que detenía el progreso moral, social y económico de España, además la Iglesia había sido siempre aliado incondicional de la Monarquía, y por tanto, combatir a la Iglesia era lo mismo que hacerlo contra el rey, el caciquismo, la explotación y el privilegio. Sus campañas anticlericales se revestían siempre con una escenografía espectacular que tenía por objeto llamar la atención de los ciudadanos. Así ocurrió cuando convocó al pueblo de Valencia para que acudiese al puerto a recibir a los misioneros y arrojarlos al mar o cuando irrumpió en una procesión del Corpus con un elefante alquilado en un circo. Como dice Alfons Cucó «con Blasco Ibáñez se inaugura una nueva etapa de la vida política valenciana, y, evidentemente, del vigoroso republicanismo valenciano» Durante el primer tercio del siglo, el blasquismo consiguió aglutinar a los republicanos valencianos con un programa reformista y una tensión movilizadora constante, utilizando un discurso populista e interclasista. El blasquismo fue «l'expressió política de l'oposició de las classes populars valencianes a l'estat sorgit de la Restaurado»4, una combinación de reformismo social programático y retórica populista. Era un movimiento que podía abarcar desde grupos de la burguesía media hasta anarcosindicalistas. Propugnaba la defensa de la propiedad privada, especialmente de la pequeña propiedad, defendía un orden basado en la educación y en el mejoramiento de las condiciones de vida de las clases populares, el anticlericalismo y el antimonarquismo, la importancia de los ayuntamientos en la vida de los ciudadanos, recelaba de las organizaciones obreras de clase al tiempo que optaba por la cultura como elemento clave en la liberación de los trabajadores. A este fin dedicaron diversos programas pedagógicos, varias escuelas laicas, la Universidad Popular y gran parte de las páginas del diario El Pueblo. Entre 1901 y 1933 dominaron la política valenciana, ganaron las elecciones municipales y las generales, haciendo añicos el turno pacífico en el poder en el Ayuntamiento de la capital. Valencia sería durante todo este período el principal bastión republicano del país. 2 3 4
Ibíd., pág. 25. Ibíd., pág. 10. Ibíd.
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Tras su disputa con Rodrigo Soriano, Blasco fue retirándose progresivamente de la política activa; en 1908 abandonaría la ciudad, y en cierto modo la política, para dedicarse exclusivamente a la literatura. Le sucedió Félix de Azzati Descalci, quien dirigía El Pueblo desde 1905; Azzati modificó el nombre del partido pasando a denominarse «Partido de Unión Republicana Autónoma», en un principio próximo a los postulados defendidos por Lerroux, pero más tarde, coincidiendo con la llegada de Espía a Valencia, más cercano a los planteamientos ideológicos de Marcelino Domingo. Sin embargo, a pesar de su distanciamiento, Blasco seguía en contacto con el partido, el diario y su ciudad. En 1916 volvió a Valencia con el fin primordial de preparar a los redactores del periódico para la campaña que en favor de los aliados tenía pensado emprender: durante meses publicaría un folletín, luego recogido en un libro, en el que daría a conocer los desastres de la Guerra Mundial. Pero de hecho Blasco Ibáñez había dejado a Azzati al frente de todas sus actividades políticas. Azzati dominaba el partido, controlaba el Ayuntamiento, la representación parlamentaria, en definitiva, era quien determinaba la línea a seguir. Vicente Blasco Ibáñez fue un personaje muy polémico para sus contemporáneos. Coetáneo de los hombres de la Generación del 98, fue en gran medida menospreciado por casi todos ellos, su éxito comercial internacional, su vida azarosa, lujuriosa y aventurera, y sobre todo, su talante de hombre de acción, marcaron distancias infranqueables entre ellos. Todos sentían a España como problema, coincidían básicamente en el diagnóstico y también en muchos de los remedios, pero el individualismo y el inmovilismo de algunos componentes de la citada generación, contrastaba sobremanera con el temperamento brusco, impetuoso y vehemente de Blasco. Como decía Gerald Brenan «era un hombre de fuerza física y vitalidad muy grandes que hizo muchas otras cosas en su vida además de escribir libros»5. También el autor británico da una explicación literaria a esa incompatibilidad de que hemos hablado: «Blasco Ibáñez es un escritor que ha sido juzgado con demasiada frecuencia por sus peores novelas... Pero creo que hasta sus mejores libros tienen algo que les hace antipáticos para la mentalidad castellana. Hay cierto abismo de incomprensión entre los escritores del litoral mediterráneo y los de la meseta y, con su estilo pintoresco, su carencia de comentario irónico y su sentimiento pagano por la naturaleza, Blasco Ibáñez es un puro levantino...»6 Por citar tan sólo dos ejemplos se podría comentar sucintamente los casos de Unamuno y Pío Baroja. Unamuno nunca había tenido una relación cordial con Blasco pese a lo cual colaboraba asiduamente en El Pueblo, un día dejó de escribir porque Soriano había publicado un artículo burlón intentando imitar el estilo del catedrático de Salamanca y le había puesto la firma de Blasco, Unamuno cayó en la trampa y creyó que de verdad era Blasco el autor, después cuando se descubrió la treta reconoció lo injusto de su actitud pero como había cierta predisposición a la enemistad las relaciones quedaron bastante tirantes. Luego, las luchas políticas contra la dictadura de Primo de Rivera los uniría en París.
5 6
G. Brenan, Historia de la literatura española, Barcelona, Crítica, 1984, pág. 419. Ibíd., pág. 422.
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Pío Baroja, por su parte, acusa a Blasco en sus memorias de haber plagiado su trilogía La lucha por la vida en su novela La horda, además le critica duramente por ser un escritor mediocre, un farsante y un ególatra7. Carlos Espía era consciente de esta situación y sobre ella escribirá en muchas ocasiones defendiendo la valía humana y literaria del escritor valenciano: Quienes atribuyen al novelista valenciano descuidos de estilo y no ceden en su posición crítica ni ante la luminosidad de algunas de sus páginas, olvidan, sin duda, el fenómeno que forma el estilo literario de Blasco Ibáñez, en una encrucijada lingüística, en el punto de roce del aragonés y el valenciano. El mar y la montaña no se juntan para crear una obra delicada y preciosa, sino para formar un estruendo de vida, una maravilla de fuerza. Blasco Ibáñez es un estilo en lucha, en ignición, y su prosa vibra con movimiento elemental, natural y vigoroso...8
La opinión de una parte de la intelectualidad española de su tiempo sobre la obra y la personalidad de Blasco, influyó a su vez sobre el juicio que muchos formaron a posteriorí sobre el movimiento político que él inició, al que a lo largo de los años se ha tachado de demagógico, populista, oportunista, incluso de crear una forma nueva de caciquismo en la ciudad de Valencia, tal vez extrapolando a todo el movimiento lo que sucedió después de 1930. Sin embargo, Espía tenía una opinión completamente distinta: el blasquismo auténtico, el de Vicente Blasco Ibáñez, fue un movimiento ciudadano para que Valencia se incorporara a la corriente universal de las ideas, de las inquietudes y de los problemas de su tiempo... El secreto de la acción estaba en despertar en el País Valenciano la curiosidad por el mundo intelectual y moral de su época, en dar al pueblo un ideal que superase el desaliento español que marca el final del siglo xix. En esta obra de agitador del pensamiento valenciano es donde se nos aparece Blasco Ibáñez con toda su grandeza política. Así vimos cómo aquella Valencia participaba directamente en aquel formidable drama de la conciencia humana que fue el proceso Dreyfus, y Blasco Ibáñez pudo entregar a Zola un álbum de adhesión al implacable acusador, con más firmas de las que hubiera podido reunir cualquier ciudad de Francia9.
Para Espía el blasquismo era un todo, una forma de ver el mundo en la que se iban incardinando unas cosas con otras, no se trataba, en modo alguno, de un movimiento dirigido desde la improvisación; en él se conjugaban ordenadamente educación y moral con acción y rebeldía. Blasco difundió los libros y las ideas de los grandes escritores y pensadores de su tiempo, enseñó al pueblo a amar y apasionarse por las grandes manifestaciones del arte y la cultura con campañas como la dedicada a la difusión de la música de Wagner, con la Universidad Popular o las escuelas laicas, con la publicación de libros de cualquier país, y al mismo tiempo retaba a Nozaleda a duelo, la emprendía contra el caciquismo y los políticos de la Restauración, arengaba contra el clericalismo o creaba la Casa del Pescador, «todo se enlaza y sostiene —continúa Espía— en el sistema: desde el gesto romántico, la divulgación científica o el culto artístico al naturalismo, hasta el esfuerzo poético por elevar el nivel de bienestar mate7 8 9
Pío Baroja, Desde la última vuelta del camino, Barcelona, Planeta, 1974. C. Espía Rizo, «Sobre B. Ibáñez y el blasquismo», en Mediterrani, 1 de febrero de 1944, México. Ibíd.
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rial del pueblo y las prédicas para crear una conciencia civil y laica en las masas populares...»10 Aunque el concepto de Espía sobre Blasco y su obra en general no tenía ninguna grieta ideológica, si se percataba de lo que antes hemos señalado, de ahí que pidiese con insistencia que se llevase a cabo una revisión del blasquismo de modo que éste quedase despojado de adjetivos que no le correspondían y saliese a la luz pública la verdadera esencia liberadora y progresista que contenía: «... Puede ocurrir si no se procede a una revisión del blasquismo —que algunos menos informados lo tomen sencillamente por un brote de lerrouxismo municipal, si sólo conocen su postrera fase espúrea... El blasquismo era —y revisado, puesto al día, volverá a ser— una doctrina de acción, de vida, de libertad, de cultura. Doctrina de proporciones universales ajustada a la escala de nuestro País valenciano»11. Como reacción al blasquismo y consecuencia de la descomposición de los partidos del turno, surgió en Valencia una nueva derecha que tenía sus raíces en el fracasado carlismo valenciano. Siguiendo las encíclicas de León XIII, que hablaban del respeto al poder constituido, de la necesidad de adaptarse a los tiempos optando por el liberalismo menos malo y planteaban la necesidad de una acción que contrarrestase la creciente pujanza de las organizaciones obreras y republicanas, un sector de la burguesía urbana y agraria valenciana se unirá a la Iglesia en la idea de dar forma a un nuevo proyecto político. La Iglesia se había recuperado suficientemente de los procesos desamortizadores del siglo xix y tenía bajo su tutela a un tercio de los estudiantes de primaria y un ochenta por ciento de los de secundaria, lo que constituía casi un monopolio en este nivel de la enseñanza; ahora se trataba de coadyuvar a una parte de la burguesía a conseguir lo que unos y otros entendían por estabilidad social. Sabiendo la importancia del sector agrario en Valencia, quisieron implantarse en las zonas rurales mediante sindicatos, círculos católicos, sociedades benéficas y cajas de ahorro que ofrecían préstamos a interés moderado a sus socios. Este movimiento se inicia en la ciudad, irradia hacia las poblaciones de la huerta donde arraiga momentáneamente y una vez fortalecido en ese medio retorna de nuevo a la ciudad. Sin embargo, en un principio, a pesar de su éxito en algunas comarcas del interior, la formación de un partido católico de derecha fracasará una vez y otra hasta su cristalización en la Derecha Regional Valenciana de Luis Lucia en 1930. 2.2.
ESPLA EN VALENCIA. FORMACIÓN E IDEAL
2.2.1.
EL PRESTIGIO DEL DESTIERRO: UN IMPULSO VITAL
La ciudad vivía en pleno delirio exportador y en ella se daban parecidos conflictos y contradicciones que en su Alicante natal, aunque con mayor intensidad. La opinión pública, informada por periódicos como El Mercantil Valenciano, El Pueblo, Diario de Valencia, Las Provincias o La Correspondencia Valenciana, se dividía en-
10 11
Ibíd. Ibíd.
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tre aliadófilos y germanófilos, aunque también estaban quienes defendían la neutralidad, pero se les terminó por identificar con estos últimos. En conjunto, se podría afirmar que la ciudad de Valencia era mayoritariamente aliadófila, ello por dos motivos principales: el primero y más importante venía dado por el tremendo daño que el bloqueo alemán estaba ocasionando a la economía valenciana, cuestión que ocupaba diariamente las páginas de los distintos periódicos, fuese cual fuese su ideología; el segundo estaba en relación con el predominio político del republicanismo en la ciudad y con las campañas que en favor de los aliados venía realizando Blasco Ibáñez. Los beneficios industriales y los precios subían, los salarios bastante menos, los sindicatos cada día más fuertes y más combativos. Clericalismo y anticlericalismo, pero éstos detentaban el poder municipal, al contrario de lo que sucedía en el resto de España. Librecambistas naranjeros contra proteccionistas industriales, unos y otros luchando por su hegemonía política. Así era esquemáticamente la ciudad que acogió a Espía en 1916, de la que pasados los años dejaría su visión personal en un bello artículo publicado en México en la revista Mediterrani, artículo en el que, como en muchos de los suyos, la mezcla de ironía, nostalgia, costumbrismo y ciertos rasgos poéticos intentan aproximarnos amablemente a un lugar privilegiado de sus recuerdos: En los jardines de San Francisco —antes de que el marqués de Sotelo los arrasase— entre los puestos de flores al aire libre, tenía su tertulia demoledora Montañaña, el de Les Pintes. Era la Valencia de la peñilla progresista de D. Fidel Gúrrea y de los pasodobles pacificadores, con lápida conmemorativa y todo, del general Tovar y la Rocholeta. El maestro Serrano estaba siempre a punto de escribir la música de «La venta de los gatos»... Aquella Valencia tomaba tono azul-gris en la paleta melancólica de Enrique Cuciat y azul-blanco en la riente de Claros... Las «diurnas» cantaban todo el día en la cocina el «Soldado de Ñapóles» y debutaban los ballets rusos, cuyo director, insigne borrachín, se despidió de Valencia con lágrimas en los ojos, exclamando enternecido: ¡Gran persona Balanza!... El cardenal Benlloch parecía un picador, pero, en cambio, Blanquet parecía un capellán de la huerta. Alfredo Just quería ser torero y Manolo Granero violinista. Los concursos de bandas de música en la plaza de toros, eran una anticipación de la moderna «blitzkrieg», con sus comandos pueblerinos acometiéndose a clarinetazos. Todavía era la Valencia del «Capellá de les Roques» y del «Agüelo del Colomet», de la «Petrolera» y de la baronesa de Alcahalí; deis «cocotets» y del «eixut» de Turís... Maximiliano Thous y Enrique Bohorques publicaban— humorismo de etiqueta— «El Guante blanco»—, y Vicente Fe Castell, después de ser el mejor sainetero valenciano de su generación, era ya el hombre más bueno de Valencia. Félix Azzati, pluma de buen periodista en ristre, veía vencido a sus pies, como San Jorge al dragón, al «fardacho» sorianista. Pepe Luis Estellés daba conferencias en Bellas Artes sobre el arte oriental... y Julio Just pronunciaba arengas revolucionarias en los caseríos de la huerta... «El Gallo» brindaba un toro y le entregaba la oreja a Eugenio Noel y éste le daba la oreja a comer a un gato en la fonda...12
Carlos Espía había salido de Alicante apresuradamente, pues así lo exigía la sentencia de destierro, la noche del ocho de agosto, después de una cena de despedida 12
C. Espía Rizo, Mediterrani, 2 de abril de 1944, México.
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que le ofrecieron sus amigos más íntimos. Desde el mismo instante de su partida, su reputación de luchador, de hombre fiel y leal a sus ideas, de periodista sincero y decidido no hizo sino aumentar entre los republicanos alicantinos. Hasta tal punto fue esto así que en adelante Diario de Alicante y El Luchador harán un seguimiento escrupuloso de cuantos avalares, por pequeños que fueran, sufriera su vida, pero no sólo publicando artículos y crónicas, sino dando a conocer todo lo relacionado con su persona, viajes, amistades, conferencias, actos, cualquier tipo de actividad en la que, de una manera u otra, interviniese o estuviese presente, y siempre en primera página. Ninguna personalidad alicantina de la época era mencionada tantas veces por la prensa republicana, ni Gabriel Miró, ni Rafael Altamira, ni Rodolfo Llopis, ni Alvaro Pascual, por citar sólo a unos cuantos de los más conocidos, eran objeto de un seguimiento tan riguroso. Sus correligionarios veían en él a alguien dispuesto a pasar a la acción, un republicano nuevo capaz de abandonar las tertulias y las discusiones bizantinas para pasar a la acción en pos del ideal. El tiempo de las revoluciones sobre el velador de un café había quedado atrás, ahora se necesitaba gente presta a luchar en la calle, en la prensa, en la tribuna, en cualquier frente en el que se pudiera hacer algo para transformar la realidad española, y ese era el perfil de Espía reflejado en la prensa alicantina. De modo que con el paso de los años terminaría por convertirse en la principal personalidad del republicanismo alicantino, objeto de múltiples homenajes y alabanzas. Mientras, su foto se coloca en los círculos republicanos alicantinos al lado de celebridades históricas como Salmerón, Pi y Margall o a nivel local el doctor Rico. Tal vez sin el destierro su vida se hubiera visto constreñida a Alicante, al periodismo y la política local, habría seguido frecuentando los mismos lugares, las mismas amistades y su carrera personal no hubiese trascendido de las fronteras provinciales; quizá nunca se hubiese atrevido a dejar a su madre, con la que tenía una relación muy intensa y que dependía económicamente de él. Sin embargo, algo bullía en su interior que le impelía a ampliar su campo de conocimiento y de acción, traspasando fronteras cada vez más lejanas. Su espíritu, impregnado de universalidad por sus maestros Selles y Rico, no podía agotarse en la vida local, en la prensa local, en la política local, su ambición última no se conformaba con mejorar las cosas en su Alicante natal, lo cual le habría entusiasmado, porque para él no estribaba el problema en que el Ayuntamiento de Alicante funcionase mal o estuviese en manos de tal o cual cacique, sino que era un problema de política general que afectaba a todo el país, por tanto había que establecer un orden de prioridades, y en ese orden lo primero era lo más universal, lo que afectaba a toda la nación y estaba en el origen de sus principales carencias: el régimen. Y a éste se le podía combatir de muchas maneras, una podía ser atacando al Alcalde de Alicante, otra al Rey. Espía siempre elegirá esta última. En este sentido el destierro, que le obligó a abandonar a su madre, y más aún, Valencia, en el contexto antes descrito, iba a depararle los elementos precisos para desarrollar cuanto latía en su corazón, en su mente. Pudo trabajar en una ciudad donde el caciquismo estaba reducido a la mínima expresión gracias al predominio del blasquismo; pudo escribir con entera libertad, inmiscuirse de lleno en el periodismo de acción, en la política; introducirse, por medio de sus escritos, en las grandes polémicas nacionales, conocer a personas que, posteriormente, le ayudarían material y espiritual-
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mente: Marco Miranda, Roberto Castrovido, Blasco Ibáñez, Marcelino Domingo, Félix Azzati, Ricardo Samper, Braulio Solsona o Julio Just; en fin, tuvo la oportunidad de aprender, de ampliar conocimientos, de templar sus ansias, de luchar por la República en uno de los ambientes más propicios del país. 2.2.2. EN EL PUEBLO, CON MIRANDA, AZZATI, CASTROVIDO Y BLASCO IBÁÑEZ En Valencia nunca estuvo sólo, allí se encontraba Alvaro Pascual estudiando derecho, que haría de cicerone durante los primeros días, se instaló con él y por su mediación fue conociendo lugares y gentes. Por otra parte, desde la redacción de El Luchador se habían puesto en contacto con los republicanos valencianos a fin de que le prestasen toda la ayuda que pudiesen, tarea a la que se entregaron con todo entusiasmo pues los incidentes protagonizados por Espía habían traspasado ya las fronteras provinciales13. El Luchador, además, se mostraba convencido de que Espía sabría sobreponerse al destierro y aprovecharía plenamente las oportunidades que Valencia le brindaba, mucho más amplias de lo que hubiera podido esperar de su ciudad natal14. Cinco días después de su salida de Alicante, el 14 de agosto, reanudó su colaboración con El Luchador con una sección fija titulada Desde Valencia, en la que mezclaba temas habituales con referencias a su nueva situación y a los acontecimientos valencianos, pero decantándose paulatinamente hacia aquellas cuestiones que centraban la atención de la opinión pública nacional como la Guerra Mundial, el bloqueo, las autonomías, el centralismo, el caciquismo, las subsistencias, el régimen... Sin embargo, a pesar de las promesas recibidas, no entró a formar parte de la redacción de El Pueblo hasta pasado algún tiempo, escribía como colaborador habitual. Durante las primeras semanas de destierro sus ingresos se limitaban a la exigua cantidad que recibía como redactor del periódico alicantino. Pronto, gracias a los buenos oficios de Enrique López y sus magníficas relaciones con los republicanos valencianos, fue contratado para trabajar en las oficinas de la empresa municipal Aguas Potables de Valencia, además sus conocimientos de francés y contabilidad le permitieron dar clases en una academia nocturna. Desde el primer momento Espía quiso rehacer su vida de un modo parecido a la que llevaba en Alicante, hombre de energía y simpatía natural, pronto encontró amigos con sus mismas inquietudes, el doctor Benavente, los hermanos Estellés, Marco Miranda, García Verdú, los hermanos Just, los alicantinos Rigoberto Soler y Paco Balaguer, quienes en Valencia habían comenzado a ver reconocida su potencial valía, como pintor el primero y como pianista el segundo, cosa que lamentaba Espía en un artículo en el que también exponía como le gustaría que fuese su Alicante ideal a la luz del impacto favorable que le había causado Valencia: Hagamos de Alicante una ciudad bella y moderna como Valencia... terminemos con ese Alicante necio de misa de doce, de tertulia cosinera con comadres con barba, de política hedionda, de laboreadas y salesianadas, de homenajes a tartufos que ha13 14
El Luchador, 8 de agosto de 1916. Ibíd.
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blan de nuestras glorias mientras devoran una tortilla... de fiestas invernales a base de tiro de pichón... Hagamos un nuevo Alicante libre y estudioso, con bibliotecas y círculos de bellas artes, con museos, con trabajo, con vida. Donde no sea posible que un hombre como el Dr, Rico, repita con emoción al abandonar el único centro artístico de Alicante: Después de catorce años de labor, reconozco mi fracaso y el desprecio que Alicante ha tenido por esta obra de educación15.
En su deseo, híbrido de regionalismo y blasquismo, subyace el ideal republicano que consideraba el trabajo, la educación y la libertad como verdaderos motores del progreso y la emancipación de los pueblos. Otra vez aparece el repudio a la cultura oficial responsable del analfabetismo del pueblo, de su indolencia, de su resignación; Valencia era otro mundo abierto a sus ojos, la España consciente en la que empezaba a vislumbrarse el futuro republicano, la España vital de Ortega. Era, al fin y al cabo, una de las pocas ciudades de España donde se celebraban elecciones libres, sin la manipulación de caciques y partidos del turno. A finales de agosto estaba completamente aclimatado y, entre unas cosas y otras, podía vivir holgadamente. Con una carta de recomendación que le había proporcionado Alvaro Botella se presentó en la redacción de El Pueblo, donde le esperaba su redactor-jefe, Vicente Marco Miranda, quien años después recordaría aquel primer encuentro: «Alto, de rostro algo infantil, bien que en sus ojos se acentuaba esa expresión irónica de los espíritus generosos, que ríen ante la propia adversidad y se solidarizan con las desgracias ajenas: tal se me presentó Carlos Espía en la redacción de El Pueblo... una recomendación de Alvaro Botella y su franca y sugestiva presentación establecieron entre Espía y el que esto escribe un afecto que pronto fue sinceramente fraternal...»16 Éste era otro de los rasgos definitorios del carácter de Espía, tenía una enorme facilidad para caer bien a la gente, a su vigor y fortaleza unía un optimismo y un sentido del humor que no podían pasar desapercibidos a quien le conocía por primera vez. Así le ocurrió a Amadeo Hurtado, a Roberto Castrovido, a Marcelino Domingo, a Indalecio Prieto, a Miguel de Unamuno, a Blasco Ibáñez o a Azaña, todos en un corto espacio de tiempo llegaron a depositar en él la máxima confianza sin que en ningún caso ésta se viera defraudada. La redacción del diario blasquista fue su segundo hogar, acudía a cualquier hora, en cuanto sus otras ocupaciones se lo permitían. Estaba situada en la calle de Juan de Austria y aunque había perdido algo del ímpetu y la algarabía que allí reinaba en tiempos de Blasco, todavía conservaba «aunque en tono menor, aquel ambiente mixto de club revolucionario y de universidad libre, de tertulia bohemia y de logia secreta»17, se respiraba historia y se revivía la epopeya valenciana escrita por Blasco Ibáñez. Aconsejado por el periodista Mario Aguilar creó una sección de ecos que tuvo mucha aceptación. Antes de ir a la redacción, Espía se reunía con Braulio Solsona, los Estellés, los Just, Alvaro Pascual, Enrique y José Malbuyssón, el doctor Benavente, Julio César y 15 16 17
C. Espía Rizo, El Luchador, 23 de junio de 1917. V. Marco Miranda, El Luchador, 14 de diciembre de 1928. C. Espía Rizo, «Periodistas y periódicos», APCE, Escritos, Alicante.
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Mario Blasco Ibáñez en el café de la Democracia, donde tenían una tertulia; «Carlos Espía pronto ocupó un puesto destacado en la peña y un lugar preferente en nuestra estimación», cultivando un fino humorismo que despertaría la admiración general, comentaría años después Braulio Solsona al recordar aquella época18. Una vez más su carácter cautivador, su temperamento fuerte, alegre y contagioso le ayudó a ganarse la amistad y la admiración de todo el grupo: «desde el día de su llegada dedicó las horas que el trabajo le dejaba a visitar la redacción y las tertulias de escritores y artistas, de jóvenes republicanos en las que pronto adquirió singular relieve, saturado de optimismo, lleno de vida interior, su eterna sonrisa y sus ingeniosas charlas llevaban la alegría a todos los círculos que frecuentaba»19. La tertulia tenía unos miembros fijos, pero era normal que por ella pasaran muchas personalidades de la ciudad o que estaban de paso en la misma; un día, invitado por Solsona, acudió al café el escritor de folletines Luis de Val, quien aseguraba que no salía de su casa porque se aburría con todas las personas que conocía. Solsona sugirió a Espía que improvisase un discurso de bienvenida para el neófito, acto seguido Espía, que atravesaba un momento pictórico de mordacidad e ironía, se levantó y le dijo que se extrañaba de que todavía estuviese vivo un representante de un género literario que había desaparecido hacía mucho tiempo, continuó afirmando que no podía hablar de Luis de Val porque naturalmente no había leído nada suyo, pero que lo haría bien pronto con el mismo gusto que un cochero de punto o una portera ya que estos eran sus lectores favoritos20. Esto que pudiera parecer una grosería a simple vista, no lo era en boca de Espía porque lo mismo que ante una situación grave sus palabras adquirían un tono fuerte y desafiante, en situaciones normales como esta lo revestía todo de un sentido del humor no exento de cariño, de tal modo que en este caso Luis de Val se mostró absolutamente de acuerdo con él y desde ese día fue uno más de la tertulia de la Democracia21. En aquellas reuniones vespertinas se polemizaba sobre todo, lo mismo por un soneto que por un libro, por un discurso que por la conducta ocasional de uno de los hombres que admiraban; el grupo era muy homogéneo, hombres de distinta extracción social, de diferente sensibilidad, talento y preparación, coincidían, sin embargo, en lo esencial, amaban la vida, el arte y la libertad, admiraban a los mismos líderes políticos, luchaban con todo su corazón por idéntico ideal. La animación de la tertulia era tan considerable que muchas veces se sumaban a ella o se sentaban a oír lo que decían los empleados del Café o los clientes de otras mesas, normalmente estudiantes, pintores, músicos, escultores, poetas y bohemios en general. El atrevimiento del grupo llegaba al extremo que nada ni nadie quedaba libre de su osadía; una tarde estaban Julio Just, Juan Estellés y Espía reunidos en el café Ideal, otro de los lugares al que concurrían habitualmente, a través de los cristales vieron «las barbas blancas y el chambergo negro de D. Santiago Rusiñol», se acercaron a él y después de insistirle un poco aceptó cenar con ellos:
18 19 20 21
B. Solsona, Evocaciones periodísticas y políticas, Barcelona, 1968, pág. 56. V. Marco Miranda, El Luchador, 14 de diciembre de 1928. B. Solsona, Evocaciones periodísticas..., pág. 56. Ibíd., pág. 56.
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la sobremesa del banquete nocturno se prolongó hasta las nueve de la mañana. Hicimos ante aquel patriarca de la bohemia todo lo que sabíamos hacer —hasta escenas de magia satánica a cargo de Martí El agorero— y debíamos hacer tales disparates y decir tales extravagancias, que el bueno de D. Santiago se declaró vencido en la lid del humor y hubo de hablarnos en serio...: lo que importa —nos decía— es que cada cual se proponga ser el número uno en su oficio o en su arte. Hay que esforzarse en ser el mejor pintor, el mejor músico, el mejor carpintero...22.
El café de la Democracia estaba instalado en la Casa de la Democracia, donde además estaban las escuelas laicas y la sede del PURA, por tanto era lugar obligado para todos los republicanos. Uno de los que acudía cuantas veces pasaba por Valencia era Eugenio Noel en su constante peregrinar librepensador por todo el país: «Nuestros grupo, —escribía Solsona— sentía por él una firme admiración y entablamos con él una relación de amistad que sólo la muerte pudo interrumpir...»23 Espía y sus compañeros habían editado un semanario titulado Renovación, que duró muy poco tiempo debido a problemas económicos insuperables; sin embargo el deseo de poner en la calle un periódico que fuese sólo iniciativa de ellos, en el que pudiesen expresar sus ideales y pensamiento no disminuyó por el fracaso; contaron su nuevo proyecto a Eugenio Noel y éste les dijo que conocía a una persona con una enorme habilidad en temas administrativos y editoriales, y que había sido capaz de sacar adelante empresas mucho más difíciles que la suya. Noel les presentó a un personaje al que llamaban El Churrico y gracias a su intervención pudo publicarse el primer número de Alma Joven. Todo parecía marchar espléndidamente, la publicación se vendía y los comentarios sobre sus contenidos eran positivos. El segundo número iba a ser dedicado monográficamente al bloqueo alemán, Espía escribía un artículo especialmente duro, entregaron los originales al administrador, pero el periódico no salía. Preguntaban a El Churrico y éste contestaba siempre con largas y evasivas, cada día surgía un problema diferente, hasta que un día Espía se dedicó a investigar por su cuenta lo que sucedía y encontró la causa verdadera de las dilaciones: El Churrico era hombre eficaz en su trabajo, pero tenía un pequeño defecto, le gustaba mucho el dinero; había sido llamado por el Cónsul alemán quien le había manifestado sus quejas por el número que iban a publicar, especialmente por el artículo de Espía sobre el espionaje alemán en el Mediterráneo. A la queja, el Cónsul había unido una suculenta oferta económica si no salía más la publicación. Una vez descubierta la trama «Espía usó los argumentos contundentes que tenía por costumbre emplear en estos casos y sólo así logró que se publicase el segundo número del semanario»24. Colaboraban en Alma Joven además de Espía, Amparo Iturbi, Rigoberto Soler, Alvaro Pascual, los hermanos Estellés, Vicente Alfaro, Julio y Alfredo Just, Julio Blasco Ibáñez, Paco Balaguer, Bohorques, Maquesti y Galán. El título de la revista sirvió a Alvaro Pascual para bautizar al grupo con el nombre de Generación del alma joven25; a ellos se añadía de vez
22 23 24 25
Ibíd. B. Solsona, Evocaciones periodísticas..., pág. 59. Ibíd., pág. 60. Pascual Leone, A., «La generación del Alma Joven», en España Nueva, 24 de febrero de 1951.
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en cuando el escultor Julio Antonio, en cuyo taller de la calle Amorós solían tener otro lugar de encuentro. Sin esperar mucho, Espía reanudó sus contactos con las asociaciones librepensadoras y masónicas, y en general con todas aquellas que en Valencia desarrollaban una labor opositora a la monarquía. En Alicante había sido asiduo visitante de la logia Constante Alona, situada en la antigua plaza de Castelar y cuyo Gran Maestre era el republicano José Estruch. La mayoría de los jóvenes republicanos alicantinos de la generación de Espía pertenecían a alguna logia masónica, debido a la pujanza que habían adquirido en los últimos años del anterior siglo. Pero es en Valencia donde Espía entra formalmente dentro de la masonería, afiliándose a la logia Federación Valentina, englobada en la Gran Logia Regional de Levante. Fue introducido por sus fraternales amigos Julio Just Gimeno y Pedro Vargas Gurendiarán con el nombre simbólico de Gorki26. Estrechamente relacionada con la masonería estaba la Liga de los Derechos del Hombre, de la que no existía delegación en Valencia. Espía será uno de sus promotores, siendo elegido vicepresidente de la misma en 1922, mientras que para presidente fue designado su amigo Muñoz Carbonero. Al poco de constituirse la Liga ambos visitaron al Gobernador Civil para darle cuenta de su existencia como asociación, informarle de sus objetivos y denunciar el apaleamiento de un joven en el retén de la calle Juan de Austria27. A través de la Liga de los Derechos del Hombre los republicanos hacían un severo seguimiento y denunciaban los abusos de las fuerzas de seguridad y del gobierno en general, aunque nunca llegó a ser una asociación de gran peso en la ciudad. Por medio de sus trabajos en El Pueblo, Espía estableció una relación muy estrecha con las personalidades republicanas más destacadas. El periódico fue el instrumento propicio para sus ansias de conocimiento, para sus deseos de formarse adecuadamente con el fin de ser más útil a la causa en la que creía con todo su corazón. Tres personas ligadas al diario ejercerán sobre él una influencia decisiva, a la que por otra parte estaba bastante predispuesto: Vicente Marco Miranda, Félix de Azzati y Roberto Castrovido. Marco Miranda, redactor jefe del diario, fue quien le recibió y le encomendó los primeros trabajos periodísticos. Miembro del Partido Republicano y uno de sus más activos militantes, la relación entre ambos llegó a ser de absoluta colaboración hasta la Guerra Civil. Además de compañeros de periódico y partido, eran amigos leales hasta tal punto que cuando Marco Miranda dimitió como redactor-jefe de El Pueblo por discrepancias con Azzati, éste le ofreció a Espía el puesto, a lo que el joven periodista alicantino, pese a las buenas relaciones que tenía también con Azzati, renunció irrevocablemente. Félix de Azzati era hijo de comerciantes italianos garibaldinos, estudió en un colegio de frailes del que pronto fue expulsado, pasando a trabajar en una forja; en sus ratos libres frecuentaba la librería de Sempere que estaba frente a la paragüería de su padre, allí inició su formación intelectual autodidacta y conoció a Blasco Ibáñez,
26
AHNS, Sección Guerra Civil. Masonería, ficha de afiliación masónica de Espía a la Federación Valentina, 141-143. 27 El Pueblo, 24 de diciembre de 1922.
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quien le llevó a El Pueblo como encargado de la sección de caza y pesca; por aquel entonces la redacción del diario era «un club revolucionario, ateneo, convención, aula, logia, tertulia, academia, catacumba, templo, casino», parecía una reunión delirante en la que se hablaba de todo a gritos y al mismo tiempo, de Pi y Margall, de Polavieja, del cardenal Sancha, de la escuela laica, Cánovas, la Guerra de Cuba, el Concordato, la reforma del barrio de Pescadores, la última representación del Principal, de Zola, de Proudhon, Maceo o del pacto sinalagmático28; eran los tiempos en que Blasco escribía La revolución en Valencia. Cuando éste abandonó la ciudad, Azzati se encargó de la dirección del republicanismo valenciano, insuflándole aires nuevos al periódico y al partido, muy dañados por la escisión sorianista. En un primer momento Azzati se inclinó por un centralismo bastante cerrado como oposición a los partidos regionalistas que estaban aflorando, pero pronto cambió de estrategia decantándose por la autonomía, lo que sirvió para vigorizar nuevamente el republicanismo valenciano. Azzati pasaba las primeras horas de la noche en la tertulia que mantenía en el Círculo de Bellas Artes, después marchaba a la redacción donde departía con Vicente Marco Miranda y los redactores más viejos, luego saludaba a los noveles, a la sazón Enrique Malbuyssón, Braulio Solsona, José Luis Estellés, Julio Just y Carlos Espía, a quienes instruía en las artes de la política y el periodismo. Escuchándole hablar toda la noche solían «llegar al alba sin darse cuenta». Cuando Espía anduvo metido a conspirador activo en París siempre encontró a Azzati, aún en sus últimos días allá por enero de 1929, dispuesto a ayudarle aunque fuese arriesgando su propia vida. Azzati logró componer una complicada trama de poder en Valencia que quedaba al margen de los poderes del Estado, de tal manera que cuando Braulio Solsona huyó a Valencia perseguido a causa de algunos de sus artículos barceloneses, éste le recibió en la redacción de El Pueblo junto al Jefe de Policía al que instruyó para que su amigo pudiese andar con entera libertad por la ciudad29. Roberto Castrovido, el ilustre periodista que había dirigido el diario republicano El País, colaboraba habitualmente en El Pueblo, pero además como pasaba muchos meses en Valencia y era amigo de Azzati, visitaba casi todos los días la redacción para participar en las largas veladas que allí tenían lugar y dar su consejo a los jóvenes periodistas. Castrovido sentía un cariño especial por el diario blasquista porque a él fue a parar cuando salió de la cárcel de San Gregorio tras cumplir condena derivada de la aplicación de la Ley de Jurisdicciones30. El viejo periodista era también habitual del café de la Democracia y pronto, entre Espía y él, surgiría una entrañable amistad. Espía siempre lo consideró como uno de sus maestros: «D. Roberto amaba y ayudaba a los jóvenes periodistas. Era un verdadero maestro. ¡Cuantas lecciones he recibido de él en nuestras charlas veraniegas de la playa de Valencia!»31 La playa de las Arenas solía ser uno de los lugares más concurridos de la ciudad en los días de verano y fiesta, a ella acudían muchas veces Castrovido y Espía para hablar largo y
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C.Espía Rizo, «El valenciano F. de Azzati», en Meditermni, abril-junio de 1945. B.Solsona, Evocaciones periodísticas... C.Espía Rizo, «El valenciano Félix de Azzati»... C.Espía Rizo, «Periodistas y periódicos», Buenos Aires, 1940, APCE, Alicante.
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tendido de los problemas del país, la personalidad del alicantino cautivó de inmediato al líder republicano: «¡Conquistador de voluntades! Me admiraba su arraigado blasquismo, parecía uno de la vieja guardia. Sus amores y sus odios son los de un tiempo que él no había vivido y, sin embargo, él los sentía como pocos. Pronto supe de su talento y de su aptitud para el periodismo. Pronto también de sus arrestos, de su lealtad, de su abnegación... Era como la sal de las tertulias de la Casa de la Democracia...»32 El círculo de amistades de Espía se fue completando con otros republicanos valencianos como el doctor Calatayud, el profesor y antiguo secretario de la Joventut Nacionalista Republicana F. Puig Espert, el escritor Adolf Pizcueta, representante de la Renaixenfa valenciana y el periodista de Las Provincias Manuel Sánchez Perales. Sin embargo, no había abandonado sus amistades alicantinas, compartía casa con Alvaro Pascual, se escribía con Alonso Mallol que cursaba Derecho en Madrid, lo mismo con Alvaro Botella, Rafael Selfa, Armando Farga, José Dorado, S. Selles o el doctor Rico, que continuaba aconsejándole templanza mientras acrecía su pasión contra la injusticia: «...todavía no alcanza este muchacho a comprender el terrible y desgarrador pensamiento oscarvildiano: —pesa mucho el dolor universal para que pueda soportarlo un sólo corazón—. El republicano ardoroso sigue luchando. Su mentor alicantino, el Dr. Rico, le recomienda en sus cartas lo de siempre: Carlos, valor, no caigas en el escepticismo»^. Años atrás el doctor Rico le había dicho que tuviese en cuenta la forma de escribir de Dicenta, que no fuese tan directo, tan vehemente, «enséñate a escribir sin entregarte. Todo puede decirse sin caer bajo la ley. Nadie es tan revolucionario como Dicenta»34. La pasión, a veces, podía hacer que la más productiva de las voluntades quedase en nada, de poco servía que alguien fuese el más revolucionario del mundo, el más dispuesto a luchar por la causa republicana si sus hechos, sus palabras o sus escritos le llevaban a la cárcel, de ahí la referencia de Rico a Joaquín Dicenta, autor que había calado profundamente en el alma popular y que gracias a su estilo podía seguir escribiendo en favor de la libertad. En septiembre de 1916 comenzó a publicar asiduamente como colaborador de El Pueblo. Su primer escrito abogaba por la unión de todos los republicanos en torno a una gran federación republicana regional, según los criterios dominantes en ese momento y que, entre otros, sostenían Castrovido y Marcelino Domingo, a quien ya conocía personalmente. Hacía un llamamiento a los republicanos de las tres provincias valencianas para que dejasen de lado sus diferencias y se animasen a constituir una federación que sirviese de ejemplo a los demás; reconocía el fracaso de los grandes partidos republicanos por su centralismo y su división. En su opinión las ciudades republicanas de más tradición deberían iniciar un movimiento de abajo arriba que terminase con la federación de todos los republicanos en un solo partido, que estuviese en condiciones de afrontar los grandes cambios que se avecinaban en Europa35.
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R. Castrovido, El Luchador, 15 de diciembre de 1928. A. Montoro, «Carlos Espía», en El Luchador, 11 de febrero de 1936. El Luchador, 26 de febrero de 1917. C. Espía Rizo, El Pueblo, 19 de septiembre de 1916.
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2.2.3.
EL COMPROMISO POLÍTICO DE UNA GENERACIÓN. ALIADÓFILOS Y GERMANÓFILOS
La intelectualidad española de principios de siglo se vio obligada por los acontecimientos a, de un modo u otro, comprometerse políticamente. Ortega diría que España era el único país donde los intelectuales se tenían que ocupar de la política inmediata. El intelectual tuvo que inmiscuirse en el juego político debido a la ineficacia de los políticos profesionales y la abulia del pueblo36. Las dudas planteadas por los hombres del 98 terminarían por definirse en actitudes por las generaciones siguientes a la búsqueda de soluciones para los problemas de España. Antonio Machado, adelantándose, había redefmido el concepto de patria en 1908: «Sabemos que la patria es algo que se hace constantemente y se conserva sólo por la cultura y el trabajo... No sois patriotas pensando que algún día sabréis morir para defender esos pelados cascotes; lo seréis acudiendo con el árbol o la semilla, con la reja del arado o con el pico del minero, a esos parajes sombríos y desolados donde la patria está por hacer»37. El patriotismo que reivindica Machado es el del trabajo y el esfuerzo, el regeneracionista, tan alejado y opuesto al tradicional de las banderas, los himnos y el heroísmo estéril. Para él, España estaba por hacer. En la misma dirección Ortega y Gasset reclamaba la dirección del país para la nueva España, advirtiendo que «la vida nos obliga, queramos o no, a la acción política»38, es preciso sacar al pueblo de su inercia, de su pasividad originada por la falta de una minoría activa, es necesario que esa minoría opere sobre la masa con entusiasmo y eficacia, «para nosotros —afirmaba Ortega— es lo primero fomentar la organización de una minoría encargada de la educación política de las masas»39. Siguiendo ese criterio fundaría, junto a Urgoiti, el periódico El Sol, cuyo editorial primero rezaba como sigue: Viene a servir a su patria, libre de parentelas y corruptelas, compromisos y ambiciones, procuraremos ser los más modestos, pero los más leales y firmes servidores de la España que produce y trabaja, de la que piensa y siente, de la que tiene hambre de justicia, sed de bienestar, derecho al bienestar ganado con los propios puños, de la España en suma, que en sí misma y por sí misma ha de reconstruirse despojándose de los oropeles de la España oficial y todos los guiñapos de la España de pandereta40.
Años de gran efervescencia política, terminarían por involucrar a una parte sustancial de la intelectualidad del tiempo, catedráticos, periodistas, profesores, profesionales, en opciones opuestas al régimen, incluso en los partidos obreros, como fue el caso de Núñez Arenas, Luis Araquistain, Ramón Garande, Julián Besteiro, Fernando de los Ríos... El 9 de junio de 1915 un extenso grupo de intelectuales publicaron un manifiesto en el que mostraban su apoyo a las naciones aliadas como símbolo de libertad. En aquel manifiesto se pedía el compromiso de España con aquellas 36 37 38 39 40
Citado por Juan Marichal, El secreto de... pág. 175. M.Tuñón de Lara, Medio siglo de cultura... pág. 156. Ibíd., pág. 154. J. Ortega y Gasset, Vieja y nueva..., págs. 179-80. El Sol, 1 de diciembre de 1917.
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naciones que consideraban defensoras de la libertad y la dignidad del hombre, juzgando inconveniente para su futuro la prolongación de su secular aislamiento, además se decía que el peor enemigo del país estaba dentro de él, en los neutralistas que habían propiciado la enemistad con los aliados. La repercusión del manifiesto de la Liga fue enorme y la polémica suscitada entre aliadólifos y germanófilos llegó a convertirse en cuestión nacional que se reflejaba en todos los ámbitos: El Sol, La Esfera, El Heraldo, Diario Universal, Diario de Alicante, y El Luchador eran aliadófilos, El Debate, ABC, El Correo Catalán y La Época germanófilos; en los toros Belmente era aliadófilo, Joselito, germanófilo; en la música La Argentina estaba con las democracias, La Argentinita con el Kaiser41. Madariaga afirmaba que la nación estaba dividida en dos. En conjunto —decía— la opinión liberal, anticlerical y progresista, vagamente llamada de «izquierda», era aliadófila, reaccionaria y clerical la «derecha» era germanófüa. Un estudio más detallado de la situación revelaba razones más complejas y sugería la conclusión de que, estrictamente hablando, no había en España ni germanófilos ni aliadófilos, sino tan sólo actitudes mentales y emotivas para con ciertos problemas nacionales, históricos y filosóficos, que podían representarse de un modo elemental con esas dos etiquetas cómodas y populares... Siguiendo con su pensamiento, la minoría intelectual española que se decantó por Francia e Inglaterra había hecho un esfuerzo enorme para «elevarse por encima de la miopía nacional en opiniones y sentimientos», pues eran conscientes del papel desempeñado por estos dos países en el derrumbamiento del Imperio Español y aun así optaron por ellos porque en el fondo lo que se ventilaba en esa contienda era el «conflicto entre el temperamento liberal y el temperamento imperioso»42. Espía, colaborador de El Pueblo, donde Blasco seguía publicando sus relatos bélicos y proclamando entusiasmado su francofilia, pensaba que España debía haber apoyado inequívocamente a los aliados y que si no lo había hecho era por falta de vitalidad, por la indolencia en la que los políticos del régimen habían incrustado al pueblo español; sus artículos adquieren especial virulencia al tratar este asunto, como queriendo fustigar al lector, impulsarle a reaccionar, a tomar partido, a comprometerse por su futuro decidiendo por sí mismo. En este sentido es significativo lo que escribió a propósito del hundimiento del mercante español Luis Vives: «España es un pueblo envilecido, incapaz de morir por un ideal, insensible a los imperativos mandatos de una conciencia y un corazón sanos... España es un país borracho de sol, de mujeres ardientes y de manzanilla. España no se conmovió por el martirio de Bélgica, ni ante el asesinato de españoles por fuerzas organizadas para la guerra. España es algo peor que un pueblo sin pulso, es un país de vivos...»43 Quedaba algo de la desconfianza de los hombres del 98 en las posibilidades del país, sobre todo cuando pasaban hechos de esta envergadura sin respuesta social alguna. Picavea había dudado del pulso de España para seguir entre las naciones de su entorno, Sarillas se refería a la vagancia como ca41
V. Blasco Ibáñez, Mare Nostrum, Introducción de María José Navarro, Alicante, Instituto Juan Gil-Albert, 1994. 42 S. de Madariaga, España, Madrid, Espasa Calpe, 1978, págs. 248-249. 43 C. Espía Rizo, El Luchador, 26 de septiembre de 1916.
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rácter consustancial del español, Costa pedía con urgencia la revolución desde arriba, Baroja desconfiaba por sistema de las clases dirigentes y de las aptitudes del pueblo para organizarse colectivamente, pero el caso de Espía respondía, más bien, a una estrategia periodística o política que a un sentimiento, no recela de las posibilidades de la nación sino del analfabetismo, del apoliticismo, de la desgana y apatía colectiva en que la Restauración había sumido al pueblo. Por el contrario, y al igual que los hombres del 14, contemplaba en el horizonte una España nueva que llamaba con fuerza a las puertas del progreso representado por las democracias europeas, por Francia e Inglaterra, una republicana, otra monárquica. Creía que la neutralidad española perjudicaba tremendamente los intereses nacionales ya que persistía en el tradicional aislacionismo de la política exterior española; era una forma de quedar bien con todos, cuyo resultado solía ser siempre el contrario, o sea, quedar mal con todos. Convencido de que la victoria final recaería del lado aliado, sospechaba que estos le reprocharían después su no posicionamiento, quedando el país, una vez más, marginado de la historia europea. España debía contribuir a la victoria de las democracias con todas sus fuerzas. Esto no significaba, necesariamente, su implicación directa en el conflicto, pero sí su participación logística, «creando industrias militares, incautándose de los barcos alemanes, impidiendo el espionaje y el contrabando germánico», y ello porque convenía al interés nacional, ya que de ese modo uniría sus destinos a los de los pueblos más avanzados del continente, pero también porque interesaba a su economía. Podría participar de forma más coherente y fructífera de las importaciones de los aliados, recogiendo parte de los enormes beneficios que estaba obteniendo Estados Unidos, tal como habían afirmado los oradores del mitin aliadófilo de Madrid de mayo de 1917, y podría colaborar, una vez terminado el conflicto, en la enorme tarea de reconstrucción que habría de llevarse a cabo en los países beligerantes. Para Espía, España con su política exterior oficial jugaba a caballo perdedor. Por otra parte el recrudecimiento del bloqueo naval alemán estaba afectando muy negativamente a las exportaciones valencianas en general y alicantinas en particular. La actitud española ponía en peligro la economía alicantina, pero no sólo mientras durase el bloqueo y el consiguiente hundimiento de barcos que negociaban con su puerto, sino que hipotecaba su ulterior desarrollo tras la victoria aliada. La principal riqueza de Alicante era la exportación de vinos, era lo que verdaderamente animaba el tráfico portuario, el más tradicional de sus sectores económicos y a la par el más dinámico; sin embargo Italia, ya en la órbita aliada, producía vinos de la misma calidad que los alicantinos y se encontraba en una situación muy favorable para ir ganando cuota de mercado a los productores alicantinos durante la guerra y después de ella, de modo que los períodos de esplendor económico que el comercio vitivinícola había deparado a la región desaparecerían para siempre. En su opinión la debilidad del Gobierno español con Alemania había permitido que paulatinamente se fuesen instalando en Valencia y en toda España un número cada vez mayor de ciudadanos alemanes, cerca de ochenta mil, que con el apoyo del Banco Transatlántico Alemán, de los compatriotas adinerados residentes en España y de los germanófilos españoles habían tejido una compleja red de espionaje «en nuestros puertos, en nuestras costas, que es un modelo de organización. Esa red era la que suministraba información a la marina alemana para hundir mercantes españoles, por ello Espía pedía su expulsión
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o su concentración incomunicada. Además argumentaba que el bloqueo alemán había tenido como objetivo principal impedir el comercio de Inglaterra, sin embargo ésta seguía comerciando con Estados Unidos, Suecia o Dinamarca, mientras que la que verdaderamente estaba aislada era España, por ello reclamaba a los comerciantes y agricultores valencianos que se unieran y apoyasen «la campaña iniciada por El Pueblo para defender sus intereses y los de España contra la agresión alemana», ofreciéndose como intermediario para poner en contacto a unos con otros y coordinar la campaña44. Pese a todo, la neutralidad no fue un mal negocio, todo lo contrario, la tremenda acumulación de capitales habida durante los primeros años de la guerra, pudo haber servido para consolidar definitivamente una industria y un comercio autóctono, pero no se supo aprovechar la coyuntura. En marzo de 1917, Espía acudió a la Asamblea de Zaragoza, celebrada con el fin de unificar a todos los republicanos y demandar la convocatoria de Cortes Constituyentes. A esa asamblea acudieron en representación de los republicanos alicantinos dos amigos de Espía: Manuel López González y José Alonso Mallol45. A la vuelta de Zaragoza comenzaron los problemas con la policía valenciana, fue interrogado en numerosas ocasiones y su casa sometida a registros periódicos, en fin, empezó a ser considerado como un activista político inquietante. El domingo 27 de mayo estuvo presente en el gran mitin de las izquierdas contra la guerra y Alemania, en el que intervinieron Pérez Galdós, cabeza visible y emblemática de la Conjunción republicano-socialista, Castrovido, Azcárate, M. Álvarez, Ovejero, Lerroux, Unamuno, Morayta, Zulueta y otros, el acto fue organizado por la revista España y sufragado, según refiere Tuñón de Lara, por «el mismísimo Conde de Romanories». Se pidió la ruptura de relaciones con Alemania y una mayor implicación española en la guerra. A su regreso a Valencia publicó una serie de artículos reclamando del Gobierno el apoyo incondicional a Francia e Inglaterra. La situación general se deterioraba por momentos, UGT y CNT habían sellado un pacto de acción conjunta en 1916, y en diciembre de dicho año habían hecho un ensayo de huelga general. El progresivo derrumbamiento de la monarquía rusa animaba el ímpetu revolucionario en toda Europa. Largo Caballero, Iglesias, Lerroux y M. Álvarez firmaban en marzo de 1917 un acuerdo con el fin de restablecer la voluntad soberana de la nación. En mayo surgieron las Juntas de Defensa, como culminación de la reaparición activa e imperativa del ejército en la política nacional dentro de un proceso que había comenzado con la aprobación de la Ley de Jurisdicciones; la presión y las pretensiones de los catalanistas crecían de día en día, por todas partes se sucedían huelgas y motines callejeros a la vieja usanza que terminaban en enfrentamientos con la fuerza pública. El Gobierno García Prieto terminó por dimitir tras reconocer a las Juntas de Defensa, le sucedió Dato con un Gobierno débil y sin respaldo social, se instauró la censura previa y se suspendieron de nuevo las garantías constitucionales, prohibiéndose, a instancias de las Juntas de Defensa, escribir sobre la guerra y el Ejército. El 19 de julio a iniciativa de la Lliga Regionalista se reu-
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C. Espía Rizo, El Luchador, 2 de octubre de 1916. El Luchador, «La Asamblea de Zaragoza», 27 de marzo de 1917.
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nió en Barcelona la Asamblea de Parlamentarios, en ella participaron entre otros, Cambó, M. Álvarez, H. Giner de los Ríos, P. Iglesias, Lerroux, Rodes, Roig Bergader, Zulueta, Castrovido y Azzati. Pretendían obligar a la Corona a convocar Cortes Constituyentes, en las que se decidiría, entre otras cosas, la forma de organización del Estado, mejoras para las clases trabajadoras, elecciones libres y los demás puntos del programa acordado en la Asamblea de Zaragoza. Unos pocos días después estalló la huelga general de los ferroviarios valencianos, en cuya preparación había participado muy decididamente Azzati, anticipándose a lo planeado por la Asamblea de Parlamentarios y el Comité de Huelga; hecho que fue reprochado al director de El Pueblo hasta por el mismísimo Pablo Iglesias, ya que rompió la unidad de acción y desbarató, tal vez a su pesar, la planificación del movimiento, favoreciendo de ese modo la represión y el fracaso del mismo. Del 10 al 18 de agosto de 1917 la huelga fue extendiéndose por todo el país, por todos los sectores, diluyéndose después por la dura represión y la contradicción en que se movían dirigentes y huelguistas. Concebida por unos como revolucionaria, por otros como huelga solidaria, por otros como de apoyo a los parlamentarios de Barcelona y al movimiento constituyente, al final quedó acéfala, sin dirección y carente de los sustentos que un día tuviera. Finalizó con una balance de ochenta muertos y más de dos mil detenidos, incluido el Comité de Huelga. Durante todo 1917 Espía había seguido colaborando con El Luchador publicando las series Desde Valencia, Desde mi destierro y Los méritos de Alicante; sin embargo su implicación política, cada vez mayor, le fue apartando provisional y momentáneamente del periodismo. Como se ha dicho, asistió a la reunión de Zaragoza y al mitin de Madrid, acompañando a Castrovido, Azzati, Domingo y Marco Miranda, colaboró denodadamente junto a ellos en los preparativos de la Asamblea de Barcelona y la huelga general, dentro de las pautas dictadas por la conjunción republicano-socialista y bajo la dirección de Azzati. Durante los meses de julio y agosto su dedicación a estos menesteres fue tal que dejó casi por completo sus colaboraciones periodísticas, reanudándolas, significativamente, en septiembre de ese mismo año: uno de los primeros artículos que escribe después del período revolucionario fue el dedicado a Francos Rodríguez, en él decía: «Sois un diputado cunero impuesto por la política. Sois un representante del caciquismo, y no hacéis otra cosa que caciquismo. Sois el primer cacique de la provincia de Alicante. Sois un trepador de la política. Ya os dije en otra ocasión que habíais deshecho los filos de la traición en todos los partidos nacionales...»46 Escribe principalmente sobre política general, caciquismo, guerra europea, regionalismo, sobre los hombres del Comité de Huelga; el 17 de octubre dedica un artículo a Félix de Azzati elogiándole por haber ofrecido los dos primeros puestos de la candidatura republicana por Valencia a los miembros del Comité encarcelados. Sin embargo, los acontecimientos del verano habían abierto algunas brechas dentro de la conjunción republicano-socialista, incluso dentro del republicanismo por las actitudes equívocas de algunos de sus dirigentes. A consecuencia de esto publicó un escrito en el que daba su opinión sobre lo que debía ser el
46 C. Espía Rizo, El Luchador, 12 de septiembre de 1917.
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Partido Republicano en adelante: «... Debe ser un partido moral o desaparecer... Los hombres del Partido Republicano deben ser, por tanto, los más inteligentes, los más aptos, los más rectos de conciencia»47. 2.2.4.
EL PROBLEMA MILITAR. LA CUESTIÓN REGIONAL
Una de las cuestiones que más preocupaba al Espía de este momento era la intromisión progresiva de los militares en el poder civil: «Vemos con disgusto cómo se aparta a los militares de sus funciones propias para llevarlos a gobernar mal, casi siempre, lo que por algo y para algo se llama Gobierno Civil. Suele equivaler la entrega de una provincia a un general a declararla de hecho en estado de guerra»48. Identificaba la presencia de los militares en puestos políticos como algo desnaturalizado que sólo podía responder a dos causas: a una imposición del propio estamento militar o al endurecimiento de la política represiva, lo que significaba tanto como apagar el fuego con petróleo o matar el hambre eliminando al hambriento. El avance del pretorianismo se había producido tras los desastres coloniales. La Ley de Jurisdicciones y la guerra con Marruecos propiciaron el resurgimiento del poder militar cuya máxima expresión fueron las Juntas de Defensa, movimiento corporativista militar surgido en 1917 cuyos objetivos eran bastante confusos. Se oponían a los africanistas, a los ascensos por méritos, a las camarillas palaciegas y a los generales influyentes de Madrid, culpaban a los políticos de todos sus problemas al tiempo que demandaban mayor respeto para el Ejército, columna vertebral del país, mayores salarios y más justicia en la concesión de recompensas. Las Juntas actuaron como un auténtico poder dentro del poder durante varios años, desafiando a la autoridad civil y en una constante pugna con los militares africanistas, por eso Espía se felicita cuando el 14 de noviembre de 1922 Sánchez Guerra las disolvió, porque «constituían un estorbo, un peligro, una amenaza para la nación que no dejaban gobernar»49; sin embargo, estimaba que eso no era suficiente, ya que las juntas eran un efecto no la causa, ésta radicaba en la Ley de Jurisdicciones que debería ser el objetivo primordial de todo liberal y amante del poder civil porque en tanto «esa ley de excepción esté vigente y el fuero militar juzgue delitos comunes y de opinión —que no son tales delitos— España será una nación sin vida civil»50. La Ley de Jurisdicciones que establecía un marco legal que ampliaba enormemente las potestades del Ejército, tampoco era la auténtica raíz del problema. Para Carlos Espía los orígenes del militarismo español estaban en la ocupación de Marruecos, «mientras subsista entre nuestras realidades dolorosas —decía— el problema de Marruecos, en España habrá militarismo. Ni juntas, ni impunidad, ni ley de jurisdicciones, ni Marruecos. Ese ha de ser el grito unánime del español liberal, civil y ciudadanos de nuestros días»51. 47 48 49 50 51
C. Espía Rizo, El Luchador, 30 de octubre de 1917. C. Espía Rizo, El Pueblo, sin fecha, APCE, Recortes de prensa, Alicante. C. Espía Rizo, «Las Juntas, las responsabilidades...», El Pueblo, noviembre de 1922. Ibíd. Ibíd.
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Los desastres militares de las campañas africanas habían puesto de manifiesto la inoperancia del ejército español, la prensa coetánea había dado a conocer una serie de prácticas corruptas que se habían convertido en habituales entre los militares africanistas al tiempo que denunciaba la gran cantidad de intereses que se escondían tras la misión civilizadora de España en el Protectorado. El problema alcanzaría su momento crítico tras la conclusión del expediente Picasso. Hasta entonces el poder militar había ido ganando terreno al civil, enroscándose como una serpiente que impedía su normal desenvolvimiento en un proceso que culminaría con la dictadura de Primo de Rivera. Otro de los temas candentes era la cuestión regionalista. Catalanes y vascos aprovechaban la coyuntura por la que atravesaba la nación para hacer patente su desacuerdo con el modo en que estaba organizado el Estado. Pero éste no era un asunto reciente, la nueva vertebración del país había sido preocupación constante de los intelectuales españoles desde el siglo xix. Valentí Almirall, Prat de la Riba, Pi y Margall y, más tarde, Ortega habían escrito largo y tendido acerca de ello. La Asamblea de Parlamentarios y los posteriores sucesos de agosto habían estado estrechamente ligados a las pretensiones catalanas. Por otra parte, en Valencia existía, como ya se ha visto, un incipiente regionalismo que arrancaba del tradicionalismo y expresiones culturales como los Jocs Floráis o Lo Rat Penat de Constantí Llombart, que cuajaría levemente en la Unión Valencianista Regionalista y la Juventud Regionalista. También existían pequeños grupos nacionalistas de izquierda como la Joventut Nacionalista Republicana, en la que militaron muy activamente Julio Just y Alvaro Pascual. Este último, que ya era un republicano conocido en Valencia, había estudiado leyes con suma brillantez, accediendo al finalizar la carrera a una plaza de profesor en la Universidad, además ejercía de abogado con bastante éxito, escribía para El Pueblo, El Luchador y para el órgano de los regionalistas La Correspondencia Valenciana. Fue autor del Tratado sobre las nacionalidades y de un ensayo titulado Transformación del concepto de poder público en el siglo XVIII, ambos de gran repercusión en los medios intelectuales valencianos coetáneos. Cuestiones personales le habían distanciado de la disciplina oficial del partido de Azzati, acercándose a los conceptos nacionalistas defendidos por la Joventut, sin que esta circunstancia afectase en modo alguno a la amistad que mantenía desde niño con Espía. Alvaro Pascual había contribuido a su modo a la polémica suscitada años atrás en torno al «problema de España» con su teoría sobre la Nolluntad Nacional: frente a la abulia nacional o falta de voluntad de que hablaba Ganivet, afirmaba que el español sí tenía voluntad, pero torcida, voluntad de no querer hacer, en ello ponía todo su empeño obteniendo grandes éxitos. Persona culta, estudiosa, escritor de mérito y originalidad, fue quien puso a Espía en contacto con los círculos nacionalistas valencianos. En febrero de 1917 Espía asistió a unas conferencias de Leone en la sede de la Juventud Valencianista, juzgó su intervención positivamente, «dando en aquel ambiente de quietud una nota de rebeldía y liberalismo»52, pero lo que no debió agradarle tanto fue el aire que se respiraba en aquel local: «No conozco nada de una mayor impresión de pobreza, de tedio,
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C. Espía Rizo, El Luchador, 6 de febrero de 1917.
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de parálisis intelectual que el salón de actos de la Juventud... Toda la ideología de la Juventud Valencianista se alimenta en el tradicionalismo. No conciben estos jóvenes el regionalismo fuera de las lamentaciones históricas...»53 Consideraba el regionalismo al uso como una salmodia de agravios y discriminaciones perdida en la noche de los tiempos, manipulada por ciertos sectores de la oligarquía para satisfacer sus ansias de poder y sus intereses económicos. Era una visión melancólica de un pasado que nunca había existido. El país debía estructurarse de otro modo, pero no como pretendían los regionalistas, se trataría de construir una nueva fórmula para organizar el Estado, basada en criterios de eficacia y de justicia, pero no de volver a modelos del pasado ya superados: Si los regionalistas valencianos quieren llegar al corazón de este pueblo admirable deben hablarle de otra forma. Deben decir que Valencia quiere una absoluta autonomía administrativa porque el centralismo despilfarra el caudal contributivo de las regiones en la locura de la guerra de Marruecos, en la atención de un culto lujoso, en la vida fastuosa de su monarquía. Que Valencia quiere su dinero para fomentar su agricultura y su industria y no para mantener el artificio costoso de la política nacional. Que odia el centralismo que impone leyes de excepción y envilece a la ciudadanía...54
A finales de noviembre de 1918 inicia una tanda de artículos titulados «Hacia una República Valenciana». En ellos define su postura ante el problema regional-nacional. En su opinión se estaba larvando un movimiento que partiendo de la periferia iba a modificar sustancialmente la articulación del Estado. Alicante debía ser consciente de ello y no quedarse al margen: Hacia el centro de España avanza una fuerza llena de palpitación, de aire de mar, de afán de trabajo: el despertar de la vida regional. El centralismo monárquico español lleva clavado en su corazón como un puñal esta palabra: autonomía... Los republicanos alicantinos somos federales, pero no se nos puede confundir con los regionalistas colaboradores del centralismo monárquico... Vamos por la República Valenciana dentro de la gran República española...55
Curiosamente la publicación de estos artículos en El Luchador y El Pueblo coincidió con el cambio de actitud de Azzati y el PURA respecto al regionalismo valenciano y con su regreso ideológico al federalismo de Pi y Margall. Cataluña era el motor de ese movimiento, pero no la Luga Regionalista que bajo sus planteamientos autonomistas escondía otras motivaciones de carácter más materialista: ¿Puede satisfacernos, a los que amamos la autonomía como principio hondamente liberal, el concepto autonomista de los regionalistas catalanes? De ninguna manera. En este momento estamos al lado de los catalanes, republicanos y socialistas, no de los regionalistas monárquicos; al lado de Pi y Sunyer, M. Domingo, Layret y Alomar, del espíritu más liberal de nuestros intelectuales, no al lado de los 53 54 55
Ibíd.
V. Carrasco, El Luchador, 6 de febrero de 1917. C. Espía Rizo, El Luchador, 28 de noviembre de 1918.
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Cambó, Ventosa o del muerto de Prat de la Riba, defensor del nacionalismo imperialista y plutócrata. Seguimos a Pi y Margall, no a los que recientemente afirmaban que el programa federal les venía estrecho. Estamos al lado izquierdo de Cataluña, donde está su corazón; no al lado derecho donde tienen su bolsillo los plutócratas catalanes56.
La desconfianza en el partido de Cambó había aumentado tras los sucesos del verano de 1917. El regionalismo de la Lliga se había comprometido con los gobiernos monárquicos, por tanto se había transformado en un enemigo más a tener en cuenta, el autonomismo no se podía defender dentro de una monarquía esencialmente centralista, su puesta en práctica estaba indisolublemente asociada al cambio de régimen, era un problema de modelos políticos, de liberalismo tal como lo entendía el Partido Republicano de Valencia: Para la Unión Republicana este problema no es, como para los valencianistas, un problema de reivindicaciones históricas ni patrióticas... Para los que siguen teniendo como jefe ideal a Blasco, la autonomía es un problema de desconfianza en las aptitudes del gobierno de la monarquía, es un problema republicano, revolucionario57.
Siguiendo el pensamiento pimargalliano, creía que la cuestión regional, aunque se plantease especialmente en el País Vasco y Cataluña, no debía tener una solución geográficamente parcial, sino que debería englobarse en una reestructuración general del Estado que afectase a todos sus territorios por igual, lo demás serían privilegios que terminarían por originar problemas mayores: «El problema de la autonomía es un problema de toda España, no sólo de Cataluña. Aunque solo se resuelva ahora el de Cataluña, con un privilegio irritante, ese mismo privilegio agudizará más el problema en las demás regiones...»58 Carlos Espía había tenido una educación bilingüe, hablaba correctamente el valenciano, pero, desde una posición siempre tolerante, dudaba de la cooficialidad de los dos idiomas adoptada ya por la Diputación valenciana, esencialmente porque la defensa del idioma había estado vinculada a sectores tradicionalistas y carlistas como Lo Rat Penal, «sociedad de rancio valencianismo, reaccionaria, anquilosada, vieja y chocha, en la que no obstante hay algunos hombres inteligentes»59, y en el caso catalán a su burguesía más reaccionaria. Para él no era un problema político sino pedagógico, de escuela, ya que había amplias zonas del País Valenciano en las que no existía, por unas u otras razones, el bilingüismo: Es indudable el derecho de cada pueblo a hablar su idioma propio; pero en Valencia el problema del idioma es tan sólo pedagógico, no es un problema político... Si se celebrase una asamblea para debatir este punto, tened la seguridad de que no se quedaría Alicante sólo pidiendo la supremacía del castellano. Yo la creo necesa-
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C. C. C. C.
Espía Rizo, El Espía Rizo, El Espía Rizo, El Espía Rizo, El
Luchador, Luchador, Luchador, Luchador,
28 de noviembre de 1918. 2 de diciembre de 1918. 9 de febrero de 1918. 18 de junio de 1922.
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ria pero no cierro los ojos al problema importantísimo de una posible cooficialidad del valenciano y el castellano. Mas no hay que resolver esta cuestión mirando con odio a Valencia, sino mirando con amor a la escuela60.
La cuestión del idioma era algo muy serio como para tratar de imponerlo desde arriba con una orden gubernativa como había hecho la Diputación valenciana, ya que tal decisión podía ser aprovechada demagógicamente por algunos sectores de la sociedad para presentarla como un abuso más de Valencia sobre Alicante, fomentando de ese modo una mayor desconfianza y rivalidad entre las dos provincias. Algunos políticos alicantinos relacionados con los partidos dinásticos rechazaban la autonomía valenciana porque, según argumentaban, temían ser absorbidos por Valencia que terminaría por imponer su idioma, su economía, su cultura y sus costumbres, implantando un centralismo todavía más dañino que el existente; incluso habían llegado a hablar de la conveniencia de asociarse antes con Murcia en una denominada Región del Sureste, provincia con la que decían tener más afinidades. Estos razonamientos tuvieron cierto calado en la población de una provincia como la alicantina dividida en dos comunidades lingüísticas, derivando hacia pretensiones aislacionistas y secesionistas respecto de Valencia y Castellón, que aunque no llegaron a ser mayoritarias, no estuvieron, tampoco, exentas de seguidores. En la raíz de todo el problema estaba el caciquismo: según Espía, entre Castellón y Valencia, que se habían liberado de él logrando que se celebrasen elecciones libres eri sus ayuntamientos, no existían tales rencillas, sino plena identificación. Argüía, además, que el hermanamiento entre esas dos provincias sí que habría podido tener repercusiones económicas negativas, ya que ambas se disputaban los mismos mercados, mientras ése no era el caso de Alicante, cuya economía se complementaba con la valenciana. Espía defendía la autonomía de Alicante dentro de Valencia como la única fórmula posible para su desarrollo en todos los órdenes, porque el centralismo monárquico encorsetaba su capacidad de crecimiento61. También los criterios de eficacia pesaban en su planteamiento autonomista. El centralismo significaba derroche, inversiones según los intereses del cacique de turno, muchas veces inadecuadas, dispersión de medios; en definitiva, se trataba de un sistema ineficaz por la lejanía del poder de los problemas de cada territorio.
2.2.5.
MUERTE DE JOSEFINA Rizo Y ENCUENTRO CON BLASCO IBÁÑEZ
El 17 de julio de 1918, a los cuarenta y ocho años de edad, murió su madre, Josefina Rizo Alberola, tras una larga enfermedad. Carlos Espía intentó desplazarse a Alicante para asistir al sepelio realizado en el cementerio civil, sin conseguir la pertinente autorización judicial.
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C. Espía Rizo, El Luchador, 19 de diciembre de 1918. C. Espía Rizo, El Luchador, 3 de diciembre de 1918.
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Fueron días muy difíciles, puesto que, siguiendo el pensamiento de Selles, a su dolor personal unía el altísimo concepto que tenía de las madres en general: lo más sacrificado, noble y abnegado de la sociedad, esencia del amor humano en su estado más puro. Desde que comenzó a escribir, las referencias laudatorias hacia el papel de la mujer-madre habían sido continuas, así en multitud de ocasiones al referirse a un hecho como algo extraordinario solía compararlo con la figura de una madre. Cuando da cuenta del éxito que habían tenido en Valencia las escuelas laicas, escribe: «Ha sido la Valencia republicana la que ha sabido llevar la ciudad a la categoría augusta de madre»62 o «los futuros ciudadanos de esta ciudad-madre, para la que todos los valencianos tienen fervores filiales»63. Espía había sido siempre una persona muy familiar, las relaciones con sus padres fueron siempre de lo más afable, perdió a su padre a los catorce años recayendo sobre él y su madre el peso de la economía familiar, entre ambos se estableció una relación si cabe más intensa que sería interrumpida primero por el destierro y después por la muerte. Tal vez por la influencia de Selles, que idealiza constantemente a la mujer en su obra poética, tal vez por su experiencia personal que le había llevado a conocer a mujeres extraordinarias en su juventud, como para él eran la madre de los Botella o la de Alonso Mallol, «esa mujer admirable, abnegada, valerosa...»64, o tal vez por las dos razones a la vez, el caso es que el joven Espía valoraba enormemente el papel desempeñado por la mujer como madre y motor principal de la familia. Es sin duda alguna la pieza fundamental del engranaje familiar, la que se encarga del cuidado de los hijos, de su educación, de transmitir valores, de hacer la vida agradable a todos sus miembros, de inculcar los sentimientos más excelsos, de todo aquello que contribuye a hacer de un niño un ser humano completo. En este sentido distingue perfectamente los roles desempeñados por el padre y por la madre, el primero tiene una tarea más externa, menos íntima, la segunda es quien imprime el verdadero carácter del niño, y sobre todo es el personaje fuerte de la familia. La muerte de su madre, sin embargo, y aunque parezca contradictorio, sería como una «liberación» para su conciencia, porque en los últimos tiempos su relación con ella se movía entre la impotencia y el desasosiego: el destierro le impedía desplazarse a Alicante y a ella su enfermedad ir a Valencia; además su compromiso político a estas alturas no tenía vuelta atrás. Cuando terminó de cumplir la pena que le habían impuesto escribió: «Ya estoy libre para combatir en esa (Alicante), los enemigos son los mismos, conozco ya la ruindad de sus procedimientos y de algo me valdrá en la lucha la experiencia de estos cuatro años, al cabo de los cuales soy más libre que antes porque perdí los dulces lazos del amor de mi madre»65. El resto del año de 1918 espació mucho sus trabajos para la prensa, adentrándose más en la política valenciana junto a Azzati, Alfaro, Leone y Miranda. En enero de 1919 fue nombrado redactor de El Pueblo, mientras su fama en la ciudad del Tu-
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C. C. C. C.
Espía Rizo, El Espía Rizo, El Espía Rizo, El Espía Rizo, El
Luchador, 3 de julio de 1922. Luchador, enero de 1919. Luchador, 10 de abril de 1931. Luchador, 19 de junio de 1920.
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ria iban en aumento progresivo66. Al mes siguiente dio una conferencia en el Círculo de Unión Republicana de Valencia sobre el tema «La paz es la revolución», en la que hizo un pormenorizado estudio del sentido revolucionario que había tenido la guerra y del que tenía la paz, analizó las características de las revoluciones rusa y alemana, para referirse después al estado de revolución latente por el que atravesaba España, cuya consecuencia forzosa sería en plazo no muy largo el cambio de régimen. No se puede olvidar que el año 1919 fue uno de los más conflictivos del siglo, sobre todo en Barcelona, debido al enfrentamiento constante entre las organizaciones obreras anarquistas y las fuerzas policiales y parapoliciales. Fue el año de la huelga de La Canadiense, compañía que monopolizaba el suministro de energía eléctrica a Cataluña y que se negaba a readmitir a los obreros despedidos tal como pedían los sindicatos. Fue una huelga de solidaridad que consiguió paralizar completamente Barcelona poniendo de manifiesto la fuerza que el movimiento obrero había alcanzado en Cataluña, pero la patronal no supo digerir el triunfo sindical ni la moderada actuación del poder central: «se confabularon con los estamentos de la reacción y con el capitán general Milans del Bosch»67 para reprimir el movimiento; se declaró el estado de guerra; los patronos cerraron sus fábricas y se verificó la radicalización de un sector del anarcosindicalismo con una ola de atentados sin precedentes en Barcelona que culminaría con el asesinato de Eduardo Dato el 8 de marzo de 1921. El Gobierno, pero sobre todo sus delegados en Barcelona, respondió aplicando sistemáticamente la Ley de fugas en una especie de guerra sin cuartel en la que las instituciones actuaban con total impunidad y al margen de toda legalidad. Espía se opuso decididamente a la estrategia de ese sector del anarcosindicalismo y al terrorismo, pues creía iba en contra de los intereses de los trabajadores y de España en general, al crear condiciones suficientes para el rearme moral de las fuerzas monárquicas y justificar cualquier acción de fuerza. También ese año fue el del ingreso de España en la Sociedad de Naciones, y el de la regulación por ley de la jornada de ocho horas. A consecuencia del terrorismo, en 1920 se produjo la ruptura de la unidad de acción entre la UGT y la CNT, además tuvo lugar, por la influencia de la Revolución Rusa, la división del Partido Socialista que dio lugar al nacimiento del Partido Comunista y se fue consolidando bajo la dirección de Ángel Herrera Oria el diario El Debate, órgano de la opinión católica oficial española en cuyo entorno nacerían futuras organizaciones políticas de corte derechista. Entre 1917 y 1923 se sucederían diecisiete Gobiernos diferentes, lo que puede dar una somera idea del grado de deterioro político a que había llegado el país; a la división en el seno de los partidos del tumo se unían el creciente descontento de la población a causa del paro, la carestía y la guerra de Marruecos, la irrupción del ejército como poder de hecho y auténtico valedor de las esencias del régimen y el auge sin precedentes del movimiento obrero organizado socialista y, sobre todo, del anarquista. En 1920 Espía participó en los graves conflictos que acaecieron en el Ayuntamiento valenciano entre monárquicos y republicanos. A la pretensión de aquéllos de
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El Pueblo, enero de 1919, Valencia. J. Gómez Casas, Historia del anarcosindicalismo..., pág. 147.
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recibir a la infanta Isabel, que visitaba la ciudad, con todos los honores en la Casa Consistorial, se opuso el alcalde republicano Juan Bort, terminando la polémica en algaradas y enfrentamientos callejeros. A estos hechos dedicaría una serie de artículos titulados «La revolución en Valencia». En abril de 1920 fue elegido Presidente de la Juventud Republicana y el 28 de junio volvería a Alicante tras cumplir íntegramente la pena de destierro, siendo recibido con todos los honores por sus correligionarios que le tributaron un caluroso homenaje en el Salón Diana, regresando a Valencia el 4 de julio. Durante los primeros meses de 1921 anduvo preparando junto a Marco Miranda, Alfaro y Azzati, y en conexión directa con el Ayuntamiento valenciano, el gran homenaje que la ciudad iba a tributar a Vicente Blasco Ibáñez, quien ya instalado en Mentón, había regresado en olor de multitud de su viaje por Estados Unidos. Blasco, un tanto ajeno por entonces de los avalares de la política española, había vuelto a España para recabar datos para su próxima novela que versaría sobre el descubrimiento de América y recibir varios homenajes. Espía había admirado mucho al escritor valenciano y su llegada a Valencia no hizo sino aumentar ese sentimiento. Primero le deslumhró la obra de Blasco en la ciudad, el cariño que le guardaban sus paisanos, el talante liberal, republicano y solidario que se respiraba en ella, luego en El Pueblo tuvo la oportunidad de adentrarse en el espacio íntimo del escritor: «Si la presencia de Blasco Ibáñez es viva en toda Valencia, más lo es aún en la redacción de El Pueblo, que yo frecuento desde mi llegada a la ciudad y de la que no tardo en formar parte. Un día haciendo limpieza en la redacción encuentro dos borradores manuscritos de Blasco Ibáñez: París canta y París llora, crónicas de la guerra. Otro, encuentro en el cajón de Marco Miranda el documento por el que cede el periódico a Azzati»68. De manera que cuando en 1921 conoce a Blasco ya estaba totalmente identificado con su obra y su vida. El PURA y el Ayuntamiento de Valencia habían decidido ofrecer a Blasco un homenaje de gran envergadura, que entre otros actos, consistía en una semana en la que cada día llevaría el nombre de una de sus novelas. Para recibirlo y acordar la forma y las fechas en que tendría lugar el reconocimiento público de los valencianos, se formó una comisión compuesta por representantes del Ayuntamiento y los periodistas de El Pueblo Enrique Bohorques y el propio Espía, que a tal fin viajaría a Madrid. Cuando Blasco llega a Valencia es recibido por una gran multitud y por todas las autoridades republicanas: «Es un homenaje de toda la ciudad al Blasco cosmopolita, universal, conquistador del mundo. Entre aquel Blasco cabreado y audaz de las arengas y los motines, y el Blasco de ahora, con monóculo y cadillac, hay un lazo de unión: Valencia que es siempre la misma»69. Espía fue encargado por su periódico para acompañarle y relatar todos los actos en que interviniese don Vicente; un día acudieron a colocar la primera piedra de un grupo escolar en El Cabañal que llevaría el nombre de su novela Mare Nostrum, una vez allí Blasco improvisó «uno de sus mejores discursos en torno
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C. Espía Rizo, «El Blasco Ibáñez que yo he conocido», APCE, Escritos, Alicante. C. Espía Rizo, El Luchador, 14 de mayo de 1921.
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al hombre mediterráneo», pero con tal rapidez y vehemencia que los taquígrafos no pudieron anotarlo. Al acabar se dirigió a Espía para decirle que más tarde en la redacción verían cómo había quedado, Espía le advirtió que los taquígrafos no habían podido tomar ninguna referencia, lo que enfandó ostensiblemente a Blasco, al que habría gustado conservar su discurso: preocupado por la contrariedad de D. Vicente, marcho enseguida a la redacción y me pongo inmediatamente a rehacer el discurso que acabo de oír, guiándome por las notas que he tomado. Éstas me ayudan a reproducir en la memoria las palabras que he oído... Voy reconstruyendo cada frase, cada oración del discurso lo mejor que puedo. Y por la noche cuando le entro las galeradas al despacho de Azzati, le digo con temor: Don Vicente, eso es lo que he podido salvar de su discurso de esta mañana... Me voy sin atreverme a esperar la respuesta, al cabo de una hora me llama y me felicita...70
Desde ese momento nació entre ambos una íntima amistad que no haría sino acrecentarse con el paso de los años. Al periodista alicantino, como a muchos hombres comprometidos de su tiempo, como a los intelectuales del 98 y del 14, le dolía España, la que trabajaba y sufría en silencio, la España intrahistórica de Unamuno martilleada día tras día por la cultura oficial, por la política de un régimen que consideraba caduco e irremisiblemente condenado a desaparecer, pero que a fuerza de prolongarse en el tiempo había modelado parte del carácter de los españoles, impregnando su personalidad de indolencia y superstición gracias al altísimo índice de analfabetismo: Cuando murió Granero, sobre el pecho llevaba sólo medallas milagrosas: de la Virgen de los Desamparados, de la Virgen de la Esperanza... Granero tuvo presentimientos trágicos antes de morir. ¡Superstición! ¿Qué mezcla horrible de religiosidad y brujería hay en este pueblo trágico?... En esta primavera valenciana el cuerpo destrozado de Granero ha hecho su último paseo triunfal y mortuorio. Y en la ciudad conciencia, en la ciudad corazón de España, tres hombres han subido al patíbulo. ¡Verdugos y toreros! Hermanos de la fe y monosabios. ¡Sangre y barbarie! ¿En qué momento de tragedia se ha detenido nuestra historia?...71
La España oficial, la mezcla de religión, militarismo e incultura en el recipiente de la monarquía había dado a luz un monstruo, mientras miles de españoles morían en Annual para mayor gloria del régimen, otros tantos asistían a los toros con la mayor naturalidad y despreocupación, y otros, la mayoría, el país real, a su trabajo. El futuro estaba en las propuestas de los regeneracionistas y los hombres del 98 por un lado y de Blasco por otro, la escuela, la educación del pueblo eran el camino liberador a seguir, pero para eso había que conseguir un régimen político diferente, ya que el vigente basaba su supervivencia en el analfabetismo y la incultura.
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Ibíd.
C. Espía Rizo, El Luchador, 11 de mayo de 1922.
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Desde los últimos meses de 1922 Espía había empezado a encontrarse incomodo con la línea seguida por El Pueblo y el partido, sobre todo en lo que se refería a las relaciones con algunos sectores regionalistas y nacionalistas, incluso llegó a tener pequeñas discrepancias con Azzati, divergencias que no fueron a más por el sentido de la disciplina que le caracterizaba. Pensó que era mejor no hacer nada que pudiese debilitar al republicanismo valenciano y antes de hacer algo en ese sentido prefirió marcharse sin que nadie supiera de sus quejas72. En marzo de 1923 Espía marcha a París como corresponsal de El Pueblo y otros periódicos valencianos, desde allí enviará a este diario, a Las Provincias, El Luchador y Diario de Alicante sus crónicas parisinas, dando comienzo a su etapa vital más plena.
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Llúcia Reila, «Vida i anecdotari de Caries Espía», en La Rambla, 15 de junio de 1931.
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CAPÍTULO III
En el París de los años 20. Conspirador y periodista (1923-1930) 3.1.
SITUACIÓN GENERAL. LOS RESTOS DEL VIEJO PARÍS
En 1923 la situación española continuó deteriorándose al compás marcado por el expediente Picasso y la petición de responsabilidades en el Congreso por los trágicos sucesos de Annual, que amenazaban con afectar de lleno a la Corona dada la implicación personal del Monarca en el asunto. El diario liberal El Sol creía que el desastre podía ser aprovechado para renovar la vida política española mediante la salida del poder de aquellos elementos que con su política vieja habían propiciado tan lamentables sucesos, y con la profundización del gobierno de los civiles en el Protectorado, pero también podía ocurrir que si se culpaba al Ejército de todo, éste viese la ocasión que algunos estaban esperando para colocar la espada en las mesas de dirección de los ministerios. Para el católico El Debate el Ejército no tenía culpa de nada, todo lo ocurrido era achacable a la incuria de los políticos y a ellos se debía pedir responsabilidades. El diario obrero El Socialista opinaba que Marruecos no era un problema del país, sino de la Monarquía, se entró en el Norte de África con el propósito de ganar un prestigio perdido y dar ocupación a un ejército desocupado, hipertrofiado y corrupto, había que exigir responsabilidades hasta el final, abandonar Marruecos y reformar por completo la institución militar. Los Gobiernos, apoyados por partidos divididos en múltiples camarillas, adolecían de fuerza moral suficiente para afrontar los problemas nacionales: carestía, subsistencias, paro, crisis industrial, terrorismo, Marruecos, mucho menos para servir de soporte y escudo al régimen como hasta ahora habían hecho. En este contexto un porcentaje considerable de españoles se situaba al margen del sistema, unos por pasividad, otros por desconfianza o convicción intelectual. El golpe de Estado del capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, en quien unos veían al segundo Mussolini, otros al cirujano de hierro de Costa, y otros a un general más dentro de la tradición pretoriana del ejército español, dispuesto a salvar al país según
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su único e inequívoco criterio, fue acogido por los más con indiferencia o hastío, por otros, la minoría intelectual formada en torno a la Liga de Educación Política, la revista España o el Ateneo, con una frontal oposición que iría organizándose en el país vecino, Francia, y en cuya urdimbre tendría un peso decisivo la personalidad del alicantino Carlos Espía, reconocido por casi todos como el alma del exilio español en París. Este año fue, también, el elegido por Ortega y Gasset para sacar a la calle la Revista de Occidente, su tercer empeño editorial. Además, 1923, fue un año, en general, difícil para Europa. La Sociedad de Naciones, nacida bajo los auspicios de Wilson para armonizar las relaciones entre los Estados, a pesar de su relativo éxito en la Guerra Greco-Turca, se iba convirtiendo en un foro incapaz de resolver los conflictos cada vez mayores que se presentaban en el panorama internacional. La crisis económica que sucedió a la Gran Guerra, las indemnizaciones resultantes del Tratado de Versalles, las tensiones balcánicas, el movimiento obrero y el auge del fascismo fueron los verdaderos protagonistas de la historia europea de estos años. En Alemania el Gabinete de la gran coalición de Stresemann intentaba controlar la galopante inflación que arruinaba al país, renegociar las indemnizaciones, aplacar las ansias revolucionarias de los trabajadores y parar los pies al creciente ultranacionalismo de Hitler y Ludendorff, quienes habían protagonizado un fracasado golpe de Estado en Munich. La República de Weimar se movía entre el moderantismo de Stresemann, las reivindicaciones obreras y el avance de la extrema derecha, todo ello aderezado con los ingredientes de una fuerte crisis económica y moral derivada, en gran parte, de la guerra y las compensaciones económicas impuestas por el Tratado de Versalles. En Italia, Mussolini, que el 27 de octubre de 1922 había dirigido la marcha sobre Roma, iba imponiendo paso a paso su programa apoyado por la oligarquía económica y financiera, la Iglesia, la Monarquía, el Ejército y un sector de la pequeña burguesía. Ese mismo año la tensión francoalemana subió notablemente al ocupar Francia la cuenca del Ruhr como garantía de los pagos alemanes, hecho que provocó la protesta de los obreros franceses contra Poincare y el aumento del resentimiento alemán. La política económica del primer ministro francés y el miedo a la pérdida de derechos adquiridos en años anteriores bajo su mandato y el de Millerand, llevaron en 1924 a Herriot a la Presidencia del Gobierno francés. Europa pasaba por un período crítico a merced de la crisis, el movimiento obrero y la amenaza del fascismo que haría retroceder la democracia en el continente. París tenía en 1923 alrededor de 3.500.000 habitantes, era una ciudad todavía convulsionada por la guerra, y que, como el resto de Europa, vivía trágicamente las consecuencias destructoras de la conflagración, el paro, la inflación y el descontento de las clases populares y medias. Sin embargo, seguía siendo, en muchos aspectos, la capital del mundo. El París de los impresionistas, del nacimiento del cubismo, de Proust, de Wilde, Anatole France, de Debussy, Apollinaire, Faure, Degas o Renoir, de Sarah Bernhard, de la primera gran bohemia, de Satie, de Modigliani, del Bateau-Lavoir, de la Trinidad Maldita! había pasado a la historia con la Primera Guerra Mundial; la co-
1 J. P. Crespelle, La vida cotidiana en el Montmartre de Picasso, Barcelona, Argos-Vergara, 1983, pág. 51.
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lina sagrada de Montmartre donde vivían artistas de todo el mundo había entrado en franca decadencia desde que Picasso se trasladó a Montparnasse, convirtiendo a este barrio en el nuevo centro del arte mundial, a pesar de lo cual Espía todavía llegó a tiempo de conocer algo del ambiente del histórico barrio parisino: Yo he conocido el Montmartre de la casita de Mimi Puison, rué du Mont Genis, con su ventana abuhardillada y florida y la tribuna del viejo Frédé, con su entrada de guinguette de aldea. Y he contemplado el océano urbano —surgido entre las brumas de la ciudad el faro de la Torre Eiffel— desde el mirador donde Luisa Charpentier cantaba su himno a París y el bajo —su padre— maldecía a la ciudad. Ya no era el Montmartre que yo conocí el viejo Montmartre, pero todavía no era el nuevo... El viejo Montmartre, según dicen, había muerto el 2 de agosto de 1914. Aquel día cayeron desmochados por la movilización los chambergos y las melenas bohemias2.
Pero son los años de la consagración definitiva del pintor malagueño como estrella principal del firmamento artístico e intelectual de la ciudad, de sus colaboraciones con Diaghilev, Stravinski, Falla, Cocteau, Satie, Milhaud, Man Ray, Jacob... Son los años del manifiesto dadaísta, 1918, de Tristán Tzara, del primer plan de urbanismo de Le Corbusier, 1922, del manifiesto surrealista de Bretón, 1924, de la Closerie des Lilas, del café de Flore o La Rotonde, del Barrio Latino, de Montparnasse. La ciudad de la luz continuaba siendo lugar obligado para aquellos que querían destacar en las artes o las letras, la nómina de españoles que residían o habían residido con asiduidad en París era grande, y grande también el protagonismo que ejercían en esos ambientes, desde Nonell a Rusiñol, Utrillo, Casas, Casagemas, Gris, Blanchard, Picasso, pasando por Baroja, Unamuno, Blasco Ibáñez, Buñuel, Dalí, Falla, Miró... Los cafés eran el escaparate de la ciudad y en ellos se reunían los más variopintos personajes del mundo, eran la auténtica universidad de París. Por otra parte, las relaciones franco-españolas atravesaron un período mejor de lo que se podría esperar dadas las diferencias sustanciales entre los regímenes de los dos países, eso sí con altibajos dependiendo de que el Gobierno estuviese más a la derecha o a la izquierda, de que el Presidente fuese Poincare o Herriot. El problema marroquí aproximó a dos países políticamente encontrados, hasta el punto que los exiliados españoles en París estuvieron sometidos a estricta vigilancia policial, y algunos de ellos como Maciá o el general López de Ochoa llegaron a ser expulsados de Francia a petición del Gobierno español, refugiándose ambos en Bélgica. 3.1.1.
EN MONTPARNASSE. EL CAFÉ DE LA ROTONDE
«Espía llegó a París con poco dinero, una modesta colaboración en Las Provincias de Valencia, y el deseo de traducir obras, aprender francés y conquistar un nombre»3, según cuenta su compañero de los primeros meses parisinos, Francisco Madrid, seudónimo por el que era conocido el periodista catalán Carlos Madrigal. Desde luego 2 3
C. Espía Rizo, «La sagrada colina de Montmartre», APCE, Escritos. F. Madrid, Los desterrados de la Dictadura, Madrid, 1930.
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llegó con poco dinero, pues sus colaboraciones en periódicos valencianos no le habían permitido ahorrar mucho, pero ya sabía un poco de francés por consejo de Salvador Selles y además de escribir para Las Provincias, lo hacía también para El Pueblo, El Luchador y Diario de Alicante. Su marcha a París fue impulsada por sus amigos valencianos Marco Miranda y Pascual Leone, tal vez porque así lo solicitase Blasco Ibáñez al que había estado muy unido durante el homenaje valenciano de 1921, ya que al poco tiempo de su llegada le nombró su secretario particular. Pero, aparte de sus motivaciones personales, Espía marchó a París porque el ambiente de la ciudad levantina había empezado a estar demasiado viciado, porque necesitaba nuevas fronteras, ampliar sus experiencias, y sobre todo porque había empezado a tener algunas diferencias con su admirado Félix de Azzati, especialmente en lo relativo a la forma en que dirigía el partido... Llegó a principios de marzo de 1923 para un período de tres meses que se convertiría en siete años, se instaló en una pensión de la calle Gunegaud, cercana al Sena, al Quai de Conti, al Louvre y la lie de la Cité, próxima también a Saint Germain, Saint Michel y La Sorbona, es decir, en pleno corazón de París, en el barrio de Montparnasse. La ciudad le fascinó hasta tal punto que siempre perduraría en su recuerdo idealizada. Fue el mejor período de su vida, el más dinámico, el más abierto, el más libre, conoció a muchísima gente, de todo tipo, desde personajes populares de la calle a escritores, políticos y artistas de fama que terminarían moldeando definitivamente su personalidad; Espía recordaba de esta manera aquel París de su juventud: El París de 1923 tiene aún metida en sus piedras ilustres la tristeza de la guerra. Sobre ellas no ondean los gallardetes de la Victoria, que no puede ser ya una ilusión francesa. El París de viudas, huérfanos y grandes mutilados no se resigna, sin embargo, al dolor. Busca una nueva vida, una nueva sonrisa, una nueva canción. Los artistas de Montmartre han descendido de la colina sagrada e instalan sus tiendas en Montparnasse, poniendo cerco a La Rotonde. La rué de la Gaité sustituye a la rué Lépic. Las canciones de Krí-Kri a las del viejo Bruant. El Jockey, con su negro que toca el saxofón, al Lapin Ágil, con el viejo Frederic, que toca la guitarra, El japonés Fujita, al catalán Utrillo. Picasso, catalán de Málaga, vuelve a dibujar como los primitivos florentinos. El Napolitain es el último café literario de los bulevares. André Gide y su ambigua corte de donceles se instalan en los Deux Magots, en la orilla izquierda del Sena. Charles Dullín cuelga en el Atelier los telones abandonados del «Vieux Colombier». Jules Romain estrena «Knock, o el triunfo de la medicina»; Marcel Achard, «Mambrú se fue a la guerra»...Se proyecta la primera película de Rene Clair...Paul Valéry toma asiento, bajo la Cúpula, entre prelados y mariscales. Barbusse corta con tos de tísico sus roncas oraciones evangélicas en los comicios comunistas. Cassou traduce a Gracian y a Cervantes. Pillement, a Gabriel Miró y a Valle Inclán. Triunfa en las elecciones el «cartel de izquierdas». Gobiernan Herriot y Painlevé...Se desmaya el franco. Poincaré le inyecta, para salvarlo, un discurso de nueve horas. Clemenceau, tigre con mitones grises, entierra a sus últimos amigos, y lanza ante las tumbas abiertas feroces retos a la muerte. Van llegando a París los perseguidos del «nuevo orden» europeo...4
4 C. Espía Rizo, Unamuno, Blasco Ibáñez y Sánchez Guerra en París, Buenos Aires, Araujo, 1940, págs. 18-20.
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Francisco Madrid, corresponsal de El Liberal y El Heraldo en París, que, además, es quien ha dejado crónica de estos primeros meses, cuenta que tras unos meses de estancia en la rué Gunegaud, Espía pasó a otra pensión en sus inmediaciones, para después, sin dejar pasar muchos días, instalarse en el hotel Flandres de la calle Cujas donde ambos convivieron una temporada, Espía ya no cambiaría de domicilio hasta su matrimonio en 1926. La rué Cujas está pegada a la Sorbona en pleno Barrio Latino, es perpendicular al bulevar de Saint Michel y se encuentra no lejos de los bulevares Montparnasse y Raspail, en cuya confluencia se encontraba el café de La Rotonde, uno de los más famosos y bullangueros de París, concurrido por conspiradores, pintores, artistas, bohemios e intelectuales de todas clases, allí instalaría su primer cuartel general. F. Madrid conoció a Espía en un viaje que hizo a Valencia en 1920 acompañado por Salvador Seguí, F. Bayes, Braulio Solsona, Rafael Salanueva, M. Fontdevila, director de El Heraldo, y otros. Desde entonces mantenían una buena amistad que se incrementó durante la estancia de los dos en París; Francisco Madrid creía que la presencia de Espía en París había sido algo providencial porque sus cualidades eran las precisas para que se produjeran una serie de acontecimientos que difícilmente habrían ocurrido en su ausencia: «El destino envió a París a Carlos Espía para que pudieran realizarse una porción de luchas políticas que sin la presencia de un hombre del temple, la sagacidad y la astucia de Espía, hubiera sido difícil, por no decir imposible que se consiguieran... Es hombre apto para la polémica, el puñetazo y también el estudio, la observación y la meditación...»5 El ambiente parisino le impactó pero no hasta el extremo de nublar su vista y apartarle de los motivos verdaderos que le habían impulsado a abandonar tierra española. Trabajaba incansablemente desde el primer día, preparando sus artículos, acudía a entrevistas con personajes notorios, leía periódicos y libros sin cesar, perfeccionaba el francés, y gozaba de los aires de libertad de la capital francesa sorprendido como un niño envidioso y ansioso del juguete que tiene su vecino y que para él resultaba inalcanzable. Por encima de todo se entregaba a su trabajo periodístico, lo que no le impedía mantener una intensa vida social y política, aunque siempre sometida a una rígida disciplina. Rodolfo Llopis, amigo de juventud y vecino en el Barrio Latino mientras estuvo becado en París, nos aporta algunos datos sobre la vida cotidiana de Espía en el París de 1923. Como él, vivía en el Barrio Latino, en un hotel próximo situado en el número 43 del bulevar Saint Michel, solían almorzar juntos en A la Chope Chine, restaurante económico de ambiente bohemio, y algunas veces en Steinbach; cuenta Llopis que el cuarto de Espía en el hotel de la calle Cujas se hacía anunciar porque todo el pasillo de entrada estaba lleno de periódicos amontonados de manera que era casi imposible acceder al mismo, en las paredes de su habitación, modestamente adornada, había dos retratos con emotivas dedicatorias del doctor Rico y de Blasco Ibáñez, unos cuantos paisajes valencianos y alicantinos, fotografías de La Rotonde y de la Sociedad de Naciones. Su mesa de trabajo era un tremendo galimatías, libros, recortes de prensa, artículos a medio escribir, cartas, todo ello en un per-
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F. Madrid, Los desterrados...
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fecto desorden ordenado, en un estante había una buena cantidad de libros, entre los que sobresalía una serie de ediciones en varios idiomas de una conocida obra de Blasco Ibáñez. «Después de almorzar —continúa Llopis— marchábamos a La Rotonde. Nuestro rincón parecía una tertulia de café español. Se comentaban las últimas noticias recibidas, se hacían cabalas y pronósticos... De La Rotonde marchaba Espía a trabajar. Iba a la Cámara, iba a las agencias informativas, hacía sus artículos, intervenía en multitud de actividades...»6 Un día estaba Espía trabajando en su habitación del Flandres cuando le avisó la dueña de que le buscaba el cartero, salió a recibirle y éste le entregó una voluminosa carta; de vuelta a su cuarto la abrió y su sorpresa fue mayúscula cuando descubrió su contenido, se trataba de una serie de hojas manuscritas por Blasco Ibáñez y dirigidas a escritores y periodistas de renombre en las que recomendaba a Espía. Blasco se había enterado de su llegada a París por un amigo común, quien le había comentado las condiciones en las que vivía, sin previo aviso escribió esas cartas y se las envió para tratar de ayudarle de la manera más efectiva posible. Espía se sintió muy halagado pero jamás hizo uso de ellas: «Agradezco las cartas pero no hago uso de ellas. Para qué voy a molestar a aquellos ilustres franceses. Cuando D. Vicente se entera, no lo toma a desaire, al contrario le parece bien lo que he hecho»7. Cuenta Baroja en su libro de memorias Desde la última vuelta del camino, la vida ajetreada y bulliciosa del París de aquellos años, «por entonces algunas gentes oficiosas nos mostraban en los cafés del Barrio Latino o de los bulevares las figuras más célebres de París...8; Baroja, que había conocido a Osear Wilde en un café cercano al Moulin Rouge, compartía tertulia con Cátulo Mendes, La Jeneusse, Huysmans, Courteline, Nicolás Estébanez, Marius André y los hermanos Machado en el café de Flore sito en el bulevar Saint Germain, y nos habla del café Americano en el bulevar de los Capuchinos como otro de los establecimientos más concurridos de la época, de la Closerie des Lilas en el bulevar de Montparnasse, frecuentado por Picasso y sus amigos tras abandonar Montmartre en 1912. Allí don Pío coincidió en numerosas ocasiones con Blasco Ibáñez, con quien no simpatizaba lo más mínimo a juzgar por lo que de él escribió en sus memorias9. El café de La Rotonde, el Dome, donde se reunían Gargallo y Munch, la Closerie, café provinciano con música de quinteto clásico, en el que reinaba con su arte el príncipe de la poesía Paul Fort, el poeta de las baladas10, el Napolitani años más tarde, los hoteles Claridge, Cayre's y Louvre, el Grand Hotel, el Pavillon d'Armenonville, además de los clásicos locales de fin de siglo como el Chat-Noir, L'Auberge du Clou o el Lapin Agüe, eran el alma de la ciudad, lugares donde se reunían y conocían todo tipo de gentes, donde se hablaba de arte y de libros, se bebía, y se comía de vez en cuando, se exponían y discutían nuevas teorías
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R. Llopis, El Luchador, 17 de agosto de 1927. C. Espía Rizo, «El Blasco Ibáñez que yo he conocido», APCE, E. Ramos, Alicante. 8 Pío Baroja, Desde la última vuelta del camino, Barcelona, Planeta, 1974, pág. 523. 9 Ibíd., pág. 662. 10 C. Espía Rizo, Escrito sin título sobre Montparnasse, APCE, Varios, 1944. 7
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sobre cualquier cosa, y se conspiraba, pues París era un hervidero, un enjambre de personajes de todas las nacionalidades huidas de sus países por causas políticas. La Rotonde, situada en la confluencia de los bulevares Raspail y Montparnasse, había nacido como un modesto bistrot de obreros11, una tabernita en la que servían comidas caseras. El tabernero era hombre sencillo y bonachón que admiraba y quería a los artistas, por los que se dejaba engañar, llegaba un joven melenudo o una modelo y pedía, de pie, junto al mostrador de zinc, un café-créme. Se lo servía y le ponía al lado el cestito de los croissants, de los que el melenudo iba picando uno tras otro mientras creía distraído al tabernero. Al momento de cobrar pregunta éste: un café-créme y ¿cuántos croissants? El melenudo hacía como si recordase y decía: dos. En realidad habían sido seis. El patrón de La Rotonde se dejaba engañar. Sabía que era la única comida de aquel pobre diablo12.
La afabilidad del dueño y el emplazamiento del local hizo que pronto se diversificara mucho la clientela acudiendo pintores, escritores y disidentes políticos. Un día fue invitado por su clientela a una fiesta que se celebraba en el estudio de un pintor que luego sería famoso; al llegar allí se encontró con que la mayoría de los objetos que adornaban el local habían sido sustraídos de La Rotonde, lejos de enfadarse celebró el hecho mandando traer unas botellas de champagne; los jóvenes artistas que acampaban en la taberna no tenían donde exponer y el tabernero les ofreció su local, al poco este apareció lleno de lienzos hasta la saturación. De este modo el primitivo bistrot de obreros se convirtió en uno de los lugares emblemáticos del París de los años veinte, su éxito fue tal que alrededor suyo nacieron academias de arte, salas de exposiciones, restaurantes económicos, y en los días de buen tiempo la Horda de Montparnasse montaba en sus puertas exposiciones permanentes al aire libre que luego se extenderían por los bulevares. Espía fue a dar con La Rotonde por casualidad. Todavía ignoraba su historia pero le sedujo «su ambiente, sus tipos estrafalarios, el museo de horrores o de exquisiteces que colgaba en sus paredes», después, al saber la cantidad de personajes que habían pasado por él, entre otros Trotski, Lenin y varios revolucionarios rusos, decidió que aquél era el lugar idóneo para que se reunieran los españoles transterrados. Era un lugar variopinto donde, hacia 1923, se mezclaban hombres y emociones, por entonces era ya uno de los locales más concurridos de París y centro de conspiradores de medio mundo13. Entre otros políticos destacados, Espía conocería a Kerenski en este café, mantuvo una buena amistad con él y después, cuando fue Jefe de Prensa del Ministerio de Estado en mayo de 1931, le hizo venir a España para pronunciar unas conferencias. Quedaba cerca de su domicilio, y en torno a su persona se iría formando una nutrida peña de españoles en la que estaría presente lo más selecto del exilio español y de la oposición a la dictadura: Unamuno, E. Ortega y Gasset, M. Domingo, Corpus Barga, F. Cossío, F. Madrid, el doctor Luna y muchos más: «Poco a poco la peña que fundó en La Rotonda Carlos Espía fue agrandándose. Carlos Espía " C. Espía Rizo, Escrito sin título sobre Montparnasse, APCE, Varios, 1944. 12 Ibíd. 13 J. Pía, El advenimiento de la II República, Madrid, Alianza, 1986, pág. 51.
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con su sonrisa, con su ingenio y atractivo personal iba reuniendo gente: Gorkin, que entonces se llamaba Gómez o Fernández, que trabajaba en Le Matin, donde limpiaba cristales y soñaba con el comunismo integral..., el Dr. Luna, antiguo discípulo de Ramón y Cajal, singular biólogo...»14 Acudían también con frecuencia Francesc Maciá, Ventura Gassols, Bordas de la Cuesta, Miravitlles y «el mestre Fontbernat que se dedicaba al extraño sistema alimenticio de comer cacahuetes con mostaza»15. Asociado a este grupo de catalanes solía aparecer José Pía, «con su cara de mongólico y su cinismo»16, era el tiempo de Coses Vistes, Relacions y Manolo. Pía viajaba entonces por Europa como corresponsal de La Publicidad, el periódico de Amadeo Hurtado. Fue corresponsal en la Sociedad de Naciones, en Londres y en Berlín, aquí intimó con E. Xammar, amigo también de Espía, quien lo introdujo en La Rotonde. Carlos Espía y José Pía trabaron una fuerte amistad que les llevaría a colaborar en diversos proyectos literarios: Pía estaba preparando la publicación de uno de sus libros, para lo que se había rodeado de un completo equipo de producción y promoción formado por Ignasi Armengou, Joan de Linares, López Llansas, Pere Pía, J. María Xammar, Alexandre Plana y el propio Carlos Espía, que se encargaba de cuestiones técnicas y administrativas, y había sido elegido por el escritor de Llofriu para, traducir al castellano su obra Relacions, basada en sus peripecias europeas, a tal fin le había enviado el manuscrito a París. Estaba pensando en ampliar su mercado de lectores y convencido de que sería un éxito editorial tanto en catalán como en castellano, hasta tal extremo que había prometido que dejaría de escribir si su pronóstico no se cumplía17. Otro de los personajes que acudía a La Rotonde era Julián Gorkin, quien había huido de Valencia en 1921 acosado por la policía. En la ciudad se decía que había conseguido hacerse redactor de Le Matin, por ello en cuanto llegó Espía a París una de las primeras cosas que hizo fue visitar a su amigo Gorkin con la esperanza de que éste le ayudase a encontrar un trabajo que le hiciese más llevadera su estancia en la ciudad. Su sorpresa fue grande al comprobar las condiciones en que vivía en una buhardilla del Barrio Latino. Gorkin no era redactor de Le Matin, ni siquiera reportero, sino un trabajador normal y corriente del taller de fotograbado18, en esas condiciones poco podía hacer, así que como no pudieron compartir éxitos y venturas decidieron asociarse en la necesidad junto a Francisco Madrid: Vivimos los tres algún tiempo en medio de la mayor estrechez, ayudándonos mutuamente: o comíamos todos o no comía ninguno. Espía era el administrador de la sensatez colectiva: parecía anunciar el futuro gobernador y ministro de la República, íbamos a almorzar, cuando había para ello, a un pequeño restaurante provinciano de la rué Vavin, cercano al café de La Rotonde; llegábamos cada día cinco minutos más tarde y acabamos habituando a los dueños y a una parte de la clientela a la hora española19. 14 15 16 17 18 19
F. Madrid, Los desterrados... C. Espía Rizo, escrito sin título sobre Montparnasse, APCE, Varios, 1944. Ibíd. Cristina Badosa, Josep Pía. Biografía del solitari, Barcelona, Edicions 62, 1996, págs. 125-127. J. Gorkin, El revolucionario profesional, Barcelona, Aymá, 1975, pág. 188. Ibíd., pág. 189. [102]
La Rotonde llegó a tener tal prestigio entre los emigrados que cualquier español que llegaba a París tenía que pasar forzosamente por allí, desde Besteiro a Baroja, al que dieron un banquete, de Prieto a Millán Astray, que se encontraba en París enviado por el dictador. Desde La Rotonde Espía fue poniendo en contacto a muchos exiliados que no se conocían entre sí, su entusiasmo y afabilidad atraía a la gente y terminó por convertirse en el nexo de unión de todos ellos, dando homogeneidad y consistencia a un grupo numeroso y heterogéneo de personalidades que poco o nada tenían que ver entre ellos: «¡Quién le iba a decir que pocos años más tarde sería un punto de contacto entre hombres tan diversos como Marcelino Domingo, Juan Estelrich, Ventura Gassols o Miguel de Unamuno...!»20 Allí se fue pergeñando la primera oposición real y eficaz a la dictadura de Primo de Rivera, que tenía por cabezas visibles a Miguel de Unamuno, recién llegado de Fuerteventura, y a Blasco Ibáñez, reintegrado a la vida política, pero cuya verdadera alma, su auténtico impulsor era Carlos Espía; sin sus buenas artes no habría sido posible el encuentro entre Blasco y Unamuno, o entre estos y Maciá y sus amigos catalanes. La Rotonde alcanzó su máximo esplendor como centro neurálgico del destierro entre 1923 y 1926. Después las modificaciones estructurales del local y la persecución policial, que se incremento tras la salida del Gobierno de Herriot y los acuerdos franco-españoles sobre Marruecos, hicieron que declinase su estrella y fuese progresivamente abandonado por todos ellos: «El ambiente de La Rotonde es un mito... este café hace años fue nido acogedor de toda la bohemia que pululaba por los barrios Latino y de Montparnasse. Pero ésto, como le digo fue hace mucho tiempo... Cuando el local estaba reducido a la quinta parte que ocupa en la actualidad. Hoy La Rotonde es un café que, despojado de los cuadros que forran sus paredes, muy bien podría ser Regina, Fornos o la Granja del Henar»21. Blasco murió en 1928, E. Ortega y Gasset y Unamuno se trasladaron a Hendaya, Maciá, gracias a Vandeverde, pudo trasladarse a Bélgica y de vez en cuando viajar por América; Espía, Corpus Barga, Luna, Casanova, Gorkin y los demás dejaron de ir. Conforme las intrigas contra la dictadura cobraban mayor envergadura, las reuniones se hacían más difíciles debido a las buenas relaciones entre los Gobiernos francés y español y a las presiones que en este sentido hacía el embajador Quiñones de León. Las reuniones pasaron a celebrarse en distintos hoteles y después de 1928 en el café Napolitani, pero ya con miembros diferentes. 3.2.
EL HOMBRE DE ACCIÓN
3.2.1.
ENCUENTRO CON UNAMUNO
Uno de los acontecimientos más fructíferos para Espía y tal vez para el exilio español en la capital francesa fue su encuentro con Miguel de Unamuno, con quien llegaría a tener tal grado de compenetración que «le depararía confianzas que el gran
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F. Madrid, Los desterrados... A. Muñoz, El Heraldo, Madrid, agosto de 1927.
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vasco no dispensó a nadie»22. Unamuno fue desterrado a Fuerteventura por una carta particular dirigida a Américo Castro, que salió publicada en Nosotros de Buenos Aires. En ella, entre otras cosas, decía que «el ganso real tiene menos sesos que un grillo». Supo la condena bastante antes de que se le comunicase oficialmente por lo que habría podido eludirla huyendo a otro país: el dictador le tenía cierto respeto y quiso evitar de ese modo el impacto que la noticia causaría en la opinión pública. Unamuno era un ídolo para los estudiantes, un hombre crítico y valiente para la mayoría del pueblo y un escritor y profesor de prestigio en los medios intelectuales europeos. Las repercusiones no tardaron en notarse en buena parte del continente, en España son el Ateneo y la Universidad los que dan la protesta más sonora, protesta en la que jugarían un papel determinante Martí Jara y todo el grupo que más tarde formaría Acción Republicana23; en París se plasmó en un mitin presidido por Painleve en el que además intervinieron Aulard, Victor Basch, Charles Richet, Bouglé, Buisson y un ingente número de catedráticos y escritores; Les Nouvelles Litteraires le dedicaron un número extraordinario «con las opiniones de los escritores más ilustres de Europa»24. Unamuno se convertía así en el primer símbolo de la oposición a la dictadura. Un día, desterrado ya en Fuerteventura, recibe la visita inesperada del director de Le Quotidien de París, monsieur Dumay, que le propone raptarlo y de ese modo sacarlo de la Isla, Unamuno, dubitativo, termina por aceptar el plan que estaba promovido y financiado por madame Menard-Dorian, la principal protectora de los exiliados españoles en París. También es posible que colaborase en esto la Liga de Derechos del Hombre y la masonería, que según Comín Colomer ayudaba mucho a los hombres de La Rotonde. Cierto es que muchos de ellos, como es el caso de Espía, pertenecían a la logia Plus Ultra25, dependiente del Grande Oriente de Francia, pero es arriesgado afirmar rotundamente su implicación. El 9 de julio Unamuno embarca en L'Aiglon rumbo a Francia, pero el dictador, sabedor de lo que ocurría decide levantar el confinamiento para evitar el escarnio. Días más tarde llega a París donde madame Dorian y el profesor Aulard le preparan una discreta pero calurosa acogida en la estación de Saint-Lazare, además acuden un pequeño grupo de profesores y unos cuantos jóvenes españoles entre los que se encontraba Carlos Espía. Se aloja en el hotel de la estación y lo primero que manifiesta a sus anfitriones es la desesperación que sentía por el acompañante que le había tocado en suerte: «Primo de Rivera y Martínez Anido son dos sádicos. Les perdonaría mi destierro en Fuerteventura, pero no que se les ocurriera desterrar al mismo tiempo a Rodrigo Soriano»26. A la mañana siguiente, bien temprano, antes de que se levante su compañero de habitación, Unamuno abandona el alojamiento y acompañado por Carlos Espía se dirige a su nueva residencia, una pensión familiar situada en la rué Laperouse que le había buscado madame Dorian27; al cabo 22
A. Barcia, Prólogo a Unamuno, Blasco Ibañez y Sánchez Guerra en París, de Carlos Espía Rizo, Buenos Aires, Araujo,1940, pág. 8. 23 Carta de Martí Jara a M. de Unamuno, 1 de abril de 1924, CMMU, M2/52, Salamanca. 24 C. Espía Rizo, Unamuno, Blasco Ibañez..., pág. 23. 25 Archivo Histórico Nacional, Fondos Modernos, H. 280, Madrid, 26 J. Gorkin, El revolucionario..., págs. 189-192. 27 C. Espía Rizo, Unamuno..., pág. 29.
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de unas horas Espía le lleva a La Rotonde pensando que ese café sería el sustituto ideal de La Cacharrería del Ateneo y en convertirlo en «estandarte» de la peña de disidentes españoles. A don Miguel le sorprende el ambiente del local al que acudirá una hora todos los días. Después, siempre con Espía, paseará por las calles de París, repitiendo el mismo itinerario: el Parque de Luxemburgo, el bulevar Saint Michel, la Cité, Chátelet, la rué Rivoli, la Concordia y los Campos Eliseos28, hasta llegar a su cuarto, entonces «se tumba vestido y sueña con el porvenir de España, hace pajaritas de papel, bolas de migas de pan o solitarios con la baraja, lee y escribe algo para Le Quotidien»29, lo hace primero en castellano, luego en francés porque las traducciones no le gustan, exceptuando las de Jean Cassou. Lee cada día un capítulo de los Evangelios y otros libros al azar: Balzac, Dante, Mazzini, Sidoli, Proust, Flaubert, Kiekegaard y Leopardi de quien lleva siempre un breviario que consulta frecuentemente. Únicamente en La Rotonde Unamuno se encuentra a gusto rodeado de jóvenes que le escuchan y le admiran, «contempla con asombro e inocencia el cuadro estrafalario, con sus escandinavos melenudos, sus bohemios sablistas y sus amigas pintarrajeadas. Ve allí con desazón mariquitas y marimachos ¿Qué son estos monstruos?... En La Rotonde de Montparnasse, con sus jóvenes amigos —el testimonio es del propio Unamuno— comentamos las raras noticias que nos llegan de España, de la nuestra y de la de los otros, levantando, como se dice aquí castillos en España»30. Pero al Unamuno indignado por España contra la dictadura no le agrada París, ni su belleza, ni sus intelectuales, ni los numerosos homenajes que se le tributan, le abruma, le entristece su cielo gris, la enormidad de la urbe, el bullicio y sobre todo la ausencia de Gredos, de Castilla, le desespera la distancia de España hasta tal grado que un día de principios de 1926 abandonará la capital francesa para instalarse en Hendaya como portero mayor de España31: Tras la venturosa contradicción de la isla, la triste, dolorosa contradicción del destierro de Unamuno en París. Aquí ¡qué honda tristeza la suya! ¡Qué dramática su soledad ¡...Desde las tristes márgenes del Sena —río encajonado entre libros de lance— D. Miguel recuerda sus paseos por la blanca carretera de Zamora, sonadero feliz de mi costumbre. Cuando contempla el cielo de París no ve en el más que un charco... Cuando Blasco Ibáñez le enseña desde un balcón del Hotel Louvre el espectáculo maravilloso de la Avenida de la Opera al anochecer, Don Miguel responde melancólico: ¡Gredas!, ¡Credos!32.
Unamuno y Blasco Ibáñez coincidieron durante esta temporada en París, pero ambos escritores se tenían una poco disimulada antipatía, cada uno iba por su lado sin querer saber nada del otro, además existían «hondas discrepancias acerca de la proyectada revolución para derribar la dictadura e implantar la República»33. Las divergencias no 28 29 30 31 32 33
J. Gorkin, El revolucionario..., pág. 192. C. Espía Rizo, Unamuno..., pág. 33. Ibíd., pág. 32. Ibíd., pág. 46. C. Espía Rizo, «El Blasco Ibáñez que yo he conocido», APCE, Escritos. V. Marco Miranda, In illo..., cap. 155.
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atañían sólo a lo político, también afectaban a lo personal, a Unamuno le resultaba excesiva la facundia levantina de Blasco y éste decía que Unamuno se repetía durante temporadas enteras y que para oír algo original había que escucharlo una vez cada siete años34. Una y otra vez los amigos de La Rotonde les insistían para que unieran sus esfuerzos contra la dictadura, pero sin obtener resultado alguno, Unamuno decía que no tenía inconveniente en entrevistarse con Blasco y que le esperaba en su hotel, y Blasco respondía con idéntico argumento. Hasta que un día Espía pergeñó una pequeña estratagema para hacerlos coincidir, le dijo a Blasco que aquella tarde le visitaría don Miguel en el hotel Louvre pero que debía esperarle en el vestíbulo del hotel para evitar que Unamuno tuviese que subir a su habitación. Poco después Espía acudió a la reunión habitual de La Rotonde, al salir del café cogió a Unamuno por el brazo y se dispusieron a dar un paseo como tantas otras tardes, mientras andaban y conversaban le iba llevando en dirección al hotel, una vez allí «dijo señalando al interior —ahí está Blasco, ¿quiere usted entrar? Unamuno vaciló un momento y entró. A Blasco se le ocurrió decirle: ¿Sabe usted que le encuentro un parecido con D. Francisco Giner de los Ríos?, —no, con Bernardino Machado—, replicó Unamuno. Insistieron ambos, se soliviantaron y allí hubiera acabado la entrevista de no intervenir hábilmente Espía»35. A los pocos días Blasco se presenta en La Rotonde como para devolver la visita a Unamuno, protesta sin parar y se queja del humo que hay, a pesar del frío tienen que trasladar la reunión a la terraza del café. Hablan pero no se escuchan, cada uno de ellos quiere ser el único en hablar; sin embargo, ha aumentado el mutuo reconocimiento y al cabo de unos días intervienen juntos en el mitin que contra la dictadura ha organizado la Liga de los Derechos del Hombre en la Salle des Sociétés Savantes. De este modo tan rocambolesco logró Espía que los dos escritores se conocieran personalmente y colaborasen al unísono en el proyecto periodístico que preparaba: España con honra, publicación en la que se condensará la oposición de los emigrados a Primo de Rivera. Espía se perfila ya como un líder en los círculos españoles de París, pero no en el sentido estricto de la palabra. Nunca en su larga carrera política será un hombre al que guste aparecer en la primera fila de nada, ni en los grandes titulares de prensa, eso correspondía a otros que él mismo consideraba más capacitados para tales menesteres: en este caso Blasco y Unamuno, antes el doctor Rico, después serán Marcelino Domingo, Prieto o Azaña. Es el típico hombre de acción, trabajador empedernido y tenaz, luchador entregado en cuerpo y alma a la causa republicana, con una capacidad de trabajo sorprendente que ha de poner siempre al servicio de alguien. Espía será siempre el primero a la hora de organizar un acto, de montar un periódico, de participar en un movimiento revolucionario, de enfrentarse abiertamente a un político del régimen, de proponer y sacar adelante determinadas estrategias de lucha, pero nunca será quien intervenga como cabeza de cartel en un mitin multitudinario o pretenda ocupar un cargo de relevancia. Su trabajo estará siempre en la trastienda, en los fogones, en las bambalinas; nunca en el mostrador o en el escenario del teatro, en todo caso como segundo actor.
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C. Espía Rizo, «El Blasco Ibáñez...» V. Marco Miranda, In illo..., cap. 155.
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Con la colaboración de Unamuno y de Blasco Ibáñez, el primer objetivo de Espía para lanzar España con honra estaba plenamente logrado, además había conseguido que Blasco, de cuya confianza gozaba como nadie36, financiase en gran parte el proyecto. El nombre del periódico era un homenaje a los revolucionarios de 1868, y para su edición contó con la ayuda inestimable de Juan Dura, dirigente obrero valenciano que había abandonado también su tierra por motivos políticos. Dura era un hombre «vivo, alegre y optimista» para el que no existían dificultades en la vida37 y sin cuya destreza habría sido imposible sacar el periódico a la calle. Había llegado con algún dinero y pronto abrió una imprenta en las proximidades de Montparnasse, que llegaría a ser importantísima para los exiliados, ya que en ella Carlos Espía y el propio Juan Dura, que conocía perfectamente el arte de imprimir, falsificaron un sinnúmero de pasaportes para legalizar la situación de aquellos emigrados que estaban en dificultades y permitir a otros la entrada y salida del país. La imprenta de Dura se convirtió en la redacción de España con honra y en cuartel general de los republicanos españoles: Espía me habla de España con honra... el primer grito que desde el extranjero lanzaron hombres de España. Se tiraba en una modesta imprenta de un valenciano, Juan Dura, hijo de Cullera. Allí se recibían a todos los compañeros que llegaban de España y no tenían trabajo. Por allí desfilaron Vidiella, Bajatierra, Llusá... Algunos conocían el arte de la tipografía, otros eran panaderos, carpinteros... Espía y Dura realizaron una admirable labor publicando España con honra... El uno lo dirigía y lo imprimía el otro; pero además, entre los dos llenaban y pegaban fajas, llevaban la administración y se ingeniaban, acudiendo a mil ardides, para introducir el periódico en España. En él colaboraban Unamuno, Blasco Ibáñez, E. Ortega y Gasset...38
El periódico se distribuía en París y en otros puntos de Francia, pero el objetivo de sus impulsores no era ése sino que fuese leído dentro de España; Espía se las arreglaba de mil maneras para introducirlo, siempre con la ayuda de contrabandistas valencianos o de trabajadores comprometidos con la causa republicana. En Valencia se distribuía desde el quiosco del Cojo, situado en la plaza de Castelar, luego Vicente Llorens y otros amigos valencianos lo hacían correr por toda la ciudad, llegando, en ocasiones, a arrojarlo sobre los tendidos de la plaza de toros. La relación de Espía con Unamuno no se interrumpe cuando éste decide trasladar su residencia a Hendaya. A partir de entonces ambos mantendrán una fluida, íntima e intensa correspondencia que se prolongará hasta su regreso a España en 1930. Espía sigue haciendo de intermediario entre Unamuno y Blasco y es quien recibe los artículos que el profesor de Salamanca escribe para España con honra, con la que continuará colaborando unos meses. También le mantiene informado de la evolución de los acontecimientos de España, ya que Unamuno tenía a Espía por una de las personas mejor informadas del exilio: «Le confirmo la impresión de esta gente —los franceses— que están tratando a España como desequilibrados. Petain conferenció con 36
J. Gorkin, El revolucionario..., págs. 192-195. Ibíd., pág. 87. 38 V. Marco Miranda, Las conspiraciones contra la Dictadura, Madrid, 1970, pág. 33. 37
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Primo de Rivera para exigirle que no hiciese tonterías y dejase desembarcar tropas francesas en Melilla, pues están hartos ya de la falta de plan del Directorio. A eso se debe el viaje precipitado del rey a Madrid y la venida de Lyantey a París»39. Espía anima e insiste una y otra vez a Unamuno para que no caiga en la desesperanza y mantenga alto su espíritu de lucha contra la dictadura, alabando, sinceramente por otro lado, sus artículos e intervenciones públicas: De todas maneras consolémonos pensando que es el último año que estará usted fuera de España. Ese gobierno de medio paisanos parece que ha venido para irse, nadie lo respeta. No descansa sobre ninguna fuerza moral, ni siquiera la del ejército. Sólo tiene un apoyo: el del rey. Esto es muy poco. Se apoya en una sola cosa que a su vez no tiene ningún apoyo. Están, pues, condenados a derrumbarse, no por el último golpe, como usted decía, sino por todos los golpes que se le han dado desde el principio: Los de usted los más fuertes40.
Espía admira y respeta profundamente a Unamuno en todas sus facetas, como filósofo, como novelista, como poeta, como intelectual y como hombre de su tiempo, no obstante era una de las personalidades más veneradas por quienes se oponían a la dictadura. Unamuno escribía en una ingente cantidad de periódicos de todo el país, incluido El Pueblo, había convertido su cátedra en un foro de libertad y crítica, su voz se había oído firme y contundente en la cuestión de las responsabilidades y sobre todo era, junto a Ortega, el intelectual más prestigioso del país. Para Espía era un auténtico maestro, un guía espiritual al que escuchaba con toda la atención y cariño de que era capaz. A lo largo de su vida siempre había tenido un mentor, alguien que le aconsejase, que le hiciese saber sus errores y le marcase la ruta a seguir para ser más justo y más libre, alguien que llenase su vida de espiritualidad y de fe en el progreso del hombre, que justificase y alimentase sus ansias de lucha, sus dudas. Ahora ese lugar le correspondía ocuparlo a Miguel de Unamuno: Tengo que darle las gracias por muchas cosas. En primer lugar por sus dos libros, que han sido para mí un obsequio emocionante. Al ver su retrato en sus portadas, al leer sus cariñosas dedicatorias, al ponerme en contacto con usted, a través de su prosa y de sus poemas, estaba tembloroso de alegría, de recuerdos, de emoción. Sería una imprudencia que yo juzgase su obra. Pero usted me permitirá que le diga lo siguiente: Sus libros me han proporcionado la compañía de usted durante muchas horas. Es un fenómeno que no sé explicarle, pero que muy pocos escritores logran provocar y acaso ninguno en la forma misteriosa que usted. Leyendo Cómo se hace una novela yo me sentía tan con usted, tan oyendo su voz, que estaba a punto de interrumpirle para hacerle una pregunta, para calmar una inquietud. Probablemente todo esto que le digo es muy inocente pero es así41.
El período de tiempo en que ambos coincidieron en París fue muy corto, apenas llegó a seis meses, pero al mismo tiempo fue muy intenso y Unamuno terminó por integrarse en el ambiente de Espía: La Rotonde, la Liga de los Derechos del Hombre, 39 40 41
Carta de Carlos Espía a M. de Unamuno, 29 de agosto de 1925, CMMU, E2/16, Salamanca. Carta de Carlos Espía a M. de Unamuno, 23 de diciembre de 1925, CMMU, E2/16, Salamanca. Carta de Carlos Espía a M. de Unamuno, 24 de diciembre de 1928, CMMU, E2/16, Salamanca.
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las tertulias en casa de madame Donan constituían casi sus únicas salidas. Espía le quería, le escuchaba, seguía sus pasos, siempre estaba a su disposición, intentaba hacerle la vida lo más grata posible en un lugar que sabía no le agradaba. Por su parte Unamuno fue depositando en Espía toda su confianza, le veía como a un joven inteligente, culto, serio, sencillo, humilde y al mismo tiempo, con unas ganas enormes de aprender, rasgos estos contrarios a la autosuficiencia que tanto le irritaba y que tan común era en determinados círculos intelectuales. A pesar del poco tiempo que se trataron, Unamuno le consideraba uno de sus mejores amigos42. La confianza entre los dos llegó a un grado difícil de entender si se considera la diferencia de años que les separaba y el difícil carácter de Unamuno. Sin embargo, no era una relación de sumisión del uno respecto al otro, sino que había lugar para la crítica, la discrepancia, incluso para el reproche, como ocurrió cuando Unamuno dejó de enviar sus escritos a España con honra: «Veo, con dolor, que se ha pasado usted al partido de los que no quieren enviar nada a este periódico que usted sabe a costa de cuantos sacrificios hacemos Ortega y yo. Publicaremos en el próximo número su Carta a los estudiantes, pero siento que no se acuerde usted más a menudo de nosotros»43. Espía había fundado España con honra pensando en el gancho y el impacto político que supondría tener como colaboradores a Blasco Ibáñez y a Unamuno; pero éste, una vez instalado en Hendaya, atrapado por la añoranza, fue espaciando cada vez más sus envíos, lo mismo hicieron otros colaboradores y el periódico entró en una progresiva decadencia paralela a la que por aquel mismo tiempo sufría La Rotonde. De modo que a principios de 1926 aparecería el último número: «Dejamos de publicarla. No era posible sostenerla en las condiciones en que lo hacíamos. Yo he hecho más de lo que debía y podía. No es culpa mía si poco a poco los demás me han ido dejando sólo. Me cabe el consuelo de haber sostenido milagrosamente durante un año ese periódico que sin mí hubiese muerto a los tres meses. Pero yo no puedo hacer más...»44 Es un momento difícil para Espía, sus dos empeños principales: aglutinar a los españoles opuestos a la dictadura en un mismo foro para unir y coordinar sus esfuerzos, y dotar al exilio de un medio de expresión público en el que pudieran manifestar sus opiniones, se venían abajo por el desinterés, los problemas personales y el endurecimiento de la represión policial. Sin embargo, no por ello va a caer en el desánimo o va a enfriar sus relaciones con amigos y compañeros, mucho menos con Unamuno al que en la misma carta pide siga enviándole originales para reproducirlos en la imprenta de Dura y hacerlos circular por París y por España. Tampoco pierde el sentido del humor tan definitorio de su carácter y que tanto agradaba a Unamuno: El imbécil de Alarcón ha publicado un manifiesto cómico dirigido a los intelectuales, pidiéndoles que se adhieran al Directorio. Creyó que lo iban a hacer ministro. Ahora está desconsolado porque ha visto que lo son otros más brutos que él. Lo más gracioso del documento es una frase en la que dicho autor se dirige a los que tienen cultura por encima de la media. Yo he hecho circular por ahí que lo que
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M. de Unamuno, «Homenaje a Espía», en El Luchador, diciembre de 1928. Carta de Espía a Unamuno, 29 de octubre de 1925, CMMU, E2/16, Salamanca. Carta de Espía a Unamuno, 23 de diciembre de 1925, CMMU, E2/16, Salamanca.
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se propone Alarcón es fundar una Liga, cosa que está realmente por encima de la media, y este golpe cómico lo desconcierta cada vez que se lo dicen45.
La amistad y colaboración de Espía y Unamuno, como se verá más adelante, tendrá todavía dos manifestaciones públicas de la máxima notoriedad, una con motivo del procesamiento de Espía en diciembre de 1925, la otra a raíz de la sublevación militar de junio de 1926. Espía se adaptó con rapidez a la vida parisina. Leía periódicos españoles, franceses, italianos e ingleses; se documentaba y enviaba sus crónicas a España. Sus primeros escritos franceses trataban preferentemente de la dictadura o de cuestiones internacionales, pero también se referían a celebridades, anécdotas o personajes llamativos y extravagantes de París, siempre desde una perspectiva humana y picarona. Junto a Corpus Barga, José Pía, Francisco Madrid y el periodista francés León Rollín acudía a La Bolsa, lugar de reunión de los periodistas extranjeros en la capital de Francia; allí comenzó a familiarizarse con los asuntos internacionales, cuestión palpitante ante las perspectivas que abría la fundación de la Sociedad de Naciones. A través de sus artículos ofrece una amplia y heterogénea galería de la vida y las gentes del París de los años veinte. Habla de la vida bohemia, de Jules Depaquit, fundador y primer alcalde de la República Libre de Montmartre; de Michel Mortier, alma agitadora del mismo barrio; de la revista El Crapouillot, en torno a la cual se animaba la vanguardia de las letras francesas, escritores como Paul Reboux, de quien tradujo La Mulata enamorada, Alexandre Arnoux, Louis León, Jean Goitier, Raimundo Radiguet, y a cuya tertulia de La Villette en el Barrio Apache acudía Espía de cuando en cuando; de Jean Rechepin, de Valentino, de Pierre Decourcelle, del indio de la Rotonde, de Cocteau, de Renán, de Jaures, de Américo Castro, de los molinos, de la casa de Berlioz a punto de ser derrumbada o de Pío Baroja, con quien paseaba por el Sena en busca de libros raros e inexistentes. Baroja, siempre que iba a París se alojaba en el hotel Juana de Arco de la calle Vaneau, y Espía en cuanto se enteraba iba a visitarlo, conversaban un rato y luego paseaban largo rato por las orillas del Sena o el bulevar Saint Germain. Baroja le decía que Europa atravesaba una «ola de imbecilidad», de la que él intentaba sustraerse viajando por todo el continente para no impregnarse demasiado de ningún lugar, de Londres a París, de París a Basilea, de Basilea a Moscú. Las «Cuartillas de París», que en Alicante publicaba con regularidad Diario de Alicante, son un auténtico prodigio de sensibilidad, cultura y buen hacer periodístico que no debieran, por más tiempo, permanecer ocultas en los anaqueles de las hemerotecas. Si decisivo fue para Espía su encuentro con Unamuno, sorprendente, extraño y cómico fue el que mantuvo con el mutilado general Millán Astray. Primo de Rivera estaba cansado de sus vociferantes reclamaciones, de su jactancia y de su renegar sin fin, así que para quitárselo de encima decidió encargarle una misión intrascendente e inespecífica en París, asignándole una suculenta compensación económica. Millán Astray aceptó a regañadientes y marchó de inmediato hacia la capital francesa con el aliciente de pasar allí una agradable temporada. Sin embargo, el general se aburría, se aburría mucho y no sabía qué hacer ni a dónde ir. Un día alguien 45
Ibíd.
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le indicó que un nutrido grupo de españoles se reunían habitualmente en un café de Montparnasse, de modo que se presentó en La Rotonde con la intención de animar un poco su anodina vida parisina. Para romper un poco la frialdad con que fue recibido, explicó a los presentes que su salida de España se debía a sus enfrentamientos con Primo de Rivera, motivo por el cual se consideraba también un exiliado. Al poco tiempo Espía y un amigo quedaron en almorzar con él con la intención de pasar un buen rato. Una vez en el restaurante, Espía le dijo que le encontraba muy triste, pero que creía que eso no se podía deber a cuestiones económicas, pues estaba informado de que el dictador «le pagaba muy buenas dietas para que se pasease por París»46. Millán Astray asintió intentando disculparse; entonces Espía procedió a argumentarle lo que consideraba como verdaderas causas de su decaimiento: «creo y perdone si me equivoco, que usted está triste porque aquí en París no puede usted matar moros, que es para lo que usted tiene disposiciones verdaderamente excepcionales»47; el General, sorprendido, no daba crédito a lo que estaba oyendo y hacía aspavientos como si fuese a hacer alguna barbaridad, mientras tanto el amigo que les acompañaba, creyendo llegado el momento crítico, echó mano a las botellas y demás utensilios peligrosos que había sobre la mesa; pero no pasó nada y Espía continuó tranquilamente con sus razonamientos: Me explicaré, creo, general, que usted, acostumbrado desde que salió de la Academia a matar moros, debe encontrarse ahora muy aburrido y a disgusto en este París tan civilizado. Más barato resultaría para el erario, y mucho más se divertiría usted, si, en vez de pensionarlo para viajar por el extranjero, hubiese adquirido el dictador unos cuantos moros, y se los hubiese confiado a usted en cualquier apartado lugar de España o de Marruecos para que usted se hubiese distraído allí matándolos...48 La comida terminó al mismo tiempo que la indignación y el estupor del General alcanzaban su punto de ebullición. Nunca jamás volvió a poner los pies en La Rotonde ni a relacionarse con los exiliados españoles. Vivían en dos mundos diferentes, en el espacio y en el tiempo. Aparte de la poca simpatía que sentía por el fundador de la Legión, Espía era un empedernido opositor a la intervención militar española en Marruecos, y a la altura de 1925 creía que toda la responsabilidad de que la cuestión marroquí no se hubiese resuelto no correspondía a los partidarios de Abd-el-Krim, sino al Gobierno español: «He hablado con Canning, el enviado de Abd-el-Krim. He sacado el convencimiento de que el mayor inconveniente para la paz en el Rif es el gobierno español»49.
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C. Espía Rizo, «Semana de emociones», Valijas, sin fecha, APCE, Alicante. Ibíd. Ibíd. Carta de Espía a Unamuno, 23 de diciembre de 1925, CMMU, E2/16, Salamanca. [1 1 1 ]
3.2.2.
CON BLASCO IBÁÑEZ EN PARÍS
Espía había estado en contacto con Blasco Ibáñez desde los primero días de su llegada a París, sobre todo epistolarmente ya que éste pasaba buena parte del año en su casa de Mentón. Blasco se había apartado totalmente de la vida política y se dedicaba exclusivamente a viajar, escribir y promocionar sus escritos por medio mundo. Cuando se produjo el golpe de Estado de Primo de Rivera, Blasco, por entonces amigo de Lerroux, le pidió información sobre lo ocurrido en España, preguntándole si debía suspender el viaje que tenía programado, el líder radical le respondió que no era preciso puesto que la acción de los militares estaba bien intencionada y que en todo caso supondría el final de la vieja política y de la monarquía. Con tal información el autor de Entre naranjos emprendió el veinte de octubre de 1923 un viaje alrededor del mundo que se prolongaría hasta abril del siguiente año50, pero dejando como encargado de sus asuntos generales en París a Carlos Espía, a quien encomienda insistentemente antes de partir que le tenga informado de cuanto pudiera ocurrir en España mientras durase su periplo. De regreso a Francia, Espía le pone al corriente de los acontecimientos de España, de «la carta al dictador firmada por ciento setenta intelectuales para desmentir las afirmaciones del general Primo de Rivera, quien pretendía que toda España se adhería a su política»51; también le informa del destierro de Unamuno a Fuerteventura y le advierte que la realidad anda muy alejada de los vaticinios hechos por Lerroux. A principios del verano Espía recibe una carta desde Mentón en la que Blasco le anuncia su intención de trasladarse a París y le pide que reúna todo el material informativo que pueda sobre la situación española, pues ha decidido volver a la lucha política contra la monarquía. En la misma carta le dice que si tiene alguna duda o necesita completar algún dato, recurra en su nombre a su amigo Santiago Alba, por entonces exiliado en París52. Alba estaba absolutamente indispuesto con Primo de Rivera por la forma en que le había tratado tras el pronunciamiento y por su desacuerdo con el mismo. Al mismo tiempo, Blasco se dirigió a Maura renunciando a ingresar en la Academia de la Lengua, respondiéndole éste con una carta que revela su simpatía por tal decisión. También escribe a los periódicos de Madrid, que habían estado adulándole durante varios meses, comunicándoles su intención de no escribir en ninguno de ellos. Entre junio y septiembre de 1924 Espía se entregó con entusiasmo a la misión que le había sido encomendada, indagando en diarios y revistas, en libros, preguntando a periodistas franceses y españoles, acudiendo a husmear en La Bolsa. Allí, León Rollín, amigo suyo y corresponsal de Le Temps en Madrid, le avisa sobre un artículo de Manuel Azaña publicado primeramente en la revista argentina Nosotros en 1924 y
50
V. Marco Miranda, Las conspiraciones..., Madrid, 1970, págs. 1-29. P. Aubert, «Los intelectuales en el poder (1931-33)», en J. L. García Delgado (ed.), La Segunda República Española. El primer bienio, Madrid, 1987, pág. 173. 52 C. Espía Rizo, «El Blasco Ibáñez que yo he conocido», APCE, Alicante. 51
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reproducido posteriormente por Europe, que llevaba por título: «Cantos de España». En el mismo, Azaña analizaba detenidamente el carácter español y sus posibilidades futuras: ...con tal de que el tendero no defraude en el peso y de que los funcionarios vayan a la oficina, el hombre de café está contento y no le importa lo demás...El pueblo español no escarmienta, no aprende nunca nada. Aunque es viejo y curtido por el infortunio, la discontinuidad de su cultura, que se presenta esporádicamente en grupos aislados, hace de él un pueblo sin experiencia. Deshabituado del esfuerzo propio, es un pueblo mesianista... Nosotros creemos en la vitalidad del pueblo español y en sus futuros destinos, pero ha de buscarlos por rutas diametralmente opuestas a las que ahora sigue...53
El artículo gustó tanto a Espía que inmediatamente lo dio a conocer a Blasco Ibáñez, quien lo utilizaría para redactar sus manifiestos contra la monarquía. La influencia y admiración de Espía hacia Azaña iría en aumento desde este momento, hasta el punto de afectar a su estilo y a la forma de ver los problemas de España. Pensaba, al hilo de lo escrito por Azaña, que el país no había llegado a ser el mismo, a realizar las potencialidades en él contenidas, siendo menester para ello que los españoles se zafasen de paternalismo y tutelas de cualquier tipo, rompiendo los corsés que constreñían su personalidad. Para Azaña, —lo mismo creía Espía—, la burguesía tenía parte de responsabilidad en la situación de postración que atravesaba el país, porque había sido débil y acomodaticia, y su actitud había propiciado un Estado frágil sometido a los imperativos de la oligarquía, «se había dejado dominar por sus tradicionales opresores: corte, iglesia y milicia»54, negando el impulso necesario para la modernización nacional. Ambos querían un Estado eficaz de hombres libres, civilizados y cultos y se indignaban ante «esa casta de españoles que no se sienten gobernados si el que manda no lo hace a puntapiés»55. A principios de septiembre, entre la documentación aportada por Espía y las informaciones directas que le suministraba Santiago Alba y otros amigos, Blasco tenía material suficiente para conocer a la perfección la situación política española. Instalado en una habitación del hotel Louvre de París y en compañía de los periodistas Luis de Benito y Carlos Espía, se dispuso a regresar a la arena política con el objetivo de hacer todo el daño posible al régimen imperante en España. No se trataba de un gesto, un ademán o una pose, estaba dispuesto a emplearse a fondo invirtiendo en la empresa su fama, su prestigio como escritor y su fortuna personal: «hay que acabar con toda esa porquería de la dictadura militar —dice a Espía en plena faena—, pero sobre todo, hay que acabar con la monarquía en España. El verdadero culpable es el rey. Lo que pasa en España es una auténtica vergüenza. Voy a escribir algo demoledor contra esa gente, contra Alfonso XIII, el gran responsable... Vuelvo a la lucha republicana»56. Espía se entusiasma al ver la decisión con que Blasco se ha en53 54 55 56
J. Morichal, La vocación de Manuel Azaña, Madrid, 1968, págs. 142-43. Ibíd., págs. 197-213. Ibíd., págs. 197-213. C. Espía Rizo, «El Blasco Ibáñez que yo he conocido», APCE, Alicante.
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tregado al trabajo, para él es un honor como republicano y como periodista poder trabajar al lado de un maestro, que es además un español responsable y comprometido, que puede aportar mucho a la lucha contra la monarquía. Es un triunfo personal de Espía, pues ha conseguido que Blasco confíe en él como en ningún otro y que regrese al terreno de la contienda política. Trabajan muchas horas al día, repasando periódicos, recibiendo visitas, rehaciendo textos, cuando el manifiesto empieza a tomar cuerpo, Blasco le manifiesta a Espía su preocupación por la impresión del mismo. Por motivos de seguridad no quiere que se haga en una imprenta cualquiera, sino en una en la que puedan confiar plenamente. Espía busca a su amigo Juan Dura, que se pone de inmediato a su disposición57. Pero el trabajo de Carlos Espía no se limitó al campo de la logística, sino que su colaboración en la redacción y elaboración del manifiesto fue fundamental58: «Al poco aparece Blasco Ibáñez y más que secretario, es su colaborador, con él empieza la campaña contra la dictadura y el rey, no sólo le dicta Alfonso XIII desenmascarado, sino que le consulta detalles, frases, conceptos, y hasta admite retoques de estilo cuando se trataba de cuestiones que conocía mejor Espía que Blasco Ibáñez»59. En noviembre de 1924 sale a la calle Alfonso XIII démasqué, título del manifiesto en Francia, distribuido por Flammarion, traducido por Marcel Thiebaud y con una tirada de más de ciento cincuenta mil ejemplares. La edición española aparece con otro título: Una nación secuestrada. El terror militarista en España. El folleto, muy en la línea de Blasco pero con evidentes influencias azañistas, fue dictado a Luis de Benito y posteriormente corregido por Espía y Marco Miranda60, y entre otras cosas decía: Declaro con dolor y con vergüenza, que España es en estos momentos el país más desorganizado de la tierra... Además durante medio siglo se ha convertido en un pueblo materialista y de profunda bajeza moral. El país de D. Quijote se ha convertido en el de Sancho Panza: glotón, cobarde, servil, grotesco, incapaz de ninguna idea que exista más allá de los bordes de su pesebre... Este ejército que consume la mayor parte de los recursos de España y al que se prodigan oficialmente alabanzas de heroísmo mayores que las que merecieron los ejércitos más famosos de la historia, resulta derrotado indefectiblemente en toda operación emprendida fuera del país. Repito que el título de ejército no es exacto. Mejor le conviene el de gendarmería. Sus únicas victorias las puede conseguir en las calles de las ciudades donde constantemente amenaza con ametralladoras y cañones a muchedumbres que sólo llevan, cuando más, una mala pistola en el bolsillo... Nada de Primo de Rivera, ni Martínez Anido, si queremos echar a pique el barco, debemos tirar al casco. El casco es el rey. Y yo, español, declaro desde el primer momento que tiro contra Alfonso XIII61.
Como puede apreciarse, se trataba de un ataque durísimo contra las dos instituciones fundamentales del régimen alfonsino: la Corona y el Ejército. Su difusión 57
C. Espía Rizo, C., «El Blasco Ibáñez que yo he conocido», APCE, Alicante. Madrid, E, Ocho meses y un día en el Gobierno Civil de Barcelona. (Confesiones y testimonios), Barcelona-Madrid, Ediciones La Flecha, 1932, pág. 167. 59 Llúcia Reila, «Vida i anecdotari de Caries Espía», en La Rambla, 15 de junio de 1931. 60 V. Marco Miranda, Las conspiraciones contra..., págs. 29-33. 61 V. Blasco Ibáñez, Una nación secuestrada. El terror militarista en España, París, 1924. 58
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causó gran revuelo en toda Europa, pues se trataba de la primera denuncia internacional y en toda regla contra la dictadura española. Desde el primer día de su publicación el hotel Louvre se vio invadido por periodistas que pretendían entrevistar a Blasco para saber sus intenciones, pero al mismo tiempo recibió numerosas cartas con amenazas e insultos que iban firmadas por grupos que nadie conocía, como Los caballeros de la Patria o Los defensores del rey, «pensionados de la tiranía y espadachines con nómina», al decir de Espía62. Entre éstos hubo uno, profesor de esgrima y proveedor de la Real Casa, que le reto a duelo, respondiéndole Blasco que él se había batido ya varias veces y no tenía que demostrar su valor ante nadie y que sólo se batiría con las personas a las que había atacado: Primo de Rivera y Alfonso XIII63. La campaña organizada por la dictadura para impedir la distribución del manifiesto se abriría en varios frentes con estrategias bien diferentes. Al principio se instrumentaliza la prensa, intentando hacer ver que Blasco era un indeseable, una persona tremendamente avariciosa que todo lo hacía por dinero y un revolucionario peligroso que constituía una amenaza para la sociedad francesa: a tal fin el Gobierno español solía enviar pistoleros al hotel Louvre con la consigna de hacer saber a todo el mundo que estaban al servicio de Blasco para cometer sabotajes y atentados. Cuando lograban acceder a su habitación, Blasco les plantaba en la calle con el mayor enojo, hasta que cierto día uno de los emisarios, muy testarudo por cierto, intentó varias veces entrevistarse con él sin conseguirlo; ante el cariz que tomaba el asunto, Espía, cansado de darle negativas, le dijo: «Es inútil. D. Vicente no quiere oír hablar de eso, que le repugna. Pero aquí nos hemos dividido el trabajo, y conmigo puede usted hablar cuanto quiera. Yo me he encargado del negociado de asesinatos...»64 Otra de las maniobras urdidas desde la Embajada española fue el intento de soborno de Juan Dura: quisieron comprarle la imprenta para de ese modo impedir que se publicasen los manifiestos de Blasco y España con honra. Naturalmente, Dura se negó y explicó lo sucedido a Espía. Por otra parte, Martínez Anido llegó a enviar pistoleros para que siguieran y amedrentaran a Blasco, no se sabe si con esta única intención o dispuestos a pasar a la acción. Pero estos métodos repugnaban al embajador Quiñones de León y en cuanto pudo se deshizo de ellos; a Quiñones lo que de verdad le gustaba era «el espionaje y la soplonería»65. Una vez fracasadas estas estratagemas, el Gobierno español va a implicar decididamente a sus embajadores en Inglaterra y Francia en el empeño. Merry del Val, embajador de España en el Reino Unido, «consigue que los libreros ingleses retiren de los escaparates los folletos de Blasco y se nieguen a venderlo»66, hasta que interviene el hispanista Cunninghamn Graham y consigue que salgan de nuevo a la venta. En Francia, Quiñones presenta una querella criminal contra el autor, el traductor y el editor de Alfonso XIII desenmascarado. La prensa liberal y de izquierdas se escandaliza, Paul
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C. Espía Rizo, Unamuno, Blasco Ibáñez... Ibíd. C. Espía Rizo, «Mientras España se regeneraba», El Sol, 1930, APCE, Recortes de prensa. C. Espía Rizo, Unamuno, Blasco Ibáñez... Ibíd.
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Boncourt, Laffont y otros diputados dicen que Blasco goza de la hospitalidad francesa y por tanto de su protección y piden al presidente Herriot que intervenga para detener el proceso. Pero Herriot aduce que no puede inmiscuirse en cuestiones judiciales. M. Moutet, abogado prestigioso y diputado socialista, se encarga de la defensa del escritor y asegura en el Parlamento que va a convertir la vista en un acto contra la dictadura española. A tal fin convoca como testigos a «un centenar de personalidades de renombre mundial: escritores, políticos y hombres de ciencia. Ante el rumbo que están tomando los acontecimientos, Quiñones arría las velas y decide retirar la querella. Sin embargo, uno de los principales objetivos de Blasco cuando decidió tomar la pluma y volver a las luchas políticas estaba por cumplir: la introducción del folleto en España, misión que confió de nuevo a Carlos Espía, quien de inmediato se puso al habla con su amigo Marco Miranda, enfermo en Valencia, para que a la mayor brevedad se personase en París para un asunto de la máxima importancia. A las pocas horas de recibir el mensaje, Marco Miranda partió para París acompañado, dado su precario estado de salud, por su amigo el doctor Francisco Cátala: En la estación nos esperaba Carlos Espía, y poco después nos hallábamos en presencia de Blasco Ibáñez...¿Ha preparado eso?, le pregunta a Espía. Es un contrato que ha de firmar en el Consulado de Estados Unidos. Vende los derechos de Mare Nostrum para llevarla al cine. Nos enseña a Cátala y a mí las pruebas del folleto... Alude con gestos despectivos al dictador que le parece un peluquero francés. Y nos habla de su proyecto, el que le trae a París. Es necesario que sepa todo el mundo que España no puede vivir esclava de una odiosa dictadura: Blasco habla con el fuego de sus veinticinco años67.
Al día siguiente van los cuatro a La Rotonde, allí está Unamuno acompañado por Ortega y Gasset, Corpus Barga, Francisco Madrid, el doctor Luna y otros emigrados. Blasco les explica la idea principal de su escrito, mientras tanto Carlos Espía, atento siempre a lo que dice Unamuno, trata de convencerle «de que dos rubias, sentadas frente a nosotros y silenciosas, no son conspiradoras polacas, como supone el sabio catedrático de Salamanca, sino unas mujeres alegres que se ganan honradamente el pan de cada día»68. Blasco había ideado un novelesco plan para introducir su manifiesto en España. Pretendía que fuese por Valencia y al uso de los antiguos contrabandistas levantinos, o bien arrojado desde dos aeroplanos que decía tener contratados. El día 7 de noviembre, estando junto a Blasco en el hotel Louvre preparando los últimos detalles del plan, recibieron una llamada telefónica de F. Maciá comunicándoles que había estallado una sublevación y que muchos obreros se dirigían a la frontera francesa para sumarse a ella. Al oírlo Blasco exclamó que era una auténtica barbaridad. Espía llamó por teléfono a su amigo el líder obrero Carbó, exiliado en Perpiñan, quien afirmó lo mismo que Blasco y aludió a la posibilidad de que dicho
67 68
V. Marco Miranda, Las conspiraciones..., págs. 29-33. Ibíd.
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movimiento fuese una treta más de la policía. Espía estaba convencido de que muchos de los emisarios que Martínez Anido y Arlegui habían enviado cerca de Blasco Ibáñez eran los instigadores del suceso69. Se trataba de la intentona de Vera de Bidasoa que fracasó estrepitosamente y cuya paternidad un sector de la prensa española atribuía a Blasco Ibáñez, Unamuno y Maciá. A los pocos días Marco Miranda y Cátala partieron para Valencia con el encargo apremiante de Espía de buscar a unos contrabandistas que estuviesen dispuestos a transportar los folletos desde Francia a España. Después de unas cuantas gestiones infructuosas encontraron a unos que hacían la ruta Valencia-Mallorca y que se mostraron dispuestos a cumplir con el encargo, aunque no pudieron llevarlo a buen término debido al temporal que azotaba las costas francesas. Finalmente, Miranda consiguió el dinero necesario para la operación de un comerciante de vinos alicantino amigo de Espía70, y en compañía de José Miralles viajó a Séte, donde les esperaba éste con sendas cartas de identidad falsas que habían elaborado en la imprenta de Juan Dura. Los folletos, al igual que muchos ejemplares de España con honra, entrarían en España en bocoyes vacíos, pegados a las paredes interiores de los mismos, se descargarían en el puerto de Alicante y desde allí se distribuirían al resto del país71. Al bajar la carga del barco en el puerto alicantino uno de los toneles cayó al suelo abriéndose en mil pedazos, la carga clandestina quedó al descubierto en presencia de varios obreros, carabineros y guardamuelles, sin que ninguno hiciese nada por incautarse de los folletos o denunciar el asunto, lo que permitió que la operación pudiese continuar con toda normalidad. 3.2.2.1.
Las bofetadas a «El Caballero Audaz»
La difusión de Una nación secuestrada causó gran agitación en España, tanto en la oposición al régimen, que lo recibió alborozada, como en los medios oficiales que lo acogieron con gran indignación, hasta tal punto que fueron arrancados los rótulos que daban el nombre de Blasco a diversas calles y plazas valencianas, se hicieron quemas públicas de sus libros, embargaron sus bienes, incluso un coronel de la Guardia Civil llegó a proponer que se le quitase la nacionalidad española. Quiñones de León presentó una nota formal de protesta ante las autoridades francesas quejándose de la libertad de movimiento y acción de que gozaban los exiliados españoles. Por otra parte, la dictadura contaba con una serie de escritores y periodistas de segunda fila, que, bien por propia iniciativa, bien por los suculentos estipendios que recibían, siempre estaban dispuestos a poner su pluma en defensa del régimen, utilizando para ello recursos como la calumnia, el enredo y la difamación. Estos escritores eran: José María Carretero y Novillo, conocido como El Caballero Audaz, Manuel Bueno, Vergara Vicuña, R. de Grijalba, Salaverría y algún otro. El primero en abrir fuego con-
69 C. Espía Rizo, «Mientras España se regeneraba», en El Sol, marzo de 1931, APCE, Recortes de prensa, Alicante. 70 C. Espía Rizo, «El Blasco Ibáñez que yo he conocido», APCE, Escritos, Alicante. 71 Ibíd.
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tra Blasco y los emigrados españoles fue el afamado escritor pornográfico, convertido al conservadurismo, José María Carretero, quien por encargo de Martínez Anido72, y a los pocos días de haber salido Una nación secuestrada, escribe El novelista que vendió a su patria o Tartarín revolucionario, libelo en el que acusaba al escritor valenciano de «estafador, pesetero, putero y agente de Rusia»73. Afirmaba Carretero que Blasco había llegado a un acuerdo con agentes soviéticos por el que cobraría cuatro millones de pesetas para promover la revolución internacional, y que gracias a ese dinero, Blasco, que estaba arruinado, pudo volver a la política, publicar y distribuir sus folletos y contribuir a la expansión del comunismo, enriqueciéndose a la misma vez, misión principal de Blasco en el mundo de los vivos. El Caballero Audaz justificaba su actitud en que su honor de español se había visto mancillado por la cruel descripción que Blasco había hecho de su patria, que, entre otras desdichas, tuvo la de haberle visto nacer a él. La obra de Carretero, escrita en tono ágil e insidioso, es una continua sarta de insultos y desafíos zafios dirigidos contra Blasco Ibáñez: No te baste para escupirle el Blasco traidor, el Blasco ladrón y estafador, el Blasco desleal, mercader de la amistad, espía y espía a sueldo, ni sus compinches mercenarios... Ya he recibido sus amenazas y las desdeño... Apenas deje corregidas las pruebas de imprenta de la edición española marcho a París. Allí he de estar para asistir al estreno inmediato de la película, adaptación de mi novela El Jefe Político. Ya lo sabes: Vicente Blasco Ibáñez, tú me conoces y también mi casa en París...74
En el citado libro también acusaba a Blasco, siguiendo las directrices marcadas por Martínez Anido, de haber organizado los sucesos de Vera de Bidasoa desde La Rotonde, en compañía de un separatista catalán: F. Maciá, su secretario: Carlos Espía y un concejal del Ayuntamiento de Valencia: Marco Miranda. Según Carretero el movimiento fracasó porque Blasco no aportó el dinero necesario para financiarlo. En conclusión, la novela es un compendio de alabanzas y parabienes hacia el autor de La barraca: «A mí no me inquieta lo más mínimo Blasco Ibáñez, tartarinesco león, con la melena calva y teñida... Personalmente le creo un hombre sin valor ni arrogancia, un sexagenario desdentado y tripudo...»75 José María Carretero escribía en ABC y llegó a acusar a José Antonio Primo de Rivera de socialista, mostrando su decepción por Falange76. Blasco y Carretero se conocían desde años atrás, habían coincidido numerosas veces en los cafés de Madrid, pero nunca habían simpatizado Durante los años en que el primero fue cimentando su fama internacional, el segundo se había convertido en uno de los autores más leídos de España. Con el triunfo de Primo de Rivera vio llegado el momento para su definitivo encumbramiento. Montó su propia editorial, cambió de estilo y temática y se
72 73
V. Marco Miranda, Las conspiraciones..., págs. 29-33. J. M. Carretero y Novillo, El novelista que vendió su patria o Tartarín revolucionario, Madrid,
1924, pág. 74. 74
75 76
Ibíd,, págs. 89-125. Ibíd., pág. 129. S. G. Payne, Falange, historia del fascismo español, pág. 107.
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puso al servicio del mismo, atacando, mediante todo tipo de panfletos, a los cabecillas del exilio español: Blasco, Unamuno y Espía. Cuando regresó a París, donde pasaba temporadas, en diciembre de 1924, acompañado por el hijo de Martínez Anido, se instaló en el 186 del bulevar Haussman, dando comienzo de inmediato a su particular campaña contra Blasco y sus amigos, que sabían de su llegada y propósitos por una información de Francisco Madrid77. Escribió una carta insultante y desafiante a Blasco y Espía; aunque dirigida al primero fue abierta por éste por encontrarse Blasco en su finca Fontana Rosa en Menton-Garavan, en la Costa Azul francesa. Al leerla, Espía salió en busca de Carretero por los bulevares de París, al no encontrarlo se dirigió a su domicilio particular, en el que tampoco estaba, lo esperó en la calle y en cuanto lo tuvo a su alcance lo abofeteó. La noticia, que en otro contexto no habría pasado de una simple riña entre particulares, corrió como la pólvora y saltó a las primeras páginas de muchos periódicos franceses y españoles, convirtiéndose en un símbolo para cuantos luchaban contra la dictadura: «¡Ah, si fuéramos aficionados a los simbolismos, y si creyésemos en augurios!, ¡Que gran consuelo pensar que esos soplamocos de París eran ya la embestida irreprimible de la nueva, de la joven España contra el falaz y siniestro espantajo del viejo régimen!...»78. La primera noticia que del suceso se publicó en los periódicos españoles se refería a un atentado o duelo habido entre Carretero y Blasco Ibáñez. Mientras tanto, el 17 de diciembre se había publicado en todos los periódicos de España un edicto por el que se citaba a Blasco a declarar ante el juzgado militar de Madrid por la publicación de Una nación secuestrada. Poco a poco los hechos ocurridos en París fueron aclarándose conforme las crónicas de los corresponsales iban llegando a los rotativos españoles: El Sr. Carretero y Novillo, que acaba de regresar de Madrid, en cuanto ha llegado a París ha dirigido una grosera carta de injurias a Blasco Ibáñez, con él que a todo evento necesita tener una cuestión personal. En esa carta insultaba al secretario de Blasco, D. Carlos Espía... El Sr. Espía buscó a Carretero..., pero como no lo encontró, se fue a casa de éste... A eso de las diez de la noche volvió, en efecto, a su domicilio situado en el bulevar Haussman 186, acompañado de su amante. El Sr. Espía, que se encontraba en la acera de enfrente, al verle atravesó la calle. Cuando Carretero había abierto ya la puerta de su casa con su llavín, Espía le abordó llamándolo sinvergüenza, y cuando aquel miraba a su adversario con cara sorprendida, Espía le asestó un fuerte puñetazo en la cara. Hizo Carretero ademán de buscar un arma en el bolsillo, pero antes de que la encontrara, un segundo puñetazo de Espía dejaba a Carretero tan grogy que perdiendo toda serenidad se metió en el portal de un salto y cerró la puerta con violencia, dejando en la calle, abandonada, a la mujer con la que iba79.
Como es natural, José María Carretero tenía su propia versión de los hechos, que expresó con su habitual estilo en su libro La revolución de los patibularios:
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V. Marco Miranda, Las conspiraciones..., págs. 29-33. Diario de Alicante, diciembre de 1925. El Luchador, 3 de enero de 1925. Resumen de un artículo publicado en El Liberal de Bilbao.
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Espía quería hacer méritos —era en los tiempos de las conspiraciones contra la Dictadura— y planeó un atentado contra mí una noche... Mi resolución y una vieja Smit del portero de casa frustró la vil agresión. Los tres cómplices huyeron al verme abofetear a Espía, del cual tres días más tarde se hizo cargo la policía. Quedó detenido en La Santé, condenándolo después a la prisión que ya había cumplido y a una fuerte multa, que yo no quise cobrar. En esta andanza siniestra le acompañaban el pistolero Cipriano Mera, Sigfrido Blasco y un tal Dura80.
Lo cierto es que Espía nunca pasó por La Santé, lo que sí hizo fue comparecer en comisaría para autoinculparse en los hechos denunciados, lo que sí ocurrió fue que gracias a las quejas de Carretero ante Quiñones de León, y de éste ante el Gobierno francés, la policía estuvo mucho más pendiente de los movimientos de los exiliados españoles y el expediente de Espía llegó a ser el más voluminoso de la Embajada española después del que correspondía a Maciá: «Sabían cual era mi misión al lado de Blasco Ibáñez y mi amistad con los otros grandes españoles que mantenían aquí la protesta contra el absolutismo español. Creían que vigilándome a mí descubrirían lo que tramaban mis ilustres amigos, y a ello se debe este favor inmerecido con que me distinguieron los soplones y confidentes»81. Sin embargo, la vigilancia policial, las informaciones de los agentes del Gobierno español y de una agencia de seguridad privada, no sirvieron para impedir que Espía introdujese en España los folletos de Blasco, mientras que él sí se pudo enterar de que la cantidad de dinero que salía de la caja de Quiñones para pagar a la agencia de seguridad no coincidía con la que éste recibía, por lo que «hubo quien se creyó engañado y se armó un pequeño jaleo, cuyos incidentes me llenaron de júbilo»82. El asunto de las bofetadas siguió coleando en la prensa durante todo el año de 1925, hasta que se celebró el juicio. Entre tanto, Carretero no hacía más que enviar desmentidos a las redacciones de los diarios rectificando las versiones que éstos publicaban y presentar denuncias contra los directores. Consecuencia de una de ellas fue el procesamiento de Oteyza, director de La Libertad de Madrid, a quien defendió Ossorio y Gallardo alegando que siendo las injurias un delito contra el honor, la persona injuriada debería tener honor, y no era éste el caso. Los argumentos de Ossorio fueron aceptados por el tribunal y Oteyza fue absuelto. El juicio contra Espía se celebró el 9 de noviembre de 1925, en la Sala Correccional de París, enmedio de una enorme expectación, tanto por la personalidad, simpatías y antipatías de los encartados, como por el eco que el hecho había tenido en la prensa, como por la movilización de abogados de prestigio que había provocado: M. Moutet por parte de Espía, y M. Campiuchi por la de Carretero. Aunque el suceso había sido calificado como falta, Campiuchi acusaba a Espía de homicidio frustrado y solicitaba al tribunal una fuerte condena. Espía no las tenía todas consigo y, por si acaso, se dispuso a atar todos los cabos posibles, no fuese a suceder que las cosas saliesen de modo diferente al que todos esperaban. Encargó la defensa a Marius Moutet, que había defendido antes a 80 81
J. M. Carretero y Novillo, La revolución de los patibularios, Madrid, pág. 128. C. Espía Rizo, «Mientras España se regeneraba», en El Sol, marzo de 1930. APCE, Escritos, Ali-
cante.
82
Ibíd.
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Blasco Ibáñez cuando la demanda de Quiñones por la publicación de su folleto, y emprendió una estrategia encaminada a darle la vuelta al proceso y convertirlo, de ese modo, en un acto más contra la dictadura de Primo de Rivera. Con esta finalidad movilizó todos los recursos de que era capaz: madame Dorian-Menard, la Liga de los Derechos del Hombre con su presidente Victor Basch a la cabeza, periodistas como León Rollín o Aurelio Natoli, y a todo el exilio español. Blasco Ibáñez envió una declaración por escrito para ser leída ante el tribunal, en tanto que Unamuno se le ofreció como «testigo de moralidad»83, circunstancia aprovechada por Espía para solicitarle que testimoniara en su favor mediante una carta escrita de su puño y letra y dirigida a su abogado: Dicha carta, si está usted conforme en hacerla, debe escribirla en francés y mandármela cuanto antes...Diga usted en ella cuanto hubiese dicho de palabra con objeto de disponer a los jueces en mi favor. Salvo mejor opinión de usted, creo que mi mejor defensa consistiría en decir que usted me conoce bien e íntimamente; que jamás llevo ni he llevado armas encima, ni me cree capaz de agredir con llave inglesa a nadie; que soy hombre pacífico y bueno; que mi acto fue digno y merecedor de aplauso, puesto que de esa manera corté una innoble campaña a sueldo, de mentiras y calumnias, contra los que defendíamos la dignidad de nuestro pobre país; que no obré por indicación de nadie, sino por propio impulso al verme ofendido personalmente en la carta que el Carretero envió a Blasco; que el Carretero está ahora al servicio de la Dictadura, como durante la guerra estuvo al servicio de la propaganda alemana; con todos los demás piropos al Carretero, defensores míos y comentarios a la situación política de España que usted juzgue necesarios...84
Unamuno redactó la carta, tal como le había indicado Espía, y fue leída por Moutet, junto a la de Blasco, ante el Tribunal Correccional. Ambas cartas fueron publicadas en El Liberal de Madrid, pero sin que la censura permitiera que figurasen al pie los nombres de los autores85. La prensa francesa también comentó el caso, L'Oeuvre decía lo siguiente sobre El Caballero Audaz y el interés suscitado por el juicio: «El que vimos ayer en la Sala Oncena Correccional no mide menos de dos metros de altura. Es evidente que no es por estas razones por lo que ha movilizado al impenetrable presidente Claret, sus dos asesores, al sustituto Syrum y dos abogados de importancia como M. Marius Moutet y M. Campiuchi»86. En la vista Espía manifestó que lo único que había hecho era «castigar con unas bofetadas la ofensa recibida de Carretero», quien presentó como sus valedores morales a Ceferino R. Avecilla, Manuel Bueno y Rodrigo Soriano87, que no comparecieron ante el ambiente adverso que había en la sala contra su amigo. Como enaltecedores de la honorabilidad de Espía asistieron Corpus Barga, E. Ortega y Gasset, Aramburo, el periodista francés Debrillote y el italiano Natoli, que manifestaron el alto concepto que les merecía el acusado y 83 84 85 86 87
Carta de Espía a Unamuno, 29 de octubre de 1925, CMMU, E2/16, Salamanca. Ibíd. Ibíd. Alain Labreaux, L'Oeuvre, Referido por El Luchador del 1 de diciembre de 1925. Carta de Espía a Unamuno, 23 de diciembre de 1925, CMMU, E2/16, Salamanca.
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la opinión negativa que tenían del denunciante. Es, una vez más, Rodolfo Llopis, que estuvo presente en el juicio, quien ofrece con más detalle y fiabilidad los pormenores de la vista y su auténtico alcance en un artículo publicado en El Luchador el 7 de enero de 1926, bajo el título de «El dolor de unas bofetadas»: «¿Será posible que un juicio de faltas produzca tanta emoción? No es un juicio de faltas lo que vamos a presenciar. Todos tenemos la conciencia de que lo que va a enjuiciarse no es la conducta de dos hombres: es algo más, va a sentenciarse el proceso histórico de la realidad contemporánea...»88 En efecto, paso a paso, la acusación contra Espía iba a quedar en segundo plano y el juicio se iría transformando en un acto contra El Caballero Audaz y por tanto contra el régimen español. Primeramente quedó demostrada, según cuenta Llopis, cuál fue la realidad de los hechos: El Caballero Audaz replicó al folleto de Blasco Ibáñez, y a su vez fue contestado desde las páginas de España con honra, acto seguido Carretero envió la mencionada carta a Blasco que abrió Espía y en la que decía textualmente: «que donde le encontrara lo abofetearía, y en cuanto a su secretario político, Carlos Espía, le enviaría un criado para que se las entendiese con él...»89 Después ocurrió lo de las bofetadas y Carretero acudió a comisaría para denunciar que había sufrido una brutal agresión por parte de unos comunistas. Al leer Espía la noticia en la prensa se presentó en comisaría para dejar bien claro que sólo él había sido el agresor. El abogado de Carretero, vinculado a grupos fascistas franceses, se empleó muy a fondo tratando de prestigiar la imagen de su defendido, enumerando sus múltiples éxitos literarios, su amistad con Francia durante la Primera Guerra Mundial, y describió la agresión como lucha en cuadrilla, con premeditación, alevosía y nocturnidad. Mientras que el letrado de Espía, Moutet, diputado socialista por Lyon, inició su turno en un tono sarcástico y burlón que hizo las delicias del público: «Pareciéndole a Carretero demasiado humilde el apellido paterno y simbólico el materno, lo cambió por un seudónimo que ya no podía ni debía usar después de haber abandonado a una dama en momento de peligro...»90, para acto seguido proceder a deshacer los argumentos esgrimidos por Campiuchi: Moutet tacha a Carretero de autor pornográfico y como prueba presenta al tribunal sus dos mayores éxitos: La sin ventura y De pecado en pecado; afirma que miente siempre como al decir que había comido con célebres escritores franceses que le habían manifestado su animadversión hacia Blasco, los cuales al enterarse manifestaron no conocerle y su admiración por el escritor valenciano, o al decir que era francófilo cuando había sido germanófilo. Ante tales acusaciones protesta El Caballero Audaz y entonces Moutet muestra a la sala el libro Hispano-Alemán, lujosamente editado y redactado por Benavente, en el que aparece su firma, alegando, ahora, que no se trata de su firma sino de la de un hermano suyo. La polémica sube de tono y Campiuchi se enzarza en una violenta discusión con Corpus Barga. Minutos más tarde, ante el cariz de los acontecimientos, renuncia a la defensa y abandona la sala. La vista se cerró imponiendo a Espía una
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R. Llopis, «El dolor de unas bofetadas», en El Luchador, 1 de enero de 1926. Ibíd.
Ibíd.
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multa simbólica de dieciséis francos91, pero fue una tremenda humillación para El Caballero Audaz que terminó sin abogado, sin testigos y siendo el hazmerreír de toda la concurrencia. José María Carretero había tenido, anteriormente, experiencias de este tipo en Madrid. Célebre fue el duelo a que le retó por injurias el doctor Piga, duelo que no llegó a celebrarse por incomparecencia de Carretero. Baroja cuenta en sus memorias otro caso parecido al de Blasco-Esplá y Carretero. Fue el acaecido entre Sánchez RojasUnamuno y Salaverría, éste último, a su parecer, persona traidora, maldiciente, criticona e insidiosa: en tiempos de la Dictadura, Unamuno está en París, Salaverría le ataca despiadadamente, y Sánchez Rojas, amigo del Rector salmantino, lo defiende; Salaverría se siente atacado y la emprende con Rojas: «José Sánchez Rojas no es ningún mozalbete, ni creo que haya sido nunca lo que se llama joven. No obstante, el pobre hombre se aventuró a llamarme cincuentón y a decir que estoy enfermo. Y lo decía esa piltrafa humana que todos ustedes han visto deslizarse por la calle como un pupilo vitalicio de San Juan de Dios...»92 Al escrito de Carretero y Novillo, que ya no olvidaría nunca en sus libros y artículos a Carlos Espía, siguieron otros en la misma línea como Blasco Ibáñez, la vuelta al mundo en 80.000 dólares, escrito por Vergara Vicuña o Los enemigos del rey, de R. de Grijalba, con prólogo de Manuel Bueno93, quien, además, a primeros de diciembre de 1924, coincidiendo con la ofensiva de Carretero, había escrito un durísimo artículo atacando a Unamuno, al que acusaba de ateo, comunista y enemigo de su patria, y pidiendo un gobierno fuerte y enérgico para hacer frente al avance imparable del comunismo en España. Este escritor, polemista profesional, se había visto implicado en los avalares que costaron la pérdida de una mano a Valle-Inclán, y había sido enemigo encarnizado de Salaverría, con el que ahora formaba equipo literario a las órdenes de la Dictadura. Según Baroja «era un tipo raro, a pesar de ser aparentemente hombre social. Era materialista, sensualista y tenía temores de ultratumba. A mí me dijo una vez que creía en fantasmas...»94 Todos ellos, junto al marqués de Quintanar, el doctor Baudelac de Pariente, Delgado Barrete y el hijo del dictador, José Antonio Primo de Rivera, formaban parte de lo que se dio en llamar «organización adecuada» para la propaganda de la Dictadura en el extranjero, cuya existencia confirmó el propio dictador en su nota de 17 de enero de 193095. Carlos Espía tenía la convicción de que Primo de Rivera estaba obsesionado por conseguir el elogio de los gobernantes de otros países, por causar buena sensación en el extranjero, «quería hacer creer al buen pueblo, con los ojos vendados por la censura, que en el extranjero se le envidiaba y hasta nos lo envidiaban»96. A ese fin destinó enormes sumas de dinero, llegando a pagar hasta 40.000 pesetas por la publicación en Le Temps de un ar-
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Carta de Espía a Unamuno, 23 de diciembre de 1925, CMMU, E2/16, Salamanca. Pío Baroja, Desde la última vuelta del camino, pág. 129. J. L. León Roca, Vicente Blasco..., pág. 540. Pío Baroja, Desde la última..., pág. 124. C. Espía Rizo, «Apelación al extranjero», en El Sol, diciembre de 1930, APCE, Escritos, Alicante. Ibíd.
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tículo de su puño y letra: «Daba vergüenza ser español, saberse gobernado por aquella gentuza y saqueado por el Barrete, el Manuel Bueno, el Baudelac y otros lamebolsas de la organización adecuada que deshonraban a España en el extranjero y atacaban a nuestros más altos valores espirituales... Ocho o diez mil pesetas le quedaban líquidas a Manuel Bueno cada mes por esa faenita de apelar al extranjero»97. Blasco Ibáñez y Espía continuaron trabajando juntos algún tiempo más. Después de Una nación secuestrada, Blasco publicó una serie de artículos en España con honra; en total fueron siete, posteriormente reunidos en un librito titulado Por España y contra el rey, que de nuevo fue distribuido en España por Carlos Espía con la colaboración de sus amigos republicanos de Valencia y Alicante, según atestigua Cipriano Rivas Cherif en su biografía sobre Azaña98. En abril de 1925 Blasco publica otro folleto en el que exponía su pensamiento acerca de lo que había de ser el nuevo régimen español, su título era lo suficientemente explícito: Lo que ha de ser la República Española. Concebido como un manifiesto al país y al Ejército, se editó primero en Francia y al poco tiempo en España, en El Pueblo, gracias a los esfuerzos de Azzati, Miranda y Just. El escrito fue calificado de timorato y muy moderado por los elementos más izquierdistas, que esperaban de Blasco un tono más revolucionario, acusaciones que éste rebatió airadamente según cuenta Carlos Espía: «¿Queréis que intentemos desde ahora todas las experiencias utópicas, que, desde el primer momento, antes de consolidar el régimen naciente, nos expongamos a perderlo con peligrosas aventuras demagógicas en busca de un irrealizable sueño de perfección social?...Dejadnos implantar y consolidar nuestra república democrática, para dar a España un régimen de dignidad, de libertad y progreso. Mejoradla más tarde si podéis...»99 La respuesta de Blasco tuvo ciertos aires premonitorios respecto a lo que luego sucedería al instaurarse la Segunda República. Por otra parte, coincidiendo con la publicación tle este folleto, el exilio español en París rindió a Blasco un caluroso homenaje en el Círculo Interaliado, al que acudieron Unamuno, Santiago Alba, E. Ortega y Gasset, Corpus Barga, y Espía, que fue uno de los organizadores, al mismo se sumó la sociedad Amis des Lettres Fran^aises 10°. Estos años, 1924 y 1925, fueron los del apogeo de La Rotonde. Blasco, reconciliado con Unamuno, parecía haber encontrado en el joven Espía la fuerza y el ánimo que necesitaba para llevar a término tareas que su salud ya no le permitían. Escribía manifiestos y artículos muy combativos en la prensa, acudía a reuniones conspirativas o enviaba a Espía en su nombre, a tertulias, al hotel Louvre, al Claridge, se entrevista con Alba, con Villanueva, incluso con el conde de Romanones, con todos aquellos políticos que pudieran «ofrecer una garantía de orden y estabilidad al régimen que deseaba implantar en España. Ofrece su persona y su fortuna entera para la acción necesaria. Pero no encuentra en otros el fervor impaciente que pone él en la empresa»101.
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Ibíd. Véase, también, Gorkin, J., El revolucionario... Rirvas Cherif, C., Azaña, retrato de un desconocido, Barcelona, Grijalbo, 1980, pág. 130. Espía Rizo, C., Unamuno, Blasco Ibáñez..., pág. 66. León Roca, Vicente Blasco..., pág. 541. Espía Rizo, C., Unamuno, Blasco Ibáñez..., pág. 67.
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Poco a poco Blasco se irá decepcionando, lleva mucho dinero gastado y ha abandonado su obra literaria, los editores le piden libros y se siente cansado. Los días grises no habla, no respira, parece como sumido en un profundo letargo. Espía no le dice nada, comen juntos, pasean un rato al atardecer, se encarga de su correspondencia y de sus demás asuntos en el más absoluto de los silencios; sin embargo, los días luminosos, soleados, parece despertar, recupera la jovialidad y ambos emprenden de nuevo su actividad revolucionaria. Al final, Espía no podrá impedir que el novelista regrese a Mentón al comprobar que nada cambia en España al ritmo que él hubiera deseado. Intuye que no le queda tanto tiempo como cosas por hacer. 3.2.3.
CONSPIRADOR Y PERIODISTA
La constitución en España de Acción Republicana en 1925 y de Alianza Republicana el 11 de febrero de 1926, insufló nuevas energías al grupo de exiliados parisinos, que veían más cerca el fin de la monarquía y del régimen militar. No fue ajeno a esto tampoco la refracción que iba imponiéndose en muchos elementos monárquicos por la prolongación excesiva en el tiempo del gobierno de Primo de Rivera y los evidentes deseos de perpetuación que suponía la anunciada Asamblea Nacional. En esta posición, cada vez más contraria al régimen, se encontraban ya personalidades tan significadas como José Sánchez Guerra, que el mismo día del golpe de Estado había hecho saber al Monarca su disconformidad y enojo102, Santiago Alba, exiliado en París desde 1923, Alcalá Zamora, Villanueva, Burgos y Mazo y Ossorio y Gallardo. Las relaciones entre los republicanos españoles en París y este grupo eran buenas, todos parecieron entender que lo primero era acabar con la Dictadura, además coincidían en que, de un modo u otro, monarquía o república, se hacía ineludible la elaboración de una nueva constitución por unas cortes elegidas por auténtico sufragio universal. El pragmatismo se impuso al dogmatismo, siendo la colaboración muy intensa en determinados períodos. Los políticos monárquicos se habían visto traicionados y vilipendiados por el rey y el dictador. Por su parte, los republicanos, aleccionados por la tradición histórica de España, contemplaban la instauración de un constitucionalismo verdadero como una revolución103. Esa colaboración había quedado plasmada en las aportaciones que Alba había hecho, por medio de Espía, a los manifiestos de Blasco Ibáñez, en sus protestas contra la Dictadura junto a Unamuno y en las reuniones que mantuvo con toda la oposición al régimen en el hotel Claridge de París. Pero iba a enfatizarse más con motivo de la intentona revolucionaria de junio de 1926. Mientras en España militares descontentos y políticos de los partidos dinásticos ponen en marcha la Sanjuanada, en Francia se preparan otras acciones paralelas encaminadas a denunciar y ridiculizar al dictador español. En Hendaya, Eduardo Ortega y Gasset y su hijo José organizan una manifestación para dar la bienvenida a Primo de Rivera de viaje hacia París, manifestación que acabó en un gran
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J. Gorkin, El revolucionario..., pág. 232-233. P. Aubert, «Los intelectuales en el...», págs. 173-90.
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escándalo y con el encarcelamiento de los organizadores104. En París, los refugiados de La Rotonde, tratan de agrupar a todos los opositores al régimen para dar un sonoro recibimiento al dictador, quien acudía a la ciudad del Sena para hablar de la cuestión marroquí con las autoridades francesas y, al mismo tiempo, otorgar legitimidad internacional a su Gobierno. El objetivo de las algaradas organizadas era impedir, por cualquier medio lícito, que Primo de Rivera cumpliera la segunda parte de su programa: la coyuntura marroquí, que había auspiciado el acercamiento entre dos gobiernos antitéticos para encarar de un modo más eficaz el problema, no podía terminar convirtiéndose en un acto de propaganda de la Dictadura, sino todo lo contrario: La pita en la estación fue formidable. Primo se quedó pálido, y como si le flaqueasen las piernas, al oír aquellos silbidos horribles. Le empujaron hacia el automóvil y desapareció a toda marcha. Ni el gobierno ni la embajada quisieron ya anunciarlo en ningún acto oficial, y escondido como un delincuente, rodeado de policía, haciendo escapadas misteriosas, anunciando falsos itinerarios, etc, ha logrado hacerse retratar en alguna ceremonia, pero no se ha atrevido a ponerse frente al pueblo. La pita de ayer fue indescriptible. Los silbidos impedían oír las músicas estridentes de las bandas militares. La policía recogió más de tres grandes sacos de silbatos. Hubo muchos heridos y ciento cincuenta detenidos. La policía tenía órdenes severísimas y las cumplió con brutalidad105.
A la protesta se sumaron militantes de los partidos de izquierda franceses y contó con el apoyo del diario comunista L'Humanité, que además promovió una interpelación parlamentaria sobre los sucesos. En los días siguientes Espía, acompañado por Rodolfo Llopis, se dirige a la Liga de Derechos del Hombre para solicitar su mediación para la liberación de Eduardo Ortega, su hijo y los obreros y catalanistas detenidos. Le informan que Eduardo Ortega ha sido puesto en libertad, pero duda que vayan a hacer algo respecto a los demás porque «en aquellas oficinas todo lo tratan con espíritu burocrático, creando la religión del rapport y de la etiquete»106. Ante lo incierto de la situación recurre de nuevo a Unamuno y a Blasco Ibáñez. Al primero le pide que escriba a madame Menard para que la Liga «se interese de un modo especial por los obreros españoles, evitando sobre todo que los entreguen a la policía española»107, como había sucedido con un tal Badía en Perpiñán. Piensa que el prestigio del escritor vasco sería más que suficiente para movilizar a la Liga y a los intelectuales que con ella simpatizaban. A Blasco le encarga que presione a sus amigos franceses y que escriba en los periódicos denunciando lo ocurrido. Pero Espía anda metido en otro asunto para el que también le va a ser imprescindible la participación de Miguel de Unamuno. Gracias a una información que Santiago Alba le había suministrado de modo confidencial, Espía escribe una serie de artículos en L'Humanité denunciando que pistoleros españoles ha-
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Carta de Espía a Unamuno, 15 de diciembre de 1926, CMMU, E2/16, Salamanca. Carta de Espía a Unamuno, 15 de julio de 1926, CMMU, E2/16, Salamanca. Ibíd. Ibíd.
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bían entrado en Francia camuflados entre las escoltas de Primo de Rivera y del Rey, con el propósito de perpetrar atentados contra los refugiados españoles, y que una vez cometidos habían regresado a España. Previamente había comunicado el asunto a la Liga de los Derechos del Hombre, pero ante la gravedad de los hechos parecieron asustarse y declinaron inmiscuirse en el conflicto. Por otra parte, Espía no quería emplearse demasiado en L'Humanité por temor a que la opinión pública francesa relacionase demasiado al exilio español con el Partido Comunista Francés, cosa que juzgaba muy perniciosa para su estrategia. Para evitarlo pide a Unamuno que escriba una carta abierta a la Liga relatando de otro modo los mismos hechos que había denunciado él en L'Humanité y que remitiese copias mecanografiadas a dicho periódico, a L'Oeuvre, a Le Quotidien, a Le Peuple, a París Soir, al Ministerio de Justicia, al de Interior, al Presidente del Partido Radical, al del Partido Radical-Socialista y a León Blum. Creía Espía que «no teniendo pruebas sino indicios», nadie mejor que Unamuno podría redactar ese escrito de forma que no se incurriese en responsabilidades penales, además su nombre siempre daba a todo mucha mayor resonancia. Explica a Unamuno que el motivo de pedirle ésto a él y no a Blasco no era otro que el mayor conocimiento que tenía de «las cosas de Martínez Anido», pero que ante cualquier sugerencia suya no tendría ningún inconveniente en enviar el escrito a Blasco para que lo firmase también. Espía le aconseja que su carta haga hincapié en dos puntos: que la Dictadura ha violado todas las normas de derecho internacional al introducir de modo clandestino pistoleros a sueldo en otro país, violando la soberanía francesa; y el riesgo que corren los exiliados españoles si son extraditados a un país que no tiene el más mínimo respeto por el derecho. Este mayor y más directo activismo político tuvo serias consecuencias en la forma de vida de los emigrados. Francia les había concedido asilo pero les prohibía tajantemente hacer política. De modo que las persecuciones policiales, las detenciones, las visitas a comisaría, el acoso permanente de la gendarmería se convirtieron en hechos habituales para los emigrados, hasta tal extremo que el grupo comenzó a dispersarse, la tertulia de La Rotonde se disipó y las reuniones hubieron de realizarse de forma más cuidadosa. Con Maciá en Bélgica, Unamuno en Hendaya y Blasco en Mentón, Espía se erigía en el principal sospechoso para la policía gala: «En el exilio parisino siguió conspirando contra la monarquía, hasta que a un Embajador español le dio por perseguirle allí también y organizaba detenciones de cuantos españoles se relacionaban con él, acusados de peligrosos comunistas...»108 Espía, a pesar de la inmensa actividad que llevaba alrededor de Blasco Ibáñez, de los exiliados y de sus corresponsalías, tenía tiempo para otras cosas. Durante un período perteneció al grupo Prensa Latina, que publicaba una revista en París con el mismo nombre. Dirigida por un argentino de origen polaco al que llamaban Kartoffel, su único programa era la defensa de la identidad latina y la unidad de todos los pueblos con ese origen cultural. Celebraban una reunión mensual en la redacción de Le Journal, donde además se editaba la revista. Espía dejó de asistir porque no creía
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El Luchador, 10 de junio de 1931.
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en la unión de gentes por razas, sino por «ideas o enfermedades»109. También era asiduo asistente a las reuniones de la Liga de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, junto a su presidente Victor Basch, con quien trabó gran amistad, y madame Menard. Nunca se olvidó de su tierra y en abundantísimas ocasiones escribía recordando a Alicante, sus problemas, sus carencias, sus encantos, procurando estar lo mejor informado posible de cuanto allí acontecía, cosa que conseguía gracias a su abundante correspondencia con sus amigos de juventud. Así, cuando la Diputación de Alicante se negó a mancomunarse con las de Valencia y Castellón, volviendo a uno de los temas que más había tratado en su etapa valenciana, escribe a los republicanos alicantinos pidiéndoles un esfuerzo para conseguir que Alicante se uniera a las otras provincias valencianas e hiciesen cuanto estuviese en sus manos por impedir su vinculación con Murcia, puesto que eso supondría un artificio y alejaría a la provincia del progreso entregándola de lleno al ciervismo, símbolo irredento del caciquismo y del atraso. Sin embargo, Espía no es un localista. Quiere a su tierra, recuerda su juventud con añoranza, pero no considera a Alicante el centro del universo. Sabe de sus bondades, pero nunca esconderá sus defectos y carencias Sus artículos van encaminándose progresivamente hacia las cuestiones internacionales. Atento desde la adolescencia a los problemas europeos, su estancia en París no hizo sino reforzar ese interés. Pudo conocer en vivo las tensiones entre Francia y Alemania por las compensaciones de guerra, cubrió los procesos electorales de Inglaterra, Francia y Alemania, reconociendo siempre a Inglaterra como cuna de la democracia y la libertad, pese a las diferencias doctrinales que tenía respecto al tipo de régimen allí imperante: «Al triunfar la libertad en Francia parece que haya triunfado en todo el mundo. Antes había triunfado en Inglaterra, madre y maestra mágica de la libertad...»110. Eran los años del triunfo de las izquierdas en Francia, de la formación del primer Gobierno Herriot, del triunfo de los laboristas en Inglaterra, de las luchas cívicas en Alemania por establecer la República de Weimar. En la sociedad de Naciones se presentaba a los pueblos la esperanza de la paz con el protocolo de Ginebra, «en la vieja Sala de la Reforma, la voz de Briand ponía, hablando de paz, un acento de humana emoción. Más tarde en Locarno, la política de paz en Europa se hacía ley en un tratado de mutua garantía y en La Haya se revisaba la situación económica de Europa en la posguerra para hacer posible su reconstrucción... La organización de la paz en el mundo estaba ligada a la obra creadora del liberalismo europeo»111. Otra vez Europa era el escenario de las luchas entre el liberalismo y el totalitarismo y Espía podía asistir a ese trágico debate desde el lugar privilegiado de la tribuna de informadores de los grandes foros europeos, presenciando las conferencias internacionales y estando cerca de los protagonistas de los hechos políticos más cruciales. Hacia finales de 1924, su amistad con un grupo de periodistas franceses del círculo de León Rollín, le llevó a interesarse vivamente por los asuntos que se dirimían en la Sociedad de Naciones, organismo que aunque no había satisfe-
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Diario de Alicante, 18 de enero de 1926. El Luchador, 1925. C. Espía Rizo, D. Amadeu Hurtado, un liberal europeu, México, 1952, pág. 21.
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cho las esperanzas en él depositadas por muchos europeos, continuaba siendo el único foro pacífico para dirimir los conflictos internacionales. No eran pocos aquellos que creían todavía que gracias a su arbitraje se alcanzaría el desarme internacional o una especie de Paz Perpetua entre todas las naciones, desterrando definitivamente la guerra de la faz de la tierra. Para muchos europeos la Primera Guerra Mundial había sido el último de los conflictos armados antes del establecimiento de un orden internacional definitivo, la guerra se consideraba un recurso del pasado, una antigualla que no volvería a destruir los campos de Europa. En palabras del profesor Colliard, «lo que se ha llamado el espíritu de Ginebra descansa sobre la noción de que, al menos aparentemente, la humanidad ha llegado a una etapa definitiva de su desarrollo»112. Espía albergaba esperanzas en ese mismo sentido, pero sus crónicas mostrarían, con el paso de los años, un escepticismo paulatinamente mayor. Sus reportajes y artículos sobre los asuntos tratados en las sesiones de la SDN y las elecciones europeas serían la base de su prestigio en los medios periodísticos internacionales: «Y cuando la SDN se reunía, Espía marchaba a Ginebra y allí se conjugaba con los grandes periodistas internacionales, escribiendo magníficos artículos que han merecido el afichage de la SDN. Carlos Espía, cuya actividad más interesante tenemos que silenciar113, nos sorprenderá algún día con un libro sensacional donde referirá las intimidades de este momento histórico, que él conoce como pocos»114. Braulio Solsona, de la misma opinión que Rodolfo Llopis, recordaba años después lo decisivo que había sido para Espía su estancia en París. Reconociendo su talento, afirmaba que en España habría tardado mucho más tiempo en ser considerada su valía, sin embargo en la capital francesa, en un ambiente de libertad, sus propias aptitudes, unidas a las amistades, los medios con que pudo contar y su indudable esfuerzo «le habían convertido en una de las figuras políticas de más porvenir»115. En España había logrado cierta reputación en los medios periodísticos valencianos y en algunos periódicos madrileños, pero es desde su marcha a París cuando su nombre comienza a sonar relevantemente entre la crítica especializada, y por motivos casi exclusivamente periodísticos, pues los primeros comentarios favorables a su labor ocurren antes de su disputa con El Caballero Audaz, hecho que, posteriormente, multiplicaría su prestigio en todo el país. Uno de los primeros en fijarse en los escritos de Espía fue, en 1924, el reconocido crítico literario Gómez Baquero, Andrenio: «Un nuevo corresponsal español, Carlos Espía, que se está revelando como observador perspicaz y escritor de ágil y expresiva pluma, se lamentaba en días pasados de una ola de xenofobia y desaprensión». Seguidamente Andrenio exponía sintéticamente el artículo en cuestión y lo tomaba como núcleo de su crónica «El patriotismo y los fariseos»116.
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A. C. Colliard, Instituciones de relaciones..., pág. 364. La principal actividad que ocupa a Espía durante estos años es la conspirativa, y a ella se refiere Llopis en este artículo. 114 R. Llopis, El Luchador, 27 de agosto de 1927. 115 B. Solsona, El Luchador, 23 de abril de 1930. 116 Andrenio, El Luchador, 6 de octubre de 1924. 113
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3.2.3.1.
Una amistad providencial: Amadeo Hurtado
En 1924 Espía escribía como corresponsal fijo para El Luchador, Diario de Alicante, El Pueblo y Las Provincias, pero sus artículos, a través de agencias, habían comenzado a publicarse frecuentemente en El Liberal, El Heraldo y La Voz de Madrid; La Vanguardia y La Publicidad, de Barcelona, El Liberal, de Bilbao y en algunos diarios y revistas de París como L'Humanité o L'Oeuvre, y en otros de México y Argentina. Los primeros periódicos de tirada nacional de que formó parte fueron los madrileños El Liberal y El Heraldo. Paradójicamente en El Liberal publicó uno de sus primeros escritos en 1909, cuando era su director Alfredo Vicenti, y ahora volvía a ser el primer diario nacional en que escribía de forma asidua. Francisco Madrid, que tenía las corresponsalías de los dos periódicos anteriormente citados, quiso regresar a Barcelona y ofreció a Espía la posibilidad de continuar con ellas, Espía se mostró complacido con la propuesta de su amigo, pero para hacerla posible era preciso el visto bueno del propietario de los dos periódicos: el abogado y político catalán Amadeo Hurtado. En una de sus visitas a París, Francisco Madrid se lo presentó a Espía, aceptando Amadeo Hurtado de inmediato su incorporación a los dos diarios. Espía había seguido paso a paso la trayectoria política de Hurtado desde que en su adolescencia Alvaro Botella le hablara de él y de otros grandes políticos catalanes como Lluhí, Corominas o Carner. Para el grupo alicantino de Espía estos hombres representaban el liberalismo más puro y elaborado del país, eran los políticos más avanzados, más relacionados con Europa y, ante todo, el espejo en que debían mirarse el resto de republicanos españoles. La admiración de Espía hacia Hurtado creció aún más cuando el abogado catalán inició desde La Publicidad sus comprometidas campañas en favor de los aliados, campañas que serían reconocidas por el Gobierno francés al otorgarle la Legión de Honor: «Vinieron después los años de la Primera Guerra europea. Yo vivía ya en Valencia. Las luchas liberales en nuestra tierra tenían una expresión viva y activa: la lucha a favor de Francia, de los aliados. Y en esta empresa, un nombre resonaba en Barcelona al lado de otros muchos grandes francófilos: el nombre de D. Amadeo Hurtado»117. Pero es desde su encuentro en París, cuando la personalidad de Amadeo Hurtado va a cobrar verdadera relevancia en la vida de Espía, y no sólo porque fuese él quien le abriese las puertas de los grandes rotativos españoles, sino, sobre todo, porque entre los dos se entabló una relación personal y profesional muy intensa: Como orientador de los periódicos, él estaba atento a mi trabajo de corresponsal en París, yo recibía con mucha frecuencia cartas en las que me hacía indicacio nes, me sugería temas, me pedía aclaraciones de ciertos hechos políticos, examinaba aspectos de la coyuntura internacional y hacía la crítica, siempre benevolente y afectuosa, de las informaciones y comentarios que yo transmitía a los periódicos. Sus cartas, escritas siempre a mano... eran un prodigio de nitidez, de profundidad, de conocimiento de la situación internacional y no exentas de sentido profético. Durante 117
C. Espía Rizo, D. Amadeu Hurtado..., pág. 19.
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muchos años las había guardado como un tesoro hasta que la guerra y el exilio me las hicieron desaparecer118.
Amadeo Hurtado era un profundo conocedor de los avalares de la política nacional e internacional y en 1926 uno de los temas más candentes era la colaboración hispano-francesa para tratar de poner fin al problema marroquí. Contrariamente a lo que opinaban muchos opositores al régimen, Hurtado era firme partidario de esa colaboración, pues pensaba que el contacto de militares españoles y franceses sería muy positivo para nuestro ejército que aprendería en vivo lo que era un ejército disciplinado y sometido sin dubitaciones al poder civil. En uno de sus viajes a París, Espía le dijo que conocía a la persona que había inspirado a Cambó en su propuesta para internacionalizar el conflicto de Marruecos. Hurtado se mostró muy interesado en conocer al personaje en cuestión y los detalles de su plan, porque consideraba que la internacionalización de un problema español ayudaba a la causa liberal, aunque albergaba serias dudas sobre su viabilidad: Nos reunimos una noche los tres a cenar y Don Amadeo le planteó la cuestión y preguntas muy claras y concretas. El intelectual amigo nuestro dio una contestación brillante, pero confusa. Don Amadeo fue haciendo preguntas cada vez más comprometidas hasta el momento que nuestro amigo no sabía ya que decir ante aquella lógica implacable. Recuerdo que el autor de la solución camboniana dejó de hablar de Marruecos y acabó hablándonos del genio español, que él comparaba a un guitarrista, porque la guitarra es ella sola toda una orquesta, y el genio español es un todo integral119.
El personaje a que se refería Espía era Salvador de Madariaga. En los años siguientes sería sucesivamente contratado como redactor y corresponsal internacional de La Voz, El Sol, Crisol, La Calle, Luz y El Liberal de Bilbao. En 1926 inició una colaboración periódica en // Corriere degli Italiani, gracias a la mediación de su amigo el periodista y republicano Aurelio Natoli. Además escribía en los periódicos franceses antes citados y en Hojas Libres, periódico dirigido por E. Ortega y Gasset y publicado en Hendaya, que vino a reemplazar a España con honra como portavoz de los exiliados españoles. Francia, que para los liberales y republicanos españoles era uno de los modelos a imitar, por su cultura, por su sistema político, por su tradición histórica en defensa de la libertad y la dignidad del hombre, por sus logros sociales, por su sistema educativo, se hizo referencia obligada de los escritos de Espía conforme el fascismo avanzaba por toda Europa y hasta en la misma Francia por medio de la Action Frangaise: «Se ve que con Francia no pueden todos los reaccionarios del mundo, todos los fascismos, todas las dictaduras de fuera... Lo que odian de Francia es su república, su libertad, su democracia civil...»120 Una de las cosas que admiraba más del país vecino y, a la vez, más anhelaba para el suyo era el nivel cultural y educacional que había conseguido, especialmente desde la instauración de la escuela única. Consideraba, al 118 119 120
Ibíd., págs. 20-21. Ibíd., págs. 24-25. C. Espía Rizo, El Luchador, 13 de mayo de 1925.
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igual que los regeneracionistas, que los hombres del catorce, imprescindible el acceso igualitario del pueblo a la educación para el progreso general de la nación y acabar de una vez por todas con los privilegios seculares de clase: Empecemos por la escuela única. Ésta será la gran obra de nuestra república de trabajadores y estudiantes. ¡La escuela para el pobre! Es la forma de acabar con esta dramática injusticia de que haya pobres absolutamente pobres y ricos absolutamente ricos. Formaremos en la escuela única la generación que luego acabará con los demás privilegios. Nuestro gran problema empieza en la escuela. Mientras haya en España doce millones de analfabetos sin redención, sufriremos todas las calamidades políticas, nos gobernarán analfabetos con pretensiones121. El ideal republicano que Espía dibuja parcialmente en este artículo, una república de trabajadores y estudiantes, quedaría años después reflejado en el artículo primero de la Constitución de la Segunda República. Para Espía, lo mismo que para muchos republicanos e intelectuales de su generación, no era posible el progreso sin estos dos elementos indisolublemente unidos. La escuela única sería el instrumento de liberación del pueblo español que acabaría con el servilismo, el clientelismo, el miedo, la indolencia y los complejos ancestrales instalados en el cuerpo social de España. Nunca se podría luchar contra la injusticia, la arbitrariedad, la desigualdad y el despotismo con un pueblo adormecido e inconsciente, la escuela, principal arma de la república soñada, sería la encargada de inocular al pueblo el virus de la libertad. De entre la cantidad ingente de personajes curiosos, no relacionadas con la política ni el periodismo, que trató Espía en París, dos al menos le sorprendieron de un modo muy especial. Uno fue Serrail, el héroe de Verdún, al que conoció en 1925 durante el homenaje que el Círculo Interaliado rindió a Blasco en París, homenaje que debió presidir Herriot, aunque a última hora para evitar suspicacias declinara en el propio Serrail y en su Ministro de Educación. Después de aquel acto continuarían tratándose asiduamente en casa de madame Dorian, en cuyo «salón político encuentran amistades cordiales y eficaces los grandes proscritos europeos: Unamuno, Turati, Karoli, Alfonso Costa, Kerensky, Bernardino Machado, E. Ortega y Gasset, Chiesa y otros»122. El otro personaje, con quien solía departir Espía por las calles y cafés parisinos, fue Alejandro Marcereau. Se veían corrientemente en la tertulia de El Camaleón, que se celebraba primero en una taberna de Montparnasse y luego en un café del bulevar Raspail. Mercereau fue el único soldado que no disparó un solo tiro en toda la guerra mundial, aunque estuvo cuatro años en el frente y se había convertido en parte del paisaje humano y urbano de Montparnasse. Espía se sentía muy atraído por este tipo de personas, que retrata constantemente en sus artículos, pues consideraba que su actitud personal ante la vida, llena de romanticismo, constituía un ejemplo de hasta dónde podía llegar la voluntad de un solo individuo en el empeño por mejorar la sociedad. En junio de 1926 Carlos Espía contrajo matrimonio con Rosa Farga Font, a quien había conocido en 1916 en el barrio de Carolinas de Alicante. Abandonó la pensión
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C. Espía Rizo, El Luchador, 1 de agosto de 1925. C. Espía Rizo, El Luchador, 26 de marzo de 1929.
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de la calle Cujas, trasladándose a una vivienda más amplia en la periferia de la ciudad. Rosa Farga era hija de un conocido hombre de negocios alicantino y hermana de uno de sus mejores amigos de la infancia: Armando Farga. A la boda asistieron buena parte de los disidentes políticos españoles con residencia en París. Ese mismo año, el 2 de septiembre de 1926, marcha por unas semanas a Ginebra para cubrir las sesiones de la SDN, en las que debían tratar asuntos extremadamente delicados que afectaban a las relaciones franco-alemanas y por tanto a la paz y la seguridad mundial: en noviembre de ese mismo año Alemania sería admitida en el foro internacional. En sus escritos de esta época se atisba una preocupación cada día mayor por el cariz que estaban tomando los acontecimientos políticos europeos: el fascismo se había impuesto en Italia, algo parecido pasaba en España, en Alemania los partidarios de Hitler crecían sin cesar atraídos por la demagogia nacional-socialista, en Francia la ultraderecha se organizaba en torno a la Action Frangaise, en Hungría el almirante Horthy llegaba al poder escoltado por los cadáveres de su sangrienta represión, lo mismo sucedía en Bulgaria, Polonia y Rumania, formando una gruirnalda de países que actuaban como un cinturón sanitario contra la expansión comunista. Pese a todo, Espía todavía creía que al final las democracias ganarían la partida en los países más desarrollados del viejo continente: «En Francia, en Alemania, en Inglaterra..., pero esos países no son toda Europa, se me dirá. Sí que lo son. Son por lo menos, los que van al frente, los que marcan el paso y la dirección... 1928 es el año de la esperanza»123. En efecto, ese año con la firma del tratado Briand-Kellog en París, gracias al cual un numeroso grupo de naciones renunciaba a la guerra como medio de dirimir los conflictos internacionales, muchos quisieron ver un horizonte más halagüeño de lo que luego sería la realidad. El cinco de abril de 1927 recibió una llamada telefónica de Alvaro Botella anunciándole la muerte de Antonio Rico, el doctor Rico, su maestro y amigo de la infancia y primera juventud. Espía envió un telegrama a El Luchador en el que escuetamente decía: «Beso con dolor orfandad frente nobilísimo muerto inmortal.» La desaparición del doctor Rico supuso una pérdida afectiva tremenda para él: maestro, amigo, consejero, y por encima de todo, un ejemplo de integridad ética: «D. Antonio no fue un político como otros. Fue un maestro de ciudadanía. Fue, como Unamuno, nada menos que todo un hombre. No comprendía al hombre sin una gran elevación moral y cultural... Frente a mi mesa de trabajo tengo su retrato, junto a las de Blasco Ibáñez, Unamuno y otros grandes ciudadanos... Su retrato me ha servido para tenerlo siempre ante mí, para que el recuerdo siga siendo un ejemplo de rectitud en nuestras luchas»124. La fama de Espía había trascendido ya los círculos políticos y periodísticos parisinos y en agosto de 1927 el prestigioso periodista Alfredo Muñoz le dedica un amplio reportaje en El Heraldo de Madrid, periódico del que era corresponsal internacional. En el mismo, entre otras cosas, se decía:
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C. Espía Rizo, El Luchador, diciembre, 1927. C. Espía Rizo, El Luchador, abril de 1927.
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Su intensa labor de muchos años en los principales periódicos españoles; sus altos ideales democráticos siempre reflejados, y gallardamente, en el trazo enérgico y vibrante de su pluma, y la bondad y sencillez de su carácter simpático y cariñoso, han obrado de fuerza más que suficiente para rodearle de amigos y lectores que saben apreciar en todo su valor el talento positivo de este admirable periodista. Vaya mi abrazo más ferviente hacia su vigorosa y pujante pluma bañada en los más puros ideales que no conocieron nunca el egoísmo, ni aspirarán nunca al medro personal, para rendirle el tributo que su honradez profesional, su exquisito estilo literario y su hombría de bien merecen125.
Hasta este momento habían sido periódicos valencianos y alicantinos los que, preferentemente, se habían ocupado de sus andanzas y quehaceres en París, desde ahora será la prensa nacional la que esté atenta a su vida, ya que sus actividades parisinas eran ya conocidas por todos los liberales españoles. 3.2.3.2.
Los últimos días de Blasco Ibáñez
Ese año, 1927, Poirot organizó el homenaje universal a Victor Hugo, pero antes de dar a conocer sus intenciones a la prensa, quiso contar con la anuencia y el apoyo de Herriot y Blasco Ibáñez; ambos, que guardaban una vieja amistad y compartían ideales y gustos literarios, se sumaron con entusiasmo. Espía cuenta que Herriot había pasado de llamar a Blasco querido maestro a decirle querido protector, porque había intervenido cerca de las grandes compañías cinematográficas norteamericanas para que llevasen al cine la biografía de Beethoven que el político francés había escrito. Poirot encargó a Blasco que escribiera un discurso para el homenaje que tendría lugar en el Trocadero. Unos días antes se desplazó de Mentón a París, se alojó en el hotel Claridge y allí en compañía de Espía, redactó el escrito que luego habría de leer en la que sería su última aparición pública, en diciembre de 1927: D. Vicente se alojó en el hotel Claridge y observando las maravillas de París dijo: no he venido a París para trabajar, sino para descansar... No tengo un sólo libro de consulta. Y debo hacer el discurso de Victor Hugo. Claro que recuerdo toda su obra de memoria... . Para no cansarme la vista dictaré el discurso. Y al día siguiente llevé la máquina de escribir al saloncito del maestro. Blasco Ibáñez me esperaba ya. No estoy para nadie... Vamos a trabajar, si hay algo que no entienda escriba una cosa parecida pero no me interrumpa... Luego corregiremos y comenzó: Cuando en España existía la libertad para la palabra y la pluma, dije en una conferencia: el más grande poeta español del siglo XIX: he nombrado a Victor Hugo. Como reliquia guardo la hoja de notas que había tomado Blasco íbáñez y las cuartillas corregidas por él»126.
Unos meses después Espía y Artemio Precioso, que habían asistido al homenaje del Trocadero, escribieron sendos artículos, coincidentes entre si, en los que afirmaban que aquel día habían percibido la clara sensación de que Blasco se encontraba en 125 126
A. Muñoz, El Heraldo, Madrid, agosto de 1927. C. Espía Rizo, El Luchador, 31 de diciembre de 1927.
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los últimos días de su vida. Desde 1924 Espía fue la persona en quien Blasco Ibáñez tenía depositada más confianza. Tuvo varios secretarios particulares en Mentón, casi todos ellos valencianos: Rafael Dorotte, José Díaz, Carlos Linares y Abel García Azorín, pero lo fueron para cuestiones domésticas y literarias. En Espía, sin embargo, confiaba plenamente. Blasco compartió con Espía cosas que con ningún otro habría compartido, por eso, hoy, reconstruir los cinco últimos años de la vida del escritor valenciano sería tarea incompleta sin tener en cuenta su relación con Espía, apenas mencionada en las biografías hasta ahora existentes. En realidad, Blasco había viajado a París en unas condiciones poco aconsejables; se le veía cansado, ojeroso, meditabundo, más delgado que de costumbre, parecía como si la vejez se le hubiese echado encima de golpe. Es Artemio Precioso quien nos suministra información sobre los días finales de Blasco Ibáñez y sus proyectos inmediatos, todavía rebosantes de ilusiones y ganas de vivir: hace apenas quince días le despedíamos Espía, el Dr. Luna y yo tras una permanencia de dos meses en París. Precisamente la tarde en que tomó el tren, nos habló a Espía, al Dr. Luna y a mí, durante más de dos horas seguidas de su entusiasmo por un nuevo periódico, cuya fundación ya le había popuesto yo aquella misma tarde, y que él, por tener pensada otra idea igual o parecida, hacía bastante tiempo, acogió con todo el entusiasmo de su gran corazón. Él mismo le había dado el título: Literatura, revista universal... Y su entusiasmo llegaba en esta proyectada aventura a tal punto que pocos días después de marcharse, como no tuviera noticias nuestras, escribió una carta a Espía, quizá la última que él haya redactado, preguntándole si es que habíamos desistido o nos habíamos enfriado... Durante los meses que ha estado en París, tanto Espía como yo le veíamos a diario. A veces nos regañaba como a chicos: Toda la tarde hablando y fumando. Fumando casi sin cesar y diciendo tonterías121.
Blasco tenía diagnosticada desde hacía tiempo una diabetes, que en los últimos meses se había agravado afectándole el ojo derecho. A mediados de enero comenzó a correr el rumor de un empeoramiento general de su enfermedad, cosa que parece no fue enteramente cierta, pues unos días antes de su fallecimiento Carlos Espía enviaba una carta a El Luchador en la que describía de este modo su estado de salud: «La enfermedad de D. Vicente no es grave de momento. Ha tenido varias hemorragias en el ojo derecho, por el que ve poco, pero su estado general es bueno, y si se somete al régimen que le han dictado los médicos no hay peligro... Lo malo es que con su naturaleza de hombre fuerte llegue a olvidar los consejos de los médicos...»128 Y en efecto, debió olvidarlos bien pronto pues la carta de Espía se publicó en El Luchador el día 28 de enero de 1928, fecha de la muerte de Blasco, al mismo tiempo que un telegrama enviado por el mismo Espía en el que comunicaba el trágico suceso: «El Luchador. Alicante (Espagne). Mentón 29, 9.5. Maestro falleció a las tres de la madrugada. Gracias. Secretario.» El velatorio y entierro tuvieron lugar en MentonGaravan, acudiendo muchos exiliados españoles y una nutrida representación de au-
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A. Precioso, El Día, 1 de febrero de 1928. C. Espía Rizo, El Luchador, 30 de enero de 1928.
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toridades francesas que le rindieron honores militares. Desde la cámara mortuoria hasta el coche fúnebre, el féretro fue llevado por los periodistas Julio Just, Ortega y Gasset y Carlos Espía, quien, ya en el cementerio, pronunció un discurso glosando la figura, los ideales y la obra del fallecido y leyó un artículo necrológico especialmente enviado por Indalecio Prieto129. Días más tarde, Espía escribía un artículo en El Luchador ensalzando la personalidad de Blasco y prometiéndose, como acto simbólico, hacer todo lo posible para trasladar sus restos al cementerio civil de Valencia: Blasco Ibáñez ha muerto en el destierro. En esta tierra francesa que tanto amó, hemos dejado la reliquia de su cadáver. Toda su vida luchó por nuestros ideales con el fervor de su alma romántica, con el valor del hombre dispuesto a todos los sacrificios. Si su obra de escritor le reserva la inmortalidad literaria, su obra ciudadana eleva ante nosotros la figura del hombre, del defensor de la libertad, del revolucionario. Su vida fue un ejemplo pero su muerte lo es también. Nos obliga a rescatar su cadáver, a devolverlo a tierra de España cuando sobre ella triunfe la república. Yo vi su cadáver, lloré junto a él y lo acompañé en vuestro nombre hasta el cementerio de Mentón. Juramentémonos para traerlo muy pronto al cementerio civil de Valencia...130
Tras la muerte de Blasco Ibáñez, regresó a París para continuar con sus tareas periodísticas y políticas, siempre íntimamente unidas. A principios de mayo marchó a Alemania, cuya situación interna atravesaba por una coyuntura muy delicada, para informar de las elecciones que darían la victoria a la coalición de los socialdemócratas con el centro y la derecha y situaría en el poder al canciller Muller. En septiembre de 1928 viajó a Ginebra para asistir al nuevo período de sesiones de la SDN, en el que debatirían diversos aspectos del plan Briand-Kellog y las adhesiones al mismo de nuevos países. Su opinión respecto al organismo internacional es, ya, bastante más crítica y desesperanzada al comprobar los derroteros mezquinos en que se desenvolvía el Organismo. El espíritu fraternal e internacionalista había sido sustituido por otro de enfrentamiento y de pugna entre los distintos intereses nacionales: En los primeros años de la SDN, los funcionarios de Ginebra ofrecían ejemplo admirable de su independencia e imparcialidad. (Últimamente) los gobiernos quieren situar, en los altos cargos, a representantes auténticos de su política como centinelas avanzados de sus cancillerías. Un nacionalismo peligroso empieza a sustituir a aquel espíritu internacional. Unos artículos de Salvador de Madariaga en el Times han denunciado el ataque de la carrera contra el internacionalismo de Ginebra...131
3.2.3.3. Homenaje en Alicante El 26 de octubre de 1928 moría Juan Botella, director de El Luchador y uno de sus amigos más queridos. Botella estaba, cuando le sobrevino la muerte, inmerso en la organización de un homenaje que los republicanos alicantinos, y de toda España, 129 130 131
Carta de Indalecio Prieto a Libertad Blasco Ibáñez, 26 de agosto de 1942, APCE, Alicante. C. Espía Rizo, El Luchador, 13 de febrero de 1928. C. Espía Rizo, El Luchador, 19 de septiembre de 1928.
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iban a rendir a Carlos Espía en el Círculo Republicano de Benalúa. El homenaje estaba motivado por el conocimiento, cada vez mayor, que tenían sus correligionarios de sus éxitos periodísticos y de lo mucho que estaba trabajando por los exiliados y por el advenimiento de la república. Comenzó a gestarse en abril de 1928 por los hermanos Alvaro y Juan Botella, al mismo se fueron sumando los círculos republicanos de la ciudad: «Sr. Director de El Luchador: Tengo el gusto de manifestarle que este círculo, recogiendo gustoso la idea de D. Alvaro Botella, ha acordado adquirir una ampliación de D. Carlos Espía y colocarla en el salón junto a la de nuestros caudillos Blasco Ibáñez y el Dr. Rico. Al mismo tiempo, ampliando la idea, tenemos el propósito de organizar una velada homenaje a D. Carlos Espía, a cuyo efecto invitamos a varios correligionarios para que ocupen esta tribuna...»132 En el mismo periódico se anunciaba que en el homenaje intervendrían Milego Inglada, Castrovido, Unamuno, Selles, Llopis, A. Pascual y M. Domingo, y que le dedicarían un número extraordinario. A la altura de 1928 el prestigio de Espía entre sus paisanos había llegado a uno de sus puntos máximos gracias a las informaciones que puntualmente publicaban los periódicos alicantinos y a los artículos que él mismo escribía para los principales y más prestigiosos diarios del país. Para los republicanos lucentinos empezaba a convertirse en una especie de mito, era a la vez su máxima esperanza de cara al futuro y un hombre cuya conducta debía servir de ejemplo para todos, de ahí que su fotografía fuese colocada en los círculos republicanos de la ciudad junto a la de dos prohombres como Blasco Ibáñez y el doctor Rico, y que se le dedicase un homenaje de tanto relieve. El acto se celebró, sin la presencia del agasajado, en el salón de actos del Círculo Republicano de Benalúa: «Nunca en nuestra ya larga vida periodística, hemos experimentado satisfacción tan grande como la sentida el último sábado. De manera solemne y cordial celebróse el homenaje anunciado a nuestro fraternal camarada Carlos Espía, quien es para los republicanos alicantinos un símbolo... Además hijo de su labor, ha subido a las más altas cumbres de la política y el periodismo, por la escalera de honor del indiscutible mérito y de la honradez inmaculada...»133 La mesa presidencial estaba compuesta por el poeta Salvador Selles en lugar preferente, el presidente del Círculo, A. Biedma, V. Marco Miranda, Alvaro Botella, Francisco Puig Espert, Manuel Espía y Rafael Rizo. Se leyeron una enorme cantidad de adhesiones entre las que destacaban las de Roberto Castrovido, Marcelino Domingo, el doctor Cátala, Cándido Amat, Sigfrido Blasco, Ciro García Natividad, E. Raneli, Adolfo Pizcueta, Sánchez Perales y Alejandro Lerroux, quien envió en su representación a su secretario personal Antonio Sánchez. Hicieron uso de la palabra F. Puig Espert, catedrático de instituto de Valencia, quien hizo un panegírico de Valentín Carrasco; Marco Miranda que afirmó «que el homenaje que hoy le tributan los alicantinos es una anticipación del que un día no lejano le rendirá la patria por lo mucho que está haciendo por su resurgimiento»134; Alvaro Pascual Leone, Lorenzo Carbonell, Alvaro Botella
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El Luchador, 17 de abril de 1928. El Luchador, diciembre de 1928. Ibíd.
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y Salvador Selles, cuya intervención es buena prueba de la consideración y alta estima que Espía había alcanzado: «Entre vosotros nació el águila que hoy vive en la cumbre más alta de la tierra: que hoy resplandece en París... la capital del mundo... El águila nuestra está en París, civilizado y bueno. De ese volcán de luz y amor, desde el cual surgen las llamas más fecundas de la humanidad; de esas llamas, una de esas chispas más brillantes, es vuestro hijo Carlos Espía»135. El homenajeado envió unas cuartillas que fueron leídas por Marco Miranda, en ellas aludía a Renán y a una leyenda bretona que le inspiró un relato sobre unos moros que en la noche oían las campanas de una isla sumergida en el mar, lo que comparaba con el devenir de la vida de los hombres; también aludía Espía a los recuerdos de su infancia en Benalúa, para terminar diciendo: «tengo la convicción de que la república salvará a España. Y tengo la ambición de que Alicante contribuya con un esfuerzo máximo a que España se salve. Pero la república puede ser una desilusión si no sabemos organizamos en una verdadera democracia. La república puede ser un engaño si no la hacemos con nuestro esfuerzo y nuestros sacrificios, laica y civil...»136 Paralelamente, desde primeros de diciembre, pero sobre todo los días catorce y quince, El Luchador publicó una ingente cantidad de artículos en los que personalidades tan diversas como Marcelino Domingo, Miguel de Unamuno o Rafael Altamira expresaban su admiración por el periodista alicantino. Miguel de Unamuno, desde Hendaya, escribió lo siguiente: «A nuestro Carlos Espía con quien me une más, mucho más que comunión de ideales, y es un afecto amistoso y estrecho. Aunque no lo conocí hasta llegar a París, hace ya tres años, es uno de mis mejores amigos, de tal modo que me parece de los más antiguos y como si lo tuviera de tal aún desde antes de haber nacido. Cuanto le diga en alabanza de ese admirable mozo quedará por debajo de lo que siento»137. Unamuno rompió para esta ocasión su promesa de no escribir nada en ningún periódico español mientras hubiese una dictadura en España. Otro de los que se sumaron al reconocimiento público de Espía fue Rafael Altamira, quien todavía no le conocía personalmente: Mi cooperación al homenaje que El Luchador rinde a Carlos Espía no puede ser más objetiva. Es la de un lector que juzga la obra de un escritor sin tener la menor idea respecto a la persona de éste... y tal como soy me complazco en decir que admiro la independencia de juicio, la claridad y brío en la expresión y la idealidad liberal, a prueba de ansias y rectificaciones que caracterizan la obra periodística de Espía... Envío a Espía el testimonio de mi sincero agradecimiento por los muchos ratos de alto placer intelectual que sus escritos me procuran...138
Por su parte, el crítico Andrenio, que ya había comentado la obra de Espía, afirmaba: «Tengo a Espía por uno de los más inteligentes corresponsales españoles en el extranjero y por un excelente periodista, llamado a colocarse en primera fila de nuestros grandes diarios»139. En parecidos términos escriben Castrovido, Domingo, E. Or135 136 137 138 139
S. Selles, El Luchador, diciembre de 1928. El Luchador, diciembre de 1928. Ibíd. Ibíd. Ibíd.
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tega y Gasset, I. Prieto, Rodolfo Llopis y una larguísima lista que sería prolijo contar. La cantidad, calidad y heterogeneidad de los participantes en el homenaje atestiguan la relevancia adquirida por Espía en los medios políticos y periodísticos del momento. El evento fue ampliamente recogido por la prensa local y nacional, sumándose muchos diarios al mismo. El periódico conservador alicantino El Día publicaba esta reseña: Los benaluenses han dedicado un merecido homenaje al escritor alicantino de recia personalidad, Carlos Espía, quien nació en aquel poético y populoso barrio. Carlos Espía es un espíritu fuerte, que luchó con denuedo haciendo frente a las contrariedades de la vida, y venció porque tiene talento y corazón, y puso todos sus amores en el ideal que le sirve de guía. Con menos trabajo que él, los aprovechados de la política, destacaron su personalidad en los pueblos, y al mismo tiempo se aprovecharon del botín, haciendo el zorro y vendiendo a sus maestros. Carlos Espía recorrió dignamente el calvario de espinas y logró lo que deseaba, lo que era una quimera para él, sin doblegarse como un vulgar lacayo...140
Amanecer, de Elche; Idella, de Elda; Diario de Alicante; El Pueblo y Las Provincias, de Valencia; El Liberal, de Bilbao; La Voz, El Liberal y El Heraldo, de Madrid; y El Progreso y La Publicidad, de Barcelona se adhirieron en términos igualmente encomiables al referido homenaje. Uno de los rasgos más llamativos de la personalidad de Espía fue su independencia de criterio. A lo largo de su vida tuvo como maestros a hombres de fuerte carácter, que contribuyeron a formar su personalidad. Conoció a muchas personalidades de la política, las letras o el arte, pero siempre supo distinguir entre la popularidad y la calidad humana y política de aquellas personas a las que siguió. Nunca se dejó intimidar por el renombre o la fama de un determinado personaje, sino que buscaba siempre su integridad, capacidad y bondad. Su mocedad republicana coincidió con el segundo apogeo político de Lerroux; Blasco Ibáñez y Félix de Azzati, dos hombres con los que convivió, a los que quiso y que marcaron positivamente su vida, eran amigos de Lerroux, incluso durante algún período compartieron proyectos e ideales, sin embargo Espía se sentía mucho más atraído por la entonces oscura personalidad de Manuel Azaña, a quien sólo conocía por sus escritos. Nunca le gustó Lerroux a pesar de vivir en tiempos de lerrouxistas y rodeado de ellos: «Una de mis mayores satisfacciones es no haber sido nunca lerrouxista, no haber creído nunca en el republicanismo de ese magnífico salteador de revoluciones que se llama Alejandro Lerroux»141. En efecto, Espía nunca confió en la sinceridad de Lerroux, por ello, y tal vez influido por el doctor Rico, nunca aceptó el liderazgo que la Asamblea de la Democracia le había otorgado dentro del republicanismo nacional; para él Lerroux había instrumentalizado la citada Asamblea con el objeto de «hacer un inventario de las fuerzas republicanas para ver cuánto daba por ellas la monarquía»142. La mayor prueba de la dudosa trayectoria republicana de Lerroux estaba en su actividad revo140 141 142
El Día, 18 de diciembre de 1928. V. Ramos, Historia parlamentaria..., pág. 302. C. Espía Rizo, El Luchador, sin fecha, APCE, Recortes de prensa, Alicante.
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lucionaria, dedicada a cosas tan sorprendentes como proponer la reorganización del Estado Mayor, solicitar un aumento de sueldo para los curas rurales, contribuir a la supresión del Jurado en Barcelona, oponerse al debate de las responsabilidades en el Congreso y asegurar que no le temblaría el pulso si, llegado el momento, tuviese que firmar penas de muerte. La relación de Espía con Unamuno seguía siendo íntima y cordial y discurría por las mismas pautas establecidas desde que Unamuno abandonó París. Espía le escribía con frecuencia contándole las actividades de los exiliados españoles, las últimas novedades de España y, de vez en cuando, se desplazaba a Hendaya para visitarlo; por su parte Unamuno le enviaba artículos y manifiestos al país, que Espía se encargaba de introducir en España por los canales habitualmente empleados. En este sentido Espía fue el principal difusor en España de los escritos de Unamuno en el exilio: «He recibido su artículo A mis hermanos de España, presos en ella» y su carta... Para que todos conozcan su recomendación de reproducir y divulgar su artículo, he hecho a máquina copias de su carta, que es bellísima, y no he querido guardar para mí sólo. A cada hoja impresa añado una copia de su carta, con encargo de que la reproduzcan igualmente. Todas sus palabras, todos sus escritos de destierro deben ser conocidos en España, y yo contribuiré en cuanto pueda a esa propaganda, como hice siempre»143. Espía y Unamuno se quejan amargamente, y se lo hacen saber a madame Menard, del escaso apoyo que encuentran en la prensa francesa, cada vez más remisa a publicar escritos críticos respecto a la situación española y dispuesta a hacer la política «que les dan hecha desde el Quai d'Orsay, que es de complacencia absoluta con todos los poderes constituidos, cualquiera que sea su origen ilegal y la injusticia o vileza de sus procedimientos»144. 3.2.3.4. De la conspiración de Valencia a la revolución de 1930 A mediados de 1928 los exiliados españoles, de acuerdo con los dirigentes de Alianza Republicana y otros disidentes del interior, habían comenzado a concebir la posibilidad de promover un golpe de fuerza contra la Dictadura. Los fracasos de junio y noviembre de 1926, en cuya preparación habían participado, les habían hecho desistir de intentos similares hasta entonces. Además en el seno de Alianza Republicana había dos tendencias respecto a la estrategia a seguir: estaban los que confiaban en las fuerzas armadas como única posibilidad para acabar con la Dictadura, y los que creían en un movimiento civil145. Sin embargo, en 1928 se respiraba otro aire, la consolidación de las opciones progresistas en Alemania, Francia e Inglaterra, les animaba en la lucha contra el régimen militar español. La disidencia en el interior de España,
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Carta de Espía a Unamuno, 25 de enero de 1928, CMMU, E2/16, Salamanca. Ibíd. 145 J. Aviles Parré, La izquierda burguesa en la Segunda República, Madrid, Espasa Calpe, 1985, páginas 38-42. 144
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incluso dentro de las filas monárquicas, crecía día a día, lo mismo entre los civiles que entre los militares. Por un lado los Alba, Alcalá Zamora, Ossorio y Gallardo, Villanueva o Sánchez Guerra, cada uno con sus razonamientos y sus motivaciones más o menos claras, ansiaban el retorno de los partidos y la instauración de un sistema parlamentario; por otro, los militares andaban muy divididos: mientras los africanistas estaban satisfechos con la política seguida por Primo de Rivera, los artilleros seguían disconformes con el sistema de ascensos por méritos de guerra que les ignoraba, y algunos generales de talante liberal como Weyler, Aguilera, López de Ochoa, Batel o coroneles como Segundo García, se oponían frontalmente a la permanencia indefinida en el poder del dictador y a sus crecientes y arbitrarias prerrogativas146. El descontento había llegado también a la Universidad, ámbito por excelencia de la actividad política de la mayoría de los integrantes de Alianza Republicana y lugar donde las protestas alcanzaron mayor intensidad: el incipiente movimiento estudiantil iba a decantarse mayoritariamente por movilizarse contra la Dictadura. Al mismo tiempo, un número sustancial de republicanos había llegado a la conclusión, partiendo del programa mínimo de Alianza Republicana, de que en tal coyuntura sería buena la colaboración de todas las fuerzas opuestas al régimen para intentar aproximar su final. El asunto no era fácil, pues aunque había un mínimo común denominador, las intenciones finales de cada grupo eran discordantes. Entre los monárquicos disidentes Santiago Alba encabezaba a un sector que seguía creyendo en las posibilidades de regeneración de la monarquía alfonsina; Ossorio y Gallardo, Sánchez Guerra y Villanueva se movían entre la incertidumbre de ser monárquicos sin rey y la opción republicana, mientras que Miguel Maura y Alcalá Zamora parecían haber dado un paso al frente y se vinculaban a posiciones próximas a un republicanismo moderado. Entre los republicanos se aceptaba la colaboración con los monárquicos decepcionados, pero el objetivo irremmciable de su programa pasaba por el cambio de régimen en España. Por su parte las organizaciones obreras, —no se debe olvidar la actitud seguida por el Partido Socialista y la UGT durante la Dictadura—, a la altura de 1928 veían con buenos ojos la caída de la monarquía, pero no como una meta definitiva sino como un paso más en el camino hacia su objetivo final. El general Aguilera aparecía como jefe militar de la conspiración, mientras que José Sánchez Guerra era el elemento civil más destacado. Aguilera contaba con el apoyo de varios generales, de los artilleros y varias guarniciones de Levante y del sur de España, Sánchez Guerra representaba a buena parte de los opositores a la Dictadura. El movimiento empezaría en Valencia, ciudad que tenía una clara tradición republicana y cuyo capitán general, Castro Girona, había dado pruebas suficientes de disconformidad con el régimen. Mientras que las tropas leales se encargaban de reprimir la rebelión en la periferia, el general Aguilera encabezaría la sublevación en Madrid haciéndose con los principales centros de poder de la nación. Así las cosas, a finales de 1928 José Sánchez Guerra, instalado en el hotel Cayre's, había decidido involucrarse en el movimiento y preparaba en París los últimos detalles del plan con
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S. G. Payne, Los militares y la política..., págs. 233-263.
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los exiliados españoles, con un objetivo común: la instauración en España de un régimen auténticamente constitucional. En Madrid, por medio de Villanueva, había dicho a sus amigos y conocidos que iba a emprender un viaje para acudir en Mentón a la celebración del primer aniversario de la muerte de Blasco Ibáñez y así despistar «a la policía de la libre Francia, puesta vergonzosamente al servicio de la Dictadura española»147. Lo primero que hace es entrevistarse con Santiago Alba, quien intentó disuadirle de su empeño argumentando que los apoyos eran poco consistentes y que el método utilizado no era el apropiado para la situación española, «piénselo bien, don José —le dice suplicante. Ya lo he pensado bien. No pretendo que me siga nadie. Allá cada cual con su dignidad»148. Alba pensaba que se debía esperar a que la fruta estuviese suficientemente madura, para, entonces, a través de la negociación obtener del monarca cuanto solicitasen. Los razonamientos de Alba no lograron doblegar la determinación del ex-jefe conservador, que «auxiliado muy acertadamente por Carlos Espía y Juan Manteca, trabajaba entusiasmado por reunir elementos suficientes para dar a la Dictadura el golpe de muerte»149. Espía, que había ingresado en la masonería en 1922, logró la colaboración de dos de las logias más activas de España, Patria Nueva y Federación Valentina, a la que él mismo pertenecía150. Aunque Sánchez Guerra también creía que la organización del movimiento era deficiente, que no estaba lo suficientemente elaborada, pensaba que si se echaba atrás todos le responsabilizarían de su fracaso151. En Madrid, Francisco Villanueva, hombre de confianza de Sánchez Guerra, había quedado como jefe de la rebelión y enlace entre éste, los militares confabulados y las demás fuerzas comprometidas con el movimiento: Alianza Republicana y los sindicatos. El general Aguilera le había hecho saber que desconfiaba de Castro Girona pues le había sondeado y sus respuestas habían sido absolutamente confusas: Primo de Rivera, apercibido de lo que se urdía, se trasladó a Valencia para asegurarse la lealtad del Capitán General, al que además hizo ver la posibilidad que tenía de ocupar el Alto Comisariado de Marruecos, puesto que apetecía hacía años152. A pesar de todo, Sánchez Guerra no dio importancia a la información y siguió adelante con los preparativos, confiando en que su capacidad de persuasión fuese suficiente para convencer a Castro Girona. Por otra parte, el general López Ochoa, exiliado en Bélgica, debía ser el encargado de dirigir la sublevación en Barcelona, pero no sabía cómo conseguir un visado que le permitiera entrar en España. Después de muchos intentos infructuosos, se puso en contacto con Espía a quien planteó el grave problema que le acuciaba, pidiéndole que le proporcionase la documentación necesaria para atravesar Francia y entrar en
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R. Sánchez Guerra, El movimiento revolucionario de Valencia, Madrid, 1930, pág. 85. C. Espía Rizo, Unamuno, Blasco Ibáñez..., pág. 82. 149 Ibíd. 150 M. D. Gómez Molleda, La masonería en la crisis española del siglo XX, Madrid, 1986, páginas 43-79. 151 C. Espía Rizo, Unamuno, Blasco Ibáñez y..., pág. 85. 152 S. G. Payne, Los militares y la política..., pág. 253. 148
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España. Inmediatamente Espía se dirigió a casa de su amigo Dura, que por entonces tenía un negocio de frutas, le contó lo que ocurría y se pusieron manos a la obra. Necesitaban buscar a un hombre que tuviese una contextura física parecida^ la del General, tras muchas cavilaciones se fijaron en un valenciano que trabajaba en el negocio de Dura y semejaba tener la edad de Ochoa, «mientras se encontraba trabajando en el almacén, le registraron los bolsillos de la americana y sustrajeron la cartera. Contenía, en efecto, el pasaporte —que luego fue puesto en condiciones—, la cédula personal y hasta un certificado de nacimiento y una fe de soltería. Tenía razón Espía cuando al entregar los documentos al general le dijo: con ellos puede usted hasta casarse»153. Los últimos pormenores del movimiento se acordaron en una reunión celebrada en casa de Marcelino Domingo a la que acudió el Comité de Alianza Republicana en pleno, a excepción de Alejandro Lerroux que justificó la ausencia alegando estar enfermo en París. Allí se decidió que las fuerzas comprometidas en el movimiento debían sublevarse al mismo tiempo para evitar que ocurriera lo mismo que en 1926. Aunque no pudieron obtener tampoco el compromiso firme de Castro Girona, resolvieron seguir adelante, fijando la fecha para el día 28 de enero de 1929, una vez que se contaba con el apoyo de «veintiún regimientos de artillería y no escasas fuerzas de otras armas, infantería y aviación principalmente, así como varios generales de reconocido prestigio»154. Tomada la determinación de seguir adelante, Villanueva la comunicó a París junto con las últimas instrucciones. Acto seguido Carlos Espía habló con Marco Miranda para encargarle que viese la posibilidad de conseguir un barco para trasladar a determinadas personas a Valencia. Miranda se puso en contacto con varios armadores valencianos que le mostraron sus reticencias ante una empresa de esa envergadura. Cuando más desanimado estaba, el abogado republicano Pedro Vargas le dijo que conocía a un armador apellidado Mico, republicano y persona en la que se podía confiar, que tenía un barco de mil quinientas toneladas, el «Onsala», a punto de salir rumbo a Marsella y Séte, y que posiblemente estaría dispuesto a involucrarse en el movimiento. A las pocas horas se reunieron los tres en casa de Vargas, explicaron a Mico los detalles de la operación y lo que esperaban de él, una vez enterado, el armador dio su entera conformidad y aceptó el encargo que se le hacía. Inmediatamente Marco Miranda comunicó a Espía el acuerdo a que habían llegado. El día 25 de enero de 1929 José Sánchez Guerra y Carlos Espía salieron de París en dirección a Marsella, la policía francesa había mordido el anzuelo y creía que iban a Mentón. Llegaron a la ciudad al día siguiente por la mañana, permaneciendo7toda la jornada en casa de un amigo de Mico, al atardecer continuaron viaje rumbo a Séte, ciudad a la que arribaron a las doce de la noche sin que hubiese rastro alguno del «Onsala», aunque si del armador que se había desplazado hasta allí por si ocurría algo inesperado. Y en efecto ocurrió: un violentísimo temporal en el golfo de Rosas había impedido que el barco llegase al destino acordado, Mico trató de convencerles de que
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V. Marco Miranda, Las conspiraciones..., pág. 85. Ibíd., págs. 85-89.
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podían pasar la frontera en su coche, ya que tenía amigos en la frontera que «facilitarían el trance»155. Ante la rotunda negativa de Sánchez Guerra a pasar de matute, les recomendó que se trasladaran a Port Vendres comprometiéndose a hacer llegar el «Onsala» a esa ciudad fronteriza aun a riesgo de que zozobrase. Se puso en contacto radiofónico con el Capitán del navio y lo apremió a que de cualquier manera estuviese en el citado puerto antes de las tres de la mañana del día 27 de enero, sin considerar para nada el estado de la mar. Los dos conspiradores aceptaron la propuesta y marcharon en ferrocarril a su nuevo destino, llegando hacia las tres de la madrugada. Como la estación distaba tres kilómetros de la ciudad tuvieron que hacer el trayecto a pie en una noche fría y desapacible, bajando «la pendiente desde la estación al puerto, resbalando sobre la nieve y zarandeados por el vendaval de los Pirineos»156; posteriormente, José Sánchez Guerra comentó a su hijo Rafael que aquella noche lo pasó tan mal que estuvo a punto de abandonar y darlo todo por perdido, pero que gracias a la ayuda de Espía, que le dio ánimos y cargó con todo el equipaje, siguió adelante, «si yo tengo que hacer aquel recorrido llevando mi maleta me siento encima de ella, me pongo a llorar y allí termina toda la aventura»157. Como el Onsala no había llegado decidieron esperar en el hotel Commerce. Mediado el día el barco apareció en el puerto, «Espía y mi padre subieron a bordo, dándose a conocer al capitán Urrutia. A la caída de la tarde el barco se hizo nuevamente a la mar. Mi padre había realizado el viaje admirablemente, leyendo o charlando todo el rato con Espía... Si hubiera habido muchos Mico y muchos Espía en Valencia, lo mismo entre los militares que entre los civiles, el giro del movimiento probablemente hubiese sido otro»158. El ex Presidente del Consejo de Ministros ocupó el camarote del Capitán del barco haciéndose pasar ante la tripulación por enfermo, cosa que quedó pronto desmentida al llegar la hora de la comida: «Pide un gran tazón de café con leche, unas tostadas con manteca, un par de huevos pasados por agua, otro par de huevos pasados por agua, más tostadas y algo de fruta»159, al ver la voracidad del enfermo el muchacho que le servía exclamó: «Recordons en el senyoret malalt. Si arriva a estar bó ens deixa a tots sense menchar»160. Antes de partir habían convenido con Mico que si al encarar la bocana del puerto de Valencia divisaban una barca con unas lucecitas encendidas no debían seguir adelante, darían media vuelta y marcharían sobre lo andado, pero no fue así y a las diez y media de la noche del día 29 se encontraban instalados en la casa del armador en la calle Conde de Altea de Valencia. Mico había regresado a Valencia en automóvil para ultimar los preparativos del golpe junto a Marco Miranda, Pedro Vargas, Rafael Sánchez Guerra y el comandante Montesinos. Mientras tanto el general Castro Girona seguía dubitativo, provocando con su actitud un agrio debate entre los conspiradores sobre quiénes deberían encabezar o iniciar la intentona, si los
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C. Espía Rizo, Unamuno, Blasco Ibáñez y..., pág. 87. Ibíd., pág. 88. R. Sánchez Guerra, El movimiento revolucionario..., págs. 85-90. Ibíd. C. Espía Rizo, Unamuno, Blasco Ibáñez y... pág. 89. Ibíd.
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militares o los sindicatos. Montesinos y otros oficiales pensaban que debían ser estos últimos, por su parte Sánchez Guerra, Miranda y Espía estaban convencidos de que de ese modo todo acabaría en una algarada sin la menor trascendencia. Todo debía hacerse tal y como se había planeado y el primer paso deberían darlo los militares. Cuando las dudas sobre la viabilidad de la operación eran más intensas, aparecieron, muy alterados, dos artilleros procedentes de Ciudad Real, el capitán Reixach y el teniente Cárdenas, afirmando que estaban de acuerdo con los artilleros de Valencia y por tanto el movimiento debía seguir adelante, aunque estimaban imprescindible la presencia de José Sánchez Guerra. En la madrugada del día 29 al 30, Sánchez Guerra y Espía se presentaron en el Quinto Ligero de Artillería, siendo recibidos con una clamorosa ovación por los oficiales allí destinados; ante la insistencia de los congregados Sánchez Guerra arengó a la tropa, terminando su intervención con un «¡Abajo la monarquía absoluta!» En medio del entusiasmo general suscitado por las palabras del viejo político, se volvió a plantear por un grupo de oficiales la necesidad ineludible de contar con el Capitán General para seguir adelante, ante lo cual Sánchez Guerra escribió una carta que se encargaron de llevar a su domicilio el teniente Benedicto y Carlos Espía. Una vez allí les abrió la puerta su señora, se saludaron cordialmente, y visiblemente nerviosa les advirtió que el General no podría recibirlos puesto que estaba encamado con treinta y nueve grados de fiebre, a lo que respondió Espía, bastante enojado, de la siguiente manera: «Lo lamentamos, pero comprenderá usted, señora, que cuando nos presentamos aquí a estas horas es por algún motivo que debe ser conocido del señor Castro Girona, aunque esté atacado de fiebre»161. Insistieron un buen rato con argumentos cada vez más contundentes, pero la negativa de la esposa del General, que estaba muy contenta con la promesa que le había hecho Primo de Rivera de presentarle a la Reina, no tenía fisuras y la entrevista no pudo realizarse. Hacia las siete de la mañana, los comandantes Soler y Montesinos habían decidido todo por su cuenta, saldrían a la calle con o sin la presencia de Castro Girona y avisarían a los sindicatos para que de inmediato convocasen una huelga general. Con tal decisión consumada, Espía, Vargas y Miranda se dirigieron a la redacción de El Pueblo, llamaron a Azzati, quien se presentó visiblemente enfermo, y entre los cuatro se dispusieron a redactar un número extraordinario arengando a la población a la rebelión. Estaban los textos en prensa cuando se les comunicó telefónicamente que todo había concluido: ante la división existente entre los militares, la escasa respuesta sindical y las vacilaciones del Capitán General, Sánchez Guerra había ido a entrevistarse con éste para comprobar in situ si estaba o no con el movimiento, como de sus palabras dedujo que no lo estaba, se entregó tras rechazar la invitación a escapar que le hicieron tanto Castro Girona como el Arzobispo de Valencia, que estuvo presente en la conversación, por encargo del dictador162. Minutos más tarde Carlos Espía telefoneaba a Capitanía para hablar con Sánchez Guerra y testimoniarle su solidaridad y su firme determinación
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V. Marco Miranda, Las conspiraciones..., págs. 102-107. C. Espía Rizo, Unamuno, Blasco Ibáñez y..., pág. 90.
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de seguir con él hasta el final, respondiéndole éste de forma tajante: «No se entregue. Informe de lo ocurrido a Villanueva. Y procure usted volver a París para empezar de nuevo»163. Espía escapó como pudo de Valencia, en una huida rocambolesca que duró varios días, a pie, en barco, en ferrocarril, utilizando visados falsos y los disfraces más pintorescos, logrando llegar a París con la ayuda de sindicalistas de todo el país. Por su parte Sánchez Guerra había decidido poner toda la carne en el asador y rechazar todas las propuestas de gracia que le ofreciesen de parte del dictador, quien a todo trance quería que el asunto no trascendiera demasiado. Cuando la policía le pregunta por los motivos que le llevaron a Valencia, responde sin vacilaciones: «a acaudillar un movimiento revolucionario contra el gobierno», el policía le advierte que esa declaración es muy grave y que puede ser condenado a muerte por un Consejo de guerra, Sánchez Guerra vuelve a contestar del mismo modo. El movimiento protagonizado, entre otros, por Sánchez Guerra y Carlos Espía, que coincidió en el tiempo con la intensificación de las protestas estudiantiles, fue un fracaso relativo. No consiguió sus objetivos inmediatos y puso en evidencia la desunión de los opositores al régimen, pero al mismo tiempo hizo pensar a mucha gente en la posibilidad de acabar con la dictadura sin que pareciese algo descabellado, una quimera o un sueño de lunáticos, animó a la oposición y desde entonces arreciarían, aún más, las protestas de estudiantes, intelectuales y obreros. El juicio, del que casi todos los inculpados saldrían absueltos, terminó convirtiéndose en una serie de discursos y alegatos que reforzaron el prestigio de los procesados, y en un tremendo revés para Primo de Rivera, que vio cómo su autoridad se hundía de forma bochornosa: el presidente del tribunal que absolvió a Sánchez Guerra fue Federico Berenguer, capitán general de Madrid, uno de los hombres que habían hecho posible la llegada de Primo de Rivera al poder y por tanto persona de su confianza. Su decisión irritó tanto al dictador, que de inmediato ordenó que la causa pasara al Consejo Supremo de Justicia Militar para su revisión. Su sorpresa fue mayúscula al ver que este organismo confirmaba la sentencia164. El juicio fue un preludio del que poco tiempo después protagonizarían los sublevados de diciembre de 1930 y el general Burguete. También sirvió lo ocurrido para que muchos monárquicos dubitativos perdiesen toda esperanza en la democratización de la monarquía española. Unos años después de los sucesos de Valencia, el periodista y escritor Francisco Casares, quien dedica unas cariñosas páginas a Espía en su libro Azaña y ellos, atribuía a éste toda la responsabilidad en la preparación del movimiento revolucionario de Valencia: «Mal periodista, lo concibió como instrumento. Preparó, escudándose en sus corresponsalías el golpe de Estado de Valencia en el que D. José Sánchez Guerra dio la cara»165. Espía regresó a París con la aureola de los viejos revolucionarios, de los hombres de acción, para enseguida, conforme a su carácter, dejarla a un lado y volver a sus
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Ibíd. S. G. Payne, Los militares y la política..., pág. 255. F. Casares, Azaña y ellos, Granada, 1938, pág. 108.
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quehaceres habituales, a su puesto en la trinchera. Reanudó sus trabajos en la prensa, abandonados durante los meses de preparación de la intentona revolucionaria, y retomó con más ganas que nunca su personal batalla contra el régimen político español, ahora en plena conexión con los miembros de Alianza Republicana que seguían conspirando en el interior. Desde el 25 de mayo al 10 de junio de 1929 permaneció en Londres siguiendo las incidencias de los comicios ingleses, manifestando de nuevo su admiración por la democracia de aquel país: «¡Magnífico pueblo, que no teme que se le constipe el poder público sacándolo a los cuatro vientos! La vida sana y libre hace a los pueblos fuertes. El régimen paternalista, el silencio, la inmoralidad, los encanija y entristece. ¡Aire, aire!, y gimnasia política en los parques públicos... A problema nuevo, parlamento nuevo. Es la forma de conservarlo eternamente joven. Así la institución parlamentaria inglesa, después de tantos siglos de existencia, conserva una juventud y un vigor fantásticos»166. En mayo de 1929 pasa a formar parte de la redacción de El Sol como corresponsal en el extranjero. En agosto viaja a Holanda para comentar las sesiones de la Conferencia de La Haya, en la que se debatirían aspectos del Plan Young y las propuestas de Briand y Stresemann encaminadas a la creación de la Unión Europea, proyecto que no pasaría de lo testimonial. En este momento Briand es para Espía el gran político europeo, inasequible al cansancio, paciente y tenaz, nunca se da por vencido y aporta a la política europea un toque de idealismo: «Briand estableció la diplomacia de la conversación. En realidad a este orador le interesa oír tanto como hablar. Ahora prepara otra gran conferencia: la de los Estados Unidos de Europa. Trata de instalar una mesa más entre las fronteras. Van a sentarse a ella algunas naciones con ganas de atizar un puntapié al tintero. Pero Briand no se desanima por tan poco. Este hombre de aparente escepticismo es un gran entusiasta»167. En el mes de septiembre marcha de nuevo a Ginebra para asistir a los debates de la SDN, escribe «La marcha fascista sobre Viena», artículo en el que parece vislumbrar lo que ocurriría diez años después: «Mientras en Ginebra se pronuncian bellas palabras de paz, el espíritu de la guerra se organiza en Europa contra los pueblos. La amenaza fascista contra Viena debió ser la última advertencia, el hecho decisivo que convenciera a la Europa democrática de la necesidad de organizarse, de establecer una solidaridad internacional para defender la libertad y oponerse al avance del fascismo»168. Espía era absolutamente partidario de liquidar los restos de la Guerra Mundial como paso previo e imprescindible para la construcción del nuevo orden internacional que tanto ansiaba, de ahí que apoyase en sus artículos la política seguida por Briand y Stresemann que iba en esa dirección169. Pero al mismo tiempo pensaba que las democracias estaban siendo muy tibias ante el avance de las dictaduras en Europa, que ciertos republicanos eran demasiado respetuosos con las dictaduras en el poder, «parecen creer que las dictaduras se implantan
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C. C. C. C.
Espía, El Luchador, 28 de mayo de 1929. Espía Rizo, El Sol, 27 de abril de 1930. Espía Rizo, El Luchador, 30 de septiembre de 1929. Espía Rizo, «Treinta de julio», El Sol, 5 de julio de 1930.
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por la libre voluntad de los pueblos que las sufren»170, lo que había llevado a situaciones tan curiosas como ver reunido en Madrid, en plena tiranía, al Comité de la SDN formado por los demócratas más ilustres. A su juicio la política de concesiones y apaciguamiento iniciada por Briand no tendría ninguna posibilidad de éxito, si al mismo tiempo las democracias no arbitraban medidas solidarias para impedir el avance y consolidación del fascismo. La muerte de Gómez de Baquero, Andrenio, a finales de 1929, le afectó profundamente; Andrenio había confiado siempre en sus posibilidades, dedicándole críticas muy favorables que le habían ayudado mucho en su carrera: «No puedo hablar de Andrenio sin emoción. Fue un maestro que ejerció su magisterio con sabiduría y bondad. Yo le debo mucho, y como reliquia guardo una carta suya de consejos afectuosos... Por mis manos han pasado sus declaraciones íntimas en cartas dirigidas a Unamuno y Blasco Ibáñez, sus grandes amigos, sus iguales... Gómez Baquero fue en realidad un conservador inglés. Esto es un liberal, un revolucionario español»171. He ahí el tipo de revolución que anhelaba Espía. A finales del 29 el modelo político de Espía estaba plenamente identificado con las democracias europeas. Aunque en ningún momento había abdicado de sus preocupaciones sociales, ni de su pensamiento político, sabedor de lo ocurrido en España en otras ocasiones anteriores, había llegado a concluir, coyunturalmente, en la necesidad de una república un tanto moderada que modernizase progresivamente al país, para lo cual creía útiles a hombres como José Sánchez Guerra: «yo, republicano de 1930, quiero la presidencia para Sánchez Guerra»172 afirmó en El Luchador en un artículo del 11 de febrero de 1930. Espía quería un gobierno fuerte porque sabía que las reformas, que inevitablemente tendría que afrontar la futura república, afectarían forzosamente a aquellos que habían detentado el poder político y económico durante la Monarquía, pero no lo suficiente como para satisfacer las ilusiones igualitarias de una parte de la clase obrera. La apelación a Sánchez Guerra se inscribe en esa sospecha, pero tiene más matices: Sánchez Guerra, con el que ha colaborado abiertamente, está en negociaciones con Alba, Villanueva, Burgos y Mazo y otros ex ministros para formar un bloque constitucionalista173, y Espía no quiere que el líder conservador se integre en él. Por otra parte, Sánchez Guerra, con el que ideológicamente no comparte nada, había sido un enemigo terrible de los partidos republicanos y obreros, representaba como nadie al hombre de orden, de autoridad inflexible y a la vez con «un sentido altivo, muy español, muy andaluz, del honor y la dignidad personal»174. Pero ante todo era un hombre leal y consecuente que creía en el poder civil, fue él quien puso fin «a la ley de fugas, destituyendo, por telégrafo, del gobierno civil de Barcelona al siniestro inventor de ese procedimiento de cazar sindicalistas»
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C. Espía Rizo, El Sol, 25 de octubre de 1930. C. Espía Rizo, El Luchador, 31 de diciembre de 1929. 172 M. Domingo, La experiencia del poder, Madrid, 1935, pág. 97. En parecida forma a la de Carlos Espía se expresaba Marcelino Domingo al referirse a José Sánchez Guerra. 173 El Sol, 28 de marzo de 1930. 174 C. Espía Rizo, Unamuno, Blasco Ibáñez y..., pág. 78. 171
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y quien deshizo «a bofetadas el primer intento de sublevación militar»175. También fue desde el principio uno de los más claros opositores al régimen dictatorial y al Monarca al que tantos años había servido, negando, en una nota personal enviada al Rey, «a la rama de los Borbones que reina en España derecho y autoridad moral para establecer una monarquía absoluta, personal y patrimonial»176. Además, en las múltiples conversaciones que habían mantenido los dos en París mientras preparaban el movimiento de Valencia, Sánchez Guerra había prometido a Espía que, aunque no fuese republicano, nunca se «opondría a la república si el pueblo español vota por ella en unas elecciones constituyentes»177, y Espía confiaba firmemente en la sinceridad de su palabra. Del mismo modo pensaba que, por su honradez, rectitud y sentido del deber, podía ser útil para esos primeros años republicanos que temía bastante turbulentos. Respecto a Santiago Alba, mantuvo relaciones muy fluidas con él durante largos años, solían verse asiduamente gracias a la amistad que ambos mantenían con Unamuno y Blasco Ibáñez. Durante años, su hotel fue otro de los lugares de reunión y discusión de los expatriados: «Su apartamento situado en los Campos Eliseos ha sido durante años lugar de peregrinación para muchos amigos leales... y centro de esperanzadoras entrevistas con personalidades políticas de España y otros países...»178 Las disensiones comenzaron a raíz de la intentona de enero del 29, Alba había encarecido insistentemente a Sánchez Guerra y Espía que desistieran de su empeño, consejo al que no hicieron el menor caso, y terminaron de enturbiarse, como luego se verá, tras la entrevista de Alba con Alfonso XIII en París. Santiago Alba seguía creyendo posible una evolución democrática de la monarquía, pensaba que dicho régimen, con todos sus defectos, era el único viable en España por razones históricas. En mayo de 1929 Espía participará en la organización de las campañas promovidas por Victor Basch, presidente de la Liga de los Derechos del Hombre, y por el diputado Moutet para apoyar a los estudiantes españoles en su lucha contra la Dictadura. Los actos se celebraron en la sala des Sociétés Savantes. El intento de golpe de Estado de Valencia, las huelgas de estudiantes y obreros, las continuas protestas de intelectuales y la crisis económica, que empezaba a dejarse notar en España a finales de año, hicieron creer a Espía que se aproximaba el ocaso de la dictadura. Pensaba, según explica en una carta a Unamuno, que solamente el miedo de los gobernantes a las responsabilidades que se le pudieran exigir, podría alargar la vida de un régimen que ya agonizaba. Espía estaba convencido de que Unamuno iba a ser una de las personalidades fundamentales del nuevo régimen, ya que, el viejo profesor de Salamanca, con su actitud, «había salvado la honradez de España»179 durante todo este período de ignominia. Pero desde su optimismo, desde su esperanza en el porvenir, temía que el daño y los desmanes ocasionados por los Go-
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Ibíd.
Ibíd, pág. 80. Ibíd, pág. 86. C. Espía Rizo, El Luchador, febrero de 1930. Carta de Espía a Unamuno, 6 de diciembre de 1929, CMMU, E2/16, Salamanca.
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biernos de la Dictadura fuesen de tal calibre, que hipotecasen por mucho tiempo al nuevo régimen: «Esos miserables nos van a dejar una España saqueada, desorganizada y entontecida»180. La caída de Primo de Rivera le lleva a plasmar en sus escritos varias reflexiones sobre el régimen concluido y las posibilidades futuras del país. En su opinión el movimiento revolucionario de enero y el discurso posterior de Sánchez Guerra en Madrid, en el que entre otras cosas dijo: «No soy republicano, pero reconozco que España tiene el derecho a ser una república»181, habían tenido la virtud de dar a conocer a los cuatro vientos las graves disensiones de uno de los hombres más representativos del régimen: «la mayoría de los franceses creían que los españoles eran irremediablemente monárquicos, a ello contribuyó el aparato formado por Primo de Rivera y del que formaban parte en París: el marqués de Quintanar, M. Bueno... apoyados en Madrid por sus consocios Delgado Barrete y J. A. Primo de Rivera... El discurso del Sr. Sánchez Guerra ha servido para que se entere todo el mundo de cual es la verdadera realidad de España y su monarquía...»182 En otro artículo afirmaba: La Dictadura no ha sido la guerra. De acuerdo. Pero tampoco la organización política y social de España poseía la resistencia de un régimen como el alemán. Lo cierto es que aquí las cosas han cambiado y no puede volverse a lo de antes. Esto lo han comprendido hombres como Sánchez Guerra, Ossorio, Alcalá Zamora o Miguel Maura, que son hombres de antes. Las cosas han cambiado aunque se procese a todos los oradores que señalen el cambio. No se va a envolver la realidad en papel de barba...183
La Monarquía carecía de valedores, la instauración de un nuevo régimen parecía cuestión de poco tiempo, pero ese nuevo régimen debía aprender las lecciones del pasado, despojarse de ciertas idealidades y entelequias filosóficas de baratillo que habían hecho fracasar el primer intento republicano español: «Aquellos hombres hablaban de las impurezas de la realidad. Esto es una frase terrible en boca de un político. La realidad no es pura, ni impura, es simplemente realidad. Al político corresponde guiarla, no hacia la perfección, que es un ideal religioso, sino hacia el progreso, que es un ideal humano»184. El convencimiento republicano de Espía continuaba siendo algo profundo doctrinal y emocionalmente. Era una creencia pura y sentida, pero no excluyente de la transacción bien entendida, como demostró con el apoyo incondicional a Sánchez Guerra en la intentona revolucionaria de 1929. Su estancia en París, el trato con políticos franceses prestigiosos como Herriot o Moutet, y con los antiguos jefes de los partidos dinásticos españoles: Alba, Villanueva, Sánchez Guerra, unido a su mayor experiencia política y a un mejor conocimiento de la realidad histórica española, le habían hecho mucho más perspicaz y pragmático. En esa línea Espía podía colaborar con al-
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Ibíd.
R. C. C. C.
Carr, España, 1808-1975, Barcelona, Ariel, 1990, pág. 568. Espía Rizo, El Luchador, 10 de marzo de 1930. Espía Rizo, El Luchador, 17 de mayo de 1930. Espía Rizo, El Luchador, 12 de febrero de 1930.
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gunos ex ministros monárquicos, que habían demostrado fehacientemente su oposición a la dictadura, para lograr la instauración en España de un régimen constitucional y parlamentario, lo que no podía hacer era ir del brazo con aquellos que todavía creían posible la democratización de la monarquía alfonsina: la monarquía española le parecía totalmente incompatible con la democracia y el progreso. Estaba anclada en el pasado y era un régimen personalista en el que se habían encaramado una cantidad tal de intereses y vicios, incluidos los del propio monarca, que resultaría infructuoso cualquier intento de reforma. Sólo la opción republicana, libre de compromisos y ataduras, podía dar al país lo que éste necesitaba: «Lo que decimos es que una república que organizara la democracia, la vida civil en España, que resolviese el problema constitucional, que reparase el problema financiero de los gobiernos monárquicos, que estableciera la enseñanza obligatoria, que redujese los gastos militares, que respetase las creencias y las libertades de todos los españoles, que pusiese la legislación social a nivel medio europeo... sería un régimen que convendría mucho a España»185. La mayoría de los postulados expuestos no eran, en 1930, consustanciales a un régimen u otro. Había monarquías, como la inglesa, que estaban a la cabeza en cuanto a democracia, libertades o derechos sociales. Eso sí, la distancia entre la monarquía española e inglesa era inmensa en todos los terrenos. De Francia lo que más apreciaba era la libertad que en ella se respiraba, la ley de seguros sociales y la reforma de la enseñanza, pero hacia esas metas, en mayor o menor medida, se movían también todas las democracias europeas, fuesen monarquías o repúblicas. Luego la crisis económica y la Segunda Guerra Mundial pondrían el mundo del revés durante un tiempo, pero la dinámica europea había sido, y seguiría siendo, esa, la construcción de lo que luego se llamaría Estado del bienestar. Si tuviésemos que ubicar políticamente al Espía de 1930, tendríamos que situarlo al lado de Herriot, Briand o Stresemann, o sea al lado de los grandes reformadores y europeistas del período de entreguerras. El 26 de abril de 1930 Diario de Alicante anunciaba como un acontecimiento extraordinario el regreso de Espía a España. Visitaría Madrid viajando posteriormente a su ciudad natal donde se le tributaría un homenaje por sus correligionarios de Alianza Republicana y por la Asociación de la Prensa: «Carlos Espía, el luchador infatigable vuelve a Alicante después de una ausencia de siete años, transcurridos lejos de sus paisanos, cuando Espía triunfa plenamente y se convierte en una de las más firmes esperanzas españolas para un porvenir que afortunadamente ya no parece lejano...»186. La vuelta de Espía fue acogida con enorme expectación por la prensa, se encontraba en el momento culminante de su oficio periodístico y gozaba del reconocimiento unánime de los opositores al régimen, por sus desvelos en favor de los exiliados y de la instauración de un sistema de libertades en España: «El sábado 17 llegó Carlos Espía, corresponsal de El Sol en París. Ayer mañana comió en casa del gran republicano y maestro de periodistas Roberto Castrovido»187. En Madrid mantuvo contactos con un gran número de personalidades al objeto de cerciorarse personal185 186 187
C. Espía Rizo, El Luchador, 1 de noviembre de 1930. Diario de Alicante, 26 de mayo de 1930. El Luchador, 19 de mayo de 1930.
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mente del ambiente que se respiraba en la capital del todavía reino, de cara a sus futuras actuaciones políticas. Se entrevistó con los dirigentes de Alianza Republicana, que le pusieron al corriente de sus planes. La noche del 23 de mayo un buen número de periodistas madrileños le ofrecieron un homenaje en el café Nacional: Sin darle carácter de homenaje público... se celebró anoche en Madrid una comida íntima dedicada a Carlos Espía... El gran periodista alicantino ha rehuido, fundándose en la premura de su viaje y escudándose en su modestia irreductible, el tributo de aclamación que la democracia española le debe. El agasajo de ayer se debió a la iniciativa del director de El Heraldo de Madrid, Manuel Fontdevila, y a él concurrieron medio centenar de periodistas. Presidieron la comida el homenajeado, el Sr. Fontdevila, V. Sánchez Ocaña, redactor-jefe de La Estampa, el director de la agencia Febus, Sr.Ruiz de Velasco, el redactor-jefe de El Sol, Carlos Baráibar, y nuestro compañero Isaac Abeytúa... Además asistieron Lucientes, Solís, Chaves Nogales, Sampelayo... Se leyeron adhesiones de los directores de El Sol, La Voz y El Liberal, Félix Lorenzo, Fabián Vidal y Francisco Villanueva respectivamente, la de César Falcón y una muy emotiva de don José Sánchez Guerra que enviaba a Carlos Espía un abrazo de recuerdo, gratitud y de esperanza188.
La noticia del homenaje fue recogida al día siguiente por El Sol, El Heraldo y La Voz. El día 24 por la mañana abandonó Madrid en dirección a Alicante, donde apenas estuvo unos días, siendo agasajado con una cena celebrada el día 25 en el hotel Samper, a la que acudieron doscientos comensales. Luego, en el viaje de vuelta, se detuvo unos días en Valencia, ciudad en la que volvieron a repetirse las muestras de cariño y los homenajes189. Ya en París escribiría un artículo para El Luchador recordando la impresión que le había causado la evolución de los acontecimientos en Alicante: Acaso la impresión más fuerte que he recibido en mi reciente viaje por España —después de siete años de ausencia— me la ha proporcionado el republicanismo alicantino... La Dictadura actuó como un disolvente sobre las ficciones políticas españolas. El antiguo Partido Liberal alicantino era una artificialidad insuperable. Se disolvió al primer bufido del déspota... La embestida incivil de la Dictadura se estrelló, en cambio, contra una fuerza inamovible: el republicanismo alicantino. El Dr. Rico lo había hecho de roca...190
Los partidos dinásticos eran parte fundamental de la estructura de poder del régimen de la Restauración, eran un instrumento de dominio que se extendía por todo el país gracias al caciquismo, pero carecían de un apoyo social libre y voluntario. Su implantación se debía a la comunión de intereses entre determinados grupos y al uso del favor como moneda de cambio. Además, había sido creado no como respuesta a una demanda de la sociedad, sino como una necesidad del poder nacida en las más altas instancias y esparcida, de arriba hacia abajo, por toda la geografía nacional. De ahí su inconsistencia: cuando esos entes artificiales no son útiles al poder desapare188 189 190
El Liberal, Madrid, mayo de 1930. El Sol, 1 de junio de 1930. C. Espía Rizo, El Luchador, 17 de junio de 1930.
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cen ante la menor embestida sin oponer resistencia. Sin embargo, para Espía, el republicanismo era algo que nacía del pueblo, que respondía a los anhelos y las ansias de libertad y progreso de una parte mayoritaria de la sociedad y que tenía una base ideológica muy sólida. Un poder autoritario podría ponerlo fuera de la ley, prohibir sus actividades, su propaganda, pero su sustrato social era tan consistente que tarde o temprano resurgiría con nuevos bríos. Uno de los hechos cruciales de este año, 1930, para el exilio parisino fue la ruptura de la mayoría de los desterrados con Santiago Alba, quien había sido tocado por el Rey buscando un compromiso para salvar al régimen. La entrevista con el Monarca tuvo lugar en el hotel Maurice de París y en ella Alba, que creía que la fruta estaba ya lo suficientemente madura, le planteó la necesidad de consultar al pueblo para de una vez por todas asentar en España «un verdadero régimen político de estilo inglés»191. Alfonso XIII debió responder de modo complaciente y Alba, aunque rechazó la oferta regia para hacerse cargo inmediato del Gobierno, pareció quedar satisfecho. Desde marzo se venía hablando del intento de Alba de hacer público un manifiesto constitucionalista que iría firmado por la mayoría de ex-ministros dinásticos: Villanueva, S. Guerra, Burgos y Mazo, Alcalá Zamora, Chapaprieta y otros192. Después del encuentro, la impresión que había en los círculos políticos de oposición era que Alba trataba de recomponer, con la ayuda de Cambó, el sistema anterior al 13 de septiembre de 1923, como último recurso para la subsistencia de la monarquía193. Pero en 1930 casi nadie creía en la regeneración de la Monarquía. Un político moderado como Sánchez Román escribía: Si la iglesia, el ejército y la burguesía capitalista son los firmes sostenedores del régimen cuya transformación política se promete, nadie puede esperar, sin pecar de ingenuidad, que la Corona impulse avances de moderno sentido. Dígase un día desde el gobierno de Su Majestad a los monopolizadores de la tierra que ha sonado la hora de sacrificar parte de su propiedad en beneficio del cultivador que la trabaja y veremos enseguida conmoverse la fe monárquica de la burguesía. Sobrevenga en otro instante la iniciativa del poder sobre la reforma militar y consiguientes sacrificios a los intereses de clase, y pronto se hará notar el descontento en forma política. Amanezca un día en que el estado oficial sienta un atisbo de su independencia laica, y serán oídos los anatemas que los ministros de la iglesia fulminen contra el régimen194.
La evolución del régimen era esencialmente imposible. En julio de 1930, Alba escribió un artículo en el que acusaba a las fuerzas antimonárquicas de ingenuas y de no haber aprendido las lecciones de la historia, de las que se desprendía indefectiblemente que la monarquía era el único régimen político posible en España. Esta declaración fue considerada por sus antiguos compañeros de exilio, que todavía confiaban en su lealtad, como un acto de traición. Espía escribió 191
C. Espía Rizo, «Ante un momento político de excepcional importancia. La entrevista del Sr. Alba y el Rey en París», en El Sol, 24 de junio de 1930. 192 El Sol, 28 de marzo de 1930. 193 Rovira Virgili, El Sol, 3 de julio de 1930. 194 F. Sánchez Román, «Revolución inevitable, evolución posible», en El Sol, 8 de julio de 1930.
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al respecto: «El Sr. Alba ha tomado otro rumbo, y al emprender el nuevo camino, al separarse del que juntos habíamos recorrido durante los años indignos, lanza como despedida, desde las columnas de ABC, unas pedradas a quienes fueron sus compañeros leales de ruta en el destierro...»195 Como muchos otros, Espía quería aunar fuerzas, conjuntar al mayor número de personalidades y fuerzas políticas de cara a los acontecimientos que se aproximaban, pero pensaba que la nueva postura de Alba, cuando sólo faltaba un empujón para que el régimen se derrumbase, no era, cuanto menos, honrada. De una oposición que duraba siete años pasaba en unos días a ser la mayor esperanza de la Corona: «Se vislumbra la caída de la dictadura, la posibilidad de una república. Las izquierdas no decimos: la república para los republicanos, sino para todos los españoles... Se nos dice república conservadora. Contestamos, perfectamente. Transacción con los hombres y doctrinas de otros partidos... Cuando se tiene la victoria en las manos y supone claudicar de todos los ideales supone traición, y ahí es donde se equivoca Alba en su propuesta»196. Espía había transigido hasta donde le permitían sus convicciones en su colaboración con los elementos monárquicos, siempre con un objetivo común: convocar Cortes Constituyentes y una consulta popular en la que se decidiese el tipo de régimen que imperaría en España. Por supuesto estaba convencido de la victoria de la opción republicana. Ahora, otra cosa muy diferente era la opción defendida por Alba parapetada tras el eufemístico nombre de transacción, que suponía comprometer a las fuerzas políticas antidinásticas en su personal proyecto político. En agosto de 1930 las fuerzas de Alianza Republicana junto a los partidos catalanistas, exceptuada la Lliga de Cambó que apoyaba al Monarca, se reunían en un hotel de San Sebastián para firmar un pacto que tendría como finalidad el compromiso de los asistentes de hacer todo lo posible para acelerar la instauración de la república. El Partido Socialista no envió a ningún representante oficial, acudió Indalecio Prieto a título personal, aunque sí ofreció su colaboración. La situación del Gobierno Berenguer era cada día más débil, lo mismo que los apoyos a la Corona, y el ambiente social extremadamente conflictivo. En Cataluña, donde había renacido la CNT y colaboraba abiertamente con el Estat Cátala, se vivían momentos pre-revolucionarios. De la reunión de San Sebastián salió un Comité Revolucionario presidido por el exmonárquico Alcalá Zamora, futuro Presidente del Gobierno Provisional de la República, y el compromiso por parte de todos de reconocer la autonomía a Cataluña en cuanto llegasen al poder. De la composición del Comité Revolucionario se puede deducir que la estrategia seguida por Espía en su relación con los disidentes monárquicos no respondía a una decisión personal, sino que estaba en consonancia con las directrices marcadas por Alianza Republicana. En San Sebastián se decidió convocar una huelga general revolucionaria para el 15 de diciembre, huelga que iría acompañada de un levantamiento militar y la insurrección general de Cataluña. Entre tanto, Espía, que había seguido muy de cerca la reunión de la ciudad vasca, continuaba compaginando sus quehaceres periodísticos y políticos. A finales de
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C. Espía Rizo, El luchador, 12 de julio de 1930. Ibíd.
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agosto fue encargado por la agencia Sirval, una de las más prestigiosas del país, para cubrir las elecciones alemanas corno enviado exclusivo de varios periódicos nacionales. Permaneció varias semanas en Berlín, enviando magníficas crónicas sobre el desarrollo de la contienda electoral y vaticinado los riesgos y amenazas que suponía la creciente popularidad de Hitler: «Es evidente que la atmósfera política alemana está cargada de amenazas nacionalistas... Los nacionalistas son monárquicos, antisemitas, antipacifistas, militaristas, antidemocráticos... El racismo de Hitler explota el estado de crisis financiera y económica, la desesperación de los sin trabajo, de los arruinados y de los patriotas que odian a Francia y Polonia... Todo lo quieren conseguir a sangre y fuego»197. Sin embargo, pese a que apreciaba como gravísima la amenaza alemana, tenía mucha fe en el pueblo, en la conciencia del pueblo, creía que los alemanes nunca llegarían a secundar hasta sus últimas consecuencias las pretensiones de sus gobernantes: «Claro que los dictadores no han dejado de ser un peligro para la paz de Europa; pero cada día parece más clara la imposibilidad de que un dictador pueda conducir a todo un pueblo a la guerra. La guerra moderna es una gran empresa nacional, requiere la movilización de todos los hombres, de todas las mujeres, de todas las máquinas, de toda la fuerza de un país. Este esfuerzo unánime no puede pedirlo al pueblo un régimen de guerra civil... El estado totalitario carece de pueblo detrás»198. Evidentemente se equivocó en el vaticinio y en los detalles. En esta ocasión, Espía más parecía hacer una declaración de fe, de esperanza en el futuro, que un análisis de la realidad. Después de Alemania viaja otra vez a Ginebra para asistir al nuevo a las reuniones de la SDN. Allí coincide con su amigo el también periodista Eugenio Xammar. Juntos asisten al palacio ginebrino y quedan atónitos ante la catastrófica intervención del embajador español Yanguas, quien tras hacer una descripción de la situación internacional próxima al apocalipsis, terminó confiando cuanto pudiera suceder a la buena voluntad del Todopoderoso, ya que los hombres nada podían hacer. Indignados, los dos periodistas dirigieron una carta al Embajador en la que criticaban el ridículo en que había caído la Legación española y le recomendaban que abandonase Ginebra en el primer tren, puesto que allí nada le quedaba por hacer al estar todo en manos del Altísimo. El 23 de septiembre de 1930 Espía fue nombrado en Ginebra vicepresidente de la Asociación Internacional de Periodistas, organismo que reunía a los corresponsales ante la SDN de los principales periódicos del mundo. Fue elegido en representación del diario El Sol, siendo la primera vez que un periodista español accedía a un cargo de ese relieve. Junto a Espía formaban la directiva de dicha asociación los corresponsales del New York Times, Le Populaire, Daily Herald, Pravda, Times y Telegraph Union. En octubre se solidariza con F. Maciá dedicándole un comprometido artículo. Se había emprendido, por parte de algunos diarios oficialistas españoles, una tremenda campaña contra el líder catalanista, acusándole de antiespañol, separatista
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C. Espía Rizo, El Luchador, 12 de septiembre de 1930. C. Espía Rizo, «Las otras guerras», en El Sol, 5 de noviembre de 1930.
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y antipatriota. Espía lo conocía muy bien desde hacía años, ambos habían compartido exilio, ideas y conspiraciones, y su opinión era bien diferente: «Es un hombre de amor que quiere unirse a todos los pueblos peninsulares...»199 Para Espía, F. Maciá entraba dentro de la gran tradición de políticos catalanes que reclamaban el reconocimiento de la personalidad histórica de Cataluña al tiempo que clamaban por una nueva articulación de los pueblos de España basada en la voluntariedad, en el reconocimiento de sus diferencias y en la solidaridad, planteamiento que el alicantino compartía en buena parte. El movimiento revolucionario planeado para el 15 de diciembre hubo de adelantarse unos días. Fermín Galán y Ángel García Hernández se sublevaron en Jaca; Ramón Franco, Queipo de Llano e Hidalgo de Cisneros se apoderaron del aeródromo de Cuatro Vientos200, pero la anunciada huelga general apenas tuvo efecto. La revolución fue un fracaso sin paliativos, aunque tendría repercusiones posteriores. El comité de huelga fue detenido y encarcelado en la prisión modelo de Madrid, salvo Indalecio Prieto, que logró huir a París, y Manuel Azaña, que permaneció escondido en un piso de la capital. Para conseguir escapar, Azaña recurrió a Carlos Espía, erigido en coordinador entre los exiliados y los opositores del interior, para que inventase una treta que hiciese creer a la policía que también él había pasado la frontera rumbo a París: «Carlos Espía en París hacía de intermediario de cuantos españoles le necesitaban, coordinaba a los republicanos en el exilio y del interior, así cuando los sucesos de 1930, Azaña piensa en dar a entender que había huido a París y su cuñado llama a Espía para que extienda el rumor...»201 Desde la ciudad del Sena, Espía se había convertido en el eje principal del exilio español y en uno de los principales agitadores de la oposición a la monarquía: «Espía empieza a ser el embajador verdadero de España en París, mientras el señor Quiñones de León sirve a los intereses de Francia y a los de su Rey, Espía sirve a los de España. Constituye su embajada espiritual en una habitación del hotel Flandes. Allí se reúnen I. Prieto y M. Domingo, José Pía, León Rollín, Henri Barde, Ventura Gassol, Ortega y Gasset, Álvarez del Vayo, Fonbernat, Miravitlles y el último conspirador que acaba de llegar en el expreso de la mañana. Trata y frecuenta, enlazándolos por la eficacia de la conspiración a Blasco Ibañez y a Maciá, a Unamuno y a Domingo, a Prieto, a todos los que están contra la Dictadura...»202 La intervención de Espía llegó a hacerse imprescindible para cualquier proyecto que tramaran las fuerzas contrarias a la Dictadura, tanto del interior corno del exterior. Para los refugiados en Francia y Bélgica o los recién llegados a París, el recurso a Espía era una garantía de seguridad pese al endurecimiento de la persecución policial, que, como cuenta Hidalgo de Cisneros, se hacía cada día más severa, llegando a intervenir hasta el imperturbable monsieur Chiappe, prefecto general de París203.
199
C. Espía Rizo, El Luchador, 2 de octubre de 1930. I. Hidalgo de Cisneros, Cambio de rumbo, Barcelona, Laia, 1977, Tomo 1, pág. 239. 201 C. Rivas Cherif, Azaña, retrato de un desconocido, Barcelona, 1980, pág. 173. 202 Llúcia Reila, «Vida i anecdotari de Caries Espía», en La Rambla, 15 de junio de 1931, APCE, Prensa, Alicante. 203 I. Hidalgo de Cisneros, Cambio de..., pág. 273. 200
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3.2.3.5.
Últimos días en París
El lugar de reunión de los exiliados, cuya nómina se incrementó grandemente tras los hechos revolucionarios de diciembre, se había trasladado al viejo café Napolitani en el bulevar de Saint Michel204. El ambiente era muy parecido al que en otros tiempos tuvo La Rotonde y al de la mayoría de los cafés españoles, bullicioso, variopinto, bohemio. Aunque ahora se vivía en una atmósfera de euforia, casi todos estaban convencidos de que la vuelta a España era inminente, había una calma expectante, tensa, pero gozosa a un tiempo: tenían el triunfo al alcance de las manos. Los exiliados habían impuesto sus costumbres y se dejaban notar bastante sonoramente: «Aunque la tertulia se hacía al fondo del café y en un sitio bastante independiente, ya desde la puerta se oía discutir en castellano, notándose el contraste entre las conversaciones tranquilas y mesuradas del público que frecuentaba el café y la algarabía que armaban los españoles...»205. Todo el que llegaba de España sabía que el Napolitani era el sitio al que debía dirigirse, con la garantía de que una vez allí no tendría problema alguno para dar con el rincón donde se reunían sus compatriotas, pues las voces y las discusiones en voz alta se lo indicarían al instante. Por allí pasaron gentes de todas clases, el tenor Fleta, Julita Fons, el director de cine Florián Rey, hasta tal extremo que terminó convirtiéndose en un lugar casi turístico para los periodistas y los curiosos de otros barrios, y los exiliados, en vísperas de las elecciones, hubieron de reunirse en otro lugar menos conocido, el café Gramout206. Espía seguía como siempre, inquieto, de un lado para otro, de la Liga de los Derechos del hombre al Napolitani, de éste a La Bolsa o a la casa de Prieto, recogiendo informaciones, escribiendo o ayudando a los nuevos exiliados. El general Mola asegura que Espía, junto a Rada y Ramón Franco, era el más activo entre los exiliados y el que menos se franqueaba207. Hidalgo de Cisneros dice que Espía solía acudir al Napolitani después de telefonear al periódico para recabar novedades o enviar alguna nota, era quien comunicaba las últimas noticias. Una noche llegó muy agitado y le entregó una carta a Prieto que le produjo gran indignación, en ella se decía que Alejandro Lerroux, unilateralmente y aprovechando que la mayor parte de los dirigentes republicanos estaban encarcelados o fuera de España, se había constituido en una especie de jefe único del movimiento republicano. La noticia causó estupor entre los asistentes, que, aunque conocedores de la personalidad del Emperador del Paralelo, nunca pensaron que después de su comportamiento en los hechos de diciembre, fuese capaz de autoproclamarse jefe de nada. Sin embargo, a pesar de éste y algún otro revés, la vida de los refugiados había cambiado enormemente, ahora vivían una feliz espera y muchos de ellos disfrutaban de su estancia en París como si de un viaje de
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El Luchador, 16 de junio de 1931. Ignacio Hidalgo de Cisneros, Cambio de..., 275. E. Mola Vidal, Obras completas, Valladolid, Librería Santarén, 1940, págs. 618-699. Ibíd., pág. 618.
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placer se tratara, en especial aquellos que llegaron a la ciudad tras el fracaso de la revolución y contaban con algún dinero: «El llamado duro pan de la emigración —escribió Hidalgo de Cisneros— era para mí blandísimo y estupendo»208. Desde que llegó a París, Prieto se convirtió en el jefe indiscutible de la emigración política: «Las personas más destacadas de ella, Marcelino Domingo, Martínez Barrio, Ramón Franco, los líderes catalanes y vascos y, en general, el conjunto de la emigración, sin distinción de partidos, organizaciones o despistados políticos como yo, reconocían tácitamente su jefatura»209. Su domicilio era frecuentado por las personalidades más variadas: Echevarrieta, Sota, March, Alba, M. Domingo, Martínez Barrio, el Duque de las Torres, Queipo de Llano y otros muchos. Queipo tuvo un exilio bastante problemático debido a su egocéntrica personalidad: cuando llegó a París creía que iba a ser el centro de todas las miradas, sin embargo pasó tan desapercibido que ni siquiera la policía francesa mandó vigilarle, cuando la mayoría de los exiliados tenían un policía detrás. Esto le ofendió de tal manera que para recuperar su rango, emprendió una campaña de declaraciones disparatadas sobre la situación española. El escándalo que promovió con su actitud llegó a ser tan preocupante para el grupo del Napolitani, que, temerosos de que fuera a más, decidieron acompañarle en todo momento para controlarle, so pretexto de que un general no debía andar solo. Prieto y Espía se conocían desde que éste inició sus trabajos periodísticos para El Liberal de Bilbao, se carteaban y de vez en cuando se veían, pero será durante este año cuando nazca entre ellos una íntima amistad que se prolongaría hasta la muerte del dirigente socialista, amistad que, además, tendría repercusiones en las futuras relaciones entre los republicanos azañistas y el partido socialista, ya que ambos, en sus respectivos partidos, eran los máximos defensores de la colaboración. Uno de los problemas más acuciantes para los exiliados era el económico, necesitaban dinero tanto para subsistir en París como para financiar las campañas que desde allí se organizaban. Mientras el número de desterrados fue pequeño el problema se solventaba gracias a las ayudas de la Liga de Derechos del hombre y a las aportaciones personales, pero después del movimiento revolucionario de diciembre se produce una llegada masiva de españoles, que no tenían medios para ganarse la vida, y un incremento cualitativo y cuantitativo de las acciones políticas. Ahora la fuente principal de ingresos serían los envíos desde el interior de España, con ellos se podía hacer frente a las necesidades personales, pero no a las contingencias de un período pre-revolucionario. Prieto estaba empeñado en buscar una solución a este problema, pues estaba convencido de que inevitablemente habría que promover otro movimiento revolucionario para acabar definitivamente con la monarquía. Según Mola en enero tuvieron lugar una serie de reuniones en este sentido. La más importante de ellas acaeció el 24 de enero y asistieron treinta y cuatro personas, entre las que destacaban el catedrático Fació, Carlos Espía, Ricardo Baroja, Ceferino Palencia, H. de Cisneros, I. Prieto, R. Franco, P. Rada y tres representantes de la FUE. En ella decidieron iniciar una
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I. Hidalgo de Cisneros, Cambio de... Ibíd., pág. 283.
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campaña de protesta contra Quiñones de León y el Gobierno francés por su colaboración con la dictadura, preparar un movimiento revolucionario para el día de las elecciones y buscar ayuda económica en cualquier sitio, incluida la Unión Soviética210. Así que una de las tareas principales de Prieto en París fue la de entrevistarse con personalidades de todo tipo a fin de conseguir fondos para poder llevar a cabo su empeño revolucionario, tarea en la que siempre estuvo acompañado por Espía. La desesperación ante las negativas recibidas fue tan grande que en sus andanzas llegó a entrevistarse con Juan March, quien le ofreció una importante cantidad de dinero como forma de asegurar sus privilegios en el futuro régimen, oferta que rechazó rotundamente. También acudió con Carlos Espía a la Embajada de la Unión Soviética en París211, aunque con muy pocas esperanzas de obtener algo positivo, se entrevistaron con el Embajador al que expusieron los motivos de su visita y éste trasladó sus peticiones a Moscú, que respondió negativamente212. Las gestiones para lograr recursos que permitieran financiar un nuevo intento revolucionario fracasaron y los ingresos del exilio siguieron dependiendo en gran medida de lo que enviaban desde España: «Tras la intentona revolucionaria de diciembre... se empezaron a recibir cantidades anónimas de dinero de toda España, nombramos tesorero al comandante Pastor, quien al proclamarse la República ingresó el sobrante en el Tesoro Nacional»213. A principios de 1931 Espía dimitió como redactor y corresponsal del diario El Sol en solidaridad con Nicolás María de Urgoiti. El Sol, participado mayoritariamente por la Papelera Española, había surgido en 1917 gracias a una iniciativa de José Ortega y Gasset, y como tal respondía al ideario político que entonces el mismo preconizaba: la difusión de un nuevo liberalismo como único instrumento capaz de solventar los problemas seculares que arrastraba España: «Todos los pueblos de Europa, aun los más poderosos sufren gravísimos trastornos en el orden económico y ninguno solicita dictadores. Por todas partes se ha puesto el mando en manos de hombre liberales. El ejemplo de Europa demuestra que sólo pueden salvar a los pueblos los gobiernos liberales, de un liberalismo sincero, orientados hacia soluciones modernas, capaces de comprender lo que hay de tremenda injusticia en el régimen social que desaparece por el horizonte de la guerra...»214. En este sentido El Sol, como órgano de opinión, representa la fe en este nuevo liberalismo que habría de salvar a España de dictaduras y revoluciones, tras las secuelas que dejó la Guerra Mundial, cuyo desenlace parecía el definitivo triunfo de las democracias. Por su parte, en el aspecto puramente técnico, Carlos Espía tenía una visión del diario, y del periodismo español en gene-
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E. Mola Vidal, Obras completas..., pág. 616. ' Ibíd., pág. 616. Mola, que comete en sus afirmaciones una cantidad enorme de errores como asegurar que en 1930 La Rotonda era uno de los lugares habituales de reunión de los exiliados, asegura que las reuniones tuvieron lugar en la delegación de los soviets en Viena y que en ellas pidieron un préstamo de 4.000.000 de pesetas a devolver cuando triunfase la República. 212 Siempre, 6 de junio de 1962, México DF, APCE, Varios, Alicante. 213 J.Gorkin, El revolucionario..., pág. 313. 214 Ortega y Gasset, J., «Los pueblos no toleran ya dictadores», en El Sol, 9 de mayo de 1919. 21
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ral, bastante crítica, creía que no había suficiente profesionalidad, se preparaba la primera página con firmas llamativas pero deshilvanadas, no había una visión de conjunto, un proyecto periodístico claro, se hacía «un periodismo de solistas, a veces geniales, pero no concertados»215. Para el periodista alicantino El Sol fue un intento de renovación de la prensa española, pero no se libró de este vicio: Adquirió El Sol, es cierto, una gran categoría intelectual y un tono de gran dignidad, pero no llegó a ser un diario vivo, sino una revista que se publicaba todos los días, consagrada al estudio de cuestiones trascendentales. Si en España no ha habido revistas se debe, precisamente, a que los periódicos diarios hacían sus veces. Y se dio el caso de que la obra periodística más lograda en nuestro país rio fuese un diario, sino una revista, cuyo último director fue D. Manuel Azaña, el semanario España, en cuyas páginas vibra con calor de cosa viva la realidad nacional de aquellos años216.
La asociación entre Ortega y Urgoiti tuvo su origen en la doble crisis que sacudió al periódico El Imparcial, fundado por un abuelo del escritor, en el verano de 1917, crisis económica que supuso la entrada de Urgoiti y un sector progresista de la burguesía vasca en el periódico, y crisis ideológica que ocasionó la salida de Ortega, Félix Lorenzo y algunos redactores para fundar un nuevo periódico más moderno y liberal217. Con el tiempo, El Sol, que no tenía una tirada espectacular, se transformaría en uno de los diarios más prestigiosos de España, referencia obligada para todos los opositores al régimen y, por ello, considerado como una amenaza para el mismo. En el otoño de 1930 sectores próximos a la monarquía emprendieron una serie de movimientos dirigidos a expulsar a Urgoiti y modificar la línea editorial del periódico. Se trataba de convertir un prestigioso diario liberal en un medio de comunicación oficialista. En la operación La Papelera sería la punta de lanza. El Gobierno, que subvencionaba el papel y ayudaba económicamente a la empresa vasca, amenazó con retirar su aportación, mientras que La Papelera acusaba a Urgoiti de haber incumplido el pacto fundacional y de propagar ideas opuestas a las que defendían los miembros de su consejo de administración 218. Resultado de todo esto fue, en enero de 1931, la salida Urgoiti del periódico y la dimisión de buena parte de sus mejores redactores, entre ellos Espía. El 23 de enero Espía comenzó a colaborar en La Calle de Barcelona, junto a un elenco de los mejores periodistas y escritores del país: Jiménez de Asúa, Unamuno, Marañón, Azorín, Araquistain, Zozaya y Albornoz. Poco después lo haría en Luz y Crisol. A principios de marzo, en una entrevista concedida a El Luchador, expuso su opinión sobre la estrategia que deberían seguir los republicanos en los meses siguientes: acudir a las elecciones municipales y abstenerse de participar en las legislativas, preservando la unión de las izquierdas y de todas las fuerzas opuestas a la monarquía, cosa que juzgaba imprescindible para lograr el triunfo final, no sólo para
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C. Espía Rizo, «Periodistas y periódicos», Ensayo no publicado, APCE, Escritos, Alicante. Ibíd. M. A. Lario González, La crisis ideológica... M. Cabrera y A. Elorza, «Urgoiti-Ortega: el partido...», pág. 245.
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instaurar la república sino, también, para asentarla y poder llevar a buen término el programa de reformas que se habían propuesto. Nunca pensó que las elecciones de abril sirviesen para forzar un cambio de régimen. Las veía como un paso más en la lucha contra el mismo, como una manifestación de clamor por la amnistía y una demostración de fuerza que contribuiría grandemente a acelerar el proceso de descomposición de la Monarquía. Respecto a la limpieza de los comicios, tema muy tratado por la prensa del momento, creía que no dependía de las concesiones que hiciera el poder sino de «la firmeza y dignidad con que nosotros la conquistemos. Un asunto de vital importancia sería la elaboración de las listas electorales: es preciso que al elaborar la candidatura republicana de Alicante y provincia tengamos en cuenta la gran responsabilidad que contraemos ante el país. Debemos designar para esos cargos de representación popular a los hombres más dignos y capaces, los más indicados para no defraudar la expectativa republicana en que vive España». El programa electoral para Alicante debería basarse en continuar la obra del doctor Rico, que consideraba primordial la apertura de escuelas públicas para todos los niños, creía que debía de elaborarse un programa mínimo unitario, que, en caso de triunfo, se cumpliese a rajatabla. En estos meses finales de su vida parisina le preocupaba sobremanera una cuestión que estimaba determinante para el futuro de la república: las relaciones con Francia, país que debería ser el aliado natural de España en su nueva andadura histórica. Pensaba que entre los dos países existía un muro de incomunicación, que había impedido el normal flujo de ideas y personas entre dos países vecinos, produciéndose un desconocimiento supino de la realidad nacional, los problemas y las virtudes del otro, desconocimiento que, por diversos motivos, era mayor en el caso de Francia respecto a España: «Existe en Francia una ignorancia sobre la realidad española igual a la que existe en España sobre la realidad portuguesa. Desvío del inquilino rico por el vecino pobre, indiferencia del gran señor por el transeúnte desconocido en trance de sucumbir violentamente a su malhumor»219. La crítica de Espía tiene más valor por cuanto estamos hablando de un admirador de Francia, de su cultura, de su historia, de su política, de un francófilo empedernido que observa aquel país como un espejo en el que mirarse, pero es también la queja de un español que estima importantísimo para su patria un acercamiento, en todos los ámbitos, de los dos países. A finales de marzo de 1931 decide volver a España para participar en la preparación de las elecciones municipales. Con tal motivo los emigrados políticos españoles en pleno le ofrecieron un multitudinario homenaje de despedida en el café Napolitani: Los refugiados españoles rendimos una cena homenaje de despedida en un café del bulevar Saint Michel, en pleno Barrio Latino, a Carlos Espía, a quien debemos profunda gratitud. No podíamos dejarle partir sin testimoniarle nuestro agradecimiento por sus desvelos en pro de nosotros. En estos meses ha sido incesante su peregrinar por las redacciones de los periódicos parisienses, por la oficina de la Liga de los Derechos del Hombre, por los domicilios de los prohombres izquierdistas, por los pasillos del Palais Bourbon, llevando a todas partes el eco de nuestras quejas y pidiendo amparo para nosotros... Por la labor de Cirineo que Carlos Espía se impuso 219 C. Espía Rizo, El Luchador, 4 de marzo de 1931.
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para hacernos más llevadera la cruz, obtuvo la molesta distinción de caminar también con escolta policíaca a todas horas por las calles de París; pero ésto no quebrantó su tenacidad, como tampoco melló su entereza la persecución de que se le hizo víctima a raíz de haber acompañado en su viaje a Valencia a Don José Sánchez Guerra. Ni uno solo de nosotros faltó esta noche a la cita que con él teníamos, Marcelino Domingo supo expresar con sencilla elocuencia el sentimiento que a todos nos embargaba, cuando dio las gracias a Espía por su abnegación...220.
Pasado el tiempo, unos años más tarde, recordaría con añoranza y emoción los tiempos de París. Desde el verdadero calvario que fue el exilio mexicano escribía: «Recuerdo el exilio parisino del veintitrés como esa época casi edénica en que el capitán Casero... se ganaba la vida tocando el cornetín, y otros exiliados haciendo traducciones para la casa Garnier, o dando lecciones de español, y otros organizando in cluso corridas de toros en las arenas de Lutecia...»221. Mientras en París, a pesar de las dificultades, de las penurias, de las persecuciones, todo era ilusión, esperanza en un futuro alegre e inmediato para todos, en México la desilusión, la oscuridad, el fracaso y la soledad serían los únicos acompañantes fieles en la vida del desterrado. El período de su vida transcurrido en París fue para Espía el más provechoso, el más libre y el más gozoso, no obstante, Francia no era sólo una nación, era, ante todo un ideal, y así lo afirmó en una conferencia que pronunció en México en 1941 al recordar sus tristes paseos por la margen izquierda del Sena en compañía de Manuel Azaña: ¿Qué misteriosa atracción ejercía Francia sobre los hombres libres del mundo para que todos hayamos sentido, como un desgarro en nuestras vidas, la pérdida de Francia?... El hechizo de Francia reside ciertamente en ser el pueblo que con más pasión, con más fuerza de ideales, ha cultivado el espíritu humano, la personalidad, la dignidad y la independencia del hombre, el sentido de libertad y justicia. Francia entre los pueblos y entre los hombres ha ejercido la función de clero, en el sentido laico que al vocablo da el escritor francés Julien Benda. En la Trahison des clercs Julien Benda atribuye la crisis moral de nuestra época a la traición de los espíritus selectos de los moralistas, de los pensadores, de los intelectuales puros... Luces y momentos de la conciencia universal que desertaron de la continua y desinteresada lucha en defensa de los valores permanentes del espíritu humano, para abrazar causas terrenales y utilitarias, inspiradas en consideraciones políticas, de raza, de religión, de clase o de interés. Bernanos dice al hablar de Francia y su cultura que es la más llena de sentido humano, un hogar y no una fortaleza, un asilo abierto a todos los hombres de buena voluntad, algo universal y común a toda la humanidad222.
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Indalecio Prieto, El Luchador, 1 de abril de 1931. C. Espía Rizo, «¿Cuándo volvemos a España?», Conferencia pronunciada por Espía en el Ateneo Salmerón de la capital mexicana en 1942, México, 1942, pág. 7. 222 C. Espía Rizo, «Nuestra Francia y la otra», Conferencia pronunciada por Carlos Espía en el Centro Español de México el 14 de mayo de 1941, APCE, Escritos, Alicante. 221
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CAPÍTULO IV
Sueño y realidad: Los años republicanos (1931-1936) 4.1. EN VÍSPERAS DEL 14 DE ABRIL. LA DESCOMPOSICIÓN DE LA MONARQUÍA Cuando Espía vuelve a España a finales de marzo de 1931, el país no se parecía en nada al que había abandonado en el mismo mes de 1923. La crisis económica que sacudía a Europa empezaba a notarse en España, el paro y la inflación se disparaban, disminuían las exportaciones y, sobre todo, se hundía la moneda de forma imparable. Del mismo modo, la autoridad gubernativa estaba a punto de diluirse como un azucarillo en un café. El Rey había borboneado al general Primo de Rivera y sus sucesores heredaban una situación extremadamente complicada: Berenguer era un hombre lastrado por los sucesos de Annual y por su enfermedad; Aznar carecía de vocación política. Ambos no habían sido mas que simples y fieles servidores del Rey, que intentaron apuntalar una casa en estado casi ruinoso, pero sin contar con la ayuda de ningún grupo social. De los partidos dinásticos no quedaba nada, sólo la Unión Patriótica en proceso de descomposición y algunos prohombres del régimen como Gabriel Maura, Romanones, García Prieto o De la Cierva, aferrados a la idea de que todavía era posible salvar a la monarquía. Romanones y García Prieto pensaban, aunque con muchas dudas, que sólo un pacto de Estado sería eficaz, lo mismo opinaba Cambó; De la Cierva, con mucho el más extremista, creía que había que resistir hasta las últimas consecuencias, incluso si ello suponía el derramamiento abundante de sangre. A esta situación de desconcierto en las filas gubernamentales contribuyó decisivamente la actitud de un buen número de notables monárquicos: el 20 de febrero de 1930 Miguel Maura pronunciaba una conferencia en la que afirmaba que en cuanto viese a un hombre de prestigio enarbolar la bandera republicana le seguiría y si esto no sucedía él mismo sería el encargado de hacerlo. Por las mismas fechas Ossorio y Gallardo renunciaba a la monarquía y Sánchez Román enumeraba las transgresiones
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constitucionales de Alfonso XIII en un discurso pronunciado en la Asociación de Estudiantes de Derecho. Pocos días más tarde, el 27 de febrero José Sánchez Guerra pronunciaba su celebre discurso de la Zarzuela declarándose incompatible con Alfonso XIII, exigiendo Cortes Constituyentes y una consulta popular sobre el régimen; el 13 de marzo Niceto Alcalá Zamora se proclamaba republicano en el teatro Apolo de Valencia y algunos días después Melquíades Álvarez pedía elecciones constituyentes1. Mientras tanto la agitación en la calle crecía por momentos: estudiantes, intelectuales y obreros se movilizaban decididamente contra el régimen. El Ateneo madrileño, de la mano de Manuel Azaña, iba a convertirse en uno de los principales focos de crítica y subversión. En su seno se debatían las causas de su cierre y se invitaba a «las más altas personalidades de la ciencia española, sin excluir la ciencia política, para que ocupen la tribuna del Ateneo, disertando sobre los problemas palpitantes de la vida de España»2. La tribuna del Ateneo se constituía en uno de los puntales de la lucha contra el régimen, por ella pasaría lo mejor de la inteligencia española del momento: Alberti, Bergamín, Bolívar, Zulueta, Flores de Lemus, Marañón, Ortega...; el 28 de marzo de 1931 fue Miguel de Unamuno el que acudió al Ateneo para disertar sobre Bolívar el libertador, aunque habló de España y sus problemas en medio del entusiasmo general y de un sinfín de aclamaciones a su persona y a la República: Bolívar se alzó contra el absolutismo y empezó a hacer patria al hacer República..? Por su parte el Monarca jugaba sus últimas cartas, o bien hacer caso a la consigna dada por De la Cierva de resistir a cualquier precio, o intentar soluciones transaccionales como la propuesta por Alba y compartida, de algún modo, por García Prieto y Romanones, quienes en más de una ocasión habían viajado a Hendaya y París para apremiar a Santiago Alba para que se hiciese con las riendas del poder en una especie de Gobierno de Concentración monárquico-constitucional, a lo que Alba había respondido siempre con una negativa, ya que el Rey no se comprometía a darle garantías sobre la reforma de la Constitución y la autonomía de su Gobierno. El 14 de febrero el gobierno fue ofrecido, en un intento desesperado a Sánchez Guerra: sería un Gobierno nacional en el que habría algún ministro republicano. Su primer acto fue visitar al Comité de Huelga encarcelado en la prisión modelo de Madrid, en dicha entrevista tanteó, sin muchas esperanzas, las posibilidades de una solución de compromiso que pasaría por la formación de un Gabinete de unidad nacional en el que figurarían miembros del Comité encarcelado. El viejo político conservador presumía que la visita sería baldía, no obstante, pensaba que de ese modo cumplía con su deber y conciencia. Tras la negativa de los republicanos presentó su dimisión irrevocable al Monarca, quien entonces recurrió a los reformistas, Melquíades Álvarez y Azcárate, que también renunciaron. Después surgió el efímero Gabinete del almirante Aznar. Entre tanto, se había producido la huelga general de universidades convocada por la FUE, el cierre de siete universidades, la toma del Ateneo por sus socios rompiendo
1
José Pía, Historia de la Segunda República, Barcelona, Destino, 1940, pág. 44. A. Ruiz Salvador, Ateneo, Dictadura y República, Valencia, Fernando Torres, editor, 1977, pág. 102. 3 Ibíd., pág. 105. 2
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los precintos impuestos por Primo de Rivera, el conflicto de Medicina, el manifiesto de la Agrupación al Servicio del la República, el resurgimiento de la CNT en Andalucía y Cataluña, donde, además de la fusión de Estat Cátala y el Partit República Cátala, nacía Esquerra Republicana, o el juicio contra los miembros del Comité de Huelga por el Consejo Supremo de Guerra y Marina. El Consejo de Guerra, presidido por el general Burguete, se celebró entre los días 20 y 23 de marzo de 1931, concluyendo, en medio de una algarabía general, con la exculpación de los acusados, a los que el Tribunal reconocía no haber incurrido en delito alguno al alzarse en armas contra una autoridad que había dejado de ser legítima el 13 de septiembre de 1923, haciendo válido el argumento esgrimido por los defensores: Ossorio y Gallardo, Sánchez Román, Bergamín, Victoria Kent y Jiménez de Asúa. Las manifestaciones y huelgas crecían de día en día, conflictos como el de la Facultad de Medicina de San Carlos acabaron con sangrientos enfrentamientos que demostraban la incapacidad del gobierno para contener las protestas que por todos sitios surgían. En estas condiciones se celebraron las elecciones municipales el domingo 12 de abril, dando el triunfo en las grandes ciudades a las candidaturas republicanas, lo que supuso la inmediata proclamación de la República y la salida de Alfonso XIII de España. El papel de los intelectuales en estos días, mejor dicho, en los últimos años de oposición al régimen había sido decisivo. La República nacía del agotamiento fisiológico de la Monarquía, así como del naufragio del republicanismo histórico, que había entrado en declive imparable desde 1910 en beneficio del Partido Socialista y la UGT en Madrid, y de la Lliga y la CNT en Barcelona. Los hombres de la Generación del 14, los periódicos liberales, la Universidad y los Ateneos serán los encargados de renovar el republicanismo español. Durante la Dictadura la CNT fue ilegalizada y sus miembros perseguidos y encarcelados, mientras que la UGT colaboró a su modo con el régimen. Se puede decir que, al menos hasta 1929, el movimiento obrero estuvo paralizado, aunque tal vez sea una aseveración excesivamente simplista, y que la verdadera oposición partió de los círculos intelectuales, ateneístas, universitarios y literarios, que en 1931 «ven la oportunidad de construir el régimen que habían ideado a lo largo de quince o veinte años de oposición...»4 Se trata de una situación inaudita, por primera vez en la historia española toda una generación de intelectuales se va a encontrar con las riendas del poder en sus manos. Ya no sirven los discursos, las entelequias, ni los proyectos de café, ahora tienen que gobernar. Azaña definiría al intelectual como el escritor, científico o artista que se vale de la fama que ha adquirido en la práctica de su oficio para justificar su actuación política; Unamuno diría que intelectual es cualquier literato o científico que pretenda influir con sus declaraciones y sus escritos en la vida política de su tiempo, y, partiendo de una concepción parecida, Azorín acuñaría el nombre de República de intelectuales para describir las características y los orígenes esenciales
4 P. Aubert, «Los intelectuales en el poder (1931-33)», en J. L. García Delgado (ed.), La Segunda República española. El Primer bienio, Siglo XXI, Madrid, 1987. pág. 174.
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del régimen que acababa de nacer. Sin embargo, el papel preponderante desempeñado por estas minorías tuvo sus inconvenientes. Paul Aubert afirma que esta conjunción de personalidades de tan diferente pensamiento y formación, que en un momento dado fue óptima para la proclamación del nuevo régimen, al poco tiempo se demostró perniciosa. Cómo explicar si no el velado, y a veces abierto, enfrentamiento entre Ortega y Azaña, dos de las personalidades más destacadas del nuevo régimen, o la rapidísima decepción de Unamuno, de algunos de los hombres de la Agrupación al Servicio de la República y de tantos y tantos intelectuales. La recia personalidad de estos hombres, su tremenda solvencia profesional había fijado dentro de cada uno de ellos un ideal de República que al no verse cumplido o apreciar desviaciones y contaminaciones extrañas, les produjo una profunda desilusión: No es esto, no es esto, diría Ortega. Y es que los intelectuales de los años veinte intentarían cubrir un vacío público que sólo puede entenderse por la ausencia de cuadros en los partidos políticos después de un régimen que había apartado del poder a sus propias élites. Pero que en los años treinta, al llegar al poder, no aceptan la nueva situación que postulaba su capacidad de renunciar a la formulación de un discurso crítico paralelo al del poder. En una palabra, no renunciaron a su papel fiscalizador de intelectuales, ni supieron someterse a una disciplina que les hubiese obligado a «abandonar los grandes planteamientos para sumirse a veces en la discusión de lo que Ortega llama disposioncillas. Tampoco puede olvidarse, siguiendo con el planteamiento de Aubert, que la experiencia republicana tuvo lugar en un contexto internacional crítico desde todos los puntos de vista, económico, político y social, pero también ideológico, del que surgirían fuerzas nuevas, planteamientos inauditos que supondrían, en pocos años, la subversión del orden de cosas vigente hasta entonces. En las Cortes Constituyentes había 64 catedráticos y profesores, 47 periodistas y un número elevado de científicos, escritores, abogados, filósofos y profesionales de diversa índole. Baroja, dentro de su habitual escepticismo, decía que los hombres de la República, a muchos de los cuales conocía, le parecían necesariamente abocados a hundirse definitivamente: «Creo, la verdad, que no tenían una idea clara del pueblo donde vivían»5. Muchos de los hombres que hicieron posible el 14 de abril creían vislumbrar una nueva España, que partiendo de su gran historia, la de los siglos xv y xvi, encontrase nuevos caminos para volver a ser una gran potencia siguiendo los derroteros marcados por los países más avanzados del continente, pero conservando, al mismo tiempo, lo bueno de su tradición histórica. Éste es uno de los elementos vertebradores del pensamiento de Manuel Azaña y de quienes le siguieron en su ilusionada aventura. Cuando Azaña pronunció la célebre frase España ha dejado de ser católica en su discurso a las Cortes de 13 de octubre de 1931, no se refería, como él mismo explica en sus memorias, a que una parte sustancial o numerosa del pueblo español hubiese dejado de serlo, sino que la unión Iglesia-Estado, que había dado sus frutos magníficos en un determinado momento, ahora era perniciosa para la nación, que la Iglesia y el Estado monárquico español tal como eran en 1931 no favorecían su desarrollo, que
5 P. Baroja, Desde la última..., pág. 698.
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la Iglesia no tenía ya un pensamiento propio de altura como lo tuvo tiempo atrás. Ese modelo estaba agotado, España tenía que empezar a ser ella misma, sin paternalismos, sin tutelas, con el esfuerzo y sacrificio de todos en un régimen de justicia y libertad. En rigor, este discurso encierra las bases de un nacionalismo español moderno, laico, identificado con la cultura y la historia de España y a la vez compatible con los ideales europeístas. Por otra parte, muchos de los republicanos españoles de los años 30 daban a la República un carácter taumatúrgico, casi mágico. En su pensamiento había una gran dosis utópica que cifraba en el nuevo régimen «el sueño del verdadero y justo orden de la vida»6. Los males del país estaban indisolublemente asociados al régimen monárquico, del mismo modo que los remedios vendrían dados con la instauración de la República, que no supondría sólo un cambio de régimen, sino de hábitos, de cultura y de comportamientos. En 1931, y en palabras de Ortega y Gasset, la República se ve como el nacimiento de algo nuevo que cambiará la vida de todos. La cantidad de esperanzas depositadas en el porvenir eran de tal envergadura que iba a resultar muy difícil no defraudarlas. Carlos Espía es un intelectual autodidacta y comprometido en el sentido más amplio de la palabra, que pone el prestigio conseguido en el desempeño de su oficio al servicio del ideal republicano, que es tanto como decir, dentro de su esquema de pensamiento, al servicio del progreso de su país. Para él la república no es sólo un régimen político distinto y opuesto a la monarquía, es la única posibilidad de regeneración que le queda a España, porque en el contexto histórico del momento, en el caso español, sólo república es sinónimo de democracia, de justicia y de libertad, ingredientes absolutamente necesarios para que el país saliese del estado de postración en que se encontraba; por el contrario, monarquía equivale a antiguo régimen, a privilegios, a tiranía, corrupción y analfabetismo, elementos configuradores de la decadencia nacional. Como la mayoría de los hombres de su generación, Espía inicia su vida política a la luz de las hogueras de la Semana Trágica, y como muchos jóvenes republicanos vivirá el año 1931 como la culminación de un proyecto soñado y deseado durante muchos años de lucha. Todos ellos tienen unos rasgos comunes característicos, aunque el factor individual sea básico a la hora de valorar su actitud: pertenecen a la burguesía, tienen una innata vocación intelectual, son anticlericales, masones, liberales y patriotas, pero de un patriotismo nuevo basado en el reconocimiento de las diferentes identidades de los pueblos de España, en el trabajo personal, la libertad y el progreso social, abominan de la vieja política y admiran a Manuel Azaña como máximo exponente del nuevo régimen. A casi todos ellos falta, como es natural, experiencia política y por ello sufrirán en sus carnes las embestidas de la dura realidad española: enfrente encontrarán, por un lado, los restos del antiguo régimen y sus instituciones fundamentales todavía en pie, siempre dispuestas a batallar en defensa de sus seculares intereses y de su particular concepción del Estado; por el otro, a una parte del pueblo español, animado sobre todo por los anarcosindicalistas y, en algu-
6 A. Duarte, «La esperanza republicana...», pág. 172.
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nos momentos, por sectores de los partidos obreros, que no estaba dispuesto a esperar para mañana lo que creía podía conseguir en el acto. El día 14 de abril parte del Comité Revolucionario estaba reunido en el domicilio madrileño de Miguel Maura, aguardando la resolución de las conversaciones que mantenían con los ministros monárquicos, las que a su vez éstos tenían con el Rey y la determinación del propio Monarca. El ambiente era muy tenso y la actividad frenética en todos los cenáculos políticos, nadie sabía ciertamente cual iba a ser el curso que tomarían los acontecimientos. Merece la pena reproducir, siquiera sucintamente, cómo transcurrieron aquellas decisivas horas según la visión del escritor José Pía: Cansado de esperar Maura coge a Azaña, montan en un taxi y se dirigen a Gobernación a tomar el poder en nombre del Gobierno Provisional de la República, Azaña pálido, Maura decidido. Al llegar un oficial de la Guardia Civil pregunta: —¿Desean algo los señores?—, —Somos el Gobierno Provisional de la República— contesta Maura, rígido, estirado. El oficial dio un grito y la guardia formó. El primer paso estaba dado. Subió los escalones de tres en tres y penetró directamente en el despacho del Sr. Marfil al que dijo con voz enérgica: ¡Sr. Subsecretario!, soy el Ministro de la Gobernación del Gobierno Provisional de la República. Deseo que se ausente usted en el acto... Inmediatamente cogió el teléfono y ordenó a todos los gobernadores civiles que cedieran el puesto a los presidentes de las audiencias...7
Esto sucedía en Madrid alrededor de las seis y media de la tarde con la multitud ocupando las calles entre cánticos y gritos de entusiasmo, antes había sido proclamada la República en Éibar y Barcelona con la misma improvisación y desconcierto. En Valencia, Marco Miranda se había apoderado del Ayuntamiento siguiendo un esquema que sería repetido una y otra vez por todo el territorio español: «Cayeron en poder de los republicanos los ayuntamientos, las diputaciones, los gobiernos civiles; multitudes enfervorecidas y en manifestación civil colocaban en los puestos de mando a sus hombres más representativos»8. Espía había regresado de París en los últimos días del mes de marzo para participar en la campaña electoral alicantina. Tras una semana de estancia en Madrid, donde se percató del clima de agitación en que vivía la capital de España, viajó a su ciudad natal para sumarse a la campaña electoral que ya estaba en curso. El 6 de abril escribía en El Luchador un artículo lleno de optimismo y de fe en el triunfo de la candidatura republicana, recalcando la enorme trascendencia que tendrían los comicios del 12 de abril: «Estas elecciones no serán sin embargo como aquéllas, son las elecciones de la revolución. Acabo de vivir durante una semana el clima revolucionario de Madrid. Toda España es una convención. Esta piel de toro tendida al extremo de Europa es hoy un inmenso Juego de Pelota...»9 Utilizando un símil cargado de intención compara el ambiente madrileño con el que siglo y medio antes se había vivido en París. Ahora, con mucho retraso, le tocaba a España dar los pasos liberadores que
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J. Pía, Madrid, el advenimiento de la II República, Madrid, Alianza Editorial, 1986. Marcelino Domingo, La experiencia del poder..., págs. 68-78. C. Espía Rizo, El Luchador, 6 de abril de 1931.
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en aquella ocasión dio Francia. Y ciertamente, con todas las matizaciones que se quiera, algo parecido debía estar ocurriendo en muchas ciudades españolas, donde, a pesar del relativo optimismo de los ministros regios, la ciudadanía intuía que algo iba a ocurrir que cambiaría de modo sustancial sus vidas. Los cafés rebosaban de gentes ávidas de novedades, las sedes de los partidos eran auténticos hervideros humanos donde se esperaba con emoción la llegada de cualquier persona con noticias frescas, lo mismo sucedía en las redacciones de los periódicos, en los ateneos y en las principales calles de las ciudades. La importancia de las elecciones municipales no venía dada únicamente por determinados aspectos coyunturales, sino que había sido una constante histórica en las luchas por el poder en España. Desde los tiempos del emperador Carlos las estructuras de dominio político habían dependido siempre del control de los municipios, quien detentaba el poder municipal, ejercido directamente sobre subditos o ciudadanos, tenía la autoridad nacional. Esto había sido especialmente significativo durante la Restauración, lo que explicaría la importancia intrínseca que Espía daba a estas elecciones: «La lucha por las libertades municipales ha sido tradicionalmente en España la expresión de la lucha por la libertad con mayúsculas, esto es, de todas las libertades. Ese sentido ha de tener la contienda del domingo para la conquista republicana de los ayuntamientos... De las urnas han de salir los municipios de la Segunda República»10. Así las cosas, la victoria republicana en las municipales sería un primer paso para la definitiva instauración de la República, ya que supondría el desmantelamiento del principal instrumento del régimen: el caciquismo. Espía, aunque consciente de la tremenda importancia de la contienda y de que con ella se iniciaba un proceso que probablemente no tendría vuelta atrás, no llega a intuir en ningún momento la rapidez con que se iban a suceder los acontecimientos a partir del domingo 12 de abril; a pesar de que en muchas de sus intervenciones públicas hiciese hincapié en que estaban ante algo más que unas elecciones municipales, de que en un mitin en Alicante dijese que en El Escorial no quedaba sitio más que para un rey11, veía el fin de la monarquía como algo próximo pero no inminente. El día 9 de abril intervino en un mitin en el cine Carolinas junto a Vicente Fernández, Pomares Monleón y García-Furió. Con un local completamente abarrotado y un ambiente que oscilaba entre la emoción y la euforia, pronunció un discurso cargado de recuerdos, añoranzas y esperanzas: «Traigo el encargo de los emigrados en París, de Indalecio Prieto, de Marcelino Domingo, de Ramón Franco, de Pablo Rada, de Queipo de Llano y de tantos otros amigos de allí, de daros un saludo y un abrazo»12. Fue el primer acto electoral público en que participó en Alicante después de muchos años de ausencia. Habló de su pasado parisino, de lo que había visto en Madrid, del futuro, pero sobre todo de los republicanos y el republicanismo alicantino: «Oí decir a Unamuno, fue en un diálogo inolvidable con George Duhamet, que sólo los pueblos que tienen historia pueden tener porvenir. Añadía D. Miguel que úni-
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C. Espía Rizo, El Luchador, 8 de abril de 1931. Mitin en Carolinas, Diario de Alicante, 10 de abril de 1931. Ibíd.
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camente los hombres cargados de recuerdos están repletos de esperanzas... Al volver a Alicante cuanta satisfacción encuentro, no ha habido deserciones, traiciones, ni escepticismo, todo el grupo sigue en pie...»13 El domingo, día 12, se celebraron las elecciones con el resultado de todos conocido. Según fueron llegando los primeros datos, tras unas horas de incertidumbre, una multitud expectante fue adueñándose de las calles alicantinas a la espera de ver confirmados los rumores que surgían por todas los rincones de la ciudad. Al día siguiente Espía publicaba un artículo en El Luchador dando por proclamada la República e insistiendo en la identificación existente entre el nuevo régimen y el orden, en lo que parecía ser un aviso para sus partidarios más extremos y para sus opositores más recalcitrantes, que proclamaban a los cuatro vientos los desmanes y desastres que acompañarían inevitablemente a la implantación de la República: «Alicante ha puesto fin para siempre al caciquismo monárquico que la deshonraba. El noventa por ciento de los votantes alicantinos se pronunció ayer por la República. Ayer demostró Alicante y toda España que la República es el orden...»14 Había en estos hombres, y muy especialmente en Espía, un enorme interés por que nadie pudiese confundir República y desorden, por desmentir los pronósticos de los agoreros, antes al contrario querían demostrar que el nuevo régimen traería el verdadero orden, aquel que nace de la voluntad popular, la libertad y la justicia, de ahí las constantes apelaciones al buen sentido y al respeto de los adversarios políticos derrotados, pensamiento compartido por la prensa republicana de la ciudad como expresa un titular a toda página publicado el 15 de abril en Diario de Alicante: «La República naciente en España, la nación la acoge con tanto júbilo como orden.» 4.2.
GOBERNADOR CIVIL DE LA REPÚBLICA
4.2.1.
LOS PRIMEROS DÍAS REPUBLICANOS: EN EL GOBIERNO ClVIL DE ALICANTE
La primera noticia sobre la proclamación de la República se supo en Alicante a las 15,35 horas de la tarde del día 14 de abril gracias a las pizarras colocadas en la fachada del local de Diario de Alicante. En ellas se daba puntual cuenta de los últimos acontecimientos ocurridos en Barcelona; en pocos minutos los sucesos se conocieron en toda la ciudad sin dar tiempo siquiera a la aparición de ninguna de las ediciones especiales que preparaban los periódicos. Seguidamente «el entusiasmo se apoderó de las gentes e inmediatamente se organizó una imponente manifestación que se dirigió al Ayuntamiento»15. Varios miles de personas recorrieron el centro de Alicante tras una banda de música dando vivas a la República, cantando la Marsellesa y acompañando a un féretro que representaba la muerte de la Monarquía; se cerraron comercios, talleres y fábricas hasta quedar la ciudad totalmente paralizada, transformada, en cuestión de horas, en una auténtica y alborozada fiesta. Los alicantinos vi13 14 15
El Luchador, 10 de abril de 1931. C. Espía Rizo, El Luchador, 13 de abril de 1931. Diario de Alicante, 15 de abril de 1931.
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vían el nacimiento del nuevo régimen como la realización de un deseo largamente esperado por todos, dando rienda suelta a toda su alegría, a todo su regocijo. Una vez llegado el grueso de la manifestación a la Casa Consistorial, Carlos Espía, Guardiola Ortiz, Ors Pérez y Lorenzo Carbonell, erigidos por aclamación en representantes del nuevo poder, izaron la bandera tricolor en el balcón municipal: el pueblo congregado en la plaza de Alfonso XIII prorrumpió en vítores, aplausos y otras pruebas de entusiasmo. Los momentos fueron de una emoción indescriptible. Los corazones latían emocionados y muchos hombres y mujeres del pueblo lloraban de emoción y entusiasmo. Desde este momento la gente recorre las calles con banderas republicanas, exteriorizando su júbilo de forma espléndida. El pueblo alicantino, como todo el español, dio ayer una prueba de civilidad que constituyó un ejemplo para el mundo entero16.
La afluencia de gente fue tal que temiendo colapsar el centro de la ciudad se organizaron manifestaciones, presididas por los concejales de distrito recién elegidos, dirigidas hacia los barrios periféricos, en los que el entusiasmo llegó a cotas apoteósicas, «nada que se recuerde en la historia de los pueblos»17. Mientras tanto una comisión de republicanos alicantinos presidida por Carlos Espía, que había estado en contacto telefónico con el Gobierno Provisional, seguida por varios centenares de personas, se encaminó al Gobierno Civil. Tras parlamentar con el Gobernador monárquico se posesionaron del edificio izando la enseña republicana en su exterior. Inmediatamente salieron al balcón desde donde Espía se dirigió a los presentes recomendando orden y encareciendo «al pueblo, que, como el gobernador saliente señor De la Cerda, enemigo del nuevo régimen, quedaba como huésped de Alicante, merecía más respeto que nunca...»18 Al día siguiente la misma comisión acudió al Gobierno Militar para terminar de zanjar el asunto de los presos políticos, quedando en libertad los que todavía permanecían encarcelados en Aspe. Siguiendo las instrucciones de Miguel Maura, el día 15 se había hecho cargo del Gobierno Civil Pascual Domenech, presidente de la Audiencia Provincial, sustituyendo en el cargo a Emilio de la Cerda. En la madrugada del 15 al 16, hacia la 1,30 de la mañana, el Ministro de la Gobernación llamó a Espía para tratar de convencerle de que aceptase el puesto, utilizando para ello todos los argumentos imaginables, pero logrando al final su objetivo. Desde un principio la intención de Espía fue regresar a París en cuanto se hubiesen celebrado las elecciones, pero antepuso su sentido de la disciplina al interés personal aceptando ocupar un cargo, en el que no se sentía cómodo, a condición de que se cubriese el puesto de modo definitivo cuanto antes, cosa a la que se comprometió formalmente el Ministro de la Gobernación sin obtener resultado positivo hasta el 27 de abril, ya que los intentos que hizo en ese sentido resultaron infructuosos, dándose el caso de que dos candidatos que habían aceptado el cargo y cuyo nombramiento apareció en la Gaceta dimitieron sin haber tomado posesión: Vicente Sales y José García Berlanga, lo que da una idea de las dificultades 16 17 18
Diario de Alicante, 15 de abril de 1931. Ibíd. Ahora, 16 de abril de 1931.
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que encontraron las autoridades republicanas para cubrir los puestos de máxima responsabilidad en estos primeros momentos. Según escribe Miguel Maura la designación de los primeros gobernadores corrió de su cuenta tras expulgar las listas de candidatos que le proporcionaban los diferentes partidos republicanos a través de sus ministros. La tarea fue muy ingrata pues entre los nombres facilitados había muchos impresentables que sólo alegaban como mérito su acendrado republicanismo o su amistad con alguna personalidad destacada; de entre todos ellos tuvo que seleccionar a cuarenta y ocho que reuniesen unas condiciones mínimas de capacidad, decisión, firmeza y prestigio para hacerse cargo de un puesto que era fundamental para el control de los resortes del poder en todo el territorio nacional. En el caso de Alicante no tuvo demasiados problemas pues Espía era el republicano más popular y sus relaciones con los miembros del Gobierno Provisional eran inmejorables, además ya se había encargado el pueblo alicantino de auparle como su máximo representante. El paso de Espía por el Gobierno Civil alicantino fue fugaz pero intenso al mismo tiempo. Los gobiernos civiles habían sido una pieza clave en la estructura de poder del antiguo régimen y ahora deberían serlo, al menos temporalmente, para la construcción del nuevo. Desde el primer día intenta consolidar la autoridad republicana en la ciudad, mantener el orden e iniciar la renovación de todas las instituciones, siguiendo siempre las instrucciones recibidas de Madrid. El 16 de abril por la mañana acude al Ayuntamiento alicantino para dar posesión de su cargo al alcalde electo Lorenzo Carbonell Santacruz, pronunciando un emotivo discurso seguido con entusiasmo por la multitud que llenaba el Salón de Plenos: En este Ayuntamiento hay una aplastante mayoría republicana que corresponde al abrumador número de republicanos con que ha contado siempre Alicante; pero hay también una minoría monárquica digna de todo respeto. Los hombres de esa minoría serán respetados por los republicanos alicantinos. Nosotros queremos que haya una crítica y una fiscalización de nuestra obra. No tememos la luz ni la discusión. Nosotros invitamos a cuantos no comparten nuestros ideales a que defiendan los suyos y a que los hagan triunfar, si llega el momento, por los procedimientos de orden y respeto a todo como hemos hechos nosotros. Ha habido en el proceso político que nos ha llevado a esta victoria, un gran orden, una gran tranquilidad, una gran serenidad. Yo pido a Alicante que esta serenidad, que esta tranquilidad y este orden continúen para bien de todos...19
En su discurso, Espía ha dedicado más tiempo a hablar del comportamiento y de la actitud a seguir con los monárquicos, a contar con ellos, a abrirles puertas que a la victoria republicana, tal como había decidido unánimemente el Gobierno Provisional, renunciando de ese modo a cualquier actitud revanchista o de aseguramiento de fidelidades: «nos pareció injusto, antiliberal, antidemocrático e impropio, —escribe Miguel Maura— dado el tono pacífico y ordenado que había presidido el advenimiento del régimen»20, aunque tal vez con esta decisión el Gobierno republicano confirmaba
19 20
Actas municipales, 16 de abril de 1931, AMA. M. Maura Gamazo, Así cayó..., pág. 205.
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el aserto de Saint Just según el cual «los que hacen una revolución a medias se limitan a abrir su propia tumba»21. En aquellos primeros momentos, la misión de los auténticos republicanos, según Espía, consistía en apaciguar los ánimos, encauzar las energías y las ansias liberadas hacia un esfuerzo constructivo, impedir cualquier desbordamiento, cualquier imprudencia que pudiese hipotecar el futuro del régimen y cercenar su credibilidad. La República venía para dar la mayoría de edad al pueblo español, para posibilitar la plena realización de sus potencialidades, para construir un nuevo edificio nacional basado en la libertad y la justicia, para ello era preciso que los justos y antiguos anhelos del pueblo no fuesen manipulados por extremistas y demagogos. El pensamiento y las palabras de Espía estaban en perfecta armonía con la circular que el día 15 había enviado Maura a los gobernadores: «Confiamos en que por ese Gobierno Civil se cooperará al mantenimiento de esta admirable normalidad, facilitando sin recelo ni hostilidad la expansión justificada del sentimiento nacional republicano y cuidando al propio tiempo de apoyar y proteger con eficacia y prudencia, sin alarde ni exhibición inoportuna, todos los derechos de todas las personas sin diferencia de la significación de estas...»22 Sin embargo, la tolerancia no puede ser nunca cosa de uno solo y pronto surgirían los problemas en el seno del propio concejo, como ocurrió con las reiteradas manifestaciones de profesión católica hechas en los plenos por un concejal monárquico a pesar de la advertencia que en ese sentido le hizo Alvaro Botella al estimar «que la religión es privativa de las conciencias» y recordar que «ni el Gobernador Civil, Sr. Espía, ni el alcalde, Sr. Lorenzo Carbonell, ni el Presidente de la Comisión Gestora Provincial, Sr. Albricias, quienes es público y notorio que no profesan la doctrina católica, han blasonado de sus creencias»23. Además de Carbonell, buena parte de los concejales republicanos elegidos el 12 de abril habían sido discípulos del doctor Rico, nutrían las filas del nuevo republicanismo alicantino y eran amigos personales de Carlos Espía: Alonso Mallol, E Albricias, Cremades, Gómez Serrano, Martínez Torregrosa, Alvaro Botella, César Oarrichena, Nicolás Lloret y Pérez Torreblanca. Los primeros días de su efímero mandato transcurrieron en el empeño por resolver los múltiples problemas que surgían por todos los rincones de la provincia, agolpándose a las puertas del Gobierno Civil como si se tratase de una tromba de agua nacida del reventón de alguna presa. Todo eran agravios, denuncias, protestas, conflictos sin resolver, y todo el mundo quería que la solución del suyo fuese inmediata. Once días es muy poco tiempo para valorar una gestión, y menos todavía si se consideran las circunstancias en que transcurrieron. Se puede afirmar que, pese a la frenética labor desempeñada, entre la necesaria adaptación al puesto, las conversaciones con el Gobierno Provisional, la puesta en práctica de las circulares del Ministro de la Gobernación, las recepciones y las negociaciones con las fuerzas vivas de la provincia, los días pasaron de forma rapidísima. Sin embargo, ocurrieron cosas, y durante
21 22 23
M. Domingo, La experiencia..., pág. 99. Boletín Oficial de la Provincia, 16 de abril de 1931, AMA. Actas municipales, 29 de abril de 1931, AMA.
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este corto espacio de tiempo hubieron de tomarse las decisiones necesarias para que el nuevo régimen diera sus primeros pasos. El 21 de abril recibió al Director General de Agricultura para tratar de las reivindicaciones de los agricultores de la Vega Baja. Ese mismo día, tras hablar con los representantes de los trabajadores del puerto, Espía puso en marcha la fila única y creaba un organismo, que presidiría Lorenzo Carbonell, para poner fin a las arbitrariedades y las pésimas condiciones de vida de aquellos obreros, a lo que contribuiría también la constitución de la Caja de Pensiones que en este momento se empezó a proyectar24. Sin embargo, el problema más grave que tuvo que afrontar fue la renovación de aquellos ayuntamientos en los que no se habían realizado elecciones, constituyéndose bajo el célebre artículo 29, o había sospechas de que éstas se habían efectuado bajo algún tipo de coacción. Como el Gobierno Provisional optó por «respetar las bases del Estado monárquico, su estructura tradicional y acometer, paulatinamente, las necesarias reformas para obtener una democratización de los resortes de la administración»25, esta renovación hubo de hacerse utilizando las estructuras, las leyes, incluso los modos, del antiguo régimen. Los conflictos más graves surgieron en la Vega Baja, la Marina Alta y Santa Pola, aunque las quejas no venían siempre del mismo lado. En Orihuela fueron los conservadores quienes pusieron el grito en el cielo cuando Espía, condicionado por los informes del concejal Escudero Bernicola que decían que en la ciudad se estaba conspirando contra la República y que el caciquismo seguía campando como en tiempos de la Monarquía, arrancó a los concejales monárquicos su dimisión y nombró una Comisión Gestora municipal, a la que a su vez éstos acusaban de sectarismo y de comportarse en el Gobierno Municipal como si de una convención se tratara26. Nombramientos de Comisiones Gestoras se hicieron también en Confrides, Teulada, Calpe, Gorga, Orba o Villajoyosa27, a petición de afiliados a partidos republicanos que hablaban de coacciones, falseamiento de las elecciones, desacato a las autoridades de la nación, corrupción, supervivencia de las estructuras caciquiles y chantaje. La mayoría de las irregularidades denunciadas por vecinos o partidos procedían de zonas eminentemente agrícolas en las que el caciquismo seguía teniendo intacta su infraestructura, raramente se producen protestas en las grandes ciudades de la provincia. El nombramiento de Comisiones Gestoras era siempre algo problemático porque suponía un acto de fuerza que enfrentaba, cosa que se quería evitar, al nuevo régimen con las reminiscencias del antiguo, pero también porque levantaba resquemores y sospechas entre las filas gubernamentales, caso paradigmático es el de Santa Pola y algunas poblaciones de la Vega Baja como Almoradí, Dolores y Salinas, donde los republicanos denuncian la infiltración de monárquicos afiliados a partidos republicanos en las mencionadas Gestoras, acusando a Espía de pasividad y de no enterarse de la realidad: «El Ayuntamiento santapolero es hoy republicano pero lo constituyen los mismos concejales monárquicos, absolutamente los mismos concejales caciquistas de to-
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El Luchador, febrero de 1933, APCE, Recortes de prensa, Alicante. M. Maura Gamazo, Así cayó..., pág. 204. M. A. De Vera, «Política en Orihuela», en El Día, 13 de noviembre de 1931. AGA, Sección Gobernación, Cajas 207 y 266.
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dos los partidos que hasta el mismo día 14 eran enemigos declarados de nuestras aspiraciones. Hay que acabar rápidamente con ese arribismo arrollador que todo lo invade infectándolo y trayendo a la reciente República todas las lacras y podredumbres de la Monarquía»28. Las Diputaciones provinciales siguieron algunos días bajo el control de políticos monárquicos, fueron las últimas instituciones en ser renovadas. El 24 de abril el Ministro de la Gobernación hizo público un decreto en el que se daban las directrices a seguir por los gobernadores para la renovación de los entes provinciales29: las diputaciones serían regidas por una Comisión Gestora compuesta por tantos diputados como distritos provinciales existiesen, estos serían designados libremente por el gobernador entre los concejales de dichos distritos. El día 27 de abril Espía procedió a designar a los componentes de la Gestora de la Diputación alicantina, nombrando presidente a F. Albricias, de Acción Republicana, secretario a José María Mingot y diputados a Alfredo Esciche, P. J. Devesa, J. Ortola Abad, F. Escolano Gómez, J. Cremades Sirvent y Juan Samper. En el acto Pérez Mirete, último presidente monárquico del organismo, y Espía se fundieron en un caluroso abrazo. Buena parte de la labor del Gobierno Provisional y de los gobernadores civiles se encaminó durante estos primeros días, como venimos insistiendo, a intentar impedir que se produjesen abusos y arbitrariedades por parte de las nuevas autoridades municipales, pues era bastante frecuente que aprovechando los cambios acaecidos algunos mandatarios utilizasen su cargo para saldar antiguas cuentas pendientes, o que entendiesen que cualquier persona que hubiese trabajado en un Ayuntamiento durante la Monarquía era merecedor de una sanción administrativa. Para impedir ésto, el Ministro de la Gobernación dictó una circular que hizo pública Carlos Espía el día 24 de abril, en ella se decía: Llegan a conocimiento de este ministerio que algunos ayuntamientos suponiendo anuladas las disposiciones que regulan la corrección y la separación de los funcionarios y demás empleados municipales, han acordado aquellas medidas sin atenerse a ninguna formalidad legal o reglamentaria; prevengo a VE para que lo haga saber a los ayuntamientos y comisiones gestoras interinas y para que lo publique en el BOP, que continúan vigentes cuantas disposiciones amparan derechos adquiridos por los funcionarios y demás empleados municipales, de suerte que no deben ser corregidos ni separados sin previa audiencia de los mismos y formación de expediente30.
Se quería dar una impresión de normalidad, que la República era un régimen de legalidad que no iba a suponer ninguna amenaza para nadie que no estuviese inmerso en algún tipo de delito, y que incluso en este supuesto se respetarían las leyes vigentes en el momento. Otra de las cuestiones empezadas por Carlos Espía desde el Gobierno Civil fue la revisión de las cuentas de todos los ayuntamientos con la finalidad de hacer un estu28
Diario de Alicante, 28 de abril de 1931. Boletín Oficial de la Provincia, 24 de abril de 1931, AMA. 30 Circular del Ministerio de la Gobernación al gobernador civil Carlos Espía, Boletín Oficial de la Provincia, 24 de abril de 1931, AMA. 29
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dio serio que posibilitase el conocimiento real del estado de las arcas municipales, ya que se temía que la mayor parte de ellos se encontrasen en una situación próxima a la bancarrota. Con esta finalidad el BOP publicaba una orden por la que se ordenaba a todos los alcaldes a presentar el estado de cuentas de su Ayuntamiento ante el Gobierno Civil antes del día 15 de mayo31. El 27 de abril, pocas horas después de haber dado posesión de su cargo a los miembros de la Comisión Gestora Provincial, Espía dimitía de su cargo, sustituyéndole Mariano Guillen Gozar. 4.2.2.
UN PERÍODO DE DUDAS
El 28 de abril Espía partió para Madrid, llamado por el Gobierno Provisional. Tanteado sobre su disposición para aceptar un cargo de alta responsabilidad, incluso se le llegó a ofrecer el puesto que él eligiera, manifestó su deseo de seguir siendo periodista y regresar a sus corresponsalías en París, desde donde pensaba podía ser más útil a la República. Tan sólo se avino a hacerse cargo de la jefatura de prensa de la Embajada de España en Francia, lugar que creía idóneo para realizar una fructífera labor de propaganda republicana. Hay que reseñar que la mayoría de los componentes de la tertulia del Napolitani, por hablar del grupo más selecto del exilio parisino, muchos de ellos con menos méritos e historial político que Espía, ocupaban cargos de significación desde los primeros días de la República: Marcelino Domingo y Prieto eran ministros; Maciá, presidente de la Generalidad; E. Ortega y Gasset, gobernador de Madrid; Queipo de Llano, capitán general de Madrid; Ramón Franco, director general de Aeronáutica; López Ochoa, capitán general de Barcelona; Marco Miranda, gobernador de Córdoba y Rafael Sánchez Guerra, subsecretario de Presidencia. Pero la obstinación de Espía cedería nuevamente. La insistencia de Indalecio Prieto y Marcelino Domingo acerca de lo útil que sería para la República sus conocimientos sobre política internacional y la circunstancia de que Lerroux fuese Ministro de Estado, terminarían por convencerle para que aceptase durante unas semanas el cargo de Jefe de la Oficina de Prensa del Ministerio. Se designó a Espía para este puesto porque existía una enorme desconfianza entre todos los ministros del Gobierno Provisional respecto a Lerroux32, pensaban que el alicantino era persona muy bien relacionada con los medios diplomáticos, políticos y periodísticos internacionales —había sido Vicepresidente de la Asociación Internacional de Periodistas—, tenía experiencia y conocimientos suficientes en la materia y una dosis elevada de mano izquierda para influir en el líder radical y lograr que sus intervenciones en Ginebra se saldasen, al menos, con un balance discreto para la Delegación española. Durante toda su trayectoria política y periodística parece confirmarse una especial aversión de Espía hacia los cargos de primera fila, sometidos a protocolo y obligaciones demasiado burocráticas, prefería el trabajo en la sombra, la acción, el movimiento 31
Boletín Oficial de la Provincia, 24 de abril de 1931, AMA. J. Álvarez Junco, El emperador del Paralelo. Lerroux o la demagogia populista, Madrid, Alianza, 1990, págs. 428 y 429. 32
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libre al encasillamiento protocolario de los cargos, y sobre todo, a lo largo del período republicano se notaría en él un deseo manifiesto de servir a sus ideales desde su verdadera vocación de periodista, de hombre de acción que desde la mesa de un ministerio, creía que cada uno debía servir al nuevo régimen desde el oficio que mejor supiera desempeñar, en su caso el periodismo. La aceptación de cargos que paulatinamente fue desempeñando fue más el resultado de su compromiso político, de su lealtad y sentido de la responsabilidad que de una ambición personal. Espía opinaba, parafraseando a Ángel Duarte, que la República no podía subsistir si sus ciudadanos no cultivaban aquella cualidad a la que Cicerón dio el nombre de virtus. La virtud cívica se plasma en la determinación para defender la comunidad contra la amenaza de conquista; pero también en la vocación de servicio público, en la adecuación de las propias acciones al interés común. Además, habría que añadir el influjo que desde hacía tiempo ejercía sobre él Manuel Azaña, por quien llegaría a sentir auténtica pasión, no obstante los enfrentamientos que en algún momento hubo entre los dos. Al igual que Azaña veía la política «como un sometimiento de la persona, del yo, a unas necesidades fatales, a unas leyes y una servidumbre ineludibles»33. Así lo cuenta Espía en un artículo de diciembre de 1931 publicado por El Luchador: «Antes de ser elegido diputado yo me disponía después a marchar a París a reanudar mis trabajos periodísticos, pero el gobierno de la República me nombró Gobernador de Barcelona. Sin aspirar a ello fui a Barcelona porque hacer lo contrario habría sido abandonar la República para satisfacer mis propios intereses»34. Consideraba que había llegado el momento propicio para organizar la sociedad española de un modo racional y moderno, pasando de la crítica y el derrotismo de los hombres del 98 y de algunos de su generación, como el Ortega de 1932, al compromiso serio y audaz con la modernización del país, aunque las dificultades y decepciones pudiesen parecer insoportables en algunos momentos. Ante esas circunstancias ningún interés personal, ninguna ambición justificaba una renuncia, había llegado el momento de cumplir inexorablemente con el deber, de poner en práctica todo el arsenal de proyectos e ideales almacenados durante muchos años. Como Azaña, veía que España era una sociedad en crisis con fuerzas que pugnaban entre sí, por lo que igual podía ocurrir una revolución conservadora o una de izquierdas, la misión principal de los hombres de la República sería evitar cualquiera de las dos, sería una labor de integración nacional. Siendo Director de la Oficina de Prensa del Ministerio de Estado tuvieron lugar los sucesos de mayo, que acabaron con el incendio de iglesias y otras propiedades eclesiásticas en casi todo el territorio nacional, hecho que tendría fatales consecuencias para la República pues «significaron, por un lado, pérdida de credibilidad, dentro y fuera del país, entre diversos sectores y por distintas razones, y, por otro, una ruptura de la unánime moderación que había presidido hasta aquel momento la aproximación a la cuestión religiosa»35. El Gobierno Provisional había hecho un esfuerzo 33
J. L. Cano, Españoles de dos siglos, Madrid, Editorial Hora H, 1974, pág. 240. C. Espía Rizo, El Luchador, diciembre de 1931. 35 J. de la Cueva Merino, «El anticlericalismo en la Segunda República y la Guerra Civil», en M. Suárez Cortina y cois., El anticlericalismo español contemporáneo, Madrid, Biblioteca Nueva, 1998, pág. 221. 34
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de consenso que se plasmaba, entre otras cosas, en la elevación de un católico a la Presidencia de la República. A partir del 11 de mayo las contradicciones saldrían a la luz y ese consenso se iría diluyendo paulatinamente. Fuese quien fuese el protagonista de los hechos de mayo, el daño causado a la República había sido grande, hasta un periódico como El Diluvio, de un anticlericalismo furibundo, dijo «que la gran masa republicana debía convertirse, ante la quema de conventos, en centinela del orden»36; por su parte el alcalde de Alicante Lorenzo Carbonell pedía colaboración al pueblo, encargado de mantener la República, para que colaborase a restablecer el orden en la ciudad, exigiendo él las responsabilidades pertinentes37. José Pía, tan contradictorio en sus escritos históricos como en su actitud vital, no duda en implicar a sus amigos en los hechos al asegurar que en Alicante fueron los amigos de Carlos Espía quienes perpetraron los incendios, pero también aseguraba que Espía era por entonces Gobernador Civil de Barcelona y que dimitió a finales de mayo al no poder controlar el caos que dominaba la ciudad38, cuando lo cierto es que rio accedió a ese cargo hasta el día 13 de junio. Una vez cumplida la misión que le había sido encargada en el Ministerio de Estado dimitió y volvió a pensar de nuevo en regresar a París, idea que abandonó temporalmente al ser propuesto candidato a las legislativas por el Círculo Republicano de Benalúa a instancias de Lorenzo Carbonell y Pascual Ors. Por entonces todavía no estaba afiliado a ningún partido político concreto, pertenecía a Alianza Republicana como independiente, aunque sus simpatías estaban cada vez más próximas al grupo de M. Azaña, en el que ingresaría poco antes de la celebración de los comicios a pesar de que muchos de sus amigos pertenecían al Partido Republicano Radical Socialista. Su amistad con Eduardo Ortega y Gasset, Marcelino Domingo o Botella Asensi no fue obstáculo para que decidiese afiliarse a Acción Republicana, partido que veía más en consonancia con su talante y sus ideales. Sobre Lerroux ya había expresado su opinión en numerosas ocasiones, lo que no impidió que durante los primeros meses de armonía republicana colaborase con él, o a su lado, en el Ministerio de Estado y en la Delegación española ante la SDN; de entre los radical-socialistas se identificaba plenamente con Marcelino Domingo, pero desconfiaba de la demagogia de algunos de sus dirigentes. Otra opción podría haber sido el Partido Socialista, tenía una gran amistad con Prieto y coincidía con él en muchos planteamientos, pero el proyecto de Espía era estrictamente republicano, no creía en la lucha de clases y sí, por el contrario, en el progreso social que se derivaría de un régimen democrático de corte europeo. Del mismo modo que en regímenes monárquicos democráticos como el inglés existían partidos conservadores y partidos de izquierda, Espía pensaba que las fuerzas políticas españolas llegarían a articularse dentro del nuevo régimen de suerte que representasen a todas las opciones políticas y a todos los sectores de la pobla-
36 F. Madrid, Ocho meses y un día en el Gobierno Civil de Barcelona, Barcelona, Ediciones La Flecha, 1932, pág. 147. 37 Diario de Alicante, 12 de junio de 1931. 38 J. Pía, Historia de la Segunda República española, Barcelona, 1940, pág. 158.
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ción. Dentro de ese esquema los antiguos monárquicos, el partido de Maura y los radicales ocuparían el segmento más a la derecha, Acción Republicana sería el centro, y los radical-socialistas y los socialistas se situarían a la izquierda. La identificación de Espía con Acción Republicana provenía de esta formulación: Acción Republicana era un partido nuevo, con ideas y hombres nuevos, con una manera nueva de hacer política, cuyo proyecto básico era la europeización de España; era también un partido reformista que aspiraba a transformar progresivamente la sociedad, los hábitos y las instituciones, y un partido de progreso que venía a ocupar un lugar intermedio en la sociedad española para impedir el triunfo de la reacción o de la revolución social. Sin embargo, este esquema caería por su peso, porque estaba formulado sobre premisas falsas, ya que un porcentaje alto de la población, y sobre todo los poderes fácticos, nunca llegarían a sentirse identificados con la República y rechazarían frontalmente los planteamientos azañistas. El candidato que debía acompañar a Espía en la en la cabeza de lista por Alicante debía ser el catedrático, periodista y pedagogo Martí Jara, persona que había influido mucho en la vocación política de Manuel Azaña, fundador de Acción Republicana, masón coyuntural e íntimo amigo de Unamuno y José Giral, pero murió semanas antes de las elecciones y hubo de recomponerse la candidatura, que quedaría finalmente integrada por C. Espía, R. Llopis, Botella Asensi, González Ramos, J. Martínez Ruiz, A. Pérez Torreblanca y R. Rodríguez de Vera. El semanario La Raza Ibera había propuesto otra lista alternativa formada por personalidades de prestigio que al final no salió adelante, estaba integrada por G. Bernacer, Figueras Pacheco, C. Espía, R. Altamira, Azorín, R. LLopis, Guardiola Ortiz, Pérez García-Fuiró, O. Espía, Botella Asensi y A. Pascual Devesa. 4.2.3.
SUCESOR DE COMPANYS EN BARCELONA
A los pocos días de iniciada la campaña electoral, el 12 de junio de 1931, Espía fue llamado por Maura para ofrecerle uno de los cargos más comprometidos y difíciles del régimen: el del Gobierno Civil de Barcelona. No se puede afirmar con certeza que la propuesta saliese exclusivamente de Maura o si tuvieron que ver con ella M. Domingo o I. Prieto. La primera noticia sobre su nombramiento se la proporcionó su íntimo amigo Francisco Madrid, al que un ministro había preguntado su parecer sobre tal eventualidad. Durante todo el día buscó a Espía por Madrid sin encontrarlo hasta la noche en un café de la calle Alcalá junto a José Pía, «ese magnífico burlón que se ha liado la manta a la cabeza y que puesto a defender cosas absurdas y raras, un día defenderá a Royo Vilanova»39. Al darle la noticia Espía se puso a reír de forma estruendosa como no dando crédito a las palabras de Madrid: «¡Vamos hombre!, sería la broma más estupenda que podría darme la República. ¡Magnífico, magnífico!, es usted el gobernador ideal para Barcelona, —comentó enseguida Pía—; —Te doy
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F. Madrid, Ocho meses y un..., pág. 167.
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mi palabra de que mañana te llamaran para que aceptes el cargo—, dijo F. Madrid»40. Al ver que la cosa iba en serio Espía cambió el gesto y en tono grave le respondió que de ninguna manera aceptaría: «yo me debo al Ministerio de Estado. Creo que es un lugar donde puedo servir a mi país y no voy a comprometerme en una aventura de la que ignoro cómo saldré»41. Francisco Madrid continuó insistiéndole apelando a su sentido del deber y alegando que la provincia estaba sin autoridad. Al día siguiente todo ocurría tal como había dicho el periodista catalán y Espía aceptaba irse a Barcelona. El 14 de junio salía su nombramiento publicado en la Gaceta con el refrendo de las firmas de Maura y Alcalá-Zamora. Aceptó el cargo, según sus propias palabras, por responsabilidad y consecuencia con sus ideales. El nombramiento, que truncó casi por completo su participación en la campaña electoral, fue muy bien acogido por la prensa republicana. Ahora le dedicaba el siguiente artículo de fondo: «Se ha hablado de que el régimen republicano adolecía de falta de hombres, y ello no es cierto. Casi todos los españoles capaces y competentes están al lado de la República... De este tipo es la elección hecha anoche por el gobierno en la persona de Carlos Espía, el cargo de Gobernador de Barcelona es uno de los más difíciles y comprometidos de la República. No vale enumerar los obstáculos con que tropezará en su gestión porque la información diaria los va recogiendo uno a uno. Es uno de esos cargos cuya aceptación supone de veras un sacrificio. Conocedor a fondo de los problemas sociales de Barcelona... esperamos que el nuevo Gobernador de Barcelona realice una labor todo lo flexible que quiera en la forma, pero en el fondo resuelta y enérgica...»42 El diario monárquico ABC también estuvo conforme con la designación: «El Sr. Espía es joven, inteligente y resuelto, y tiene, por las señales, cabal concepto de cómo debe desempeñarse el cargo...»43 Desde Cataluña la acogida a Espía fue también buena, José Pía, próximo en este momento de su vida a los postulados nacionalistas, le dedicó un encomiástico artículo en La Veu: Espía es un caso representativo de la clase política que ha de consolidar la República. En primer lugar es hombre absolutamente civil, de una innata libertad de espíritu sin límites. Es también un hombre que siente la emoción del régimen imperante. Tiene, además, una tendencia a jugar limpio, a la seriedad, al orden, a dar a las palabras su sentido real y a las cosas la importancia que realmente tienen. Detrás de sus ojos, un poco cansados, hay un espíritu capaz de comprender al mismo tiempo la más exquisita ironía, la observación más aguda, el hecho de más fina sensibilidad. Tiene una enorme capacidad de trabajo, tiene también un valor máximo: es un hombre de fe, muy poco inclinado a dejarse abatir por las dificultades y el escepticismo. La vida dura que ha llevado le ha dado una resistencia magnífica44.
La designación de Espía, fuese sugerida por unos o por otros, venía dada, entre otras cosas, por la necesidad expresada por Maura en multitud de ocasiones de man40 41 42 43 44
Ibíd. Ibíd. Ahora, 13 de junio de 1931. «El Gobernador Civil de Barcelona y la Generalidad», en ABC, 16 de junio de 1931. J. Pía, La Veu de Catalunya, junio de 1931.
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tener una línea de gobierno enérgica y decidida en todo el país. Sin embargo, el factor determinante fue, sin duda, la estrecha amistad que le unía a los líderes nacionalistas catalanes: Amadeo Hurtado, con quien había trabado una vieja amistad a través del periodismo y sobre el que escribiría un libro reconociendo lo mucho que había influido en su formación45, Companys, Lluhí, Gassols, Maciá. Con todos ellos su trato era inmejorable. Tal vez no hubiese en los partidos republicanos de ámbito estatal ninguna persona que tuviese unas relaciones tan cordiales y fluidas con los políticos catalanes, y eso era importantísimo ya que estaba por medio la elaboración del anteproyecto de Estatuto de Cataluña, uno de los compromisos que hicieron posible el Pacto de San Sebastián. Es más, parece que Espía aceptó el cargo hasta la aprobación plebiscitaria del mismo y que la misión principal que le encomendó el Gobierno Provisional iba en esa dirección: armonizar los intereses del Estado y de Cataluña de manera que el Estatuto no sólo sirviese para satisfacer las demandas de autogobierno de los catalanes, sino que, al mismo tiempo, fuese el primer paso para imbricar a aquella región dentro del nuevo modelo de Estado republicano. El mismo Espía reconocía, al dimitir de ese puesto, la importancia que habían tenido en su nombramiento esos factores y su claro autonomismo: «El gobierno conocía perfectamente mi amistad con el Sr. Maciá, amistad que fue muy afectuosa en la época de estancia del Presidente de la Generalitat como exiliado en París, y no desconocía tampoco mi criterio respecto al problema de Cataluña, que es del todo favorable a una solución armónica mediante la aprobación del Estatuto»46. Espía era un fervoroso autonomista, creía que la autonomía era el único camino posible para conseguir la integración de todas las regiones de España en un proyecto común, el centralismo lo asociaba a los Borbones, al despotismo, era algo ajeno a la tradición española: «Yo no soy centralista ni mi concepto de España es el de un Estado absorbente y dominador que ahogue la personalidad de los pueblos que la forman. Ese concepto es exclusivo de las fuerzas regresivas y reaccionarias de España, que por paradoja se presentan como depositarías de las tradiciones cuando el centralismo español es sólo una tradición bien reciente para un pueblo tan viejo»47. El modelo a seguir era el autonomismo valenciano que reuniendo las características de los dos grandes nacionalismos históricos, catalán y vasco, nunca había caído en la tentación del separatismo: Hemos creído disparatado que nuestra libertad pudiese establecer fronteras en La Encina. Liberales y demócratas, los valencianos creemos en la solidaridad democrática de España y que mal podemos conservar nuestra libertad —la de nuestro pueblo y la de sus hombres— si a nuestras puertas dominan en las otras tierras las fuerzas represivas, reaccionarias, militaristas, opresivas... La lucha, en nuestra opinión, no está entablada entre una España dominante y centralista y unos pueblos atropellados y oprimidos sino entre aquellas fuerzas de opresión —residuos de una España que queremos ver reformada y liberada y a cuya potencia opresiva aportan su
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C. Espía Rizo, D. Amadeu Hurtado, un liberal europeu, México, 1952. F. Madrid, Ocho meses y un..., pág. 180. Carta sin fecha de Espía a Pedro Gringoire, APCE, Correspondencia, Alicante.
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contribución hombres de todas las procedencias nacionales— y unas fuerzas de progreso y liberación, de las cuales nosotros creemos que forman parte tanto los movimientos de tipo nacionalista como los movimientos de avance político y social de las demás regiones48.
Al frente del Gobierno Civil estaba desde el 14 de abril Luis Companys, aunque oficialmente no fuese nombrado hasta el 23 de abril. Al igual que Espía en Alicante, había ocupado el cargo de forma interina y por ser el republicano de más arrojo y prestigio de la ciudad. Companys, hastiado por el conflicto del puerto y cansado de un puesto que no iba con su carácter, quería abandonarlo para dedicarse a la reorganización de ERG, cosa que hizo de forma irrevocable en los primeros días de junio, manteniéndose en el Gobierno Civil hasta la llegada de su sucesor. En rueda de prensa convocada tras su dimisión comunicó el nombre del futuro gobernador: «El nuevo gobernador es Carlos Espía. Su nombramiento será bien recibido por la opinión, pues se trata de persona que ha demostrado su espíritu de sacrificio por los ideales y una gran capacidad. Es profundamente demócrata y hombre de una gran energía, que es la cualidad más importante en estos momentos. El Gobierno ha tenido un gran acierto en esta designación»49. El primer acto oficial de Espía como Gobernador, estando todavía en Madrid, fue enviar un telegrama a F. Maciá comunicándole la noticia y poniéndose a su disposición50. Al día siguiente, 13 de junio, partió para Barcelona acompañado por Marcelino Domingo, José Berenguer, Santiago Valiente y Francisco Madrid. El viaje transcurrió en animada charla sobre la recepción que los catalanes darían a Espía y los problemas que encontraría en la Ciudad Condal; en San Vicente, ya en tierra catalana, se incorporaron Arturo Menéndez, jefe de policía de Barcelona, Braulio Solsona, íntimo amigo de Espía y colaborador de Companys en el Gobierno Civil, y el propio L. Companys, con quien conversó Espía detenidamente hasta el fin del trayecto, de tal manera que a su llegada a Barcelona ya se había hecho una ligera composición de los conflictos más graves que tendría que afrontar desde su cargo. En el acto de toma de posesión dijo que había recibido con sorpresa el nombramiento y que había tenido que pensar mucho para aceptarlo, pero que una vez aceptado venía dispuesto a cumplir con sus obligaciones con todas las consecuencias: Comprendo que el cargo de Gobernador Civil es importante y difícil en estos momentos, pero al igual que otros se han sacrificado por la República, me sacrificaré yo también por ella y he de procurar que mi mando sea una continuación de la labor llevada a cabo por mi amigo Companys... Para todo lo que afecta a mis funciones como gobernador procuraré poner en todas las cuestiones para resolverlas un espíritu hondamente humano y de gran cordialidad, pero si el momento llegase en que no fuesen posibles soluciones armónicas, obraría con la mayor energía. Soy un hombre dispuesto a defender las libertades que tenemos y el régimen que el pueblo se ha dado. Vengo dispuesto a ello con toda decisión y lo cumpliré con energía...51 48
Ibíd. F. Madrid, Ocho meses y un..., pág. 169. 50 Telegrama de Carlos Espía a F. Maciá, 12 de junio de 1998, ANC, Fondo F. Maciá, Correspondencia, Barcelona. 51 Ahora, 13 de julio de 1931. 49
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A los pocos minutos de terminar el acto de toma de posesión, los concurrentes, con el Presidente de la Generalitat a la cabeza, se dirigieron a la calle para acompañar el féretro de Santiago Rusiñol, en lo que sería el primer acto público de Espía en Barcelona. El 8 de junio participó en Valencia en el mitin protagonizado por Azaña y Lerroux, que elogió efusivamente a Espía por su labor en el Ministerio de Estado: «Vuestro coterráneo, el ilustre republicano Carlos Espía, fue para mi una luz en el camino lleno de tinieblas.» Por su parte Azaña habló sobre la necesidad imperiosa de separar Estado e Iglesia, pero insistiendo en que eso no se conseguiría quemando conventos. Espía salió entusiasmado del acto y escribió una sentida crónica que al día siguiente publicaron varios diarios: «Llenando el inmenso circo de la fiesta trágica, la llama del sol levantino, rojo; en el corazón del pueblo la llamarada roja del ideal que encendió Blasco Ibáñez. Espectáculo inolvidable»52. Su única aportación desde Barcelona a la campaña electoral fueron las colaboraciones periodísticas en la prensa alicantina, El Luchador y Diario de Alicante preferentemente, este último propiedad ya de Alianza Republicana. En uno de esos artículos para El Luchador explicaba diáfanamente el programa republicano y advertía de los peligros que podían acechar la estabilidad del régimen: Nosotros pedimos una legislación republicana ideal, una transformación de la vida política española, pero nos oponemos a la denuncia de redentores puramente verbales tanto como a la soberbia de quienes aspiran a sostener un privilegio... Aspiramos a dar a nuestra vida pública un carácter puramente laico; implantar en el campo la reforma agraria que todos los estados modernos han realizado ya; humanizar por un profundo sentido de justicia las luchas sociales; abrir escuelas; estabilizar la peseta: hacer posible y compatible la paz y la justicia, la libertad y el orden...53
Lo expuesto por Espía coincidía netamente con las líneas maestras del programa republicano. Es evidente, de nuevo, el aviso que quiere dar a aquellos que intentaban perjudicar a la República desde posiciones maximalistas incompatibles con un régimen democrático: los reaccionarios monárquicos capaces de cualquier cosa con tal de conservar sus privilegios, y los extremistas de la otra orilla para los que cualquier reforma era insuficiente y que a base de demagogia, violencia y desórdenes pretendían llevar a la República por una senda impracticable. Todos ellos habían dado ya muestras más que suficientes de que les importaba bien poco la gobernabilidad del país y el futuro del régimen, unos y otros estaban convencidos de que contribuir a su fracaso era la estrategia perfecta para lograr sus objetivos y a ello dedicaban todas sus energías. Cuanto peor, mejor. El 28 de junio se celebraron las elecciones y la candidatura republicana obtuvo un rotundo triunfo, Carlos Espía fue el diputado más votado. La política llevada a cabo por Espía desde el Gobierno Civil de Barcelona tendría sustanciales diferencias con la de su antecesor Luis Companys, aunque dentro de una
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M. Martínez López, Alicante por la República, 1931, Alicante, 1996, pág. 27. C. Espía Rizo, El Luchador, 27 de junio de 1931.
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línea común de responsabilidad y fidelidad al régimen. Según cuenta Francisco Madrid, persona que conoció directamente la actuación de los dos gobernadores desde su puesto de secretario de ambos, Luis Companys fue el gobernador adecuado, propicio, insustituible para «encauzar el orden en un momento revolucionario», cosa que jamás le sería reconocida por las clases conservadoras54; pero fue un gobernador inmerso en una revolución y por ello carente «de organización, de sistema y de método». Companys tenía la emoción revolucionaria, la pasión, no tenía «aquella paciencia burocrática y aquella serenidad jurídica que debe tener un gobernador civil». Por el contrario Carlos Espía, hombre de sistema y disciplina, iba a reorganizar el gobierno civil, a darle una estabilización precisa pasada la hiperestesia revolucionaria... La política de Espía fue la política del bloc de notas..., del hombre paciente que escucha a todo el mundo, que apunta discretamente las ideas y los consejos de todos y que, finalmente, después de medir el pro y el contra en cada caso, decide sobre las cuestiones que se le plantean con toda altivez de miras y de justicia... Es un político del tiempo nuevo: honesto y tenaz; manos limpias e ideas claras. Por donde pasa deja la huella de un hombre justo55.
Durante 1931 la conflictividad social fue muy elevada, superior a la registrada en la Dictadura, pero no mayor a la de 193056. La CNT, en su congreso de Madrid, decidió seguir en guerra abierta con el Estado: «Estamos frente a las Cortes Constituyentes como estamos frente a todo poder que nos oprima. Seguimos en guerra abierta contra el Estado. Nuestra misión, sagrada y elevada misión, es educar al Pueblo para que comprenda la necesidad de sumarse a nosotros con plena conciencia y establecer nuestra total emancipación por medio de la revolución social»57. Aunque Ángel Pestaña fue confirmado en la Secretaría General y triunfó el sector moderado, el sindicato iniciaba un endurecimiento que propiciaría el triunfo de las tesis faístas y la marginación de los posibilistas. En estas circunstancias Espía tuvo que enfrentarse a uno de los períodos más conflictivos de la ciudad. Por un lado tenía que hacer de mediador entre las aspiraciones del Gobierno Central y las aspiraciones de los nacionalistas, intentando que el Estatuto saliese adelante con la mayor celeridad y de manera que no levantase demasiadas ampollas. No se pueden olvidar las posiciones antiautonomistas del centralismo tradicional español y de algunas personalidades vinculadas a la República como Unamuno y Ortega, quien llegó a decir que «el problema catalán, como todos los parejos a él, es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar»58. A pesar de todo la elaboración del Estatuto transcurrió en un ambiente de gran armonía entre el Gobierno Central y la Generalitat, hecho al que contribuyó fehacientemente Espía con su mediación. Por otro lado, el mes de julio de 1931 en Barcelona si por algo merece ser mencionado no fue por esta cuestión, sino por el alto grado de conflictividad social. Se 54 55 56 57 58
F. Madrid, E, Ocho meses y un..., pág. 168. Ibíd., págs. 169-170. J. Aviles Parré, La izquierda burguesa en la Segunda República, Madrid, 1985, pág. 89. J. Gómez Casas, Historia del anarcosindicalismo español, Madrid, 1978, pág. 204. Citado por J. Pía, Historia de la Segunda República..., vol. 2, pág. 88.
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pueden enumerar muchos, pero no todos los hechos que acaecieron: huelga de telefónica, huelga general convocada por la CNT, minas La Cardona, lonja, puerto, huelga general de Manresa, gas, electricidad, tipógrafos, taxis, cierre de automóviles Pescara, además de una oleada de bombas y atentados como el de telefónica, protagonizado por diez individuos pistola en mano, que, tras pedir a la gente que abandonase la calle, colocaron un potente artefacto que destrozó un importante registro telefónico y causó numerosos heridos, ante lo cual el Gobernador clausuró el sindicato telefónico y declaró a la prensa que no estaba dispuesto a tolerar violencias de ese tipo y que si intentaban llevar a Barcelona la misma situación de alarma que vivía Sevilla tomaría medidas de mucha más envergadura. La actitud de Espía podía ser enérgica y contundente en ocasiones como ésta, pero antes agotaba todas las posibilidades de diálogo para resolver los conflictos; su arbitraje fue útil para resolver huelgas como la de minas La Cardona, el gas o la electricidad, que amenazaban con colapsar la ciudad. En el caso de La Cardona su intervención fue determinante para resolver un conflicto que llevaba camino de enquistarse peligrosamente: «Toda la vida podrá citarse como un modelo de buen gobierno la manera, a la vez suave y decidida, con que resolvió en pocos días la angustiosa situación creada en las minas de Cardona, donde por obra de unos perturbadores, no catalanes, los cuales explotaban el malestar justificado del obrero, se había aumentado, y aumentando cada día, un peligroso foco de anarquía y desorden. Hoy todo se ha resuelto —al menos el peligro anarquista— sin derramamientos de sangre ni violencias. Nada más que haciendo respetar la autoridad, la cual por su parte, empezaba por respetar la ley y por respetarse ella misma»59. Lo mismo ocurrió con el conflicto del puerto, que ya había creado muchos quebraderos de cabeza a L. Companys: en los primeros días de su mandato logró poner las bases para una solución satisfactoria para todas las partes, pero el 7 de julio el conflicto se recrudeció debido, según Espía, a que «la sección de obreros del Sindicato Único del ramo de transportes de a bordo, había solicitado de los capataces que para la contratación del personal se estableciese un turno riguroso, empezándose hoy por el número 202 ya que el sábado se acabó la contratación en el número 201»60. La patronal aceptó esta petición a condición de que los sindicalistas se comprometieran a no formular nuevas demandas durante un período de seis meses. Se negaron en redondo y la huelga se radicalizó paralizando por completo las tareas portuarias. Ante el cariz que tomaban los acontecimientos por la coincidencia de huelgas de gran incidencia social, Espía se entrevistó con el gobernador militar López Ochoa para darle instrucciones y preparar la estrategia a seguir en caso de que las cosas fueran a más, Ochoa se mostró totalmente de acuerdo con Espía y dispuesto a colaborar en todo lo que se le ordenase. Sin embargo las relaciones entre los que habían sido compañeros de exilio iban a enturbiarse definitivamente. López Ochoa había tenido ya algún problema con Azaña a propósito de las reformas militares y su concepto un poco arcaico de las relaciones entre el poder civil y el militar y otro tanto le iba a ocurrir
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R. Llates, Mirador, agosto de 1931, APCE, Recortes de prensa, Alicante. F. Madrid, Ocho meses y un..., pág. 174.
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ahora a Espía. El Gobernador Militar, aspirante a Capitán General pese a que ese cargo no existía, creía que podía actuar por su cuenta y riesgo sin someter sus decisiones a ninguna instancia superior. Unilateralmente decidió pedir al gobierno que dejase en Barcelona la escuadrilla de aviones que había ido a la ciudad para la fiesta de la bandera y que enviase una escuadrilla de torpederos, so pretexto de echar mano de su personal técnico en caso de recrudecimiento de las huelgas del gas y la electricidad, además llamó a los técnicos que se habían retirado acogiéndose a los decretos de Azaña para que se pusiesen a sus órdenes. Ni al Ministro de Guerra ni a Carlos Espía hicieron la menor gracia estas determinaciones. Espía se desplazó a Madrid para despachar con el Gobierno y enterarle de la actitud del General y el 15 de julio Ochoa era destituido. Pese a lo que se pudiera esperar, el cese de López Ochoa fue bien acogido por la prensa republicana. Crisol decía que no le extrañaba que algunos militares no acomodasen su conducta a las nuevas normas, y pedía al Gobierno que castigase cualquier indisciplina aunque fuese por servir mejor a la República, debiendo ser especialmente contundente con el general Franco «que en su discurso de despedida a los cadetes de la clausurada Academia General, vertió conceptos sospechosos, tales como decir que el corazón pugna por levantarse en una última rebeldía. Tan intolerable es esto como que cualquier autoridad militar pretenda erigirse en autoridad autónoma para servir al régimen...»61 El mayor quebradero de cabeza de Espía era, inevitablemente, el movimiento anarquista, que coincidiendo con su mandato había pisado el acelerador revolucionario y propiciaba una estrategia de intransigencia. Pronto se percató de que ese era el problema principal de la ciudad, al que tendría que dedicar más tiempo. Raymond Carr afirma que en su empeño por solucionar el problema llegó a proponer el encarcelamiento de los anarcosindicalistas más extremistas para de ese modo hacer crecer la fuerza de los moderados, cosa que por supuesto no llevó a cabo