NUEVAS CIUDADES, NUEVAS PATRIAS. FUNDACIÓN Y RELOCALIZACIÓN DE CIUDADES EN MESOAMÉRICA Y EL MEDITERRÁNEO ANTIGUO
ENTIDADES PATROCINADORAS
Sociedad Española de Estudios Mayas
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PUBLICACIONES DE LA S.E.E.M. NUM. 8
NUEVAS CIUDADES, NUEVAS PATRIAS. FUNDACIÓN Y RELOCALIZACIÓN DE CIUDADES EN MESOAMÉRICA Y EL MEDITERRÁNEO ANTIGUO
Editores: M.a Josefa Iglesias Ponce de León Rogelio Valencia Rivera Andrés Ciudad Ruiz
Sociedad Española de Estudios Mayas
Sociedad Española de Estudios Mayas Dep. Historia de América II (Antropología de América) Facultad de Geografía e Historia Universidad Complutense Madrid 28040 Teléfono: (34) 91394-5785. Fax: (34) 91394-5808 Correo-e:
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© SOCIEDAD ESPAÑOLA DE ESTUDIOS MAYAS ISBN: 84-923545-4-2 Depósito legal: M. 41.854-2006 Compuesto e impreso en Fernández Ciudad, S. L. Coto de Doñana, 10. 28320 Pinto (Madrid)
ÍNDICE
Prefacio ....................................................................................................................
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1. La fundación de las ciudades en el mundo antiguo: revisión de conceptos. Michael E. Smith...................................................................................................
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2. El urbanismo maya desde una perspectiva comparativa. George L. Cowgill ......
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3. En medio de la nada, en el centro del Universo: perspectivas sobre el desarrollo de las ciudades mayas. Arlen F. Chase y Diane Z. Chase .....................
39
4. Del arraigo mediante el culto a los ancestros a la reivindicación de un origen extranjero. Dominique Michelet y Charlotte Arnauld .....................................
65
5. Una segunda oportunidad: fundación y re-fundación en la ciudad maya de la época clásica de La Milpa, Belice. Norman Hammond y Gair Tourtellot.......
93
6. Ritos de fundación en una ciudad pluri-étnica: cuevas y lugares sagrados lejanos en la reivindicación del pasado en Copán. William L. Fash y Barbara W. Fash .............................................................................................................
105
7. La política de fundación de una nueva capital dinástica en Aguateca, Guatemala. Takeshi Inomata, Daniela Triadan, Erick Ponciano, Markus Eberl, Jeffrey Buechler ....................................................................................................
131
8. La fundación de Machaquilá, Petén, en el Clásico Tardío maya. Andrés Ciudad Ruiz y Alfonso Lacadena García-Gallo .....................................................
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9. Procesos de fundación o reubicación de ciudades mayas: evaluando la evidencia en las Tierras Bajas del Norte. Rafael Cobos.......................................
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ÍNDICE
10. Ek’ Balam, un antiguo reino localizado en el oriente de Yucatán. Leticia Vargas de la Peña y Víctor Castillo Borges............................................................
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11. La fundación de Monte Albán y los orígenes del urbanismo temprano en los Altos de Oaxaca. Marcus Winter......................................................................
209
12. Realidades nuevas, ciudades nuevas: consideraciones defensivas en la urbanización en Centro de México durante el periodo Epiclásico. Richard A. Diehl .........................................................................................................
241
13. La fundación de las capitales de las ciudades-estado aztecas: la recreación ideológica de Tollan. Michael E. Smith ...........................................................
257
14. Las fundaciones urbanas y rurales en el área maya, siglos XVI-XVII: éxitos y fracasos de la política colonial. Juan García Targa .........................................
291
15. Fundación de ciudades en Grecia: colonización arcaica y Helenismo. Adolfo J. Domínguez Monedero...................................................................................
311
16. La «ciudad nueva»: la fundación de ciudades en el mundo fenicio-púnico. José Ángel Zamora López ........................................................................................
331
17. Fundación de colonias y expansión territorial de Roma: una aproximación histórica. Urbano Espinosa Ruiz ......................................................................
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Direcciones electrónicas de los colaboradores del volumen ...................................
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PREFACIO
Los estudios de la antigüedad han dejado huella de la existencia de sociedades urbanas que se desarrollaron con gran rapidez, en algunos casos sin precedentes establecidos de manera previa e, incluso, sin disponer de modelos urbanos sobre los cuales planificar los centros de nueva creación. Algunas de estas nuevas ciudades se construyeron en ambientes culturales circunscritos, y muestran una estrecha coherencia cultural con las poblaciones que habían ocupado tales ambientes con anterioridad; otras, simplemente parecen haber surgido de la nada, sin que se les puedan asignar unos antecedentes claros. Unas y otras, en cualquier caso, constituyen un trascendente desafío metodológico y teórico para la interpretación antropológica, y su estudio tiene interés por las decisiones políticas, económicas, ideológicas y sociales de aquellos agentes, individuales y colectivos, que intervinieron en tales actos de fundación o relocalización urbana. Este fenómeno no es idiosincrásico en el área de nuestro interés, las Tierras Bajas mayas, donde disponemos de diferentes ejemplos de esta práctica; es el caso de la ciudad de Machaquilá, o de otros centros que se emplazan en sus aledaños como Cancuén, Aguateca o Dos Pilas por sólo citar algunos yacimientos del área maya. Tampoco lo es del área cultural a la que esta región pertenece, Mesoamérica, en la que a lo largo de toda su historia ciudades como Monte Albán en el siglo V a.C. o Tenochtitlan en el siglo XIII de nuestra Era fueron construidas sin unos precedentes de asentamiento, mientras que otras simplemente fueron trasladadas de lugar, como el caso peculiar de Tula. Este fenómeno, por otra parte, ha demostrado no tener límites ni en el tiempo ni en el espacio, de manera que está también presente en otras áreas culturales del continente americano, por ejemplo en la zona andina, y tiene una alta representación en diferentes partes del Viejo Mundo, algunas de las cuales han sido revisadas en el Simposio que, bajo el título: «Fundación, refundación y relocalización de las ciudades en las Civilizaciones Maya y Egipcia: una perspectiva desde la antigüedad», se ha celebrado en la ciudad navarra de Pamplona. 7
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PREFACIO
No obstante la amplia distribución de eventos de fundación y relocalización de ciudades en el pasado, lo cierto es que los investigadores del área maya no lo han estudiado con suficiente detenimiento y desde una perspectiva antropológica amplia. Este hecho, unido a las condiciones históricas particulares en que se produjeron estos actos de fundación y relocalización, hace que el acontecimiento no sea demasiado conocido. En el área de nuestro interés, Mesoamérica, el ejemplo más relevante en este sentido ha sido Monte Albán: hacia el 500 a.C. los zapotecos del valle de Oaxaca decidieron abandonar algunos de sus asentamientos más dinámicos, como San José Mogote y los poblados que dependían de este centro, y fundar una ciudad, Monte Albán, que aglutinó económica, social, política e ideológicamente a los ocupantes de la región, y seguramente les sometió a un nuevo orden político y económico. Marcus y Flannery (1996: 140; pero véase Blanton et al. 1999) estiman que, como consecuencia de este acto fundacional, se produjo una «revolución urbana» en la región, pero en otras zonas su impacto no se estima tan determinante. Ha sido, precisamente, la ausencia de perspectiva antropológica en el área maya referente a estos procesos de fundación y relocalización de ciudades lo que nos ha animado a analizar este fenómeno desde una perspectiva sincrónica y desde un enfoque interdisciplinario. Y que lo hagamos desde una atalaya multi-regional, que permita observar e identificar las causas por las que se produjo, las consecuencias que acarreó, y la metodología que hemos empleado los expertos en su detección y explicación. Por ello, junto a los casos mayas y mesoamericanos, se han expuesto otros procedentes del arco Mediterráneo (ciudades de Fenicia, Grecia y Roma), y de manera especial de Egipto. En el presente volumen se incluyen estas percepciones, a excepción de aquéllos trabajos que hacen referencia al antiguo Egipto. Las argumentaciones que se han expuesto en la mencionada reunión dejan clara la dificultad de determinar las causas por las cuales se produjeron este tipo de procesos. Sin duda, en ellos estuvieron implicados acontecimientos naturales -relocalización de asentamientos tras inundaciones, vulcanismo, terremotos-, y culturales —de tipo económico, político o ideológico—. Algunos pudieron ser de índole interna, otros fueron consecuencia de procesos de expansión imperial y colonización de territorios. Algunos investigadores han hecho hincapié en la importancia que tienen las decisiones personales e individualizadas de un gobernante, o de un grupo elitista de presión, otros prefieren considerar más trascendente la acumulación de procesos de índole muy diversa, como una aventura social. Unos y otros, en cualquier caso, estiman que siempre se ha tratado de una empresa costosa, que requiere un fuerte dispendio energético, de la conjunción de los intereses sociales de la nueva sociedad urbana a crear, y que trajeron cambios profundos en las sociedades que los capitalizaron. Estas transformaciones, de tipo demográfico, técnico, económico, político y demás, afectaron fuertemente a las poblaciones y a las estructuras e instituciones de cada civilización.
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PREFACIO
Los resultados de la reunión científica han sido múltiples y variados, pero habrán de ser analizados, avalados o discutidos por la comunidad científica interesada en el estudio de la evolución de las sociedades del pasado. La opinión de nuestros colegas será nuestra respuesta a los generosos esfuerzos realizados por los patrocinadores del evento: en especial la Fundación Dinastía Vivanco, ha financiado de manera desinteresada y altruista el proyecto de la Sociedad Española de Estudios Mayas; junto a esta institución, la UNESCO, el Planetario de Pamplona, la Caja Laboral Euskadiko Kutxa, la Asociación Andaluza de Egiptología, la Asociación Navarra de Bibliotecarios y Eusko Ikaskuntza, han colaborado en esta siempre compleja tarea que es la organización de una reunión internacional. A todos ellos nuestros agradecimiento y reconocimiento por la importante labor social que desarrollan en beneficio de los avances científicos y del bienestar de la sociedad. LOS EDITORES BIBLIOGRAFIA BLANTON, Richard E., Gary M. FEINMAN, Stephen A. KOWALEWSKI y Linda M. NICHOLAS. 1999. Ancient Oaxaca: The ancient Monte Alban state. Cambridge University Press. Cambridge. MARCUS, Joyce y Kent V. FLANNERY. 1996. Zapotec Civilization: How Urban Society Evolved in Mexico’s Oaxaca Valley. Thames and Hudson. Nueva York.
1 LA FUNDACIÓN DE LAS CIUDADES EN EL MUNDO ANTIGUO: REVISIÓN DE CONCEPTOS Michael E. SMITH Universidad Estatal de Arizona El principio, como todo el mundo sabe, es de capital importancia para todo, y particularmente en la fundación y construcción de una ciudad Plutarco, De Fortuna Romanorum 8.321 a-b (Plutarco 1936)
Plutarco hace este comentario al narrar el mito de la fundación de Roma por Rómulo. Esta bien conocida historia fue un tema importante para la ideología y la mitología romanas. Posteriores ciudades romanas fueron fundadas oficialmente a través de actos ceremoniales y de adivinación (Rykwert 1976), y debió parecer apropiado proclamar que la capital imperial comenzaba a existir solamente a través de un acto ceremonial formal de fundación. Aún así, los datos arqueológicos y las fuentes escritas no soportan la validez histórica de los mitos para la fundación de Roma. En palabras de T.J. Cornell: «Todo el mundo acepta que la historia de la fundación de Roma, de Aeneas a Rómulo, es legendaria y no puede ser considerada como una narración histórica» (Cornell 1995: 70). Sin embargo, este mito proporciona una importante perspectiva acerca de la visión romana sobre el origen y significación de su ciudad y estado. ¿Hubo realmente un acto formal de fundación para la ciudad de Roma o simplemente la ciudad creció en tamaño y poder? ¿Puede el registro arqueológico reconciliarse con el testimonio histórico de la Roma temprana? Estas y otras cuestiones acerca de la fundación de las ciudades, que ocupan un largo capítulo en el libro de Cornell (1995: 38-80), pueden también hacerse en relación a las ciudades mayas. ¿Hasta qué punto las ciudades mayas fueron creadas mediante actos formales de fundación y hasta qué punto crecieron naturalmente? ¿Es posible conciliar las descripciones jeroglíficas de fundación dinástica y la evidencia arqueológica en relación con el crecimiento y la transformación urbana? ¿Estuvo la fundación de la ciudad acompañada de un crecimiento significativo de la población? ¿En qué aspectos fueron las fundaciones de ciudades mayas similares o distintas de la fundación de las ciudades en otras partes del mundo antiguo? Con el fin de proporcionar algunas perspectivas acerca de estas y otras cuestiones concernientes a la fundación de las ciudades mayas, se presentan datos comparativos de otras partes del mundo y se describe una serie de conceptos que permitirán organizar información sobre este particular. 11
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FUNDACIÓN DE LAS CIUDADES EN EL VIEJO MUNDO A pesar de las numerosas discusiones acerca de la fundación de ciudades individuales en el Viejo Mundo, son escasos los conjuntos significativos de investigación comparativa que contemplen este complejo problema. En esta sección se revisará la investigación acerca de la fundación de las ciudades en dos tradiciones urbanas: la Grecia Clásica, y la Inglaterra Anglosajona; ambos casos proporcionarán claves que permitirán comprender el proceso de la fundación de las ciudades mayas. Fundación de ciudades en el Mundo Clásico En la Grecia antigua, este hecho estuvo tan íntimamente asociado con la fundación de entidades políticas que resulta imposible separar ambos procesos. Tanto es así que, para la mayoría de los autores, las discusiones acerca del origen de ciudades individuales se incluyen en las discusiones de las poleis. Esta situación se ajusta muy bien a varios estados de la Mesoamérica antigua, los cuales pueden ser denominados ciudades-estado (Grube 2000; Oudijk 2002b; Smith 2000). Las referencias explicitas a la fundación de ciudades son más bien raras en las fuentes históricas nativas de Mesoamerica, aunque la fundación de dinastías y estados son temas comunes. En muchos casos resulta razonable tratar dichos relatos fundacionales como una descripción de la fundación de las ciudades (ver Smith, en este volumen). Mogens Hansen (2000: 149-150) describe dos formas en las que se originaron los estados: crecimiento natural y crecimiento deliberado, sugiriendo que el crecimiento natural es el patrón más común en Hellas, sin embargo, los ejemplos de fundación deliberada reciben mucha más atención, tanto en las fuentes antiguas como en los estudios modernos. Denomino a estas alternativas como fundaciones de ciudades formales e informales. Hansen (2000) y Demand (1990: 8) dividen a su vez los casos de fundación deliberada en dos tipos: colonización y sinoikismo. La colonización en el mundo griego se refiere a los movimientos desde largas distancias de grupos que fundaron poleis lejos de su tierra natal1. Aunque este proceso fue poco usual dentro de Hellas misma, fue muy común en el mundo Mediterráneo y hay un amplio volumen de estudios acerca de este asunto (por ejemplo, Dougherty 1993; Malkin 1994; Papadopoulos 2002). Domínguez, en este volumen, presenta una útil revisión de estos estudios. La fundación de ciudades y estados mediante colonización fue de gran 1 Stein (2005: 10-11) define colonia como «un asentamiento implantado establecido por una sociedad en un territorio inhabitado o en el territorio de otra sociedad. El asentamiento implantado se establece como residencia permanente por toda o parte de la población proveniente de la tierra de origen o metrópolis, y se puede distinguir tanto espacial como socialmente del resto de comunidades nativas entre las que se funda».
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interés ideológico para los griegos, y los mitos de fundación jugaron un papel importante en la literatura griega y en la identidad social (Dougherty 1993). Aunque hay casos de fundación de ciudades mediante colonización deliberada en el área maya (Martin y Grube 2000), no está claro que tan común era esa práctica. Asimismo, varias ciudades aztecas fueron fundadas mediante colonización, incluyendo Tenochtitlan, Tenayuca y, quizás, Texcoco (ver Smith, en este volumen), aunque los procesos de crecimiento natural fueron los más comunes. El sinoikismo se refiere al proceso mediante el cual varios asentamientos separados se unen y fundan una nueva ciudad o entidad política. Spiro Kostof (1991: 59) define el sinoikismo como «la unión administrativa de varios poblados para formar un pueblo», y Harold Carter (1983: 19) lo define como «el proceso mediante el cual una ubicación central organizadora crece a partir de las necesidades de una población rural dispersa». Hansen y Kostof reconocen dos variaciones en los orígenes de las ciudades creadas a partir de sinoikismo. En la primera, se selecciona una nueva localización, resultando la creación de una nueva ciudad donde no existía una previamente; en el otro caso, uno de los asentamientos existentes se selecciona para fundar la nueva ciudad. Discusiones comparativas de sinoikismo (Demand 1990; Marcus y Flannery 1996: 139-154) ponen de manifiesto que es un proceso dirigido con fines políticos, jugando un papel secundario los motivos económicos y ambientales. Marcus y Flannery (1996: 139154) argumentan el uso del concepto de sinoikismo para Monte Albán, y sugieren que éste es un proceso común de formación de ciudades en la antigüedad. Sin embargo, su interpretación de Monte Albán ha sido contestada (ver Winter, en este volumen), y ciertamente es difícil encontrar casos bien documentados en el Nuevo Mundo, probablemente debido a la dificultad de documentar este fenómeno con datos arqueológicos. En una revisión acerca de la fundación de ciudades en las culturas griega y romana, Owens (1991: 8) enumera tres razones importantes para establecer una nueva ciudad: colonización, relocalización de ciudades ya existentes y conmemoración de victorias militares mediante la construcción de una nueva ciudad de la victoria. Owens indica que en la mayoría de los casos, la fundación de la ciudad fue un acto político deliberado llevado a cabo por los líderes y sus seguidores. La religión constituyó una parte importante del proceso, incluida la consulta de oráculos y la celebración de una gran variedad de ritos y ceremonias. Rykwert (1976) describe estas ceremonias y su simbolismo para las ciudades romanas (ver también a Espinosa en este volumen). Un componente de las ceremonias romanas de fundación era la creación de depósitos urbanos de dedicación, y tales ofrendas han sido identificadas arqueológicamente en la Dorchester romana (Woodward y Woodward 2004). En las ciudades mayas los restos de depósitos de dedicación son comunes en edificios públicos (Boteler-Mock 1998; Freidel y Schele 1989), pero las ofrendas de dedicación de ciudades no han sido identificadas. Chase y Chase (1995), y en este volumen, sugieren que los Grupos E hacen las
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veces de los depósitos de dedicación romanos al marcar y consagrar la fundación de las ciudades. Origen de las ciudades en la Inglaterra anglosajona Después del declinar de las urbes romanas en Inglaterra, el periodo Anglosajón fue testigo de un gradual renacimiento de las ciudades y de la cultura urbana. Tras un periodo de ruralización algunos pueblos romanos sufrieron un renovado crecimiento, mientras que otros fueron fundados en otras localizaciones. La mayoría de ellos continuaron existiendo hasta el periodo medieval. Los orígenes y el crecimiento de estos asentamientos han sido objeto de una amplia literatura (p. e., Astill 1994; Biddle 1975, 1976; Carver 1994; Dark 2004; Ottaway 1992). Varios autores argumentan que, después de la retirada romana de Inglaterra, las funciones urbanas en algunas áreas se dispersaron entre distintos asentamientos. Por ejemplo, un área podría haber tenido un mercado en un asentamiento, una fortaleza en otro, y un asiento eclesiástico en una tercera localización. En la época Anglosajona Tardía —un periodo de expansión urbana— las funciones urbanas se concentraron en ciudades multi-funcionales (Aston y Bond 2000: 58-59; Hill 1988). Thurston (2001: 213-275) presenta un análisis similar para ciudades post-romanas en Escandinavia. Aunque existen muy pocas referencias explícitas a la «fundación» de ciudades en este periodo, dicha literatura es en gran medida relevante para las ciudades mayas. El principal debate acerca del crecimiento de las ciudades en el periodo medieval temprano se encuentra entre los que ven al comercio como la fuerza directriz en la creación y crecimiento de las urbes (e.g., Hodges 2000) y aquellos que piensan que lo son la religión y las fuerzas administrativas, tal y como se expresa en la arquitectura pública urbana (por ejemplo, Carver 1994). Astill (1994) analiza este debate en comparación con los datos arqueológicos y llega a la siguiente conclusión: «Este análisis señala la importancia suprema que se asocia al rey, la iglesia, y la aristocracia en el desarrollo de las ciudades en la Inglaterra medieval. Es el único estimulo urbano que resulta común a las aproximaciones teóricas y no teóricas: las que favorecen la interpretación del urbanismo ven a las ciudades como declaraciones políticas que reflejan el carácter cambiante de la realeza y el estado; los teóricos de la economía argumentan, en contra, que las elites usan las ciudades como la localización principal para la recolección y el consumo de la riqueza que ha sido extraída de la población rural en el curso de una relación de dominio (Astill 1994: 65).
Carver (1994, 2001) y Astill (1994) atribuyen una gran importancia al establecimiento de iglesias, y más tarde catedrales, como marcadores de poder polí-
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tico en las ciudades anglosajonas y medievales tempranas. La capital política era una categoría mayor de asentamiento urbano (emporia, o centros de comercio, fue otra). James Campbell (1979: 119) señala que el historiador del siglo VII Bede utilizó el término «metrópolis» para designar las capitales de reinos, pero no emporia. En ausencia de un discurso oficial acerca de la fundación de ciudades, los nuevos edificios en la Inglaterra anglosajona pueden ser interpretados como marcadores arquitectónicos de la fundación de un tipo particular de asentamiento urbano, la ciudad cristiana. Los constructores y usuarios de estos ostentosos edificios estaban realizando una gran variedad de reclamos tanto religiosos como ideológicos acerca de la sociedad, la religión, el individuo y el estado. Los procesos de cristianización y urbanización ocurrieron sobre una gran área de Inglaterra, y las similaridades de estos nuevos edificios construidos en ciudades muy diferentes también enviaban mensajes acerca de una integración y comunicación cultural regional, por lo menos a nivel de las elites (Butler y Morris 1986). Esta situación tiene cierto parecido con el desarrollo del urbanismo maya, también un fenómeno regional basado en una serie de núcleos —quizás hasta un canon— con edificios monumentales clave que se encuentran en todas, o casi todas, las ciudades (Andrews 1975). Las urbes mayas fueron asentamientos políticos donde el rey y la religión estatal eran las instituciones clave. En la terminología de Chase y Chase (en este volumen), las iglesias, monasterios, y palacios construidos en las ciudades medievales tempranas señalaban la «fundación ideológica» de los asentamientos, un proceso análogo a la construcción de los Grupos E y otros edificios públicos en el área maya. CONCEPTOS Y MODELOS En esta sección se combinan observaciones procedentes de la literatura antes mencionada con resultados de los casos estudiados en este volumen para poder aislar conceptos clave en el análisis de la fundación de ciudades mayas. Me centraré en cuatro conceptos clave: tipo de ciudad, formalidad, demografía y soberanía. Tipo de ciudad La mayor parte de los investigadores están de acuerdo en que la gran mayoría de las ciudades mesoamericanas fueron capitales políticas (Hardoy 1973; Marcus 1983; Smith 2001), y esta situación influenció la naturaleza de su fundación. Incluso las urbes con importantes roles comerciales —tales como Tenochtitlan, Teotihuacan, Chichén Itzá o Mayapán— fueron también poderosas capitales po-
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líticas. Dada la estrecha relación entre política y religión en las entidades políticas mesoamericanas, es muy probable que muchas o quizás todas las ciudades de esta área cultural hubieran experimentado algún tipo de fundación formal, con rituales asociados y conmemoraciones. Los ensayos en este volumen articulan un gran conjunto de información acerca de los actos de fundación en las ciudades mayas. Las capitales de imperios o de poderosos estados territoriales pueden requerir del uso de ceremonias de fundación más elaboradas y extravagantes que las de las capitales de las ciudades-estado. Si las fuentes históricas nativas son fiables, Mayapán fue un ejemplo de una ciudad fundada inicialmente como una poderosa capital, por lo que uno podría esperar que su establecimiento estuviera acompañado por grandes ceremoniales formales de fundación. Tenochtitlan, por otra parte, alcanzó su estatus imperial relativamente tarde en su historia, y de hecho su fundación formal tuvo lugar mucho después de su ocupación inicial (ver Smith, en este volumen). Este fue evidentemente un patrón común en las ciudades mayas, tal y como lo demuestran los casos analizados. La «capital desagregada» es un tipo distintivo de ciudad cuya fundación en épocas remotas estuvo probablemente asociada con grandes ceremonias formales. Las capitales desagregadas son «sitios urbanos fundados ex novo y designados para suplantar patrones existentes de autoridad y administración» (Joffe 1998: 549). Ejemplos de la antigüedad fueron típicamente fundados por nuevas elites dirigidas por un líder carismático y fuerte, quien estaba tratando de superar elites enraizadas o instituciones burocráticas atadas a capitales ya existentes. Joffe señala que estas ciudades fueron a menudo centros para la producción artística e intelectual que promovieron los objetivos ideológicos de sus fundadores, y que varias fueron efímeras debido a que eran perjudiciales y una carga para su sociedad. La sugerencia de Richard Blanton (1976) de que Monte Albán fue fundada como una capital desagregada fue contestada por muchos investigadores (Sanders y Nichols 1988; Willey 1979; para una discusión al respecto ver Winter, en este volumen). Formalidad El término formalidad se refiere a la fundación de una ciudad a través de un acto formal u oficial de naturaleza administrativa o religiosa. Un acto formal se puede definir como un acto público llevado a cabo de acuerdo con normas culturales específicas. Los actos formales son usualmente proclamados públicamente (ya sea de forma oral, por escrito, o mediante una actuación), y aquellos referidos a la fundación de una ciudad son usualmente realizados por reyes, altos oficiales o sumos sacerdotes. Dos son los tipos de actos formales relevantes para la fundación de ciudades: actos políticos y actos religiosos. Aunque estas dos categorías fueron frecuentemente combinadas en la antigua Mesoamérica y en otras partes, resulta útil separarlas por propósitos de análisis.
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Los actos políticos formales establecen a un gobernante u oficial como responsable de una ciudad o estado. En el Viejo Mundo, tales actos tomaron, por regla general, la forma de justificación para proclamar que un gobernante específico había fundado o establecido una ciudad en particular (Dougherty 1993). En el caso maya, los actos políticos formales de fundación fueron expresados en términos de establecimiento de una dinastía legítima en una ciudad específica; Chase y Chase (en este volumen) se refieren a este tipo de acto como la fundación dinástica. La mayoría de los casos históricamente documentados de una fundación política en el Viejo Mundo estuvieron acompañados de ceremonias religiosas de algún tipo. Tal y como se ha sugerido antes, muy pocas de esas ceremonias de fundación han sido documentadas en las ciudades de Mesoamérica. Una variación de la fundación política formal tenía lugar cuando el asiento o sede de una dinastía se cambiaba de una ciudad a otra. La fundación religiosa formal de una ciudad consiste en ceremonias diseñadas para propiciar a los dioses y/o establecer un poder o protección sobrenatural en un lugar o lugares dentro de la ciudad (Carver 1994: 19-33; Rykwert 1976). Aunque los actos religiosos de fundación usualmente acompañaban a las fundaciones políticas, en muchos casos ambos tipos de fundación se efectuaban por separado. En muchos contextos arqueológicos, la construcción de edificios clave es vista como una señal para una fundación religiosa formal. Por ejemplo, Coe (2003: 107) señala que un nuevo rey khmer debía señalar la fundación de una ciudad capital mediante la construcción de obras hidráulicas ceremoniales, un templo ancestral, y un templo estatal. De forma similar, Chase y Chase (en este volumen) indican que las fundaciones religiosas formales en las ciudades mayas involucraron la construcción y uso de los Grupos E (Chase y Chase 1995), y que estos actos a menudo precedían, hasta en varios siglos, a los actos de fundación políticos o dinásticos. De forma semejante, la fundación legendaria de la Tenochtitlan azteca fue un acto religioso formal (Sullivan 1971) que ocurrió mucho antes de que la ciudad se estableciera como capital política. Nuestro conocimiento de los actos formales de fundación en Mesoamérica viene de su arquitectura pública (Oudijk 2002a; véase también Smith en este volumen). Una consideración clave para evaluar esta evidencia, es la naturaleza propagandística de las afirmaciones de un acto fundacional. Muchas descripciones de la fundación de una ciudad o una entidad política fueron registradas mucho después de la fecha proclamada para el acto, de manera que resulta muy difícil evaluar la validez histórica de tales reclamos. Aún cuando la evidencia sea contemporánea al acto, pueden existir numerosas fuentes potenciales de influencia. Las fundaciones formales a menudo forman parte de justificaciones dinásticas para legitimar el poder, por lo que los intereses ideológicos del estado o el gobernante pueden favorecer la invención de actos pasados de fundación formal cuando en realidad puede que esos eventos nunca hayan tenido lugar (como en el caso de Roma, discutido antes). De forma similar, la conmemoración de un acto
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formal de fundación de una ciudad mediante la construcción de edificios públicos (tales como los Grupos E o los templos dinásticos) no garantiza que el acto formal haya tenido lugar, tampoco que haya ocurrido en la fecha indicada en las fuentes escritas. Por ejemplo, está muy claro que el establecimiento real del asentamiento de Tenochtitlan precedió en mucho al acto formal de fundación de la ciudad (tal y como se registró después de la conquista española), por lo menos en uno o dos siglos (Smith, en este volumen). La planificación urbana puede mostrarnos otro ejemplo de acto formal de fundación. La existencia de diseños urbanos planificados señala acciones formales deliberadas de un gobernante o de una elite (A.T. Smith 2003; Smith 2006). Podría parecer que el establecimiento de centros urbanos planificados estuvo acompañado de algún tipo de ceremonia formal de fundación. Las ciudades mayas fueron asentamientos claramente planificados (Andrews 1975; Ashmore 1992; Aveni y Hartung 1987; Smith 2006) y este hecho por si solo señala un cierto grado de formalidad en su fundación o en su re-fundación. De forma similar, la duplicación de patrones o características del diseño urbano de ciudades más tempranas puede sugerir algún tipo de fundación formal. Como ejemplo tenemos a Mayapán usando características de Chichén Itzá, y varios tipos de copia de ciudades antiguas por parte de los diseñadores urbanos aztecas (Smith, en este volumen). No todas las ciudades tuvieron actos formales de fundación. En algunos casos pequeños asentamientos simplemente crecieron en tamaño y complejidad hasta que en determinado momento se llegaron a considerar ciudades. Como consecuencia de ello, puede resultar imposible, o por lo menos controvertido, determinar la fecha en la que dichos asentamientos se convierten en «urbanos». Utilizo el termino «fundación informal» para describir a estas ciudades, reconociendo que el proceso de urbanización puede haber tardado un largo tiempo en desarrollarse. En muchos contextos arqueológicos, sin embargo, simplemente carecemos de información acerca de la existencia de actos de fundación, y es imposible juzgar si estas ciudades fueron creadas de manera formal o informal. Una gran ventaja de poseer un registro jeroglífico en las ciudades mayas es que nos proporciona avisos explícitos, así como de evidencia indirecta, de la fundación de ciudades y dinastías. Demografía Existen al menos dos características demográficas importantes para los procesos de fundación de ciudades: la magnitud del crecimiento poblacional y el lugar o lugares de origen de la población. Algunas urbes crecieron rápidamente desde el principio; el caso más extremo lo constituyen las ciudades fundadas en una nueva localización: sus poblaciones crecen de la nada en un intervalo de tiempo muy corto. Las ciudades fundadas mediante colonización, las ciudades trasla-
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dadas desde un sitio a otro, y las capitales desagregadas, son asimismo ejemplos de casos que sufren un cambio demográfico muy rápido, tal y como ocurrió con algunas de las ciudades más tempranas como Uruk y Teotihuacan (Cowgill, en este volumen). Otras ciudades crecieron de manera más lenta, o experimentaron periodos alternativos de crecimiento de población rápido y lento. La mayor parte de las ciudades mayas probablemente se ajusten más a esta segunda categoría (Culbert y Rice 1990). Los orígenes geográficos de las poblaciones urbanas influenciaron en la fundación y crecimiento de las ciudades. Una fuente de población fue el incremento natural de habitantes urbanos; sin embargo, éste no fue sino una de las contribuciones al aumento de la población en las ciudades de la antigüedad. Una alta mortalidad y bajos índices de natalidad significaba que las ciudades pre-industriales no podían mantenerse demográficamente así mismas y debían depender de la inmigración para mantener sus niveles de población (McNeill 1976; Storey 2006). En Teotihuacan y Uruk, el rápido crecimiento urbano estuvo acompañado de una rápida despoblación de su entorno rural (Adams 1981; Sanders et al. 1979), lo cual sugiere que algunos de los primeros gobernantes forzaron o indujeron a los campesinos a trasladarse a estas ciudades. El sinoikismo produce un proceso alternativo para el incremento de la población urbana a partir de fuentes locales o regionales. Las ciudades fundadas mediante colonización atrajeron a su población desde fuera de su entorno, y esto podría haber tenido un importante impacto en los recursos alimenticios locales, así como en las relaciones sociales entre los «urbanitas» y otros pobladores de la zona (Stein 2005). La relación entre la formalidad en la fundación de las ciudades y la demografía ha sido poco tratada en la literatura. Las ciudades fundadas en nuevas localizaciones, ya sea a través de colonización o sinoikismo, sin duda tuvieron un acto formal de fundación y un gran incremento poblacional. Sin embargo, muchos actos formales de fundación, parecen no estar relacionados con el tamaño o con los procesos demográficos de la ciudad. ¿Son estas dimensiones realmente independientes, o hay sutiles relaciones esperando a ser descubiertas? Soberanía Debido a que casi todas las ciudades de la antigua Mesoamérica fueron capitales políticas, el rango de variación en la soberanía de las urbes recientemente fundadas es mucho menor que en el mundo antiguo. Las ciudades mayas y algunas otras de Mesoamerica fueron casi siempre fundadas como capitales de pequeños estados (Grube 2000). Tal y como se sugiere con anterioridad, aquellas ciudades que se convirtieron en capitales de grandes imperios o grandes estados territoriales usualmente crecieron hasta alcanzar ese rol; pocas fueron creadas inicialmente con ese destino en mente (Mayapán puede ser una excepción). Los im-
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perios mesoamericanos fueron hegemónicos en carácter, en lugar de territoriales (o de gobierno-directo) como los imperios de los Andes y de otras partes del Viejo Mundo (Smith y Montiel 2001). Como resultado de ello, hubo muy pocas ciudades administrativas provinciales prominentes en los imperios mesoamericanos. Esto presenta un gran contraste con imperios como el Inca (D’Altroy 2002) o el Romano (Garnsey y Saller 1987), en donde uno de los principales tipos de ciudad era el centro administrativo provincial, fundado específicamente con objetivos imperiales. En algunas situaciones imperiales, las ciudades coloniales recientemente fundadas eran independientes y otras fueron fundadas como entidades dependientes de su entidad política de origen (Stein 2005). Domínguez (en este volumen) discute el caso de la expansión colonial griega, el cual se ajusta a la primera categoría. Los imperios europeos más recientes proveen ejemplos de la segunda categoría. Discusión La discusión anterior sugiere que el tipo de ciudad, la formalidad de su fundación, la demografía y la soberanía son importantes dimensiones a considerar en el análisis de la fundación de las ciudades en la sociedad maya y en otras de la antigüedad. Una formulación alternativa de estos mismos elementos es sugerida por A. y D. Chase (en este volumen), quienes identifican tres tipos de fundación de ciudades y entidades políticas mayas. Definen la «fundación ideológica» de forma similar a una fundación religiosa formal, pero debido a que la evidencia es arquitectónica y no escrita, la dimensión formal sólo puede ser hipotética. Su categoría de «fundación dinastía,» una proclamación formal del origen legítimo de una dinastía, es idéntica a la categoría de fundación política formal utilizada aquí. El concepto de los Chase de «fundación administrativa» es paralelo a la fundación ideológica —una proclama o señal arquitectónica que sugiere un probable acto formal de fundación— pero con un mayor énfasis en la dimensión política. Los conceptos delineados antes y la clasificación presentada por Chase y Chase (en este volumen) ayudan a iluminar la naturaleza de la fundación de las ciudades entre los mayas antiguos. También ayudan a avanzar en la comprensión de las similaridades y diferencias entre las ciudades mayas y sus procesos de urbanización de aquellos de otras civilizaciones alrededor del mundo. BIBLIOGRAFÍA ADAMS, Robert McC. 1981. Heartland of Cities: Surveys of Ancient Settlement and Land Use on the Central Floodplain of the Euphrates. University of Chicago Press. Chicago.
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2 EL URBANISMO MAYA DESDE UNA PERSPECTIVA COMPARATIVA George L. COWGILL Escuela de Evolución Humana y Cambio Social Universidad Estatal de Arizona
Estoy muy agradecido a los organizadores de esta Mesa Redonda por su invitación para dictar la Conferencia Magistral. La tarea es un honor inesperado pero también resulta algo intimidante, puesto que no he realizado trabajo de campo en el Área Maya desde 1959, cuando trabajé en el Petén Central durante varios meses, principalmente con materiales del Posclásico en Flores y sus alrededores. Desde entonces sólo he realizado breves visitas a los sitios de las Tierras Bajas del Norte en 1964 y 1976, y mi trabajo de campo se ha concentrado en Teotihuacan, en las Tierras Altas Centrales de México. Por supuesto, entiendo que estoy aquí para proporcionar una perspectiva externa y espero poder ofrecer algo útil, ya que he tratado de mantener una comprensión general acerca de los avances en la investigación en el Área Maya. Comenzaré, pues, con algunos comentarios acerca de las ciudades mayas para después centrarme principalmente en Teotihuacan. Para una perspectiva geográficamente más amplia, les recomiendo leer mi más reciente artículo en Annual Review of Anthropology (Cowgill 2004). Quizás lo primero que haya que determinar es la cuestión de si algún sitio maya puede denominarse como «urbano». Creo que esta ya no es una pregunta que resulte de interés, ya que depende de lo que uno considere como «urbano», pero creo que algunos sitios mayas fueron urbanos, de acuerdo con cualquier definición útil del término. Realmente, las cuestiones más interesantes no radican en saber si los centros mayas fueron urbanos, si no de que forma lo fueron y porque lo fueron. En este sentido, no doy ninguna respuesta a estas preguntas, pero espero que se proponga alguna contestación a lo largo de esta conferencia. Tengo la impresión de que comparadas con muchas de las ciudades de las Tierras Altas de Mesoamerica, tanto en las Tierras Bajas del golfo de Veracruz como en la región de las Tierras Bajas Mayas, no estaban quizá mucho menos pobladas que ellas, pero tendían a ser espacialmente menos compactas. Esto es rigurosamente cierto en comparación con Teotihuacan, donde quizá 100.000 per25
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sonas residieron en un área de no más de 20 km2. Mi estimación es considerablemente más conservadora que otras estimaciones recientes, que oscilan entre 100.000 y 200.000 habitantes. Hay evidencias muy claras de la existencia de cerca de 2.300 complejos residenciales multidepartamentales en Teotihuacan, y el material cerámico indica que la mayoría de estos complejos estuvieron ocupados simultáneamente durante varios siglos, aunque quizá no siempre ocupados a plena capacidad. Las razones de mis estimaciones a la baja no son debidas a ninguna duda importante sobre el número de los complejos residenciales ocupados durante un periodo dado, sino que obedecen a tres aspectos: (a) he recalculado el número promedio probable de apartamentos por complejo y el número probable de personas por apartamento; (b) los complejos varían de tamaño y la mayoría son algo más pequeños que 60 × 60 m2, a menudo considerados como prototípicos; y (c) el deseo de poner la estimación de restos cerámicos por persona-año más en consonancia con los del Postclásico Tardío azteca, cuando ya disponemos de cierta evidencia documental sobre poblaciones locales. Con respecto a este último punto, los restos cerámicos de períodos tempranos son tan abundantes en superficie en Teotihuacan que no pienso que se deban considerar posibles distorsiones por la aplicación de la analogía con la ocupación azteca tardía. De hecho, mi actual estimación para la población teotihuacana incluye un cierto margen debido a dichas distorsiones. Incluso mi estimación de 100.000 habitantes es, hasta donde sé, más alta que el número de personas estimado para un área similar de 20 km2 en el Área Maya. Si uno tuviera que hacer estimaciones de población para el Área Maya tan conservadoras como las mías para Teotihuacan, el contraste sería —casi con seguridad— incluso mayor. Sin embargo, el tamaño de la población urbana de Teotihuacan tiene que ser visto como la contraparte de la baja densidad demográfica existente en el área que rodea inmediatamente la ciudad. Es una exageración pensar que el resto de la Cuenca de México, cerca de 6.000 km2, estuviera escasamente ocupada. En los tiempos de Teotihuacan había por lo menos tres centros regionales de considerable entidad: Azcapotzalco y Cuauhtitlan en la parte occidental de la Cuenca, y Cerro Portezuelo en la parte del sudeste, y cada uno de éstos tenía probablemente una población del orden de varios miles de habitantes. Sin embargo, en la inmediata vecindad de Teotihuacan, parece haber habido solamente algunos poblados y aldeas. Dentro de un radio de 15 km del centro de Teotihuacan, quizá la población no era mucho mayor que a 15 km del centro de Tikal o de algunas otras ciudades mayas importantes. Si tengo razón en pensar que las comunidades mesoamericanas de las Tierras Bajas tendieron a ser menos compactas espacialmente que las de las Tierras Altas ¿a qué se debe esto? ¿Puede deberse en parte simplemente a una cuestión de opción cultural, de diversos conceptos de lo que una ciudad debe parecer? ¿En qué medida fue, en cambio, afectado por diferentes prácticas y usos de la tierra? En
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Teotihuacan, existen alrededor de cien hectáreas de humedal que habrían permitido y probablemente requerido drenaje e intensificación agrícola para poder ser realmente utilizadas, y la presencia de una aldea grande y compacta adyacente a este trozo de humedal hacia el 500 antes de nuestra era sugiere que las prácticas agrícolas intensivas en esta zona del valle de Teotihuacan precedieron al crecimiento de la ciudad en varios siglos. Justo más allá, río abajo al oeste y al sudoeste de la ciudad tardía, hay varios miles de hectáreas de tierra de fácil irrigación a partir de fuentes de agua disponibles durante todo el año, y esta región más grande también habría permitido una agricultura de alta intensidad desde épocas tempranas, aunque de clase diferente de la que se puede obtener de la pequeña zona de campos drenados. Como Drennan (1988) precisa, el mantenimiento de los sistemas de irrigación por medio de canales implica el trabajo colectivo y espacialmente disperso de grupos de trabajo, no existiendo el mínimo incentivo para que los habitantes residan cerca de estas zonas de terreno específicas. Mi impresión es que, por lo menos en el Petén central, y basándome parcialmente en mi trabajo realizado durante 1959, las ciudades del Postclásico Tardío eran más compactas de lo que habían sido las ciudades del período Clásico. También existen asentamientos dispersos y quizás campos de labranza aislados en el Posclásico Tardío, pero resultará difícil convencerme de que las ciudades más grandes, tales como Tayasal (la verdadera, en la actual isla de Flores, no el sitio de los periodos Preclásico y Clásico en tierra firme) no eran tan compactas. ¿Por qué ocurrió este cambio en el patrón de asentamiento? ¿Era simplemente una opción entre alternativas igualmente posibles? ¿Refleja la pérdida de algún conocimiento ecológico del período Clásico en lo que se refiere a prácticas agrícolas intensivas? ¿En qué medida reflejan un mayor énfasis en la defensa, con nuevas tácticas militares y quizá nuevos objetivos de la guerra? Con densidad demográfica baja y mayor confianza que antes en la agricultura de roza, ¿eran las ciudades compactas realmente más viables de lo que lo habían sido durante el período Clásico? O dicho de otra manera ¿las varias formas de intensificación agrícola adaptadas a las variaciones de los patrones ambientales premiaron la proximidad de la mayoría de la población a los campos —y por lo tanto asentamiento disperso— durante el período Clásico? Ésta es exactamente la explicación propuesta por Drennan (1988) y encuentro su argumentación muy inteligente y convincente1. Si los establecimientos compactos son de hecho más compatibles con una densidad demográfica regional baja, uno podría esperar que las aldeas agrícolas más tempranas de las Tierras Bajas Mayas estuvieran relativamente alejadas entre si pero fueran más compactas que los asentamientos más tardíos. ¿Hay evidencia concerniente a esta hipótesis, ya sea a favor o en contra? Barbara Stark y Lynette Heller (1991) sugieren que éste fue el caso en el valle occidental del bajo Papaloapan del centro-sur de Veracruz. 1
Agradezco a mi colega Barbara Stark el hecho de mencionarme el artículo de Drennan.
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Otras preguntas serían: ¿por qué eran urbanos los centros políticos mayas? ¿Las sociedades políticamente complejas requieren o favorecen los asentamientos grandes en los cuales puede ser llevado a cabo un amplio abanico de actividades? ¿Puede la complejidad política existir en ausencia de asentamientos con funciones múltiples? Las ciudades más tempranas del Viejo Mundo parecen más bien pequeñas cuando se las compara con las de Mesoamerica, tanto en población como en espacio ocupado. Este asunto relativo al tamaño comparativo de las ciudades es de especial interés para mi colega Michael Smith, y quizás tengamos la oportunidad de discutirlo en este foro. Está también la cuestión de intervalos o crestas en el desarrollo de la escala sociopolítica y su complejidad. ¿Existen ejemplos bien documentados en los cuales el crecimiento fue gradual, y existen ejemplos bien documentados de cambio «puntual» (en los términos empleados por Eldredge y Gould) por transiciones muy rápidas?¿Cómo funciona en casos específicos de la región maya?¿Hasta que punto son nuestras etiquetas de los distintos periodos meras imposiciones en lo que en realidad fue un cambio gradual y en qué medida pueden demostrarse con seguridad discontinuidades reales y repentinas en el desarrollo? Si existieran, ¿pueden estas discontinuidades ser bien comprendidas como reformulaciones? Me doy cuenta de que existe una considerable cantidad de literatura acerca de estos temas, pero desconozco si se ha alcanzado algún tipo de consenso general, y espero que pueda ser materia de discusión durante esta conferencia. Quiero apuntar que no estoy hablando acerca del hecho, ya suficientemente bien demostrado, de que varios desarrollos socio-políticos atribuidos en otro tiempo al periodo Clásico (circa 300-900 d.C.) estuvieron ya bien establecidos durante varios siglos antes. La cuestión no radica tanto en la fecha absoluta de los cambios, sino si ellos fueron graduales o repentinos. Planteo la cuestión en parte debido a que Emberling (2003) habla de cambios «cuánticos» en la trayectoria del urbanismo en Mesopotamia, mientras que Kirch y Sharp (2005) presentan para Hawai evidencias de una transición muy brusca. LA FUNDACIÓN Y REFORMULACIÓN EN TEOTIHUACAN Vuelvo a los asuntos más destacados en esta Mesa Redonda, argumentando cómo puede aplicarse lo anterior a Teotihuacan. Me parece que, a excepción de un episodio de «renovación urbana» postulado por Millon (1974, 1976), las descripciones de Teotihuacan formuladas por mi y por otros investigadores han mencionado episodios de fundación, reformulación y relocalización, pero sin suficiente entidad como para destruir una impresión de fuerte continuidad en general. Aquí, respondiendo al tema de esta Mesa Redonda, haré hincapié en tales acontecimientos, no tanto introduciendo nuevas informaciones como poniendo distinto énfasis a los datos existentes.
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Antes que nada, la evidencia indica que Teotihuacan fue fundada alrededor del 150 a.C. y creció repentinamente en un lugar que tenía poca, si es que la tuvo, ocupación anterior. Con seguridad había al menos dos poblaciones de buen tamaño en el valle de Teotihuacan a partir del 300 a.C., y quizás un par de siglos más temprano, con cerámicas que son una variante local del Complejo Ticomán encontrado en otros sitios de la Cuenca de México. Estos sitios tenían poblaciones del orden de mil a tres mil habitantes. Pienso que el hecho de que los hubiera mencionado en publicaciones previas ha grabado en la mente de muchos lectores la idea de que uno de estos pueblos fue el núcleo a partir del cual Teotihuacan creció, a pesar de haberme tomado la molestia de señalar su discontinuidad espacial (Cowgill 1997, 2000). Hoy por hoy puedo, indicándolo con más rigor, que esto parece ser un caso de sinoikismo, por el que los habitantes de estos pueblos anteriores aparentemente los abandonaron y formaron parte de los primeros contingentes de población del nuevo asentamiento de Teotihuacan. Indudablemente, otra mucha gente fue atraída también de otras partes de la Cuenca de México (una región de cerca de 80x60 km bastante bien definida por las montañas de alrededor) pero no creo que los cambios en estilos cerámicos en esta época (fase cerámica Patlachique) sean lo suficientemente grandes como para sugerir mucha emigración de lugares fuera del valle. El verdadero precursor de Teotihuacan no es la aldea cercana más temprana, sino Cuicuilco, un sitio mucho más grande a unos 50 km de distancia, en la parte suroeste de la Cuenca. El sitio de Cuicuilco se conoce mal porque fue cubierto por la lava de erupciones volcánicas, pero en la fase Ticomán tuvo probablemente una población del orden de diez mil habitantes antes de que Teotihuacan fuera fundado (Sanders et al. 1979). Es hasta cierto punto dudoso que Teotihuacan fuera fundado por los refugiados que huían de Cuicuilco, puesto que ahora parece que Cuicuilco sufrió una serie completa de erupciones, y que coexistió durante una época con el Teotihuacan temprano. Las erupciones fueron ciertamente una causa importante del declive de Cuicuilco y del ascenso de Teotihuacan. Si no hubiera sido por estos acontecimientos naturales, Cuicuilco podría haber continuado prosperando y el valle de Teotihuacan podría haber permanecido como parte de su entorno rural. Así, el abandono de Cuicuilco se puede explicar por una serie de acontecimientos naturales, pero, sin embargo, en la fundación de Teotihuacan estuvo implicado algo más que este hecho. El examen sistemático de superficie realizado por el Teotihuacan Mapping Project, dirigido por René Millon en los años 60, indica que parecen haber existido dos núcleos espaciales en la etapa más temprana de Teotihuacan. Uno de esos núcleos estaba en las laderas de las colinas orientales a unos tres km al oeste de donde se construiría más adelante la Pirámide de la Luna, en un área donde había existido previamente un asentamiento disperso de la fase Ticomán, más allá de la aldea más compacta de Ticomán cerca de los humedales. El otro núcleo estaba en una zona apenas a 500 o 1200 m al oeste de la Pirámide de la Luna, en la zona su-
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deste de una amplia zona conocida hoy en día como Oztoyahualco. No está del todo claro porqué los fundadores eligieron este lugar en particular, pero puede estar relacionado con el hecho de que hay numerosas cuevas en la zona, resultado del flujo de lava ocurrido varios miles de años antes del que destruyó Cuicuilco. Hay también varios complejos templarios en esta área, al menos lo fue uno de ellos, Plaza 1, ya tenía cierta arquitectura no residencial en este período temprano. Es tentador especular que las cuevas eran sagradas (como ocurre en otras partes de Mesoamerica, incluida el área maya) y que fueron una fuente importante de autoridad sobrenatural para los fundadores de Teotihuacan. Pudo también haber existido una ocupación significativa en esta época temprana en el lugar de la Pirámide del Sol, también asociada a una cueva dentro de la cual hay abundante evidencia de actividad ritual (Millon 1981), pero se encuentra en la periferia sudeste del asentamiento temprano y además aún no existía aquí ninguna estructura grande. La llamada más tarde Calzada de los Muertos se encuentra también al sudeste del epicentro original y puede no haber constituido un eje principal del asentamiento inicial, aunque el trabajo reciente de Sugiyama y Cabrera (2003) muestra que existió una plataforma pequeña en el sitio donde más tarde estaría la Pirámide de la Luna. Esta plataforma no se ajustaba al patrón de orientación del asentamiento de 15,5o hacia el este del norte verdadero, que pronto se volvería un canon en Teotihuacan. No más tarde del siglo primero de nuestra era, sin embargo, en la Fase Tzacualli, comenzó a construirse la inmensa Pirámide del Sol, a unos 750 m al sur de la Pirámide de la Luna, y parece que la Calzada de los Muertos había comenzado a asumir su papel como eje central, aunque no sabemos cuántas estructuras cívico-ceremoniales flanquearon sus lados en ese entonces, y, a juzgar por la densidad de fragmentos cerámicos, el corazón del asentamiento seguía encontrándose 1 km al oeste de dicha Calzada. Hay también evidencia de estructuras cívico-ceremoniales en la vecindad de lo que sería más tarde la Ciudadela, aunque fueron desmanteladas un siglo o dos más tarde, por lo que desconocemos su forma exacta. Es sólo en las fases Miccaotli y Tlamimilolpa Temprano, alrededor del 125250 d.C., que la disposición del centro cívico-ceremonial de Teotihuacan, con cerca de 250 Ha, adoptó claramente la forma general que vemos hoy. La Pirámide de la Luna fue ampliada enormemente; la Pirámide del Sol (prácticamente completada en el período anterior) alcanzó su altura máxima; la Calzada de los Muertos fue definitivamente un eje central; y las estructuras anteriores en la Ciudadela fueron demolidas y reemplazadas por las grandes plataformas que rodeaban la Pirámide de la Serpiente Emplumada, grandes complejos residenciales y una gran plaza abierta. Sugiyama (1993) argumenta que todo esto fue la culminación de un plan maestro ya ideado, pero yo sospecho que había más de un aspecto «paso a paso» en el desarrollo de este diseño, aunque el resultado fue una disposición espacial que podríamos denominar como «coordinada» más que preconcebida. En
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particular la drástica reorganización del entorno construido en la Ciudadela sugiere un notable cambio socio-político, posiblemente una sustitución parcial de la Pirámide del Sol como centro de la máxima autoridad política. Entonces, probablemente en la fase Tlamimilolpa Tardío (circa 250-350 d.C.), la Pirámide de la Serpiente Emplumada fue severamente profanada y dañada, y fragmentos quemados de ella fueron arrojados en el relleno de una nueva plataforma escalonada que cubrió la mayor parte del frente de la pirámide anterior. Las áreas residenciales dentro de la Ciudadela parecen no haber sido reconstruidas durante varios siglos, hasta el final de la historia de Teotihuacan. Fue aproximadamente en esta época cuando el complejo de la Calzada de los Muertos, un área de unas 12-13 Ha., en su mayor parte rodeada por muros y situada a medio camino entre la Pirámide del Sol y la Ciudadela, fue extensamente reconstruido2. Hace un tiempo (Cowgill 1983) sugerí que este macro-complejo, con multitud de pirámides, plataformas, patios, complejos habitacionales y otras estructuras, se me hacía más parecido a una sede política que el Complejo de la Ciudadela, y por ello sugerí que el gobierno efectivo pudo haberse trasladado al Complejo de la Calzada de los Muertos, quedando la Ciudadela más como un centro simbólico. El alcance del daño a la Pirámide de la Serpiente Emplumada no era conocido en ese momento, y las excavaciones subsiguientes realizadas allí (Cabrera et al. 1991; Sugiyama 2004) reforzaron esta idea de un notable cambio espacial, organizativo e ideológico, en el sistema político de Teotihuacan. Previamente, a juzgar por la escala y la audacia de la construcción monumental en Teotihuacan, es probable que los gobernantes tuvieran un gran poder que no fue ampliamente compartido con otras elites. Es en algún momento del periodo comprendido entre el 250-350 cuando las instituciones políticas de Teotihuacan pudieron haber cambiado de manera que el poder de los gobernantes se redujera y se adecuara más a alguna clase de consejo de elites. Esto es lo que Blanton et al. (1996) tienen en mente cuando caracterizan Teotihuacan como «corporativo», pero ese término no hace justicia a los posibles cambios ocurridos durante su historia o a la complejidad de la situación en la que, sospecho, se desarrollaron. Si tengo razón sobre todo esto, habría sido durante, o un poco después de, este período cuando el poder de los gobernantes está más limitado, que es cuando existe la mayor evidencia de algún tipo de participación de Teotihuacan en cambios dinásticos de sitios mayas como Tikal y Copán. La naturaleza de esa intervención es altamente polémica. Lo más probable es que se involucraran personas quienes, si no emisarios directos del estado teotihuacano, por lo menos tuvieran una identificación positiva con él. Sin embargo, aunque es extremadamente especulativo sugerirlo, no puedo dejar de preguntarme si los disidentes «emigrados», afines al sistema político anterior, pudieron haber estado implicados. 2 No he visto la evidencia cerámica necesaria para determinar la cronología de esta reedificación, pero la evidencia arquitectónica sugiere que ocurrió aproximadamente por estas fechas.
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Esta transición política propuesta en Teotihuacan puede coincidir a grandes rasgos con una creciente utilización de cemento y estuco tanto en los suelos de los complejos de apartamentos de Teotihuacan como revestimiento de sus muros (compuestos en su mayor parte de cantos rodado, con uso ocasional de adobes). Existen en Teotihuacan aproximadamente unos 2.300 de estos complejos multidepartamentales, y pronto alojaron a la mayoría de los habitantes de la ciudad. Estos complejos han sido generalmente interpretados como evidencia de un grado inusual de preocupación del estado en las vidas de los ciudadanos corrientes, y también pueden haber sido parte de una reformulación sociopolítica. Ciertas nuevas formas de cerámica fina, tales como vasos cilíndricos trípodes (a menudo, pero no siempre, creados con habilidad), comenzaron a ser fabricados en Teotihuacan alrededor de esta época. Pueden ser de inspiración extranjera proveniente de las Tierras Bajas del Golfo de México, pero los cambios en cerámica utilitaria son moderados y no sugieren ninguna afluencia importante de nueva gente. La reformulación sociopolítica postulada parece haber sido un desarrollo interno. COLAPSO Y MÁS REFORMULACIÓN La siguiente transición, que ocurrió en algún momento durante el año 600, es muy diferente. Muchos de los edificios principales del centro cívico-ceremonial de Teotihuacan fueron quemados, y al menos algunos complejos residenciales localizados fuera de dicho centro parece que fueron brevemente abandonados. Un nuevo complejo cerámico, Coyotlatelco, manifiesta de manera drástica nuevas formas de cerámica utilitaria así como de cerámica decorada, y numerosas evidencias sugieren una importante afluencia de gente nueva, aunque quizás se mezclaron con los descendientes de la población original. Evidencia de una limitada ocupación Coyotlatelco ha sido encontrada muy cerca de la Piramide de la Luna (Carballo 2005) pero, en general, la ocupación en el núcleo cívico-ceremonial antiguo parece haber sido más bien escasa, y la mayoría de la gente vivió en algunos nuevos núcleos habitacionales a 500 m o más de distancia de la Calzada de los Muertos. Diehl (1989) se equivoca al sugerir una continuidad espacial considerable; muchos usuarios del Complejo Coyotlatelco vivieron dentro de los límites de la ciudad anterior, y continuó siendo, o pronto se convirtió en, uno de los asentamientos más poblados del centro de México, pero la evidencia del Mapping Project demuestra que los patrones espaciales de la concentración residencial fuera del núcleo cívicoceremonial anterior cambiaron notablemente. Dentro de ese núcleo, las bajas densidades de cerámica Coyotlatelco pueden no ser explicadas debido a la desdeñosa actitud de muchos arqueólogos por los restos post-Teotihuacan. La densidad de los restos cerámicos Coyotlatelco son generalmente bajas en la superficie de partes no excavadas del área central, mientras que materiales de todas las fases son extremadamente escasos en zonas excavadas, debido a su reconstrucción.
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En interés de la brevedad, omitiré la discusión de subsecuentes episodios de cambio y reformulación durante los periodos Postclásico, Colonial y más recientes. Es así, como se sugieren, al menos, cinco episodios de fundación y de reformulación en Teotihuacan: (1) la fundación inicial centrada en un lugar previamente deshabitado varios cientos de metros al oeste del sitio en el que más tarde se construyó la Pirámide de la Luna, (2) un cambio para dar preponderancia a la Pirámide del Sol y al segmento norte de la Calzada de los Muertos, (3) al menos un reemplazo parcial del foco más temprano por uno nuevo en la Ciudadela, (4) un mayor énfasis en el Complejo de la Calzada de los Muertos, así como en los —arquitectónicamente considerables— complejos residenciales de apartamentos fuera del núcleo cívico-ceremonial, y (5) una extensa destrucción dentro del núcleo cívico-ceremonial y notables cambios en los centros de asentamiento fuera de dicho foco, implicando probablemente una afluencia considerable de recién llegados. El Episodio 1 marca la fundación de la ciudad de Teotihuacan y de su sistema sociopolítico (que debe probablemente mucho a su precursor Cuicuilco); los Episodios 2, 3 y 4 sugieren cambios dentro de este sistema y dentro de la ciudad; mientras que el 5.o Episodio indica indudablemente el colapso del estado de Teotihuacan y muy probablemente la llegada de gente de identidad étnica diferente. LA TRAYECTORIA DEMOGRÁFICA DE TEOTIHUACAN EN CONTRASTE CON LA MAYA Hace ya algunos años (Cogwill 1979) llamé la atención sobre una marcada diferencia entre la trayectoria demográfica de Teotihuacan y la de sitios en las Tierras Bajas Mayas. Culbert y Rice (1990) presentan evidencia de una considerable variación entre las regiones mayas en sus trayectorias demográficas, pero un tema común es la existencia de uno o más máximos de población bien definidos. Muchos de dichos máximos o picos se relacionan, por supuesto, con los acontecimientos discutidos en otras ponencias en esta Mesa Redonda. Sin embargo, todos ellos muestran notables diferencias con Teotihuacan donde, a pesar de las reformulaciones que he postulado en la sección precedente, el perfil demográfico parece bastante plano, más parecido a una larga plataforma que un pico, una observación constantemente olvidada en la mayoría de las discusiones acerca de Teotihuacan. De todos modos, usando fases cerámicas de uno o dos siglos de duración, no parece haber habido un cambio importante en por lo menos 350 años en número de fragmentos cerámicos por siglo, a juzgar por las cantidades de tiestos en las recolecciones superficiales del Mapping Project, y los restos cerámicos por siglo son nuestra mejor estimación de personas por siglo. No más tarde del año 200 d.C., Teotihuacan parece haber alcanzado casi su máximo de población, y también su extensión máxima, manteniéndose así hasta aproximadamente el año
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550, cuando su población empezó a declinar considerablemente antes de la destrucción de las estructuras cívico-ceremoniales importantes alrededor del 650 d.C. Debo indicar que si la cerámica de periodos previos estuviera seriamente norepresentada en superficie, uno podría esperar que las proporciones de cerámicas pertenecientes a fases tempranas serían mucho más bajas de lo que son. Muy probablemente están bien representadas debido a que fueron recicladas en los rellenos de fases de construcción posteriores. En discusiones sobre las Tierras Bajas Mayas, creo que hay razones de peso para sospechar que, en diversos momentos durante el Clásico Tardío, y a pesar de ingeniosos métodos de intensificación agrícola, las poblaciones locales «excedieron» las limitaciones medioambientales y crearon problemas de subsistencia que contribuyeron probablemente a problemas políticos y a notables declives de población en zonas determinadas. El problema que planteé en 1979 es que los teotihuacanos no parecían haber experimentado ningún tipo «exceso» similar. ¿A qué se debe esto? ¿Podrían ser diferencias críticas en el medioambiente? Bien podría ser que el medio ambiente de las Tierras Bajas Mayas fuera más frágil y más resistente el de la Cuenca de México. Sin embargo, ¿En qué medida pueden haber contribuido instituciones políticas y circunstancias diferentes? ¿Podría haber jugado un papel primordial la competición y la intensificación de la guerra entre los centros mayas, mientras que la prolongada ausencia de competidores serios permitió a Teotihuacan perseguir estrategias más prudentes? Los gobernantes mayas compitiendo entre si quizás no tuvieron ninguna opción y, para sobrevivir a corto plazo, omitieron perseguir prácticas destinadas a ser destructivas a largo plazo. Creo que hay preguntas que aún merece la pena explorar. Hay muchos puntos de semejanza entre el panorama que propuse en 1979 y el recientemente sugerido por Demarest (2004), aunque las ideas de Demarest se fundamentan en un conjunto mucho más rico de datos. Ambos sugerimos la competición política como la causa principal de los diversos y regionalmente variados procesos que marcaron el final del período Clásico maya. No obstante Demarest, apoyándose con fuerza en el modelo de «estado-teatro» de Geertz (1980) procedente del sudeste asiático, argumenta que la competición adoptó principalmente la forma de inversiones excesivas en llamativas muestras arquitectónicas y de otro tipo, con la guerra desempeñando un papel más secundario. No cabe duda que las visibles exhibiciones jugaron un papel, pero me sigo preguntando si, durante el Clásico Tardío, las elites de algunas entidades políticas mayas de las Tierras Bajas fueron capaces de desarrollar instituciones que les permitieran obtener un mayor control de infraestructuras administrativas y económicas. Sin tales instituciones en el área maya, la hegemonía sobre territorios de tamaño considerable habría sido siempre frágil e inestable; pero con ellas, quizá el objetivo de crear estados regionales realmente fuertes y estables comenzaron a parecer factibles, ofreciendo nuevas metas y un nuevo contexto para la competición.
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En 1979 sugerí una comparación con la transición en la antigua China entre los periodos de «Primavera y Otoño» y el de los «Reinos Combatientes», donde instituciones cada vez más centralizadas (al igual que nuevas tecnologías) facilitaron la intensificación de la competición que eventualmente condujeron a la unificación política y a la creación de un gran imperio políticamente centralizado poco antes del año 200 antes de nuestra era; sin embargo una competición similar entre las ciudades-estado de la Grecia Clásica les condujo a un grave declive. Ahora sugeriría, además, una comparación con los estados e imperios de los periodos Histórico Temprano y Medieval del Sur de Asia (e.g. Sinopoli 2001), donde el componente teatral fue en términos generales fuerte, pero muchas entidades políticas parecen situarse entre los frágiles «estados-teatro» del sudeste asiático y las, con frecuencia, grandes entidades políticas centralizadas que repetidamente aparecen en China después del año 200 a. C. y que normalmente florecían durante dos o tres siglos antes de fragmentarse y reformularse. Los datos procedentes del Sur de Asia podrían ampliar provechosamente nuestra perspectiva comparativa sobre los mayas. Por último, citar asimismo la reciente publicación de Diamond (2005), un libro que merece una muy seria consideración. AGRADECIMIENTOS Además de agradecer a nuestros anfitriones, agradezco a mis colegas Barbara Stark y Michael Smith por sus valiosos comentarios sobre una versión previa de este documento. Por supuesto, asumo la responsabilidad de la versión final del mismo. BIBLIOGRAFIA BLANTON, Richard E., Gary M. FEINMAN, Stephen A. KOWALEWSKI y Peter N. PEREGRINE. 1996. «A Dual-Processual Theory for the Evolution of Mesoamerican Civilization». Current Anthropology 37 (1): 1-14. CABRERA CASTRO, Rubén, Saburo SUGIYAMA y George L. COWGILL. 1991. «The Templo de Quetzalcoatl Project at Teotihuacan: A Preliminary Report». Ancient Mesoamerica 2 (1): 77-92. CARBALLO, David M. 2005. State Political Authority and Obsidian Craft Production at the Moon Pyramid, Teotihuacan, Mexico. Ph. D. Dissertation, Department of Anthropology. University of California. Los Angeles. COWGILL, George L. 1979. «Teotihuacan, Internal Militaristic Competition, and the Fall of the Classic Maya». En Maya Archaeology and Ethnohistory, Eds. N. Hammond y G.R. Willey, pp. 51-62. University of Texas Press. Austin. —. 1983. «Rulership and the Ciudadela: Political Inferences from Teotihuacan Architecture». En Civilization in the Ancient Americas: Essays in Honor of Gordon R. Willey, Eds. R.M.
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3 EN MEDIO DE LA NADA, EN EL CENTRO DEL UNIVERSO: PERSPECTIVAS SOBRE EL DESARROLLO DE LAS CIUDADES MAYAS ARLEN F. CHASE y DIANE Z. CHASE Universidad Central de Florida
Entre los problemas no resueltos de la arqueología maya se encuentra la determinación de cómo y por qué se establecieron, abandonaron y re-establecieron sitios a lo largo del tiempo. Este trabajo evalúa la fundación y refundación de ciudades en el Área Maya examinando, primero, aspectos teóricos y metodológicos y, segundo, situando mediante el contexto los datos arqueológicos de tres diferentes sitios para que ilustren tanto varias formas de fundación como el contexto de sus historias específicas en estos eventos. A través de este ejercicio se pueden relacionar formas arquitectónicas con interpretaciones específicas y demostrar cómo las historias encubiertas de estos sitios dificultan la aplicación de modelos con amplia cobertura previamente generados. Sin embargo, también es posible establecer una secuencia temporal de eventos de fundación que caracterizan muchos centros mayas. La existencia de una variedad de factores confunde a los investigadores y complica las explicaciones sencillas sobre la fundación de sitios. Entre ellas se encuentra la dificultad de hacer interpretaciones sobre la ocupación de los sitios sin excavaciones detalladas para determinar tanto su profundidad en el tiempo como la contemporaneidad del ambiente antiguo construido. Los asentamientos mayas fueron modificados continuamente a lo largo del tiempo, hasta tal punto que una ocupación temprana con frecuencia estaba cubierta por actividades constructivas posteriores. Sin embargo, hay sitios y lugares dentro de un asentamiento que no fueron continuamente utilizados a través del tiempo. Las fundaciones de sitios fueron de varios tipos y niveles, y así, tanto el ambiente construido —en forma de edificios y asentamiento—, como el ambiente social —en forma de dinastías y unidades políticas—, fueron establecidas y re-establecidas a través del tiempo. Espacios vecinos y sitios pudieron surgir y colapsarse juntos o de manera inversa. Aún considerándolo de una manera sencilla, hay que contemplar el hecho de que hubo múltiples lugares funcionales dentro de un solo sitio que se podrían co39
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rresponder con el espacio construido que estaba enfocado de forma alternativa a la ideología, la administración, la economía o la ocupación de la unidad doméstica. Distintas partes de un sitio pudieron haber sido creadas y usadas de manera diferente; un solo edificio pudo haber sido testigo de cambios espectaculares en el uso de su espacio interno (por ejemplo, la Estructura A6 de Caracol; D. Chase y A. Chase 2000). Por lo tanto, por estas y otras razones, una sola ciudad pudo haber tenido múltiples fundaciones o establecimientos. La información arqueológica, cuando se combina con la información jeroglífica disponible u otra información de carácter histórico, puede iluminar patrones detallados relacionados con estas fundaciones. Además, cuando se pueden ver múltiples sitios de forma comparativa, se revelan tanto sus similitudes como los aspectos distintivos de su historia. Una parte importante de los debates contemporáneos en la arqueología maya puede rastrearse directamente en las primeras consideraciones que, sobre la naturaleza de la civilización maya y sus ciudades, tuvieron lugar en el siglo XIX y principios del siglo XX. Dos paradigmas que han competido alternativamente muestran a los mayas ya sea como «simples» o «complejos» (Becker 1979). Con la evolución de los paradigmas, la civilización maya fue continuamente recategorizada y eventualmente vino a ocupar ambos extremos del espectro teórico, siendo vista por diferentes investigadores bien como compleja y muy estratificada, o bien como una simple dicotomía de sacerdotes y campesinos (Fox et al. 1996). En relación directa con estas posiciones diversas, las concentraciones de arquitectura maya llegaron a ser tipificadas de manera similar como ciudades o como centros ceremoniales (Becker 1979; D. Chase et al. 1990; Haviland 1970; Houston et al. 2003; Pyburn 1997; Webster 1997). El flujo de investigaciones arqueológicas en las Tierras Bajas Mayas del Sur a fines del siglo XX contribuyó, con abundantes nuevos datos, a entender la civilización maya del período Clásico, pero la literatura arqueológica ha estado, y aún está hasta cierto punto, dominada por las viejas posiciones bipolares. Por ello, estos argumentos sobre la categorización de la antigua sociedad maya impiden discusiones serias sobre temas comparativos más amplios. Nuestra visión es que una ocupación continuada de asentamientos mayas culminó en lugares urbanos ordenados, cada uno de los cuales contenía determinados espacios construidos que sirvieron para las variadas necesidades de sus ocupantes. Los antiguos mayas establecieron y ocuparon un gran número de ciudades. Muchas de ellas se localizaron en lugares cuyos beneficios no están siempre claros para los estudiosos modernos. Las ciudades más grandes del período Clásico (250-900 d.C.) se ubicaron en áreas carentes de grandes cuerpos de agua y fueron, por lo tanto, completamente dependientes del agua de lluvia para atender a unas poblaciones de tamaño considerable (Lucero 1999). Quizás estas ubicaciones reflejan un rechazo consciente contra los cuerpos de agua existentes, los cuales fueron vistos como entradas potenciales al inframundo (D. Chase y A. Chase 1989). De hecho, se ha argumentado que la ideología debió de haber tenido un
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impacto definitivo en la organización espacial de todas las ciudades mayas que, según Schele y Mathews (1998: 13-50), se centraron en las «montañas-pirámide» y las «plazas-mar». Aún cuando estos centros fueron establecidos ideológicamente, constituyeron, no obstante, lugares urbanos, ya que sirvieron como nudos administrativos, económicos y políticos para extensas poblaciones. También sabemos por la arqueología que estos centros urbanos cambiaron a través del tiempo, los cuales fueron fundados y pudieron haber sido reorganizados para servir a funciones diferentes. Algunas ciudades prosperaron y crecieron; otras decayeron y fueron abandonadas. En otros casos, surgieron ciudades y se colapsaron de manera cíclica (Marcus 1993), algunas veces reflejando historias interrelacionadas tal y como aparece en los registros escritos (A. Chase 1991). Por lo tanto, el dato arqueológico y el análisis espacial de los complejos arquitectónicos y rasgos asociados con las ciudades mayas nos ayudan a comprender cómo se conjuntaron estos lugares urbanos, para qué propósito sirvieron, y proporcionan un acercamiento de cómo tales lugares fueron rediseñados y modificados a través del tiempo. APROXIMACIONES AL ESTABLECIMIENTO DE ASENTAMIENTOS MAYAS Como en cualquier civilización, existieron múltiples razones para el establecimiento inicial formal y subsecuentes establecimientos de un centro dado, sin embargo, la mayoría de las fundaciones estuvieron directa o indirectamente correlacionadas con una función específica, como el control de la población, por ejemplo. Si bien la forma de este control pudo haber sido ideológica (Ashmore y Sabloff 2002), con frecuencia se presentó bajo aspectos más mundanos que tuvieron que ver con lo económico y político. Aún así, debido al debate paradigmático sobre la naturaleza de la civilización maya, no hay respuestas fáciles. Consideraciones sobre la escala, por ejemplo, dependen del modelo que se utiliza, y lo mismo sucede con las reflexiones sobre la fundación de las ciudades. Un ejemplo de los tipos de problemas que entran en este debate paradigmático en la arqueología maya se puede ver en referencia a la función y propósito de concentraciones arquitectónicas denominadas como «centros menores» (Bullard 1960; Iannone 2004). Estas unidades arquitectónicas están conceptualizadas en el modelo simple ya sea como unidades domésticas independientes o como centros independientes (Conlan y Powis 2004; Driver y Garber 2004; Iannone y Connell 2003), pero en el modelo complejo esas unidades pueden depender de nudos urbanos sirviendo a propósitos económicos y administrativos como parte de unidades políticas extensas o grandes ciudades (A. Chase 1998, 2004; A. Chase y D. Chase 2003). El por qué de los centros menores y cómo y para qué se fundaron, puede ser explicado de muy diferentes formas dependiendo del modelo que se uti-
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lice. Los argumentos sobre contextos económicos y políticos son paradigmas casi completamente dependientes. Uno puede preguntarse cómo estas diferencias paradigmáticas pueden ser arqueológicamente distintas, y es una buena pregunta. La respuesta resulta difícil y, hasta cierto grado, depende de la metodología empleada para recolectar los datos. Se pueden realizar algunas inferencias amplias a través de la observación de un conjunto de formas arquitectónicas específicas y viendo su repetición en el espacio, ya sea en uno solo o en varios sitios. Los datos arqueológicos, sin embargo, son necesarios para confirmar no sólo su datación sino también sus equivalencias. Al contextualizar tipos de edificios con arquitectura significativa y patrones con datos arqueológicos detallados, se hace posible no solamente demostrar cuando se fundó una ciudad sino también cómo creció y cómo cambió espacialmente. Los mayistas han empleado formas arquitectónicas específicas para inferir funciones particulares. Los palacios (como sea que se definan) son vistos como unidades residenciales de elite en los que también se llevaron a cabo funciones administrativas (A. Chase y D. Chase 2001a; Inomata y Houston 2001). Los templos son contemplados como lugares asociados a una amplia gama de propósitos ideológicos (Tate 1992). Las grandes plazas se conceptúan como espacios apropiados tanto para rituales (Schele y Mathews 1998) como para transacciones económicas (A. Chase 1998). Las calzadas han sido asociadas con peregrinaciones (Shaw 2001) y con la integración política y económica de comunidades espacialmente amplias (A. Chase y D. Chase 2001b; Cobos y Winemiller 2001). La combinación de estas variadas formas arquitectónicas y la manera en la cual se distribuyen en el paisaje construido —en asociación con datos arqueológicos y otros de relevancia— permiten en ocasiones otro tipo de inferencias. Sin embargo, no está resuelto qué tipo de dato es necesario y suficiente para realizar una especulación válida. Mientras que los planos de sitios arquitectónicos (Andrews 1975; Ashmore y Sabloff 2002) y la epigrafía (Marcus 1976; Martin y Grube 2000) tienen una larga historia de uso para este propósito, sin el contexto de estos datos los resultados de las interpretaciones resultan sospechosos (e.g., Smith 2003, 2005; A. Chase y D. Chase 1996a, 1998, 2000; D. Chase y A. Chase 2003). FUNDACIÓN ARQUITECTÓNICA EN LAS TIERRAS BAJAS MAYAS DEL SUR: GRUPOS E En las Tierras Bajas Mayas del Sur, se involucraron aspectos ideológicos y políticos en la fundación de una ciudad. Michael Coe (1981:170) observó que «aún la misma forma de las ciudades y la razón de su ubicación pueden, en parte, ser explicadas a través de la orientación religiosa de los mesoamericanistas». Los autores de este trabajo hemos argumentado (A. Chase y D. Chase 1995: 99-
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101) que, por lo menos arquitectónicamente, las ciudades mayas de las Tierras Bajas del Sur fueron formalmente fundadas por medio del uso de los Grupos E (Ruppert 1940), o «Complejos de Conmemoración Astronómica/Complejos de Ritual Público» (Laporte y Fialko 1987, 1990). Este arreglo arquitectónico especializado está entre la arquitectura pública más temprana reconocida en cualquier sitio maya (A. Chase 1983, 1985a; Hansen 1992). Los Grupos E probablemente aparecieron por primera vez en el Sur de Chiapas, México, aproximadamente en 900 a.C. (Lowe 1977: 244-246) como una forma arquitectónica, y definen los sectores centrales de construcciones públicas de las primeras ciudades mayas en las Tierras Bajas del Sur (A. Chase y D. Chase 1996b). La existencia de un Grupo E en un sitio parece haber servido como «acuerdo» o «licencia», es decir, significa su fundación como un lugar reconocible y precursor potencialmente de la posterior aparición de jeroglíficos y dinastías en el centro. La tríada de edificios que por lo general yace al oriente de la plataforma piramidal de un Grupo E podría estar relacionada cosmológicamente con el nacimiento de dioses, posteriormente representados por lo general en textos jeroglíficos como una tríada distintiva. La tríada de Palenque se conoce bien por representar el trío de dioses nacidos con 18 días de diferencia y festejados como ancestros divinos por la posterior dinastía (Kelley 1976: 96-98; Schele y Miller 1986: 48-50). Referencias con tríadas similares aparecen en Caracol, Naranjo, Toniná y Tikal, indicando que esta creencia cosmológica estaba ampliamente difundida en las Tierras Bajas del Sur. La fecha de nacimiento asignada a estos dioses antecede la existencia arqueológica de los mayas, colocando claramente a estas deidades en la mitología y sirviendo como referencia en relación con una fundación. Estos factores, la asociación de los Grupos E con ofrendas y su ubicación central dentro de las ciudades mayas, refuerzan el papel de estos conjuntos como representantes de la fundación ideológica de centros mayas. MODELOS GEOGRÁFICOS Obviamente, las ciudades no fueron sólo fundadas ideológicamente. Tales fundaciones simbólicas cubrieron otras razones paradigmáticas para su aparición en el paisaje. Ciertos modelos geográficos relacionados con la localización de ciudades mayas pueden ayudarnos a comprender por qué fueron ubicadas donde están. En el pasado, esos modelos geográficos se aplicaron en algunas ocasiones a las Tierras Bajas del Sur, pero sin considerar apropiadamente los datos arqueológicos, el tamaño del sitio y su escala, o parámetros temporales, de manera que propiciaron de nuevo la confusión paradigmática. Los modelos geográficos fueron aquí empleados por primera vez para intentar delimitar el tamaño de las unidades políticas. En las Tierras Bajas del Sur se asignaron dimensiones territoriales a los sitios por medio de los polígonos de Thiessen
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y el análisis del vecino más cercano (Hammond 1974). En este análisis inicial a todos los sitios les fueron asignados valores iguales, dando como resultado la definición de unidades políticas relativamente pequeñas (Hammond 1974). Los polígonos de Thiessen también fueron utilizados en conjunción con los glifos emblemas mayas para inferir organización política, lo que dio como resultado que se sugiriera la existencia de cerca de 100 ciudades-estados independientes durante el período Clásico Tardío (Mathews 1985, 1991). Además, se utilizaron datos jeroglíficos para sugerir que, durante este mismo periodo, existió una jerarquía regional de cuatro «sitios en lo más alto» (Marcus 1973). Los datos jeroglíficos se combinaron con los análisis del lugar-central, otro modelo basado en la geografía, para argumentar a favor de una mayor complejidad: Marcus (1976), de manera específica, sugirió que el patrón hexagonal de la teoría del lugar-central podría ser utilizado para modelar sobre el terreno unidades políticas secundarias definidas a través de su análisis de glifos emblema. Los modelos del lugar-central conducen implícitamente a un número de inferencias que son relevantes para los mayas: (1) ciertas ciudades y nudos pudieron haber sido fundados debido a su ubicación espacial; (2) en el antiguo paisaje maya podían encontrarse estrategias de control administrativo en los lugares de las ciudades y arquitectura especializada; (3) la posición tan temprana de algunos centros exitosos necesariamente condujo al conflicto o a la incorporación, en la medida que se incrementó el tamaño de la población y la unidad política a través del tiempo. La aplicación completa de la teoría del lugar-central a los mayas del período Clásico nunca ha sido totalmente posible por varias razones: (1) la falta indispensable de mapas (A. Chase y D. Chase 2003); (2) una perspectiva miope de muchos investigadores con respecto a las relaciones más allá del propio sitio en el que se encuentran trabajando (D. Chase 2004); (3) las limitaciones auto-impuestas de ver solamente «espacio como superficie», sin la necesaria profundidad histórica proporcionada por las excavaciones arqueológicas (Massey 2001: 16). Sin embargo, investigadores que han examinado la distribución espacial de los complejos arquitectónicos mayas sobre el paisaje, han llegado a la conclusión de que éste es un ejercicio de utilidad, ya que ha permitido un acercamiento a las relaciones entre y dentro de los sitios, probando que la escala es la variable más relevante. Así, hay complejos arquitectónicos de una forma específica que han sido hallados formando parte del paisaje de las ciudades. Nudos cuya distancia varía de 3 a 8 km del epicentro de una urbe pueden ser utilizados para explicar el desarrollo secuencial de algunas ciudades, como por ejemplo Caracol (A. Chase y D. Chase 2001b; A. Chase et al. 2001). Otros centros arquitectónicos se encuentran dentro de un paisaje regional y a una distancia aproximada de 30 km (equivalente a un día de camino) y ayudan a explicar el desarrollo de unidades políticas regionales, como sería el caso de Calakmul (Marcus 1976, 1993: 154-155). La teoría militar que estudia las distancias caminadas dictamina que las unidades políticas como las de los antiguos mayas pueden sólo controlar directamente un te-
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rritorio que comprende un radio de 60 km a partir de cualquier centro dado (Hassig 1992:85). Estos datos son coherentes tanto con la ubicación de las grandes capitales mayas del período Clásico como con el registro de conflictos registrados en los textos jeroglíficos mayas (A. Chase y D. Chase 1998). Los diferentes modelos sobre cómo y por qué las ciudades fueron fundadas en el área maya tienden a enfocarse sobre aspectos ideológicos y cosmológicos; este razonamiento difiere significativamente del empleado en los modelos geográficos tradicionales que están ampliamente enfocados sobre distancias espaciales en relación con consideraciones económicas y administrativas. Sin embargo, en la actualidad, algunos geógrafos están tratando de resolver esta división al enfocarse en historias específicas que identifican patrones más complejos y encubiertos del uso humano del paisaje (Massey 1999, 2001). El presente trabajo es más favorable a esta aproximación. Hay al menos cuatro factores que nos ponen en guardia frente al uso de modelos geográficos tradicionales en las Tierras Bajas Mayas: (1) hay falta de datos arqueológicos para elaborar consideraciones regionales de la organización maya, ya que los sitios y los límites de los sitios están con frecuencia sin mapear (A. Chase 2004; A. Chase y D. Chase 2003. D. Chase y A. Chase 1992); (2) hay disputas paradigmáticas y de escala sobre cómo estaban organizadas las economías mayas, incluyendo disputas sobre si existieron mercados y el papel de las celebraciones en las transacciones económicas (A. Chase 1998; A. Chase y D. Chase 2004; Masson y Freidel 2003); (3) hay visiones divergentes acerca de cómo fueron administradas las regiones políticas mayas y se sugiere que abarcan extensas hegemonías centralizadas, unos cuantos estados regionales hasta grados de estados independientes y cientos de unidades políticas descentralizadas (A. Chase y D. Chase 1996a; Fox et al. 1996; Iannone 2002); (4) confundiendo aún más la situación están las ubicaciones actuales de los sitios mayas, que con frecuencia no satisfacen las expectativas simples basadas en la ubicación de recursos (Graham 1987). Debido a estas limitaciones, la mayoría de los modelos mayas para la fundación de los asentamientos y ciudades —y más aún para una organización más amplia del área maya (Marcus 1976)— enfatizan en la ideología. En cierta medida, este énfasis refleja tanto el desarrollo de la arqueología maya, como el impacto que los jeroglíficos han tenido en nuestro campo. EL IMPACTO DE LOS JEROGLÍFOS Cuando se consideró que los glifos no sólo eran marcadores históricos de tiempo, se enfatizó la religión e ideología (Thompson 1950, 1970); cuando se reconoció que los jeroglíficos eran registros de historias dinásticas (Proskouriakoff 1960), las dinastías estaban aún atadas a la ideología familiar y la cosmología (Kelley 1976; Schele y Mathews 1998). Con esto, las ciudades mayas fueron vis-
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tas como fundadas en o como lugares sagrados, o alternativamente, en relación a rasgos específicos del paisaje relacionados con la cosmología (Ashmore 2004; Brady y Ashmore 1999). Aunque reconocido, no se enfatizaba en el uso de la ideología para servir a amplios propósitos políticos o económicos. Recientemente, ha habido una incursión en el tema de las «cortes» mayas que forman el núcleo central administrativo de los sitios mayas del Clásico (Inomata y Houston 2001). Sin embargo, esta propuesta ha tenido que adoptar un marco de referencia singular en donde sólo hubo una única corte por sitio y en la cual se asume que los aspectos económicos debieron haber sido controlados por la corte y haber tenido lugar en ella. La corte y la dinastía tienden a ser vistas como una misma cosa dentro de una rudimentaria cubierta de complejidad. La posibilidad de que existieran grupos múltiples competitivos de la elite no ha sido completamente adoptada por este modelo; ni tampoco han sido analizados los planos espaciales de sitios (o cortes) para obtener información económica. En cierta medida, la visión de las cortes corresponde a una lectura literal de la epigrafía y sus dinastías. La falta de claridad con respecto a la economía refleja de nuevo la ausencia total de este tipo de datos dentro del registro jeroglífico, cuando se le compara con la abundancia de datos económicos y de unidades domésticas que pueden obtenerse de los contextos arqueológicos. Los glifos sugieren que los edificios y palacios dentro de una ciudad pueden ser «fundados» y conmemorados. Hasta pequeños espacios, tales como las tumbas, pudieron haber sido fundadas o consagradas (D. Chase y A. Chase 2003). El punto en el tiempo de estas fundaciones se relaciona algunas veces con lapsos de vida individual, como por ejemplo Yaxchilán (Tate 1997), y en otras ocasiones se relaciona con rituales calendáricos (A. Chase y D. Chase s.f.; Rice 2004); en algunos casos, los calendarios y rituales individuales llegaron a fusionarse (D. Chase y A. Chase 2004). Si bien los mayas intentaron unir dinastías con fundaciones, como se puede ver especialmente a través de las cuentas dinásticas que se conservaron (Jones 1977), está claro que los asentamientos iniciales de las ciudades de las Tierras Bajas del Sur fueron independientes de cualquier fundación dinástica. Quizás en el caso de Dos Pilas coincidieron una ciudad y la fundación dinástica (Houston 1993). Como la mayoría de los otros centros en las Tierras Bajas del Sur, las ciudades de Tikal y Caracol ya existían desde hacía siglos cuando sus dinastías del período Clásico fueron «fundadas» en el 90/190 d.C. (Martin y Grube 2000: 27) y en 331 d.C. (A. Chase et al. 1991). Aún en lugares donde las dinastías fueron fundadas relativamente tarde, como en Naranjo (Petén), donde el primer soberano reconocido fue denominado como el «noveno sucesor», existieron otros cálculos mitológicos los cuales se llevaban al mismo tiempo y la deidad fundadora se coloca como el «trigésimo quinto sucesor» (Martin y Grube 2000: 70). En Copán se conocen también referencias similares con eventos mitológicos, supuestamente útiles políticamente para el reinado de la dinastía (Martin y Grube 2000: 193).
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Si bien el orden espacial de las ciudades mayas en relación a la cosmología e ideología ha sido objeto de una extensa revisión (Freidel et al. 1993; Schele y Mathews 1998; ver también Ashmore 2004:184), el tema ha sido objeto de un tan serio, como no resuelto, debate (Ashmore y Sabloff 2002, 2003; Smith 2003, 2005; Spajck 2005). Mientras que los mayistas tienden a ver cosmología e ideología en la mayoría de las cosas, otros mesoamericanistas muestran que no es así. Parte de la disputa puede atribuirse a diferentes aproximaciones arqueológicas, o lo que en alguna ocasión se llamó coloquialmente como la gente «visceral» versus la gente «con cabeza». Los mayistas han tendido a descansar más en la ideología y la cosmología para las explicaciones causales que en realidades materialistas que se orientarían hacia la economía y la administración. Por lo tanto, mientras se invoquen los principios cosmológicos para explicar la organización espacial de las ciudades mayas, será muy raro relacionar los aspectos económicos y administrativos al espacio del paisaje. Y la realidad es que son necesarias ambas aproximaciones. LA FUNDACIÓN DE CIUDADES MAYAS: CASOS ESPECÍFICOS A continuación se presentan datos arqueológicos relevantes relacionados con la fundación y refundación de tres ciudades mayas: Tayasal en Guatemala y Santa Rita Corozal y Caracol en Belice. A nuestro entender, cada uno de estos sitios contribuye con conocimiento específico al entendimiento de cómo un centro maya se fundó y cambió a través del tiempo. Algunos de estos cambios fueron acumulativos en tanto que otros fueron repentinos; todos se reflejan tanto en el registro arqueológico como en la distribución espacial de rasgos arquitectónicos sobre el paisaje de estos sitios. Por lo menos se distinguen cuatro tipos diferentes de establecimientos o fundaciones y, arqueológicamente, pueden ser ordenados en el tiempo. El asentamiento inicial constituye el primer establecimiento, y a este le siguió —en algunas ocasiones— la fundación formal misma que se correlaciona con la arquitectura monumental o los textos jeroglíficos. Estas fundaciones formales —de las cuales reconocemos tres tipos básicos (Fig. 1)— constituyen el objetivo del resto de este trabajo. El primer tipo de dichas fundaciones se refiere aquí a la «fundación ideológica» de una ciudad, por lo general, a través del acuerdo del plan específico de una plaza denominada Grupo E. Este tipo de fundación es evidente tanto en Caracol como en Tayasal. El segundo tipo de fundación sería la referencia a la «fundación dinástica». En algunos casos, como en Caracol (A. Chase y D. Chase 1987) y en Tikal (Laporte y Fialko 1995), esta fundación dinástica se logró por la colocación de un muerto importante en los complejos arquitectónicos que formaron el núcleo original de la ciudad —los Grupos E más tempranos. En otros casos, tales como en Santa Rita Corozal, la fundación dinástica se asoció con una pirámide situada
Fig. 1.—Tipos básicos de las fundaciones formales de una ciudad maya: ideológica, dinástica y administrativa.
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al Norte que soportaba un templo con múltiples cuartos. Siguiendo a la fundación dinástica, si la ciudad tenía un Grupo E con plaza, la plaza focal de la ciudad se cambió con frecuencia en conjunción con una fundación administrativa centrada en un gran palacio (y en los grandes templos en los centros primarios). Una fundación administrativa tenía lugar, por lo general, después de la fundación dinástica de la ciudad. La reciente controversia sobre los ejes direccionales en las ciudades mayas (Ashmore y Sabloff 2002; Smith 2003) muestra el hecho de que la repetición arquitectónica, la topografía y las historias específicas de cada lugar produjeron la configuración espacial final de cualquier sitio. Dado que una sola ciudad maya experimentó múltiples fundaciones, debería ser obvio que ambos ejes, tanto Norte-Sur como Este-Oeste, fueron importantes en cualquier centro maya de gran tamaño. El dato y contexto de los patrones de fundación son, por lo tanto, importantes en el establecimiento de una interpretación encubierta de la estructura y función de los sitios mayas. Tayasal, Petén, Guatemala El sitio de Tayasal se localiza en la parte occidental de una elevación de la península que separa dos brazos del Lago Petén Itzá. El mapa original del sitio, realizado por Morley (1937-1938), cubrió sólo la parte Oeste de Tayasal, en donde se hallaron monumentos esculpidos. En 1971, un proyecto de la Universidad de Pennsylvania realizó un nuevo y más amplio levantamiento de Tayasal, registrando 399 estructuras (A. Chase 1983, 1985b: 187) y excavando 99 de ellas por medio de una combinación de pozos de prueba, calas de aproximación y excavaciones en área (A. Chase 1985a, 1990: 163). Las investigaciones revelaron que la historia del sitio se inició en el período Preclásico Medio (antes de 300 a.C.), sin embargo, lo que nos interesa en esta ocasión son la serie de fundaciones finales llevadas a cabo en el sitio y datadas para el período Clásico. Aunque la arquitectura principal del período Clásico del sitio estaba en la parte del centro originalmente mapeado por Morley, la siguiente investigación también mostró que Tayasal durante el Clásico Tardío siguió un desarrollo arquitectónico regularizado más bien hacia el oriente y occidente de una Acrópolis Central. No fue evidente un eje Norte-Sur (Fig. 2). Quizás el evento más significativo en términos de la fundación del período Clásico Tardío de Tayasal fue la desarticulación de un pequeño Grupo E por una Acrópolis Norte al inicio de esta etapa. La plataforma Este del Grupo E fue el centro asociado con los monumentos del período Clásico Temprano de Tayasal. Lo que en alguna ocasión constituyó una pirámide occidental se aplanó, presumiblemente al inicio del período Posclásico. Como con otros centros mayas en las Tierras Bajas del Sur, los Grupos E formaron el conjunto arquitectónico original en la fundación de Tayasal como su propia ciudad. Los monumentos esculpidos
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Fig. 2.—Mapas de Tayasal, Guatemala: a) asentamiento del sitio; b) epicentro de Tayasal en el Clásico Tardío; c) reconstrucción del desarrollo del epicentro del Clásico Tardío.
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asociados con los Grupos E indican que éste se asoció probablemente con una dinastía fundadora. Basados en la excavación de la Estructura T103, el edificio más importante de la Acrópolis Central de Tayasal, este complejo arquitectónico se fundó al final del período Clásico. Al mismo tiempo, un individuo importante fue enterrado en el grupo más temprano orientado al Este (de una serie de cuatro) que vinieron a definir el eje oriental de la ciudad en el Clásico Tardío. El dato arqueológico muestra un movimiento progresivo hacia el Este por medio de la ubicación de una serie de tumbas a través del tiempo, y que posiblemente indican que estos depósitos se ubicaron de acuerdo con un ciclo de rueda calendárica similar a lo documentado en grupos de unidades domésticas en Caracol (D. Chase y A. Chase 2004). Mientras que las tumbas del oriente probablemente albergaron a individuos masculinos, los grupos hacia el occidente de la Acrópolis Central de Tayasal incluyeron un extenso número de entierros de mujeres e infantes, que pueden fecharse para el Clásico Tardío (A. Chase 1983, 1985c). Por lo tanto, la Acrópolis Central de Tayasal, que es en realidad un conjunto palaciego, parece haber formado el epicentro del sitio a lo largo del Clásico Tardío. Ninguno de los otros grupos hacia el oriente u occidente rivalizaron con este palacio ni en tamaño ni en altura. Como se manifiesta por el arreglo espacial, y la aparición secuencial de determinadas tumbas en los altares del lado oriental, las estructuras de los grupos al Este del palacio central sirvieron para funciones públicas y rituales, presuntamente asociadas con un grupo de segundo nivel de la elite, quienes manejaron Tayasal como un centro administrativo. Los verdaderos grupos residenciales se ubicaron hacia el Oeste del palacio central. El plano del sitio de Tayasal durante el Clásico Tardío representa una versión secuencial aumentada de grupos de estructuras ubicados lateralmente y cerca de un palacio central que surgió con una fundación administrativa del sitio a final del período Clásico Temprano. Arqueológicamente, sin embargo, el sitio contiene toda una gama de eventos de fundación formales. El Grupo E significa que el sitio tuvo un centro ideológico. Los monumentos del Clásico Temprano son indicadores de una dinastía fundadora que se relacionó con el Grupo E, sin embargo, al final de este período, el palacio central de Tayasal se convirtió en el punto focal de la ciudad, representando su papel como un centro administrativo dentro de una unidad política mayor. No hay un aparente centro de atención hacia los templos dentro del centro de Tayasal, y este hecho ubica especialmente al sitio como un centro de segundo nivel. Santa Rita Corozal, Belice Santa Rita Corozal se localiza en el Norte de Belice y tiene la apariencia de una isla situada tierra adentro, al estar sobre un farallón entre dos ríos mirando ha-
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cia la Bahía de Corozal. Este centro fue más pequeño que Tayasal y Caracol durante el Clásico Tardío y muestra una historia arqueológica diferente. El sitio presenta algunos de los materiales arqueológicos más tempranos que se conocen para el Norte de Belice (D. Chase 1981; D. Chase y A. Chase s.f.) y fue también una gran ciudad capital maya durante el período Posclásico (D. Chase 1982; D. Chase y A. Chase 1988). Sin embargo, su historia arqueológica siempre está relacionada con las fortunas políticas de otros sitios del área, particularmente de Cerros, ubicado al otro lado de la Bahía de Corozal y para el cual existen excelentes datos arqueológicos (Freidel 1978; Walter 1998). Santa Rita Corozal fue investigado por el Corozal Postclassic Project durante cuatro temporadas de campo efectuadas entre 1979 y 1985 (D. Chase y A. Chase 1988). Se trabajaron un total de 43 estructuras por medio de calas de aproximación y excavaciones en área. Sin embargo, en su mayoría los edificios investigados fueron seleccionados con el fin de contestar preguntas específicas relacionadas con su ocupación durante el Posclásico Tardío del sitio (D. Chase 1982, 1985, 1986). El mapa del sitio de Santa Rita Corozal (Fig. 3) muestra una serie de plataformas largas y estructuras aisladas distribuidas a lo largo de la parte superior de la aparente isla de tierra adentro; sin embargo, las excavaciones también indicaron que, por lo menos un igual número de estructuras, existieron en el «terreno vacío» y no eran visibles en la superficie del terreno (D. Chase 1990), esto dificultó cualquier intento de ver el espacio como solamente una superficie. Si bien se halló cerámica y artefactos del período Posclásico en todos los edificios excavados, sólo el 20% de estas estructuras proporcionaron restos arqueológicos del Clásico Temprano, y sólo el 30% de los edificios evidenciaron una ocupación en el Clásico Tardío. Si existió en Santa Rita un foco central durante el Clásico, éste debió de haber sido la Estructura 7, una pirámide de 12 metros de altura que fue tempranamente investigada (1898) y registrada por primera vez por Thomas Gann (1900). Como resultado de las excavaciones del Corozal Postclassic Project en esta estructura, fue evidente que la pirámide más alta del sitio fue completamente construida y utilizada durante el Clásico Temprano, datación confirmada por la presencia de tres elaborados entierros y dos ofrendas (D. Chase y A. Chase 2005). La arqueología de Cerros, permite situar a Santa Rita Corozal dentro de eventos políticos más amplios. Cerros fue virtualmente abandonado al inicio del Clásico Temprano (Freidel 1978; Walter 1998) y fue entonces cuando, aparentemente, Santa Rita tomó ventaja de la situación al fundar su propia dinastía. No hay, sin embargo, evidencia de una fundación ideológica formal del sitio; más bien hubo una fundación dinástica utilizando una estructura al Norte, en la cual se colocaron ancestros importantes con múltiples símbolos de autoridad de elite, incluyendo vasijas de piedra, una barra ceremonial, una máscara de jadeita, un símbolo ideológico de renacimiento (A. Chase 1992; D. Chase y A. Chase 1989). Por lo tanto, Santa Rita experimentó una fundación durante el Clásico Temprano a través del entierro
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Fig. 3.—Mapa del asentamiento prehispánico de Santa Rita Corozal, Belice; todos los montículos están al oeste de la moderna ciudad de Corozal.
formal de sus ancestros en varias versiones de un templo al Norte que fue, y continuó siendo, la arquitectura más masiva jamás construida en el sitio. Sin embargo, parece que esa dinastía sucumbió, ya que no existen templos datados para el Clásico Tardío ni tampoco tumbas ancestrales fechadas para el mismo período. De hecho, aunque el sitio estuvo ocupado durante el Clásico
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Tardío, nunca existió un centro arquitectónico focal real. La ausencia de tales restos arqueológicos puede ser el resultado de más de un siglo de expansión urbana de la moderna ciudad de Corozal, la tercera más grande de Belice, aunque no hay indicación de la existencia de tales edificios en el mapa de 1898 realizado por Gann, que fue hecho antes del crecimiento urbano moderno. Ante esto, veríamos a Santa Rita Corozal como un fallido centro urbanizado durante el Clásico Tardío, presumiblemente excluido de jugar cualquier papel político o económico significativo. Debe indicarse, sin embargo, que cuando Santa Rita Corozal llegó a ser un gran centro urbano durante el Posclásico, la Estructura 7 fue nuevamente reconsagrada: primero, por el enterramiento de un individuo de alto estatus del Posclásico en la escalinata más temprana de la estructura, y segundo, por el uso repetido de esta escalinata para rituales asociados con incensarios posclásicos. Caracol, Belice De los tres sitios discutidos en este trabajo, es de Caracol del que se posee más información arqueológica en relación a los eventos de fundación. Si bien han sido halladas construcciones públicas tempranas en varias áreas del epicentro de Caracol (A. Chase y D. Chase s.f.), el Grupo A del sitio posee la apariencia de ser un complejo arquitectónico Grupo E con su alta pirámide de 25 metros en el Oeste y su plataforma Este elevada soportando múltiples edificios. Las excavaciones han demostrado que tanto la pirámide del Oeste, Estructura A2, y el edificio más grande sobre la plataforma Este, Estructura A6, fueron edificados y alcanzaron su mayor altura durante el período Preclásico Tardío (A. Chase y D. Chase 1995). De singular importancia fue el hallazgo de cuatro ofrendas en el núcleo de la Estructura 6, dos de ellas selladas dentro de la —muy bien cubierta— Estructura A6-2 (segunda) y otras dos asimismo selladas en el núcleo de la Estructura A6-1 (primera). Estas ofrendas de Caracol contienen abundantes artefactos y contradicen la caracterización actual de que todas las ofrendas del Preclásico son «muy escasas» porque contienen «pocos objetos» y exhiben «poca variedad» (Krejci y Culbert 1995: 11). Más impresionante que el contenido de las ofrendas de la Estructura A6 es su datación y, por extensión, la datación de la fundación de este Grupo E. Se recuperaron restos de carbón en las dos ofrendas selladas de la Estructura A6-1, así como también de los restos quemados de pisos sellados localizados directamente encima de las ofrendas; además, también fueron fechadas dos vigas de madera situadas sobre el acceso de una puerta en el interior de la Estructura A6-1. Estas seis muestras de carbón produjeron resultados consistentes y pueden ser usadas para fechar la Estructura A6-1 entre 10 d.C. y 60 d.C. ¿Qué significado tiene el lapso de fechas en relación a la fundación de este complejo arquitectónico? La argumentación es que el Grupo E de Caracol fue fundado en relación al alineamiento con dos ciclos calendáricos (A. Chase y D.
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Chase s.f.), celebrando específicamente tanto la llegada del Baktun 8 (8.0.0.0.0 Katun 9 Ahau) y su inicio de un ciclo de 400 años en 41 d.C., como el principio del u kahlay katunob o ciclo de 256 años de la Cuenta Corta (ver Puleston 1979), fechado 20 años antes, en el Katún 11 Ahau que concluyó en 21 d.C. Este fue el alineamiento más cercano de estas importantes cuentas temporales desde que coincidieron como Baktun 6 –Katun 11 Ahau en 747 a.C. Por lo tanto, el argumento que puede plantearse es que la fundación ideológica de Caracol está temporalmente relacionada con actividades que se realizaron en el centro del sitio, y con el inicio del ciclo 8 en el año 41 d.C. La relación entre estos ciclos temporales y el complejo arquitectónico del Grupo A de Caracol pueden emplearse para apoyar la extensión del modelo Posclásico may de Rice (2004) sobre la organización política de centros mayas en un período más temprano. Caracol también tiene descrita en glifos una reconocida fundación dinástica que se fecha en 8.14.13.10.4, o 331 d.C. Esta fecha se registra en el Marcador 3 del juego de pelota en relación al fundador del sitio, Te’ K’ab’ Chaak; el soberano reinante, K’inich Joy K’awiil, se reconoce en 798 d.C. como el vigésimo séptimo gobernante desde el fundador (A. Chase et al. 1991). Resulta importante indicar que la fundación dinástica de Caracol existe solamente en el registro jeroglífico y es 300 años después de la fundación ideológica. No se pueden asociar construcciones específicas con la «fundación dinástica». Por el contrario, y como se encuentra en otros sitios como Tikal (Laporte y Fialko 1995), algunos de los entierros dinásticos más tempranos del sitio fueron colocados aquí en relación al Grupo E (A. Chase y D. Chase 1995; Satterthwaite 1954), aunque también se colocaron otros entierros en la Acrópolis Sur del sitio. La fundación administrativa de Caracol no se realizó en el Grupo A, más bien se enfatizó la construcción al Norte en el Grupo B, al que ahora nos referimos como «Caana» o «Lugar del Cielo». Durante el Clásico Tardío, la parte superior de Caana fue el palacio del gobernante, estando repleta de edificios abovedados con múltiples cámaras, cuartos para almacenar y templos (A. Chase y D. Chase 2001a). Caana había sido construido a finales del período Preclásico, alcanzando ya una altura de por lo menos 38 metros (A. Chase y D. Chase s.f.), de manera que esta «montaña» también antecede de forma clara la fundación dinástica. En algún momento después del exitoso evento militar de Caracol contra Tikal, en 562 d.C. —un proyecto que le aseguró a Caracol su independencia dinástica de Tikal, (A. Chase 1991; Martin y Grube 2000)— el complejo arquitectónico Caana alcanzó su actual altura de 43,50 metros. Entre los primeros edificios de la parte superior de Caana que fueron modificados se encuentra un templo ancestral en el Este, el cual fue ampliamente removido y reemplazado con un nuevo edificio, que contuvo tres nuevas tumbas construidas previamente en su núcleo y cuidadosamente edificadas sobre una tumba más temprana fechada en 537 d.C. La primera de las tumbas preconstruidas se ocupó en 577 d.C. Al mismo tiempo que el edificio Este era restaurado, la edificación Norte se convirtió en el centro de una
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intensa actividad ritual con ofrendas y fue cubierta también por un nuevo inmueble. La reconstrucción simultánea de los dos templos de Caana —presumiblemente en concierto con los palacios de la parte superior— fue un trabajo significativo, que anunció el poder político que Caracol mantendría al inicio del Clásico Tardío y supuso la reorganización espacial del sitio. Al mismo tiempo que Caana estaba siendo reconstruido, Caracol también replanteó su paisaje económico y su paisaje interno a través de la colocación intencional de nuevas grandes plazas (Fig. 4) que sirvieron como mercados dentro del ambiente urbano (A. Chase 1998; A. Chase y D. Chase 1996a, 2004).
Fig. 4.—Mapa de Caracol, Belice, mostrando el asentamiento y las calzadas del sitio; el anillo del 3 km. incluye nuevas grandes plazas que sirvieron como mercados; el anillo del 6 km. indica sitios tempranos que fueron independientes, pero que quedaron integrados al área metropolitana de Caracol en el Clásico Tardío.
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Los grupos del extrarradio, localizados entre 5 y 8 km de distancia, que antes del Clásico Tardío estuvieron unidos con el epicentro de Caracol por medio de calzadas, fueron integrados al área metropolitana en dicho periodo. Al inicio del Clásico Tardío, un nuevo conjunto de calzadas y grupos terminales fueron construidos en un anillo alrededor del epicentro de Caracol y a una distancia aproximada de entre 3 y 3,5 km (A. Chase y D. Chase 1996a, 2001b; A. Chase et al. 2001). La similitud en los planos de estas grandes plazas de los grupos terminales, su conexión directa con el epicentro del sitio y su colocación regular dentro del sistema de asentamiento, las hacen ser puntos ideales para las interacciones administrativa y económica, con una población rápidamente creciente que excedió los 115.000 habitantes para 650 d.C. La fundación administrativa de Caracol, que tuvo lugar después de 562 d.C., implicó no sólo reconstruir el conjunto palaciego del epicentro sino también edificar un sistema económico y administrativo completamente nuevo que sirvió como marco para la ciudad. CONCLUSIÓN Los sitios mayas fueron ocupados y re-ocupados, fundados y re-fundados. Hasta hace poco tiempo, los mayistas han puesto gran énfasis en la colocación y relación entre sitios en vez de la creación y re-creación de espacios dentro de las mismas ciudades. No solamente las nuevas ciudades definidas tuvieron cambios internos específicos, sino que a su vez estos arreglos fueron modificados por subsecuentes revitalizaciones, re-organizaciones y crecimiento. Cómo y por qué los sitios fueron fundados inicialmente, re-fundados, renovados o abandonados, aún quedan en el aire como algunas de las más intrigantes preguntas en los estudios sobre la Cultura Maya. En este trabajo se han identificado tres tipos formales de fundación asociados con los sitios de Tayasal, Santa Rita Corozal y Caracol siguiendo sus ocupaciones y asentamientos iniciales. Estas fundaciones de las Tierras Bajas del Sur siguen por lo general un orden temporal específico: primero establecieron un centro ideológico, luego se enfocaron en los aspectos dinásticos y finalmente fueron reordenadas siguiendo un foco administrativo. La fundación ideológica de Tayasal y Caracol entre los períodos Preclásico Tardío y Clásico Temprano se asocia con un tipo específico de arquitectura monumental referida coloquialmente como «Grupos E». Esta arquitectura monumental no estaba originalmente asociada con entierros ancestrales sino más bien con ofrendas y, presumiblemente, con un centro mitológico. Por lo menos en Caracol, la creación y fundación de este lugar maya estaba relacionado al ritual calendárico y con el establecimiento del octavo Baktun. La fundación dinástica está directamente indicada en los textos jeroglíficos que hacen referencia al establecimiento de una línea reinante. Estos son por lo general textos históricos que se refieren atrás en el tiempo a un punto en los pe-
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ríodos Preclásico o Clásico Temprano. Las fundaciones dinásticas están también indirectamente indicadas en la colocación de entierros ancestrales de la elite en la arquitectura monumental. Esta forma arqueológica se relaciona con el temprano Grupo E de Caracol y probablemente el de Tayasal, aunque también está planteada en el templo Norte de Santa Rita Corozal. La fundación administrativa corresponde con la construcción de palacios. Estas fundaciones se fechan especialmente para el final del Clásico Temprano o el inicio del Clásico Tardío. Mientras que en Tayasal la escala y el orden espacial visto en la fundación administrativa es apropiada para un centro de segundo orden, en Caracol la fundación administrativa se corresponde con amplios eventos políticos, y con un crecimiento poblacional masivo que necesitaba mecanismos arquitectónicos para integrar una enorme área metropolitana. En contraste, Santa Rita Corozal desapareció del paisaje político en el período Clásico Tardío y nunca fue establecida una fundación administrativa durante este periodo. Cualquier sitio pudo haber tenido determinadas fundaciones visibles en sus formas construidas. El espacio de los sitios mayas no es una simple superficie, es más bien la cubierta de una profunda construcción que ha sido creada, modificada, fundada y re-fundada de acuerdo con el contexto y las necesidades del momento. La exploración de patrones específicos de fundación es, por consiguiente, de gran utilidad en el examen y comparación de las trayectorias del antiguo asentamiento, cultura e historia mayas. Agradecimientos: Tayasal, Guatemala, fue excavado con fondos procedentes del University Museum de la Universidad de Pennsylvania y de la Ford Foundation. Las investigaciones en Santa Rita Corozal, Belice, fueron patrocinadas por la United States National Science Foundation (BNS-8318531; BNS-8509304), el University Museum de la Universidad de Pennsylvania, y fuentes privadas. Las excavaciones llevadas a cabo en Caracol, Belice (ver http://www.caracol.org) han sido realizadas con ayuda de las siguientes instituciones: donaciones privadas a la Universidad de Florida Central, fondos procedentes de Ahau Foundation, Stans Foundation, Harry Frank Guggenheim Foundation, Dart Foundation, Foundation for the Advancement of Mesoamerican Studies, Inc., United States Nacional Science Foundation (DBI-0115837; SBR-9708637; SBR-9311773; BNS8619996), United States Agency for International Development, y del Gobierno de Belice (especialmente el Instituto de Arqueología). Rafael Cobos es responsable de haber traducido el texto del inglés al español. Sobre todo queremos dar las gracias a los doctores Andrés Ciudad Ruiz y M.a Josefa Iglesias Ponce de León, nuestros anfitriones tan generosos y atentos en Pamplona.
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4 DEL ARRAIGO MEDIANTE EL CULTO A LOS ANCESTROS A LA REIVINDICACIÓN DE UN ORIGEN EXTRANJERO Dominique MICHELET y Charlotte ARNAULD UMR «Archéologie des Amériques», CNRS
Durante el periodo Clásico, la organización socio-política maya puso un énfasis especial en el carácter autóctono de la autoridad (ya sea familiar o real), la cual se ejerció en el lugar donde vivieron, dirigieron los asuntos del grupo y fueron sepultados los ancestros. Esta propuesta cuenta con numerosos elementos a favor, tanto en la iconografía del poder como en la configuración espacial de las ciudades clásicas. En realidad, las ciudades fueron, en su gran mayoría, extraordinariamente estables durante varios siglos. Sin embargo, autoctonía y estabilidad no significan permanencia estricta en un mismo punto: de hecho, ciertos asentamientos manifiestan movimientos interiores de sus edificios principales, de amplitud variable, los cuales coincidieron, o no, con cambios de orden dinástico; y por otra parte, existen algunos sitios de fundación tardía y/o de corta trayectoria. Estos diferentes puntos pueden ser ilustrados a partir de numerosos ejemplos, entre ellos, algunos sitios trabajados por los autores en los últimos veinte años (zona del Puuc occidental, Balamkú, La Joyanca, Río Bec…). Así pues, parece ser que la ciudad maya clásica agrupaba a varias unidades de población, cada una con arraigo ancestral y, entre ellas, las casas reales y nobles se disputaban el poder. El Clásico Terminal habría marcado la transición hacia una nueva organización de los centros, en la que la autoridad parece fundamentarse en otras bases. Uxmal probablemente mantuvo la antigua tradición, pero Chichén habría sido la primera ciudad en promover un «poder alóctono» de acuerdo con un concepto, no sin antecedentes, que se desarrolló más vigorosamente durante el Postclásico. Éste se encuentra claramente expresado en distintos textos del siglo XVI a través del mito de la migración desde Tula. Si en estos mismos textos aún se percibe algo del antiguo concepto de la autoctonía, las más importantes ciudades postclásicas, tanto del norte de Yucatán como de Guatemala, se fundaron, abandonaron y refundaron de tal manera que, al parecer, el arraigo ancestral ya no tenía tanto peso como antes. 65
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Si todo asentamiento fue fundado en algún momento antes de desarrollarse, cualquiera que haya sido la forma que logró tener, uno de los puntos más impactantes que enseña la arqueología de los centros mayas clásicos es la larga duración de su ocupación. En las Tierras Bajas Centrales en particular, ya sea que se trate de las aglomeraciones que alcanzaron el mayor tamaño, el mayor número de habitantes o el máximo poder político (Tikal, Calakmul), o bien de asentamientos mucho más modestos (Balamkú, por ejemplo), es muy común que las excavaciones hayan revelado ocupaciones continuadas de entre 10 y 18 siglos. La estabilidad espacial global de los sitios, salvo por supuesto algunas excepciones, sería pues un hecho característico en la ocupación del espacio por parte de los mayas antiguos, al menos hasta el final del Clásico. Por lo tanto, los acontecimientos que las palabras «refundación» y «relocalización» traducen, no remitirían —a primera vista— más que a epifenómenos, reducidos cuantitativa y cualitativamente. Si la continuidad a la cual nos referimos es acertada, uno tiene que preguntarse a qué causa se debe. En realidad, a partir de los conocimientos acumulados, especialmente aquellos relativos a los modos de crecimiento de los asentamientos (tanto a nivel de las unidades residenciales como de las comunidades enteras), es lógico suponer que los mayas compartieron, durante mucho tiempo, un ideal sobre la manera de asentarse en un lugar y se apegaron a él. En una sociedad básicamente agrícola como la maya, la posición de primer ocupante es lo que establece la posesión de un territorio, de allí la importancia que se reconoce, en todos los estamentos sociales, a los fundadores y/o a los antecesores, puesto que de ellos deriva toda clase de poder, económico y político en particular. Dicha importancia se manifiesta generalmente por el entierro in situ de sus restos óseos como confirmación del derecho para ocupar un terreno y, por lo menos a partir de cierto momento, se habría concretado en un culto o una veneración más o menos sistemática de los ancestros. En paralelo a este proceso se habría impuesto también una ideología de la autoctonía. Estos principios, traducidos en hechos, constituirían en definitiva el fundamento de la fuerte estabilidad espacial de los sitios. Ahora bien, si antigüedad en la ocupación, «ancestralidad» y autoctonía se combinaron en un paradigma que aparentemente imperó durante el Clásico, existen excepciones al modelo o variaciones en torno a él que merecen ser analizadas. En realidad, esta visión de la sociedad maya clásica y de los sitios arqueológicos que ella nos dejó, reencuentra algunas de las ideas adelantadas por Patricia McAnany (1995) en el estudio que ella consagró al papel alcanzado por la relación con los ancestros en el mundo maya (véase asimismo la investigación de Arnauld y Michelet 2004). Sin embargo, al interrogarnos aquí sobre la estabilidad de los asentamientos y sus motivaciones, no podemos dejar de preguntarnos también acerca de la permanencia, o no, del modelo que aparentemente prevaleció durante el Clásico, y aun acerca de su exclusividad. En efecto, los trastornos que afectaron a una gran parte del área maya en el Clásico Terminal y las nume-
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rosas novedades que se notan en los asentamientos del Postclásico, bien podrían representar, si no el reemplazo completo de un modelo por otro distinto, al menos su transformación parcial: si la veneración de los ancestros perdura —algo que el registro arqueológico debería normalmente poder confirmar—, parece ser que el arraigo espacial asegurado anteriormente por ella habría sido complementado, o aun en parte suplantado, por otra vía de acceso al poder: la reivindicación de un origen extranjero prestigioso. En las líneas siguientes, a través de unos ejemplos seleccionados, se tratará de ilustrar —y al tiempo comprobar— la existencia del paradigma clásico en el modo de asentarse, de discutir también algunas de sus variantes o aun excepciones, y posteriormente de precisar cómo este paradigma se fue transformando, tal vez, a partir del Clásico Terminal. EL «PARADIGMA CLÁSICO» En una sociedad agraria la tierra es, sin duda, el bien más preciado. Cuando un agricultor se asienta en un sector de nadie, es de suponer que se apodera del espacio que necesita para su supervivencia y bienestar, y normalmente transmite sus propiedades a sus descendientes. Estos últimos tenderán a vivir en el mismo lugar o muy cerca, con el fin de captar los recursos heredados de su antecesor, el primer asentado, es decir, cultivar a su vez las mismas tierras, y eso se mantendrá mientras el grupo no rebase el número de personas que el terreno poseído puede nutrir. En un sistema de este género la propiedad de la tierra es tanto más indiscutible cuanto que la ocupación es antigua: el arraigo es entonces determinante, lo que puede lograr desembocar en, o confundirse con, una ideología que exalta la autoctonía. Por supuesto, la herencia entre un fundador y sus seguidores, cualquiera que sean las reglas de transmisión —unilineal o no—, suele beneficiarse de varios medios: tradición oral, manejo de las genealogías e incluso el culto de los ancestros. Este comportamiento, que acabamos de resumir en sus grandes líneas, puede finalmente dejar huellas materiales susceptibles de ser investigadas en un contexto arqueológico, muy particularmente en el ámbito de los patrones de asentamiento. Desde al menos la transición Preclásico Medio-Tardío, los mayas de las Tierras Bajas habrían experimentado este sistema de ocupación hasta formalizar la veneración de los ancestros, es, por ejemplo, lo que asevera McAnany (1995) a partir de los datos de K’axob donde, hacia el final del Preclásico Tardío, aparece un adoratorio con restos funerarios que habrían recibido un tratamiento específico. Para McAnany (ibidem), los ancestros en los que se fundamentaban la tenencia de la tierra y/o el poder serían, por un lado, aquellos correspondientes a lo que ella califica de «linajes», y, por el otro, aunque más tarde, los de las dinastías reales (véase McAnany 2001). Ahora bien, para la población en general existen se-
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ñales de que el modelo descrito pudo haberse aplicado aun a niveles inferiores a los linajes, específicamente a las familias extensas. Wilk (1988) recuerda que la arqueología maya documenta una gran variedad de organización de las residencias, desde casas aisladas hasta grupos de edificios que corresponden a unidades multifamiliares complejas. Sin que suponga una sorpresa, los conjuntos más grandes —pero no forzosamente los más elaborados— resultan ser, cuando se excavan, los de ocupación más larga; y la comparación que el mismo Wilk propone con el Japón feudal de los siglos XVII y XVIII, sugiere que el tamaño de los grupos residenciales tal vez esté relacionado con la cantidad de tierras que cada uno tenía a su disposición. Los trabajos sistemáticos de W. Haviland en unos conjuntos habitacionales de Tikal, muy particularmente en 2G-1 (Haviland 1988), ejemplifican perfectamente el paradigma que nos ocupa, y eso en un rango entre los más bajos de la jerarquía social, ya que, como hace notar Haviland, las casas del conjunto 2G-1 no requirieron mucha inversión, y las pertenencias de sus habitantes apenas superaban la media común de las herramientas cotidianas, todas elaboradas en materias primas locales salvo las piedras de moler, las manos y los objetos de obsidiana. En 2G-1 la historia empieza con una primera casa a la cual poco a poco fueron anexionadas cuatro construcciones más (Fig. 1). Las transformacionesagrandamientos del grupo habrían ocurrido cada 25-35 años, y coincidido al parecer con la muerte de una o varias personas. El primer edificio construido destaca por su arquitectura de calidad ligeramente superior, por estar asociado con un mobiliario un poco más esmerado y, sobre todo, por albergar, debajo de sus pisos, a un máximo de entierros. Así pues, la casa 2G-59, lugar de habitación del fundador y probablemente de los jefes subsecuentes de la familia, se volvió igualmente la residencia de los antepasados, punto focal del grupo en todos sus sentidos. Finalmente cabe recordar que la ocupación de 2G-1 abarca un mínimo de seis generaciones y cubre un intervalo de más de 200 años (600 ?-800 d.C.), lo que no es nada desdeñable en cuanto a duración y, por ende, estabilidad, tratándose de un hábitat popular. En el otro extremo de la escala social, y siempre en Tikal, sabemos ahora bastante de la sucesión de treinta y tres gobernantes durante aproximadamente ocho siglos (Jones 1991; Martin y Grube 2000). El primer personaje conocido epigráficamente, Yax Ehb’ Xook, habría vivido en el primer siglo de nuestra era y el Entierro 85, en medio de la Acrópolis Norte, podría haber sido su morada mortuoria. Si entre los soberanos posteriores, no hubo culto a un ancestro único, no faltan sin embargo, en las inscripciones, referencias a antecesores, notablemente cuando éstos se distinguieron de una manera o de otra. Por otra parte, no se puede omitir recordar aquí que la primera estela con fecha de Cuenta Larga de todas las Tierras Bajas Mayas (8.12.14.13.15, 292 d.C.), la Estela 29 de Tikal precisamente, representa a un rey de pie y, sobre él —en el cielo—, la imagen de su probable padre. Este tipo de representación de padre o antecesor supervisando a un sucesor, inventado tiempo atrás por los olmecas, será repetido en numerosos centros mayas
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Fig. 1.—Tikal, Grupo residencial 2G-1, reconstrucción tentativa de sus ocupantes y ubicación de las sepulturas en dos momentos distintos (según Haviland 1988).
clásicos. A falta de un culto a un solo fundador, Tikal reveló varias tumbas reales, las cuales pueden relacionarse a menudo con individuos específicos; a este respecto llama la atención la concentración espacial de muchas de ellas en la Acrópolis Norte, la cual se convirtió así en una verdadera «Montaña Sagrada», y en sus inmediatos alrededores, teniendo como posible excepción la inhumación de los personajes más importantes en Mundo Perdido entre 250 y 378 d.C. (Laporte y Fialko 1995) (véase Fig. 2). La estabilidad espacial relativa de los lugares de enterramiento de los gobernantes, en realidad no fue comprometida ni por el famoso cambio dinástico del año 378, el cual involucró no obstante a extranjeros. De hecho, la tumba del primer representante de la nueva familia real (Yax Nuun
Fig. 2.—El centro de Tikal con la localización de algunas de las sepulturas reales (mapa adaptado de Martín y Grube 2000).
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Ayiin I, Entierro 10) se encuentra debajo del Templo 34, y la de su sucesor (Siyaj Chan K’awiil II, Entierro 48) debajo del Templo 33, estando ambas construcciones ubicadas en la Acrópolis Norte. Otro detalle, ya señalado (véase en particular Martin y Grube 2000: 34), merece ser retomado: la bien conocida Estela 31, fechada para 445 d.C., obra de Siyaj Chan K’awiil II, copia deliberadamente en su cara anterior la ya mencionada Estela 29, de 150 años antes y… correspondiente a otra dinastía. En última instancia, la permanencia de los reyes de Tikal en un mismo punto no concierne solamente a sus sepulturas sino también, al menos en parte, a sus residencias o palacios. Si bien está establecido que la Acrópolis Central fue el lugar para habitar y administrar, favorecido por los soberanos del Clásico Tardío (Harrison 1999), Juan Antonio Valdés (2001) advierte que, en este conjunto, la Estructura 5D-46 podría haber sido construida por Chak Tok Ich’aak I, es decir poco después de 360 d.C., y que luego este edificio apenas fue modificado; agrega (ibid.: 147) que, por no haber sido recubierto por otra construcción, este palacio debía representar un símbolo de la trascendencia de la dinastía, misma que justamente iba a cambiar con la muerte de quien lo edificó (!). La cercanía mutua de los lugares de vida y de muerte es, a fin de cuentas, un aspecto más de la estabilidad que los individuos que ejercieron el poder supremo en esta ciudad quisieron manifestar, y esto a pesar de las crisis. Sin lugar a dudas Copán es, hoy en día, un ejemplo aún más paradigmático que Tikal del modelo de ocupación del espacio y del arraigo por medio de ancestros, al menos en lo que se refiere a sus gobernantes, los que componen la dinastía que comienza con Yax K’uk’ Mo’ en 426 d.C. y se desvanece con Yax Pasaj a principios del siglo IX, tal y como ha sido demostrado por los trabajos efectuados en el marco de las excavaciones realizadas bajo la Acrópolis (Andrews y Fash 2005; Fash 1991; Sharer et al. 1999). En Copán efectivamente la historia dinástica se desarrolló en un solo y mismo locus, el sector de la Acrópolis y zonas aledañas, o sea una superficie máxima del orden de 5 has. Prototípica en este conjunto es la presencia de un auténtico templo-pirámide dinástico (Templo 16), obra, en su última versión, de Yax Pasaj con el Altar Q frente a su base. Ahora bien, dicho Templo 16 recubre la posible «casa» del fundador (Estructura Hunal) y, en ella, su sepultura; encima de esta primera construcción hay también, entre otros edificios, el templo en que la esposa del fundador fue enterrada (Yenal-Margarita), además de una ambiciosa estructura del décimo soberano (Rosalila), seguramente dedicada al culto del mismo ancestro-fundador. Así, durante casi cuatro siglos, el mismo lugar pero varias veces reacomodado, sirvió para la veneración de una misma persona, fuente, en última instancia, de todo poder. En las inmediaciones de este punto, las excavaciones pudieron también comprobar la existencia de palacios sucesivos, los cuales fueron ocupados, es razonable suponerlo, por los soberanos mismos y parte de su eventual corte (Sharer et al. 1999; Traxler 2001). Aun en
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el caso de que Yax K’uk’ Mo’ hubiera sido un «llegado de fuera»1, lo que resalta claramente de la secuencia arquitectónica de la Acrópolis de Copán es la voluntad de un arraigo local firme, el cual determinó una asombrosa estabilidad espacial. En definitiva, situándonos cerca de algunas de las ideas expresadas por Martin y Grube (1994), podríamos decir, basándonos en los ejemplos de Tikal y Copán, que la esencia del poder real maya clásico fue su carácter autóctono (ellos hablan de un «place-specific system», ibid.: 23). El estudio del glifo-emblema lleva por su parte a pensar que el rey era verdaderamente rey en su ciudad, centro del mundo, sede de su poder y espacio sagrado de sus ancestros. EXCEPCIONES AL MODELO Y/O VARIACIONES EN TORNO A ÉL Vale la pena ahora salir de los casos más típicos que acabamos de ver, para evaluar la validez del modelo en otros sitios donde esta última aparece menos evidente, o aun allí donde se registraron datos contradictorios. La Joyanca ¿un arraigo comunitario que fracasó? La Joyanca (Arnauld et al. 2004) es un sitio de rango medio situado en el Noroeste del Petén, que hoy en día contiene un máximo de 630 estructuras en una superficie total de 160 has, pero que comenzó en la segunda parte del Preclásico Medio como una pequeña aldea. Hacia el Preclásico Tardío ya existían una serie de construcciones en la futura Plaza Principal y, sobre todo, unos pequeños conjuntos de habitación en la orilla sur de la meseta donde se encuentra el sitio (Fig. 3). En el más importante de ellos (Grupo Guacamaya), una pequeña estructura ritual (6F-22 Sub2) estuvo tempranamente asociada con una sepultura, tal vez dedicatoria. Ahí mismo, durante el Clásico Temprano, se depositó otro entierro, éste de estatus definitivamente real, en una cámara abovedada ubicada entre 6F22 Sub1 y una estela que lleva en sus costados la fecha 485 d.C., así como la mención de un lugar y de un nombre de familia. Ello sugiere que, para aquel entonces, el Grupo Guacamaya albergaba a la familia dirigente. Este mismo grupo siguió evolucionando y creciendo, y su ocupación ininterrumpida durante más de un milenio atestigua un apego fuerte al, quizás, primer lugar de residencia sin que este 1 Numerosos indicios señalan que Yak K’uk’ Mo’ vino de fuera (¿de Tikal?) y tenía conexiones, probablemente indirectas, con Teotihuacan, pero no hay que descartar la idea según la cual su casamiento con una mujer copaneca, probablemente de prestigio, pudo haber fortalecido mucho su poder. Por otra parte, el disco Motmot, esculpido aparentemente a petición de su hijo y sucesor, lo representa como un príncipe muy maya, y ello puede ser tomado como un posible testimonio de un deseo de asimilación por parte de los nuevos señores.
Fig. 3.—La Joyanca, Petén, detalle del plano con el Grupo Guacamaya y la Plaza Principal (cuadrícula de 400 m de lado) (Arnauld et al. 2004).
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último haya anexado el espacio religioso y político de la comunidad, a diferencia de lo que ocurrió en numerosos centros mayas donde los edificios político-religiosos lindan con el palacio. En efecto, a partir de 600 d.C. en La Joyanca se construyeron las estructuras rituales más importantes del sitio en la Plaza Principal: primero, 6E-12 Sub y, luego, los dos templos-pirámides 6E-12 y 6E-6, así como un edificio político-administrativo, 6E-13, con una sola banqueta-trono en su centro. Pero ni 6E-12 Sub, ni los basamentos piramidales posteriores parecen haber estado asociados con sepulturas reales (sólo bajo el templo 6E-12 se halló una cámara abovedada que nunca fue utilizada). Por otra parte, 6E-13 sufrió transformaciones, que parecen traducir la aparición de un sistema de poder colectivo en detrimento de la soberanía ejercida por un solo individuo. Efectivamente, durante el mismo intervalo se desarrollaron, en diferentes partes del asentamiento, grupos residenciales monumentales, los cuales bien podrían corresponder a las viviendas de jefes de linajes o de Casas nobles. La antigua familia de Guacamaya, que había gozado en un tiempo de un poder de índole real, no habría logrado imponerse de manera duradera a nivel de la comunidad entera. Balamkú, una probable falsa excepción: el asunto de los desplazamientos limitados de los centros Este sitio, de rango igualmente medio, ha sido parcialmente estudiado, y comprende un mínimo de cuatro grupos monumentales (Fig. 4a). Si bien se ha excavado detalladamente el Grupo Sur, localizado y fechado el Grupo Suroeste (Becquelin et al. 2005), y Ramón Carrasco ha explorado y consolidado una porción del Grupo Central (Boucher y Dzul 2001), se conoce poco del Grupo Norte, el cual contiene sin embargo 3 o 4 templos-pirámides. A pesar de esta limitación, algo se puede comentar sobre la historia del sitio que tiene relevancia para el tema aquí tratado. El Grupo Suroeste, descubierto durante la prospección de 1996, es indudablemente un Grupo o Complejo E. El material cerámico recuperado en sondeos indica tal vez que fue utilizado hasta el Clásico Tardío, pero su construcción se remonta al final del Preclásico, o sea que se trata del conjunto monumental aparentemente más temprano del asentamiento. Este dato coincide bastante bien tanto con los apuntes ofrecidos por Arlen y Diane Chase (en este volumen) como por Juan Pedro Laporte (Laporte y Fialko 1995), y relativos a la precocidad temporal de este tipo de conjunto (véase también al respecto Clark y Hansen 2001). Por su parte, el Grupo Sur (Fig. 4b) conoció un primer apogeo en el Clásico Temprano con un templo-pirámide funerario y una residencia «real» modesta (D5-10). Hacemos notar que la única sepultura hallada intacta en el basamento piramidal era la de un personaje masculino de edad madura acompañado por un ajuar de calidad y por unos fragmentos de bóveda craneana de otro individuo (¿un
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Fig. 4.—Balamkú, Campeche: a) croquis de los cuatro grupos monumentales; b) plano del Grupo Sur: c) fachada principal —norte— de la residencia D5-2.
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antecesor en el poder?). Alrededor de 500 d.C., el templo-pirámide del grupo fue «anulado» —recubierto por un relleno— y el techo del pequeño palacio, abandonado, pronto se colapsó. En este momento, el Grupo Sur dejó de tener un papel importante, pero eso fue justo cuando el Edificio del friso de estuco, que se encontró al noroeste del Grupo Central bajo una pirámide posterior, se edificó y fue ocupado. Sin la menor duda, su iconografía y su morfología lo designan como un palacio real. En resumidas cuentas, aun si la historia general del sitio todavía se nos escapa en parte, es más que probable que hacia 500/550, el centro de poder en Balamkú fuera trasladado 200-300 m y pasara del Grupo Sur al Grupo Central. No conocemos el motivo de este desplazamiento (se puede pensar en el reemplazo de la familia reinante), pero el cambio observado es de amplitud físicamente reducida. Por otra parte, cabe decir que al final del Clásico Tardío y durante el Clásico Terminal, la Plaza D del Grupo Sur se rodeó de tres estructuras residenciales de arquitectura y decoración influenciadas por el estilo Río Bec. La Estructura D5-2 al sur (Fig. 4c) presenta, alrededor de su puerta central, una iconografía de mascarones en los que el motivo pop está presente; eso significa seguramente que quien vivía en D52 era un personaje de cierta importancia y con poder político. Esta nueva instalación en el Grupo Sur, cerca de un antiguo santuario donde algunos ancestros habían sido venerados, no puede ser arbitraria, aun si no hubo relación de parentesco entre los ocupantes tardíos y los dirigentes del sitio 300 años antes. Así pues, estos diferentes episodios en la ocupación abogan aquí igualmente por un ideal de permanencia en el espacio, que se materializa con la presencia de ancestros. Entidades multicentradas y movilidad de los grupos dirigentes Hace algunos años se empezó a tratar de aplicar el concepto de corte a las familias de la elite maya clásica, familias reales y familias nobles cercanas a las primeras. En otros contextos históricos, es bien conocido que numerosas cortes pasaban su tiempo moviéndose de un lugar a otro, acompañando generalmente al soberano. En un nuevo análisis de los sitios de Buenavista y Cahal Pech2, distantes de 5 km entre sí, Ball y Taschek (2001) detallan las características de los dos asentamientos y especialmente de sus respectivos palacios. Sus historias son en buena parte paralelas y coetáneas, aun si los autores evocan aspectos que dan la impresión, como ellos mismos lo reconocen, de haberse sucedido entre ambos lugares: el depósito de las sepulturas más ricas o la construcción y utilización de las canchas de juego de pelota. Aunque la poca información epigráfica disponible en estos sitios sólo permite estar seguro de que los dirigentes eran de mismo nivel en 2 Este análisis en realidad concierne a la pequeña zona comprendida entre los ríos Mopán y Macal en el noroeste de Belice, zona que debería incluir también el centro de Xunantunich.
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los dos lados, Ball y Taschek, apoyándose principalmente en lo que llaman la «identidad complementaria» de sus palacios (Ibíd.: 176), aseveran que estos últimos fueron ocupados por la misma gente, al menos en el siglo VIII y principios del siglo IX. Es decir que estaríamos frente a una única y misma corte, que habría utilizado alternativamente dos palacios. La motivación que se supone da origen a estos cambios estacionales de residencia es de estricta comodidad, aprovechando micro-diferencias climáticas. Aun si éstas existen de verdad, lo que no queda muy claro en la exposición de Ball y Taschek es el porqué de su rechazo de la idea de que cada sitio hubiera podido ser la sede de un poder específico. Ciertamente, tal hipótesis supone una atomización elevada en la organización política, pero veremos enseguida que fue precisamente de esta manera que se interpretó otra zona muy comparable del área maya. Ahora bien, si hubo cortes entre los mayas clásicos, éstas bien podrían haberse desplazado al igual que las de otras partes del mundo y, si no fue el caso, como lo señalan Ball y Taschek, esto constituiría una excepción, la excepción maya. Sitios puuc en la región de Xculoc El estudio que se llevó a cabo en esta región (Michelet et al. 2000) abarcó tres sitios más o menos equiparables, modestos en sus dimensiones y composición, así como los espacios que los separan. La distancia entre Xculoc y Chunhuhub, los dos asentamientos investigados más alejados entre sí, es exactamente la misma que la que hay entre Buenavista y Cahal Pech (cf. supra); sin embargo, al existir aquí otro sitio (Xcochkax) en posición intermedia, los asentamientos puuc resultan bastante más cercanos uno del otro (Fig. 5). A pesar de esta gran proximidad, Xculoc, Xcochkax y Chunhuhub se analizaron como centros, si no totalmente autónomos, por lo menos distintos, y dotados, cada uno, de un poder político propio. La determinación de un sistema tan fragmentado se hizo fundamentalmente sobre la base de la identificación, en cada lugar, de lo que se llamó «edificios sede de poder». Éstos se reconocen por su morfología (número de habitaciones, dimensiones, presencia de una sala de audiencia con posible antesala, etc.) y por su iconografía, e, inclusive, por algunos leves indicios epigráficos. Son entonces pequeños palacios de señores quienes, a pesar de la modestia de su poder, no dudaron en pretender ser reyes. Las fechas de ocupación de los tres centros no fueron íntegramente verificadas por programas extensivos de excavación3, pero de 3 Sin embargo, un conjunto residencial de tamaño medio fue objeto de una excavación sistemática en Xcochkax (véanse Arnauld 1999 y Michelet et al. 2000). Ésta permitió descubrir que su ocupación —expansión se había desarrollado en cinco etapas (Fig. 6) y a lo largo de tal vez siglo y medio. Notemos también que, hacia el final de su historia, este conjunto se dotó de una estructura abovedada ritual propia (E411 en la Figura 6). Aunque fue la única que no se excavó, todo indica que sirvió como adoratorio local, de carácter probablemente familiar.
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Fig. 5.—Mapa de localización de sitios (Proyecto Xculoc, Campeche).
todas formas cubren un lapso total de tiempo relativamente corto: Xculoc y Xcochkax fueron habitados en los periodos Puuc Temprano y Puuc Clásico lato sensu (es decir integrando el llamado «subestilo mosaico»), o sea, como máximo, entre el 730 y 1000 d.C., y Chunhuhub hacia el final del Puuc Clásico (9001000 d.C.). Es decir que los tres asentamientos coexistieron en el último siglo del intervalo, aunque Chunhuhub apareció en el escenario más tarde que los demás. Un traslape sólo parcial en los tiempos de edificación y uso de los respectivos palacios no es una buena condición como para suponer que hayan sido utilizados por los mismos dirigentes. Sus decoraciones, con semejanzas entre los palacios Puuc Temprano de Xculoc (D6-15) y de Xcochkax (C4-6), pero diferencias marcadas
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Fig. 6.—Las cinco etapas de crecimiento del conjunto residencial C-14 en Xcochkax (Proyecto Xculoc, Campeche).
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en el caso de E3-1 de Chunhuhub (Fig. 7), tampoco ofrecen argumento a favor de la postura que consistiría en ver en ellos residencias ocupadas alternativamente por una misma gente. Finalmente, no se percibe aquí cuál podría haber sido el
Fig. 7.—Puertas principales de los edificios-sede de poder: a) Xculoc (D6-15) (según Pollock); b) Xcochkax (C4-6) (según Pollock); c) Chunhuhub (E3-1 (según G.F. Andrews). Proyecto Xculoc, Campeche.
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motivo para que unos mismos gobernantes hayan construido en la zona un palacio cada dos kilómetros. En estas circunstancias, la hipótesis según la cual cada uno de los tres centros habría tenido su propio gobernante, sigue siendo la mejor y, no obstante la corta ocupación de la región, el modelo clásico del arraigo post-fundación podría haber funcionado allí también. Evidentemente, lo que falta en esta región son las sepulturas de los fundadores; pero en realidad, la ausencia o, mejor dicho, la poca presencia de entierros es un fenómeno general en todo el sector puuc, y no afecta solamente a los difuntos más importantes (candidatos al estatuto de ancestros) sino a toda la población. Por otra parte, si la interpretación que se propuso acerca de los modos de fundación de los sitios en la región es válida (véase Michelet y Becquelin 2001, en particular pp. 241-242 en lo referente al pequeño grupo arquitectónico llamado «Chumbeekeste»), los basamentos piramidales, aun si (ya) no eran monumentos estrictamente funerarios, habrían conservado un papel esencial en los procesos de creación de los asentamientos, sirviendo aún tal vez para cultos al espíritu de los ancestros, a falta de sus restos óseos4. Regresando brevemente a Tikal y Copán Hemos aludido más arriba al origen extranjero de Yak K’uk’ Mo. De igual manera, la dinastía que empezó a reinar en Tikal en 378 d.C. fue «instalada» por un personaje ligado con Teotihuacan, y su primer representante, Yax Nuun Ayiin I, era hijo de un príncipe originario del centro de México. Fuera de estos dos casos bien conocidos, en particular gracias a las inscripciones, acontecimientos del mismo género podrían haberse dado en otros sitios sin haber dejado muchas huellas, y eso especialmente durante el Clásico Temprano, tiempo de máxima expansión de Teotihuacan. Histórica y antropológicamente, la elección de jefes entre familias foráneas poderosas es un fenómeno bien documentado en distintos contextos culturales. ¿Habría sido la aloctonía un elemento de revalorización durante el Clásico en las Tierras Bajas Mayas, y en especial para las elites gobernantes? También hemos mencionado que, tanto en Tikal como en Copán, los sucesores inmediatos de los fundadores de las nuevas dinastías parecen haber tomado medidas para aparecer como mayas y aun para «mayanizar» de cierta manera a sus padres. Esto al menos parece confirmar que la autoctonía contaba 4 El déficit de entierros también se constata en la zona de Río Bec. Sin embargo allí hay algo sorprendente: en las torres (falsas pirámides) que realzan las fachadas de algunos edificios importantes de la región, se han hallado, en varias ocasiones (por ejemplo en la torre norte del Edificio B1 o 6N1 del sitio de Río Bec mismo, véase Peña 1998), cámaras abovedadas adecuadas para convertirse en tumbas, lo que nunca llegaron a ser. El simulacro sería pues más completo que lo admitido tradicionalmente, ya que también la función funeraria de las pirámides, al ser evocada por las mencionadas cámaras, habría sido simbólicamente conservada.
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más que el origen extranjero en las herramientas de justificación del poder político en aquel tiempo. Ahora bien, sabemos que en los dos sitios contemplados, descendientes tardíos de ambas dinastías, volvieron a referirse en una forma explícita, y a veces casi teatral, a sus raíces extranjeras. Así Jasaw Chan K’awiil I en Tikal (682-734 d.C.) más de una vez insistió en la conexión que había entre su reino y lo que, en aquel entonces, ya no era más que un pasado brillante, el de Teotihuacan. En Copán por otro lado, de manera repetitiva encontramos en la historia referencias a la «ascendencia» teotihuacana de la familia real, y así la renovación del Templo 26 y la erección de la Estela M por K’ak’ Yipyaj Chan K’awiil en 756 d.C., fueron ocasiones de insistir más en ello (véase William y Barbara Fash en este volumen). Pero, cabe observar, tanto en un centro como en el otro, que el recuerdo, mediante imágenes y/o textos, del origen —gloriosamente— foráneo de los reyes, tuvo aparentemente importancia sobre todo en tiempos de turbulencias político-militares o justo después. Jasaw Chan K’awiil I fue precisamente quien se sacudió el bloqueo que Calakmul había impuesto a sus cinco antecesores, mientras que K’ak’ Yipyaj Chan K’awiil sucedió al rey que había sido derrotado y ejecutado por Quiriguá. Así pues, la reafirmación periódica de los nexos entre los gobernantes de estos dos centros y la ciudad más prestigiosa de Mesoamérica tendría en definitiva poco que ver con el peso de la aloctonía para justificar su posición en el poder; se trataría, más bien, de la movilización ideológica de este origen para ayudar a superar situaciones de crisis. ¿Han ido los sistemas de poder aristocráticos a la par de una menor estabilidad espacial? A la cabeza de las entidades político-territoriales más comunes en el Clásico maya, las ciudades-estado (Grube 2000), se encontraban familias reales o supuestamente tales. Su poder, como vimos, estaba anclado en una ideología de la autoctonía y apoyado —periódicamente renovado— por simples referencias o un verdadero culto al fundador (o a unos ancestros), cuyos restos mortuorios se hallaban enterrados en los basamentos piramidales del centro de la comunidad, cerca de las residencias de sus descendientes. Pero la realeza sagrada, con su ideal de permanencia en el mismo lugar, no fue el único sistema que existió. Apuntamos más arriba que en un sitio como La Joyanca la familia poderosa más antiguamente instalada no había logrado imponerse a las demás «casas nobles» del sector de manera duradera. En Río Bec, según los datos hoy en día disponibles (Michelet et al. 2005; Nondédéo y Michelet 2005), parece ser que entre 600 y 800 d.C. el territorio estuvo dividido entre un gran número de familias de elite más o menos equiparables. Entre los 71 grupos arquitectónicos monumentales hasta ahora registrados en una superficie de 10 km2 y separados entre sí por una
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distancia promedio de 384 m (Fig. 8), no destaca(n) —de forma innegable— uno (o varios) centro(s) rector(es). En otro sitio (del Puuc occidental esta vez), donde también trabajamos, Xcalumkín (Becquelin y Michelet 2003), durante las fases Xcalumkín Temprano (circa 650-725 d.C.) y Puuc Temprano (725-800 d.C.) el poder político habría sido compartido entre varias familias o personajes. En Xcalumkín Temprano en efecto, no existen en el centro del sitio más que siete salones —como mínimo— muy semejantes entre sí y que fueron interpretados como sa-
Fig. 8.—Microregión de Río Bec (10 km2) con la localización de los 71 grupos arquitectónicos monumentales registrados en el marco del Proyecto Río Bec (2002-2007).
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las de reunión de linajes (Michelet 2002: 82, figura 4); durante el Puuc Temprano, es decir en un máximo de tres generaciones, las inscripciones del lugar citan al menos a catorce individuos, entre ellos cuatro con el título de sahal, el más importante entre los que aparecen. Así pues hubo en ciertas partes del mundo maya, y desde el Clásico Tardío, formas de organización y gobierno que pueden ser calificadas de «aristocráticas». La pregunta ahora es, ¿estos sistemas donde no se reconoce la preeminencia de una familia o un personaje descendiente del primer asentado, fueron espacialmente menos estables que el monárquico? Como hemos mencionado, en Río Bec o en Xcalumkín no se han localizado —por el momento— tumbas de ancestros, pero eso puede deberse a unos tratamientos mortuorios locales especiales, y no al tipo de organización política. De hecho, no hay razón para pensar que las «casas nobles» mayas no veneraran a sus fundadores o miembros de excepción. Pero falta mucho para determinar si las sociedades aristocráticas, al igual que el poder monárquico, estuvieron atentas a fomentar su propia estabilidad espacial o si, al contrario, propiciaron un movimiento bronweiano de desplazamientos y fundaciones continuas5… EL DESARROLLO DE UN PARADIGMA ALTERNATIVO Mientras que durante el Clásico Terminal casi todas las ciudades reales de las Tierras Bajas Mayas Centrales y Meridionales se estaban colapsando, las ciudades del norte sobrevivieron, y algunas de ellas desarrollaron las tendencias aristocráticas de las cuales hablamos y que habían surgido durante el Clásico Tardío. Por ejemplo, entre el 800 y 900 d.C., los gobernantes de los sitios del Puuc seguían utilizando conceptos ligados a la realeza clásica, pero al mismo tiempo experimentaban formas de poder compartido (Grube 1994; Carmean et al. 2004): testimonio de ello, las estelas de tradición clásica que mostraban sólo a la persona del rey, ahora, en ocasiones, son sustituidas por estelas de «estilo panel» las cuales representan a varios personajes juntos. Sin embargo, todavía hacia el 915 d.C. en Uxmal reinaba el gobernante Chaak aliado de varias familias poderosas de Chichén Itzá; pero esto no impidió que se abandonara Uxmal hacia el año 950. A Uxmal le sucedió Chichén Itzá y a ésta, Mayapán. Cualquiera que sea el modelo cronológico adoptado (Andrews et al. 2003), Chichén fue contemporánea de ciudades como Uxmal, Ek Balam, Dzibilchaltún y Cobá, aunque alcanzó su apogeo después del ocaso de todas ellas (Cobos 2004: 539-541). En pocas palabras, el Clásico Terminal inaugura una época de marcada inestabilidad en las formas urbanas de la civilización maya. La sucesión de ciudades que, en toda el área 5 En Río Bec en particular la respuesta a esta pregunta implicaría ante todo conocer muy precisamente la secuencia constructiva de los diferentes grupos monumentales a lo largo de los dos siglos de apogeo.
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maya, se fundan y luego se abandonan, llama poderosamente la atención, y debe ser explicada. Paralelamente a la transición política a que nos acabamos de referir, las ciudades mayas del norte integran elementos «mexicanos» en la arquitectura de sus centros políticos. De hecho, influencias mexicanas estuvieron presentes desde el final del Clásico Tardío en Oxkintok y en Uxmal (sin olvidar que el estilo Puuc en sí es ecléctico). Ahora bien, la expresión máxima de esta tendencia fue, sin lugar a dudas, Chichén Itzá en la fase Sotuta Tardío (después del año 900): representa un tipo nuevo de hegemonía posiblemente fundado en cierto cosmopolitismo mesoamericano. En Mesoamérica, después de la caída de Teotihuacan hacia 550 y a partir del colapso de las ciudades mayas del suroeste desde 760 d.C. (Dos Pilas) y sobre todo después del 810-820, ciertos grupos que emanaban de las elites socio-políticas debieron emigrar de una ciudad a otra. Estos movimientos de población, ciertamente no perceptibles en la demografía, ni en los vestigios arqueológicos, no obstante pudieron tener cierto impacto cultural (Arnauld y Michelet 1991): en aquella época, y a causa de este proceso de «migraciones», uno puede pensar que se fue formando poco a poco una ideología cosmopolita, compartida por numerosas entidades políticas y étnicas diferentes, y en virtud de la cual la soberanía suprema, lejana y nominal correspondía a «Tollán», Tulán o «Tula». Recientemente, varios autores han formulado diferentes versiones de esta ideología, las cuales al menos comparten la referencia a Tula así como a Quetzalcoatl (López Austin y López Luján 1999; Ringle et al. 1998; véase también Arnauld 1996a: 255-258). Los rasgos «mexicanos» que presenta tan profusamente la ciudad de Chichén Itzá, por lo demás de tradición cultural claramente maya, se deben de interpretar en esta perspectiva: entre muchos otros elementos, las escalinatas con cabezas de serpiente, las galerías de columnas cuya iconografía ilustra sacrificios y rituales de cofradías militares (Baudez 2002: 281-292) indican que estaba emergiendo una síntesis político-religiosa novedosa. Tal vez Chichén haya tenido un papel pan-mesoamericano durante un tiempo; al menos en el ámbito maya de los siglos X y XI, esta ciudad habría representado una verdadera «Tula». Ahora bien, los dos modelos (realeza sagrada y arraigo local del Clásico, fuerza creciente de las «casas nobles» y reivindicación de un origen extranjero a partir del Clásico Tardío-Terminal) se fueron imbricando. La ideología del origen foráneo regía la formación de las alianzas políticas entre familias nobles, como un cemento indispensable de la nueva unidad, la que el personaje del rey ya no podía (o no debía) encarnar. Esto vale para todas las ciudades mayas a partir del Clásico Terminal6, y queda plasmado de manera insistente en muchos de los textos mayas tardíos de Guatemala. Estos «títulos», «relatos históricos y míticos», crónicas y «dramas» (desde el Popol Vuh hasta el Rabinal Achi) transmitían en escritura al6 Andrea Stone (1989) presentó un argumento análogo para ciudades clásicas en tiempos de Teotihuacan.
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fabética las historias locales de los reinos de las Tierras Altas, aunque moldeadas en la mitología político-religiosa de Yucatán (Arnauld 1996a, 1996b). Aun así, quedan por hacerse muchos análisis etnohistóricos para restituir a las literaturas mayas la unidad verdadera que tenían en tiempos postclásicos, desde el sur hasta el norte (véase Edmonson 1979). De acuerdo con el Popol Vuh, la Historia Quiché de Don Juan de Torres o el Título de Totonicapán, los Anales de los Cakchiqueles, las autoridades políticas de nivel regional se referían a Tula (Carmack 1968: 55), y al soberano del oriente, Nacxit, nombre tolteca de QuetzalcoatlKukulcan. Pero las formas tradicionales de legitimación no habían desaparecido por completo y, por lo tanto, estas autoridades debían hacer alarde también de su origen local, de su arraigo ancestral, es decir afirmar su carácter nativo; afirmación también necesaria para subordinar a los poderes locales. Así es como las referencias a una soberanía lejana se amparaban en la reivindicación de un origen autóctono. Algunos textos organizan estas referencias en una secuencia histórica: primero los ancestros emigran desde Tula hasta Guatemala, enseguida ocupan la Sierra, en «lugares del alba» donde se levantó el sol, abriendo entonces el tiempo de la conquista de los valles; en fin, los jefes superiores vuelven a Tula para conseguir la investidura del gran rey Nacxit. Estos dos mitos combinados en una misma secuencia, más bien dicho estas dos «mitohistorias» (Tedlock 1985), la de Tula en cuanto al origen y a la investidura, la de la Sierra en cuanto al alba del poder y a la conquista, en realidad manejan dos procesos de integración política (Arnauld 1996a: 247-250). La primera «mitohistoria» establece que la unidad de los reinos se fundamentaba en el origen tolteca de sus elites y en la investidura de NacxitQuetzalcoatl, soberano superior quien reinaba en Tula. La segunda recuerda que cada reino en particular tuvo su origen en lugares concretos de la Sierra en las Tierras Altas, a partir de los cuales los ancestros conquistaron los valles y las cuencas: es una teoría de la formación autóctona de cada entidad local. El Popol Vuh en particular insiste en esto: que la estancia en la Sierra fue un periodo de división y, al mismo tiempo, de distribución del poder. Obviamente, el mito de la migración desde Tula proporciona una retórica de unidad en provecho de los más altos linajes k‘iche’ de Q’umarkaaj-Utatlán, mientras que el mito de la Sierra da cuenta de la formación de múltiples entidades independientes —como la de Rabinal— o que pretendían ser independientes usando la vieja metáfora clásica del sol naciente (Arnauld 1993, 1996a, 1996b). Dicha retórica de unidad, que buscaba romper las autonomías locales, afirmaba la soberanía superior de la nueva ciudad k’iché, Q’umarkaaj-Utatlán, bajo la tutela formal de Tula y de Nacxit. Los kaqchikel usaron la misma retórica después de haberse secesionado para fundar su propia ciudad, Iximché, en el siglo XIV (en los Anales). También la encontramos entre los linajes más poderosos de Yucatán cuando se referían a Zuyua y a Tulán (Roys 1972:. 59; véanse también López Austin y López Luján 1999: 101-126, y Stone 1989: 167). En cuanto a la metáfora solar del viejo poder real está presen-
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te en Chichén Itzá, en donde el título político más reiterado de las inscripciones es el del sol naciente (Grube 1994: 329-330). Hasta la «mitohistoria» de la Sierra y de la conquista de las llanuras estaría presente en uno de los Chilam Balam, de acuerdo con López Austin y López Luján (1999: 113). La repetición de estos motivos míticos se explica por el hecho de que, juntos, resolvían la contradicción inscrita profundamente en los sistemas políticos tardíos, aristocráticos pero de tradición monárquica: no sólo la unidad en la diversidad (de las distintas Casas), sino también la jerarquía política impuesta por el rey por encima de la igualdad de los nobles, la imposible «paridad» del primus inter pares. VIDA Y MUERTE DE LAS CIUDADES MAYAS TARDÍAS De alguna manera, la misma contradicción es patente en casi todas las ciudades mayas importantes a partir del Clásico Terminal: son sitios de plazas múltiples sin unidad integrada, compuestos de grupos monumentales estandardizados, equivalentes pero no iguales. Como lo pensó en su tiempo Tatiana Proskouriakoff al analizar los grupos que conforman Mayapán, cada uno representaba un grupo de parentesco potente, el cual hizo alianza con otros para fundar la ciudad (Ximénez describe claramente el proceso para la capital de las Tierras Altas en Guatemala; véase Arnauld 2001: 390-391). Los «temple assemblages» y «basic ceremonial groups» de Proskouriakoff (1962: 91) existieron en realidad antes del Postclásico Tardío: se trata de configuraciones político-religiosas que asociaban dos edificios rituales más o menos elevados con una «casa larga» y baja; estas últimas derivaban de los conjuntos palaciegos clásicos a través de transformaciones complejas (Arnauld 2001). Para el Postclásico Tardío, estas configuraciones han sido estudiadas y comparadas, no sólo en Mayapán, Q’umarkaaj y Kawinal, sino en Topoxte y otros sitios tardíos del Petén, también en Iximché, Mixco Viejo, o los grandes centros de Rabinal y de Sacapulas (Arnauld 1996b; Bullard 1970; Fox 1987; Guillemin 1977; Hill y Monaghan 1987; Rice 1986, 1988; Wallace y Carmack 1977). Vale observar, de paso, la notable similitud que muestran los grupos de Kawinal y Mayapán (Arnauld 1997; Ichon et al. 1980), datos arqueológicos que confirman las relaciones etnohistóricas entre las Tierras Altas y Yucatán en el Postclásico; lo mismo vale para los grupos de sitios tardíos del Petén Central (e.g. Bullard 1970: 302, 1973: 232-233, 237; Rice 1986: 314-316, 1988: 238-243). En todos estos centros tardíos, el agrupamiento de conjuntos semejantes reflejaba un sistema político de alianzas entre linajes nobles, formadas en el momento de la fundación de la ciudad. Claro está, la alianza y la fundación se debieron de hacer bajo la supremacía formal de un linaje (o de dos). En realidad, los centros muestran que había una jerarquía entre los grupos: se distingue un conjunto más importante que los demás, confirmando que el sistema de alianzas
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conserva también un carácter «monárquico», y los salones más largos se localizan en los grupos más grandes (Ximénez menciona estos rasgos, cf. arriba). Además, con excepción de Mayapán y de los sitios insulares del Petén, se puede ver que los grupos están separados entre sí por divisiones defensivas, naturales o construidas, indicio probable de que las alianzas entre linajes gobernantes no prohibían conflictos internos (véase Guillemin 1977: 235, en Iximché; alude también a ello Ximénez). Las famosas rebeliones ocurridas en Mayapán y en Q’umarkaaj entre 1450 y 1470 confirman que fue efectivamente el caso, y cuando se rompen las alianzas, se abandona la ciudad. Chichén, que agrupaba probablemente varias «casas» mayores en el momento de su apogeo, durante la fase Sotuta Tardío que corresponde a la Gran Explanada y a los 13 juegos de pelota (posibles símbolos de alianzas: véanse Wren 1991; Wren y Schmidt 1991), fue así abandonada entre 1050-1100, o en el 1250. Una vez conformadas nuevas alianzas, se fundó una nueva ciudad capital, Mayapán, para agrupar a las «casas» aliadas, pero esta ciudad fue a su vez abandonada después de la rebelión de 1450. En estos dos casos, Chichén y Mayapán, el abandono marcó probablemente el fracaso de dos intentos ambiciosos de construir una gran entidad político-territorial en las Tierras Bajas. Poco después, Q’umarkaaj-Utatlán (que sucedía a otro centro anterior, Izmachí) conoció una grave crisis, aunque no fue abandonada. Sin embargo la secesión de los kaqchikel hizo que se fundara Iximché, provocando una división que resultó fatal para los mayas en el momento de la conquista española. Estas crisis encierran algunos rasgos estructurales semejantes: son revueltas de jefes nobles en contra del rey y de sus favoritos (Carrasco 1988: 6). La ideología alóctona permitió en definitiva, junto con el sistema aristocrático experimentado primero durante el Clásico Tardío-Terminal, construir organizaciones político-territoriales más amplias que las del periodo Clásico. En cambio, las realezas sagradas del Clásico fueron capaces de mantener vigentes y poderosas ciudades milenarias como Tikal y Calakmul así como, a una escala temporal menor, un sinnúmero de otros centros más modestos. El sistema aristocrático tuvo importantes logros, pero desembocó en una fuerte inestabilidad de las ciudades, que contribuyó a fundar, desde el siglo X hasta el final del siglo XVII, si contamos Tayasal en la secuencia de las ciudades mayas tardías. En este caso, no obstante, el fracaso final se debió en realidad a otra soberanía, ésta si, totalmente foránea. BIBLIOGRAFÍA ANDREWS, Antony P., E. Wyllys ANDREWS V Y Fernando ROBLES C. 2003. «The Northern Maya Collapse and its Aftermath». Ancient Mesoamerica 14 (1): 152-156. ANDREWS, E. Wyllys y William L. FASH (Editores). 2005. Copan. The History of an Ancient Maya Kingdom. School of American Research Press. Santa Fe. ARNAULD, Marie-Charlotte. 1993. «Les lieux de l’aube: occupation maya en montagne au
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5 UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD: FUNDACIÓN Y RE-FUNDACIÓN EN LA CIUDAD MAYA DE LA ÉPOCA CLÁSICA DE LA MILPA, BELICE Norman HAMMOND y Gair TOURTELLOT Universidad de Boston
INTRODUCCIÓN El día 30 de Marzo de 1938, el ilustre arqueólogo J. Eric S. Thompson llegó a unas ruinas cubiertas por la selva en la esquina noroeste de Honduras Británica, cerca del límite con México y Guatemala. El sitio había sido reportado por un chiclero —un recolector de chicle que lo cosechaba de los árboles de chicozapote de los cuales la selva era rica—, y, según decían, tenía al menos catorce estelas esculpidas. La Carnegie Institution de Washington, en la cual Thompson trabajaba para la División de Investigación Histórica, tenía interés desde hacía mucho tiempo por acumular cuantos más monumentos con fechas inscritas fuera posible, aún cuando en 1930 no eran conocidas ni la naturaleza histórica, ni la estructura fonética de los textos mayas. En esa época con frecuencia se descubrían nuevos sitios, y el noroeste de Honduras Británica, ahora Belice, era una región inexplorada. Thompson llamó a las ruinas «La Milpa», campo de maíz, porque el campamento chiclero más cercano —uno de los pocos rasgos humanos en la densa selva tropical— tenía una pequeña milpa para abastecer de maíz fresco a los hombres durante la temporada de recolección de la resina de los árboles. Las notas de campo de aquella visita incluyen un croquis de la que ahora se conoce como la Gran Plaza, o bien Plaza A, en la cual marcó la posición de doce estelas1 (Fig. 1). El investigador reportó jeroglíficos en varias de ellas, pero muchos estaban erosionados. Sólo un monumento, la Estela 7, tenía una fecha legible, 9.17.10.0.0. 1 Las Estelas 1-12 fueron halladas por Thompson en 1938, mientras que las Estelas 13-18 se descubrieron en las temporadas de campo 1990-93. La Estela 19 se localizó en el pequeño sitio periférico de La Milpa Este, y la Estela 20 fue hallada entre escombros de saqueadores frente a la Estructura 1 en 2000.
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Fig. 1.—Localización de La Milpa en el Área Maya (imagen insertada) y plano de la Gran Plaza, donde se muestran las principales estructuras y estelas (ver nota 1).
12 Ahau 8 Pax en la Cuenta Larga, equivalente al día 28 de Noviembre de 780 d.C. Otros tenían un estilo similar y pareció claro que los gobernantes de La Milpa florecieron en la parte final del siglo VIII y en el siglo IX (Hammond 1991). La Milpa no era tan importante, por tamaño y monumentos, como para justificar los costos de una expedición de exploración científica en la selva, y después de tan sólo dos días, durante los cuales tuvo que aguantar problemas intestinales causados por el agua de la vecina aguada, Thompson se marchó. Esta fue su última exploración de un sitio maya desconocido: durante las siguientes cuatro dé-
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cadas de su vida trabajó en descifrar jeroglíficos mayas e integrar la información etnohistórica y etnográfica de los mayas históricos, mediante lo cual podía realizar deducciones sobre sus predecesores prehispánicos. La Milpa permaneció así, sin ser investigada, hasta finales de los años 80, cuando se abrió un nuevo camino en la selva, desde el asentamiento menonita de Blue Creek hasta el viejo campamento chiclero de Gallon Jug, el cual se iba a rehabilitar para el cultivo. En esa época se había informado al Comisario de Arqueología de Belice sobre casos de saqueo en esa región, y se reportaban grandes campos de marihuana. Poco después el área fue comprada por el Programme for Belize, (PFB) una organización no gubernamental fundada por la Audubon Society de Massachussets y por beliceños preocupados por la pérdida de hábitat de selva tropical en Centro América y la consiguiente desaparición de especies silvestres. La PFB descubrió que en sus trescientos mil acres de selva se encontraba esta gran ciudad maya (y muchos otros sitios, que fueron estudiados por un proyecto de la Universidad de Texas dirigido por el profesor Fred Valdez, Jr.), y encargó un informe sobre su extensión y probable importancia: fue en este momento cuando la Universidad de Boston entró en el asunto. Según informes y mapas preliminares de Anabel Ford (1988) y Thomas Guderjan (1991), propusimos un programa de investigación que contemplaba el levantamiento topográfico 1 km2 del centro de La Milpa con un EDM (Estación Total Electrónica), para extenderse posteriormente a los cuatro puntos cardinales con brechas que atravesarían las áreas habitacionales, así como los variados terrenos que esta área abarcaba, estableciendo asimismo los límites urbanos. Se proponían también excavaciones en el centro y la periferia para construir la historia de la comunidad y establecer el potencial de algunos edificios para ser restaurados con fines turísticos. Todo esto se iba a hacer bajo una única condición: La Milpa está inmersa en una reserva biológica y no se podía cortar la selva para descubrir los edificios ni crear las largas líneas de visualización que nuestras brechas requerían. Se podían cortar los arbustos, pero cada tronco de más de 15 cm. de diámetro requería un permiso especial. Esto impedía también remover el escombro de los edificios para descubrir su arquitectura y establecer su potencial para restauración, pero se tenía una vía alternativa. Los saqueadores habían atacado La Milpa con dureza entre 1970 y 1981, excavando amplias trincheras en cada una de las estructuras principales del sitio y en las áreas habitacionales en su búsqueda de tumbas con jade y vasijas policromas: el Museum of Fine Arts de Boston tiene una gran colección de objetos semejantes «sin procedencia», incluyendo al menos una vasija policroma probablemente de La Milpa (Kerr 1989: 57, No. 1082). Así que una de nuestras tácticas principales fue limpiar y documentar estas trincheras de saqueo, lo cual nos dio el perfil de la arquitectura de muchos edificios y nos permitió fecharlos; junto a ello, la realización de una serie de pozos de sondeo localizados estratégicamente, nos permitió ensamblar la historia de los orígenes, ascenso y caída del centro cívico de La Milpa.
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El centro resultó ser la parte primeramente ocupada durante la mitad del Preclásico Tardío, alrededor del comienzo de nuestra era. Sobre una alta loma (180 m s.n.m.) y debajo de la Gran Plaza, un denso estrato de desechos del Preclásico Tardío yace en la base de casi todos los sondeos, aunque si salimos de la Plaza A éstos apenas llegan a ser unos pocos tiestos. La primera «La Milpa» parece haber sido una pequeña aldea, una de las muchas en la región, de acuerdo con la presencia de desechos del Preclásico Tardío en el área habitacional. Sin embargo este lugar permaneció como un «lugar persistente» (Schlanger 1992). La aldea preclásica fue enterrada en el lado este de la Gran Plaza por edificios del Clásico Temprano más bien modestos, bajas plataformas de bloques tallados cubiertos de estuco. La primera fase de la pequeña Estructura 5 fue una de ellas, que guarda relación con una serie de vasijas colocadas como ofrenda dedicatoria en el eje normativo, y que aparecieron enterradas en el suelo de una nueva plaza. Otro edificio temprano probablemente se encuentre debajo de la gran pirámide, Estructura 3, ya que la Estela 10, que aún se erige frente a ella, tenía ofrendas dedicatorias de los siglos III y IV. La compleja secuencia constructiva visible en la trinchera de saqueo en la Estructura 1 sugiere una vez más una fundación temprana, pero el peligro de derrumbes impidió continuar las investigaciones en este edificio, así como en la vecina Estructura 2, en la que ya se había colapsado la entrada de un túnel. Los gobernantes del Clásico Temprano dedicaron varias estelas talladas pero, a excepción de la Estela 10, ninguna estaba in situ, y aparte de la Estela 15, que se encontraba fuera del centro cívico y conmemoraba un gobernante temprano que podemos llamar «Pájaro-Jaguar», todas son fragmentarias y yacen en la superficie de la Gran Plaza. No se tiene idea de donde pudieron estar erigidas originalmente, ni se encontraron sus partes faltantes. Aun sin tener textos legibles en ninguna de ellas, nuestro epigrafista, Nikolai Grube (1994), considera que las Estelas 1 y 16 se pueden fechar para el 317 y 514 d.C. (8.14.0.0.0 y 9.4.0.0.0), y la Estela 15 puede colocarse dentro de este mismo lapso de tiempo. Lo mismo se puede decir de la Estela 20, encontrada en fragmentos en el relleno de una trinchera de saqueo de la Estructura 1, que parece fecharse entre el 450 y 500 d.C. Tanto la Estela 2, que conmemora un gobernante posiblemente llamado K’inich K’uk Mo (Señor Quetzal Macaw— también es el nombre del fundador de la dinastía de Copán en 426 d. C.), como la Estela 6 son tempranas, pero están tan erosionadas que no hay detalles de su fecha. Las Estelas 1 a 6 se encontraban colocadas en línea frente a la Estructura 1 pero, como se verá más adelante, este no fue su lugar original. Otra manifestación de la cultura de elite del Clásico Temprano fue una tumba que se encontró en la Gran Plaza. Al buscar (sin éxito) la espiga de la Estela 1, se halló un depósito de lajas de caliza alternando con desechos de pedernal: estos depósitos (usualmente son de obsidiana importada en lugar de pedernal local) fueron comunes en el cierre ceremonial de tumbas reales, como por ejemplo en Tikal
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(Harrison 1999: 143). El depósito incluía 17.000 lascas de pedernal, que llenaban un pozo realizado en la roca natural, donde una tosca cámara abovedada protegía un solo entierro en posición supina. Julie y Frank Saul identificaron el individuo como un varón de 35 a 50 años, quien había perdido todos sus dientes antes de su muerte (el hueso estaba calcificado dejándole sólo sus encías para mascar), y con una fractura en el cuello que pudo ser causada durante la guerra o bien en el juego de pelota. A pesar de lo elaborado de la tumba, sus ofrendas funerarias fueron pocas y extrañas, destacando cinco elementos de cerámica: una tapadera cuya vasija trípode faltaba, una vasija trípode demasiado grande para que le encajara la tapadera, un plato y un cuenco muy ordinarios y, por último, un plato policromo con vertedera idéntico a ejemplares de las tumbas del Clásico Medio de Tikal y Copán. Las vasijas habían sido puestas debajo de una litera de madera, que obviamente se desintegró, y el cuerpo se encontró sobre ellas girado un poco a la derecha, como si ese lado de la litera se hubiera descompuesto primero. Junto a las vasijas, al lado de los pies (una en un cuenco de jícara pintado), se hallaron dos orejeras de obsidiana de alta calidad pero estilo diferente; los ornamentos que vestía eran de jade hechos de un mosaico de lajitas y cuentas quebradas. Una única concha de Spondylus colgaba de su cintura, y en su cuello había cuentas del mismo material, sin embargo las de concha roja, las más valiosas, estaban sólo en los lados y el resto de las cuentas eran de la clase blanca, más corriente. Así pues, al igual que las ofrendas cerámicas, éstas eran también de segunda categoría. Un solo elemento era de la calidad que se podría esperar en una tumba real: a lo largo de su pecho se encontraba un espléndido collar de cuentas de jade talladas y de color uniforme, con un pendiente en forma de cabeza de zopilote. Los mayas usaban esta cabeza en sus inscripciones como sinónimo de ahaw o señor, gobernante. En La Milpa el señor lucía su estatus en el pecho. El pozo cerrado no había sido marcado con ningún montículo o monumento, por ello escapó a los saqueadores; esta circunstancia, así como las empobrecidas ofrendas, sugieren un entierro apresurado, pero respetando los ritos apropiados para un hombre de su posición social. El fechamiento exacto de este evento es un problema ya que una fecha AMS, obtenida a partir del colágeno de los huesos, sugiere que su muerte fue tan temprana como el año 220 al 250 d.C., pero el estilo de las vasijas es de al menos un siglo después, cuando La Milpa aparentemente (según el análisis cerámico de Kerry Sagabiel 2005) estaba casi completamente abandonada; dada la falta de razones claras en la historia local para este acontecimiento, propusimos que había estado ligada a la larga pugna entre Tikal y Calakmul, que duró de la mitad del siglo VI hasta fines del siglo VII. La victoria de Tikal en 695 d.C. fue seguida por un ascenso muy repentino, algo que también se ve en La Milpa —de hecho, una refundación.
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Los siglos VIII y IX fueron los de mayor prosperidad en La Milpa, y la mayor parte de la arquitectura y las colecciones cerámicas se fechan para esta época, en la cual la población pudo alcanzar los 50.000 habitantes. En la Gran Plaza se ve este renacimiento de forma muy clara, ya que se dedicaron muchos monumentos como es el caso de las Estelas 7, 8, 11 y 12, que aún están en su posición original en el lado este de la plaza. La Estela 12 es la más meridional, y de estilo más temprano, aun sin tener fecha. El único signo legible, afortunadamente, es el glifo emblema de la entidad política de La Milpa. La Estela 8 está demasiado erosionada como para poder determinar cualquier detalle, aun así el tocado del gobernante puede verse en los lados y en la parte trasera del monumento. Nikolai Grube la fecha para el Clásico Terminal, después del 800 d.C. La Estela 7 es la única con texto completamente legible: el gobernante Ukay la dedicó en Noviembre de 780 d.C. durante la luna nueva, y el lugar sobrenatural de la creación na ho chan está involucrado en alguna forma. Según el contexto arqueológico la Estela 7 es muy importante: se erige frente a la Estructura 5, y se selló con un suelo que es el mismo que sella la estructura de dos cámaras que Ukay construyó sobre otro edificio del Clásico Temprano. La trinchera de saqueo que penetró el núcleo de la Estructura 5 mostraba núcleos de pedernal y cantos toscos de caliza. Esta misma técnica puede verse en otros edificios del centro de La Milpa, lo cual sugiere que todos fueron construidos a finales del siglo VIII o principios del siglo IX (Fig. 2). Otro ejemplo de innovación fue el uso de color rojo especular para pintar suelos, muros y bancas; a diferencia de la hematita normal, la variedad especular brilla a la luz y debe haber causado un efecto impresionante en el interior de los edificios de La Milpa. En la Gran Plaza se conoce sólo por los escombros dejados por los saqueadores, y se usó probablemente en las fases anteriores de la Estructura 1 y la 4 al norte de ella. Sin embargo, en la Acrópolis Sur la hematita especular aparece en muchos lugares de los cortes norte y central, usualmente debajo de construcción tardía. Debido a que se encuentra en la Estructura 65, uno de los edificios de Audiencia «separados» —interpretado como residencia real— que flanqueaban la Acrópolis y también fueron enterrados deliberadamente, parece probable que este horizonte se feche en una fase temprana del ascenso de La Milpa, tal vez durante el reinado de Ukay (aunque esté ausente en la Estructura 5). La Gran Plaza se estaba convirtiendo en un lugar impresionante con 18.000 m2, una de las más grandes. En paralelo a la línea de pirámides al este (Estructuras 1, 2 y 3), con estelas enfrente de ellas, una cuarta pirámide —la Estructura 10— se elevaba en el centro de la plaza dividiéndola en dos. Parece haberse abierto hacia el sur, hacia el eje de la Estructura 8, una estructura alargada que cierra el lado sur de la plaza. Si bien este edificio, así como la Estructura 10, permanecen sin investigar, del aspecto de su superficie se deduce que tenía 13 cuartos: el número trece era de buen augurio para los mayas simbolizando los trece dioses del cielo; la Estructura 8 pudo haber tenido algo más que una simple fun-
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Fig. 2.—Núcleo central del sitio de La Milpa, con el área de la Gran Plaza al norte, la Acrópolis Sur en la zona meridional y los grupos Audiencia flanqueándola al este y el oeste.
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ción residencial o administrativa. Los dos edificios pudieron representar un conjunto palacio-templo en eje norte-sur, equivalentes a la correlación este-oeste de la Estructura 2 y la 9, el largo edificio que cierra la parte sur del lado oeste de la plaza. Los ejes de estos edificios se cruzan en el lugar donde se talló un chultún en la roca, potencialmente una entrada al inframundo, que se encuentra en medio de este espacio abierto (ver Fig. 2). Si este conjunto tuvo algún significado —aún no se tiene la certeza— que sugiriera un diseño uniforme para la arquitectura de la Gran Plaza, los edificios posteriores estarían representando una muestra acumulativa de contexto ritual. También se observó una línea diagonal entre el eje de la Estructura 5 y la esquina suroeste de la plaza, la cual podría dividir este espacio en dos mitades complementarias, cada una con su complejo de pirámides (Estructuras 1 y 10, 2 y 3), dos estructuras de palacio (Estructuras 9 y 8) y un juego de pelota (Estructuras 6 y 7, 11 y12). Un análisis realizado hace tiempo por Norman Hammond (1981) y por Wendy Ashmore (1991) sugiere que existe algún patrón detrás de tan aparentemente aleatoria acumulación de edificios a través de los siglos, sin embargo, a pesar de que lo podemos observar, no lo podemos explicar. Un patrón que sí nos sorprendió fue el que se evidenció en el levantamiento del área que rodea el núcleo urbano de La Milpa. Como se anotaba antes, 1 km2 del centro del sitio se topografió en detalle, junto a sendas largas brechas al este y sur y una más corta al norte; se seleccionaron de manera aleatoria unos quince cuadrantes de 250 m y se muestrearon mediante recolección de superficie y excavación de pozos (Rose 2000). Este procedimiento nos proporcionó una muestra estadísticamente sólida de la topografía, el asentamiento y el manejo del territorio, como para afirmar que las brechas Este y Sur son ejemplos representativos del paisaje urbano y suburbano de La Milpa. Durante el muestreo de la Brecha Este realizado por Gloria Everson (2003), se encontró un centro menor localizado en una loma a 3,5 km de la Gran Plaza, que se designó como La Milpa Este. Allí, una pequeña pirámide al este y una estela (Estela 19) erigida frente a ella, eran, según el análisis de visualización de áreas realizado por Francisco Estrada-Belli (Tourtellot et al. 2000), directamente visibles desde las pirámides mayores de la Gran Plaza (Estructuras 1 y 10, y tal vez 2), y podían observar desde ella los acontecimientos que tuvieran lugar en la parte superior de éstas. Aun si esto pudiera parecer una coincidencia, un grupo similar —La Milpa Sur— se halló en la Brecha Sur a 3,5 km de distancia y, de forma parecida al anterior, era visible desde las pirámides de la Gran Plaza. Una laja, posiblemente una estela, yacía en su plaza. A partir de ese momento se buscaron grupos semejantes en el norte y oeste y, efectivamente, se hallaron muy cerca de la posición prevista (Tourtellot et al. 2000): La Milpa Oeste era una copia simétrica de La Milpa Este, con una pequeña pirámide al oeste mirando hacia la Gran Plaza, y la Milpa Norte era un grupo tipo palacio. La búsqueda de otros grupos parecidos a éstos en otras 61 lomas no tuvo éxito alguno.
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Proponemos por ello que estos cuatro centros, situados a 3,5 km de la Gran Plaza en los cuatro rumbos (Fig. 3), marcaron el eje primario este-oeste de la cosmología maya del camino del sol en el cielo, y el otro, secundario, de norte a sur
Fig. 3.—El cosmograma de La Milpa, con cuatro grupos menores (La Milpa Norte, Este, Sur y Oeste) a 3,5 km de distancia de la Gran Plaza, los cuales tenían visibilidad de los eventos que ocurrieran en los templos principales de ésta. Los ejes cruzados dentro de la Gran Plaza (Estructura 2-Estructura 9, Estructura10-Estructura 8) y el grupo de pirámides gemelas con su trazado tipo «pesas de halterofilia» («barbell») del núcleo central (ver Figura 2). Es interesante enfatizar el hecho de que los tres cosmogramas están anidados uno dentro del otro.
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(el «cielo-inframundo», según Coggins 1980). También podían marcar puntos sagrados en un circuito ritual similar al que se describe en el mundo de los mayas del Altiplano como en Zinacantan (Vogt 1969); este concepto circular del universo de una comunidad también recuerda los mapas circulares, como el de Maní (Morley 1946: Plate 20), redactado por comunidades de la época colonial en Yucatán para documentar sus derechos de tierras frente a la administración española. La visibilidad necesaria para realizar este modelo requería de un paisaje libre de vegetación; la densidad del asentamiento y las obras de ingeniería agrícola del Clásico Tardío —alrededor del 800 d.C.— sugieren que esto pudo ser así. El carácter incompleto de La Milpa Oeste, la cerámica tardía asociada a la Estela 19 de La Milpa Este y la falta de desechos de ocupación en La Milpa Sur (aunque esta zona debe ser más investigada), sugieren que este concepto de un conjunto cósmico a gran escala sólo vio la luz cuando La Milpa llegaba a su inesperado y repentino fin. Evidencia de esto aparece en otras partes del sitio: los lados noroeste y norte de la Gran Plaza no tienen edificios, sólo montículos alargados y bajos que delimitan el espacio. Parece incompleta, como si algo más estuviera por suceder; y en otras partes de La Milpa esto se observa claramente. Así, en la quinta pirámide, Estructura 21 en la Plaza B (ver Figura 2), falta la fachada de mampostería, la escalinata y una superestructura; el sector sur de la Acrópolis estaba aún en construcción, con unas plataformas sin terminar, otras necesitando apenas unos días para añadirle más relleno, y otras casi apenas empezadas; y entre las plazas A y B había una cantera con bloques recién cortados y amontonados para su uso. Sin duda, estaba en proceso un esfuerzo constructivo mayor cuando, repentinamente y sin causas obvias, el trabajo fue abandonado y la ciudad despoblada. La Milpa desapareció violenta, pero silenciosamente: no tenemos evidencia de invasión, destrucción u otra explicación del por qué se desvaneció en medio de un programa constructivo real, que abarcaba el palacio, el templo y otras estructuras en el centro, y un diseño cósmico a gran escala. Pero no hay duda de que hubo un decaimiento entre el 830 y 850 d.C. según la evidencia cerámica. En la Gran Plaza se construyó una casa larga y angosta en la esquina suroeste parecida a las unidades habitacionales en el área suburbana de Nohmul, 40 millas al norte por la ruta del Río Hondo. Eso demuestra que el centro cívico ya había dejado de funcionar como tal. Un altar sobrepuesto en la Estructura 5 pudo haber sido colocado por sus habitantes. La Milpa estuvo durante muchos siglos en silencio, pero su memoria no dejó de existir. La Gran Plaza siguió siendo un lugar sagrado y las estelas, piedras sagradas. Mucho después de su abandono, cuando la Estructura 1 ya se había transformado en una colina cubierta de selva, la gente regresó y volvió a levantar los fragmentos de estelas sobre sus bases, metiéndolas apenas en el suelo. Las Estelas 3 y 6 se encontraron así, las Estelas 1 y 2 acostadas frente a la pirámide
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como si estuvieran esperando su turno. La Estela 7, aún de pie en su lugar, se veneró con incienso y los fragmentos del incensario se encontraron en la base. La Estela 12 tenía otro fragmento de incensario, una tosca cabeza humana levantada del cuerpo de una vasija con dos soportes, y que pudo fecharse para el 1500-1650 d.C., comparándola con los ejemplares de la larga y bien documentada secuencia de Lamanai, unas 25 millas al este de la Laguna del New River. Lamanai fue una de las comunidades que todavía prosperaban cuando en 1544 los españoles llegaron al sur desde Yucatán, y fundaron una misión donde la primera iglesia fue un templo maya reconvertido y la segunda una iglesia de nueva construcción. ¿Tal vez la actividad ritual de La Milpa puede leerse como parte de un movimiento de revitalización, buscando fuera de su comunidad y en el pasado ayuda frente a este nuevo e incomparable reto? Tenemos algunas huellas —unas puntas de flecha— de gentes que estuvieron en la vecindad de La Milpa, pero queda aún por descubrir dónde y cómo vivieron. El acto final en este drama tuvo lugar frente a la Estela 12 unos dos siglos después. En ese entonces, los madereros británicos y los taladores de caoba habían establecido una colonia en Belice y sus relaciones con los mayas incluían el intercambio de licor y de armas. Tiempo después, alrededor del 1800, alguien rompió una botella frente a la estela, que aún seguía en pie (Hammond y Bobo 1994: 30-31). La botella probablemente contenía ron o aguardiente, un licor aún usado por los mayas para hacer ofrendas a las deidades del campo y la selva. La imagen de la estela, o la estela misma, aún se consideraban dignas de ser veneradas más de un milenio después de su dedicación, nueve siglos después de que La Milpa hubiera cesado de existir como comunidad, y apenas un siglo antes de que Eric Thompson iniciara la era de la exploración moderna. BIBLIOGRAFÍA ASHMORE, Wendy. 1991. «Site-Planning Principles and Concepts of Directionality Among the Ancient Maya». Latin American Antiquity 2 (3): 199-226. COGGINS, Clemency C. 1980. «The Shape of Time: Some Political Implications of a Four-part Figure». American Antiquity 45: 729-739. EVERSON, Gloria. 2003. Terminal Classic Maya Settlement Patterns at La Milpa, Belize. Ph.D. Dissertation. Tulane University. Nueva Orleans. FORD, Anabel. 1988. «Belize River Archaeological Settlement Survey (BRASS)». The Newsletter of Belizean Art and Archaeology 1 (1): 1-2. GUDERJAN, Thomas H. 1991. «New Information from La Milpa: The 1990 Field Season». Mexicon 13 (1): 5-10. GRUBE, Nikolai. 1994. «A Preliminary Report on the Monuments and Inscriptions of La Milpa, Orange Walk, Belize». Baessler-Archiv, Neue Folge, Band XLII: 217-238. HAMMOND, Norman. 1981. «Settlement Patterns in Belize». En Lowland Maya Settlement Patterns, Ed. W. Ashmore, pp.19-36. University of New Mexico Press. Albuquerque,
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6 RITOS DE FUNDACIÓN EN UNA CIUDAD PLURI-ÉTNICA: CUEVAS Y LUGARES SAGRADOS LEJANOS EN LA REIVINDICACIÓN DEL PASADO EN COPÁN William L. FASH y Barbara W. FASH Museo Peabody, Universidad de Harvard
INTRODUCCIÓN En la literatura arqueológica americana se considera a Copán como un canon de la civilización maya clásica debido a la abundancia de inscripciones jeroglíficas y a la gran calidad de su escultura en piedra. Desde la visita de García de Palacio en 1576, Copán ha sido contemplada por la cultura occidental como una ciudad situada en la cumbre de la cultura y la expresividad artística y literaria. El arte y los textos jeroglíficos de Copán señalan que el éxito y la historia de esa urbe mesoamericana estuvieron fuertemente ligados al fundador de la dinastía real, la cual rigió Copán durante cuatro siglos, desde el año 427 al 820 d.C. Ese personaje histórico llegó a ser la personificación del poder real, hasta tal extremo que podemos hablar de un culto en su honor. Dicho culto enfatizó, en un principio, su papel como fundador de un reino maya clásico —con una tradición artística y literaria muy distinguida—, en un lugar donde los pobladores no eran del mismo grupo étnico. Los textos, edificios y el simbolismo iconográfico indican que los gobernantes de la ciudad pluri-étnica de Copán legitimaron su reino por medio de la reivindicación de un poder sagrado adquirido en lugares lejanos. Pero la identidad presente en esta ciudad —y hasta la del fundador de la dinastía real— varió con los tiempos, los habitantes, los contextos comerciales y los ambientes políticos. En relación a los orígenes y la «fundación» de Copán, obviamente tenemos que remontarnos a los primeros investigadores, que fueron quienes reconocieron la «invasión» por parte de los jerarcas del Petén Central, al Valle de Copán, alrededor de la fecha 9.0.0.0.0 de la Cuenta Larga, o sea en el año 435 de nuestra era. En su obra monumental The Inscriptions at Copán, Sylvanus Morley (1920) fue el primero en hacer esta aseveración y, con el tiempo, tanto las inscripciones como la arqueología han demostrado de forma contundente que estaba en lo 105
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cierto. Tatiana Proskouriakoff, en su Study of Classic Maya Sculpture (1950) coincidió con Morley y, más tarde, el arqueólogo ceramista John Longyear (1952) llegaría a la misma conclusión, basándose en la clara evidencia de la llegada de las tradiciones alfareras del Petén en el mismo momento, o sea en el 9.0.0.0.0 de la Cuenta Larga. Pero antes de la llegada de los mayas del Petén, las tradiciones fueron otras, tal y como lo señaló Longyear en su estudio de la cerámica, la cual indica claramente que las raíces étnicas de Copán proceden del sudeste mesoamericano, no de las Tierras Bajas Mayas del Sur. La arqueología nos permite demostrar que en el Valle de Copán hubo dos milenios de ocupaciones anteriores a la dinastía maya clásica, sin la más mínima participación en las corrientes culturales de las Tierras Bajas Mayas, de ciudades tan imponentes en el Preclásico como Nakbe, El Mirador, Calakmul y Tikal (Fash 2001; Viel 1993, 1999). En este capítulo quisiéramos examinar los orígenes pre-dinásticos de Copán, y vislumbrar el contexto cultural y étnico de los primeros pobladores y cacicazgos de la región. Consideramos que esos orígenes son de una importancia fundamental para poder comprender la naturaleza de las «fundaciones» de Copán las cuales, según las inscripciones, se celebraron en dos ocasiones (Schele 1986; Schele y Freidel 1989; Stuart 1986, 1992, 2004). Los datos arqueológicos pertenecientes al tiempo de la segunda fundación son también claves, ya que demuestran que el fin de período 9.0.0.0.0 sí fue, como había adivinado Morley, de suma importancia en la fundación de Copán como centro dinástico (Fash et al. 1992; Fash et al. 2004). Además los bienes importados y estilos arquitectónicos asociados con el fundador de la dinastía (Reents et al. 2004; Sharer 2004; Sharer et al. 1999), son de una categoría trascendental para comprender el trasfondo del cambio ideológico que tuvo lugar dos siglos después, cuando el 12.o gobernante comenzó un programa de renovación de la arquitectura y el simbolismo teotihuacano en Copán. Nuestros colegas epigrafistas David Stuart y Linda Schele descubrieron que, durante el Clásico Tardío, hay varias referencias en las inscripciones de Copán sobre los eventos de «fundación» de Copán, ocurridos siglos atrás. El 13.o gobernante cita el rito de fin de período, 9.0.0.0.0, en uno de sus primeros monumentos, y el 16.o y último rey hace referencias a la «llegada» a Copán del fundador, con las insignias del poder conseguidas en otro lugar lejano, a escasos diez años antes del rito del final del baktun. Pero las referencias no terminan allí, ya que tanto el 12.o gobernante como su hijo y sucesor, el 13.o rey, hacen mención a una especie de «fundación» anterior a la llegada del fundador dinástico a Copán en 8.19.11.0.13 (9 febrero 427 d.C.). Según dos inscripciones tardías, un evento de la «fundación» original tuvo lugar casi tres siglos antes de la llegada del fundador dinástico (Schele 1986; Stuart 1986, 2004), el 13 de julio del 160 d.C. Estas referencias, por cierto muy tardías, siguen siendo un tema de debate en los estudios arqueológicos y epigráficos del lugar. De no ser por las evidencias claras de textos y edificios claramente ligadas a los ritos de fin de período, uno
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podría descartar los textos tardíos como propaganda política. Pero existen evidencias contemporáneas que van a ser analizadas a continuación, para comprender mejor los ritos de fundación en Copán. Al evento más antiguo, del 150 d.C., lo vamos a llamar la fundación sagrada o «ideológica» (Chase y Chase en este volumen) de Copán. Como veremos, las cuevas y las esculturas en bulto o «barrigones» nos pueden proporcionar mucha información sobre los orígenes de Copán como lugar sagrado y centro de poder. El segundo y mejor conocido de estos eventos tuvo lugar cuando Copán fue establecido como un reino maya clásico, es decir, al estilo de las Tierras Bajas, en el año 427 d.C. A este evento lo vamos a designar la fundación dinástica. Los textos jeroglíficos —grabados siglos después de los eventos mencionados— dicen que los dos eventos de «fundación» requirieron de ritos en lugares distantes, en donde los protagonistas recibieron símbolos o aspectos sobrenaturales, para luego viajar a Copán y establecer un nuevo orden político (Stuart 2004). Cabe destacar otro tipo de evidencia, aparte de los textos jeroglíficos y la cerámica, y es la examinada por el miembro del equipo de la Carnegie Institution Francis Richardson (1940), que escribió un importante artículo titulado «NonMaya Monumental Sculpture of Central America», donde hizo hincapié en la presencia de una tradición escultórica en muchos sitios de Guatemala y Honduras, la cual incluye los famosos pot-belly sculptures o «barrigones», efigies de jaguar y esculturas de bulto redondo (boulder sculptures). Entre los ejemplos citados por Richardson hay dos procedentes de Copán, asociados con las ofrendas colocadas bajo la Estela 4 (Fig. 1) y la Estela 5. Richardson apuntó que esta tradición era distinta a la maya clásica, y tanto él como Samuel Lothrop pensaron que podría fecharse para el período «Arcaico», es decir, el Preclásico. De igual forma, Longyear (1969) supo más tarde que la cerámica de los entierros descubiertos a finales del siglo XIX en las conocidas como «Cavernas de Copán» de la Quebrada Sesesmil (Gordon 1896), estaba asociada con ancestros mucho más antiguos, que actualmente fechamos alrededor del 1000 a.C. Las cuevas y los barrigones iluminan los orígenes y las fuentes sobrenaturales de Copán, mostrándolo como un lugar sagrado y como un centro de poder en la época de la primera fundación en el 160 d.C. Actualmente contamos con otra fuente de información muy relevante y, felizmente, bastante abundante sobre el tema que tocamos en esta ocasión. Nos referimos a la arquitectura de las épocas relevantes, la cual ha sido investigada por varios proyectos arqueológicos en Copán durante los últimos treinta años. Las investigaciones de la Acrópolis de Copán, llevadas a cabo por el Proyecto Arqueológico Acrópolis de Copán bajo la dirección general de William L. Fash, han descubierto muchos edificios y monumentos esculpidos que fueron erigidos durante los años de la fundación dinástica. Además, las investigaciones realizadas bajo su responsabilidad en el Valle de Copán, en el sitio conocido actualmente como el Cerro Chino, nos proporcionan evidencia de cómo era la arquitectura durante la
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época pre-dinástica, cuando se habilitaron las esculturas de los barrigones, y se «fundó» Copán como un centro sagrado de poder y de ancestros poderosos. Más tarde se analizará el culto al fundador, K’inich Yax K’uk’ Mo’, para conocer cómo fue visto y representado en su propia época, la primera mitad del siglo IV d.C., y en generaciones posteriores. No cabe duda que los monumentos públicos, tanto contemporáneos como posteriores, enfatizan su origen extranjero. Pero cabe recordar la observación de Iglesias (2003), de que el simbolismo extranjero no significa que una ciudad esté fuertemente involucrada en el intercambio de bienes con el exterior. Aparte de las apariencias y el simbolismo, es muy importante ver los hechos, los cuales pueden ser observados directamente en los restos conservados en el registro arqueológico. Las evidencias arqueológicas de Copán como un centro comercial y político ligado con los Altos de Guatemala, y con el Altiplano Central de México, se perciben con mayor claridad en la época del fundador (Fash 1998; Fash y Fash 2000; Reents et al. 2004; Sharer 2003a, 2003b, 2004). Pero hubo un cambio de rumbo simbólico e ideológico muy fuerte durante el reinado del hijo y sucesor del fundador. A partir de esa fecha, y durante los siguientes 250 años, el mensaje de los monumentos estuvo muy claro: Copán fue definido como un centro maya clásico al estilo de los de Petén, no como un sitio derivado del Altiplano. Este énfasis en la cultura puramente maya empieza a cambiar un siglo después de que se colapsara la gran urbe de Teotihuacan, cuando el 12.o rey de Copán empezó a usar simbolismo teotihuacano en sus monumentos. Pero no fue hasta después del conflicto del 13.o rey con otro centro maya, el de Quiriguá, que Copán y su fundador fueron reconocidos como reino y rey afiliados a Teotihuacan (Fash 2002). En ese momento empieza una verdadera obsesión con el arte y con el simbolismo «clásico» de Teotihuacan (B. Fash 1992). Se trata de un caso muy explícito de lo que Michelet y Arnauld (en este volumen) llaman «la reivindicación de un origen extranjero». ANTECEDENTES: ASENTAMIENTOS Y MONUMENTOS DE LA ÉPOCA PRE-DINÁSTICA Desde nuestro punto de vista, consideramos que la evidencia indica que la primera fundación de Copán está asociada con cuatro fenómenos: 1. Los orígenes de la población del Valle de Copán en el Preclásico Temprano y Medio, fuertemente relacionados con los grupos que vivían en la Costa del Pacífico y con los adyacentes Altos de Guatemala, Chiapas y El Salvador. 2. Las esculturas en bulto redondo incluyendo las de los barrigones, como emblemas de los ancestros que vivieron y gobernaron en esa época. 3. El murciélago y, por lo tanto, las cuevas del Valle de Copán, como símbolo de esas raíces en los Altos.
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4. Un acto conmemorativo que según inscripciones jeroglíficas grabadas siglos después, tuvo lugar alrededor de 160 d.C., después del fin del período 8.6.0.0.0, el cual fue registrado en dos monumentos, por dos gobernantes, en la Gran Plaza de la ciudad. Los antepasados y las cavernas de Copán En relación a los momentos más antiguos de este lugar, actualmente se cree que las primeras ocupaciones del Valle de Copán por parte de cultivadores del maíz se remontan, según recientes estudios palinológicos de David Rue (Rue et al. 2002), a unos 2300 años a.C. En las vegas del río se ha encontrado cerámica que puede fecharse alrededor del 1800 a.C. (Viel 1999), pero fue el descubrimiento de los entierros en las Cavernas de Copán, por George Gordon en 1893, el que demostró que las cuevas fueron un lugar sagrado donde se enterraba a los ancestros. Pero no todas las cuevas fueron utilizadas como camposanto, y así el arqueólogo hondureño Jesús Núñez Chinchilla (1967) descubrió importantes ofrendas de jade e incensarios con textos jeroglíficos, asociados a dos cuevas en otras partes del valle. Estos hallazgos indican que también dichas cuevas fueron veneradas como lugares sagrados, donde la gente hacía ofrendas. Algunas de ellas deben relacionarse con el Dios de la Lluvia debido a la asociación del jade con el agua a nivel pan-mesoamericano, y al hecho de que se creía que Chac o, mejor dicho, los cuatro Chac, vivían en las cuevas. Una de éstas, donde Núñez encontró los depósitos de jade, se localiza al lado de una laguna, por lo que es obvio el paralelo existente con las ricas ofrendas de jade descubiertas en el Cenote Sagrado de Chichen Itzá, el cual está asimismo relacionado con Chac. La cerámica del Formativo Temprano asociada a los entierros de las cuevas de Copán tiene su correspondencia en el cementerio de la misma época que descubrimos profundamente enterrado debajo de un conjunto arquitectónico en las vegas, al este del Grupo Principal (Fash 2001). La cerámica de este complejo ha sido nombrada «Gordon», e incluye varios diseños incisos que demuestran que los residentes del Valle de Copán participaron en las redes de intercambio del primer «horizonte» artístico e ideológico de Mesoamérica (Flannery y Marcus 1994). No obstante, estos no fueron los primeros pobladores del valle, ya que debajo de la gran plataforma donde se enterró a los difuntos, se descubrieron los restos de una casa de material perecedero, con cerámica que claramente pertenecía a la tradición Ocós. Este hallazgo indica, de una forma clara y contundente, que las raíces de Copán y sus primeros pobladores se encuentran en el área sur de la región maya, es decir en la costa del Pacífico y en los Altos de Guatemala, Chiapas y El Salvador.
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El Sudeste de Mesoamérica, los Altos de Guatemala y del Occidente de El Salvador Para el Preclásico Tardío, el complejo cerámico Chabij también muestra fuertes lazos con la parte sudeste del área Maya, el centro y oeste de los Altos de Guatemala y del occidente de El Salvador (Andrews 1976, 1990; Longyear 1952; Sharer 1978; Viel 1983, 1994, 1999). La tradición cerámica Usulután tiene sus orígenes y su mayor expresión en este área, y la falta de diagnósticos de Petén, como el tipo Sierra Rojo, indica que no hubo intercambio con esa región durante el Preclásico Tardío. Según los análisis de René Viel (1993, 1998, 1999), para el Protoclásico hay ya indicaciones de nuevas oleadas de bienes e ideas de los Altos de Guatemala en la cerámica. El complejo cerámico Bijac de Copán, fechado entre 150-400 d.C., incluye varios tipos compartidos con Kaminaljuyú. Este dato es de suma importancia, porque también la tradición escultórica de los barrigones se encuentra en Kaminaljuyú y en otras partes de las Tierras Altas, tanto de Guatemala como de El Salvador. De nuevo, faltan evidencias de intercambio con Petén tanto en la cerámica como en la arquitectura descubierta en varios sectores del Valle: al oeste del Grupo Principal, en el área conocida como el «Bosque», investigada por René Viel y su colega Jay Hall, y en el Cerro Chino un kilómetro al noroeste del Grupo Principal, investigado por David Carballo (1997) bajo la dirección de William L. Fash. No hay arquitectura monumental de mampostería en Cerro Chino, ni mucho menos con molduras y decorados estucados, como existía en el Petén desde medio milenio antes. En cambio, tiene una gran similitud al patrón del sitio Los Achiotes, investigado por Marcelo Canuto (2003), que también fue construido en el Protoclásico y que carece de las características de las Tierras Bajas Mayas. Las esculturas en bulto redondo y los «barrigones» El Preclásico Tardío corresponde a un momento en que, tanto en Copán como en muchos otros sitios de la región sur del área Maya, fueron esculpidas esculturas en bulto redondo, entre ellas los «barrigones». Diversas esculturas descubiertas en Monte Alto, Kaminaljuyú, El Baúl, una tosca muestra hallada en Chalchuapa, y seis ejemplos encontrados en Santa Leticia, ambos lugares en El Salvador (Demarest 1986), fueron fechados entre el 500 a.C. y el 100 d.C. por Lee Parsons, la persona que realizó más investigaciones sobre este tema. Parsons (1986: 40) llegó a la conclusión de que este género de esculturas, más los jaguares que a veces se encuentran en asociación, por ejemplo en Kaminaljuyú y Santa Leticia, son del Preclásico Tardío. También se han encontrado un ejemplo, de cada uno, en contextos Preclásicos en Tikal (Marcus 1976) y San Bartolo (Craig 2004).
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Los ejemplos de este tipo de escultura hallados en Copán, parecen ser derivados estilísticamente y, por lo tanto, más tardíos que las versiones «puras» y probablemente más antiguas, de Monte Alto, Kaminaljuyú y El Salvador. Lamentablemente no tenemos fechas fiables para los ejemplos descubiertos en Copán, ya que fueron encontrados en contextos reutilizados. Así, el Barrigón analizado por Richardson proviene de la ofrenda colocada bajo la Estela 4 de la Gran Plaza, obra del 13.o gobernante (Figs. 1 y 2), y otro ejemplo citado por él procede de la ofrenda dedicatoria bajo la Estela 5, obra del 12.o gobernante, situada al noroeste del Grupo Principal, al pie del Cerro Chino. En su descripción de las ofrendas colocadas bajo las estelas, Gustav Stromsvik (1941) las considera «monkey-like,»
Fig. 1.—«Barrigón» descubierto en la ofrenda dedicatoria por debajo de la Estela de 4 de Copán.
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Fig. 2.—Estela 4 y escultura del Barrigón a un lado.
pero Parsons señala que el ejemplo de la Estela 4 es de un ser humano, y el de la Estela 5 un jaguar sentado. Ambos fueron decapitados en tiempos antiguos, antes de que fuesen introducidos a las ofrendas bajo las estelas. La fundación ideológica en el Protoclásico, en los textos y la arqueología Para propósitos comparativos, es sumamente importante hacer notar que la fundación ideológica de Copán no fue consagrada con un conjunto arquitectónico de tipo Grupo E, al estilo de Petén, como sucedió en Caracol y otros lugares descritos en este volumen. Las evidencias arqueológicas señalan claramente que
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tuvo que ver con las tradiciones autóctonas de la parte sur del área Maya y la periferia sudeste de Mesoamérica, y no con las Tierras Bajas Mayas. Los textos posteriores que mencionan los ritos de la fundación están asociados con esculturas de barrigones, y las cuevas y murciélagos que se relacionan con los antepasados y el territorio de Copán. Cabe enfatizar la asociación de Copán como un lugar de murciélagos que realiza el primer texto que describe la fundación sagrada, del 160 d.C., en la Estela I de la Gran Plaza. Remitimos al lector al excelente y reciente estudio de Stuart (2004) sobre estos textos, y a la referencia que hace al pueblo de Copán, con su cabeza de murciélago, no sólo como un lugar sino como una sede de poder sobrenatural, o sea, trata de la fundación ideológica de Copán. Esta estela, obra del 12.o rey y fechada en 695 d.C., tuvo hasta 24 fragmentos de estalactitas en su ofrenda dedicatoria. Las estalactitas implican una visita de parte del rey y sus sacerdotes a una de las cuevas de los antepasados para los ritos asociados a la activación de este monumento. Es notable que el gobernante sea representado como Chac, quien reside en las cuevas, cuando éste practica los ritos citados en el monumento y hace referencia a la fundación sagrada de la ciudad. Obviamente las estalactitas también guardan relación con los murciélagos quienes, al igual que los antepasados y los Chac, residen en las cuevas. Igualmente interesante es el hecho de que, aún hoy en día, hay pueblos en los Altos de Guatemala y Chiapas que son asociados con los murciélagos, como Panajachel y Zinacantán. Aparte de todas estas relaciones simbólicas e ideológicas, hay evidencia arqueológica de las relaciones con los Altos y los murciélagos, como en el caso de las vasijas Chamá del período Clásico, donde los murciélagos son un tema constante, siendo ésta una zona con numerosas cuevas. En la tumba Hunal, considerada por arqueólogos y epigrafistas como la tumba del fundador dinástico K’inich Yax K’uk’ Mo’, hay dos vasijas de la región de Chamá, las cuales presentan evidencia de lazos con esa zona (Reents et al. 2004); en la misma tumba hay asimismo otras vasijas procedentes de la zona de Kaminaljuyú (ibidem). Además de estos datos arqueológicos asociados y relevantes al primer texto que hace referencia a la fundación ideológica, la misma inscripción proporciona datos relevantes a dicho evento. Según Stuart (2004: 216-219), el texto de la Estela I indica que 208 días antes del evento de «fundación» en Copán, se practicó un rito importante en el fin de período 8.6.0.0.0 10 Ajaw 8 Ch’en (18 de diciembre de 159 d.C.). Tal ceremonia tiene lugar en un sitio lejano, «Bent Kawak» («Kawak Curvado»), que obviamente no es Copán, ya que éste aparece en el texto como el lugar del murciélago. El lugar lejano donde se practica este evento de Fin de Período también es mencionado en textos jeroglíficos de Tikal (Stuart 2004: 219), dato que a Stuart le hace pensar que la ceremonia señalada en los textos de Copán tuvo lugar en el Petén. O sea, se trata de un rito de consagración que los copanecos fueron a practicar en otro lugar, foráneo, para poder traer el poder
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sagrado a Copán. La ubicación de este lugar está por definir; el signo kawak podría relacionarse con un lugar rocoso, incluso una cueva, de las cuales existen muchísimas en la zona maya. Pero el hecho de que hubo que ir al exterior para conseguir el poder sagrado es un «tropo» que se repite varias generaciones después cuando se hace referencia a la fundación dinástica, en el texto del Altar Q. El otro texto que relata los ritos de la fundación dinástica también tiene una ofrenda dedicatoria reveladora. Queremos destacar la asociación entre la Estela 4 y la otra escultura protoclásica citada, la cual tiene más similitudes con los barrigones de los Altos de Guatemala, Chiapas y El Salvador. Obra del 13.o gobernante, la Estela 4 aporta una de las menciones más específicas de la primera «fundación» de Copán, en el 8.6.0.10.8 de la Cuenta Larga, o sea en el 160 de nuestra era (Stuart 1986, 2003). ¿Será una casualidad que el barrigón fuera enterrado bajo un monumento en el que se cita este evento? Creemos que no, sobre todo cuando se tiene en cuenta el otro caso, el de la Estela I, con sus ofrendas relacionadas a las cuevas y los ancestros. En 1999 descubrimos otro ejemplo de este tipo de escultura de bulto redondo en la superficie de la Plataforma Noroeste, al oeste de la Gran Plaza de Copán. Este ejemplo lleva también adornos, como el de la Estela 4, sólo que en este caso de cuentas de un collar y no de plumas. La escultura preclásica de la Plataforma Noroeste también fue decapitada, como el barrigón de la Estela 4. Debajo de la escultura, su descubridor, James Fitzsimmons, encontró dos vasijas del Clásico Terminal, aparentemente ofrendadas después del abandono de Copán como recinto dinástico. Consideramos que la Plataforma Noroeste es el lugar más indicado, dentro del Grupo Principal, para un asentamiento de importancia en el Preclásico Terminal y Protoclásico, ya que hay evidencias claras de ocupaciones del Preclásico al oeste y al norte de la Plataforma (Fash et al. 2003; Viel 1999). También hay que hacer notar la curiosa forma de esta plataforma, que no obedece a los patrones del resto del sitio donde siempre hay edificios a los tres, si no a los cuatro lados, de cualquier espacio constructivo. Hay cierta similitud en el tamaño y la forma de esta plataforma y el sitio protoclásico del Cerro Chino. La asociación de las esculturas de la tradición Preclásica, de los Altos del área Maya, con estas construcciones es notable. LA FUNDACIÓN DINÁSTICA EN EL CLÁSICO TEMPRANO: REIVINDICACIÓN DE UN ORIGEN EXTRANJERO EN LAS OBRAS DEL FUNDADOR Y SU HIJO/SUCESOR En las inscripciones de Copán hay muchísimas referencias a un individuo histórico el cual cambió la historia, y el destino, de ese lugar. Nos referimos a K’inich Yax K’uk’ Mo’, el hombre que estableció una dinastía de la tradición maya clásica de las Tierras Bajas del Sur, en la primera mitad del siglo V de nuestra era.
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Todos sus sucesores fueron muy claros en mencionar que se consideraban los sucesores del orden político que él estableció en, o posiblemente antes, del año 427 d.C (Schele y Freidel 1989; Stuart 1992; Stuart y Schele 1986). Hay cierta ambigüedad entre las referencias a los sucesos históricos en la vida de este señor, como señala David Stuart (2004) en su consideración de los textos relevantes contemporáneos, y también los textos posteriores, que hacen mención de este individuo. Se ha escrito mucho referente al tema de sus orígenes e identidad, así que vamos a sintetizar los puntos principales acerca de los cuales hay consenso en las últimas publicaciones que han salido sobre el tema (Andrews y Fash 2005; Bell et al. 2004): 1. El fundador estableció un nuevo orden, el cual se refleja en edificios, plazas, monumentos y textos jeroglíficos, posiblemente por medio de la fuerza, y de «Tikal y sus mentores en Teotihuacan». 2. El fundador y su hijo/sucesor obtuvieron y utilizaron la arquitectura, el simbolismo en el arte monumental, y objetos de arte portátil derivados de muchas regiones, entre ellas Teotihuacan, Petén, Kaminaljuyú y el mismo Valle de Copán. 3. El fundador y su hijo celebran el fin de baktun 9.0.0.0.0 en un monumento contemporáneo, que es el Disco Marcador del edificio Motmot. 4. Posteriormente el fundador fue enterrado en un edificio con talud y tablero, decorado con pinturas murales. 5. Muy parecido al caso de Kaminaljuyú, Copán repentinamente dejó de usar simbolismos y estilos teotihuacanos en su arte y escultura, comenzando con el hijo del fundador y durante dos siglos más. Después del descubrimiento del nombre, y de la antigüedad, del fundador de la dinastía maya clásica de Copán en el Altar Q (Stuart 1992; Stuart y Schele 1986), hubo mucha discusión e incertidumbre referente a la realidad histórica de esas referencias. Influidos por el caso de la «re-escritura de la historia» efectuado por los culhua-mexica de México-Tenochtitlan, algunos arqueólogos dudaron abiertamente de la existencia de este individuo y de toda la historia del Clásico Temprano en Copán (Webster y Freter 1990). Las investigaciones del Proyecto Arqueológico Acrópolis Copán revelaron claras evidencias no solamente de la existencia del fundador dinástico, sino de las obras que él y cada uno de sus sucesores construyeron en la sede real que fue el centro del clásico Copán (Fash 1998; Fash y Sharer 1991; Sharer et al. 1999). Ahora no puede existir la menor duda: se trata de una historia con fundamentos atestiguados ampliamente en la arqueología, la osteología, la arquitectura monumental, la cerámica y otros medios de arte portátil. Todas esas evidencias directas y contemporáneas recibieron un fuerte eco en la epigrafía y la iconografía de los últimos monumentos dinásticos esculpidos de la ciudad, como en la Escalinata Jeroglífica de la Estructura 26 y el Altar Q.
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Dicho eso, cabe enfatizar que las comparaciones con los mexicas sí pueden ayudarnos a comprender aspectos de la fundación de Copán. Nos referimos sobre todo al fenómeno del establecimiento de una dinastía, en un centro real nuevo. Según las historias del siglo XVI —tanto de los culhua-mexica como de sus rivales— los seguidores de Huitzilopochtli carecían de suficiente prestigio como para poder establecer un centro dinástico en el Valle de México. Para tal efecto, fue necesario obtener un príncipe de sangre real, que en esa época correspondía a un noble de descendencia tolteca, preferiblemente de Culhuacán, lugar donde supuestamente se establecieron los descendientes de los toltecas que huyeron de Tula, Hidalgo, después de su quema y abandono. Negociaron para que el príncipe Acamapichtli, de Culhuacán, se estableciera en México-Tenochtitlan casándose con una princesa mexica, dando así herederos de sangre tolteca y mexica. Este fenómeno del «outsider king» (el rey extranjero) se da en todas las monarquías a nivel mundial, y es el tema de Michelet y Arnauld en este volumen. Aquí nos limitaremos a decir que esto también sucedió en el caso de Chichen Itzá, donde se menciona muy frecuentemente a Kukulcán como el rey que vino de fuera y estableció un nuevo orden en la ciudad (Tozzer 1941). En las crónicas mexicas también se establecen numerosas asociaciones entre Topiltzin-Quetzalcoatl, el cual fundó la ciudad de Tula según las crónicas del siglo XVI, y Acamapichtli. En este contexto vale la pena señalar lo distinto que es el fenómeno de Copán, donde el fundador del nuevo orden es considerado el primero de su género y línea por quienes lo sucedieron en el trono, del caso de Tikal, como señala Martin (2003). En dicha gran urbe, la llegada de los usurpadores en 378 d.C., probablemente procedentes de Teotihuacan, no señaló el fin de la dinastía maya nativa y original. Todo lo contrario, los sucesores del «rey extranjero» siguieron nombrándose con la secuencia de línea dinástica original de Tikal, presumiblemente por los lazos de parentesco por la descendencia materna (Martin 2003: 17). De nuevo el registro arqueológico tiene mucho que ofrecer en este sentido, ya que hay evidencia clara de que las relaciones entre Tikal y Teotihuacan comenzaron mucho antes de los sucesos del 378 d.C (Laporte 1987, 1998; Laporte y Fialko 1990, 1995). Cabe la posibilidad de que hubieran alianzas matrimoniales que unieran las dos ciudades por varias generaciones antes de la llegada de Siyak’ K’ak’. En Copán, por contraste, tenemos muchas referencias a K’inich Yax K’uk’ Mo’ como el primero en su dinastía, hechas por sus sucesores en el trono real. Según el texto más explícito, la fundación de ese nuevo orden tuvo lugar después de que el fundador fuera a un templo teotihuacano (o de estilo teotihuacano), y agarrara el símbolo del poder real, el k’awil (Stuart 2000). Cabe notar la observación de David Stuart (2004) de que antes de tomar ese símbolo no aparecía el título Yax en su nombre. Después de esa toma, Stuart sugiere que el título Yax posiblemente se refiere al sentido de «nuevo,» y no de «verde-azul», como referencia al nuevo orden establecido.
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El fin del baktun 9.0.0.0.0 Establecido el nuevo orden, el gobernante procede a construir espacios dignos para su nuevo centro dinástico, religioso y comercial. Para tal efecto, construye varios edificios en lo que sería su lugar de residencia, el cual se convierte en su mausoleo después de su muerte. Las edificaciones de la parte más elevada de su centro se conocen ahora como la Acrópolis, e incluyeron edificios en varios estilos y hechos de diversos materiales, de tradiciones arquitectónicas que reflejaron las regiones de las que el fundador derivó su poder y legitimidad: el Altiplano Central de México, los Altos de Guatemala, y las Tierras Bajas Centrales (Sedat y López 2004; Sharer 2003a, 2003b, 2004; Traxler 2004). En lo que se refiere a la parte más baja y pública del recinto real, el fundador y su hijo y sucesor construyeron una cancha de Juego de Pelota, un templo dinástico ligado a las ceremonias que los dos celebraban en el fin de baktun 9.0.0.0.0, una casa de linaje en la sede del Templo 11 y otro edificio que marcaba el extremo norte del conjunto (Cheek 1983; Fash 1998; Fash et al. 2004; Traxler 2001, 2004). El Juego de Pelota es adornado con cuatro enormes pájaros mitológicos mencionados en el texto del Disco Marcador (Fig. 3) que consagra todo el
Fig. 3.—Disco marcador de Motmot, con el fundador dinástico a la izquierda y su hijo y sucesor a la derecha (dibujo de Barbara W. Fash).
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conjunto (Fash 1998; Fash et al. 2004). Estos enormes pájaros también representan una mezcla de estilos y de simbolismo teotihuacano y maya. Se ve la guacamaya del Popol Vuh con el brazo arrancado de Hunapu como trofeo, pero en este caso el brazo se encuentra en el área de los genitales del pájaro, en la boca abierta de una cabeza de serpiente emplumada, al más puro estilo del Templo de Quetzalcoatl de Teotihuacan. Desde el principio, el campo de pelota es muy internacional, una tradición duradera, y seguramente centro de atracción, que fue seguido (como veremos) en generaciones posteriores en Copán. Se ha debatido el significado de la presencia de los dos primeros reyes como protagonistas del texto y de la dedicación del monumento jeroglífico del Marcador Motmot (ver Figura 3), en la fecha 9.0.0.0.0. A nuestra manera de ver, la explicación de este hecho poco usual en el arte de Copán, es obvia. Fue muy importante señalar para futuras generaciones que el nuevo orden logró sobrevivir, que se había logrado la sucesión dinástica de manera exitosa. Tanto es así, que el siguiente monumento que menciona el mismo evento, la Estela 63, también hizo hincapié en la participación de los dos, padre fundador e hijo sucesor, en los eventos tan históricos del cumplimiento del baktun. El establecimiento de una dinastía no siempre significa su éxito a largo plazo; un ejemplo notorio del fracaso de una dinastía poderosa fue el del primer imperio chino. El gran rey guerrero Shih Huang Ti superó la etapa de los Estados Guerreros con su propia instalación como el primer Emperador en 216 a.C. Sin embargo su «dinastía» (la Xin, de la que se deriva el nombre de China) no sobrevivió su reinado, pues él no logró una sucesión ordenada y, en seguida, comenzó la nueva dinastía, la Han. Volviendo al caso de Copán, el 13.o gobernante no vio la necesidad de mencionar la sucesión del fundador a su hijo en el texto de la Estela J, donde mencionó el evento de 9.0.0.0.0. Para esa época, tres siglos después de la fundación dinástica la sucesión era un hecho, algo ya incuestionable, y el papel del hijo fue considerado tan secundario al del fundador que ni lo mencionan. El papel del hijo/sucesor del fundador en la institucionalización el reino «maya» en Copán Lo irónico de este caso es que el hijo y sucesor, quien desaparece en el relato del 13.o como si nunca existiera, fue quien estableció todos los cánones de la tradición de las Tierras Bajas, en Copán. El fundador había construido varios edificios en el área pública y su recinto residencial, como son Arco Iris y Yax debajo de la Estructura 26, y Hunal y varias otras en lo que llegaría a ser la Acrópolis. Sin embargo, ninguno de los edificios del fundador son del estilo de las Tierras Bajas, y ninguno ostentaba ni decorados estucados ni tampoco inscripciones jeroglíficas. Tal pareciera que al fundador le importaba mucho más el talud y tablero de su residencia Hunal que los símbolos de la tradición dinástica del Petén.
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Es únicamente con la llegada del noveno baktun que él y su hijo renuevan el área pública del recinto real, para ostentar símbolos, edificios y escritura de la tradición maya clásica de las Tierras Bajas del Sur. Es el hijo quien construye la tumba del fundador en la tradición de la bóveda maya dentro de la plataforma de talud y tablero. De esta forma, el fundador dinástico termina como hombre vinculado tanto a los Altos como a las Tierras Bajas. Las piezas que se llevó a la tumba reflejan todo un muestrario de intercambio y de contactos en el mundo mesoamericano de su época (Reents et al. 2004; Sharer 2003 a, 2004). El hijo y sucesor enseguida abandona toda mención o sugerencia de «los mentores de Teotihuacan,» en frase de Martin (2003). Sus sucesores hicieron lo mismo, a tal extremo que durante 250 años no hay referencias al estilo ni la ideología de Teotihuacan en los monumentos públicos de Copán. Para decirlo directamente, en esos momentos no hubo «mercado» para los bienes, ni para la ideología, de la gran urbe. Es muy importante notar las observaciones tanto de Iglesias (2003) como de Cowgill (2003), de que después de 450 d.C. ya no hay bienes traídos de Teotihuacan, en Tikal. Como señalan Dorie Reents, Ellen Bell y Ronald Bishop (Reents et al. 2004), tampoco hay evidencia de objetos teotihuacanos en Copán después de esa fecha. Pero sí existe una diferencia importante entre Tikal y Copán: en Tikal siguieron utilizando la iconografía y el simbolismo teotihuacano en los monumentos dinásticos, mientras que en Copán, no. ¿Será que el lazo con Teotihuacan fue algo que utilizó Calakmul para conseguir aliados en su lucha férrea contra Tikal? En Copán, el hijo y sucesor del fundador hace todo lo posible por señalar su afiliación con la cultura maya clásica del Petén Central. Esto se nota tanto en el Disco Marcador de Motmot y en la Estela 63, como en la arquitectura con espectaculares molduras estilo petenero. Obras maestras de arquitectura y de escultura como son los edificios Motmot, Yehnal, Margarita, Ante y las versiones enterradas del Templo 11, todas obedecieron en su estilo a la moda contemporánea (o, a veces, ya pasada; cf. Proskouriakoff 1950) de los centros del Petén Central. La única excepción que conocemos es la del Marcador Central del Juego de Pelota IIA, que muestra a dos rivales usando el «yugo» del juego de Veracruz y los Altos de Guatemala, en lugar de los protectores altos que usan los jugadores mayas clásicos. El jugador del lado izquierdo lleva un pájaro en el tocado (tal como el personaje izquierdo en el Disco Marcador de Motmot), y parece representar al fundador. Parece que en el juego de pelota se mantenía viva la tradición teotihuacana y de los Altos. Aparte de este caso, todo es maya, maya y más maya, lo cual resulta irónico porque tampoco hay muchos bienes procedentes del Petén en Copán. Los pocos que hay, se encuentran casi exclusivamente en contextos reales, no entre la gente común. No obstante, el mensaje ideológico de «hombres del Petén» y la separación que permitió establecer los jerarcas de esa tradición cultural, aparentemente tuvo buenos resultados en Copán durante varios siglos. La codiciada «estabilidad» que
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enfatizan Michelet y Arnauld (en este volumen), como parte del culto de los ancestros reales, se hacía en Copán por medio de la escritura y, sobre todo, se lograba por medio de la ubicación cronológica de cada gobernante en la línea dinástica establecida por K’inich Yax K’uk’ Mo’ (segundo en la secuencia, tercero en la secuencia, etc.). Tal parece ser el caso que, al igual que hoy en día, en la antigua Copán, «lo maya» se vendía como pan —o tortilla— caliente. LA REIVINDICACIÓN DE OTRO ORIGEN EXTRANJERO EN EL CLÁSICO TARDÍO: EL RENACIMIENTO DE LA IDEOLOGÍA E IDENTIDAD TEOTIHUACANA En lo que llamamos el «renacimiento» del simbolismo teotihuacano en el arte público de Copán, queremos hacer hincapié en tres puntos principales: 1. El 12.o gobernante de Copán renueva el simbolismo teotihuacano en la Estela 6 correspondiente al 682 d.C., y es el primero en asociar las anteojeras Tlaloc con el personaje de K’inich Yax K’uk’ Mo’ en el 695 d.C. 2. El 13.o gobernante usa la forma del talud-tablero en el Templo 22 y el Juego de Pelota III, y se auto-retrata como jugador del juego de pelota con yugos en el Disco Marcador Central del Juego de Pelota IIB. 3. Para la época del 15.o y 16.o (y último) gobernantes, la asociación del fundador con Teotihuacan es llamativa y muy explícita, y en los textos se establece un lazo fundamental de Copán con Teotihuacan, como el centro que dio el poder sagrado a las dinastías mesoamericanas. El estilo maya clásico predomina por diez dinastas y por diez katunes en Copán, antes de que el 12.o gobernante tuviera a bien renovar el estilo y la herencia teotihuacana en la tierra de K’inich Yax K’uk’ Mo’. Por razones desconocidas hasta el momento, parece ser que durante dos siglos, en términos políticos no convenía mencionar a Teotihuacan. El camino fácil y seguro era hacer de la dinastía copaneca «hombres del Petén» y no de Teotihuacan. De esa forma, todavía podían ostentar ser «de afuera» y estar «por encima» de la población local, la cual no era ni de las Tierras Bajas ni mucho menos de Teotihuacan, sino profundamente del sudeste mesoamericano. Según las fechas arqueomagnéticas y de radiocarbono obtenidas en nuestras investigaciones del palacio de Xalla en Teotihuacan (López et al. 2003), alrededor del 550 d.C. la ciudad de Teotihuacan fue quemada. Aunque hubo ocupaciones posteriores, dicha ciudad nunca volvió a poseer el poderío político y económico que sustentó durante su apogeo. Aunque Sharer (2004) enfatiza el papel de Calakmul en la destrucción de los monumentos esculpidos de Copán alrededor de 564 d.C., cabe preguntarse si la debilidad de Tikal y sus aliados en ese momento no se debía en parte a la destrucción de Teo-
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tihuacan, de manera parecida al modelo propuesto por Willey hace treinta años (Willey 1974). Pasado más de un siglo, la memoria de Teotihuacan fue revivida en muchas ciudades mayas, donde los gobernantes hicieron recordatorios de la gran ciudad. En algunos casos, hacen referencias directas a su propia llegada del «antiguo Tollan,» o sea Teotihuacan (Martin y Grube 2000; Stuart 2000; Taube 2000). Copán fue una de las primeras ciudades mayas en hacerlo. En la Estela 6 (Fig. 4), de 682 d.C., el 12.o gobernante se autorepresenta como seguidor de Tlaloc, o como quiera que los antiguos teotihuacanos hayan lla-
Fig. 4.—Estela 6 de Copán (dibujo de Barbara W. Fash).
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mado a su deidad del relámpago y de las tormentas. Además hace referencia explícita en el texto a las «18 imágenes de K’awil,» que según Karl Taube (2000) es una referencia directa al Templo de la Serpiente Emplumada en Teotihuacan. Es interesante que la Estela 6, con sus referencias a un culto de la antigüedad, se encuentre a escasos 60 metros de la Estela 5, donde —como ya señalamos— este mismo gobernante enterró una escultura preclásica de piedra en bulto redondo como ofrenda dedicatoria. Parece que el rey quiso referirse a los dos lugares sagrados lejanos donde Copán logró obtener el poder sobrenatural, al del «Bent Kawak» («Kawak Curvado») en 180 d.C. y al teotihuacano, en 427 d.C. Posteriormente, este mismo gobernante erige otro par de monumentos en el área de la Gran Plaza. En la Estela I menciona la primera fundación (la sagrada, o ideológica), y hace ofrendas de estalactitas tomadas de las cuevas de los antepasados. Mientras que en la Estela E, menciona al protagonista de la segunda fundación, la dinástica. Luego, ya en el momento de su propia muerte, es él quien lleva a la tumba la primera imagen del fundador de la dinastía, K’inich Yax K’uk’ Mo’, con las anteojeras de Tlaloc, en forma de una tapadera de incensario (Fash 2001). En las representaciones escultóricas antiguas del fundador que habían sobrevivido (el Disco Marcador Motmot, el Disco Marcador del Campo de Pelota IIB, y la Estela P), el primer rey había sido representado con indumentaria maya, no teotihuacana. Pero en esta efigie de barro, que se encontraba en el lado oeste de la tumba mirando hacia el oeste —tal y como uno esperaría de un «Señor del Oeste» (Fash y Fash 2000; Stuart 2004)—, el fundador dinástico de Copán lleva las anteojeras de Tlaloc, en el primer registro conocido hasta ahora. Parece ser que el 12.o gobernante de Copán era una especie de «Rey Historiador» al estilo de Nezahualcoyotl en la gran urbe de Texcoco, ya que es el primero en hacer referencia a las dos fundaciones en pares de monumentos. Su hijo y sucesor, el 13.o gobernante, toma como nombre real la misma referencia a Teotihuacan, «18 son las imágenes del Dios K’awil» (Taube 2000). En su primera renovación del Juego de Pelota, conocido como el IIB, se autorretrata como el Patrono de las Fiestas (quien toma el nombre de Macuilxochitl entre las culturas posteriores del Altiplano Central), y con el «yugo» de la versión mexicana del juego de pelota. Su rival y opositor, se viste como jugador maya. De nuevo celebra el sentido «internacional» de los juegos de pelota en Copán, pero es muy explícito en señalar sus propias preferencias sobre las reglas e indumentarias «mexicanas». En la siguiente renovación que hace a la cancha, sus arquitectos ponen el estilo talud y tablero al basamento del edificio este, elemento que también utilizaron en el basamento frontal del Templo 22 de este mismo gobernante.
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Crisis y culminación: La Escalinata Jeroglífica y su templo; el Templo 16 y el Altar Q Pero es en los reinados de los últimos dos reyes de Copán cuando el culto y el simbolismo teotihuacano llegaron a su apogeo (B. Fash 1992). La segunda y última versión de la Escalinata Jeroglífica dedicada por el 15.o gobernante, lleva alfardas con simbolismo teotihuacano, y varios de los gobernantes también llevan indumentaria de ese tipo (Fash y Fash 2000). El templo en la cima incluye un texto con jeroglíficos mayas junto con sus homólogos en un estilo teotihuacano (Stuart 2000, 2005). Hay referencias al fundador tanto en el texto del templo como en la escalinata misma, y no cabe duda de que el intento es asociar a Copán con una fuerza sobrenatural y política mucho más fuerte, y mucho más allá, que cualquier lugar o potencia en el área maya: la del gran Tollan Teotihuacan (Fash 2002). El empleo por parte de las culturas mayas de iconos teotihuacanos y de elementos arquitectónicos, hace recordar el uso del estilo clásico greco-romano por las culturas occidentales. Pero en este caso si hubo lazos culturales y comerciales en la época de la fundación dinástica, que proporcionaron un trasfondo fundamental al renacimiento de este estilo. Ninguna otra ciudad maya demuestra un interés tan profundo, casi podría llamarse una obsesión, con la arquitectura y el simbolismo teotihuacano, como lo hace Copán. Para sus últimos días existían un mínimo de diez edificios abovedados en Copán con simbolismo teotihuacano en sus fachadas. Quizás el caso más explícito es el Templo 16, donde hay dos representaciones del fundador con sus anteojeras de Tlaloc: en su efigie naturalista en la cima del Templo (Fash 1992: Fig. 5), y en su figura en la fachada principal —del lado oeste— del Altar Q. El papel de Tlaloc se señala de una forma imponente en el tzompantli en la gradería central de la pirámide (Agurcia y Fash 2005; Taube 2000, 2004), y más arriba vemos el otro papel de K’inich Yax K’uk’ Mo’, como el Disco Solar, en el segundo saliente de la gradería. En una ocasión anterior observamos la similitud de esta dualidad, con los templos gemelos del Altiplano Central de épocas mucho más tardías (Fash y Fash 2000). El mismo texto del Altar Q menciona que el fundador vino de un Wi te Naah, el cual, según Stuart (2000), sería un edificio teotihuacano. De nuevo, vemos la estrategia de legitimación descrita en los textos de la Estela I y la Estela 4: se practicó un rito en un lugar sagrado lejano, para luego regresar a Copán. En el caso de la fundación ideológica, el viaje entre «Bent Kawak» («Kawak Curvado») y el lugar de los murciélagos (Copán), fue de 208 días. En el caso de la fundación dinástica recordada en el texto del Altar Q, fueron 153 días desde la visita del templo del atado de años (T600 en el sistema de Thompson), hasta la llegada al lugar de los tres cerros (Copán). Stuart y otros han traducido el glifo del bulto de años (Wi te naah) como una «casa de orígenes». Es el mismo símbolo de los leños cruzados que vemos en asociación con el nombre del fundador, y en varios edificios del Clásico Tardío
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Fig. 5.—Efigie de K’inich Yax K’uk’ Mo’ descubierta en el Templo 16 por Alfred Maudslay (dibujo de Barbara W. Fash).
asociados con él, tanto así que éste parece ser el símbolo primordial de este señor. Es, además, el símbolo asociado con el rito del Fuego Nuevo entre los posteriores mexicas, o sea el atado de años. No creemos que sea casualidad que este mismo símbolo aparezca entre las esculturas que adornaron el adosamiento a la Pirámide del Sol en Teotihuacan. Siempre se ha mencionado la cueva artificial debajo de la Pirámide del Sol como la cueva de los orígenes. Si el término Wi te naah se traduce como «casa de orígenes», cabe la posibilidad que el templo teotihuacano que visitó el fundador, según el texto del Altar Q, fuese ese. En resumidas cuentas, posiblemente este sea el primer caso conocido en la historia maya, de lo que fue la segunda etapa señalada por Michelet y Arnauld (en este volumen): la reivindicación de un origen extranjero. Más explícitamente, de quienes entre los gobernantes mayas dijeran, «venimos de Tollan». Nada más que en el caso de Copán, el Tollan del cual querían derivar los orígenes de su fundador, fue Tollan Teotihuacan. Si estamos en lo correcto, desde que la Escalinata Jeroglífica y el Altar Q fueron erigidos, la fundación dinástica de los sitios mayas se volvió cada vez más, hacia el origen extranjero, sobre todo, de Tollan.
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Por su parte, Barbara Fash ha registrado muchos casos de iconografía de dioses y de simbolismo que están asociados en la literatura con el Altiplano Central, y con el Posclásico, los cuales por lo visto aparecen primero en Copán durante esta última época de su florecimiento artístico. Parece ser que, después de su colapso como centro comercial, Copán siguió teniendo importancia como un lugar sagrado, donde llegaron peregrinos de muchas partes. Para concluir, queremos enfatizar que Copán se fundó como un centro mesoamericano, con inspiraciones y derivaciones de los Altos y de la costa sur del Área Maya, y del Petén Central. Aunque las circunstancias políticas le llevaron a enfatizar su participación con el «culto» maya clásico en un momento, su filiación con el sudeste mesoamericano en otro, y finalmente la reivindicación de un pasado ligado con Teotihuacan, siempre expuso sus raíces internacionales, y la historia de sus fundaciones, tanto la sagrada como la dinástica. BIBLIOGRAFÍA ANDREWS, E. Wyllys V. 1976. The Archaeology of Quelepa, El Salvador. Middle American Research Institute, Pub. 42. Tulane University. Nueva Orleans. —. 1990. «Early Ceramic History of the Lowland Maya». En Vision and Revision in Maya Studies, Eds. F.S. Clancy y P.D. Harrison, pp. 1-19. University of New Mexico Press. Albuquerque. ANDREWS, E. Wyllys V. y William L. FASH (Editores). 2005. Copan: The History of an Ancient Maya Kingdom. School of American Research. Santa Fe. AGURCIA FASQUELLE, Ricardo y Barbara W. FASH. 2005. «The Evolution of Structure 10L-16: Heart of the Copán Acropolis». En Copan: The Rise and Fall of a Classic Maya Kingdom, Eds. E.W. Andrews V y W.L. Fash, pp. 201-238. School of American Research. Santa Fe. AOYAMA, Kazuo. 1999. Ancient Maya State, Urbanism, Exchange, and Craft Specialization: Chipped Stone Evidence from the Copan Valley and the La Entrada Region, Honduras. Memoirs in Latin American Archaeology 12. University of Pittsburgh. Pittsburgh. BALL, Joseph W. 1983. «Teotihuacán, the Maya, and Ceramic Interchange: A Contextual Perspective». En Highland-Lowland Interaction in Mesoamerica: Interdisciplinary Approaches, Ed. A.G. Miller, pp. 125-145. Dumbarton Oaks. Washington D.C. BAUDEZ, Claude F. 1994. Maya Sculpture of Copan. University of Oklahoma Press. Norman y Londres. BAUDEZ, Claude F. (Editor). 1983. Introducción a la Arqueología de Copán, Honduras, Tomos I, II, III. Proyecto Arqueológico Copán, Secretaría de Estado en el Despacho de Cultura y Turismo. Tegucigalpa. BELL, Ellen El, Marcello A. CANUTO y Robert J. SHARER (Editores). 2004. Understanding Early Classic Copan. University of Pennsylvania Press. Filadelfia. CANUTO, Marcello A. 2003. «The Rural Settlement of Copan: Changes through the Early Classic». En Understanding Early Classic Copan, Eds. E.E. Bell, M.A. Canuto y R.J. Sharer, pp. 29-50. University of Pennsylvania Press. Filadelfia. CANUTO, Marcello A. y William J. MCFARLANE. 1999. «Una comunidad rural en los alrededo-
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7 LA POLÍTICA DE FUNDACIÓN DE UNA NUEVA CAPITAL DINÁSTICA EN AGUATECA, GUATEMALA Takeshi INOMATA Universidad de Arizona
Erick PONCIANO Proyecto Arqueológico Aguateca
Daniela TRIADAN Universidad de Arizona
Markus EBERL Universidad de Tulane
Jeffrey BUECHLER Universidad de Illinois, Chicago INTRODUCCIÓN La organización política ha sido un tema central en la arqueología maya. El reciente desarrollo de los estudios epigráficos ha proporcionado información importante sobre este problema. Los textos descifrados indican procesos de conflictos y alianzas entre diferentes dinastías, y muchos estudiosos enfatizan ahora el papel fundamental que jugaron los dos grandes centros de Tikal y Calakmul (Martin y Grube 2000). Pero a pesar de este avance, nuestro entendimiento de las relaciones políticas entre las dinastías y las poblaciones generales es todavía limitado. Los datos de Tikal, Caracol y otros sitios, parecen indicar que los éxitos en la política interdinástica supusieron habitualmente aumentos demográficos y prosperidad económica para las poblaciones (Chase y Chase 1996; Culbert et al. 1990). Ahora es necesario examinar con más detalle las múltiples dimensiones de la organización política maya, incluyendo no solamente las relaciones entre diferentes dinastías sino también las negociaciones entre las elites y no-elites, y las interacciones entre grupos y comunidades diversas. Se necesita investigar cómo afectó la política interdinástica en la vida de las poblaciones comunes, y cómo condicionaron las reacciones de los plebeyos las estrategias de las elites y sus relaciones con otros centros. La fundación de un nuevo centro dinástico proporciona una oportunidad especial para el estudio de procesos políticos. ¿Cómo estableció una dinastía intrusa la relación diplomática con los centros locales? ¿Cómo se incorporaron las elites nuevas a las poblaciones locales? ¿Cómo reaccionaron las poblaciones comunes a estos cambios políticos? ¿Cómo se mantuvieron o se transformaron los significados y tradiciones asociadas a lugares específicos por causa de los cambios políticos? Estas son preguntas que están directamente relacionadas con la naturaleza de la dinámica política de los mayas clásicos. 131
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Aguateca fue establecida como una nueva sede de poder por una dinastía intrusa durante el período Clásico Tardío, y el proceso de su influencia sobre otros centros está relativamente bien documentado en diversas inscripciones glíficas. La segunda fase del Proyecto Arqueológico Aguateca, realizada en 2004 y 2005, se enfocó hacia el estudio de la dinámica política asociada con la fundación de Aguateca. LA HISTORIA DE AGUATECA Aguateca está ubicada en la región de Petexbatun en la parte suroeste del Departamento de Petén en Guatemala (Fig. 1). El estudio epigráfico indica que Aguateca fue la capital gemela de Dos Pilas, y su dinastía —que usó una variante del glifo emblema de Tikal— probablemente procedía de este gran centro del
Fig. 1.—Mapa de la región de Petexbatun.
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Petén Central (Houston 1993). La dinastía más antigua en la región de Petexbatun fue la de Tamarindito, que tenía su capital gemela en Arroyo de Piedra y erigió monumentos desde el Clásico Temprano. Es probable que, antes de la intrusión de la nueva dinastía, los territorios de Dos Pilas y Aguateca estuvieran bajo el control o la influencia de la dinastía de Tamarindito y Arroyo de Piedra. La parte recién descubierta de la Escalinata Jeroglífica 1 de Dos Pilas, indica que el Gobernante 1 de Dos Pilas, B’alaj Chan K’awiil, llegó a este lugar en el año 632 d.C., aparentemente bajo la orden y colaboración de la familia real de Tikal (Fahsen 2003). Dos Pilas, sin embargo, fue derrotada por el enemigo de Tikal, Calakmul, y B’alaj Chan K’awiil tuvo que exiliarse a un lugar que parece haber sido Aguateca. Después de este evento, Dos Pilas se transformó en súbdito de Calakmul y empezó sus luchas contra Tikal (Martin y Grube 2000). B’alaj Chan K’awiil también desarrolló su red diplomática en la región, estableciendo relaciones matrimoniales con la familia real de Tamarindito e Itzan. Según la inscripción de la Estela 15 de Dos Pilas (Houston 1993), su hijo, el Gobernante 2, Itzamnaaj K’awiil, realizó un rito, posiblemente en Aguateca, en 9.14.10.0.0 (721 d.C.). No está claro si los Gobernantes 1 y 2 de Dos Pilas ya tenían en ese momento a Aguateca bajo su control, o si ellos simplemente visitaron el lugar, que fue una parte del territorio de Tamarindito. La mayoría de los monumentos de Aguateca se encuentran en la Plaza Principal, y el que tiene la fecha más temprana es la Estela 3, que fue dedicada por el Gobernante 3 en 9.15.0.0.0 (731 d.C.) (Graham 1967). Esto sugiere que esta capital llegó a ser un importante foco de actividades ceremoniales y administrativas para la dinastía de Dos Pilas durante el reinado del Gobernante 3, a inicios del siglo VIII. El Gobernante 3 fue también protagonista de una victoria militar particularmente importante: la derrota de Ceibal en 735 d.C. El triunfo fue lo suficientemente importante como para que se conmemorara en monumentos tanto de Dos Pilas como de Aguateca. Esta historia indica que el crecimiento de Aguateca como capital secundaria estuvo estrechamente relacionado con la expansión de poder de su dinastía, y que la negociación con la dinastía de Tamarindito y con las poblaciones locales debe haber sido crucial en este proceso. HIPÓTESIS ORIGINALES RELACIONADAS CON LA FUNDACIÓN DE AGUATECA Nuestro entendimiento del proceso de la fundación de Aguateca ha ido creciendo gradualmente a través de años de investigaciones arqueológicas en esta región. El primer estudio arqueológico sistemático en este sitio fue llevado a cabo por Inomata (Inomata 1997; Inomata y Stiver 1998), como parte del Proyecto Arqueológico Regional Petexbatun, dirigido por Arthur Demarest. Las excavaciones realizadas durante este proyecto revelaron que la mayoría de las construcciones,
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incluyendo el piso de la Plaza Principal y el patio del Grupo Palacio, tuvieron sólo una fase de construcción (Fig. 2), y además, muchos de los edificios, particularmente los que se encontraron en la parte central, apenas contuvieron entierros. Este patrón concuerda a la perfección con la corta historia de ocupación indicada en las inscripciones glíficas.
Fig. 2.—Mapa de Aguateca.
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En los Grupos M6-5 y M6-6, excavados por Oswaldo Chinchilla (ver Figura 2), se encontró un patrón diferente. Ya desde la etapa de levantamiento del mapa, la construcción de este grupo pareció diferente a otros, con estructuras realizadas en mampostería rústica, si se las compara con las de otros grupos. La excavación de la Estructura M6-18 reveló una amplia, pero baja, banca en un estilo diferente de las altas bancas que fueron comunes en Aguateca. Además, Chinchilla encontró tres entierros, lo que supone una densidad de entierros mucho más alta que muchos otros grupos de Aguateca, implicando una ocupación larga para M6-5 y M6-6. Patrick Culbert, quien observó muestras de cerámica de Aguateca en el laboratorio, indicó que ciertas vasijas cerámicas procedentes de los entierros del Grupo M6-5 pertenecían a la fase Tepeu 1 (600-700 d.C.). La diferencia de Tepeu 1 y Tepeu 2 (700-800 d.C.) está bien reconocida en el Petén Central, particularmente en los sitios de Uaxactun y Tikal (Culbert 1993; Smith 1955), sin embargo, Antonia Foias (1996), ceramista del Proyecto Petexbatun, siguió la cronología de Jeremy Sabloff (1975) en Ceibal, quien no hizo distinción de Tepeu 1 y 2. La sugerencia de Culbert y su propio análisis cerámico influyeron en Inomata para pensar que, en la región de Petexbatun, existen diferencias entre las cerámicas de Tepeu 1 y 2, y es posible reconocer sus características por análisis. Las investigaciones del Proyecto Petexbatun en otros sitios proporcionaron datos relevantes para este problema. Dirk Van Tuerenhout (Demarest et al. 1997; Van Tuerenhout 1996) excavó Quim Chi Hilan, una comunidad agrícola pequeña que se encuentra al norte de Aguateca (ver Figura 1), y cuando Inomata visitó su excavación notó que muchas estructuras de Quim Chi Hilan tuvieron un estilo de arquitectura similar a los Grupos M6-5 y M6-6 de Aguateca. Además, estos edificios de Quim Chi Hilan contuvieron numerosos entierros y algunas de las vasijas de las ofrendas funerarias parecieron tener características de la fase Tepeu 1. Es probable, por tanto, que Quim Chi Hilan tuviera una secuencia de ocupación larga desde un período anterior a la intrusión de la nueva dinastía en Aguateca. Otra información asimismo importante procede de Tamarindito, que fue excavado por Juan Antonio Valdés y otros miembros del Proyecto Petexbatun (Valdés 1997). Al visitar el sitio, Inomata notó que muchas estructuras, incluyendo residencias de tamaño grande, tuvieron un estilo de arquitectura similar a los Grupos M6-5 y M6-6 y de Quim Chi Hilan. A partir de estas observaciones, Inomata (1995, 1997: 338-341) desarrolló las siguientes hipótesis preliminares sobre los estilos de arquitectura y cerámica en relación a la fundación de Aguateca: 1. Proceso de fundación de Aguateca: Aguateca fue ocupada de manera dispersa bajo el control o la influencia de Tamarindito durante la fase Tepeu 1, es decir, antes de la intrusión de la dinastía de Dos Pilas. Los Grupos M6-5 y M6-6 de Aguateca y Quim Chi Hilan repre-
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sentan ocupaciones de este período. La dinastía de Dos Pilas ocupó Aguateca como su capital secundaria a principios del siglo VIII, o sea, durante la fase Tepeu 2, y creció con rapidez hasta ser una ciudad densamente ocupada. 2. Estilos de arquitectura: Numerosas estructuras de Tamarindito, y de sus áreas de influencia durante la fase Tepeu 1, tuvieron un estilo similar, que se caracteriza por: a) mampostería rústica; b) ausencia de paredes y divisiones de cuartos hechas de piedra; y c) uso común de bancas bajas. Estas características parecen estar presentes en los edificios de Ceibal, y hemos llamado a este estilo «Pasión Local» (Fig. 3). Muchas de las estructuras hechas en Aguateca después de su establecimiento como capital gemela de Dos Pilas tienen un estilo diferente, que se caracteriza por: a) mampostería de piedras talladas; b) presencia frecuente de paredes y divisiones de cuartos hechos en piedra; c) uso habitual de bancas altas que ocupan la parte posterior de cuartos; y d) uso común de lajas delgadas puestas en posición vertical, especialmente para paredes y divisiones de cuartos y muros de contención de bancas. Llamamos a este estilo «Aguateca» (Fig. 4). Muchos residentes de
Fig. 3.— Ejemplo del estilo arquitectónico Pasión Local (Estructura M6-28 del Grupo M6-3 de Aguateca), donde se aprecia la mampostería rústica y una banca baja.
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Fig. 4.—Ejemplo del estilo arquitectónico Aguateca (Estructura L7-4 de Aguateca), apreciándose la división de cuartos con lajas puestas en posición vertical y una banca alta.
Tamarindito parecen haber seguido utilizando el estilo Pasión Local durante la fase Tepeu 2, por lo que es probable que estos estilos diferentes de arquitectura estén reflejando distintas afiliaciones políticas y culturales de sus habitantes. Es necesario indicar que esta distinción no es simple, y así los edificios más elaborados en la parte central de Tamarindito tienen mampostería fina, y muchas estructuras pequeñas de Aguateca tienen mampostería rústica comparable a la del estilo Pasión Local. Cabe decir que, la diferencia de los dos estilos, es más notable en estructuras de tamaño mediano. 3. Cronología cerámica: Las diferencias entre las cerámicas de Tepeu 1 y 2 se expresan primeramente en características modales: a) Los platos Tepeu 1 generalmente tienen bases redondeadas y paredes abiertas, con pocos ángulos en la conexión de la pared y la base, y comúnmente tienen una pequeña pestaña basal (Fig. 5); los platos Tepeu 2 comúnmente tienen bases planas con ángulos en la conexión de la pared y la base (Fig. 6); b) algunos cuencos policromados Tepeu 1 tienen paredes redondeadas, mientras los cuencos policromados Tepeu 2 generalmente tienen paredes
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Fig. 5.—Plato Tepeu 1, procedente del Entierro AG-33, Estructura M6-29 del Grupo M6-3 de Aguateca.
Fig. 6.—Plato Tepeu 2, procedente del Entierro ST-1, Estructura R27-83 de Dos Ceibas.
rectas o evertidas. En el Entierro 30 de Dos Pilas, se encontraron vasijas con características Tepeu 1, junto con otras que tienen elementos de Tepeu 2 (Foias 1996). Esta es probablemente la tumba del Gobernante 2, Itzamnaaj K’awiil, quien murió en 726 d.C. (Houston 1993). Es posible que la transición de la cerámica Tepeu 1 a Tepeu 2 en la región de Petexbatun tuviera lugar alrededor del año 720 d.C.
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INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS POSTERIORES La primera fase del Proyecto Arqueológico Aguateca se realizó entre 1996 y 1999. En este proyecto, cuyo enfoque se centró en la excavación de residencias elitistas que fueron rápidamente abandonadas, el estudio de la fundación de Aguateca no fue un objetivo prioritario. Sin embargo, se obtuvieron importantes datos en la Barranca Escondida que se ubica en medio del acantilado al sur de la Plaza Principal (ver Figura 2), habiéndose reportado saqueos en este lugar después de la temporada de campo de 1998. Ponciano e Inomata regresaron al sitio y documentaron tres estelas (Estelas 15, 16, y 17). En 1999 Eberl llevó a cabo excavaciones de esta área y descubrió una nueva estela (Estela 18); estos monumentos fueron examinados por Stephen Houston después de la temporada de campo de 1999. La Estela 15 muestra un estilo similar al de la Estela 5 de Tamarindito, y probablemente se fecha para el período Clásico Temprano. La Estela 16 sí tiene fechas, que parecen ser 9.9.13.0.0 (626 d.C.) y 9.10.0.0.0 (633 d.C.); aunque una fecha alternativa a la primera puede ser 9.9.0.0.0 (613 d.C.). Su texto incluye el glifo emblema de Tamarindito y Arroyo de Piedra, y su iconografía es similar a las Estelas 1 y 6 de Arroyo de Piedra (Houston, comunicación personal 2005). La Estela 18 parece fecharse alrededor del 700 d.C. Es decir, que estos monumentos son más antiguos que las estelas de la Plaza Principal. Las cerámicas recuperadas en el área son coherentes con las fechas de las estelas, habiéndose hallado una cantidad significativa de cerámica del Clásico Temprano y de la fase Tepeu 1. Cerca de las estelas se encuentra la entrada a una grieta profunda y, en el fondo, Eberl encontró depósitos culturales. En el afloramiento de roca al lado de las estelas, se detectó asimismo una estructura destruida en la época prehispánica. El acceso a la Barranca Escondida no es fácil, y la colocación de los monumentos en esta parte del acantilado es difícil de interpretar, pero es razonable proponer que la Barranca Escondida fue un lugar ritual importante utilizado, principalmente, antes de la fundación de Aguateca como capital secundaria de la dinastía intrusa. El estilo y los textos de estos monumentos indican que los mismos fueron dedicados por los gobernantes de la dinastía de Tamarindito y Arroyo de Piedra, lo que corrobora la hipótesis que el área de Aguateca estuvo originalmente bajo el control de Tamarindito. Desde 2002 hasta 2004 se llevó a cabo el Proyecto de Restauración Aguateca, Segunda Fase. Aunque el proyecto fue diseñado específicamente para la excavación y restauración de estructuras del área central de Aguateca, algunos estudiantes realizaron diversos programas de investigación examinando varios temas de interés. Así, Marcus Eberl recorrió el área al sur de Aguateca y descubrió el sitio de Nacimiento (ver Figura 1), un lugar donde muchas de sus estructuras se presentan en el estilo Pasión Local. En las investigaciones se recolectó una cantidad significativa de cerámica Tepeu 1 junto con la de Tepeu 2, por lo que se piensa
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que el sitio fue un centro menor que se desarrolló desde la fase Tepeu 1, antes de la intrusión de la nueva dinastía en Aguateca. En la parte oeste de la ciudad, más específicamente en el Grupo Guacamaya (ver Figura 2), Bruce Bachand excavó la Estructura K6-1, revelando construcciones preclásicas. En la misma área, excavaciones anteriores realizadas durante el Proyecto Petexbatun habían detectado grandes plataformas que se fecharon para el Preclásico Tardío, por lo que la investigación de Bachand confirma que el Grupo Guacamaya fue el foco de actividades ceremoniales durante el período Preclásico. Las construcciones posteriores de la Estructura K6-1 parecen contener cerámicas Tepeu 1, pero su datación no fue del todo clara, debido a la destrucción —por un saqueo— de su parte superior. SEGUNDA FASE DEL PROYECTO ARQUEOLÓGICO AGUATECA Se llevó a cabo en 2004 y 2005 para examinar específicamente el proceso político relacionado con la fundación de la ciudad, habiéndose diseñado un total de cuatro programas para este objetivo: 1) investigaciones en la parte central; 2) excavación de un grupo residencial no-elitista de la fase Tepeu 1; 3) transecto sur entre Aguateca y Nacimiento; y 4) transecto norte entre Aguateca y Tamarindito. En la parte central de Aguateca, Ponciano y Monroy llevaron a cabo excavaciones bajo los pisos de la Estructura M7-22 del Grupo Palacio, y las Estructuras M8-4 y M8-8, en la zona residencial de elite (ver Figura 2). La trinchera realizada en la plataforma de la Estructura M7-22 reveló un relleno de casi 4 m de profundidad que fue construido en un solo episodio directamente sobre la roca madre (Fig. 7); la misma circunstancia se dio en la excavación de la Estructura M8-8. Sólo la Estructura M8-4 tuvo un edificio anterior, pero la cerámica procedente del relleno se fechó para la fase Tepeu 2. En ninguna de estas excavaciones se encontraron entierros. Estos resultados confirmaron la hipótesis original de que la parte central de Aguateca fue ocupada por un tiempo relativamente corto, y la mayoría de sus edificios fueron construidos durante la fase Tepeu 2. La escasez de entierros es una de las circunstancias que, probablemente, reflejan la corta ocupación. Además, es posible que muchas gentes pertenecientes a las elites mantuvieran dos residencias en Dos Pilas y Aguateca, cuando Dos Pilas funcionaba como capital dinástica y, así, la mayoría de los miembros de elite fueron enterrados en sus residencias principales de Dos Pilas. La excavación del Grupo M6-3 (ver Figura 2) dirigida por Daniela Triadan y Eric Ponciano, confirmó la observación original de que las estructuras poseyeron estilo Pasión Local (ver Figura 3). Sin embargo, las Estructuras M6-8 y M6-10 tuvieron paredes de cuartos parcialmente hechas de piedra, y parecen haber sido incorporados algunos elementos del estilo Aguateca. Todas las estructuras excavadas tienen una única etapa de construcción, pero su larga ocupación está indicada
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Fig. 7.—Trinchera excavada en la Estructura M7-22 del Grupo Palacio de Aguateca, en ella se puede constatar una única etapa de construcción, puesta directamente sobre la roca madre.
por la cantidad de entierros hallada (un total de 18 entierros en los cuatro edificios excavados) y particularmente en la Estructura M6-29 (Fig. 8) —el edificio principal del grupo— que contuvo 12 entierros. Las vasijas funerarias que los acompañan presentan una secuencia desde la etapa temprana de Tepeu 1 hasta Tepeu 2. Ello indica que el Grupo M6-3 fue ocupado antes de la intrusión de la nueva dinastía en Aguateca, y que su ocupación continuó hasta la fase Tepeu 2, después de la fundación de Aguateca como capital dinástica. Los transectos sur y norte fueron diseñados específicamente para examinar el cambio en organización política a través de la distribución de los dos estilos arquitectónicos. En contraste a los transectos rectos, que son usados comúnmente en la arqueología maya, se diseñaron transectos flexibles que siguieron las orillas del acantilado donde se encuentran densos asentamientos. Se logró una cobertura completa de los transectos de 200 m de ancho, y el levantamiento de un mapa con restos culturales y rasgos naturales como cuevas y rejoyas1. En el transecto norte, dirigido por Buechler, se documentaron asentamientos continuados entre Agua1
rros.
Palabra usada en la zona rural de Petén, donde se refiere a una zona de tierra fértil situada entre los ce-
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Fig. 8.—Estructura M6-29 del Grupo M6-3 de Aguateca vista desde oeste, obsérvese la mampostería rústica y varios entierros.
teca y Tamarindito. La mayoría de las estructuras parecen tener estilo Pasión Local, pero, sin embargo, las cerámicas recuperadas en pozos de sondeo fueron predominantemente de Tepeu 2. Es probable que la densidad de ocupación en esta área fuera baja durante la fase Tepeu 1 y la población aumentara durante la fase Tepeu 2. Los nuevos habitantes de esta área parecen haber tenido afiliaciones más fuertes con Tamarindito. La distribución del estilo Aguateca está limitado principalmente en el área al sur de Quim Chi Hilan. Es posible que la dinastía intrusa no extendiera de forma significativa su control político más al norte de su centro. Marcus Eberl dirigió tanto el recorrido del transecto sur como la investigación de Nacimiento. Un hallazgo importante es el sitio de Dos Ceibas (ver Figura 1), que se ubica entre Aguateca y Nacimiento y está compuesto por dos plazas grandes y grupos residenciales en sus alrededores. El montículo más grande en la Plaza Norte, con unos 4 m de altura, es la Estructura R27-63; su excavación reveló numerosos niveles de construcciones preclásicas, cerca de su cima se encontró un entierro con dos vasijas del período Clásico Temprano, y su última etapa de construcción contuvo tiestos de la fase Tepeu 1. Esta estructura, que fue probablemente el centro de ceremonias públicas de esta comunidad, parece haber teni-
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do por tanto construcciones continuadas desde el Preclásico hasta Tepeu 1, aunque después de la fundación de Aguateca como nueva capital, no volvió a tener ninguna ampliación más. En la Plaza Sur las excavaciones de la Estructura R27-83 (Fig. 9), el montículo dominante en este grupo, revelaron un edificio con tres cuartos en el típico estilo Aguateca. Algunos artefactos hallados en los pisos indicaron el uso del cuarto central para audiencias, y de un cuarto lateral para almacenaje y preparación de comida, una utilización del espacio comúnmente detectada en las residencias elitistas de Aguateca. Tanto la estructura (Fig. 10) como su plataforma de 2 m de altura, fueron construidas en un único episodio durante la fase Tepeu 2. Estos resultados indican que Dos Ceibas fue una comunidad que tuvo una larga historia de ocupación antes de la intrusión de la nueva dinastía. La nueva autoridad de Aguateca parece haber tomado este lugar bajo su control durante la fase Tepeu 2, construyendo una nueva plaza, que probablemente sirvió como base de la administración de la población local; quizás, la elite que ocupó la Estructura R27-83 tuvo una conexión directa con la dinastía de Aguateca; con la intrusión de esta dinastía, este se convirtió en el espacio central, y el edifico ritual R27-63, de larga tradición, ya no recibió ampliación alguna.
Fig. 9.—Cuartos Central y Este de la Estructura R27-83 de Dos Ceibas vistos desde sur; en ellos se advierte el estilo Aguateca de mampostería con bloques tallados, bancas altas y divisiones de cuartos.
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Fig. 10.—Trinchera excavada en la Estructura R27-83 de Dos Ceibas, en la que se observa la única etapa de construcción puesta directamente sobre la roca madre.
En el centro menor de Nacimiento, se encontraron patrones diferentes. Las Estructuras M4-1, M4-2, M4-3, M4-4, M4-6 y M4-7 fueron excavadas extensivamente por Marcus Eberl, revelando mamposterías del estilo Pasión Local combinado con algunos elementos del estilo Aguateca, como divisiones de cuartos y bancas altas. Tanto en estas operaciones como en pozos de sondeo de varias partes del sitio están presentes cerámicas Tepeu 1, además de Tepeu 2. Seguramente, la fundación de Aguateca como una nueva capital dinástica afectó la vida
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de los habitantes de Nacimiento, sin embargo, no está claro si la dinastía de Aguateca dominó esta comunidad políticamente o si las elites locales se limitaron a adoptar algunos elementos culturales de la autoridad intrusa, manteniendo su autonomía política. DISCUSIÓN Los resultados del Proyecto Arqueológico Aguateca confirman las hipótesis originales sobre la cronología cerámica y los dos estilos de arquitectura. Los atributos cerámicos cambiaron desde la fase Tepeu 1 a Tepeu 2, tanto en Aguateca como en Nacimiento, Dos Ceibas y Tamarindito. Es decir, estos estilos cerámicos sirven de marcadores cronológicos más que indicadores culturales dentro de esta región. Los estilos de arquitectura, en contraste, exhiben distintas distribuciones espaciales más que temporales. La mayoría de las poblaciones locales de Tamarindito, Nacimiento, las áreas entre Aguateca y Tamarindito, y hasta los habitantes originales de Aguateca, mantuvieron el estilo Pasión Local durante las fases Tepeu 1 y 2, mientras que muchos residentes nuevos de Aguateca, particularmente las elites, usaron el estilo Aguateca durante la fase Tepeu 2. Sin embargo, es importante hacer notar que la distinción entre los dos estilos no es definitiva, y algunos residentes de las comunidades locales empezaron a adoptar ciertos elementos del estilo Aguateca. La distribución de cerámicas y edificios nos proporcionan información significativa sobre el proceso político en esta región, y ahora sabemos que —durante la fase Tepeu 1— las áreas de Aguateca, Dos Ceibas y Nacimiento tuvieron una población modesta, y posiblemente estuvieran bajo la influencia política de Tamarindito; hay constancia, incluso, de que Aguateca fue un lugar ritual importante para la dinastía de Tamarindito. A principios de la fase Tepeu 2, probablemente en torno al año 720 d.C., la dinastía de Dos Pilas dominó este lugar y lo convirtió en una nueva capital dinástica. Esto debe haber involucrado ciertas tensiones políticas y un proceso de negociación entre las dinastías de Dos Pilas y Tamarindito, pero no encontramos ninguna evidencia de invasión violenta, y los habitantes originales de Aguateca siguieron viviendo en sus mismas residencias después de la entrada del nuevo poder. Pero el patrón de asentamiento de Aguateca, y quizás también la vida de sus habitantes, cambiaron de manera significativa. La población aumentó rápidamente, ya que es probable que un número significativo de gente emigrara a Aguateca junto con la dinastía. Además, este nuevo linaje construyó complejos monumentales como la Plaza Principal, el Grupo Palacio y la Calzada. Antes de estas construcciones, el Grupo Guacamaya parece haber sido el foco de actividades rituales y políticas desde el período Preclásico, aunque su datación para el Clásico Temprano y la fase Tepeu 1 no está tan claro. El otro lugar ritual tradi-
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cional fue la Barranca Escondida que, al estar estrechamente relacionado con la dinastía de Tamarindito, dejó de ser utilizado después del establecimiento de la dinastía de Dos Pilas en Aguateca. La estructura situada junto a las Estelas 15, 16 y 17 puede haber sido destruida en ese momento. Las construcciones de la Plaza Principal y los complejos asociados, representan, por tanto, la creación de un nuevo escenario de ceremonias comunales y actividades políticas. La exploración de la Grieta por Reiko Ishihara sugiere que este rasgo geológico, que pasa en medio de estos complejos, parece haber formado parte de esta escena ritual. Las habitantes tradicionales de Aguateca tenían ahora que trabajar para estos proyectos de construcción, y participar en nuevas ceremonias. La intrusión de la nueva dinastía involucró, no solamente un aumento demográfico y una nueva organización política, sino también la creación y negociación de nuevos significados del lugar y nuevas tradiciones de la comunidad. La dinastía de Aguateca también expandió su control sobre la población local fuera del centro. Dos Ceibas se trasformó en un puesto de administración perfectamente comparable con el fenómeno sucedido en Aguateca. El templo antiguo ya no recibió más ampliaciones, y se creó un nuevo espacio ritual y administrativo. La dinastía de Aguateca puede haber tenido un control directo de la población local en Dos Ceibas, imponiendo nuevos administradores, así como un nuevo régimen de ceremonias e ideología. El efecto de la nueva dinastía no tan está claro en Nacimiento y la mayor parte del área existente entre Aguateca y Tamarindito. En estos lugares, los residentes parecen haber mantenido o una considerable autonomía o su conexión tradicional con la dinastía de Tamarindito. La dinastía de Dos Pilas y Aguateca expandió sus influencias políticas a varios centros, incluyendo Ceibal, Itzan y Cancuen, pero estas relaciones parecen haberse limitado principalmente a conexiones entre las elites, mientras que el control efectivo de las poblaciones comunes por la dinastía parece haber estado limitado a una pequeña área. CONCLUSIÓN Los resultados de las investigaciones del Proyecto Arqueológico Aguateca indican que la organización política de la sociedad maya clásica no puede ser caracterizada en una manera simple y polarizada. Es necesario examinar su complejidad en sus múltiples dimensiones. En el caso de la fundación de Aguateca, la nueva dinastía impuso varias formas de control sobre la población local, incluyendo tanto la creación de un nuevo escenario de actividades ceremoniales y políticas, como el establecimiento de un centro administrativo menor. El poder político de la dinastía intrusa se expresó fuertemente en el centro de Aguateca y sus áreas adyacentes. La población original de Aguateca tenía que participar en proyectos de construcción y nuevas ceremonias bajo el gobierno de la nueva dinastía.
LA POLÍTICA DE FUNDACIÓN DE UNA NUEVA CAPITAL DINÁSTICA...
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Sin embargo, la mayoría de ellos parece haber podido seguir viviendo en las mismas residencias, manteniendo varios aspectos de su vida tradicional. Además, los efectos políticos de la nueva elite parecen haber sido limitados en un área relativamente pequeña. En el centro de Nacimiento y en la mayor parte del área entre Aguateca y Tamarindito, el control político por parte de la elite de Aguateca parece haber sido relativamente limitado. Este patrón representa un claro contraste con interacciones entre dinastías, en las cuales la de Dos Pilas-Aguateca expandió su hegemonía sobre otros grupos elitistas en una extensa área. Estas observaciones nos recuerdan que los patrones políticos entre las elites descritos en inscripciones glíficas no necesariamente se corresponden con las relaciones entre la dinastía y plebeyos que se manifiestan en los rasgos arqueológicos. El estudio de la fundación de las ciudades ilustra los momentos más dinámicos de las organizaciones políticas, en los cuales sus dimensiones ocultas se vuelven más visibles. Agradecimientos: El trabajo en el área de Aguateca fue realizado bajo la autorización del Instituto de Antropología e Historia de Guatemala y con los apoyos financieros de la Fundación Nacional para la Ciencia de los Estados Unidos y las Universidades de Arizona, Tulane y Chicago. BIBLIOGRAFÍA CHASE, Arlen F. y Diane Z. CHASE. 1996. «More than Kin and King: Centralized Political Organization among the Late Classic Maya». Current Anthropology 37 (5): 803-810. CULBERT, T. Patrick. 1993. The Ceramics of Tikal: Vessels from the Burials, Caches and Problematical Deposits. Tikal Report No. 25, Part A. University Museum Monograph 81. University of Pennsylvania. Filadelfia. CULBERT, T. Patrick, Laura J. KOSAKOWSKY, Robert E. FRY y William A. HAVILAND. 1990. «The Population of Tikal, Guatemala». En Precolumbian Population History in the Maya Lowlands, Ed. T. P. Culbert y D.S. Rice, pp. 103-121. University of New Mexico Press. Albuquerque. DEMAREST, Arthur A., Matt O’MANSKY, Claudia WOLLEY, Dirk Van TUERENHOUT, Takeshi INOMATA, Joel PALKA y Héctor ESCOBEDO. 1997. «Classic Maya Defensive Systems and Warfare in the Petexbatun Region: Archaeological Evidence and Interpretation». Ancient Mesoamerica 8 (2): 229-254. FAHSEN, Federico. 2003. «La Escalinata 2 de Dos Pilas, Petén: los nuevos escalones». En XVI Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 2002, Eds. J.P. Laporte, B. Arroyo, H. L. Escobedo y H. Mejía, pp. 687-700. Ministerio de Cultura y Deportes, IDAEH y Asociación Tikal. Guatemala. FOIAS, Antonia E. 1996. Changing Ceramic Production and Exchange Systems and the Classic Maya Collapse in the Petexbatun Region. Ph.D. Dissertation. Vanderbilt University. GRAHAM, Ian. 1967. Archaeological Explorations in El Peten, Guatemala. Middle American Research Institute, Pub. 33. Tulane University. Nueva Orleans. HOUSTON, Stephen D. 1993. Hieroglyphs and History at Dos Pilas: Dynastic Politics of the
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8 LA FUNDACIÓN DE MACHAQUILÁ, PETÉN, EN EL CLÁSICO TARDÍO MAYA Andrés RUIZ CIUDAD y Alfonso LACADENA GARCÍA-GALLO Universidad Complutense de Madrid
INTRODUCCIÓN Las investigaciones llevadas a cabo en la ciudad arqueológica de Machaquilá, Petén, son recientes, limitadas en extensión, y en ningún modo se pueden considerar concluidas. La ciudad fue rescatada para el conocimiento científico por Alfonso Escalante, quien en 1957 realizó diferentes exploraciones petroleras para la Union Oil Co. en la zona, y elaboró un pequeño informe acerca del sitio y de una serie de sillares tallados con inscripciones procedentes de una de sus estructuras (Graham 1967: 56-58, Figs. 38-39). Este informe motivó que, tras una breve visita girada en 1958 por Linton Satterthwaite (1961: Fig. 49), Ian Graham se trasladara a la ciudad en 1961 y 1962 (Graham 1963, 1967). Los trabajos de este investigador irlandés no por pioneros han resultado de poca utilidad, ya que incluyeron el reconocimiento y exploración del centro urbano, el levantamiento de un mapa del sector central, la descripción superficial de algunos de sus edificios, y un exhaustivo registro de sus monumentos, que sumaban un total de 17 estelas, cuatro de ellas lisas, y 6 altares, dos de ellos tallados. Tales monumentos resultaron de gran importancia para trazar la historia política del sitio y determinar su momento de ocupación durante el Clásico Tardío y Terminal (600-950 d.C.) (Fahsen 1984). Este análisis ha servido de base para los trabajos que realiza el Atlas Arqueológico de Guatemala en el Sureste de Petén. Su intervención, ligada de manera preferente a intereses de reconocimiento, exploración y levantamiento arqueológico, ha proporcionado una visión más detallada acerca de la evolución física del sitio y de las manifestaciones culturales que en él se contienen (Chocón y Laporte 2002; Laporte et al. 2004). Tales trabajos han permitido disponer de un nuevo plano del área central de la ciudad (Fig. 1), el cual fue ampliado hacia la periferia oeste y sur del sitio para incluir la zona residencial y determinar su paisaje urba149
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Fig. 1.—Plano de Machaquilá (dibujo de J. Chocón).
no. Asimismo, han posibilitado la incorporación de dos calzadas que parten de la Plaza D y conducen al sur y suroeste para desembocar en sendos grupos domésticos; localizando también 22 grupos habitacionales, algunos de ellos agrupados para formar Unidades Habitacionales Complejas. En el área central, se definió la Plaza D, y se hallaron restos de otras cuatro estelas (identificadas con los números 19 a 22). Por último, la apertura de 32 pozos estratigráficos proporcionó una visión más adecuada respecto de la evolución cronológica del sitio, que insistió en su ubicación en el Clásico Tardío y Terminal, así como otros rasgos espaciales, arquitectónicos y de tradición cerámica (Chocón y Laporte 2002). Una última intervención de reconocimiento llevada a efecto en 2005, realizada al otro lado del río, al norte de Machaquilá, ha dado resultados negativos, y deja claro que el centro se desarrolla hacia el sur, hacia la zona de bajos cultivables, donde se asientan los grupos domésticos que identifican la población rural de Machaquilá.
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La perspectiva actual de la ciudad arqueológica se ha completado por medio de un programa de investigación llevado a efecto de manera conjunta por la Universidad Complutense de Madrid y el Atlas Arqueológico de Guatemala desde el año 20021. Una investigación que se plantea como objetivo principal la comprensión de la estructura política interna de esta capital del periodo Clásico, y conocer la organización de su territorio y sus relaciones políticas con otras entidades de su entorno para determinar su importancia en la geopolítica de los reinos del Clásico Tardío y Terminal en el sur de las Tierras Bajas Mayas. Los edificios y espacios en los que hemos intervenido se integran en las Plazas A, C, E, F, G y H. También se han analizado los grupos domésticos de la periferia; en concreto los Grupos 4, 5, 6, 7, 8, 9 y 10 han sido excavados de manera intensiva. EVOLUCIÓN HISTÓRICA DEL ÁREA CENTRAL DE MACHAQUILÁ La evidencia arqueológica Machaquilá se asienta en una reducida planicie situada entre un brazo del río y una serie de elevaciones calizas, adquiriendo un emplazamiento propicio para la defensa. Su excavación ha determinado hasta el momento la existencia de dos episodios constructivos de carácter general2, los cuales se corresponden con sendos pisos estucados identificados en la mayor parte de las plazas analizadas. La potencia cultural de ambos es escasa ya que apenas superan 1,50 m de profundidad, lo que sugiere una ocupación no muy dilatada en el tiempo. El más antiguo de los pisos descubiertos constituye la primera nivelación del sitio, y conforma un amplio espacio nivelado en el que se emplazan las estructuras más antiguas (Fig. 2). El segundo episodio supone el cierre por el Oeste de la primitiva Plaza G, al construirse la Plaza E y la escalinata con alfardas para acceder a ella. El tercero individualiza G1 y eleva de nuevo la Plaza E —y constituye, en efecto, el nivel sobre el que se dispusieron las estructuras que conforman la última versión de Machaquilá. Los materiales arqueológicos recuperados en las diferentes intervenciones del Atlas Arqueológico de Guatemala y de la Universidad Complutense de Madrid, coinciden en señalar que la ciudad estuvo ocupada durante el Clásico Tardío y el Clásico Terminal3. 1 La investigación llevada a cabo para elaborar este ensayo ha sido realizada gracias a la subvención concedida por el Ministerio de Ciencia y Tecnología, de España, entre los años 2003/05 (BHA200203729). 2 Ello no obstante, en las Plazas E y G se ha hallado un piso anterior que puede obedecer a remodelaciones particulares de alguno de sus espacios. 3 Existen escasos materiales cerámicos del Preclásico Tardío y del Clásico Temprano, aunque su presencia es muy testimonial; lo mismo sucede con algunos tipos cerámicos característicos del Posclásico. Unos y otros aparecen aislados, y no nos permiten determinar la existencia de una población preclásica o posclásica en Machaquilá.
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Fig. 2.—Sección de la Plaza G mostrando la secuencia de pisos de plaza (dibujo de A. Ciudad).
La Plaza A La Plaza A (ver Figura 1) constituye un conjunto monumental ordenado en torno a edificios en forma de pirámide que incluyen las Estructuras 16 a 22, y cuya función básica parece haber sido la centralización religiosa y ritual de la población de Machaquilá y de las localidades dependientes; seguramente operaba también como espacio funerario para los dirigentes del asentamiento y no excluía una función administrativa, como parece sugerir la Estructura 45. La presencia, asociación y disposición de grupos de estelas y altares en relación con cada uno de los edificios piramidales entre las Estructuras 16 y 20 argumentan esta supuesta especialización funeraria; por otra parte, los restos de un pequeño recinto de forma cuadrilobulada en el centro mismo de la plaza al que se asocian gran cantidad de restos materiales remiten también a la especialización ritual de este área (Fig. 3). Las excavaciones realizadas en la Plaza A se han centrado en su lado oeste, interviniéndose en la cámara que coronaba la Estructura 20. En su escalinata de acceso, exenta, se hallaron diferentes elementos tallados que decoraron su fachada principal en forma de mosaico. Son fragmentos muy pequeños que pertenecen a mascarones de piedra de similar configuración a la encontrada en Calzada Mopan y San Luis Pueblito (Laporte et al.1997); un rasgo que Laporte y Mejía (2002: 68) suponen característico del Clásico Terminal. Los pozos estratigráficos trazados en esta plaza, siete en total, sostienen su ocupación en el Clásico Tardío y Terminal4. La Plaza C La Plaza C (ver Figura 1) es el más amplio de los espacios públicos de la ciudad, y su función básica parece haber sido residencial de élite y administrativa. In4 Se abrieron dos pozos frente a la Estructura 20 que dieron materiales de Clásico Tardío; tres pozos frente a la Estructura 45, dos de los cuales proporcionaron materiales de Clásico Tardío y uno de Clásico Terminal; y otros dos pozos frente a la Estructura 17, que dieron materiales fechados para Clásico Tardío uno y para Clásico Terminal el otro.
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Fig. 3.—Disposición de las estelas y del espacio cuadrilobulado en la Plaza A de Machaquilá (Graham 1967: fig. 42).
cluye doce estructuras5, y en su centro se ha recolocado en tiempos recientes la Estela 19. Excepto las Estructuras 24, 436 y 44, que cierran el conjunto por el este y pueden considerarse como la apertura al ámbito de tipo religioso, ritual y funerario representado por la Plaza A, todos estos edificios tienen una naturaleza residencial y administrativa, sirviendo algunos de ellos como plataformas de distribución. La evidencia obtenida tras la excavación de este espacio determina que la fisonomía que se observa en la actualidad, y que corresponde a su ocupación de Clásico Terminal, no es la misma que la existente en el momento de su fundación 5
Estos edificios han sido identificados con los números 24, 43, 44, 38, 39, 40, 41, 37, 36, 31, 29 y 26. En su lado Norte se ha detectado una posible cámara funeraria con bóveda muy tosca realizada por aproximación, sin argamasa alguna: estaba completamente saqueada y muy destruida. 6
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en el Clásico Tardío. En él se han detectado dos pisos estucados de un grosor cercano a los 10 cm7: el más antiguo cubre el relleno fundacional de la plaza y se asocia con el arranque de los cuerpos inferiores de E-36 y E-29; en el segundo descansan E-31 y E-26, las posteriores remodelaciones de E-29 y E-36, y el Cuadrángulo (E-38 a E-41); es decir, que la plaza fue construida a lo largo de dos etapas que cambiaron en tamaño, en volumen, en accesibilidad y en fisonomía este vasto espacio. A la primera etapa constructiva corresponde un sistema de edificación propio del Clásico Tardío en el sur de Tierras Bajas, tal y como manifiestan los palacios enterrados bajo las Estructuras 36 y 29. Ambas se levantan sobre grandes rellenos de piedras calizas y tierra sellados por un espeso piso de piedrín compactado y estucado. Estos basamentos estaban forrados por sillares cuadrados y rectangulares unidos a soga, bien tallados y con pequeñas cuñas de estabilización. Las dos construcciones parecen haber estado abovedadas. Disponemos de menor información para el palacio interior de la Estructura 36, en exceso saqueada, pero su disposición indica que tuvo un acceso por el este, desde la Plaza C. El palacio de la Estructura 29 se distribuyó en torno a dos hileras de tres cuartos, orientados unos a la Plaza C, y otros a la Plaza G (Fig. 4), accediéndose a cada uno de ellos por medio de otras tantas puertas. Ambos edificios fueron construidos en el Clásico Tardío, y sufrieron una severa remodelación a la conclusión de esta etapa, la cual consistió en su cubrimiento por un relleno de piedras compactadas y forradas por un revestimiento de sillares bien cortados de fondo triangular. Los nuevos edificios resultantes introducen una técnica constructiva de amplia distribución en el centro y norte de las Tierras Bajas Mayas durante el Clásico Terminal, (veneer masonry «mampostería de revestimiento»8), que proporciona una menor rigidez y hace más ligeros y esbeltos los edificios (Pollock 1980), y que está representada en Ceibal en construcciones del Clásico Terminal (Smith 1982: 23) y no es ajena a la arquitectura tardía del Sureste de Petén (Laporte y Mejía 2002), donde aparece en la escalinata principal que da acceso a la Acrópolis Sur de San Luis Pueblito (Valdizón 1995: fig. 9), en Ixkun y en El Chal9. Las nuevas estructuras levantadas sostuvieron construcciones perecederas en su parte superior, y para acceder a ellas se hizo necesario levantar o remodelar las antiguas escalinatas de acceso a los edificios. 7 En la Plaza C se han abierto un total de cinco pozos: uno frente al Cuadrángulo fechado para el Clásico Terminal, dos frente a la Estructura 36 que proporcionaron materiales de Clásico Tardío, otro frente a la Estructura 24 con materiales de Clásico Tardío y otro frente a la Estructura 44 con materiales de Preclásico Tardío y de Clásico Tardío. 8 «Mampostería de revestimiento»: núcleo de mortero y un revestimiento de sillares que carece de función sustentadora. 9 Morales (1995: 32) sostiene que el uso de esta técnica se corresponde en El Chal con la primera etapa constructiva de la Estructura 4 del Cuadrángulo, un momento que los materiales cerámicos asociados sitúan en el Clásico Tardío-Terminal.
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Fig. 4.—El palacio E-29 entre las Plazas C y G (dibujo de J. Chocón).
Al mismo tiempo que se producían estas superposiciones en las grandes estructuras palaciegas se elevaba, sobre el piso superior de la Plaza C, un nuevo tipo arquitectónico que, por su forma, hemos denominado Cuadrángulo (Fig. 5); un conjunto habitacional elitista asentado sobre un basamento rectangular, que deja en su interior una plaza privada, realzada con respecto a la Plaza C; a este espacio se accedía desde la plaza mediante una amplia escalinata. Sobre este basamento se asientan las Estructuras 38 a 41, que cierran un espacio interior de 475,65 m2; sus formas son rectangulares y tienen cimientos de piedra bien cortada sobre los que, presumiblemente, se asentaron edificios perecederos que descansaban en una banqueta de baja altura. Un altar central, liso, colocado en el centro del patio interior, remite a la realización de rituales privados por parte del grupo familiar que ocupó el conjunto (Ciudad, Iglesias y Adánez 2003).
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Fig. 5.—Cuadrángulo de Machaquilá (Estructuras 38 a 41) (dibujo de A. Ciudad).
El Cuadrángulo se asentaba sobre el piso superior de la plaza, indicando que fue levantado en el último episodio constructivo definido para la ciudad. Acompaña a esta evidencia la presencia de piedras de fachada de forma cuadrada y sección triangular. Por lo que se refiere a los materiales culturales obtenidos en excavación, indican una cronología propia de finales del Clásico Tardío y del Clásico Terminal. Construcciones similares a este Cuadrángulo son escasas en el sur de las Tierras Bajas Mayas; al menos en su planta aproximadamente cuadrangular, recuerda más a aquellas otras que son comunes en el centro y norte de la península de Yucatán, aunque Morales (1995: 32) define una de características similares en El Chal.
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La Plaza E En la Plaza E (ver Figura 1) se han detectado tres pisos, el más profundo de los cuales continua hacia la Plaza G: no se ha detectado toda su extensión, y quizás indique una remodelación particular de este ambiente construido. Con el segundo piso se asocia el arranque de los cuerpos inferiores de E-32 y E-34 (ver Figura 2); mientras que el tercero oculta un relleno de 1,20 m de grosor que redujo la altura relativa de ambas estructuras, y provocó una remodelación de la escalinata de acceso al palacio (Fig. 6). La tipología de la cerámica recuperada en excavación define contextos de Clásico Tardío y Terminal10. Este espacio se levanta 2,75 m por encima del piso superior del Grupo G-1 y 4,25 m por encima del piso superior de las Plazas C y G, y sobre él se asientan dos construcciones principales: el palacio E-32, y E-34, un montículo piramidal con restos de edificación en su cima y dotado de una escalinata monumental decorada con sendos cubos arquitectónicos que asciende desde la vecina plaza D, a cuyo pie se hallaron los restos de dos estelas (Chocón y Laporte 2002: 7). Completan el conjunto las Estructuras 2 y 33. E-32 es un edificio rectangular de ocho cámaras, abovedado, que se apoya en un basamento formado por dos cuerpos de paredes verticales (Fig. 7). Sus paramentos muestran características asociadas a los edificios más tardíos de Machaquilá, ya que están formados por un núcleo de argamasa y piedras irregulares, revestido con bloques labrados y aparejados sin función sustentadora (vid supra). La ubicación de la escalinata de acceso a E-32 acentúa la orientación del palacio hacia la Plaza G, y en ella se han identificado dos fases constructivas que pueden relacionarse con estos dos episodios constructivos de la Plaza E (Fig. 8) (véase Ciudad, Iglesias y Adánez 2004; Ciudad, Iglesias, Adánez y Lacadena 2004). En la primera fase, el Grupo G-1 aún no había sido individualizado y el ascenso a E-32 se realizaba desde la superficie de la Plaza G, mediante una escalinata flanqueada
Fig. 6.—Remodelación de la Plaza E (dibujo de J. Adánez). 10
Existen algunos fragmentos posclásicos en los niveles superiores.
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Fig. 7.—Planta del palacio E-32 (dibujo de J. Adánez).
Fig. 8.—Cambios en la escalinata de acceso a E-32 (dibujo de J. Adánez).
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por alfardas y adornada con sendos cubos; en la segunda, se creó, por un lado, el Grupo G-1 mediante un relleno de 1,5 m de espesor y la construcción de la Estructura 30, y en segunda instancia se elevó la cota de la Plaza E en 1,20 m, cubriendo el basamento del palacio al menos en sus lados norte, oeste y sur. El resultado final fue el engrandecimiento de E-32. La intervención en E-34, una estructura piramidal de varios cuerpos y tres escalinatas localizadas en su lado norte, cuyo primer basamento está ligado al piso más antiguo de la plaza, ha proporcionado acumulaciones de estucos modelados y fragmentados en piezas de diversos tamaños. Aunque aún no hemos realizado un estudio definitivo, los motivos detectados incluyen bolas y volutas que forman partes de tocados o de pectorales, mazorcas de maíz, plumas y dientes de calavera, un fragmento de pop, brazos con muñequeras y restos de tocado, o un torso en bulto redondo y los restos de una boca de tamaño superior al normal (Fig. 9). La evidencia encontrada en la Estructura A-13 de Ceibal (Smith 1982; Willey y Smith 1967), en L7-9 de Cancuén (Barrientos, Larios y Luin 2003; Barrientos, Barrios, Seijas y Luin 2003), y en San Luis Pueblito (Laporte, Morales y Valdizón
Fig. 9.—Mascarón de estuco procedente de E-34.
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1997), relativa a la decoración de frisos mediante figuras humanas, divinidades de tamaño natural o superior al de una persona y motivos de fauna y flora, muestra un estrecho paralelismo sobre el que habrá que reflexionar. La Plaza F La Plaza F es un recinto rectangular elevado con respecto a las plazas vecinas y al río, y prácticamente cerrado por todos sus extremos salvo un pequeño pasillo de entrada en su esquina suroeste. En cada uno de sus lados se alojan otras tantas plataformas que sostienen siete edificios, de los cuales sólo las Estructuras 7 y 8 se construyeron de mampostería y estuvieron abovedadas (ver Figura 4). Excepto la plataforma oeste, que sostiene la Estructura 4 en el centro y dos banquetas lisas a los lados, las demás están ocupadas por sendos edificios a cada lado y un espacio más bajo en la zona central: la plataforma norte incluye entre dos montículos una escalinata central que baja al río que constituye el límite septentrional de la ciudad, mientras que la sur incluye una escalinata de comunicación entre las Plazas F y G, instalada entre E-7 y E-8 (vid supra). El edificio más importante es la Estructura 4, que consiste en un basamento general y una banqueta que sostiene al edificio, limitado por otras dos construcciones independientes. En los extremos de esta plataforma, se superponen las Plataformas Norte y Sur, lo que sugiere que fue la primera realizada en la plaza. E-4 tiene varios episodios constructivos: el primero incluye un área central formada por una hilera de sillares, a la que se superpone, retranqueado, un nuevo nivel de similar factura; en su interior, se colocaron cuatro pilares casi idénticos que limitaron la estructura por el Oeste. Una remodelación posterior cubrió los pilares por medio de un muro bajo cercano al primer nivel aludido, momento en que se ejecutó un programa epigráfico representado en las piedras talladas (Iglesias y Lacadena 2003; Lacadena e Iglesias 2005). El resultado final es una estructura en forma de C que se instala en una banqueta general, y que consiste en edificios de dos niveles de piso que corresponden a un espacio constructivo perecedero11. En el exterior de su fachada principal se hallaron numerosas piedras de cara combada sin tallar. A pesar de que ninguna de ellas estaba colocada in situ, parecen haberse combinado con diferentes paneles tallados para alcanzar un diseño festoneado que se distribuyó por la fachada principal del edificio. Laporte (comunicación personal, julio 2003) ha informado de que en una estructura de Calzada Mopan se detectó una decoración similar, y 11 En la parte más alta de la estructura, casi en superficie, hizo su aparición una ofrenda consistente en una vasija de engobe rojo, y cuerpo globular, perteneciente al tipo cerámico Pantano Impreso, la cual estaba asociada a los restos de un espejo de pirita, formado a partir de una delgada laja de piedra arenisca a la que en el pasado estaban pegados hasta 17 fragmentos de láminas de pirita (1 mm de espesor) de formas mayoritariamente pentagonales.
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puede haber decorado diversos edificios de San Luis Pueblito y el juego de pelota de Ixkun. Este tipo de decoración en mosaico de piedra es más característico del centro y norte de Yucatán que del sur de Petén; un rasgo que se suma a otros ya mencionados en este ensayo. Estos sillares tallados parecen conformar tres paneles, que pudieron situarse en el muro que cubrió los pilares, y que adquirió la forma de una banca ubicada en la parte trasera del edificio, cuyo frente exterior, coincidiendo con el amplio vano de entrada (Fig. 10), estuvo decorado con los distintos fragmentos con glifos. Una parte de la inscripción —doce piedras con sus correspondientes bloques glíficos que conforman los medallones circulares— está tallada en sillares de superficie cóncava y espiga triangular, que, como ya se ha mencionado, tienen amplia presencia en Machaquilá en edificios asociados al Clásico Terminal. Aunque el texto epigráfico no proporcionaba ninguna notación calendárica completa, determinados rasgos paleográficos y lingüísticos presentes en la inscripción sugieren también una datación tardía (Lacadena e Iglesias 2005). La Plaza G El estudio de la Plaza G (ver Figura 4) confirma la tónica de dos etapas consecutivas de utilización general, e informa acerca de la transformación en su fisonomía (Fig. 11): a finales del Clásico Tardío se elevó la parte más occidental de este espacio, para crear una plataforma que sepultó los cubos y las alfardas de la escalinata de acceso a E-32, y al menos sirvió de alojamiento a la Estructura 30, dividiéndose la plaza en dos, el Patio G-1, sobreelevado, y la Plaza G, que vio cómo se cubría su antiguo palacio E-29 por medio de una nueva construcción que sostuvo en su cima un edificio de carácter perecedero; por último, en una tercera actuación importante, se construyó una baja plataforma en la esquina sureste de la
Fig. 10.—Reconstrucción hipotética de la banca de la Estructura 4 (según dibujos de Graham 1967: Fig. 39 y A. Lacadena).
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Fig. 11.—La Plaza G antes de su división en el Clásico Terminal (dibujo de J. Adánez).
plaza, y se levantó la Estructura 26, con lo que este sector quedó definitivamente sellado. Esta remodelación, que se completó con otras actuaciones de menor entidad, es contemporánea de otras que afectaron a la ciudad a inicios del Clásico Terminal (Ciudad et al. 2003; 2004). Este gran espacio está limitado por el Norte por una plataforma12 que sostiene dos estructuras de mampostería y abovedadas, E-7 y E-8, cuyo muro meridional presenta decoración escultórica dispuesta en cuatro paneles enmarcados por una cornisa medial y la moldura basal (Fig. 12). Con una técnica de mosaico, y con restos de pintura roja, el programa decorativo (Lacadena e Iglesias 2006), consta de dos mascarones dispuestos en columna que flanquean una mandíbula descarnada decorada con motivos de flores de cuatro pétalos. El lado Sur de la plataforma en que se instalan estos edificios se relaciona con la Plaza G mediante una amplia escalinata, cuyo primer peldaño queda oculto por 12 La investigación ha determinado que este basamento tiene 43 m de lado y alcanza 1,50 m de altura, aunque las cotas extraídas de los perfiles sugieren pudo llegar a 2,30 m de altura.
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Fig. 12.—Fragmento de mascarón que decora la fachada sur de las Estructuras 7 y 8 (dibujo de A. Lacadena).
el último piso de plaza. Dos pisos interiores más, casi consecutivos, concluyen en este peldaño y ocultan un cuarto suelo, construido sobre el barro oscuro estéril general a todo el yacimiento13. Por el Este, la plaza estaba delimitada por una pequeña pirámide, E-27 (ver Figura 11), coronada por dos plataformas que sostenían un edificio perecedero. Las intervenciones realizadas en la escalinata y en el sector sur de la pirámide informan acerca de la transformación urbanística acaecida en la ciudad a inicios del Clásico Terminal: en efecto, esta porción de la plaza vio cómo se construía una plataforma de 0,20 m de altura sellada por un piso estucado, que cubrió el primer peldaño de la escalinata de la pirámide E-27, y el piso de plaza. En extensión, la mencionada plataforma topaba con la esquina Norte de E-29, cubriendo una hilera de su basamento, y se distribuía por toda la esquina Sureste de la plaza, de manera que servía de asiento a E-26, edificada sobre ella. La excavación de los basamentos inferiores de E-27 y E-29 estableció que, debajo de la plataforma y del piso superior de la plaza continuaban tales banquetas hasta descansar en el piso originario, evidenciando una remodelación de la construcción que parece coincidir con la superposición del palacio E-29 a inicios del Clásico Terminal. Estas intervenciones coincidieron con la diferente fábrica de E26, que protagonizó un episodio constructivo de gran rapidez. Este hecho, unido a la ubicación de la estructura sobre la referida plataforma (Ciudad et al. 2003; Ciudad, Iglesias y Adánez 2003), indican que ésta corresponde a una fase posterior a la construcción de E-27 y E-29, y que al levantarla se selló de manera definitiva un espacio que hasta entonces había permanecido abierto y que servía de comunicación entre las Plazas C y G. 13 En el contexto del primer escalón de la escalinata se ha encontrado un fragmento de escultura que tal vez corresponda a una pata de un asiento con restos de decoración en bajorrelieve.
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Cierra la plaza por el Oeste la Estructura 30 (ver Figura 4), un gran basamento rectangular que sirve de base a una plataforma que sostuvo una construcción perecedera. El edificio en cuestión se levantó sobre un inmenso relleno realizado con objeto de remodelar todo el lado oeste de la Plaza G, y mediante el cual se creó el espacio que identifica al Grupo G-1. Sendas intervenciones en el centro de la plaza y al pie de la escalinata de acceso a E-7 y E-8, han revelado la existencia de cuatro pisos muy delgados —entre 8 y 10 cm— y con muy escasa potencia entre unos y otros, aunque en el desplome de E-27 y E-29, y al oeste de la plaza sólo se han hallado dos —a los que se superpone la plataforma descrita—, los cuales son generales en las Plazas C, E, F y H; lo que tal vez documenta episodios constructivos parciales en este espacio. La evidencia epigráfica La epigrafía de Machaquilá no contradice la conclusión sugerida por la interpretación del registro arqueológico de que tratamos con un sitio de ocupación tardía. Las inscripciones de Machaquilá —completadas por algunas referencias procedentes del sitio de Cancuén— hablan de una secuencia de al menos diez reyes que se sucedieron a lo largo de aproximadamente ciento cincuenta años durante el Clásico Tardío y Terminal (Fahsen 1984; Mathews y Willey 1991; Lacadena e Iglesias 2005; Riese 1988; Schele y Grube 1994, 1995: passim). La ausencia de grandes lapsos temporales entre los gobernantes identificados nos permite suponer que la lista dinástica está bastante completa, a falta, a lo sumo, de uno o dos gobernantes: Sihyaj K’in Chaahk I ‘Etz’nab’’ Chaahk Rey de la Estela 18 B’aak ...n B’ahlam Tajal Chan Ahkul de Cancuén Ochk’in Kalo’mte’ Sihyaj K’in Chaahk II Uchan ...b’ul K’ahk’ Juntzahk Tok’ ‘Escorpión’ Ti’ Chaahk
< 711 d.C. 711, 741, 760 d.C. 775, 776 d.C. < 790 d.C. 790, 795, 799 d.C. 800, 801, 810 d.C. 815, 816, 820, 821 d.C. > 821- < 824 d.C. 824, 825, 830, 831, 835, 836, 840 d.C. > 840 d.C.14
La primera fecha epigráfica segura en el sitio de Machaquilá es 9.14.0.0.0, 711 d.C., en la Estela 13, asociada posiblemente al rey Etz’nab’ Chaahk, vinculado también a las fechas 741 y 760 d.C. No obstante, un gobernante anterior a Etz’14
O bien 810 > —815 d.C. < (vid. Lacadena e Iglesias 2005).
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nab’ Chaahk podría relacionarse con el sitio: este gobernante sería Sihyaj K’in Chaahk I, padre de Etz’nab’ Chaahk, mencionado por este último en la Estela 11 (Fig. 13). Aunque no se conocen monumentos de Sihyaj K’in Chaahk I en el sitio
Fig. 13.—Estela 11 de Machaquilá (Graham 1967: Fig. 63).
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Machaquilá, dado el patrón de asociación de agrupaciones de estelas con estructuras piramidales en la Plaza A (vid. Graham 1967: Fig. 42), existe la posibilidad de que las estelas 14, 15 y 16 asociadas a la Estructura 16, y que se encuentran junto al grupo de estelas 10, 11, 12 y 13 asociadas a la Estructura 17, correspondan a su reinado. En cualquier caso, tendríamos que la dinastía de Machaquilá comienza a erigir monumentos en el sitio con seguridad hacia 9.14.0.0.0 (711 d.C.) —en tiempos de Etz’nab’ Chaahk—, quizá ya hacia 9.13.0.0.0 (692 d.C.) o 9.12.0.0.0 (672 d.C.), es decir, uno o dos katunes antes —presumiblemente en tiempos del reinado de Sihyaj K’in Chaahk I. Todas las otras inscripciones descubiertas en el sitio, bien por fecha epigráfica asociada, bien por estilo, son posteriores a esta Estela 13 de 711 d.C. (vid. Graham 1967; Fahsen 1984; Riese 1988; Grube 1989; Iglesias y Lacadena 2003; Lacadena e Iglesias 2005). Epigráficamente hablando, Machaquilá es un sitio de Clásico Tardío-Terminal. UN PROBLEMA, DOS PREGUNTAS Y VARIAS HIPÓTESIS Sin embargo, pese a esta estrecha correspondencia entre la información arqueológica y epigráfica en el sitio de Machaquilá, hay evidencias de que la dinastía y el reino de Machaquilá son, en realidad, mucho más antiguos. Como ha sido advertido hace tiempo, en las Estelas 1 y 2 de Tres Islas (Fig. 14), un pequeño sitio sobre el río Pasión situado a 20 km al suroeste de Machaquilá, se menciona a un gobernante de Machaquilá, llamado Yax ... K’inich15, asociado a la fecha 9.2.0.0.0 (475 d.C.), en el Clásico Temprano (Demarest y Fahsen et al. 2003; Mathews 1985; Mathews y Willey 1991; Tomasic y Fahsen 2004). Es interesante hacer notar que Yax ... K’inich es presentado como el decimonoveno sucesor de su dinastía, lo que remontaría la antigüedad de Machaquilá a finales del Preclásico Tardío (Tomasic y Fahsen 2004: 823). La evidencia de las estelas de Tres Islas indica con claridad que el reino de Machaquilá ya existía en el Clásico Temprano. El problema está planteado: aunque por claras evidencias epigráficas el reino de Machaquilá es de gran antigüedad, nos encontramos que la capital del Clásico Tardío-Terminal no es la misma que la de Clásico Temprano, no puede serlo. Los reyes de Machaquilá del Clásico Temprano tuvieron necesariamente otro asiento urbano como capital, distinto al Machaquilá de Clásico Tardío que ahora conocemos. Dos son, entonces, los interrogantes que nos plantea esta situación: en primer lugar, qué pudo impulsar a la dinastía reinante de Machaquilá a cambiar de ubicación su capital; en segundo lugar, dónde se encontraba la primera capital. 15 Tomasic y Fahsen (2004) leen el nombre de este gobernante como Yax Te’ K’inich. Aunque el segundo signo efectivamente parece representar un árbol o una planta, sin embargo no es el logograma TE’ árbol’. Por el momento, hasta encontrar nuevos datos, preferimos transcribir esta secuencia de su nombre con puntos suspensivos.
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Fig. 14.—Estela 2 de Tres Islas (boceto de I. Graham, en Tomasic y Fahsen 2004).
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Con respecto al porqué del cambio de capitalidad, no disponemos de evidencias directas que señalen de manera clara e inequívoca las razones del mismo. Ningún texto de Machaquilá conocido hasta la fecha nos ofrece indicios acerca de cuál fue el acontecimiento que impulsó a la dinastía de Machaquilá a reubicar a comienzos del Clásico Tardío la capital de su reino. Podemos especular con muy distintos escenarios y procesos —políticos, económicos, sociales, religiosos— detrás de esta decisión: quizá la sucesión real vino a recaer en otra rama dinástica que tenía su asiento en el sitio moderno de Machaquilá —posiblemente hasta entonces poco más que una aldea vinculada a un asentamiento noble rural— y terminó construyendo alrededor suyo el complejo urbano que ahora vemos; quizá ciertos condicionantes ecológicos hicieron de alguna manera inviable la ocupación o supervivencia de la capital antigua, lo que motivó el traslado de la Casa Real y la Corte a zonas más favorables; quizá determinadas transformaciones económicas y comerciales de la región aconsejaron el traslado de la ciudad a un lugar más adecuado desde donde poder desarrollar las tareas de control administrativo y económico. A falta de la información pertinente, todos estos escenarios son, en principio, igualmente posibles. No obstante, existe otra posible motivación que nos parece interesante explorar como hipótesis, motivación que podría estar avalada por la evidencia textual. Para entender los fundamentos en los que se sustenta esta hipótesis, necesitamos retroceder a los comienzos de la segunda mitad del siglo VII d.C., a los dos o tres katunes inmediatamente anteriores a la aparición de actividad pública en Machaquilá y contemplar el panorama político de la región del río Pasión (Fig. 15). A mediados del siglo VII la región del río Pasión se vio afectada por una serie de acontecimientos políticos de gran importancia, en el trasfondo de la larga competencia de dos grandes reinos hegemónicos del periodo Clásico, Calakmul y Tikal, quienes habrían encontrado en la pugna por el control político de la zona un nuevo motivo para el enfrentamiento armado. Aunque todavía son muchos los detalles que se nos escapan, conocemos a grandes rasgos los principales acontecimientos ocurridos gracias a unas fuentes epigráficas contemporáneas ricas en la mención de eventos, actores, lugares y fechas, que se han enriquecido recientemente con el descubrimiento de nuevos textos, como los escalones faltantes de la Escalinata Jeroglífica 2 de Dos Pilas, centrados, precisamente, en este periodo (Fahsen 2002). La historia política de la zona del río Pasión ha sido progresivamente reconstruida a lo largo de las últimas dos décadas, a la par que se iban produciendo los hallazgos arqueológicos de nuevas inscripciones y los avances en el desciframiento de la escritura jeroglífica maya (Boot 2002; Demarest y Fahsen 2003; Fahsen 2002; Fahsen y Demarest 2001; Fahsen et al. 2003; Guenter 2002, 2003; Houston 1993; Martin y Grube 2000; Mathews 1985; Mathews y Houston 1985; Mathews y Willey 1991; Schele y Freidel 1990; Schele y Grube 1994, 1995). A mediados del siglo VII la región del río Pasión se había convertido en escenario de confrontación inevitable entre Calakmul y Tikal. Por un lado, Tikal con-
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Fig. 15.—Sitios arqueológicos del área del río Pasión: 1. Dos Pilas; 2. Arroyo de Piedra; 3. Tamarindito; 4. El Excavado; 5. Aguateca; 6. El Pato; 7. El Chorro; 8. El Pabellón; 9. Altar de Sacrificios; 10. Itzan; 11. La Amelia; 12. El Caribe; 13. Aguas Calientes; 14. El Chapayal; 15. Atonal; 16. Ceibal; 17. El Cedral; 18. Machaquilá; 19. La Reforma III; 20. Tres Islas; 21. Cancuén; 22. Chinaha; 23. Punta de Chimino. En mapa insertado: A. Tikal; B. Naranjo; C. Calakmul (Houston 1993: Fig. 2-1).
trolaba buena parte de la región desde Dos Pilas, un pequeño reino de nueva fundación segmentado del gran reino de Tikal, gobernado por uno de sus príncipes de sangre real, Bajlaj Chan Kawiil, hijo de K’inich Muwaan II, rey de Tikal (Houston 1993; Martin y Grube 2000). Calakmul, por su parte, gobernado por Yuhkno’m Ch’e’n II, en su imparable expansión, había extendido sus redes de influencias hasta el lejano reino de Cancuén, en el curso alto del Río Pasión, cuyos reyes, ya hacia 656 d.C. le reconocen supremacía en sus ceremonias de entronización (Martin y Grube 1994, 1995, 2000; Schele y Grube 1994). El conflicto armado no tardó en llegar, con suerte adversa inicial para Tikal: Yuhkno’m Ch’e’n II de Calakmul atacó Dos Pilas en 650 d.C. y el propio Tikal en 657 d.C., forzando, primero, en ambos
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casos, el exilio de sus reyes (Fahsen 2002; Fahsen et al. 2003; Guenter 2003; Martin y Grube 2000; Schele y Grube 1994) y, después, un acuerdo de sumisión de ambos a Calakmul, posiblemente consistente en el reconocimiento del joven Yihch’aak K’ahk’, heredero al trono de Calakmul, como futuro soberano (Guenter 2002, 2003). Es en este momento cuando se produce un hecho de gran importancia para el futuro de la región del río Pasión: B’ajlaj Chan K’awiil de Dos Pilas decide cambiar de facción, incorporándose abiertamente al bando de Calakmul, e iniciando con ello lo que algunos investigadores han descrito como guerra civil fratricida entre dos miembros del linaje real de Tikal, B’ajlaj Chan K’awiil, rey en Dos Pilas, y Nu’n Jol Chaahk, rey en Tikal, ambos reclamando el título de k’uhul Mutu’l ajaw ‘rey sagrado de Mutu’l’ (Tikal) (Guenter 2002; Houston 1993; Martin y Grube 2000). En su nuevo papel de aliado militar de Yuhkno’m Ch’e’n II de Calakmul, Bajlaj Chan K’awiil no sólo se mantuvo como rey de Dos Pilas sino que prosperó, iniciando la que luego iba a convertirse durante tres generaciones dinásticas más en una continua expansión, producto de una hábil estrategia que sabía combinar las alianzas políticas con las intervenciones militares (Houston 1993; Martin y Grube 2000). Uno de los primeros éxitos en la guerra lo obtuvo venciendo a Tab’ Joloom, rey de Kob’an, en el 662 d.C. Es en este momento cuando se produce un acontecimiento de relevancia para Machaquilá, ocurrido en 9.11.11.9.17 9 Kab’an 5 Pop, el 20 de febrero de 664 d.C., dos años después de la victoria sobre Kob’an. El acontecimiento es narrado en la Escalera Jeroglífica 2 de Dos Pilas, la crónica más detallada de lo sucedido en esta época, en cuya Sección Este, Escalón 1 dice (Fig. 16): IX-‘KAB’AN’ V-K’AN-JAL-wa chu-ka-ja TAJ-MO’-o AJ-T174-# uB’AK-[ki] b’a-la-ja CHAN-na K’AWIL-la K’UH-MUT-la-AJAW-wa b’a-ka-b’a 9 Kab’an 5 K’anjal[a’]w chu[h]kaj Taj[al] Mo’ aj[‘machaquilá’] ub’aak B’a[j]laj Chan K’awiil K’uh[ul] Mut[u’]l Ajaw, B’a[ah] Kab’ ‘(en) 9 Kab’an 5 Pop fue capturado Tajal Mo’, el de Machaquilá, el cautivo de B’ajlaj Chan K’awiil, rey sagrado de Mutu’l, Príncipe de la Tierra’.
Fig. 16.—Dos Pilas, Escalera Jeroglífica 2, Sección Este, Escalón 1 (dibujo de S.D. Houston).
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Si bien el segundo signo del compuesto glífico del topónimo del que se deriva el gentilicio se encuentra erosionado en la inscripción, hay consenso unánime por parte de los epigrafistas de que se trata del nombre de Machaquilá (Demarest y Fahsen 2003; Fahsen 2002; Fahsen et al. 2003; Guenter 2003; Houston 1993; Martin y Grube 2000; Schele y Grube 1994). Aunque Tajal Mo’ no aparece mencionado con el título real y por tanto no parece ser el rey contemporáneo de Machaquilá, y aunque desconocemos, incluso, si Tajal Mo’ refleja el nombre de un personaje o la denominación de un rango militar o cortesano, lo cierto es que su captura en batalla supuso un enorme prestigio para el rey B’ajlaj Chan K’awiil de Dos Pilas; tanto, que lo incorporó en varias ocasiones como título —ucha’n Tajal Mo’ ‘el guardián de Tajal Mo’— en su cláusula nominal en sus inscripciones monumentales (Fahsen et al. 2003: 693; Guenter 2003; Houston 1993). Que la captura de Tajal Mo’ proporcionara prestigio a Bajlaj Chan K’awiil refuerza la idea de que el erosionado topónimo corresponde efectivamente con Machaquilá y no con un oscuro reino de nombre parecido: el prestigio derivado de esta victoria obedecería, muy probablemente, a que Dos Pilas, un reino nuevo, habría derrotado a Machaquilá, uno de los reinos más antiguos de la región. Tras la derrota en ese primer encuentro en el campo de batalla entre Dos Pilas y Machaquilá, los dirigentes de Machaquilá debieron enfrentarse al dilema de cómo sobrevivir al empuje de un agresivo Dos Pilas amparado bajo la égida de Yuhkno’m Ch’e’n II de Calakmul. El reino de Machaquilá se encontró de pronto en medio de las pinzas de una tenaza que amenazaba con cerrarse (ver Figura 15): por un lado, Dos Pilas, alineada con Calakmul, había demostrado tener capacidad de atacarlo y vencerlo desde la zona norte del río Pasión; por otro lado, un Cancuén sumiso también a Calakmul le amenazaba desde el sur16. Siendo sumamente improbable que Bajlaj Chan K’awiil de Dos Pilas hubiera actuado en esa época sin la aprobación del rey Yuhkno’m Ch’e’n II de Calakmul, es posible que su ataque a Machaquilá sugiera que esta última militaba en ese tiempo en el bando de Tikal. Aunque en la época en que se produce el ataque de Dos Pilas la facción de Nu’n Jol Chaahk de Tikal no estaba, ni mucho menos, vencida, y, de hecho, consiguió derrotar y expulsar a B’ajlaj Chan K’awiil de su propia capital de Dos Pilas en 672 d.C. (Fahsen 2002; Fahsen et al. 2003; Martín y Grube 2000; Schele y Grube 1994), es posible que Machaquilá sintiera peligrar su supervivencia al encontrarse en pleno frente de guerra, en una posición geográfica desfavorable. Cinco años después de su victoria sobre B’ajlaj Chan K’awiil, Tikal perdió nuevamente Dos Pilas en 677 d.C. —que recuperó B’ajlaj Chan K’awiil con la ayuda de Calakmul—, quedando definitivamente despojada de toda pretensión de control efectivo sobre el río Pasión; dos años después, en 679 d.C., sobrevino el 16 Un nuevo rey de Cancuén reconoce la supremacía de Calakmul en su entronización en 677 d.C. (Martin y Grube 2000; Schele y Grube 1994).
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descalabro definitivo de Tikal, tras una matanza perpetrada por el ejército de Dos Pilas, posiblemente con ayuda de Calakmul (Houston 1993; Martin y Grube 2000). Los dirigentes de Machaquilá debieron considerar que el enfrentamiento directo con Dos Pilas, la resistencia a ultranza, era una postura suicida. Se habría optado, entonces, por la retirada y el abandono de los territorios más expuestos y la búsqueda y creación de un nuevo asentamiento urbano más resguardado —por la distancia y por las características defensivas del terreno— del radio de acción de Dos Pilas, buscando alejarse de la zona de conflicto. Vista esta situación política de la región del río Pasión en la época inmediatamente anterior a la ocupación arqueológica de Machaquilá y basados en la evidencia que ofrece el posible ataque de Dos Pilas a Machaquilá en el año 664 d.C., sugerimos, entonces, como hipótesis de trabajo, que el traslado de la capital de Machaquilá a su actual ubicación se debió al interés de los gobernantes de la dinastía de poner a salvo su capital ante la expansión de Dos Pilas. El traslado de la capital se habría producido en algún momento del periodo de cuarenta y cinco años que median entre el 664 d.C., año de la presunta derrota frente a Dos Pilas, y el 711 d.C., año de la primera estela fechada epigráficamente en Machaquilá. Posiblemente el rey Sihyaj K’in Chaahk I, padre de Etzn’ab’ Chaahk, quien gobernó con seguridad antes del 711 a.C. —o su antecesor inmediato, cuyo nombre aún desconocemos— habría sido el encargado de tomar la decisión de trasladar la capital del reino y diseñar la estrategia de reubicación y planificación de la nueva ciudad, eligiendo para ello un espacio totalmente nuevo, sin ocupación urbana anterior significativa, ubicando el nuevo palacio y el núcleo de los edificios públicos administrativos y rituales tras las defensas naturales proporcionadas en el flanco norte por un brazo del río Machaquilá y en los flancos este y oeste por grandes cerros dolomíticos. Acerca de dónde pudo estar ubicada la primera capital, son varias las posibilidades17. Es evidente que nos ayudaría a localizar la ubicación de la capital original el conocer con certeza la causa de su traslado. Así, por un lado, si la causa del cambio de capital de Machaquilá obedeció en realidad a cuestiones de sucesión dinástica o a motivos económicos o comerciales, en realidad cualquier ciudad de los alrededores del yacimiento moderno puede ser la candidata. En este sentido, el sitio de San Luis Pueblito, un sitio arqueológico situado al noreste de Machaquilá sería una posibilidad a tener en cuenta (Juan Pedro Laporte, comunicación personal, 2004): San Luis Pueblito cuenta con una fuerte ocupación de Clásico Temprano, incluyendo una acrópolis, juegos de pelota y calzadas, y se tiene noticia de que 17 En realidad, el primer sitio en el que deberíamos pensar es en Tres Islas, ya que ofrece la primera mención en inscripciones monumentales del Glifo Emblema de Machaquilá. Sin embargo, no parece ser el sitio buscado por carecer de la entidad necesaria: aunque hay restos de unas pocas construcciones aisladas (Tomasic y Fahsen 2004; Tomasic et al. 2005) difícilmente se puede considerar Tres Islas un centro urbano (Mathews y Willey 1991). Por las características del sitio y el contenido de las inscripciones del grupo de tres estelas, Tres Islas más parece un antiguo enclave fronterizo entre los reinos de Machaquilá y Cancuén.
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contó con monumentos públicos —desgraciadamente hoy saqueados. Pero, por otro lado, si el cuadro histórico que hemos hipotetizado es correcto, es decir, si el abandono de la primera capital se debió a un desequilibrio y reestructuración del poder político en la región del Pasión materializado en la amenaza representada por el nuevo reino de Dos Pilas, esa primera capital debió, entonces, haber estado más cerca del río Pasión, lo suficiente como para haber quedado expuesta a su acción militar. Dado que el posible ataque de Dos Pilas a Machaquilá de 664 d.C. se sitúa en los comienzos del reino de Dos Pilas, cuando su capacidad militar y su radio de acción eran más limitados —las campañas de larga distancia de Dos Pilas como la que derrotó a Yaxchilán o a Motul de San José no se producen sino hasta dos generaciones más tarde, en el reinado de K’awiil Chan K’inich (Houston 1993; Martin y Grube 2000)—, la capital temprana de Machaquilá debió haber estado más próxima a Dos Pilas de lo que estuvo más tarde. El asentamiento original, entonces, habría que buscarlo hacia el oeste de la ubicación de la ciudad tardía, en las cuencas del curso bajo de los ríos Machaquilá-Santa Amelia o Poxte-San Juan, cercano a sus desembocaduras en el Río Pasión, en el área comprendida entre Ceibal o El Cedral por el norte y Tres Islas por el sur. En cualquier caso, no cabe duda de que la decisión de cambiar de capital y la elección del nuevo asentamiento fueron acertadas. A salvo de la depredación de Dos Pilas, la nueva Machaquilá sobrevivió durante doscientos años más, hasta el colapso final del Periodo Clásico, manteniendo su independencia —salvo un breve periodo de dominación por Cancuén (Demarest y Fahsen 2003; Fahsen y Demarest 2001)— y desarrollando una suficiente capacidad militar como para someter por las armas a reinos de alrededor —como nos cuentan los títulos de uchan ‘el guardián de’ que ostentan los reyes de Machaquilá—, algunos tan distantes como Motul de San José, en la región del lago Petén Itzá, y convirtiéndose en el centro de florecimiento de una escuela de artesanos al servicio de la Casa Real de extraordinaria calidad. Casi un siglo después de la desafortunada captura de Tajal Mo’ en el 664 d.C., en el año 761 d.C. los reyes de Machaquilá pudieron contemplar, desde su nueva ciudad, la caída, esta vez, de la capital del reino de Dos Pilas y la huida de su rey y su Corte a la vecina Aguateca —una historia paralela a la suya propia—, el ataque y destrucción por el fuego de Aguateca unas décadas más tarde (Vid. Inomata 2004). y la descomposición final en pequeños territorios gobernados por reyezuelos (Houston 1993; Martín y Grube 2000; Mathews y Willey 1991) del que fuera un día poderoso reino de Dos Pilas. CONCLUSIONES Los estudios de la antigüedad han dejado huella de la existencia de sociedades urbanas que se desarrollaron con gran rapidez, sin precedentes establecidos de manera previa y, en ocasiones, incluso sin disponer de modelos urbanos sobre los
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cuales construir y en los que inspirar los centros de nueva creación. Algunas de estas nuevas ciudades se levantaron en ambientes culturales circunscritos, y muestran una coherencia con las poblaciones que ocuparon tales ambientes con anterioridad; otras, simplemente parecen haber surgido de la nada, sin que se les puedan asignar unos antecedentes claros. Unas y otras, en cualquier caso, constituyen un trascendente desafío metodológico y teórico para la interpretación antropológica, y su estudio tiene interés por las decisiones políticas, económicas, ideológicas y sociales de aquellos agentes, individuales y colectivos, que intervinieron en tales actos de fundación urbana. La investigación reciente en Machaquilá remite a que esta ciudad fue fundada en la ubicación que actualmente conocemos en algún momento del Clásico Tardío; quizás, tal y como indica el estudio epigráfico, a fines del siglo VII d.C, y permaneció ocupada a inicios del Clásico Terminal hasta que fue abandonada con toda seguridad en tiempos posteriores a la segunda mitad del siglo noveno. La transición del Clásico Tardío al Clásico Terminal parece haber protagonizado una transformación importante que, como hemos analizado, incluyó cambios arquitectónicos tanto de tipo técnico como decorativo y de concepción espacial (Ciudad y Lacadena 2006). Esta ubicación cronológica queda contrastada por los repertorios cerámicos obtenidos, los cuales corresponden a Tepeu 2 y 3, y representan a los complejos Siltok e Ixmabuy de Clásico Tardío y Clásico Terminal. Sin embargo, las referencias epigráficas procedentes de otros sitios de la región del Pasión, en concreto de Dos Pilas, Tres Islas y Cancuén, mencionan la existencia del reino de Machaquilá varios siglos antes, quizás incluso desde finales del Preclásico Tardío y, con seguridad, en el Clásico Temprano. Los muy escasos fragmentos de cerámica que se han encontrado pertenecientes a estos periodos indican, a lo sumo, la existencia de una pequeña aldea rural establecida con anterioridad en el lugar. Carecemos por el momento de evidencias que determinen los antecedentes, locales o regionales, de esta ciudad. Su tamaño, complejidad arquitectónica y soportes propagandísticos en forma de esculturas arquitectónicas, estelas y altares, hacen pensar que tal fundación fue un acto político deliberado, que requirió de un ingente esfuerzo energético y un amplio consenso social. Aunque la vida y la evolución de las ciudades han sido fenómenos muy analizados en arqueología, los estudiosos coinciden en la dificultad que encierra conocer por qué y cómo se funda un nuevo centro urbano (Houston et al. 2003). El estudio de los materiales arqueológicos, de los contextos, de la arquitectura y de la escultura que hemos llevado a efecto, remiten a la fundación de Machaquilá con estatus de ciudad en algún momento del Clásico Tardío, pero no desvelan el origen de sus fundadores: su fisonomía urbana se aleja de antecedentes definitorios del Sureste de Petén (Laporte 2003), en especial la ausencia del Grupo E, de conjuntos tipo acrópolis y de juego de pelota, aunque presenta afinidades
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arquitectónicas y de decoración escultórica con centros como San Luis Pueblito o El Chal. También se asemeja en ciertos rasgos a sitios ubicados en la cuenca del Pasión, en especial con Cancuén, como hemos tenido ocasión de señalar en este ensayo. En consecuencia, la arqueología practicada en Machaquilá no ha sido capaz, hasta el momento de asignar con suficiente fiabilidad sus antecedentes. El registro epigráfico no asegura que el primer gobernante documentado en el sitio, Etz’nab’ Chaahk, quien controlaba el núcleo urbano y su territorio en 711 d.C., o, quizás incluso su padre, Sihyak K’in Chaahk I, que lo pudo hacer en el 672 o en el 692 d.C., fueran agentes decisivos en la fundación de la ciudad de nuestro interés, pero sí incita a pensar que ésta no sólo es consecuencia de procesos inconscientes encadenados anteriores, sino la decisión de agentes cualificados, seguramente procedentes de centros circundantes: una tarea importante en este sentido es determinar qué centro/s están en el origen de tal decisión18. Hemos argumentado la posibilidad de que el traslado de la capital de Machaquilá a su actual ubicación se haya debido al interés de los gobernantes de la dinastía de poner a salvo su capital ante la expansión de Dos Pilas. Sea como fuere, la fundación de Machaquilá se puede considerar como un hecho histórico, en absoluto ajeno a los procesos que se producen en diversas ciudades mayas (Houston et al. 2003) y mesoamericanas (Marcus y Flannery 1996), en el que un individuo de una autoridad, carisma y persuasión especial posibilitó su fundación a través del patrocinio y promoción de un nuevo asentamiento. En este sentido, y como podemos observar con claridad en distintos ensayos que contiene el presente volumen, tal fundación se aleja del modelo de otras fundaciones comunes en las Tierras Bajas Mayas: en terminología de Arlen y Diana Chase, con la que parecen estar de acuerdo los distintos investigadores que participan en este volumen, en muchas ciudades mayas se produjo primero una fundación ideológica y, por regla general bastante separado en el tiempo, después una fundación dinástica de la ciudad maya. Es posible que esta sucesión de acontecimientos pudiera ocurrir con el establecimiento del primer reino de Machaquilá —aquel que data del Preclásico Tardío o del Clásico Temprano—, pero no con el caso que nos ocupa de la ciudad arqueológica de Machaquilá, en la que parece haberse producido una confluencia en su fundación ideológica y en su refundación dinástica. Dada la naturaleza y la organización sociopolítica maya y la etapa en que se produce este fenómeno —la segunda mitad del Clásico Tardío—, no creemos posible este tipo de fenómenos sin que estuviera involucrada la institución del reinado; el k’ujul ajaw, la familia real y su corte; sin este impulso del rey y de la corte no se hubiera conjugado la fuerza necesaria para movilizar desde su lugar de origen a la población y reemprender proyectos monumentales de construcción que, a su vez, pudieron ser esenciales para consolidar las jerarquías sociales en el nuevo asentamiento. Sin este impulso real parece imposible la fundación de una 18
También puede ser un acto colectivo aunque la explicación es más difícil (Southall 1998).
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ciudad compleja ex novo y/o su relocalización y su posterior mantenimiento (Ciudad e Iglesias 2003; Inomata y Houston 2001; Marcus 1983; Webster 2001; Webster y Sanders 2003). En consecuencia, y siguiendo a Houston et al. (2003; véase Luttwak 1976), consideramos el caso concreto de la fundación del sitio arqueológico de Machaquilá como una estrategia real, vista ésta como un conjunto de acciones culturalmente condicionadas e históricamente variables que, en el pasado, fueron aplicadas por los monarcas a lo largo del mundo a sus sujetos, aliados y enemigos. La «autoridad moral» de los reyes sagrados en el área maya pudo ser un agente fundamental en el origen de Machaquilá: la brusquedad con que se fundó la ciudad difícilmente puede ser explicada en términos exclusivamente ecológicos, aunque es cierto que Machaquilá está rodeada de zonas de bajos que pueden ofrecer una gran fertilidad, y que se emplaza en las orillas de un arroyo que proporciona agua a lo largo de todo el año, así como que parece haber restos de canteras de piedra caliza para la construcción en sus aledaños, lo cual puede ser un incentivo, así como la fácil comunicación a través del río con los centros del Pasión y con aquellos del sureste de Petén para su poblamiento. BIBLIOGRAFÍA BARRIENTOS, Tomás, Rudy LARIOS y Luis F. LUIN. 2003. «Investigaciones y conservación en el Patio Sur del Palacio de Cancuén». En XVI Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 2002, Eds. J.P. Laporte, B. Arroyo, H. Escobedo y H. Mejía, pp. 123-134. Museo Nacional de Arqueología y Etnología. Guatemala. BARRIENTOS, Tomás, Rudy LARIOS, Alejando SEIJAS y Luis F. LUIN. 2003. «Investigaciones en la Estructura L7-9, Patio Sur del Palacio de Cancuén». En Proyecto Arqueológico Cancuén. Informe de Temporada 2002, Eds. A. Demarest, T. Barrientos, B. Kovacevich, M. Callagham y L.F. Ruin, pp. 43-68. Guatemala. BOOT, Erik. 2002. «The Life and Times of B’alah Chan K’awil of Mutal (Dos Pilas), According to Dos Pilas Hieroglyphic Stairway 2». Mesoweb: www.mesoweb.com/ features/boot/DPLHS2.pdf. CHOCÓN, Jorge E. y Juan Pedro LAPORTE. 2002. «Machaquilá, Poptun, Petén: la ciudad y el asentamiento prehispánico regional». En Reporte n.o 16. Reconocimientos y excavaciones arqueológicas en los municipios de Melchor de Mencos, Dolores, Poptun y San Luis, Petén., Eds. H. Mejía, J. Chocón y J.P. Laporte, pp. 1-32. Publicación en CD-ROM. Atlas Arqueológico de Guatemala y Área de Arqueología de la USAC. Guatemala. CIUDAD, Andrés y M.a Josefa IGLESIAS. 2003. «Un mundo ordenado: la ciudad maya y el urbanismo en las sociedades antiguas». En Reconstruyendo la ciudad maya: el urbanismo en las sociedades antiguas, Eds. A. Ciudad, M.J. Iglesias y C. Martínez, pp. 11-40. Sociedad Española de Estudios Mayas 6. Madrid. CIUDAD, Andrés, M.a Josefa IGLESIAS y Jesús ADÁNEZ. 2003. «El pueblo del río. Excavaciones en Machaquilá, Petén, Guatemala». Bienes Culturales 2: 227-236. —. 2005. «La organización del espacio en una ciudad del Clásico maya: las plazas centrales de
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En el mundo preindustrial las ciudades fueron el resultado de largos y complejos procesos sociales y, por lo tanto, no emergieron súbitamente como atinadamente señala Cowgill (2003: 10). A diferencia del mundo moderno, en donde ciudades como Brasilia o Cancún fueron intencionalmente creadas en menos de una generación, en el mundo preindustrial, y particularmente en Mesoamérica, ninguna comunidad del pasado parece haber propuesto, planeado o programado la creación de ciudades. En pocas palabras, cuando echamos una mirada al pasado y al contado número de ciudades existentes en el Nuevo Mundo, notamos que ningún grupo de individuos mediante un acto de prestidigitación u otra destreza de espontaneidad se «sacaron del sombrero» una ciudad. Además, la evidencia sugiere que, por lo menos, tuvieron que haber pasado tres o cuatro generaciones antes de que se creara una ciudad en una región y momento determinado. De acuerdo a Rowe (1967: 295), Sjoberg (1973: 19-20) y Wirth (1999: 148), las ciudades se definen tomando en cuenta su numerosa población que vive permanentemente en un asentamiento extenso, donde individuos socialmente heterogéneos se dedican a una variedad de actividades que demandan habilidades especiales tanto en la agricultura como en tareas no agrícolas. Además, existe en las ciudades una gran burocracia administrativa y miembros de la elite ubicados en los altos estratos sociales. Por lo tanto, las acciones socio-culturales que promueven el incremento de la población, la residencia permanente y la aparición de una jerarquía social se asocian con el urbanismo. Sin embargo, para que dichas acciones se traduzcan en urbanismo y que éste, a su vez, se traduzca en una ciudad requiere que se identifiquen cuáles fueron los procesos que promovieron el aumento de la población, la residencia continua y duradera y la heterogeneidad social. Algunos historiadores, antropólogos sociales, sociólogos, economistas urbanos, geógrafos y arqueólogos han explicado la existencia de ciudades como el re181
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sultado de «la búsqueda de objetivos políticos, religiosos y comerciales» (Cowgill 2003: 4). Una explicación contraria a la expresada por los anteriores científicos sugiere que las ciudades fueron planeadas, es decir, fueron «inventadas deliberadamente» ya que la calidad de las construcciones e infraestructura de un asentamiento atrajo a una gran cantidad de individuos (Cowgill 2003: 4; ver también Betz 2002). Ya sea como resultado de la búsqueda de objetivos precisos, o un simple acto maquiavélico de invención deliberado, el núcleo o centro cívico-ceremonial de cualquier ciudad se convierte en un primer elemento importante de análisis para comprender las causas que dieron lugar al proceso de urbanización. En Mesoamérica, arqueólogos e historiadores han reconocido la existencia de ciudades que fueron fundadas en diferentes ambientes. La fundación de estas ciudades fue el resultado de los procesos de urbanización que ocurrieron varias veces, aunque no necesariamente ni en el mismo lugar ni al mismo tiempo. Además, cuando rastreamos las huellas físicas o restos materiales de los diferentes procesos de urbanización en Mesoamérica, este procedimiento nos lleva forzosamente a tratar de comprender la manera en la cual agricultores y no-agricultores se congregaron para residir de forma permanente en la misma comunidad y, además, configurar el espacio para ser utilizado tanto en áreas para la construcción de una arquitectura compleja cubierta de estuco, como la zonificación estratificada del terreno empleado para el cultivo agrícola. La combinación entre las áreas con arquitectura compleja cubierta de estuco y las zonas verdes utilizadas para la agricultura, y otras actividades no necesariamente agrícolas, dio como resultado un imponente paisaje urbano en las ciudades que se crearon en el centro de México, Valle de Oaxaca y zona maya. En las Tierras Bajas Mayas, los restos silenciosos de las, otrora, urbes ruidosas y bulliciosas son testigos de la estrecha relación que debió de haber existido entre el centro de la ciudad y la periferia con los campos agrícolas (Ciudad e Iglesias 2001: 18). Por lo tanto, el centro del asentamiento y sus zonas verdes abren una ventana para analizar e intentar explicar los procesos que operaron para la fundación o reubicación de las ciudades en el Norte de la Península de Yucatán. FUNDACIÓN DE CIUDADES MAYAS EN LAS TIERRAS BAJAS DEL NORTE Las Tierras Bajas Mayas del Norte comprenden la porción septentrional de la Península de Yucatán y es un área por lo general plana, aunque una pequeña serranía se levanta no más de 100 metros sobre el nivel natural del terreno. El espacio geográfico que ocupan las Tierras Bajas Mayas del Norte está dominado por una planicie cárstica (Duch 1988). Cuando consideramos a la planicie cárstica con otros elementos naturales como son el suelo, la vegetación y el agua, el paisaje o
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Fig. 1.—Ubicación de Dzibilchaltún, Cobá, Mayapán, Chichén Itzá y otras ciudades en las Tierras Bajas Mayas del Norte.
entorno geográfico de las Tierras Bajas Mayas del Norte se torna particularmente interesante, ya que se distinguen con claridad siete distritos fisiográficos: (1) la zona costera, (2) el distrito de Mérida, (3) el distrito de Chichén Itzá, (4) el distrito de Cobá, (5) el distrito del Puuc o Sierrita de Ticul, (6) el distrito de Bolonchén, y (7) el distrito de Río Bec (Duch 1988, 1991; Dunning et al. 1998; Wilson 1980). Sin embargo, de estos siete distritos fisiográficos mencionados solamente en tres de ellos —Mérida, Chichén Itzá y Cobá— se reporta la existencia de ciudades que surgieron en diferentes momentos y ambientes del heterogéneo paisaje de Yucatán. Distrito Fisiográfico de Mérida. Este distrito comprende la porción Noroccidental de la Península de Yucatán y presenta un relieve bajo con pequeñas depresiones y abundantes cenotes. Exhibe una zona de terreno pedregoso con poco suelo, en donde el patrón topográfico que predomina presenta «formas planas, cóncavas y convexas alternadas, pero con declives y desniveles mucho más contrastados» (Duch 1988: 284; ver también Garza y Kurjack 1981: 19-20; Wilson 1980: 7). Sabemos con seguridad de la existencia de dos ciudades en este distrito fisiográfico, Dzibilchaltún y Mayapán. A partir de 600 d.C. Dzibilchaltún experimentó un rápido crecimiento poblacional y una súbita actividad constructiva que lo convirtieron en el asentamiento
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urbano más importante del Noroeste de Yucatán a fines del siglo VIII y durante el siglo IX de nuestra era (Andrews IV y Andrews V 1980; Andrews V 1981; Kurjack 1974). Este crecimiento poblacional y arquitectónico se asocia con las fases temprana y tardía del complejo cerámico Copó 1, datadas entre 600 y 830 d.C., habiéndose ubicado el núcleo central de Dzibilchaltún en los alrededores del cenote Xlacah. A partir de este centro la población se distribuyó espacialmente creando un paisaje arquitectónico compuesto por grupos arquitectónicos y calzadas. Aparentemente, tres o cuatro generaciones que poblaron Dzibilchaltún después de 600 d.C. sentaron las bases para convertir a esta comunidad en una de las ciudades más pobladas y extensas del Norte de Yucatán, alcanzando una extensión de aproximadamente 19 km2 (Andrews V 1981: 326-329). No lejos del límite Sur del distrito fisiográfico de Mérida se encuentra Mayapán. El arreglo interno de esta ciudad del período Posclásico muestra un asentamiento que cubre una extensión de casi 4 km2, y tiene registradas más de 3.500 estructuras de diferentes características. Mayapán presenta una forma concéntrica y compacta, y parte del arreglo interno de esta urbe se caracteriza por la presencia de conjuntos de templos, los cuales definen los rasgos particulares de la ciudad (Cobos 2002). Aparentemente, en Mayapán pudo haber residido una población entre 12.000 y 15.000 habitantes cuando, durante el siglo XIV y la primera mitad del siglo XV, alcanzó su máximo apogeo. De acuerdo a los escritos históricos del siglo XVI del obispo español Diego de Landa (1959: 13), la ciudad de Mayapán se fundó cuando el personaje mítico-histórico denominado Kukulkán y señores naturales poblaron esta ciudad. Distrito Fisiográfico de Chichén Itzá. Se localiza en la planicie cárstica del centro-norte de la península de Yucatán que se eleva unos 25 m.s.n.m. (Duch 1991: 20-22). Los cenotes, rejolladas y bancos de material de carbonato de calcio son los rasgos fisiográficos dominantes en la planicie cárstica de esta parte de la península (Duch 1988, 1991: 163-165; Wilson 1980: 7). Sabemos con seguridad de la existencia de Chichén Itzá como ciudad. En los inicios del siglo VIII de nuestra era, un aparente espacio vacío localizado al sureste de Izamal, suroeste de Ek’ Balam y al norte de Yaxuná fue ocupado por individuos que se establecieron en un asentamiento que reconocemos hoy día como Chichén Itzá. Estos primeros pobladores aprovecharon las fuentes de agua potable, suelos de uso agrícola y canteras para la obtención de materiales de construcción que se encuentran distribuidos en un vasto sector del asentamiento de Chichén Itzá, y no se concentran en una sola área. Sin lugar a dudas, la distribución espacial de esos elementos fisiográficos jugó un papel importante y determinante en la construcción y arreglo interno de la ciudad. A partir de 700 d.C. Chichén Itzá fue el escenario de un rápido proceso de poblamiento y actividad constructiva el cual tuvo como centro el Complejo de las Monjas. El incremento de la población y actividad constructiva continuó durante
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los siguientes 200 o 250 años, y nuevos grupos arquitectónicos fueron construidos en la periferia del mencionado complejo arquitectónico. A partir del 900 d.C., Chichén Itzá se transformó en una ciudad y capital regional, y su centro cambió del Complejo de las Monjas hacia la Gran Plataforma. En varios trabajos he argumentado que Chichén Itzá presentó en el sitio una fase de ocupación temprana y otra tardía. La fase temprana tuvo su propio componente cerámico, y el asentamiento se caracterizó por poseer grupos arquitectónicos formados por templos, altares, estructuras de crujías alargadas, columnatas y patios-galería como son el Grupo de la Serie Inicial y el Grupo del Suroeste. Asimismo se encuentran asociados a la cerámica y grupos arquitectónicos tempranos diversos textos jeroglíficos fechados para el siglo IX d.C. Durante la fase temprana de ocupación de Chichén Itzá (Braswell 1997; Cobos 1998) tuvo lugar la llegada de navajas de obsidiana de Ucareo, Michoacán, en el occidente de México y discos de turquesa de la región de Chalchihuites en noroeste de México (Cobos 2001, 2003). La fase tardía de ocupación de Chichén Itzá se caracteriza por su particular componente cerámico, y por un cambio de la zona central del sitio que será entonces la Gran Nivelación; las edificaciones tanto del centro como de la periferia, se definen por presentar grupos arquitectónicos formados por templos, altares y patios-galería. A la ciudad continuó llegando obsidiana de Ucareo y turquesa de la región de Chalchihuites, sin embargo, hacen su aparición otros materiales que incluyen las navajas de obsidiana de Pachuca en Hidalgo y de Ixtepeque en Guatemala, vasijas Tohil Plomizo del occidente de las Tierras Altas guatemaltecas, jadeita del valle del Motagua asimismo en Guatemala, y oro y tumbaga de Costa Rica y Panamá (Braswell 1997; Cobos 1998). Distrito Fisiográfico de Cobá. Este distrito ocupa una gran porción del oriente de la península de Yucatán y exhibe depresiones y fracturas que dan lugar a sabanas o terrenos muy bajos con agua (Kurjack 2004: 229-230; Wilson 1980: 7). Las fracturas en el distrito de Cobá permitieron que se crearan lagunas como las de Bacalar y Chunyaxché y lagos como los de Chichancanab, Cobá y Punta Laguna. De hecho, el distrito de Cobá con sus sabanas albergan terrenos húmedos durante una gran parte del año, y estos terrenos son los más extensos con dichas características en las Tierras Bajas Mayas del Norte (Fedick y Mathews 2002). En el distrito fisiográfico de Cobá una antigua comunidad precolombina que da nombre a este distrito ha sido reconocida como ciudad. La máxima extensión territorial que alcanzó Cobá como ciudad a fines del período Clásico Tardío (Complejo Cerámico Palmas) e inicios del Clásico Terminal (Complejo Cerámico Oro) fue de 70 km2. Sin embargo, esto ocurrió tardíamente y sólo cuando el centro de Cobá se encontraba en el Grupo Nohoch Mul. A partir de este centro se construyeron grupos arquitectónicos y un intrincado sistema de calzadas, una de las cuales se extiende por 100 km para unir a Cobá con Yaxuná,
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en el centro de Yucatán. Entre el 600 y 730 d.C. surgió un sistema de calzadas temprano asociado con el Grupo Cobá y otros conjuntos arquitectónicos menores, en el primer núcleo o centro cívico-religioso de la ciudad (Benavides 1981; Robles 1990:131-217). Al igual que lo reportado en Dzibilchaltún, Mayapán y Chichén Itzá, a partir de 550 o 600 d.C., tuvo lugar en Cobá un significativo incremento poblacional, dando como resultado —dos siglos después— una imponente ciudad. Cobá, como tal urbe, gozó de buena salud durante unas tres generaciones, hasta que llegó a su fin como gran asentamiento en la segunda mitad del siglo IX. FUNDACIÓN DE CIUDADES: PROCESOS DE URBANIZACIÓN A partir de la información derivada de los estudios de las cuatro ciudades arriba mencionadas sobresalen dos aspectos importantes: el entorno natural y el incremento de población. El entorno natural, consistente en abundantes fuentes de agua, excelentes suelos para la agricultura y una variada vegetación, sin duda debió ser considerado a la hora de poblar distintas regiones en los distritos fisiográficos de Mérida, Chichén Itzá y Cobá, sin embargo, no puede atribuirse la fundación o aparición de ciudades en el Norte de Yucatán a factores exclusivamente naturales, dado que no podemos pasar por alto el factor población. En los procesos de urbanización, el incremento de la población jugó un papel importante ya que debió de haber puesto presión en agricultores y no agricultores, quienes perseguían objetivos ideológicos, religiosos, económicos, políticos o comerciales. Parece ser que esta presión en la búsqueda de objetivos muy específicos dio como resultado el establecimiento de las ciudades de Mayapán, Dzibilchaltún, Chichén Itzá y Cobá. Por ejemplo, en el caso de Mayapán, el obispo español Diego de Landa (1959: 13) describió a mediados del siglo XVI que el personaje mítico-histórico denominado Kukulkán «tornó a poblar otra ciudad tratando con los señores naturales de la tierra que él y ellos viniesen» a vivir en ella. La referencia del obispo Landa no especifica si la ciudad de Mayapán ya existía cuando el personaje de Kukulkán y señores naturales decidieron mudarse y vivir en ella, o bien, si estos personajes, mediante un acto premeditado y calculado, decidieron asentarse poblando un lugar en particular. Si Mayapán ya existía como ciudad, entonces la referencia de Landa consigna un cambio de lugar de individuos quienes van a residir a una urbe. Por el contrario, si Kukulkán y los señores naturales escogieron asentarse en la parte Sur del distrito fisiográfico de Mérida con el propósito exclusivo de fundar la ciudad de Mayapán como un acto intencional, premeditado y planeado, la evidencia arqueológica parece no favorecer las buenas intenciones de Kukulkán y sus compañeros. Una mirada a la cerámica de Mayapán revela que la vajilla Peto Crema se asocia con las Mayapán Sin engobe y Mayapán Rojo del Complejo Cerámico Tases,
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propio del período Posclásico (Brainerd 1958: 21-23; Smith 1971: 193-205, 253255). La cerámica Peto Crema aparece en los estratos inferiores de la estratigrafía de Mayapán, lo cual indica que un componente social en forma de aldea, villa o cacicazgo ocupaba el sitio por lo menos en el siglo XI de nuestra era. Este componente social fue reemplazado por otro que se encargó de desarrollar Mayapán hasta convertirla en ciudad, aspecto que debió de haber ocurrido en el siglo XIV, ya que los datos arqueológicos y las fuentes históricas sugieren convincentemente que, para 1450 o en algún momento de la segundad mitad del siglo XV, Mayapán dejó de existir como ciudad. Por lo tanto, debieron de haber transcurrido entre 200 y 250 años para que Mayapán se convirtiese en ciudad, es decir, cuatro o cinco generaciones de individuos experimentaron un aumento poblacional, la zonificación del arreglo interno para la residencia permanente de una numerosa población consistente entre 12.000 y 15.000 personas, la zonificación de los terrenos utilizados en la agricultura más allá de la muralla de Mayapán, y la aparición de una jerarquía social antes de que ésta se haya convertido en una ciudad en las Tierras Bajas Mayas del Norte. Con todo esto en cuenta, uno se pregunta, ¿a qué momento del desarrollo de Mayapán corresponde la referencia de Landa respecto a Kukulkán y los señores naturales?, ¿acaso corresponde a los siglos XI, XII y XIII cuando Mayapán no era ciudad?, o bien, ¿quizás corresponde al siglo XIV y parte del XV cuando Mayapán ya funcionaba como ciudad? Obviamente, no tenemos por ahora respuesta a estas preguntas, sin embargo, está claro que el aumento poblacional aparece como una constante tanto en Mayapán como en Dzibilchaltún, Chichén Itzá y Cobá. En el caso de Dzibilchaltún, Chichén Itzá y Cobá los componentes mayoritarios de los complejos cerámicos asociados con los correspondientes apogeos de estas ciudades muestran un primer período de desarrollo al igual que lo demostrado para Mayapán líneas arriba. En Dzibilchaltún, Chichén Itzá y Cobá transcurrió un lapso de alrededor de 200 años, o lo que correspondería aproximadamente a cuatro generaciones de individuos, antes de que hayan sido reconocidas como ciudades. Individuos agricultores y no agricultores parecen haberse involucrado en Dzibilchaltún, Cobá, Chichén Itzá y Mayapán para crear los primeros núcleos o centros cívicos de estas antiguas ciudades mediante actos dirigidos a mostrar edificios y construcciones abovedadas muy elaboradas. Aquí coincido con Virginia Betz (2002) cuando habla de una «invención deliberada» de infraestructura de calidad para atraer a individuos, y debemos reconocer que la aparición intencional de la infraestructura de calidad no representa por sí misma una ciudad. Además, el efecto centrípeto causado por la «invención deliberada» del núcleo de un asentamiento debió de haber producido otro de igual intensidad y en dirección opuesta, es decir, un efecto centrífugo mediante el cual el componente social se las tuvo que ingeniar para zonificar sus tierras con fines de residencia y obtención de recursos minerales, vegetales y animales.
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En relación con las ciudades de las Tierras Bajas Mayas del Norte, desconocemos por ahora el equilibrio o balance que tuvieron que alcanzar y mantener agricultores y no agricultores para crear, por un lado, los núcleos elaborados de los asentamientos y, por otro, dividir o zonificar el espacio para incluir tanto las áreas de residencia como los terrenos con función agrícola que rodeaban a ese núcleo central. El dato arqueológico nos sugiere que la fuerza o presiones sociales motivadas por objetivos particulares que incluyeron factores ideológicos, políticos, económicos, militares, o la combinación de todos, operaron en los procesos de creación de los núcleos o primeros centros con arquitectura elaborada. Ese equilibrio o balance social se materializó con el establecimiento de comunidades —como Dzibilchaltún y Mayapán— cuyos centros o núcleos fueron los mismos a lo largo de los dos siglos que tardó el proceso de urbanización. En estas dos ciudades, sus centros fueron edificados, reconstruidos, ampliados y transformados según revelan las numerosas subestructuras asociadas con templos, palacios y otros edificios. Por otro lado, en casos como Cobá y Chichén Itzá, sus núcleos centrales originales con construcciones abovedadas y muy elaboradas fueron abandonados después de 200 años y reubicados a varios cientos de metros de distancia dentro de los mismos asentamientos. Después de esta reubicación volvieron a aparecer las construcciones elaboradas y complejas en formas más majestuosas, las cuales reflejan un excedente económico social controlado o manejado por unos cuantos. CONSIDERACIONES FINALES En las Tierras Bajas Mayas del Norte, tanto el reacomodo o reubicación como la utilización del mismo núcleo o centro elaborado, revelan que los procesos de urbanización tuvieron sus altas y bajas, es decir, de ninguna manera fue un fenómeno social fácil o un «viaje sin pormenores». Formas sociales no solidarias, como por ejemplo, la competencia entre facciones de un mismo grupo o entre grupos, pudieron haber truncado esos tempranos intentos. Por otro lado, algunas formas sociales solidarias debieron de haberse manifestado para promover el asentamiento, la creación de núcleos y ordenación espacial-arquitectónica de las comunidades que eventualmente llegaron a ser ciudades. Ante esto, la adoración a los ancestros, la alianza entre individuos o grupos de individuos por factores ideológicos, políticos y económicos, o bien, la combinación de todo lo anterior, sumado a aspectos cosmológicos, debieron de haber sido parte activa de los complejos procesos de urbanización en las Tierras Bajas del Norte. Para concluir, podemos indicar que nuestros estudios —y futuras investigaciones sobre el tema— deben orientarse a explicar cual de esos aspectos fue determinante e influyente en el surgimiento de las ciudades en la zona maya. Por otro lado, pudiera ser que todos esos aspectos, operando al mismo tiempo, aunque
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con grados diferentes de intensidad, hayan influenciado para dar origen a las ciudades mayas del Norte de Yucatán que reconocemos hoy día. Cualesquiera que hayan sido los mecanismos que entraron en funcionamiento para desencadenar los procesos de urbanización que condujeron a las ciudades en las Tierras Bajas Mayas, deben ser cumplidamente reconocidos y alabados. De hecho, quienes estudiamos las ciudades del pasado vemos con gran satisfacción e interés cómo ciertos procesos sociales complejos desarrollados por el hombre se escaparon totalmente de sus manos, y se tradujeron en la fundación de ciudades en el sureste de Mesoamérica. BIBLIOGRAFÍA ANDREWS, E. Wyllys, IV y E. Wyllys ANDREWS, V. 1980. Excavations at Dzibilchaltun, Yucatán, México. Middle American Research Institute, Pub. 48. Tulane University. Nueva Orleans. ANDREWS, E. Wyllys, V. 1981. «Dzibilchaltún». En Supplement to the Handbook of Middle American Indians, Vol. 1, Ed. J.A. Sabloff, pp. 313-341. University of Texas Press. Austin. BENAVIDES CASTILLO, Antonio. 1981. Los caminos de Cobá y sus implicaciones sociales. Colección Científica Arqueología. INAH. México. BETZ, Virginia M. 2002. The City as Invention: An Environmental Psychological Approach to the Origins of Urban Life. Ph.D. Dissertation. Department of Anthropology. Arizona State University. Tempe. BRAINERD, George W. 1958. The Archaeological Ceramics of Yucatan. University of California Archaeological Records, Vol. 19. University of California Press. Berkeley y Los Angeles. BRASWELL, Geoffrey. 1997. «El Intercambio Prehispánico en Yucatán, México». En X Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 1996, Eds. J.P. Laporte y H. Escobedo, pp. 545-555. Museo Nacional de Arqueología y Etnología. Guatemala. CIUDAD RUIZ, Andrés, y M.a Josefa IGLESIAS PONCE DE LEÓN. 2001. «Un mundo ordenado: la ciudad maya y el urbanismo en las sociedades antiguas». En Reconstruyendo la ciudad maya: el urbanismo en las sociedades antiguas, Eds. A. Ciudad, M.J. Iglesias y M.C. Martínez, pp. 11-40. Sociedad Española de Estudios Mayas 6. Madrid. COBOS, Rafael. 1998. «Chichén Itzá y el Clásico Terminal en las Tierras Bajas Mayas». En XI Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 1997, Eds. J.P. Laporte y H. Escobedo, pp. 791-799. Museo Nacional de Arqueología y Etnología. Guatemala. —. 2001. «El Centro de Yucatán: de área periférica a la integración de la comunidad urbana en Chichén Itzá». En Reconstruyendo la ciudad maya: el urbanismo en las sociedades antiguas, Eds. A. Ciudad, M.J. Iglesias y M.C. Martínez, pp. 253-276. Sociedad Española de Estudios Mayas 6. Madrid. —. 2002. «Mayapán y el período Posclásico en las Tierras Bajas Mayas del Norte». En XV Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 2001, Eds. J.P. Laporte, H. Escobedo y B. Arroyo, pp. 107-113. Museo Nacional de Arqueología y Etnología. Guatemala. —. 2003. The Settlement Patterns of Chichén Itzá, Yucatán, México. Ph.D. Dissertation. Department of Anthropology. Tulane University. Nueva Orleans.
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10 EK’ BALAM, UN ANTIGUO REINO LOCALIZADO EN EL ORIENTE DE YUCATÁN Leticia VARGAS DE LA PEÑA Víctor CASTILLO BORGES Centro INAH Yucatán
INTRODUCCIÓN ¿Por qué se escoge un lugar determinado para servir de asiento a un grupo humano? Lo primero que pensamos es que se opta por el emplazamiento que cuente con las condiciones adecuadas para la supervivencia, entre las que destaca el agua y una buena tierra para cultivar. Esto no quiere decir que no influyeran otros factores como los religiosos y políticos, ni tratamos de explicar aquí modelo alguno de desarrollo en especial, sino únicamente hacer énfasis en las necesidades básicas de un grupo humano y la manera en que éstas pudieron ser satisfechas en Ek’ Balam. Sin embargo, hemos visto casos en que se han escogido lugares aparentemente inhóspitos y sin la naturaleza idónea para vivir; quienes así lo hicieron se las ingeniaron para suplir o minimizar las condiciones adversas o poco favorables, logrando adaptarse, aprovechando y maximizando los recursos disponibles. En el caso de Ek’ Balam es fácil entender porqué se escogió como asentamiento, pues hay buena tierra para cultivar1, en la que se obtienen —con las condiciones adecuadas— buenas cosechas de maíz, frijol, chile, calabaza, tomate y otros productos; en tiempos prehispánicos debió ser aún más fructífera. En el área de Ek’ Balam hay suficiente agua disponible en dos cenotes bastante cercanos al núcleo central del asentamiento, uno al este y otro al oeste, a distancias entre 1,5 y 2 km; hay además otros cenotes, un poco más retirados, pero dentro de los límites del área habitacional del sitio, por lo que también sirvieron para satisfacer las necesidades del vital líquido de sus pobladores. En Las Relaciones histórico-geográficas de la Gobernación de Yucatán (1983), el encomendero Juan Gutiérrez Picón, quien recibió la encomienda de Ekbalam en el siglo XVI, describe: 1
Aún ahora, que se considera que la tierra ya está «cansada» y sobreexplotada.
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«Hay en este pueblo dos hoyas de agua grandes que por sus vueltas y camino bajan abajo; sácase agua a una braza; la una hoya cae a la parte de oriente y la otra al poniente, quedando los edificios y pueblo en medio…» (Gutiérrez 1983: 140).
En el área en que se encuentra Ek’ Balam existen también numerosas rejolladas, cuya profundidad permitió la perforación de pozos en la época prehispánica, pues al ser excavados en el fondo de la hondonada se estaba más cerca del manto freático, que en esa región oscila entre 20 y 30 m. de profundidad, por lo que habría sido prácticamente imposible horadar la roca tan hondo. En el sitio ya se han localizado algunos pozos prehispánicos que siguen estas características. Se sabe que la mayor humedad de la tierra en estas hondonadas naturales, permite la buena cosecha de variadas especies, por lo que se han aprovechado doblemente, e incluso en la actualidad se continúan realizando cultivos en esos lugares. Además de aprovechar lo que la naturaleza provee, los mayas prehispánicos tuvieron que inventar métodos para la recolección y almacenaje del agua, como los chultunes2; en Ek’ Balam los hay de variadas dimensiones, algunos son muy grandes y se encuentran al nivel de las plazas, otros son más pequeños y fueron construidos en el relleno constructivo de los edificios, como vemos en la Estructura 1, conocida como La Acrópolis. Hay, además de éstos, otros dos tipos de depósitos, que hemos encontrado sólo en este edificio: en el primer caso, tenemos depósitos generalmente con forma de herradura y adosados a las fachadas de los cuartos; los depósitos del segundo tipo por lo común son de forma circular y tienen varios niveles interiores, localizándose en el espacio abierto de las plazas; entre ellos sobresale un depósito de grandes dimensiones, ubicado en medio de la Plaza Oeste de La Acrópolis. Con todos estos depósitos y chultunes podemos observar que el palacio real (Fig. 1) siempre estuvo bien abastecido de agua, en sus distintos niveles. ORÍGENES Y DESARROLLO DE EK’ BALAM Una vez establecidos en el lugar, con el suministro de agua satisfecho y con la disponibilidad de tierras de cultivo, el asentamiento de Ek’ Balam creció, hasta alcanzar su máximo nivel de desarrollo en el Clásico Tardío, pero ¿de dónde vinieron quienes se asentaron ahí, quiénes fueron los fundadores de lo que se convertiría en el gran reino de Talol? y ¿qué factores y qué personas contribuyeron a ese gran desarrollo? En la «Relación de Ek’ Balam» (1983) el mencionado encomendero Gutiérrez Picón describe lo que vio así: 2
Depósitos subterráneos para almacenar agua.
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Fig. 1.—Vista aérea de La Acrópolis (fotografía de R. Maldonado).
«…Tiquibalon [Ekbalam]…. Era en tiempo de su gentilidad una de las principales cabeceras de esta provincia; tiene cinco edificios grandes, todos de cantería de piedra labrada y el uno de ellos, en lo alto de él, hay casas de bóveda y grandes silos adonde echaban el maíz para su mantenimiento, y asimismo sus cisternas donde se recogía el agua que llovía, todo hecho de cantería muy bien obrada. Tienen estos edificios algunas figuras de piedra antiguas, con sus labores y molduras, y parece haber en alguna manera letras, (Fig. 2) que por ser cosa tan antiquísima no se deja entender lo cifrado de ellas. Tiene este edificio más de cuatrocientos pasos en cuadra; súbese a él con gran trabajo por haberse derrumbado los escalones que tenía por donde se subía a él y por ser muy altísimo, y del alto de él se divisa todo aquello que puede ver uno de buena vista (Fig. 3). Tiene en lo alto de él una gran llanura donde hacían sus fiestas y en él hay tres pilares grandes donde está asentada una piedra redonda grande …; tiene otras muchas figuras de piedra que parecen hombres armados y los demás edificios de la misma cantería a lo antiguo…» (Gutiérrez 1983: 138).
El deseo del encomendero de saber más de aquel lugar le hizo averiguar entre «los principales y vecinos lo que supiesen… de los antiguos y sus historias», en base a lo cual asienta en su relación que: «Llamóse la cabecera de Tiquibalon [Ekbalam] de este nombre por un gran señor que se llamaba Ek Balam que quiere decir tigre negro, y también se llamaba
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Fig. 2.—Serpiente Jeroglífica Oeste, ubicada en la escalinata principal de La Acrópolis (fotografía de L. Vargas).
Fig. 3.—Parte sur del epicentro de Ek’ Balam, vista desde lo alto de la Acrópolis (fotografía de V. Castillo).
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Coch Cal Balam, que quiere decir señor sobre todos... edificó él uno de los cinco edificios, el mayor y más suntuoso, y los cuatro fueron edificados por otros señores y capitanes; éstos reconocían al Coch Cal Balam por señor y él era el supremo... Se tiene entre los naturales por cosa muy averiguada [que] vinieron de aquella parte del oriente con gran número de gentes, y que eran gente valiente y dispuestos, y que eran castos...» (Ibidem).
A nuestro entender, esta mención se podría interpretar de dos formas, ¿se refería a los primeros pobladores del sitio o bien a quienes llegaron posteriormente, y que dada su importancia se convirtieron en protagonistas de un suceso que se grabó fuertemente en la memoria colectiva; a los que se recordó como quienes «vinieron de aquella parte del oriente», guardando este acontecimiento como el inicio, debido a que su relevancia dejó una huella más profunda? Esta segunda opción sería la llegada de Ukit Kan Le’k, la fundación del reino de Talol y de una dinastía de gobernantes. Pero si consideramos el primer caso, la de los pobladores originales, los datos arqueológicos obtenidos en Ek’ Balam señalan una ocupación desde el Preclásico Medio (700-200 a.C.) por la presencia de tipos cerámicos como Juventud, Pital Crema, Chunhinta y Sabán. La evidencia hallada en nuestro sitio de estudio nos manifiesta que este período se prolongó en cuanto a la utilización de los tipos cerámicos producidos localmente, por lo que el material del período Preclásico Tardío es escaso, apenas con unos cuantos tiestos de los tipos Sierra, Dzilam y Carolina, por ejemplo. Las cerámicas del Preclásico Medio han sido encontradas en las exploraciones, tanto en el Recinto Amurallado, como en los alrededores; pero la presencia de materiales del período siguiente —el Preclásico Tardío— no es significativa en el núcleo central del sitio, aunque sí lo es en los alrededores, donde la ocupación en el asentamiento muestra una secuencia continua. Las exploraciones realizadas hasta ahora en el Recinto Amurallado nos muestran una mayor presencia de cerámicas del Preclásico Medio y del Clásico Tardío, señalando esos dos períodos como los asentamientos permanentes; esto no significa que el sitio estuviera desocupado en el intermedio, sino que el núcleo central no habría tenido un desarrollo importante antes del Clásico Tardío, aun estando poblado el sitio en los alrededores. Sin embargo, el programa de muestreo por medio de pozos estratigráficos aún no ha concluido, por lo que nuestras apreciaciones pueden cambiar —o bien reafirmarse— más adelante, al sondear otros sectores del Recinto Amurallado. Respecto a otros datos cerámicos, el análisis de los materiales recuperados en varios salvamentos arqueológicos que se han llevado a cabo desde el año pasado en el área sureste del Estado de Yucatán —debido a la construcción y modernización de sus carreteras— nos muestran nuevas evidencias de una predominancia de cerámicas del Preclásico Medio, con decoraciones muy semejantes a las de Ek’ Balam. Esto aparentemente está marcando una posible ruta de llegada de pobladores a la Península, y dado que los materiales no se parecen ni a
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los del Petén guatemalteco ni a los del norte de Yucatán, nuestra ceramista considera que el lugar de origen podría ser el Petén beliceño (Teresa Ceballos, comunicación personal 2005). Analizando la segunda opción, que es la llegada de Ukit Kan Le’k, lo primero a considerar es el hecho de que él no nació en Ek’ Balam —como lo indican dos textos hallados en el sitio— sino en un lugar llamado Man, cuya localización aun no conocemos. Este dato está confirmado por el resultado de un análisis de isótopos estables realizado recientemente con muestras de sus piezas dentarias, pues indica que no es un sujeto inmigrado, sino de procedencia local y que su origen no es ni de la costa norte ni del resto del área maya hacia el sur, lo que lo ubica en la parte media de la península, es decir, en los alrededores de Ek’ Balam (Price y Burton 2004). Es posible que Ukit Kan Le’k llegara desde el reino de donde era originaria su madre, quien aparece mencionada en el Mural del Cuarto 22 de La Acrópolis, siendo hasta ahora el único personaje femenino en los textos de Ek’ Balam (Fig. 4). Aunque no sabemos su nombre completo, la conocemos como K’uhul Ixik.../... Ho’ Ixik Ajaw «Sagrada señora .../... reina de ...ho’, y de acuerdo al nombre de su reino, el epigrafista del proyecto, Alfonso Lacadena, ve dos posibles alternativas, ambas en las inscripciones de Cobá, donde se mencionan dos lugares que terminan en /ho’/. La primera podría ser el propio reino de Cobá, que quizá se llamó Ek’aab’ Ho’ en el periodo Clásico. Otro es el topónimo Ho’ o más probablemente Itz’a[’] Ho’ que aparece en la cláusula nominal de un cautivo representado en la Estela 4. En cualquiera de los dos casos, el reino de la madre posiblemente se encontraba entre Ek’ Balam y Cobá o en este sitio mismo (Lacadena 2003). Esa «llegada» mencionada en la crónica del siglo XVI pudo haber sido la de Ukit Kan Le’k y/o la de sus progenitores, la antes mencionada «Sagrada señora.../... reina de...ho’ » y otro personaje mencionado en inscripciones de Ek’ Balam, Ukit Ahkan, quien aparentemente no era de linaje real, sino un ajk’uh «sacerdote» y quienes se habrían unido, dando origen al hombre que iniciaría la dinastía reinante en Talol. Esta posibilidad nos hace recordar otros casos en que un personaje de la realeza era enviado a iniciar una nueva dinastía en otro lugar. Esa «llegada» nos hace pensar también en una posible relación con la caída de Cobá, alrededor del 770 d.C. (Vargas et al. 2004). Gracias a las exploraciones en el sitio arqueológico sabemos que, antes del Clásico Tardío, Ek’ Balam era un asentamiento relativamente pequeño y su arquitectura pública debió ser escasa y de características modestas, pues todas las construcciones que ahora vemos son tardías; aun las subestructuras que hemos localizado, se han fechado para el Clásico Tardío. La única construcción datada tentativamente para el Preclásico, fue una subestructura hallada en las exploraciones de 1997 bajo el primer nivel de la escalinata principal de La Acrópolis. En ese basamento fue hallado un mural incompleto, debido a que la parte superior de la estructura había sido semidestruida para edificar la escalinata sobre él (Vargas y
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Fig. 4.—Escultura femenina, la única encontrada hasta ahora en La Acrópolis, que podría representar a la reina (fotografía de L. Vargas).
Castillo 1998). Hasta la fecha no ha sido localizada ninguna otra construcción de temporalidad diferente al Clásico Tardío. Esto nos lleva a varios cuestionamientos ¿cómo era Ek’ Balam antes de ser el reino de Talol como lo conocemos, cómo eran sus construcciones, quién lo gobernó? La respuesta para una de estas preguntas la tenemos en las inscripciones del Mural de los 96 Glifos (Fig. 5) donde se menciona al rey Chak Jutuuw Chan Ek’, el Kalo’mte’ del norte, quien pudo haber supervisado el ascenso al trono de
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Fig. 5.—Fragmento del Mural de los 96 Glifos (fotografía de L. Vargas).
Ukit Kan Le’k Tok’ en 770 d.C., evento que fue registrado con la expresión i patlaj Talol Ajaw «entonces se hizo el rey de Talol», que cierra el texto del Mural de los 96 Glifos (Lacadena 2003). Esto indicaría, como ya ha señalado Lacadena, que Ek’ Balam era parte de los dominios del Kalo’mte’ del norte, una de sus cabeceras políticas, entregada por este gobernante a Ukit Kan Le’k, en un evento que aparece registrado como huli («llegada»), verbo que suele asociarse a fundaciones o re-fundaciones de dinastías. Pero otros datos acerca del suceso y de la actuación de Chak Jutuuw Chan
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Ek’ en él, así como el nombre y la ubicación de su reino, siguen hasta hoy en el misterio (Lacadena 2003). Pero lo que sí sabemos con certeza de Ek’ Balam, sobre la base de los trabajos realizados desde 1994 —y principalmente desde 1997, gracias a las exploraciones en la Estructura 1 o La Acrópolis— es que la época de florecimiento del sitio fue en el Clásico Tardío (circa 770-870 d.C.) dato que desde un principio nos había proporcionado la arquitectura, que después había sido reforzado con el análisis del material cerámico asociado a ella, y finalmente fue confirmado con el afortunado hallazgo de los textos glíficos que nos han permitido conocer las fechas exactas en que muchas de las construcciones de Ek’ Balam fueron edificadas y cuándo alcanzó su mayor auge político y cultural. El esplendor de Ek’ Balam Sabemos también que el responsable del extraordinario florecimiento que se dio en el reino de Talol fue sin lugar a dudas un gobernante muy especial, Ukit Kan Le’k Tok’, un personaje con el poder y carisma suficientes para fundar un reino y una dinastía, así como para hacer prosperar su reino y lograr tal éxito que le permitió contar con los recursos suficientes para crear obras tan magníficas como las que ahora podemos ver en Ek’ Balam y muchas más, aún ocultas —que seguramente nos seguirán sorprendiendo en futuras exploraciones— en las que él, además, se encargó de dejar constancia de su autoría, pues en diferentes áreas del edificio mandó inscribir su nombre para que no hubiera dudas de su pertenencia y de quién era el responsable de la construcción de cada recinto y la creación de cada obra. Este gobernante tuvo un reinado largo, de acuerdo a las numerosas inscripciones que mandó realizar; este dato también pudo observarse en sus restos óseos3, cuyos análisis dieron unos resultados —aplicando una fórmula de estimación de edad— de entre 102 y 108 años cronológicos. Estos resultados no tienen valor de edad absoluta, sino que sólo son una indicación general que subraya la avanzada edad del personaje, situada muy entrada la segunda mitad del centenario, dato que confirma lo observado inicialmente en sus restos óseos y que también coincide con las fechas de las inscripciones (Lacadena 2003; Tiesler 2002: 4, 2005: 3). Ukit Kan Le’k, cuya serie de títulos denota su importancia, entre ellos el de kalo’mte’, que era usado solamente entre las dinastías más poderosas, fue un gobernante tan excepcional que dejó una profunda huella material en su reino y una influencia tan fuerte en sus descendientes, que ellos le siguieron recordando muchos años después de muerto, como ancestro divinizado, representándolo en al3 Los restos se recuperaron en su tumba a inicios del año 2000 y recientemente se aplicó un análisis histomorfológico de una sección de costilla media del rey, con el fin de obtener información acerca de la edad del personaje.
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gunos monumentos muy importantes. Su alta jerarquía hizo que le fuera destinado como tumba uno de los lugares más especiales de su palacio real, curiosamente, en una de las partes más altas del edificio4 y con una muestra de sus grandes riquezas materiales, que se depositaron como una suntuosa ofrenda, en la que destacan elementos tales como vasijas de alabastro, numerosas y singulares piezas de concha (Figs. 6 y 7) —que predominan por encima de las de jade— así
Fig. 6.—Pendiente de concha en forma de camarón perteneciente a la ofrenda funeraria de Ukit Kan Le’k Tok’ (fotografía de A. Cuatro).
Fig. 7.—Pendiente de concha en forma de venado perteneciente a la ofrenda funeraria de Ukit Kan Le’k Tok’ (fotografía de A. Cuatro). 4
En contraste con la ubicación de otras tumbas reales.
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como restos de animales y de dos infantes. Otro indicativo de su importancia fue que la tumba fue sellada y oculta de tal manera que se evitara la posibilidad de que fuera abierta o alterada posteriormente. Hemos podido conocer la imagen de Ukit Kan Le’k Tok’ gracias a algunos objetos de su pertenencia, como los hallados en su tumba y también por otros mandados a hacer por sus descendientes. En su vaso de beber cacao fue representado en dos escenas, en ambas se le ve sentado en su trono, en majestuosas poses e interactuando con un enano; en un pequeño pendiente de hueso, en forma de máscara, que muestra la asimetría de su rostro, causada por un defecto en la mandíbula, mismo que fue detectado por la Dra. Vera Tiesler en el análisis de los restos óseos (Tiesler 2002: 4); otro retrato es el de la tapa de bóveda hallada en su tumba, en la que, aun cuando la imagen pintada es la del Dios del Maíz (Fig. 8),
Fig. 8.—Detalle de la Tapa de Bóveda 15, donde se ve el rostro del rey, personificado como el dios del maíz, pero mostrando un defecto en el labio superior para identificarlo (fotografía de L. Vargas).
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su boca fue dibujada con el defecto que lo identifica, y además hay enfrente de él una pequeña inscripción que dice ajaw «es el rey». En el Cuarto 35 Sub, o la Sak Xok Naah —cuya fachada representa al monstruo de la tierra— en la parte media del friso, está la espléndida imagen del soberano (Figs. 9 y 10) sentado en su trono, aunque desafortunadamente para nosotros, su cabeza y brazo fueron destruidos por un árbol que creció sobre el edificio, cuando éste se encontraba en derrumbe. Otros retratos del ajaw fueron creados por sus descendientes, como es el caso de la Columna 1, dedicada en 830 d.C. por Ukit Jol Ahkul, donde lo vemos como un imponente guerrero, con una lanza y un escudo hecho de placas de concha, objeto que creemos haber hallado en su tumba, aunque completamente deshecho. La última de sus representaciones conocida es la de la Estela 1 donde, en 840 d.C., K’uh…nal (o K’ihnich Junpik Tok’ K’uh…nal) lo mandó esculpir en la parte superior del monumento, como ancestro divinizado.
Fig. 9.—Escultura que posiblemente representaba al ajaw Ukit Kan Le’k, ubicada en el friso de la fachada estilo Chenes de La Acrópolis (fotografía de V. Castillo).
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Fig. 10.—Cuarto 35 Sub, o la Sak Xok Naah, también denominada el mausoleo de Ukit Kan Le’k Tok’, por ser el recinto en el que se ubicó su tumba (fotografía de L. Vargas).
Ukit Kan Le’k fue en vida una persona con una sensibilidad y gusto muy especiales por las diversas expresiones del arte, y creemos que mandó traer de otras ciudades a los mejores escultores, pintores y artesanos o bien mandó a entrenar a los de su reino, para dotarlos de la destreza necesaria para crear las singulares obras que adornarían su palacio real y las que formarían parte de su parafernalia real, como algunas que encontramos en la tumba y nos permitieron identificarlo con certeza: su Us Kay, el pendiente de concha nacarada hallado sobre su pecho, así como su vaso de beber cacao y su perforador de hueso, que fue colocado sobre su torso y sostenido por su brazo izquierdo cuando fue inhumado. La pintura mural de Ek’ Balam, realizada a la manera de las mejores creaciones del Área Maya, con las categorías formales e iconográficas que caracterizan el estilo del Clásico Tardío, tuvo sin embargo un rasgo especial, debido al tamaño de las figuras, que en un reciente estudio pictórico publicado en México por la Universidad Nacional Autónoma de México, motivó la creación de una variante del
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«Estilo policromo naturalista» por tener los personajes representados no más de 18 cm. de pie y sin tocado, lo que los convierte en los de menor escala en la pintura mural maya (Lombardo 2001: 123). Relaciones del Reino de Talol con el exterior Es posible que los orígenes del reino, así como la singular personalidad de Ukit Kan Le’k llevara a su pueblo a un desarrollo con características tan peculiares como las que exhibe el sitio arqueológico, que pudieron acentuarse con las relaciones y contactos establecidos con ciertas regiones, de las que tomaron elementos que conjuntaron con sus ideas propias, dando esa especial conformación a la capital del reino de Talol. Por ejemplo, con el hallazgo de las fachadas zoomorfas se hizo patente la relación con la Región Chenes, en el actual Estado de Campeche; también notamos contactos con la región del actual Estado de Tabasco, debido a la presencia significativa de grandes vasos de cerámica de pasta fina anaranjada del Grupo Balancán, hallada solamente en La Acrópolis, por lo que consideramos que debió ser importada a pedimento de Ukit Kan Le’k. Si bien podemos distinguir algunas semejanzas con lugares conocidos del área maya, son más evidentes las diferencias, pues además de notarse en su peculiar arquitectura y decoración, están presentes también en su escritura, que aunque exhibe fuertes lazos con el estilo del Petén, es muy original comparada con otras inscripciones del norte de Yucatán y también del resto de las Tierras Bajas Mayas (Vargas et al. s.f.). Por otro lado, creemos que Ek’ Balam debió haber influido en los lugares que estuvieron bajo su control, en su estilo constructivo y decorativo, aunque esto deberá ser corroborado realizando exploraciones en asentamientos cercanos. El sitio del que ahora tenemos más información es Chichén Itzá, y así, además de las menciones en textos glíficos de ese sitio, hay ejemplos con respecto a la escritura, y Lacadena ha podido notar que ciertas características consideradas como propias del estilo de Chichén Itzá son, en realidad, innovaciones de Ek’ Balam. En lo que se refiere a la pintura mural, estudios recientes realizados por la investigadora española, Maria Luisa Vázquez de Ágredos (comunicación personal 2005), demuestran que las técnicas y materiales de los pintores de Chichén fueron aprendidos de los maestros pintores de Ek’ Balam. Aunado a esto, las recientes exploraciones del Proyecto Arqueológico Chichén Itzá del INAH, bajo la dirección de Peter Schmidt, han recuperado cerámica del Clásico Tardío, en el grupo de la Serie Inicial de Chichén, especialmente en la Estructura de la Serie Inicial, donde se hallaron cuatro fases constructivas; la más antigua de ellas ha sido llamada la Subestructura de los Estucos (5C4-I). Esta cerámica les sirvió para definir el complejo cerámico llamado Yabnal/Motul (circa
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600-800 d.C.) que es en realidad la cerámica Pizarra producida en Ek’ Balam; junto a ello, está la decoración de la subestructura con estuco modelado y policromado, muy similar a la de La Acrópolis de Ek’ Balam (Osorio s.f). Todo esto nos lleva a pensar que, en el Clásico Tardío, Chichén Itzá estaba bajo la influencia del reino de Talol, lo que nos muestra el gran alcance de su poderío. Las características de la alfarería de Ek’ Balam son otro aspecto diferente e indicativo de su predominio en la región, que han conducido al establecimiento de una esfera cerámica a la que se ha llamado Talol, pues el repertorio cerámico de pizarra local que hallamos en Ek’ Balam exhibe significativas diferencias con el resto del norte de Yucatán, tanto en el color de base como en las formas y tamaño de las vasijas, lo que nos indica una producción de manufactura local, que establece la variante regional del grupo Muna del horizonte Cehpech (Vargas et al. 2004). Podemos decir que la gran profusión de grupos cerámicos, que tradicionalmente se pensaba eran originarios del noroeste y suroeste del septentrión peninsular, son un estilo propio de Ek’ Balam, diferentes a las cerámicas Cehpech de los sitios colindantes del norte de la península (Ibidem). CONCLUSIONES La información obtenida en Ek’ Balam ha venido a modificar el panorama prehispánico en el norte de la Península de Yucatán. Por mucho tiempo se conoció a Cobá y Chichén Itzá como las únicas entidades poderosas del área y Ek’ Balam apareció entre ellas, con una historia que la ubica espacial y temporalmente precisamente entre las dos, como un poderoso reino que mantuvo bajo su dominio un área aún no completamente delimitada, pero que se irá conociendo poco a poco. Esta supremacía solamente pudo ser lograda bajo la influencia y la dirección de un gobernante que pudiera guiar a su gente por el camino deseado hasta alcanzar su máximo desarrollo y, además, lograr el control de territorios circundantes que proporcionaran los recursos materiales y humanos necesarios para la creación y el mantenimiento de las grandes obras emprendidas en el reino. Este control y sometimiento se lograba mediante las confrontaciones y amenazas de guerra, pues nadie se doblega por voluntad propia. Algunos indicadores del carácter guerrero de Ukit Kan Le’k Tok’ y de su reino son: uno de sus títulos, el de Ch’ak O’hl B’a’te’ «guerrero cortador de corazones» (Lacadena 2003); la presencia de tres murallas que protegían el núcleo central del sitio, donde se encontraba el palacio real y por tanto la sede del gobierno del reino de Talol; las representaciones del rey y de otros personajes, en su vestimentas, sus armas y escudos; la presencia de cabezas-trofeo que algunos personajes portan en sus cinturones; y las imágenes labradas en las fachadas de los diez cuartos del Primer Nivel de La Acrópolis, en las que vemos unos cautivos flanqueados por sus cap-
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tores, que debieron plasmarse en ese lugar en especial, fácilmente visible, como una muestra de su poderío, y al mismo tiempo una advertencia para quienes pretendieran oponerse a ellos. En algunos murales de Ek’ Balam, cuyos restos hemos recuperado, se representaron escenas de batallas, pues vemos personas sangrando y guerreros ataviados con grandes tocados que llevan lanzas y escudos; otros portan estandartes, corazas y otras armas, y parecen enfrentarse unos a otros con expresiones de ferocidad en sus rostros. Con la presentación de este conjunto de datos, fechas y hechos, obtenidos tanto de las fuentes escritas del siglo XVI, como de la investigación arqueológica y científica en general, hemos tratado de ofrecer un panorama general de lo poco que conocemos de los orígenes y fundación de Ek’ Balam, y de lo mucho que hemos tenido la fortuna de recuperar, en un tiempo relativamente corto, del florecimiento del reino de Talol, así como del principal protagonista de su extraordinario éxito; por supuesto, es mucho más lo que falta por saber, principalmente de lo acontecido antes de la llegada de Ukit Kan Le’k Tok’, pero estamos seguros de que los numerosos textos y otro tipo de evidencia arqueológica que aún permanecen enterrados, nos darán a conocer más datos de la historia de Ek’ Balam y del reino de Talol y esperamos que también nos orienten acerca de su origen y fundación. BIBLIOGRAFÍA GUTIÉRREZ PICÓN, Juan. 1983. «Relación de Ekbalam». En Relaciones histórico-geográficas de la Gobernación de Yucatán, Vol. II, Eds. M. de la Garza et al., pp. 127-140. Instituto de Investigaciones Filológicas. Centro de Estudios Mayas. UNAM. México. LACADENA, Alfonso. 2003. El corpus glífico de Ek’ Balam, Yucatán, México / The Glyphic Corpus of Ek’ Balam, Yucatan, Mexico. Foundation for the Advancement of Mesoamerican Studies, Inc. (FAMSI Reports: http://www.famsi.org). LOMBARDO DE RUIZ, Sonia. 2001. «Los estilos en la pintura mural maya». En La Pintura Mural Prehispánica en México II, Área Maya, Tomo III, Dir. B. de la Fuente, pp. 85-154. Instituto de Investigaciones Estéticas. UNAM. México. OSORIO LEÓN, José F.J. s.f. La sub-estructura de los estucos (5C4). Un ejemplo de arquitectura temprana de Chichén Itzá. Manuscrito en posesión de los autores. PRICE, Douglas y James BURTON. 2004. Reporte de los resultados obtenidos durante el análisis de isótopos estables. Proyecto Arqueológico Ek Balam, Yucatán (Centro INAH/Yucatán). Archivos del Proyecto Ek’ Balam. Mérida. TIESLER BLOS, Vera. 2002. «Informe preliminar del análisis de los restos humanos recuperados como parte de las excavaciones en el sitio arqueológico de Ek’ Balam, Yucatán. Proyecto Arqueológico Ek’ Balam, INAH. Temporada 2000». En Proyecto de investigación y conservación arquitectónica en Ek’ Balam. Informe de actividades. Temporada de Campo 1998-2000. Temporada 2001. Tomo II, Apéndice 3. Eds. L. Vargas, V. Castillo, T. Ceballos y S. Jiménez. Archivos del Centro INAH Yucatán. Mérida.
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11 LA FUNDACIÓN DE MONTE ALBÁN Y LOS ORÍGENES DEL URBANISMO TEMPRANO EN LOS ALTOS DE OAXACA Marcus WINTER Centro INAH Oaxaca
Hace aproximadamente 2500 años los zapotecos fundaron un asentamiento nuevo encima de un conjunto de cerros en el centro del Valle de Oaxaca. Esta comunidad, ahora conocida como Monte Albán, creció rápidamente en área y número de habitantes y llegó a ser la primera ciudad en la región montañosa del sur de México. En Oaxaca, como en otras partes de Mesoamérica y el mundo, los centros urbanos más antiguos emergieron de sociedades aldeanas relativamente sencillas y se distinguen de sus antecedentes por elementos tales como la presencia de miles de personas en la misma comunidad, arquitectura monumental, uso de escritura, un estilo de arte propio y en general un nuevo modo de vivir de la gente. Especialmente llamativo en el caso de Monte Albán es su localización respecto a recursos básicos. Las aldeas pre-urbanas estaban situadas sobre lomas bajas adyacentes al aluvión de los ríos, donde los residentes tuvieron acceso inmediato al agua para uso doméstico y a los terrenos aluviales húmedos para el cultivo de sus milpas. En cambio, los habitantes de Monte Albán edificaron sus casas en terrazas situadas unos 300 m por encima del fondo del valle, y por consiguiente no contaban con una fuente permanente de agua ni con terrenos de primera clase cerca de sus casas. Tuvieron que caminar hasta el fondo del valle para abastecerse de agua, por lo menos en la temporada de secas, y también para cultivar los terrenos húmedos, y por ello subir el agua y el maíz hasta sus casas. Así, los primeros habitantes de Monte Albán cambiaron la cercanía a los recursos básicos por una posición defendible y céntrica en el valle. Surge, entonces, la pregunta que intentaré contestar en este trabajo: ¿por qué se fundó Monte Albán?1 1 Aunque los primeros colonizadores de Monte Albán debieron haber aprovechado el agua de pequeños manantiales en las laderas del cerro, no hubiera sido suficiente para abastecer a toda la población. Las residencias en Monte Albán estaban dispersas en las terrazas, y la mayoría de las casas contaba con espa-
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EL CONTEXTO GEOGRÁFICO Y CRONOLÓGICO El Valle de Oaxaca es la planicie más extensa en los altos del sur de México entre Puebla y Chiapas. Consiste en tres subvalles: Etla, Tlacolula y Ocotlán-Zaachila o el Valle Grande, cada uno entre 35-60 km de largo y 15-30 km de ancho. El fondo del valle está a unos 1500 m sobre el nivel del mar y está delimitado por montañas que alcanzan los 2500 m de altura. En el centro del valle el río Atoyac procedente de Etla se junta con el río Grande o Salado de Tlacolula, y ese nuevo río, designado Atoyac, corre al sur por el Valle Grande, pasa por las montañas donde lo conocen como río Verde, y desemboca en el Océano Pacífico. Monte Albán, y también la ciudad de Oaxaca, capital del estado, se encuentran en el centro del valle donde se unen los tres subvalles. Las principales zonas fisiográficas en el Valle de Oaxaca son el aluvión, el pie de monte bajo, el pie de monte alto y empinado, y las montañas. Desde la fundación de las primeras aldeas sedentarias, aproximadamente sobre el 1500 a.C., el aluvión fue la zona más favorecida para el cultivo debido a su alto nivel freático. Las principales aldeas pre-Monte Albán, por ejemplo San José Mogote, Tierras Largas, Hacienda Blanca y Barrio del Rosario Huitzo, están situadas sobre lomas bajas del pie de monte adyacente al aluvión y cerca del agua (adquirida por medio de pozos o directamente del río), ambos recursos utilizados en las tareas cotidianas. Unas cuantas aldeas, por ejemplo Tomaltepec y Fábrica San José, están más arriba en el pie de monte, adyacentes al aluvión de ríos tributarios. La fundación de Monte Albán tuvo lugar después de miles de años de vida arcaica de cazadores-recolectores (9000-1500 a.C.) seguida por mil años de vida aldeana (1500-500 a.C.). Para los fines del presente trabajo, las divisiones cronológicas más importantes son la Fase Rosario —inmediatamente antes de la fundación de Monte Albán—, la Fase Danibaan —que corresponde al periodo de la fundación y primeras generaciones de la ciudad— y las subsecuentes Fases Pe y Nisa (Fig. 1). En la arqueología de Oaxaca, el estudio de las sociedades complejas ha sido conceptualizado en términos de «urbanismo» y «estado». Se ha utilizado el término urbano en referencia a asentamientos nucleares con más de 1000 habitantes y arquitectura monumental, estimado o directamente observado en el registro cios abiertos adyacentes para el cultivo. No obstante, una cosecha al año de maíz temporal en los delgados suelos de las terrazas hubiera rendido solamente una fracción del maíz requerido por la población. Con el crecimiento de la ciudad, la población de Monte Albán dependía cada vez más de la importación de productos básicos de otras comunidades y del trabajo intensivo de sus mismos ciudadanos en los campos en el fondo del valle. Otra marcada diferencia entre las aldeas previas y Monte Albán es el tamaño de ésta, tanto en área como en número de habitantes. Después de unas pocas generaciones Monte Albán alcanzó una extensión de varios km2 y una población de aproximadamente 5.000 personas (Kowalewski et al. 1989: 85111), superando en unas 10 veces a San José Mogote, el asentamiento previo más grande, y en 100 veces a la mayoría de las aldeas en el valle.
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Fig. 1.—Cuadro cronológico.
arqueológico. En cambio, «el estado» se refiere a un nivel de complejidad social cuya presencia en el registro arqueológico se infiere de datos arqueológicos tales como jerarquía de asentamientos y presencia de palacios y templos (Blanton et al. 1999; Marcus y Flannnery 1996: 172-194; Spencer y Redmond 2003, 2004a). En el Oaxaca prehispánico el urbanismo y el estado están ligados, aunque el urbanismo surgió primero y existió durante siglos sin alcanzar las características de estado. Los datos referentes al urbanismo temprano provienen de tres tipos de estudios arqueológicos: recorridos de superficie, excavaciones y estudios especializados de cerámica, escritura, iconografía y arquitectura, entre otros. Para el Valle de la Oa-
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xaca prehispánica son fundamentales los recorridos de superficie llevados a cabo en los años 70 en Monte Albán (Blanton 1978) y en los tres brazos del valle (Kowalewski et al. 1989), estos recorridos se complementan con datos de sitios recientemente localizados (Winter 2001). Las excavaciones de aldeas pre-Monte Albán (por ejemplo, Flannery 1976) proveen datos de comunidades antecesoras al urbanismo, mientras que numerosas excavaciones en Monte Albán mismo documentan la antigua ciudad (por ejemplo, Caso 1932, 1935, 1938, 1969; Caso y Bernal 1952; Caso et al. 1967; Winter 1994). Para los orígenes del urbanismo en Oaxaca son especialmente relevantes las excavaciones en San José Mogote en el Valle de Etla (Fernández y Gómez 1997; Flannery y Marcus 2005; Marcus y Flannery 1996), porque era el sitio más grande en el valle antes de la fundación de Monte Albán. También son relevantes las recientes excavaciones en tres sitios del municipio de San Martín Tilcajete en el Valle Grande (Elson 2003; Spencer y Redmond 2004b) porque documentan una secuencia de cambios contemporánea precisamente con el tiempo de la fundación de Monte Albán. Cuatro modelos para el origen de Monte Albán Los arqueólogos han propuesto cuatro modelos alternativos que pretenden explicar los orígenes de Monte Albán. Una revisión crítica de cada esquema nos ayudará a clarificar las diferentes perspectivas. Intentaré identificar como el o los autores de cada modelo caracterizan el contexto en que se formó Monte Albán, los protagonistas (actores o participantes) y el móvil o las causas de la fundación. Modelo 1: Capital desagregada. En su artículo «The origins of Monte Albán», Richard E. Blanton (1976), basándose en datos de su recorrido de superficie en Monte Albán (Blanton 1978) y en el Valle de Oaxaca (Kowalewski et al. 1989), ofreció por primera vez una explicación antropológica para la fundación de Monte Albán. Propuso que Monte Albán fue fundado como una capital política de función especial, una capital desagregada (disembedded capital), como Brasilia o Washington D.C., sin los elementos de un asentamiento común, con el fin de integrar comunidades en los tres sectores del Valle de Oaxaca. Blanton mantuvo que Monte Albán fue establecido en el centro del valle en territorio vacío, políticamente neutro y ecológicamente marginal. Para Blanton, Monte Albán surgió en el contexto de tres jefaturas (chiefdoms) de la Fase Rosario, una en cada uno de los tres subvalles. Cada jefatura consistió en una comunidad grande o sede —San José Mogote en Etla, Yegüih en Tlacolula y El Mogote Tilcajete en ZimatlánOcotlán— y sus aldeas dependientes. Según el modelo, el centro del valle no tuvo asentamientos de la Fase Rosario y sirvió como colchón de amortiguamiento (buffer zone) entre las tres unidades políticas. Monte Albán fue fundado para superar la rivalidad entre las tres jefaturas y suplantarla con una unidad política rec-
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tora. La posibilidad de amenazas externas, desde fuera del Valle de Oaxaca, también figura como posible causa, aunque de forma vaga, en este modelo. Si bien Blanton no señaló específicamente quienes fueron los fundadores, está implícito en su esquema que fueron representantes de las tres jefaturas. Desde los 1970s Blanton y sus colegas han promovido este modelo en varias publicaciones (Blanton et al. 1993, 1999). El modelo tiene tres problemas fundamentales. Primero, la aserción de que durante la Fase Rosario existía una jefatura en cada subvalle no ha sido demostrada, ya que además de los tres sitios citados —San José Mogote, Yegüih y El Mogote Tilcajete— existían otros sitios relativamente grandes. Estos son, por ejemplo, Barrio del Rosario Huitzo en el Valle de Etla y El Guayabo en San Pablo Huixtepec en el Valle Zimatlán-Ocotlán, que también pueden haber sido «jefaturas» y rivales de San José Mogote o de El Mogote Tilcajete, respectivamente. Segundo, el buffer zone no existe; hemos identificado sitios de la Fase Rosario en el centro del valle (Winter 2001), lo que también pone en duda la existencia de una rivalidad entre tres jefaturas. Tercero, la conceptualización de Monte Albán como capital desagregada no concuerda con la realidad de los datos arqueológicos. Monte Albán llegó a ser rápidamente una ciudad con todas las funciones que uno esperaría, desde lo más cotidiano (campesinos que cultivaban plantas, preparaban comida, hacían cerámica y enterraban a sus muertos) hasta lo más sublime (edificios monumentales religiosos, obras artísticas sofisticadas y manifestaciones de escritura compleja). Aunque no directamente relevante al modelo, es problemática también la atribución de neutralidad y marginalidad al área física donde se fundó Monte Albán. Los cerros de Monte Albán en sí, no consisten en tierra de primera clase, aunque las laderas sí son cultivables. La extensión más amplia y fértil de aluvión en el Valle de Oaxaca está inmediatamente al este de Monte Albán. Monte Albán no dependía de Etla para su comida, en contra de lo que señalan Marcus y Flannery (1996: 149-154). Los cerros de Monte Albán ofrecieron recursos variados como son piedra para construcción, madera de los árboles, agua de manantiales y tierra para cultivo temporal en las laderas. Contrario a la interpretación de Blanton, Monte Albán sí era un lugar con recursos deseables. Modelo 2: Mercado. Hace años propuse (Winter 1984) que una motivación básica para la fundación de Monte Albán era establecer un mercado para facilitar la distribución de materias primas y productos procedentes de diferentes lugares naturales y/o elaborados en las aldeas en el valle, como son sílex, sal, madera, cal, palma, carbón, ónice y cerámica, entre otros. El mercado hubiera sido análogo a los mercados de Oaxaca hoy en día, y situado en lo que ahora es la Plaza Principal de Monte Albán. Así, los antecedentes de Monte Albán serían las numerosas aldeas de la Fase Rosario con acceso diferencial a materias primas diversas y que producían bienes distintos. La gente de las aldeas en el centro del valle hubiera
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sido la protagonista, y la distribución eficiente de los bienes y materiales estimularía su fundación. Cabe notar que otros autores mencionan la idea de un mercado en Monte Albán (Blanton et al. 1999; Feinman et al. 1984), aunque no como causa de su fundación. Además, no ubican el mercado en la Plaza Principal sino en las laderas lejos del centro de la ciudad, y así le atribuyen menos importancia. La idea del mercado en Monte Albán no explica su ubicación en los cerros ya que hubiera sido posible establecer el mercado en el fondo cerca del centro del valle en una posición similar a la de la ciudad de Oaxaca hoy en día. Mientras que el mercado pudiera haber jugado un papel básico desde los inicios de Monte Albán, su presencia no constituye una explicación completa para su fundación. Modelo 3: Sinoikismo. Joyce Marcus y Kent V. Flannery (1996: 139-146) proponen que la fundación de Monte Albán es un caso de sinoikismo. El término sinoikismo se refiere a un proceso de fundación de ciudades en Grecia antigua que consiste en la unificación política de asentamientos previamente dispersos e independientes en una localización nueva para formar una ciudad, frecuentemente para fines defensivos (ibidem: 140). Según Marcus y Flannery (ibidem: 156), San José Mogote era el centro de una confederación de comunidades aldeanas de la Fase Rosario en el Valle de Etla. Monte Albán fue fundado cuando se cambió el núcleo ceremonial y de elite de 40 hectáreas de San José Mogote a Monte Albán (ibidem: 138), junto con numerosas personas de aldeas afiliadas. La motivación era defenderse de las otras jefaturas en el Valle de Oaxaca. El concepto de sinoikismo en sí puede aplicarse a la fundación de Monte Albán en el sentido de que se formó con personas de varias comunidades más antiguas (¿de qué otra manera podría haber adquirido habitantes?), pero la transferencia de poder y población de San José Mogote a Monte Albán, propuesta por los autores, no concuerda con los datos arqueológicos. En primer lugar, San José Mogote no fue abandonado después de la Fase Rosario sino que la población aumentó casi el 100%, como explicaré más adelante. Segundo, aunque San José Mogote hubiera sido un centro tipo jefatura, su estructura política no está bien documentada. El modelo presupone que existía una estructura política en San José Mogote con suficiente poder para simplemente transferirse a Monte Albán. Para la Fase Rosario, inmediatamente antes de la fundación de Monte Albán, Marcus y Flannery (1996: 126-134) han documentado en San José Mogote una estructura encima del Montículo 1 que identifican como templo, unas vasijas, una tumba y una piedra grabada. El conjunto puede representar restos de una familia de alto estatus, una jefatura. Pero tales datos no constituyen una estructura política definida, y de todas maneras, lo que se encuentra en Monte Albán fue definido en Monte Albán mismo durante las Fases Danibaan y Pe, no antes de su fundación. Finalmente, la causa del supuesto cambio de poder de San José Mogote a Monte Albán no es convincente. Marcus y Flannery (1996: 128-129; Flannery y Marcus 2003) argumentan que San José Mogote fue atacado y su templo quema-
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do, pero si era la comunidad más grande en el valle, ¿quiénes pudieron atacar y quemar su templo? Los edificios pueden quemarse por accidente o a propósito en caso de renovación. Atribuir los orígenes de Monte Albán a un sinoikismo en el sentido simple de cambiar centros es evadir la importancia de los orígenes del urbanismo y de Monte Albán. Modelo 4: Ritual-religión. Arthur A. Joyce (2000, 2001, 2004; véase también Joyce y Winter 1996) propone que Monte Albán fue fundado como centro ceremonial con el fin de agilizar la comunicación con los poderes sobrenaturales y así ayudar a los nobles y comuneros quienes fundaron la ciudad. Si bien Joyce reconoce la posición defendible que posee Monte Albán, enfatiza que existió una crisis política en el Valle de Oaxaca, especialmente con los jefes de San José Mogote quienes estaban perdiendo poder debido al cese de relaciones de intercambio con centros externos, como La Venta y Chalcatzingo, entre otros, y a la competencia con centros locales como El Mogote Tilcajete y Yegüih en los otros subvalles del Valle de Oaxaca. Incide en que fueron familias nobles y gentes del común quienes fundaron la ciudad de Monte Albán. Un problema con este modelo es que Joyce acepta la idea de que se practicaban rituales públicos en San José Mogote antes de la fundación de Monte Albán. Se basa especialmente en la atribución del danzante (Monumento 3) de San José Mogote a la Fase Rosario. El danzante representa a una víctima sacrificada de sexo masculino con el corazón expuesto o removido de su cuerpo. No obstante, varias líneas de evidencia demuestran que no corresponde a la Fase Rosario sino la Fase Pe, siglos más tarde (Cahn y Winter 1993). Probablemente hubo rituales en San José Mogote durante la Fase Rosario, pero no necesariamente el sacrificio humano. Los datos arqueológicos indican que el ritual público en Monte Albán fue desarrollado paulatinamente durante los siglos posteriores a su fundación. Aunque hubieran existido rituales públicos en San José Mogote, la religión zapoteca en su expresión plena no se había formado durante los inicios de Monte Albán. Hasta ahora, la evidencia arqueológica de rituales públicos presentes en el Valle de Oaxaca antes de la fundación de Monte Albán es ambigua (Winter 2004). Reconsiderando la fundación de Monte Albán: Modelo 5 Aunque los cuatro modelos identifican elementos claves, como asentamientos de la Fase Rosario, relaciones intercomunitarias, conflicto y defensa y religión e ideología, en algunos la secuencia de acontecimientos es equívoca o la importancia relativa es cuestionable. Ninguno de los cuatro modelos explica los orígenes de Monte Albán, por lo que propongo otro, el Modelo 5, consistente con los datos arqueológicos y que considera los criterios de contexto, protagonistas y motivación tratados arriba.
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Entre los sitios de la Fase Rosario ya localizados en el centro del valle, el más importante, aún no bien documentado, hubiera sido la aldea de Xoxocotlán ubicada en el lado este de la base de Monte Albán, y actualmente cubierta por sedimentos y estructuras del pueblo actual del mismo nombre. La localización de Xoxocotlán es privilegiada. Está enmarcada y protegida al oeste y al norte por dos líneas de cerros, el conjunto principal de Monte Albán y el conjunto conocido como Monte Albán Chico, respectivamente; al este y al sureste está el río Atoyac y las grandes extensiones de aluvión. Así Xoxocotlán está en su propio vallecillo en el centro del Valle de Oaxaca con una buena diversidad de recursos a la mano: amplio terreno aluvial para cultivo permanente, grandes extensiones de terreno tipo pie de monte y una subida fácil hasta la cima de los cerros de Monte Albán. Desde Monte Albán, los lados oeste y norte son empinados, ofreciendo defensa natural excepto por la bajada relativamente gradual al noroeste, precisamente donde se construyó el muro defensivo durante la Fase Nisa (Blanton 1978: 52-54). Aunque el tamaño del sitio no ha sido determinado, su simple presencia pone en duda la idea propuesta por Blanton et al. (1999) de que Monte Albán era un área neutral y marginal. Con recursos tales como animales, plantas silvestres, incluyendo pinos para construcción de casas, manantiales en las laderas o piedra sedimentaria en capas naturales fácil de explotar, el conjunto de cerros, ahora Monte Albán, hubiera ofrecido recursos accesibles a varias aldeas en el centro del valle que de otra manera hubieran sido obtenidos sólo, con más esfuerzo, en las montañas distantes en las orillas del valle. El recurso tal vez más importante era la gran extensión de tierra aluvial adyacente al lado este de la base del cerro de Monte Albán. No solamente se trata de la extensión aluvial más amplia en todo el valle, sino el lugar de confluencia de los ríos Atoyac y Salado. Esto aseguraba la presencia de agua y por lo tanto garantizaba la productividad aun en años en que, por variaciones climáticas menores, Etla o Tlacolula recibiera una cantidad anormal de agua pluvial. Contexto. Los modelos ya descritos toman las aldeas del Valle de Oaxaca como contexto geográfico y sociopolítico para la fundación de Monte Albán. A diferencia de ellos, propongo que tanto el área como la población base del urbanismo temprano en Oaxaca abarcó mucho más que los tres subvalles del Valle de Oaxaca, y que participó gente de comunidades de tres o cuatro regiones distintas. Antes de la fundación de Monte Albán, se estableció un área de interacción en los Altos de Oaxaca, el Área de Interacción Fase Rosario (AIFRO), que abarcaba comunidades en el Valle de Oaxaca, porciones de la Mixteca Alta (por ejemplo, los sitios de Apoala, Etlatongo y otros en el Valle de Nochixtlán y el Valle de Achiutla), posiblemente la Cañada Cuicateca y el sur del Valle de Tehuacan, Puebla (Fig. 2). El área está definida por la presencia de elementos diagnósticos de la cerámica Fase Rosario: cajetes cónicos de pasta gris con decoración hecha con lí-
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Fig. 2.—Mapas con los sitios y áreas mencionados en el texto; el mapa superior derecho muestra los posible límites del Área de Interacción Fase Rosario (AIFR).
neas incisas o impresas, por bruñido diferencial o por el uso de zonas mates, mostrando motivos distintivos, especialmente el banderín que posiblemente tuvo un significado simbólico (Fig. 3). El estilo compartido de cerámica gris decorada implica interacción y contacto entre las comunidades, aunque probablemente hubo tanto producción local como intercambio de cerámica decorada. Creado durante la Fase Rosario y no presente en las fases anteriores, el AIFRO es significativo porque demuestra la existencia de un fondo de protagonistas o comunidades interre-
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Fig. 3.—Motivo de banderín en cerámica diagnóstica de la Fase Rosario.
lacionadas no limitadas al Valle de Oaxaca en los años inmediatamente anteriores a la fundación de Monte Albán. Protagonistas. Geográficamente el AIFRO, que corresponde al área de la emergencia del urbanismo temprano en Oaxaca, abarcaba un área de 15.00025.000 km2 y unía una población total de quizá 3.000 personas2. En el Valle de Etla se encontraba la mayor concentración de población (inferida simplemente por el alto número de sitios arqueológicos), y San José Mogote —un sitio cinco veces más grande que el resto— es el candidato principal para ser el lugar de origen del estilo Rosario. San José Mogote contaba con una larga tradición como comunidad principal en el Valle de Etla, y al mismo tiempo quedaba más cerca de la Mixteca Alta y de la Cañada que cualquier otro posible centro de la Fase Rosario en el centro del valle o en Tlacolula o Zimatlán-Ocotlán, sea Yegüih, El Mogote Tilcajete u otro. El crecimiento de población durante la Fase Rosario pudo provocar competencia sobre el territorio de Etla y el centro del Valle de Oaxaca donde la densidad de población era más alta. Propongo, pues, que fue el resultado de una división en dos grupos rivales: un grupo compuesto por San José Mogote y sus aliados (aldeas dependientes cercanas y en el Valle de Etla posiblemente en la Mixteca), y el otro por los habitantes del centro del valle. 2 La estimación del área se hizo sobre la base de un rectángulo imaginario que abarca el Valle de Oaxaca y parte de las regiones mencionadas. Buena parte del área consiste en montañas no habitadas durante el Preclásico. La estimación del número de habitantes incluye unos 2.000 en el Valle de Oaxaca durante la Fase Rosario, un cálculo basado en el recorrido de superficie (ver Tabla 3) y unos 1.000 en las otras regiones.
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Desde el Preclásico Temprano, San José Mogote gozaba de un lugar privilegiado adyacente al área más extensa de tierra de primera clase en el Valle de Etla y contaba con más habitantes que las otras aldeas. Aunque no hay evidencia directa de conflicto entre comunidades, se ha demostrado que en la Fase Rosario existió en San José Mogote por lo menos una familia o individuo (jefe) de estatus relativamente alto, y una estructura especial encima del Montículo 1. Como evidencia se puede citar, entre la cerámica de la Fase Rosario, por lo menos dos casos reportados de cerámica especial: las vasijas asociadas al entierro San José Mogote-66 (Fig. 4) y las vasijas de la tumba San José Mogote 2-95 (Fernández y Gómez 1997), aunque en general las excavaciones de depósitos de la Fase Rosario han sido limitadas y probablemente no conocemos el rango de variación de la cerámica. El otro grupo de protagonistas habría estado compuesto por los habitantes de las aldeas situadas en el centro del Valle de Oaxaca, próximas a los terrenos de cultivo y bordeando el área extensiva de aluvión con su gran potencial productivo (precisamente el área de la buffer zone de Blanton). Este grupo se encontraba más cercano de la gente de los valles de Tlacolula y Zimatlán-Ocotlán que el grupo de San José Mogote, y quizá se establecieron alianzas con ellos.
Fig. 4.—Vasijas especiales de la Fase Rosario encontradas en San José Mogote (basada en Marcus y Flannery 1996: Figs. 125 y 126).
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A pesar de que los habitantes de San José Mogote contaban con una larga tradición de ocupación en su área y con un estatus establecido, los datos de los sitios en el centro del Valle de Oaxaca reflejan innovaciones y relaciones de intercambio interregional. Por ejemplo, en el sitio Colonia Las Bugambilias hallamos en un basurero de la Fase Rosario fragmentos de dos comales, los más antiguos documentados hasta ahora en Oaxaca y Mesoamérica (Fig. 5). La invención del comal facilitó el movimiento de gente porque permitió la preparación de comida para llevar (de otra manera el maíz con agua se pudre rápidamente, o requiere preparación con agua inmediatamente antes de su consumo), resultando en una excelente infraestructura para el intercambio. Otra innovación documentada en el mismo sitio, y en Hacienda La Experimental, son las efigies de ranas o sapos en los bordes de algunos cajetes (Fig. 6).
Fig. 5.—Comal de la Fase Rosario procedente del sitio Colonia las Bugambilias, Centro, Oaxaca.
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Son los primeros ejemplos del simbolismo de agua en la región, un tema elaborado después de la fundación de Monte Albán con efigies similares y con representaciones del dios del agua o Cocijo. Las ranas y sapos salen después de la primera lluvia del verano y así anuncian la temporada de lluvias, que a su vez significa fertilidad y alimento. En cuanto al intercambio interregional, en el sitio Hacienda La Experimental encontramos un fragmento de una estatuilla de piedra de estilo olmeca (Fig. 7) similar a objetos bien documentados del área olmeca, como por ejemplo las estatuillas de la Ofrenda 4 de La Venta. No sabemos exactamente ni cómo ni cuándo llegó la pieza al sitio, pero sí que confirma la participación de los habitantes en un mundo más amplio. Causa/s de la fundación de Monte Albán. Propongo que la fundación de Monte Albán se llevó a cabo por personas de las aldeas distribuidas por el centro del Valle de Oaxaca para reclamar y asegurar su territorio (hinterland) e imponer
Fig. 6.—Cajete de cerámica Fase Rosario con ranas o sapos en el borde, procedente del sitio Hacienda La Experimental, Centro, Oaxaca.
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su dominio sobre el centro del valle. Una manera relativamente fácil de evaluar esta posibilidad es comparar el número de habitantes en las comunidades relevantes durante las Fases Rosario y Danibaan. Marcus y Flannery (1996: 139) apoyan su modelo de sinoikismo con la afirmación de que San José Mogote perdió casi toda su población entre las Fases Rosario y Danibaan, y el modelo de Blanton implica un proceso similar, es decir, que representantes de las jefaturas se mudaron a Monte Albán donde funcionaron como intermediarios. No obstante, los datos no apoyan estas interpretaciones. La Tabla 1 muestra las cifras del recorrido de superficie del Valle
Fig. 7.—Estatuilla estilo olmeca hallada en el sitio Hacienda La Experimental, Centro, Oaxaca.
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TABLA 1 Número estimado de habitantes y de monticulos en tres sitios durante las Fases Rosario y Danibaan (Monte Albán I Temprano) (basada en datos de Kowalewski et al. 1989: Tablas 4.2 y 5.9) Sitio
Número estimado de habitantes Fase Rosario
San José Mogote Yegüih Tilcajete
Fase Danibaan
564 132 34
1.112 578 225
Montículos Fase Rosario Fase Danibaan 9 8 4u8
10 7 14
* Cuatro sitios adicionales tienen cuatro o más montículos
de Oaxaca para las tres supuestas jefaturas: San José Mogote, Tilcajete y Yegüih. En las tres hubo aumentó de población de Rosario a Danibaan (debe observarse que el sitio relativamente grande de Etlatongo en el Valle de Nochixtlán, en la Mixteca, tampoco perdió población en estos periodos). Por otro lado, mis excavaciones en los sitios de Tierras Largas, Hacienda Blanca y Colonia Las Bugambilias, todos en el centro del Valle de Oaxaca, sí indican pérdidas de población de Rosario a Danibaan, y creo que fueron precisamente personas de estas aldeas, y tal vez bajo el control de líderes procedentes de Xoxocotlán también, quienes fundaron Monte Albán3. Por lo tanto, llego a la conclusión de que los colonizadores iniciales en Monte Albán fueron personas que habitaban las aldeas más cercanas a los cerros. Fueron los defensores del área, protegidos por su posición defensiva privilegiada en el cerro, y posiblemente abastecidos con materias primas y productos procedentes de las comunidades del fondo del valle a través de un mercado. Una vez asentados algunos en Monte Albán, al principio de la Fase Danibaan, se inició la construcción de la ciudad. Monte Albán: los primeros siglos Examinar algunos aspectos de la vida en Monte Albán durante sus primeras generaciones (Fase Danibaan) ayudará a entender el origen de la ciudad. Una vez fundada, se aceleró el cambio cultural en el Valle de Oaxaca y Monte Albán parece haber sido el centro de innovaciones. Hay que recalcar que tales cambios surgieron junto con el crecimiento de población, como estrategias para asegurar el buen funcionamiento de la urbe. El número de habitantes aumentó rápidamente. Según la estimación basada en 3 Los datos del recorrido de superficie en el valle no incluyen las estimaciones de número de habitantes por periodo de los sitios pequeños.
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el recorrido de superficie, Monte Albán alcanzó unas 5.000 personas en los primeros 200-250 años (Nicholas 1989). Aún no sabemos si fue por crecimiento de la población original-fundadora o por inmigración, aunque probablemente fue una combinación de ambos. El esquema incluido en la Tabla 2 muestra como, en unas TABLA 2 Modelo del crecimiento de la población de Monte Albán con una población fundadora de 100 parejas y suponiendo que cada pareja tuviera tres hijos sobrevivientes que se reprodujeron. Generación
Población
Parejas
Progenie
Fundador Primera Segunda Tercera Cuarta Quinta Sexta Séptima
200 300 450 675 1011 1515 2265 3396
100 150 225 337 505 755 1132 1698
300 450 675 1011 1515 2265 3396 5094
cuantas generaciones, Monte Albán podría haber alcanzado, por crecimiento paulatino, esa cifra de 5.000 personas. Nuestras excavaciones señalan que la ocupación más antigua en la ciudad se encuentra cerca de la Plaza Principal, Plataforma Norte, la ladera norte y sobre la Loma Noreste o la cresta que se extiende de la Plataforma Norte hacia el Palacio de la T.105, pero nada en el área al oeste o al sur de la Plataforma Sur4. Aunque no sabemos con certeza cómo era la organización política durante los primeros siglos parece que, desde la fundación del sitio, la Plataforma Norte fue la sede de la o las familias principales en Monte Albán. A pesar de que no se han encontrado cuartos, tumbas o entierros que indiquen con seguridad la presencia de una casa en la Fase Danibaan, en algunas partes hay 10 m de relleno cultural debajo de la superficie. Durante el Proyecto Especial Monte Albán 1992-1994, encontramos el piso enlajado de un patio y ofrendas de vasijas cerámicas de la Fase Danibaan. El tamaño y/o la cantidad de las vasijas de un depósito pueden ayudar a diferenciar entre actividades o eventos privados y públicos. La presencia de vasijas (u otros objetos) de gran tamaño o en gran cantidad podía implicar la participación de más de una unidad doméstica. Así las decenas de vasijas encontradas en el pozo 23 del 4 Blanton et al. (1999: 53) sugirieron, fundamentándose en el recorrido de superficie, que existían tres áreas distintas de ocupación Danibaan en Monte Albán, correspondientes a las tres jefaturas, pero la distribución de cerámica de Fase Danibaan en la superficie puede deberse a material reutilizado en construcciones.
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edificio E-Sur encima de la Plataforma Norte (Winter 2004: 37) sugieren un evento público, mientras que los conjuntos de vasijas de la Fase Rosario ya mencionados de San José Mogote pueden indicar una sola familia, tal vez la familia del jefe. La Plataforma Norte y los edificios al lado oeste de la Plaza Principal delimitaron dos lados de un gran espacio probablemente utilizado como mercado (Winter 2001). La Loma Noreste es uno de los pocos puntos en el cerro de Monte Albán con vistas hacia el Valle de Etla (noroeste) y también hacia el fondo del valle cerca de Xoxocotlán (sureste). Aquí se construyó una plaza cuadrada (posiblemente en la Fase Danibaan), una columna para señalamiento y, más tarde, un juego de pelota. La plaza cuadrada, similar en forma a las plazas de El Mogote Tilcajete, Etlatongo y Santa Teresa Huajuapan, pudo haber sido la sede del primer mercado en Monte Albán. También se hallaron, en ésta área, residencias tempranas. La organización en Monte Albán pudo haber consistido en varios jefes de familias en un tipo de consejo, encabezado tal vez por un jefe principal, similar a lo propuesto para la Mixteca Alta (Winter 2004). Las tumbas de las Fases Danibaan y Pe en Monte Albán y otros sitios del Valle de Oaxaca se encuentran en residencias de familias de alto estatus, las casas de los líderes en las comunidades. La red de interacción establecida en la Fase Rosario (el AIFRO) continuó después de la fundación de Monte Albán, inicialmente no hubo ruptura con las áreas aliadas y el intercambio floreció en el Valle de Oaxaca y la Mixteca Alta. En Etlatongo y Yucuita del Valle de Nochixtlán, por ejemplo, se encuentra mucha cerámica, tanto de pasta gris como crema, importada del Valle de Oaxaca y también de la Cañada. Por otro lado, Monte Albán y otros sitios en el Valle de Oaxaca recibieron cerámica de pasta fina café del Valle de Nochixtlán y cercanías (Joyce et al. en prensa). Entre las numerosas innovaciones que tuvieron lugar durante estos siglos se cuentan las de la cerámica: por un lado en las formas de vasijas de servicio, que indican posibles cambios en la dieta (tal vez el consumo de chile o condimentos preparados con chirmolera), y, por otro lado, en los motivos decorativos. Es común la decoración incisa e impresa, tanto de motivos geométricos como de efigies, incluyendo una proliferación de símbolos acuáticos como peces, patos, garzas y caracoles. La Tumba 43 de Monte Albán, por ejemplo, contuvo miniaturas en forma de caracoles, un pato, ranas o sapos y un pez (Caso et al. 1967: 145-210). Otra innovación clave para el entendimiento de los orígenes de Monte Albán son los «danzantes» (Fig. 8), representaciones de hombres tallados o grabados en monolitos que forman el primer gran corpus de arte público en Monte Albán y suponen un relato de la fundación de la ciudad. Entre los edificios monumentales más antiguos en Monte Albán hay dos grandes plataformas, el Edificio K-sub y el Edificio L-sub, que delimitan parte del lado oeste de la Plaza Principal, y cuyos muros del lado oriental están hechos con grandes piedras colocadas en talud (Fig. 9).
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Fig. 8.—Muro de los Danzantes con piedras in situ (basada en Scott 1978: Part I: Frontispiece).
Fig. 9.—Muro K-sub de Monte Albán (basada en Acosta 1965: Fig. 6).
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Los monolitos del muro este de L-sub fueron grabados con danzantes (ver Figura 8), y en unos pocos casos con glifos y fechas formando estelas (Fig. 10). En Monte Albán han sido documentadas aproximadamente 300 piedras con danzantes (Scott 1978), la mayoría dispersas en el sitio, y en varios casos reutilizadas en construcciones posteriores. Originalmente formaban parte del gran muro este del Edificio L-sub y posiblemente de otras estructuras asociadas. Las estelas son mucho menos comunes, y algunas también se encuentran fuera de su posición original. Una porción del extremo norte del muro principal con los danzantes se conserva in situ, y también las Estelas 12 y 13 estaban in situ en el extremo sur del muro antes de ser trasladadas hace unos años al Museo de Monte Albán para su conservación. Estos testigos demuestran que los danzantes formaban filas ordenadas de representaciones, alternando unos en posición vertical con otros horizontales. Los personajes de cada fila eran aproximadamente del mismo tamaño, mostrando la misma posición y mirando en la misma dirección, que alternaba por fila (Scott 1978, Part I: 6). Estilísticamente se distinguen por lo menos dos grupos de danzantes: un grupo grabado algo burdamente en bajo relieve, y otro grupo hecho con finas líneas
Fig. 10.—Estelas 12 y 13 de Monte Albán (basada en Urcid 2001: Fig. 2.36).
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incisas. Probablemente corresponden a diferentes edificios dentro del mismo conjunto, y posiblemente manifiestan variación cronológica, o provienen de diferentes escultores o escuelas. Los danzantes han sido interpretados de varias maneras, además de la idea de bailarines como denota el nombre vernáculo, entre los arqueólogos la idea más popular es la de que representan cautivos o prisioneros muertos, debido a sus ojos aparentemente cerrados y su desnudez, ambos símbolos de humillación en el arte mesoamericano. No obstante, la mayoría de los danzantes están en una posición de movimiento, caminando, hincados o gateando (nadando) que más bien da la idea de vida. Los ojos no necesariamente están cerrados; puede atribuirse a una convención artística o estilística. Casi todos exhiben un círculo en lugar del pene, ausencia de testículos y unas líneas ondulantes que tal vez indican sangre. Si tomamos literalmente esta mutilación genital, concluiríamos que los danzantes son enemigos desfigurados. Pero si la mutilación representa la participación real o simbólica en un rito de auto sacrificio y la acción de ofrecer sangre y/o semen a la tierra como intercambio por su fertilidad y por una cosecha exitosa o abundante, los danzantes podían ser personajes procedentes de Monte Albán mismo. De todos modos, creo que las representaciones en el muro relatan la historia de la fundación de Monte Albán. Todos los danzantes son hombres, y pueden ser representaciones de personajes históricos, recordados o imaginados, involucrados en la organización inicial de la ciudad, algunos acompañados por glifos señalando sus nombres. De hecho, varios representan personas de alto estatus, posiblemente líderes de grupos o de comunidades, acompañados por símbolos de poder, como por ejemplo el jaguar (Urcid 2005). Las Estelas 12 y 13, y otras aún no descifradas por completo, posiblemente nombran un líder, o mencionan la fundación de la ciudad. El muro de los danzantes, la primera gran obra de arte público en Monte Albán, estaba a la vista de todos y representa un estilo distintivo creado en Monte Albán. Los grandes muros de K-sub y L-sub parecen casi simétricos y probablemente fueron construidos al mismo tiempo que los templos edificados encima de las plataformas; aunque ninguno ha sido fechado directamente, el edificio K-sub está atribuido a la época Monte Albán II (Fase Nisa) (Acosta 1965), aunque hace simetría con el L-sub y tal vez pueda corresponder a la Fase Pe. Ciertos danzantes (no del K-sub) fueron reutilizados en muros de la Fase Nisa, por lo que el muro con los danzantes fue desmantelado (la antigua historia ya no valía) lo más tardar a principios de esta fase. Si se construyó el muro antes de grabar los relieves, entonces los danzantes no corresponden a los años iniciales del centro urbano sino a unos años o tal vez unas generaciones más tarde. Se han encontrado en varios sitios vasijas de cerámica con figuras humanas modeladas y que asemejan de manera general a los danzantes. Corresponden a la Fase Danibaan y, más comúnmente, a la Fase Pe (o su equivalente en otras regiones). Por lo tanto yo creo que los danzantes fueron grabados (y el calendario y escritura incorporados) durante la Fase Danibaan o la Fase Pe.
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Fue posible plasmar el gran relato, probablemente histórico-mítico, solamente después de varias generaciones cuando ya existía un pasado recordado. Cabe señalar que el danzante de San José Mogote está grabado en bajo relieve en estilo similar. Representa un hombre nombrado 1L con su corazón expuesto, un sacrificado. También estaba incorporado originalmente en un gran muro en posición vertical, parte de la estructura expuesta, consolidada y parcialmente reconstruida, en la base noroeste del Montículo 1, que debe de corresponder a la Fase Pe. Elementos olmecas Varias innovaciones de origen indefinido caracterizan la Fase Danibaan en Monte Albán: pueden ser locales, préstamos de otros grupos o una combinación de ambos. Aunque la difusión cultural no ha sido un mecanismo muy popular para explicar el cambio cultural entre los mesoamericanistas de los últimos tiempos, está claro que los elementos que forman lo que llamamos la civilización mesoamericana no fueron inventados múltiples veces o una vez por cada grupo étnico o lingüístico mesoamericano distinto. Al contrario, fueron inventados, imitados, adoptados, prestados y modificados a través de complejos procesos de interacción. Son precisamente los mecanismos de interacción, los participantes y sus estrategias lo que hace falta aclarar para un entendimiento más profundo del origen de Monte Albán y del urbanismo. La cultura olmeca de la Costa de Golfo es el antecedente más complejo y cercano a Monte Albán, su desintegración y transformación en torno al 400 a.C. y la presumible dispersión de parte de la población olmeca (Diehl 2004), sugiere que las posibles conexiones entre tal grupo y los zapotecos del Valle de Oaxaca merecen una profunda investigación. Unos elementos presentes por primera vez en la Fase Danibaan posiblemente deriven de la cultura olmeca de la costa del Golfo: 1. Tumbas tipo cajón. Las tumbas más antiguas en el Valle de Oaxaca (y la Mixteca Alta) son de tipo cajón, de las que la tumba A de La Venta es un posible antecedente. 2. Monolitos grabados. La idea de grabar piedras es más antigua en La Venta (y también Chalcatzingo e Izapa) que en Monte Albán. Los danzantes muestran un estilo propio zapoteco pero la idea tal vez provenga de afuera. 3. El simbolismo del jaguar asociado a líderes (danzantes J-41 y D-55, por ejemplo. Fig. 11) se manifiesta como tocados o yelmos de cabezas de jaguar. El jaguar aparece como símbolo olmeca desde el horizonte San Lorenzo. 4. Braseros de cerámica con cara humana con máscara bucal y boca estilo olmeca. Los braseros tal vez se originaron en el Valle de Oaxaca, pero el estilo de la efigie posiblemente proviene de La Venta (Fig. 12).
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Fig. 11.—Danzantes J-41 y D-55 de Monte Albán (basada en Urcid 2005: Fig. 15, y Urcid 2001: Fig. 4.47).
Fig. 12.—Braseros de cerámica de la Fase Pe con rasgos (boca) estilo olmeca (basada en Caso y Bernal 1952: Figs. 485 y 483b).
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5. Calendario. El origen no ha sido determinado; posiblemente se inició con los zapotecos del Valle de Oaxaca. 6. Escritura. El origen no ha sido aún determinado; del sitio San Andrés, cerca a La Venta, proceden artefactos con símbolos fechados para el 650 a.C. (Pohl et al. 2002). La escritura distintiva zapoteca aparece ya desarrollada en Monte Albán. Los centros urbanos tempranos en la Mixteca Alta Entre las numerosas consecuencias introducidas en el panorama sociocultural de los altos de Oaxaca por el inicio de Monte Albán es notable la fundación de varios centros urbanos en la región mixteca, al noroeste del Valle de Oaxaca. Durante la Fase Danibaan, la relación entre las comunidades en el Valle de Oaxaca y las de la Mixteca Alta5 continuaba pacíficamente, lo cual se encuentra indicado por el intercambio de cerámica, como durante el apogeo del AIFRO. Los asentamientos persistían en la Mixteca y hubo intercambio entre grupos en la Mixteca y el Valle de Oaxaca. Hacia finales de la Fase Danibaan hubo conflictos evidenciados por cambios en el patrón de asentamiento. En varias instancias la gente abandonó sus aldeas, posiblemente desalojados por la fuerza o por amenazas, y establecieron grandes asentamientos urbanos en lugares defensivos. Este fenómeno constituye un segundo ejemplo de urbanismo temprano en los altos de Oaxaca, como señalan varios casos. En el Valle de Nochixtlán la población de Etlatongo se trasladó a la cima de una loma a 1 Km. de distancia del centro anterior. El centro urbano de Yucuita surgió en el mismo valle ubicado sobre una loma con muros defensivos. Hay más 5 La Mixteca Alta, en contraste con el Valle de Oaxaca, está conformada por numerosos valles relativamente pequeños, separados y rodeados por montañas. En general, la región tiene una altitud 500 m mayor que la del Valle de Oaxaca, con el aluvión a 2000 m y las montañas alcanzando los 3000 m; el clima es un poco más frío, pero ni la altitud ni el clima parecen haber sido factores limitantes en su desarrollo cultural. La Mixteca Alta incluye zonas fisiográficas similares a las del Valle de Oaxaca: aluvión alto, pie de monte y montañas. La zona de aluvión tiende a ser relativamente limitada, ya que los valles son angostos; como consecuencia de ello, hubo menos producción de maíz que en el Valle de Oaxaca y menos gente. Diferencias geográficas entre las dos regiones, el Valle de Oaxaca y la Mixteca Alta, ayudan a explicar variaciones en sus trayectorias urbanísticas, en el sentido de que las barreras fisiográficas en la Mixteca Alta hacen que la región sea más difícil de integrar políticamente y menos apta para la comunicación y centralización que el Valle de Oaxaca. Así, se presta a múltiples centros, y no a un solo centro como Monte Albán. Para la Mixteca Alta contamos con recorridos de superficie en varias subregiones (por ejemplo, Balkansky et al. 2000; Byland y Pohl 1994; Plunket 1983; Spores 1972). El estudio del urbanismo temprano empezó en la región hace unos 30 años con las exploraciones en Huamelulpan (Gaxiola 1984; Winter 1992) y Yucuita. Las excavaciones en Etlatongo (Blomster 2004Y, Monte Negro (Acosta y Romero 1992) y Yucunama (Matadamas 1991-1992) añaden otros datos, igual que los recorridos y las excavaciones en los sitios de Cerro de las Minas, Diquiyú y otros en la Mixteca Baja (Rivera 2000).
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ejemplos en otras partes de la Mixteca Alta, así, más al sur, Monte Negro fue fundado sobre una elevada montaña, arriba de Tilantongo, quizás por pobladores de aldeas cercanas. Huamelulpan se creó en los cerros alrededor de un pequeño valle y quizás sus pobladores llegaron de las proximidades. Se fundó el centro de Diquiyú, también sobre una alta montaña, tal vez por gente originaria de aldeas cerca de Santa María Tindú. Asimismo hay ejemplos claros de movimientos de población de un lugar a otro. Por ejemplo, los habitantes de Santa Teresa (Huajuapan) se trasladaron unos 2 km al otro lado del río Mixteco, a un cerro defendible, ahora llamado Cerro de las Minas. Considero que el urbanismo mixteco es el resultado directo de una presión emanada del Valle de Oaxaca. De la Fase Danibaan a la Fase Pe la población de Monte Albán aumentó de 5.000 a, aproximadamente, 17.000 personas y la población total del Valle de Oaxaca de 15.000 a 51.000 (Kowalewski et al. 1989) (Tabla 3). En el Valle de Oaxaca se fundaron numerosas comunidades nuevas, incluyendo unas en la zona del pie de monte posiblemente con el fin de aumentar la producción de alimentos por medio de riego por canales en los suelos delgados. Es probable que después de varios años se agotara la productividad de los suelos, dando como resultado una aún más fuerte presión demográfica. El apremio desde Monte Albán para alimentar a la población creciente era cada vez mayor, desembocando en un ambiente de conflicto en el que la gente de la ciudad se dedicaba a consolidar su poder integrando y controlando las comunidades del Valle de Oaxaca. La trayectoria del urbanismo temprano en los altos de Oaxaca culminó entre los años 1 y 200/250 d.C. (Fase Nisa en el Valle de Oaxaca y Ramos Tardío en la Mixteca Alta). En el Valle de Oaxaca el conflicto intercomunitario e interregional se intensificó aún más y se establecieron otros centros en el Valle de Oaxaca en posiciones defensivas sobre los cerros. Un ejemplo es Cerro Tilcajete, cuyos ha-
TABLA 3 Población estimada del Valle de Oaxaca durante el Preclásico (basada en Nicholas 1989: Tablas 14.2 y 14.8). Fase (Época Nisa (Monte Albán II) Pe (m. A. I Tardío) Danibaan (M. A. I. Temprano) Rosario Guadalupe San José Tierras Largas
Total del Valle (incluyendo Monte Albán)
Monte Albán
41.319 50.920 14.652 1.835 1.788 1.942 327
14.492 16.630 5.398 – – – –
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bitantes vinieron de El Palenque, donde el palacio de la familia de elite fue quemado (Spencer y Redmond 2004b). Otro ejemplo es Cerro de la Campana HuitzoSuchilquitongo. En este mismo periodo, Monte Albán muestra indicios de mayor control por parte de los líderes. La presencia de hornos de cerámica asociados a residencias cerca de la Plataforma Norte refleja un alto grado de control administrativo, tanto en la producción como en la distribución de cerámica especializada. El papel de la religión, como elemento de control de la población, se ejemplifica con la proliferación en la construcción de templos en la Plaza, en la Plataforma Norte y en los barrios de Monte Albán. El uso de proporciones calendáricas en la arquitectura es otra muestra de lo mismo, al igual que la construcción de juegos de pelota, posiblemente utilizados para controlar o regular los conflictos entre grupos. Finalmente con el propósito de administrar la producción agrícola en el aluvión al este de la ciudad, los líderes de Monte Albán establecieron en la Fase Nisa centros de población en los sitios de Cuatro Mogotes Xoxocotlán, Jalpan, Noriega, Cuilapan y otros. Las expresiones más claras del poder de Monte Albán son los motivos grabados durante las Fases Pe Tardío o Nisa en las 50 ó 60 lápidas de conquista, algunas ahora en el Edificio J y otras removidas de su contexto original (Fig. 13).
Fig. 13.—Lápida de conquista del Montículo J de Monte Albán.
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Cada lápida muestra el glifo zapoteco de lugar (en estos casos posiblemente indica Monte Albán), un símbolo indicando el nombre de un pueblo, y una cabeza volteada y señalando que el pueblo fue conquistado o subyugado por Monte Albán. Aunque las lápidas de conquista conmemoran eventos históricos, al igual que los danzantes, hay ciertas diferencias significativas. Las lápidas reflejan una historia de conquista (militar) y subyugación de lugares específicos, mientras que los danzantes manifiestan una historia de participación de numerosos individuos en eventos rituales. El culto al cráneo o cabeza trofeo documentado en Huamelulpan y otros sitios en la Mixteca refleja este ambiente. Se practicaba el corte de cráneos enemigos, los cuales se perforaban para ser colgados y exhibidos. Los casos de urbanismo temprano en Oaxaca fueron precarios y terminaron con la intervención de Teotihuacan directamente en Monte Albán hacia aproximadamente el año 350 d.C. Cuando disminuyó hacia el 500/600 d.C., Monte Albán y otras comunidades en el Valle de Oaxaca volvieron a florecer con el establecimiento de numerosas ciudades-estado independientes. Los grandes sitios tan visibles hoy en día pertenecen a esta categoría: Monte Albán, Lambityeco, Cerro de la Campana, Jalieza, El Palmillo y Macuilxóchitl, entre otros. Constituyen otro ejemplo de urbanismo, basado en la remodelación de edificios de la Fase Nisa, o raras veces la construcción de nuevos centros, como Lambityeco. Los sitios reflejan la revitalización del pasado, reminiscente del uso de elementos olmecas por los zapotecos de Monte Albán. En las Fases Peche (500-600 d.C.) y Xoo (600-800 d.C.) aparece evidencia de que una sola familia mantuvo el control de una comunidad durante varias generaciones, creando el tipo de estabilidad asociada al estado. De ello son ilustrativas las grandes tumbas (en sitios como Monte Albán, Cerro de la Campana, Lambityeco y otros) que alojaban generaciones de la misma familia (Lind y Urcid 1983; Urcid 1992). COMENTARIOS FINALES En resumen, observamos dos procesos distintivos de urbanismo temprano en los Altos de Oaxaca con diferentes contextos, protagonistas y causas. El más antiguo, la fundación de Monte Albán, es un caso único que emergió en un contexto de interacción e intercambio entre comunidades en la amplia zona del Valle de Oaxaca y algunas regiones colindantes. La competencia por el control del territorio y recursos en el Valle de Oaxaca, la parte más poblada del área, condujo a que un grupo estableciera un asentamiento en un lugar propicio para defender su territorio y sus recursos. El número de habitantes en Monte Albán y el Valle de Oaxaca en general, al igual que en otras áreas de Mesoamérica, creció rápidamente. La presión interna o foránea condujo al segundo caso de urbanismo, ahora en la Mixteca Alta, donde numerosos centros fueron fundados en lugares defensivos. En ambos casos el urbanismo surgió sin el estado y antes del estado, y
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parecen corresponder a la categoría de «fundación administrativa» (Chase y Chase en este volumen). En el Valle de Oaxaca, la posible evidencia de que Monte Albán controlaba un territorio no hace su aparición hasta la Fase Nisa, siglos después del inicio del urbanismo, como lo reflejan las lápidas de conquista. En términos generales, Monte Albán y los otros sitios son ejemplos de ciudades hegemónicas (Trigger 2003; ciudades-estado en su terminología, aunque para otros no reúnen todos los criterios del estado). No hay ejemplos de administración directa de otras comunidades, aunque Monte Albán tal vez iba por un camino de dominación antes de la intervención teotihuacana. Monte Albán ha sido conceptualizado como un estado de tipo territorial que controlaba otras comunidades en el valle. Creo que tal interpretación deriva del énfasis en los datos del recorrido de superficie que permite dividir, o más bien jerarquizar, los asentamientos en términos de tamaño y número de montículos (Kowalewski et al. 1989). Es fácil pensar que por su gran tamaño Monte Albán dominaba todas las demás comunidades del valle, que a su vez formaron peldaños en la jerarquía del patrón de asentamiento. No obstante, si uno toma en cuenta otros datos, se puede argumentar que se trataba más bien de un conjunto de grupos rivales quienes competieron por el poder o que dominaban solamente en sus propias áreas. La falta de integración se manifiesta, por ejemplo, por el gran muro construido en Monte Albán durante la Fase Nisa por el lado hacia Etla, y que sugiere conflictos entre Monte Albán y San José Mogote. La presencia en San José Mogote de los magníficos artefactos —el brasero del Dios Viejo de la Fase Danibaan o Pe (Marcus y Flannery 1996: Lámina X) y la gran estatua de jadeita de la Fase Nisa (ibidem: Lámina XVI)— señalan un poder fuerte y autónomo. De forma paralela, los grabados de piedra de jugadores de pelota y el gran muro (conmemorativo, análogo al muro de los danzantes) de Dainzú, el centro de la Fase Nisa establecido sobre la montaña en San Martín Tilcajete con una visión directa de Monte Albán (Elson 2003) o las tumbas Fase Danibaan en Yagul, implican múltiples y variadas estrategias para mantener la autonomía. Otro reflejo de lo mismo quizás son los danzantes y las lápidas de conquista de Monte Albán, en ambos casos una larga lista, primero de individuos y más tarde de pueblos que fueron integrados o participaban con Monte Albán mismo. Es como si fuera necesario enfatizar la participación de todos, ya que nadie podía suponer que la gran ciudad simplemente controlaba todo por su tamaño. Finalmente, aparece algo similar en la Fase Xoo: el líder representado en la Estela 1 está retratado con solamente tres o cuatro prisioneros, seguramente no todos los líderes importantes de la región zapoteca (Fig. 14). Monte Albán y los otros centros duraron unos tres siglos hasta al colapso urbano general del año 800 d.C. La población del Valle de Oaxaca bajó y después de unos siglos, hacia el año 1250/1300 d.C., aún tuvo lugar otro florecimiento urbano. Nuevamente encontramos la revitalización de los centros antiguos, ahora
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Fig. 14.—El Señor 13 Búho, personaje principal de Monte Alban, y sus prisioneros (basada en Urcid 2001: Fig. 5.43).
del Clásico Tardío (Yagul, Mitla, Zaachila) y en algunos casos, especialmente en la Mixteca Alta, el establecimiento de nuevas ciudades-estado (por ejemplo, Yanhuitlán, Achiutla). Los momentos precisos de fundación de los centros urbanos de Oaxaca son invisibles en el registro arqueológico, pero contamos con los danzantes, las lápidas de conquista y las estelas de la Fase Xoo que posiblemente reflejan actas formales de fundación, ya sean estos hechos recordados e históricos, o inventados post hoc. Agradecimientos. Quiero agradecer el apoyo de la arqueóloga Cira Martínez López con la organización del material ilustrativo, del Sr. Juan Cruz Pascual por la preparación de las ilustraciones, y del Dr. Robert Markens por las conversaciones relacionadas a los orígenes de Monte Albán y especialmente por sus observaciones en cuanto a la integración del Valle de Oaxaca. BIBLIOGRAFÍA ACOSTA, Jorge R. 1965. «Preclassic and Classic Architecture of Oaxaca». En Handbook of Middle American Indians, Vol. 3, Part 2, Ed. G.R. Willey, pp. 814-836. University of Texas Press. Austin. ACOSTA, Jorge R. y Javier ROMERO. 1992. Exploraciones en Monte Negro, Oaxaca: 1937-1938, 1938-1939 y 1939-1940. INAH. México. BALKANSKY, Andrew, Stephen A. KOWALEWSKI, Verónica PÉREZ RODRÍGUEZ, Thomas J. PLUCKHAHN, Charlote A. SMITH, Laura R. STIVER, Dmitri BELIAEV, John F. CHAMBLEE, Verenice Y. HEREDIA ESPINOZA y Roberto SANTOS PÉREZ. 2000. «Archaeological Survey in the Mixteca Alta of Oaxaca, Mexico». Journal of Field Archaeology 7 (4): 365-389. BLANTON, Richard E. 1976. «The Origins of Monte Albán». En Cultural change and continuity:
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12 REALIDADES NUEVAS, CIUDADES NUEVAS: CONSIDERACIONES DEFENSIVAS EN LA URBANIZACIÓN EN CENTRO DE MÉXICO DURANTE EL PERIODO EPICLÁSICO Richard A. DIEHL Universidad de Alabama Este ensayo está dedicado a la memoria de Alba Guadalupe Mastache, querida amiga, gran antropóloga, e infatigable investigadora de los Toltecas
INTRODUCCIÓN Las poblaciones prehispánicas del Centro de México destacaron por formar parte de una tradición sumamente urbana sin interrupción desde el Formativo Tardío (circa 300 a.C.) hasta la llegada de los españoles (Charlton y Nichols 1997; Sanders et al. 1979). Aunque durante estos siglos tuvieron lugar muchos cambios, tanto en el grado de urbanismo como en el tamaño y complejidad de los centros urbanos, siempre existieron ciudades con poblaciones mínimas de diez mil personas. Entre ellas, se puede nombrar a Cuicuilco, Teotihuacan, Cholula, Cantona, Teotenango, Xochicalco, Tula, Tenochtitlán-Tlatelolco, Texcoco y otros centros aztecas. Este ensayo está dedicado a ciertos aspectos de esta tradición urbana durante el Epiclásico, el periodo que abarca los tres siglos posteriores a la caída de Teotihuacan (Diehl y Berlo 1989; Jiménez 1966; Webb 1978), y más específicamente está enfocado hacia el papel que jugaron los conflictos y las consideraciones de defensa en la fundación inicial las ciudades epiclásicas de Xochicalco (Morelos) y Tula (Hidalgo). El Centro de México abarca la región que William T. Sanders ha denominado Central Mexican Simbiotic Region (Sanders 1956), e incluye el Valle de México y porciones colindantes de los estados de México, Hidalgo, Morelos, Puebla y Tlaxcala. La región se compone de altas montañas que rodean fértiles valles y son capaces de sostener poblaciones densas, sobre todo si éstas aprovechan los recursos hidráulicos con sistemas del riego, terrazas y otras formas de agricultura intensiva. 241
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EL EPICLÁSICO EN CENTRO DE MÉXICO El periodo Epiclásico, también conocido como Clásico Tardío, Proto-posclásico y Second Intermediate Period Phase One, entre otros términos, se fecha desde 550/650 hasta el 900 d.C. (Fig. 1). En el Centro de México el Epiclásico está marcado por la decadencia de la gran urbe de Teotihuacan y el auge de nuevos centros situados en lo que antes eran territorios periféricos al estado teotihuacano (Fig. 2). Aunque algunos arqueólogos consideran estos siglos como un «puente cultural» entre la caída de Teotihuacan y el surgimiento de Tula, tal visión tiende a menospreciar y disminuir su importancia como una época dinámica y de suma trascendencia en la vida política y cultural de la región. Según Diehl y Berlo (1989: 3), las cuatro características básicas que definen el Epiclásico serían las siguientes: 1. Surgimiento de nuevos centros urbanos como Xochicalco, Cacaxtla y Tula, y la continuación de otros centros con raíces en el periodo Clásico, tales como la Teotihuacan epigonal, Cholula, Teotenango y Cantona. 2. Notables migraciones y cambios en el tamaño y la distribución de las poblaciones regionales. 3. Innovaciones importantes en las creencias y prácticas religiosas, el arte, la arquitectura, e incluso en los aspectos domésticos. 4. Nuevos patrones comerciales, tanto locales como de larga distancia. Los nuevos centros se han conceptualizado como ciudades-estado (Charlton y Nichols 1997) y también como altepetl (Hirth 2003a), dos conceptos que pueden aclarar muchas de las incertidumbres que tenemos sobre el Epiclásico en el Centro de México, pero a las cuales no vamos a dedicar atención en este ensayo. Aunque algunos arqueólogos han propuesto que el Epiclásico dio luz a los primeros
Fig. 1.—Tabla cronológica arqueológica del Centro de México.
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Fig. 2.—El Centro de México con los sitios epiclásicos más importantes (adaptado de Charlton y Nichols 1997: fig. 11.10).
estados-tributarios basados en la conquista y la extracción sistemática de tributo, otros consideran que tales formaciones políticas existían en Mesoamérica mucho antes. EL CASO DE TEOTIHUACAN Teotihuacan fue la primera mega-ciudad en el territorio mesoamericano. Su historia y su papel en la cultura mesoamericana son tan conocidos que no es necesario repetirlo aquí. No sólo era la ciudad más grande y la sociedad más poderosa de la época, sino que su sombra se expandió hacia el futuro, afectando a todas las culturas subsecuentes de la Mesoamérica occidental, como ha señalado
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Rene Millon: «When it is was at its apogee, Teotihucan influenced the entire civilized world of Mesoamérica. When the city fell, the repercussions of its fall were so great for most of Mesoamérica that we can say Teotihuacan was as influential in its death as it had been during its life» (Millon 1972: 336). La medida de su influencia se puede apreciar claramente en el grado de conflicto que generó su decadencia y caída, y las disposiciones defensivas que los fundadores de los centros nuevos tuvieron que tomar para protegerse durante estos siglos. La fase final de la gran urbe clásica es conocida como Metepec, y sus fechas están aún en discusión, pero el consenso más aceptado la sitúa entre 550 y 650 d.C. Al final de esta Fase Metepec hay numerosas evidencias de conflicto dentro de la ciudad, incluyendo los hechos siguientes: 1. Gente desconocida que saquea y quema muchos, si no todos, de los templos, palacios y otros edificios públicos, los cuales nunca se reconstruyeron ni reocuparon. 2. La población descendió rápidamente, desde más de 100.00 a 30.000 almas (Cowgill 1997, 2000; Millon 1988, 1992). Algunos arqueólogos postulan una gran continuidad biológica de población entre la Fase Metepec y el Epiclásico, mientras que otros proponen una corta época de abandono total, seguida por una reocupación a cargo de inmigrantes que utilizaban cerámica del estilo Coyotlatelco. El origen más aceptado para tales inmigrantes sería la región norte-central de México y la frontera septentrional de Mesoamérica, específicamente los estados de Guanajuato, Jalisco y San Luis Potosí, aunque puede ser que otros pobladores emigraran desde localidades más cercanas, como el sur de Hidalgo y el estado de Puebla. Sea como fuere, es importante recordar que Teotihuacan seguía siendo la ciudad más grande en Mesoamérica hasta el surgimiento de Tula en el siglo X (Diehl 1989). La verdad histórica está enmarañada por el enigma que supone el origen de la cerámica Coyotlatelco, un conjunto de problemas demasiado complicado para tratar con detalle en esta ocasión, pero, siguiendo a Ann Cyphers, hay tres hipótesis para el origen de la cerámica Coyotlatelco: 1. Fue introducida por invasores procedentes del Bajío. 2. Se desarrolló en el valle de México a partir de tipos clásicos ya existentes en Teotihuacan. 3. Sus orígenes se deben a interacciones con gente olmeca-xicalanca de Puebla y Tlaxcala (Cyphers 2000: 12). En 2005 se llevó a cabo en México una Mesa Redonda sobre este problema, y podemos anticipar que la publicación resultante aportará nueva luz sobre este enigma.
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EL CASO DE XOCHICALCO Xochicalco es una de las ciudades más importantes y fascinantes del Centro de México precolombino. Famosa desde hace dos siglos por su Templo de Quetzalcoatl y las lápidas esculpidas que lo adornan, Xochicalco nos proporciona actualmente una amplia evidencia sobre las violentas condiciones de su nacimiento y su muerte, gracias a las recientes investigaciones llevadas a cabo por equipos de arqueólogos mexicanos y norteamericanos (González et al. 1995; Hirth 2000, 2003b; Hirth y Webb 2003). Según Hirth (2000: 68-87) la ciudad epiclásica se remonta a los inicios del periodo Gobernador (650-900 d.C.), cuando una confederación de 6 o 7 grupos colonizó las cimas y laderas de tres prominencias del Cerro Xochicalco escogidos por sus características defensivas. Es casi seguro que la fundación fue una respuesta, de una manera u otra, a los cambios que se estaban llevando a cabo en Teotihuacan y el Valle de México. La ciudad alcanzó una población máxima de 9.000-15.000 habitantes, densamente concentrados en unos 4 km2 sobre los cerros y las terrazas artificiales construidas en sus laderas (Fig. 3). No cabe duda que los
Fig. 3.—Plano de Xochicalco al final de la fase Gobernador (adaptado de Hirth 2000: fig. 5.4).
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fundadores escogieron el lugar por sus posibilidades defensivas, a pesar de que se encontraba lejos, tanto del agua como de buenas tierras cultivables, rutas de transporte y otros recursos deseables. Además de aprovechar sus cualidades defensivas naturales, los fundadores de Xochicalco aumentaron sus defensas construyendo muros, profundas trincheras, terrazas cubiertas de habitaciones y caminos. Al mismo tiempo glorificaron el papel esencial que jugaban los guerreros en la sociedad xochicaltense, adornando sus templos con sus representaciones. Como apunta el refrán español «el que a hierro mata a hierro muere», por ello no debe sorprendernos saber ahora que la ciudad acabó en una gran conflagración de fuego y muerte. Según Hirth y Webb (2003), ya por el año 900 invasores o rebeldes saquearon y quemaron los templos y otros edificios públicos, dejando cuerpos humanos destrozados en las calles y cuartos. No destruyeron las casas de habitación situadas en las terrazas, pero sus habitantes las abandonaron repentinamente, dejando todas sus herramientas y pertenencias descansando en el lugar de su último uso. Parece que los saqueadores seguían el patrón de comportamiento cultural establecido con Teotihuacan, es decir, la destrucción de los edificios públicos pero no las residencias. Tal patrón perduró en el centro de México hasta la época azteca, cuando la destrucción de los templos era indicación clara de la derrota de un pueblo. Hirth y Webb (2003) consideran que el acto final de la vida de Xochicalco fue una insurrección de los pueblos sometidos contra los regentes radicados en el centro urbano. Otra posibilidad es que pudiera haber tenido lugar una invasión desde el exterior, quizás de gente procedente de Teotenango (edo. de México), o de Tula (edo. de Hidalgo), ya que, como veremos, el abandono de Xochicalco coincide cronológicamente con ciertos eventos en Tula que marcaban el surgimiento de la ciudad tolteca en su forma más elaborada. Faltan datos arqueológicos sobre lo sucedido en los pueblos localizados en los alrededores de Xochicalco en este momento crítico en su historia, datos que seguramente nos ayudarían a comprender los factores definitivos del abandono de Xochicalco, pero su fin violento nos explica porqué los factores defensivos fueron tan importantes en su fundación. EL CASO DE HIDALGO Cambiamos ahora nuestro enfoque desde las áridas tierras de Morelos a las tierras igualmente áridas de Hidalgo, específicamente el valle del río Tula, sede de la ciudad posclásica del mismo nombre y capital de los toltecas, y el fértil llano de regadío que los aztecas llamaron teotlalpan, «el jardín de los dioses». Aquí parece que los conflictos entre grupos y pueblos fueron una continua realidad durante el Epiclásico, y un proceso esencial en la formación de la ciudad y la civilización tolteca. Esta región tuvo una población muy escasa hasta el periodo Clásico y, aún entonces, no estuvo muy densamente poblada. Una gran parte de la población clá-
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sica en la región de Tula se concentraba en Chingú, un asentamiento que parece ser una colonia teotihuacana establecida por gente de Oaxaca para explotar los depósitos locales de cal. Sus habitantes abandonaron Chingú al final de la fase Metepec, quizás para regresar al valle de México (Díaz 1980). Al mismo tiempo, otros pobladores, tal vez procedentes de la zona septentrional de la frontera mesoamericana, el valle de México o quizás ambas áreas, entraron en la región. Algunos de ellos ocuparon los cimas de los cerros altos que ofrecían excelentes posiciones defensivas, mientras que otros fundaron pueblos en los valles (Fig. 4). Entre los sitios en los cerros, los mejor estudiados son La Mesa, El Magoni y Tula Chico (Mastache y Cobean 1989; Mastache et al. 2002), mientras que Chapantongo sería un buen ejemplo de los asentamientos en las tierras bajas (Fournier s.f.). Los pobladores de ambos tipos de asentamientos utilizaban el Complejo Cerámico Coyotlatelco, compuesto por una vajilla completa tanto de tipos domésticos como ceremoniales, muchos de ellos pintados con rojo sobre un
Fig. 4.—Principales asentamientos epiclásicos en el área de Tula (adaptado de Jackson 1990: 11).
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fondo bayo. Aunque hay pocos datos detallados publicados sobre estas poblaciones (cf. Mastache y Cobean 1989; Mastache et al. 1990; Mastache et al. 2002; Solar s.f.), las recientes excavaciones realizadas por Robert Cobean en Tula y Patricia Fournier en Chapantongo, un sitio localizado unos 25 km al norte de Tula, prometen arrojar mucha luz sobre los asentamientos epiclásicos de la región. La mayor parte de lo que sabemos actualmente ha sido producto de un proyecto de larga duración encabezado por Robert Cobean y Alba Guadalupe Mastache del INAH, y resumido en el reciente libro Ancient Tollan: Tula and the Toltec Heartland (Mastache et al. 2002). La Mesa El sitio arqueológico de La Mesa ocupa la cima de un alto cerro con el mismo nombre localizado en el centro del valle de Mezquital. Se encuentra a 2.600 m de altura y sus terrazas, montículos, escaleras y edificios cubren una extensión de 1 km2, teniendo una localización eminentemente defendible desde donde se pueden ver las tierras bajas en cualquier dirección (Figs. 5 y 6). El asentamiento parece haberse fundado a mediados del siglo VII, y, según Mastache y Cobean (1989: 56-
Fig. 5.—Plano del sitio arqueológico de La Mesa, Hidalgo (adaptación de Mastache et al. 2002: fig. 4.7).
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Fig. 6.—Vista de las tierras bajas desde el sitio de La Mesa, Hidalgo.
60), los restos arqueológicos sugieren que los habitantes eran inmigrantes llegados desde el norte, sobre todo por la cerámica estilo Coyotlatelco, las herramientas líticas, especialmente raspadores fabricados de riolita (Jackson 1990), y la arquitectura. Tanto en el caso de La Mesa como de los otros yacimientos ubicados sobre los cerros, llama la atención el hecho de que se encontraran lejos de la tierra cultivable y el agua potable. Mastache y Cobean (1989) proponen que los habitantes se dedicaban al cultivo de maguey, y abastecían sus necesidades líquidas con el pulque. Sin embargo, la comunidad duró apenas un siglo o menos, y nadie, ni siquiera los aztecas, volvieron a ocupar el sitio. El Magoni El asentamiento conocido como El Magoni fue aparentemente la comunidad epiclásica más grande y compleja en el sur de Hidalgo. Se encuentra inmediatamente al oeste de Tula, sobre un cerro que lleva su mismo nombre localizado entre los ríos Tula y Rosas. El sitio cubre al menos 4 km2 de la cima y las laderas del cerro, y su ocupación pertenece en su totalidad a la Fase Corral de Tula (750-850 d.C.), ya que sus habitantes lo abandonaron antes del principio de la fase Tollan, el florecimiento de la capital tolteca del Postclásico Temprano. Existen plazas, edificios públicos, plataformas y extensas terrazas, todo ello sin excavar, además de minas de riolita con restos de talleres asociados (Mastache y Cobean 1989: 61; 1990). Aunque su situación es muy parecida a la del sitio de La Mesa, la cerámica estilo Coyotlatelco guarda mayores parecidos con la de Tula. Al igual que La Mesa, El Magoni se fundó en una ubicación muy apropiada para la defensa (Fig. 7), y, según indican la presencia de grandes cantidades de raspadores y numerosos
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Fig. 7.—Vista del Cerro Magoni desde Tula.
jarrones cerámicos o tinajas de gran tamaño —algunos de más de 50 kilos— fue un centro de producción de pulque. Mastache y Cobean especulan sobre si El Magoni fue uno de los predecesores directos a la ciudad posclásica de Tula pero, como veremos más adelante, existían pueblos más directamente relacionados con la capital tolteca que también pudieron haber jugado este papel. TULA CHICO Tula Chico es un recinto de edificios públicos situados sobre una zona prominente en el área arqueológica de Tula. Está rodeado por abruptas subidas en sus lados sur, oriente y poniente, que le sirven como defensas naturales. Hace más de 30 años, arqueólogos del INAH, realizaron un plano topográfico del complejo arquitectónico y excavaron algunos pequeños pozos (Matos 1974). En el año 2004, Robert Cobean inició una serie de excavaciones de mayor amplitud que revelaron restos de gran importancia, los cuales están aún en fase de estudio (Robert Cobean, comunicación personal 2005). Se sabe que Tula Chico fue el recinto cívico original de la ciudad epiclásica, aunque también existía otro conjunto de edificios públicos contemporáneos bajo el asentamiento de Tula Grande, el núcleo de la capital tolteca durante la fase Tollan (950-1200 d.C.). La ciudad de Tula perduró más de cuatro siglos, durante los cuales sufrió múltiples episodios de cambio y transformación. La etapa inicial de su desarrollo urbano tuvo lugar durante las fases Prado (650-750 d.C.) y Corral (750-850 d.C.) y, hasta la fecha, toda la evidencia con que contamos para ese mo-
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mento proviene de Tula Chico. La Fase Prado está representada por una pequeña cantidad de tepalcates dispersos sobre un área de 2 km2, y no existe evidencia de arquitectura, escultura u otros restos culturales. Como indican Mastache y sus colegas, esta fase representa la colonización inicial de la que iba a llegar a ser la capital tolteca pero, desgraciadamente, lo único que sabemos sobre este importante evento nos lo proporcionan los mencionados tepalcates. En el Fase Corral hay ya edificios públicos, incluyendo plataformas, templos y juegos de pelota, hasta cubrir 4 km2, además de lápidas esculpidas adornando los edificios, cerámica doméstica y ritual y otros restos materiales que señalan la presencia de una civilización típicamente mesoamericana (Fig. 8) (Robert Cobean comunicación personal 2005).
Fig. 8.—Plano de Tula, Hidalgo, durante la fase Corral (750-850 d.C.) (adaptado de Mastache y Cobean 2003: 223).
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Al mismo tiempo, los habitantes construían un recinto cívico que formaba el núcleo de la zona urbana que incluía basamentos para templos, salas con techos sostenidos por columnas y, por lo menos, cuatro juegos de pelota. Pequeñas excavaciones realizadas bajo el conocido como Palacio Quemado en Tula Grande, el recinto central de la ciudad posclásica, han revelado restos importantes de construcciones monumentales que se fechan para la Fase Corral, pero no sabemos con exactitud nada sobre su tamaño y características arquitectónicas. Al final de la fase Corral alguien atacó y destruyó el recinto ceremonial de Tula Chico. No sabemos ni su identidad ni sus motivos. Parece ser un acto de violencia semejante al que tuvo lugar en Teotihuacan tres siglos antes, pero con una diferencia fundamental: en el caso de Teotihuacan la gente siguió viviendo alrededor de las ruinas en tanto que la sociedad y civilización teotihuacana iba declinando, mientras que en el caso de Tula, el suceso de Tula Chico marcó el principio del auge de la ciudad y la civilización tolteca. Durante la siguiente Fase Tollan, Tula Grande emergió como complejo monumental de la ciudad y sede de los gobernantes toltecas (Fig. 9). Al mismo tiempo la antigua zona residencial de la Fase Corral quedó ocupada, pero nadie volvió a poblar el recinto ceremonial de Tula Chico. Este recinto quedó abandonado a tal punto que no sólo no volvió a haber habitantes, sino ni siquiera arrojaron allí basura: no se encuentra ni un
Fig. 9.—Plano de Tula Chico durante la Fase Corral (750-850 d.C.) (adaptado de Mastache et al. 2002: fig. 4.12).
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solo fragmento de cerámica de la Fase Tollan. Tula Chico se convertía en tierra de nadie, tal vez un símbolo de luchas ganadas o perdidas, o hasta de la huida, sea mítica o verdadera, de Ce Acatl Topiltzin Quetzalcoatl. Como quiera que fuera, es obvio que la ciudad tolteca nació en un acto violento que se llevó a cabo en un lugar que sus habitantes consideraban defendible en tiempos turbulentos. DISCUSIÓN En 1964 Pedro Armillas postulaba que algunas poblaciones agrícolas en la frontera septentrional de Mesoamérica emigraron al centro de México, causando una serie de conflictos y transformaciones durante lo que ahora llamamos el Epiclásico (Armillas 1964 a y b). Él pensaba que la necesidad de trasladarse se debía a cambios climatológicos de gran escala geográfica que empobrecieron el rendimiento agrícola en esta región marginal, forzando a las poblaciones a buscar localizaciones más propicias. Aunque todavía faltan datos fiables para sostener su postulado climático, hoy sabemos que Armillas tenía razón en cuanto a los movimientos de grupos fronterizos norteños hacia el centro de México y el corazón del estado teotihuacano. Parece que estos movimientos no fueron un solo evento sino que incluyeron a muchos grupos diferentes y sucedieron en el transcurso de varios siglos. Al mismo tiempo, miles de personas fueron abandonando la ciudad de Teotihuacan, también en un lapso de varios siglos de duración. Aunque hay mucho que aprender sobre estos dos procesos migratorios, parece que el sur de Hidalgo fue el destino de muchas de estas móviles poblaciones. También es obvio que los conflictos formaron parte integral de los procesos de acomodación de grupos étnicos tan diferentes en tantos aspectos de su pasado y su cultura: historia, situaciones sociales, económicas, políticas, religiosas y hasta de lengua. Siendo así, no nos debe extrañar que la defensa constituyera una de las bases principales en la selección de lugares para colocar nuevos asentamientos. Como resultado de lo anterior, es natural que las guerras fueran mucho más comunes en el centro de México durante el Epiclásico que antes. El conflicto era el estado normal de las cosas, no el excepcional, como había sido cuando Teotihuacan mantenía una paz imperial en la región. Aunque muchos arqueólogos creen que los aztecas, y otros pueblos del Posclásico Tardío, eran exageradamente agresivos y militarizados, los datos demuestran que simplemente eran los herederos de un patrón cultural con raíces directas en el colapso de Teotihuacan. No eran una aberración, sino la norma. También la formación de confederaciones, un agente muy importante en las historias escritas de los mexica y en la formación de Tenochtitlán mismo (pero casi invisible en sus restos arqueológicos), fue un factor integrante del establecimiento de muchos centros urbanos anteriores en el centro de México, el valle de Oaxaca y tal vez en otras partes de Mesoamérica. Estas confedera-
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ciones fueron una reacción a las necesidades militares de la vida en todas las épocas pre-Colombinas en el centro de México después de la muerte de la pax teotihuacana. BIBLIOGRAFÍA ARMILLAS, Pedro. 1964a. «Condiciones ambientales y movimientos de pueblos en la frontera septentrional de Mesoamérica». En Homenaje a Fernando Marqués Miranda, pp. 62-82. Seminario de Estudios Americanistas y Seminario de Antropología Americana. Universidades de Sevilla y Madrid. Madrid. —. 1964b. «Northern Mesoamérica». En Prehistoric Man in the New World, Eds. J.D. Jennings y E. Norbeck, pp.291-329. University of Chicago Press. Chicago. CHARLTON, Thomas H. y Deborah L. NICHOLS. 1997. «Diachronic Studies of City-States: Permutations on a Theme— Central Mexico from 1700 B.C. to A.D. 1600». En The Archaeology of City-States: Cross Cultural Approaches, Eds. D.L. Nichols y T.H. Charlton, pp. 169-207. Smithsonian Institution Press. Washington D.C. COWGILL, George L. 1997. «State and Society at Teotihuacan, Mexico», Annual Review of Anthropology 26: 129-161. —. 2000. «The Central Mexican Highlands from the Rise of Teotihuacan to the Decline of Tula». En The Cambridge History of the Native Peoples of the Americas Volume II Part 1, Eds. R.E.W. Adams y M.J. MacLeod, pp. 250-317. Cambridge University Press. Cambridge. CYPHERS, Ann. 2000. «Cultural Identity and Interregional Interaction during the Gobernador Phase». En Archaeological Research at Xochicalco, The Xochicalco Mapping Project: Volume 2, Ed. K. Hirth, pp. 11-16. University of Utah Press. Salt Lake City. DÍAZ OYARZABAL, Clara Luz. 1980. Chingú: un sitio clásico del área de Tula, Hidalgo. Colección Científica 90. INAH. México. DIEHL, Richard A. 1989. «A Shadow of Its Former Self: Teotihuacan during the Coyotlatelco Period». En Mesoamérica after the Decline of Teotihuacan, Eds. R.A. Diehl y J.C. Berlo, pp. 9-18. Dumbarton Oaks. Washington D.C. DIEHL, Richard A. y Janet C. BERLO (Editores). 1989. Mesoamérica after the Decline of Teotihuacan. Dumbarton Oaks. Washington D.C. FOURNIER, Patricia. s.f. «The Epiclassic in the Tula Region beyond Tula Chico». Manuscrito. GONZÁLEZ CRESPO, Norberto, Silvia GARZA TARAZONA, Hortensia DE LA VEGA NOVA, Pablo MAYER GUALA, y Giselle CANTO AGUILAR. 1995. «Archaeological Investigations at Xochicalco, Morelos: 1984 and 1986». Ancient Mesoamerica 6 (2): 223-236. HIRTH, Kenneth G. (Editor). 2000. Archaeological Research at Xochicalco: The Xochicalco Mapping Project, 2 Vols. University of Utah Press. Salt Lake City. —. 2003a. «The Altepetl and Urban Structure in Prehispanic Mesoamérica». En El urbanismo en Mesoamérica/Urbanism in Mesoamerica, Vol. 1, Eds. W.T. Sanders, A.G. Mastache y R.H. Cobean, pp. 57-84. Proyecto Urbanismo en Mesoamérica/The Mesoamerican Urbanism Project. INAH y Pennsylvania State University. México y University Park. —. 2003b. «Urban Structure at Xochicalco, Mexico». En El urbanismo en Mesoamérica/Urbanism in Mesoamerica, Volume 1, Eds. W.T. Sanders, A.G. Mastache y R.H. Cobean, pp.
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13 LA FUNDACIÓN DE LAS CAPITALES DE LAS CIUDADES-ESTADO AZTECAS: LA RECREACIÓN IDEOLÓGICA DE TOLLAN Michael E. SMITH Universidad Estatal de Arizona
De acuerdo con las fuentes históricas indígenas, las ciudades aztecas fueron fundadas cuando un grupo étnico migratorio se asentaba, o cuando un rey establecía un nuevo dominio (o ambas circunstancias). Debido a que la etnicidad y las dinastías eran dos de los principales componentes de la identidad social —no solamente en el México azteca sino también en muchos estados antiguos— las historias de sus orígenes incluyen típicamente numerosos elementos mitológicos de dudoso valor histórico. Los linajes reales y los grupos étnicos narraron historias acerca de sus orígenes y desarrollo histórico, y estos mitos jugaron un papel importante en la dinámica cultural y política en el momento de la conquista española y ya dentro del periodo Colonial. A pesar del fuerte componente ideológico de las narraciones indígenas aztecas sobre las fundaciones de ciudades y comunidades, una aproximación historiográfica comparativa acerca de los orígenes urbanos aztecas sugiere que los procesos básicos implicados pueden ser reconstruidos con fiabilidad, aunque las circunstancias específicas de las fundaciones de ciertas ciudades en particular nunca serán conocidas con certeza. Más aún, los datos arqueológicos acerca de la continuidad en los asentamientos y la forma urbana se corresponden bien con aspectos clave de los patrones históricos indígenas. Aunque nunca seremos capaces de documentar la fundación de una ciudad azteca con el detalle con el que conocemos la de algunas culturas de ciudades-estado (tales como las de Grecia clásica), podemos describir el proceso global de forma adecuada. LAS CIUDADES Y LOS ALTEPETL Durante los periodos Postclásico Medio y Tardío (circa 1100-1520 d.C.), proliferaron por toda Mesoamérica pequeñas entidades políticas (ciudades-estado) 257
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(Smith y Berdan 2003). En el centro de México, estas pequeñas entidades políticas fueron conocidas como altepetl, término frecuentemente traducido como ciudad-estado (Hodge 1984, 1997; Smith 2000). La capital del altepetl fue la forma predominante de asentamiento urbano en el México central durante la época azteca. Estas ciudades fueron la expresión material y espacial del altepetl azteca, y muchos aspectos de la forma y el sentido urbanos se originaron directamente a partir de las acciones y reivindicaciones ideológicas de los reyes de estas ciudades-estado. La cultura de la ciudad-estado azteca comparte muchos atributos con otras culturas de ciudades-estado de la historia universal (Hansen 2000a; Smith 2000), incluyendo a los mayas del periodo Clásico (Grube 2000; Martin y Grube 2000). Cuando los registros históricos mencionan el nombre de una entidad política, a veces se refieren a la ciudad-estado y a veces a su capital. Es por tanto muy difícil —conceptual y empíricamente— para los estudiosos de hoy en día distinguir a la ciudad de la entidad política en dichos registros (Hansen 2000b; Lang 1998). Los conceptos de ciudad y estado estaban muy interrelacionados en la mente de los habitantes de las ciudades-estado de la antigüedad, incluidos los aztecas. El punto de vista azteca acerca de la naturaleza de las ciudades y pueblos es difícil de reconstruir debido a que muy pocas fuentes históricas tratan este tema directamente. A pesar de esto, varias fuentes sugieren que, para los aztecas, las características esenciales de una ciudad eran el palacio real y el templo dedicado al culto de la deidad patrocinadora. Cuando los mexicas se detuvieron durante su migración desde Aztlan para establecer un poblado en Coatepec, no tenían aún un rey o un altepetl. El cronista Hernando de Alvarado Tezozomoc describió sus primeros actos de la siguiente manera: «Los mexicas erigieron su templo, la casa de Huitzilopochtli, y construyeron el juego de pelota de Huitzilopochtli y construyeron su muro de cráneos» (Sullivan 1971: 317). Por otra parte, cuando un rey fundaba un altepetl, su primer acto era erigir su palacio. Al describir los actos del rey Toteoci teuhctli al fundar un altepetl, Chimalpahin indica, «El mismo construyó un palacio en el lugar llamado Chalchiuhtepec. Llevó ahí a cada una de las divisiones del calpolli, a sus vasallos los Acxoteca y pronto estableció su mercado para que los Acxoteca pudieran comerciar ahí, y una cárcel donde se confinaba a la gente» (Schroeder 1991: 125).
La falta de mención de un templo por parte de Chimalpahin resulta sorprendente, ya que muchas otras fuentes señalan la importancia de los templos en el concepto indígena de ciudad. Por ejemplo, el glifo que indica la conquista de una ciudad en el Códice Mendoza y otras fuentes pictográficas es un templo en llamas. Joyce Marcus describe un conjunto de similitudes básicas en los conceptos indígenas de ciudad entre los aztecas, mayas, mixtecos y zapotecos:
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Lo más importante para él [un típico mesoamericano] era el hecho de que pertenecía a una región en particular controlada por un soberano nativo en particular, a quien le prestaba obediencia y pagaba tributo y de quien recibía protección y un liderazgo cívico-ceremonial. Y a menos de que la ciudad del soberano o su residencia estuvieran rodeadas por un muro, la frontera entre ese lugar y la región que dominaba era menos llamativa para el indio, que para los arqueólogos de hoy en día» (Marcus 1983: 208).
James Lockhart (1992: 19), al analizar documentos administrativos en lengua náhuatl, rebaja la importancia de las ciudades dentro del altepetl, indicando que «una ciudad capital dominante no era realmente compatible con los principios organizativos del altepetl. La noción de una ciudad separada del altepetl no entraba dentro del vocabulario en la forma de una palabra diferente». El uso de un único topónimo para designar a la capital y a la entidad política completa es de hecho bastante común en las culturas de ciudades-estado (Hansen 2000b), y esta observación no puede ser utilizada para indicar que las ciudades carecieron de importancia en la organización del altepetl. Lockhart va más allá al sugerir que las palabras para ciudad y pueblo son raras en los documentos en lengua náhuatl que él ha estudiado, pero Pedro Carrasco (1996: 26-30) identifica numerosos términos en náhuatl para ciudad y pueblo. Desde mi punto de vista, el hecho de que las ciudades no fueran instituciones destacadas en los documentos del periodo Colonial estudiados por Lockhart y sus discípulos, dice poco acerca del estatus real de las ciudades y del urbanismo en el periodo anterior a la conquista. En el modelo de Lockhart, el tlatoani era fundamentalmente el cabecilla del calpolli más influyente del altepetl. La «capital» del altepetl, de acuerdo con Lockhart, no fue una ciudad que se caracterizara de forma distinta de otros asentamientos, sino que era más bien un asentamiento en el cual vivían varios jefes de calpolli, incluido el tlatoani. Sin embargo, la idea de que las ciudades capitales no se diferenciaran de otros asentamientos se contradice claramente con la evidencia arqueológica. Las capitales de los altepetl aztecas tienen una arquitectura pública que no se puede hallar en otros asentamientos; éstas eran ciudades con características fundacionales y demográficas muy distintas de los asentamientos más pequeños. Chichimecas y toltecas Los aztecas atribuían sus orígenes a dos tipos muy distintos de antecesores: Los chichimecas y los toltecas. Los chichimecas eran fieros guerreros nómadas provenientes del norte. Sus atributos culturales fueron definidos en oposición a las características prevalecientes entre las gentes aztecas del periodo Postclásico Tardío. Los chichimecas vestían pieles en lugar de ropa hecha con tela; cazaban animales salvajes en lugar de plantar maíz; y vivían en campamentos en lugar de
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en asentamientos permanentes. Estos chichimecas se trasladaron hacia el Centro de México desde su tierra de origen en el norte y se asentaron. Eventualmente, se convirtieron en aztecas al adoptar las costumbres mesoamericanas tales como el uso de ropa fabricada con tela, el consumo de maíz, y poblados estables. Esta historia «de los andrajos a los palacios»1 fue una fuente de orgullo étnico para los aztecas. Por razones de dicho orgullo étnico y de identidad social en el periodo Postclásico Tardío, la historia del origen chichimeca incluía dos temas principales: • Nuestros ancestros fueron cazadores nómadas y fieros guerreros. • Nuestros ancestros provienen de otra parte y tomaron posesión de esta tierra. Estos temas fueron importantes en las fuentes históricas indígenas para la fundación de ciudades y dinastías. En la mayor parte de los usos culturales, los toltecas fueron lo totalmente contrario de los chichimecas. No solamente vestían ropas hechas con textiles, sino que sus vestidos reales fueron los más finos de toda la antigua Mesoamérica y fueron imitados posteriormente por los reyes aztecas. Los toltecas hicieron y lucieron las más finas y lujosas joyas; de hecho se decía que habían inventado todas las artes y oficios de la antigua Mesoamérica (así como el calendario). Tula, la capital tolteca, no fue sólo una gran ciudad estable, sino que tenía edificios hechos de piedras preciosas. Los reyes toltecas fueron dioses o seres divinos que gobernaron un vasto imperio con gran sabiduría y habilidad. No hace falta indicar que la mayor parte de estas aseveraciones son o bien fabricaciones míticas o grandes exageraciones. En términos de identidad étnica y dinástica, las leyendas aztecas acerca de los toltecas incluían los siguientes temas principales: • Los toltecas fueron agricultores sedentarios que comían maíz y vivían en ciudades. • Nuestras ceremonias, mitos, dioses y toda nuestra civilización vienen de los toltecas. • La legitimidad de nuestros reyes está demostrada por descender éstos de los reyes toltecas. • Nuestras ciudades son recreaciones de Tula. De nuevo, estos temas jugaron un papel importante en las crónicas históricas indígenas de la fundación de los pueblos aztecas y sus dinastías en el periodo Azteca Temprano. 1
Traducción libre de «rags-to-riches»
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LOS CHICHIMECAS DEL NORTE El códice histórico de los acolhua conocido como Mapa Quinatzin (Douglas 2003) muestra este contraste entre chichimecas y toltecas (Fig. 1). Quinatzin, el rey que trasladó la capital acolhua de Tenayuca a Texcoco, comienza su vida como un chichimeca viviendo en una cueva en la parte superior de la imagen, para terminarla como un rey chichimeca gobernando sobre nobles toltecas en la parte inferior de la imagen. Esta escena enfatiza el contraste entre los estilos de vida de los chichimecas y de los toltecas e ilustra el proceso mediante el cual los chichimecas se convierten en toltecas. Ilustra el primer tema de las historias chichimecas, la justificación de que sus antepasados fueron cazadores nómadas y fieros guerreros2. El segundo tema chichimeca, la idea de que los ancestros provenían de otra parte y tomaron posesión del territorio, es también un elemento común en el registro histórico indígena. En numerosas fuentes, los altepetl son fundados cuando grupos migratorios se asientan. Dado que un altepetl no puede existir sin su capital, la fundación de un altepetl debió incluir la fundación de dicha capital. Parte de la información histórica más valiosa acerca de la visión azteca del altepetl proviene del cronista indígena Chimalpahin. Susan Schroeder (1991) ha analizado las descripciones de Chimalpahin acerca del altepetl y otras instituciones sociales y políticas, y observa que: «… En las historias de Chimalpahin el establecimiento de un alteptl parece ser algo que sucede cuando un grupo emigrante se vuelve sedentario» (Schroeder (1991: 121). La historia migratoria más contada en las fuentes —y la que posee un mayor soporte historiográfico— es la migración desde Aztlan. Las migraciones desde Aztlan Una de las historias más extendidas en las fuentes históricas aztecas describe los orígenes del pueblo azteca en un lugar llamado Aztlan. Hubo numerosos 2 En esta imagen (Figura 1), el primero de los tres paneles que forman el Mapa Quinatzin, fue pintado durante el periodo colonial para ilustrar la gloriosa herencia de la dinastía acolhua de Texcoco. Mi análisis se basa en el de Douglas (2003). La mitad superior de la imagen muestra chichimecas: gente que viste piel de animales, tienen pelo mal peinado, viven en cuevas, y usan el arco y flechas para cazar. Su lugar de origen en el desierto está indicado mediante plantas tales como el maguey y el nopal. En la parte inferior están los toltecas: gente que viste ropa hecha de tela, tiene el pelo arreglado, siembran maíz, y viven en ciudades (simbolizadas mediante el empleo de topónimos para Culhuacan en la parte inferior derecha). En esta imagen, los toltecas son los aztecas civilizados de las ciudades-estado, no los habitantes de Tula. Quinatzin, el bisnieto del rey chichimeca Xolotl, aparece como un niño en la cueva de la parte superior. En la parte inferior izquierda se le ve con ropas chichimecas como el rey (sentado en la estera real) discutiendo con señores toltecas. Los toltecas con glifos son los líderes de los seis grupos que vinieron juntos desde los seis principales distritos de la ciudad de Texcoco. Quinatzin fue el primer rey de Texcoco, cuya fundación fue marcada por el asentamiento de un grupo de inmigrantes toltecas.
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Fig. 1.—Chichimecas y toltecas en el centro de México como se muestran en el Mapa Quinatzin, panel superior (Douglas 2003: 291) (imagen escaneada a partir de la litografía de J. Desportes por Cl. Goux y proporcionada por E. Douglas).
grupos étnicos hablantes de náhuatl en el centro de México, y cada uno de ellos proclamaba venir de Aztlan. Una fuente como el Códice Boturini, también llamado «Tira de la Peregrinación» (1944), muestra a ocho grupos saliendo de Aztlan en su viaje hacia el sur. Tales escenas muestran típicamente a varios grupos de la Cuenca de México (p. e., los tepanecas, acolhuas, xochimilcas o chalcas) y varios grupos de los valles vecinos (p. e., los matlatzincas, tlahuicas, malinalcas o huexotzincas), además de los mexicas como los últimos emigrantes. Estos grupos chichimecas migraron hacia el sur, deteniéndose periódicamente durante inter-
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valos más o menos cortos. Una de sus paradas fue en las siete cuevas de Chicomoztoc. Algunas fuentes históricas omiten Aztlan e indican que la migración comienza en Chicomoztoc. Los emigrantes pasaron por las ruinas de Tula, luego por el asentamiento dinástico post-tolteca de Culhuacan, y por fin se asentaron en sus nuevos territorios, probablemente durante el siglo XIII. De los muchos grupos étnicos que se trasladan desde Aztlan, sólo conocemos los detalles del viaje realizado por los mexicas de Tenochtitlan. La migración desde Aztlan fue el relato básico del origen del pueblo azteca y, a su vez, una importante fuente de orgullo étnico para ellos. Aunque los mitos de origen tienen poca validez histórica, hay varias razones para aceptar sus líneas más básicas como históricamente precisas. En primer lugar, la historia de Aztlan estaba muy extendida entre los pueblos aztecas del centro de México. En segundo lugar, las distintas versiones —muchas representadas de forma muy fragmentaria— muestran un alto nivel de concordancia. Por ejemplo, casi todas las narraciones que proveen de una fecha para la llegada de los chichimecas desde Aztlan sitúan el evento en la primera parte del siglo XIII. En tercer lugar, esta narración encuentra soporte general en el campo de la lingüística histórica, que demuestra que la lengua náhuatl se originó en algún lugar lejano al norte de México y no llegó hasta la época tardía, durante el Clásico o el Postclásico Temprano (Kaufman 2001). Por último, los datos arqueológicos del patrón de asentamiento (revisados más adelante) sugieren que la transición del Postclásico Temprano al Azteca Temprano (en el siglo XII) fue un periodo de alteraciones en los asentamientos y de llegada de inmigrantes. Las migraciones desde Aztlan forman el fondo de la historia urbana azteca. En las fuentes históricas nativas, la mayor parte de los poblados fueron fundados por los grupos de recién llegados de Aztlan, aunque no está claro si los poblados fueron establecidos inmediatamente después de su llegada (una forma de fundación mediante colonización) o construidos después de un cierto periodo de tiempo3. Continuidad en el Asentamiento Aunque no han podido ser localizados los restos arqueológicos de una patria originaria en el norte mexicano para el periodo Azteca Temprano, el registro arqueológico de patrón de asentamiento apoya la noción de que una gran parte de los grupos inmigrantes llegan al México Central durante el comienzo del periodo Azteca. La principal prueba de ello es la falta de continuidad en la ocupación du3 Para una revisión de las migraciones desde Aztlan, ver Smith (1984); para un estudio más reciente de las fuentes, ver Castañeda de la Paz (2002).
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rante el intervalo de tiempo entre los periodos, tal y como se puede calcular a partir de los datos procedentes de prospecciones regionales. En una situación estable con poca inmigración, la mayor parte de los sitios mantienen su ocupación de un periodo al siguiente. Cuando la proporción de sitios con ocupación continuada es baja, sin embargo, indica que la mayor parte de los sitios fueron establecidos a partir de nuevas fundaciones, lo cual ocurre cuando la inmigración es significativa. Tanto en el Valle de Yautepec (Smith et al. 2005) como en la Cuenca de México (Parsons et al. 1983), las transiciones entre los periodos Postclásico Temprano (Tolteca) y Azteca Temprano tienen la continuidad de asentamientos más baja de cualquier periodo (Tabla 1). Ambos valores están muy por debajo de la continuidad media para el resto de los periodos. Estos bajos patrones de continuidad al comienzo del Azteca Temprano contrastan con los, mucho más elevados, valores de continuidad entre el Azteca Temprano y el Azteca Tardío. Estos niveles mayores sugieren que, una vez establecidos, los pueblos Nahuas tuvieron comunidades estables en una época de crecimiento poblacional. TABLA 1 Continuidad de asentamiento. Fuente de datos: Yautepec, datos del autor; Cuenca de México, Parsons et al. (1983). Números de sitios Valle de Yatepec Formativo Terminal Clásico Epiclásico Postclásico Temprano Azteca Temprano Azteca Tardío A Azteca Tardío B Media
50 253 120 149 134 172 199
Cuenca de México Formativo Terminal Clásico Temprano Clásico Tardío Epiclásico Posctclásico Temprano Azteca Temprano Azteca Tardío Media
163 208 159 120 421 162 884
Continidad con el periodo siguiente* 50,00 24,5 39,2 22,8 52,2 76,7 44,2 23,3 67,8 28,9 38,3 11,6 87,7 42,9
* Continuidad es el porcentaje de sitios que continúan estando ocupados en el período siguiente. Se muestra la transición de Tolteca a Azteca Temprano.
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RITUALES DE FUNDACION Los distintos grupos de inmigrantes procedentes de Aztlan se dispersaron por distintas partes del centro de México. A partir de ese momento, las fuentes históricas nativas se centran principalmente en historias de reyes y dinastías. Hay muy pocas referencias individuales a la fundación de ciudades. Las historias de Aztlan indican cómo la gente de una región o ciudad-estado en particular, se asentó, y otras narraciones históricas indican cómo se fundaron estados y dinastías individuales. No es irracional pensar que estos dos tipos de eventos fundacionales —la llegada de gente y la fundación de dinastías— involucraron el establecimiento de nuevos poblados que llegarán a ser las capitales de los altepetl. Como en el caso de los poleis griegos, puede resultar difícil separar las descripciones históricas de las ciudades de la descripción de sus entidades políticas. Una de las imágenes más explícitas de la fundación de una ciudad azteca y su dinastía concierne al altepetl de Tepechpan, situado en el Valle de Teotihuacan. Una escena en el códice conocido como Tira de Tepexpan (Noguez 1978: imagen 2) ilustra la fundación y sus rituales asociados así como su simbolismo (Fig. 2).
Fig. 2.—Fundación del poblado y la dinastía de Tepechpan, tal y como se muestra en la Tira de Tepexpan (modificada de Noguez 1978: plate 2).
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Tal y como se ilustra en la Figura 2, el códice muestra la fundación de la dinastía de Tepechpan (y de la ciudad) en el año 11 Conejo, o 1334 de nuestra era. Esta imagen revela muchas de las características comunes a los eventos fundacionales que contienen las fuentes históricas nativas. Como en muchos códices aztecas, la cuenta de años corre de forma continua a lo largo de la base de la imagen, de izquierda a derecha con una línea que une cada evento a su año apropiado. El rey fundador de Tepechpan, Ixcicuauhtli, está sentado en un trono (una estera de carrizo) sobre un glifo que significa piedra; este signo es uno de los topónimos de Tepechpan, que significa «Sobre el cimiento de piedra». Sabemos que él es el rey debido a su estera y a su corona o diadema real. Su esposa, Tozquetzin, se muestra por encima de él. Detrás del rey hay una cueva con una boca de monstruo, un símbolo para las cuevas de Chicomoztoc a través de las cuales pasaron los emigrantes de Aztlan. Detrás de la cueva hay una planta de maguey y dos tipos más de cactus, símbolos del árido desierto norteño desde donde vinieron los ancestros chichimecas. Frente a Tozquetzin se encuentra un altar con tres animales decapitados y sacrificados: una mariposa, un pájaro y una serpiente; esto simboliza las ofrendas hechas como parte de los rituales de fundación. Detrás del altar se encuentra el topónimo de Culhuacan, una parada importante durante la migración desde Aztlan y símbolo de la herencia tolteca. Debajo del altar se encuentran cinco parejas; los hombres llevan glifos que indican su nombre. Las vírgulas del habla indican que las parejas están hablando con Ixcicuauhtli. Probablemente representen a los líderes nobles de la ciudad-estado en el momento de su fundación. Sirven como testigos para los sacrificios de fundación y su presencia sugiere que el reinado de Ixcicuauhtli fue legitimado y aceptado por las principales familias del reino. Ixcicuauhtli puede estar repartiendo el territorio entre las familias nobles. Stephanie Wood (1998) ha analizado el rol de las mujeres en los rituales de fundación de ciudades aztecas, y observa la importancia de las parejas en los códices históricos: «innumerables manuscritos mesoamericanos muestran hombres y mujeres sentados juntos en el paisaje, como indicadores evidentes de linaje, comunidad, territorio y posiblemente gobierno compartidos» (Wood 1998: 248). En resumen, esta imagen de la fundación muestra la fundación política formal de la dinastía, acompañada de ceremonias de fundación. Resulta razonable inferir que estos eventos también señalan la fundación formal de la ciudad de Tepechpan. Tipos de rituales de fundación La Tira de Tepechpan (Figura 2) ilustra dos tipos de rituales de fundación: sacrificio de animales, y consulta a los nobles principales. Estos y otros rituales de fundación fueron ampliamente practicados en la antigua Mesoamérica. Michel Oudijk (2002) analiza las ceremonias de fundación tal y como las fuentes aztecas,
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mixtecas y zapotecas las muestran para marcar la toma de posesión formal de una nueva tierra. La relación tan estrecha entre ciudades y estados sugiere que estos rituales también se relacionan con la fundación de poblados y ciudades. He modificado levemente el esquema de Oudijk para describir cuatro tipos importantes de rituales de fundación formal4: 1. Lanzar flechas en las cuatro direcciones. Cuando el príncipe chichimeca Xolotl llegó a la Cuenca de México con su grupo de seguidores, estableció su capital en Tenayuca. Disparó flechas en dirección a los cuatro puntos cardinales para indicar su toma de posesión de la tierra. Siendo un chichimeca, llevaba un arco y flechas. Otros ejemplos de este ritual son analizados por García-Zambrano (1994). Xolotl puede ser considerado el primer rey azteca y Tenayuca la primera ciudad azteca (Anónimo 1935). 2. Realizar sacrificios y otras ceremonias clave. Susan Schroeder (1991: 122) señala que en los escritos de Chimalpahin, «algo esencial en la formación del altepetl fue la posesión de una deidad por parte de cada grupo fundador». Uno de los primeros actos a realizar después de la creación de un altepetl y su ciudad capital era la construcción de un santuario y la realización de ofrendas al dios tutelar, tal y como se indica en la Tira de Tepechpan. Las fuentes aztecas enfatizan la realización de sacrificios de animales y otros tipos de ofrendas apropiadas para las ceremonias de fundación. Las trompetas de concha y otros instrumentos musicales eran utilizados para marcar los eventos fundacionales. Los códices mixtecos, por otra parte, enfatizan la creación de un fuego nuevo mediante el empleo de un taladrador para elaborar fuego como parte clave de la ceremonia de fundación (Boone 2000a). Aunque en fuentes aztecas existen algunos casos de encendido de un fuego nuevo para la fundación de ciudades, la ceremonia del fuego nuevo en el centro de México era utilizada más comúnmente para conmemorar el ciclo calendárico de 52 años (Elson y Smith 2001). Los inmigrantes de Aztlan llevaban bultos sagrados durante su viaje (Olivier 1995), y las ceremonias de fundación podrían haber involucrado algún tipo de ofrenda relacionada con dichos bultos. 3. Medir y demarcar las fronteras de la ciudad-estado. Una vez que una dinastía y su ciudad habían sido fundadas, el rey enviaba nobles a medir los límites de la entidad política. Estas cuadrillas de demarcación deambulaban por las fronteras en dirección contraria a las manecillas del reloj y realizaban una lista de marcadores específicos, los cuales podían ser elementos naturales como montes o ríos, o construidos tales como montículos de piedras. En el códice conocido como Historia Tolteca-Chichimeca (Kirchhoff et al. 1976) se encuentran varios ejemplos del establecimiento de los límites de las ciudades-estado. En la Fig. 3 se ilustra la fundación de Cuauhtinchan, una ciudad lo4 Estos rituales también son analizados por García-Zambrano (1994) y Boone (2000a). López Austin (1994: 217-218) analiza otros aspectos religiosos de la fundación de asentamientos.
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Fig. 3.—Fundación del poblado y la dinastía de Cuauhtinchan, tal y como se muestra en Historia ToltecaChichimeca (modificada de Kirchhoff et al. 1976: 35v, 36r).
calizada al sur de Cholula. El glifo de la ciudad se encuentra en el centro. Una línea de pisadas muestra la llegada de sus fundadores chichimecas —con arco y flechas— procedentes del norte (como la mayor parte de los mapas aztecas, el este se muestra en la parte superior). La fecha 8 caña se asigna al evento de fundación; de acuerdo con Kirchhoff et al. (1976: 18), ésta se corresponde con 1174 d.C. Los glifos mostrados en la periferia son los marcadores de fronteras que están siendo medidas por un equipo de prospección de cuatro individuos, a lo que se muestra consultándose los unos a los otros a la izquierda y la derecha del mapa. Dos de estos individuos son los sumos sacerdotes de Cholula, lo cual evidencia el importante papel político-religioso de esta ciudad en la política regional. Las huellas de pisadas alrededor de la periferia muestran el camino de la cuadrilla de exploración a lo largo de su camino junto a los límites o frontera. La delineación de fronteras territoriales es bastante común en documentos coloniales tempranos. Por ejemplo, al hablar de la fundación de un altepetl, Chimalpahin indica, «así ellos fundaron el altepetl de Amequemecan en ese año y establecieron todas las fronteras tal y como fueron y gobernaron» (Schroeder 1991:
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127). Sin embargo, es muy probable que esta práctica haya sido una invención colonial proyectada hacia un pasado prehispánico con el fin de justificar fronteras territoriales en el periodo Colonial5. 4. Dividir la tierra de la ciudad-estado entre los nobles. En tiempos de los aztecas, la mayor parte de la tierra de las ciudades-estado era controlada y poseída por los nobles (Lockhart 1992). Una vez que la dinastía y la ciudad habían sido fundadas, el rey debía dividir la tierra entre los señores principales; esto es posiblemente lo que se muestra en la escena de la fundación de Tepechpan (ver Figura 2) y en la imagen de la fundación de Tenochtitlan en el Códice Mendoza. En algunos casos, los reyes involucrados en campañas de expansión territorial enviaban nobles a tomar posesión de nuevas tierras. Por ejemplo, Tezozomoc de Azcapotzalco, gobernante del imperio tepaneca, «instaló a sus hijos, de los cuales tenía muchos, como señores de las colonias [poblados] que él fundó» (Carta de Azcapotzalco 2000: 219). Estos rituales de fundación pueden ser considerados actos de fundación religiosa formal para las ciudades aztecas. No se tiene la certeza de que estos actos realmente se realizaran, pero está claro que este tipo de fundación formal era ideológicamente importante para los aztecas contemporáneos de la conquista española. Tenochtitlan Existe mucha más información acerca de la fundación de Tenochtitlan de la que existe para cualquier otra ciudad azteca. La historia es bien conocida y no re5 Aunque escenas como las de la fundación de Cuauhtinchan (Figura 3) reflejaban eventos ocurridos varios siglos antes de la conquista española, la mayoría de estos documentos se produjeron durante el periodo colonial. Fueron pintados como parte de los documentos entregados en la Corte española para los procesos mediante los cuales los indígenas aseguraban la posesión de sus tierras (Oudijk y Romero 2003). Argumentando que las fronteras de sus comunidades habían sido establecidas con mucha anterioridad, mediante un proceso comprensible para la Corte española, los nahuas del periodo Colonial fortalecieron su posición legal (García-Zambrano 1994). Esto sugiere que el concepto de delimitación de fronteras territoriales se haya originado a partir de los requerimientos del sistema legal español, no debido a prácticas indígenas. La medición de los límites de una entidad política tiene sentido desde una perspectiva europea la cual define entidades mediante su territorio. Otra opción que se ajusta más a las antiguas prácticas mesoamericanas pone énfasis en la gente, no en el territorio. Un altepetl constaba de toda la gente sujeta al rey, viviera donde viviera. En muchos casos, los miembros de un altepetl vivían en un único territorio. En otros casos, sin embargo, los sujetos de los diferentes reyes vivían entremezclados, haciendo imposible una delimitación clara de entidades. El mejor ejemplo es el de los altepetl de Tepechpan, Acolman y Teotihuacan en el Valle de Teotihuacan, señalado por primera vez por Charles Gibson (1964: 44-47). Resulta simplemente imposible dibujar fronteras territoriales alrededor de los pueblos que forman estos tres altepetl. Esta distribución de asentamientos tiene mucho sentido desde la definición centrada en las personas de las entidades políticas. Este punto de vista, por el que las entidades se definen por relaciones de sometimiento o alianzas y no por territorios y fronteras, puede haber estado muy extendido por toda Mesoamérica. El análisis de Nikolai Grube (2000) para el Clásico Maya llega a una conclusión similar.
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petiré sus detalles aquí (ver D. Carrasco 1999; Davies 1973; Heyden 1989; Sullivan 1971). La historia básica es la de que el pueblo mexica estableció Tenochtitlan en una isla deshabitada en los pantanos del Lago de Texcoco. Sus ancestros habían huido hacia el pantano para escapar del ejército de Culhuacan. El dios tutelar de los mexica, Huitzilopochtli, les había prometido una tierra donde construir una ciudad. Mientras se encontraban en el pantano, los mexicas vieron una señal de su dios —un águila sobre un nopal sosteniendo una serpiente en su pico— y supieron que habían encontrado su hogar (Fig. 4). Inmediatamente des-
Fig. 4.— Fundación de Tenochtitlan como se muestra en el Códice Mendoza (Berdan y Anawalt 1992, vol. 3: f. 2r) (modificado Berdan y Anawalt 1992, vol. 4: 9).
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pués construyeron un templo para Huitzilopochtli, y pronto se estableció una bulliciosa ciudad. Varios años más tarde, otro grupo de mexicas fundaría Tlatelolco en la parte norte de la isla. Heyden (1989) describe la historia de la fundación de Tenochtitlan, que incluye muchos componentes sobrenaturales. En las narraciones históricas aztecas tales como el Códice Mendoza, se indica que Tenochtitlan fue fundada en el año 2 Casa, o 1325 d.C. Las excavaciones arqueológicas en la Catedral de la Ciudad de México y en otros lugares han descubierto depósitos de cerámica de la fase Azteca Temprana (1100-1350 d.C.) debajo de las ruinas tardías de Tenochtitlan (Vega 1979). El material azteca temprano indica que la isla estuvo ocupada antes de 1325, lo cual contrasta con las narraciones indígenas. Esto sugiere que, o bien los mexicas llegaron a la isla antes de 1325, o que otro grupo vivió allí antes de la llegada mexica en 1325. Estos depósitos del periodo Azteca Temprano aparecen muy removidos por la ocupación posterior, y no sobrevive arquitectura de dicho periodo. Para la ciudad de Tenochtitlan pueden identificarse hasta tres fundaciones diferentes. La primera es la ocupación inicial de la isla. Aunque este evento no ha sobrevivido en ninguna narración histórica, los materiales del periodo Azteca Temprano mencionados proporcionan evidencia arqueológica para esta primera fundación. La segunda fundación es la que describe la historia oficial mexica con el águila y el nopal, que presumiblemente tuvo lugar en 1325 d.C. Esta fue la fundación formal religiosa de la ciudad, sancionada por el dios Huitzilopochtli y estuvo acompañada por la construcción de un templo. La tercera fundación de Tenochtitlan fue una fundación política formal señalada por el establecimiento de la primera dinastía mexica legítima (proveniente de los toltecas) con la ascensión del rey Acamapichtli en 1372 d.C. Las fuentes históricas indígenas de Tenochtitlan muestran la ascensión regia de Acamapichtli (el establecimiento de una dinastía legítima) como una evolución natural que formaba parte del crecimiento del pueblo mexica y su estado. Sin embargo, el verdadero contexto político de este evento es más complicado. La isla se localizaba en territorio tepaneca, entre su capital Azcapotzalco y su principal rival, Texcoco, al otro lado del lago. Azcapotzalco era la entidad política dominante en la Cuenca de México en la última parte del siglo XIV. El rey tepaneca dejó asentarse a los mexica en Tenochtitlan, probablemente como parte de una estrategia de fortalecimiento de su frontera con Texcoco (Santamarina 2006: 283-296). Los mexicas se convirtieron en vasallos del rey tepaneca durante aproximadamente un siglo (hasta la Guerra Tepaneca de 1428). LA HERENCIA TOLTECA Si el tema chichimeca producía orgullo por los aspectos bárbaros y guerreros de los ancestros, el tema tolteca enfatizaba su naturaleza culta y civilizada. El
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Mapa Quinatzin (ver Figura 1) ilustra muchos de los atributos de los toltecas tal y como los representaban las narraciones históricas aztecas: ropas hechas con tela tejida, pelo arreglado, cultivo del maíz y vida urbana. Estos atributos comprenden los principales temas toltecas en las fuentes históricas aztecas. Una posible interpretación de esta escena es que el acto de asentarse y el de fundar ciudades marcan la transición de chichimeca a tolteca. Los otros asuntos toltecas descritos con anterioridad incumben menos a los toltecas como gente civilizada que a los toltecas como los grandes ancestros que vivían en la gran ciudad de Tollan. La grandeza tolteca Los nobles aztecas miraban a los toltecas del pasado y veían una cultura y un pueblo más avanzado y civilizado que cualquier otro, anterior o posterior. La ciudad de Tula, o Tollan, fue descrita como un lugar maravilloso en donde todo el mundo era sabio y bueno y donde las calles estaban (metafóricamente) pavimentadas con oro. Este es el segundo gran tema tolteca en las historias aztecas: Tula y los toltecas fueron los creadores de muchos aspectos claves de la cultura mexica. Está claro que Tula y los toltecas tuvieron una fuerte significación ideológica para los nobles aztecas, y ahora sabemos que la mayor parte de las cosas que los aztecas atribuían a los toltecas eran erróneas o demasiado exageradas. Sería absurdo considerar hoy en día a los toltecas como inventores del calendario y del resto de las artes y oficios mesoamericanos, dado que ahora sabemos que se originaron varios milenios antes de la aparición de los toltecas. De hecho, es demasiado increíble pensar que los propios aztecas hayan sido tan inocentes como para creerse todo esto6. En lugar de esto, tiene más sentido ver las descripciones aztecas acerca de los toltecas como reivindicaciones ideológicas no como descripciones literales. El tercer asunto tolteca era la idea de que la legitimidad de los reyes aztecas dependía de su descendencia directa de los antiguos reyes toltecas de Tula. Los gobernantes aztecas sólo remontaban sus genealogías en el pasado hasta los toltecas, y la legitimación podía ser transmitida por vía masculina o femenina (Gillespie 1989). Por ejemplo, los mexicas de Tenochtitlan se transformaron de un simple grupo étnico en un altepetl cuando Acamapichtli —hijo de un noble mexica y una princesa de la dinastía tolteca de Culhuacan— ascendió al trono en 1372. 6 La interpretación azteca de la prehistoria mesoamericana puede haber sido rudimentaria, pero dada la fuerte orientación empírica e historiográfica de los estudiosos aztecas resulta difícil aceptar que de verdad creían que los toltecas inventaron el calendario y las artes. Los mexica supieron de un buen número de ciudades anteriores además de Tula (por ejemplo, Teotihuacan y Xochicalco), y coleccionaron máscaras de piedra de la aún más antigua cultura Mezcala de Guerrero para enterrarlas en sus ofrendas, lo cual sugiere conocimiento de culturas anteriores a la tolteca (Umberger 1987).
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La idealización y adoración de los toltecas por parte de los aztecas no es difícil de entender. Eran los grandes ancestros dignos de respeto y rememoración. Lo que resulta difícil de comprender, sin embargo, es por qué muchos estudiosos han sido tan crédulos como para creerse las exageradas reivindicaciones aztecas con respecto a los toltecas. Aunque las descripciones aztecas de los reyes toltecas son obviamente muy exageradas y este tipo de tradición histórica muy raras veces puede ser tomada por cierta por más de uno o dos siglos (Henige 1974, 1982), muchos estudiosos han aceptado los cuentos de los reyes toltecas como narraciones históricas válidas (p. e., Nicholson 2001). Por ejemplo, a pesar del hecho de que no hay evidencia arqueológica de un imperio con su sede en Tula y de que sólo existe evidencia histórica fragmentada y transformada en mito, muchos estudiosos han aceptado la existencia de un imperio tolteca como tal, simplemente porque se sugiere en algunas fuentes aztecas7. El «problema tolteca» requiere de la atención de la academia para que podamos comprender con más claridad esta aceptación tan poco crítica de un punto de vista azteca por parte de los estudiosos modernos. Sin embargo, para los propósitos del presente estudio, no importa realmente si los aztecas tenían una visión exacta de los logros toltecas, o no. Los puntos importantes son: (1) que los aztecas veneraban y celebraban todo aquello que fuera tolteca; y (2) que se esforzaron significativamente por alcanzar ese ideal. Esto resulta especialmente claro en el trazado de los epicentros urbanos. Tollan renacida en los diseños urbanos aztecas No hay duda alguna de que los aztecas estaban familiarizados con las ruinas de la ciudad de Tula (Figs. 5 y 6). Sahagún sugiere que los mexicas excavaron Tula en busca de reliquias (Sahagún 1950-82, bk.10: 165). Numerosas ofrendas aztecas (de los periodos Azteca Temprano y Azteca Tardío) han sido excavadas en el epicentro de Tula (Acosta 1954), pero no está claro si fueron depositadas por residentes del área de Tula durante esos periodos o por visitantes que llegaron a la ciudad sagrada en ruinas desde algún altepetl del centro de los dominios aztecas. Alguien, durante la época azteca, construyó un pequeño altar enfrente de la pirámide más grande, el Templo C. Este altar no se muestra en los mapas del periodo Tolteca de la ciudad de Tula (Fig. 6), pero es visible en las fotos aéreas del sitio (Fig. 5) como un pequeño montículo de escombros hacia el norte (izquierda) de la escalinata. Tal y como ya he indicado en otro sitio (Smith s.f. a), tales altares son 7 Michel Graulich (1997) muestra la naturaleza improbable de las descripciones aztecas de los reyes toltecas e interpreta estas narraciones como mitológicas, analizando los motivos por los cuales las narraciones históricas indígenas no son fiables después de un siglo o dos (Smith s.f. c). En otro artículo (Smith y Montiel 2001) indico las evidencias en contra de la existencia del imperio tolteca.
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Fig. 5.—Foto aérea del epicentro de Tula. Cortesía de la Compañía Mexicana de Aerofoto.
Fig. 6.—Plano del epicentro de Tula (modificada de Mastache et al. 2002: 92).
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un componente fundamental de la planificación urbana azteca, y si los constructores aztecas iban a agregar un elemento arquitectónico a Tula, el pequeño altar parece la opción más lógica. Una evidencia adicional que indica que los reyes aztecas estaban familiarizados con la ruinas de Tula viene del diseño de varios epicentros urbanos en Morelos (Fig. 7). El trazado de estas cuatro capitales de altepetl comparte las siguientes características con Tula: • Una distribución ortogonal formal de los edificios alrededor de una plaza rectangular. • La plaza es casi cuadrangular.
Fig. 7.—Planos de epicentros de ciudades aztecas en Morelos (Smith s.f. a). Los planos tienen una escala común, pero diferentes orientaciones.
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• El templo más grande está situado en el lado este con escaleras hacia el lado oeste de la plaza. Algunas de las cuatro ciudades aztecas, pero no todas, comparten otras semejanzas con Tula: Como Tula, Coatetelco y Cuentepec tienen juegos de pelota—orientados de norte a sur—localizados en el lado oeste de la plaza; y Coatetelco y Teopanzolco tienen ambos edificios en forma de «T» en el lado sur de la plaza, como Tula. Todos estos epicentros aztecas son más pequeños que el de Tula, pero el parecido es claro. El trazado de Coatetelco es particularmente impactante comparado con el de Tula. Aunque algunos de los principios de planificación evidentes en las Figuras 6 y 7 eran ampliamente compartidos por toda Mesoamérica (por ejemplo, una plaza rectangular formalmente definida por los templos más grandes), el trazado específico de estas ciudades resulta distintivo y no se parece a ningún otro centro urbano mesoamericano. La explicación más lógica para esta similitud es que las ciudades aztecas fueron diseñadas imitando a Tula. Resulta sencillo sugerir que los constructores de las capitales aztecas querían imitar el trazado de Tula. Los reyes aztecas legitimaron su gobierno a través de referencias a sus ancestros reales toltecas, y la distribución urbana era la materialización de esa reivindicación ideológica, expresada mediante una poderosa evidencia visual. El diseño de las ciudades aztecas fue probablemente establecido como parte de un acto político formal de fundación. Resulta sin embargo complicado explicar cómo tuvo lugar dicha imitación. ¿Se asentaron reyes y arquitectos toltecas en las nuevas ciudades aztecas huyendo de la destrucción de Tula? ¿Quizás viajaron los reyes aztecas y sus constructores a visitar las ruinas de Tula para estudiar su diseño? O tal vez el diseño de Tula se conservaba en códices que los reyes y arquitectos podían consultar. La presencia de ofrendas del periodo Azteca Temprano en medio de la plaza central de Tula (Fig. 8), sugiere algún tipo de actividad azteca en las ruinas toltecas durante el periodo en el cual los gobernantes de Teopanzolco y otras ciudades de Morelos estaban construyendo sus edificios en imitación a los de Tula. Un aspecto interesante de este fenómeno es que el diseño tolteca se encuentra en todos los epicentros aztecas que se han preservado, pero no resulta tan obvio en las ciudades aztecas de la Cuenca de México. Si bien las ciudades en esta última región tienen algunos de los elementos del trazado de Tula (Fig. 9), muestran mucho menos parecido que las ciudades de Morelos. Hasta Cuexcomate (Smith 1992), un pequeño pueblo en Morelos que no era capital de ningún altepetl, tiene un modesto epicentro dispuesto de la misma forma que los ejemplos en la Figura 7. ¿Fueron las ciudades de Morelos fundadas antes que sus similares en la Cuenca de México, dándoles una conexión histórica más próxima a Tula? Teopanzolco fue una ciudad del periodo Azteca Temprano, pero la arquitectura pública de la mayoría de las ciudades aztecas (tanto en Morelos como en la Cuenca de México)
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Fig. 8.—Vasijas cerámicas del periodo Azteca Temprano procedentes de una ofrenda azteca en Tula; a y b: Azteca II negro sobre naranja; c y d: Azteca Temprano negro y blanco sobre rojo (modificado de Acosta 1954: 52-53).
no puede ser datada con precisión con la evidencia actual. O quizás las ciudadesestado de Morelos fueron menos poderosas y sus reyes sintieron una mayor necesidad de realizar aseveraciones ideológicas que expresaran su adhesión al ideal tolteca. En todo caso, parece claro que un cierto número de ciudades aztecas en Morelos fueron diseñadas imitando a Tula, para proveer de evidencia visible —tanto para los aztecas como para los observadores modernos— de la importancia del concepto tolteca en la fundación de ciudades aztecas. Este es el cuarto tema tolteca para los aztecas. La construcción de ciudades a imagen de Tula puede ser vista desde la perspectiva de la memoria social (Fentress y Wickham 1992). Susan Alcock (2001, 2002) muestra cómo algunas sociedades antiguas «memorizan» sociedades más tempranas a través de la construcción de monumentos y la modificación arquitectónica del paisaje. Ella utiliza el concepto de «memoria teatral» (memory theater) para referirse a los espacios arquitectónicos designados para invocar y celebrar memorias específicas del pasado. Tal y como los romanos mo-
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Fig. 9.—Planos de epicentros de ciudades aztecas de la Cuenca de México (Smith s.f. a). La escala y orientación son comunes.
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dificaron Atenas y otras ciudades griegas para evocar a la cultura griega, así hicieron los aztecas al diseñar sus ciudades para evocar la grandeza del pasado tolteca. UNA PERSPECTIVA MÁS AMPLIA La hipótesis de que los reyes aztecas utilizaron principios de planificación urbana provenientes de Tula es parte de un nuevo modelo de planificación urbana en el centro de México. Este modelo ha sido descrito anteriormente (Smith 2005) y se presenta a continuación. Se puede contrastar con el punto de vista tradicional acerca de este tema, tal y como lo articulan William Sanders y otros (Sanders y Santley 1983). En el modelo tradicional, es Teotihuacan quien proporcionó el modelo original para la planificación urbana en el centro de México; los gobernantes de Tula copiaron los principios del modelo de Teotihuacan, y más tarde los gobernantes mexicas copiaron el trazado de Tula (Fig. 10 a). Mi modelo revisado se presenta en la Fig. 10 b. Tres son los principios fundamentales que caracterizaron la planificación urbana de la mayor parte de las ciudades de la antigua Mesoamérica: (1) la concentración de la arquitectura pública en una zona central, el epicentro; (2) el uso de una variada gama de técnicas de planificación dentro del epicentro urbano pero no en el resto de la ciudad (las zonas residenciales muestran poca planificación); y (3) el uso de la plaza pública como característica básica sobre la que se estructura el espacio urbano. Una de las muchas formas en las que la ciudad de Teotihuacan fue única y radicalmente distinta dentro de la diversidad de ciudades mesoamericanas, fue la desviación que mostró con respecto a estos antiguos
Fig. 10.—Modelos de desarrollo de los principios de planificación urbana; a: modelo tradicional; b: nuevo modelo.
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principios de planificación. No tiene un epicentro compacto (a menos que toda el área a lo largo de la Calzada de los Muertos se pueda considerar como un gran epicentro); toda la ciudad muestra un alto grado de planificación, no sólo su área central; y tiene pocas plazas. No hay una gran plaza central, y de hecho la Calzada de los Muertos juega el papel de la plaza mesoamericana al proveer de un marco espacial para la coordinación de los principales edificios (y de toda la ciudad). Además, Teotihuacan carece de juegos de pelota, uno de los tipos de edificios fundamentales en Mesoamérica. Después de la caída de Teotihuacan, las ciudades del centro de México volvieron a los antiguos principios de planificación urbana mesoamericanos. Xochicalco, Teotenango y Tula muestran los principios mesoamericanos básicos de planificación (Fig. 11). Entre estos tres sistemas de planificación urbana, Tula se
Fig. 11.—Planos urbanos post-teotihuacanos en el centro de México (Smith s.f. c).
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destaca por poseer un mayor nivel de formalismo y monumentalidad. Utilizo el término «formal», al estilo de la historia del arte, para designar trabajos cuya estructura resulta clara y obvia al observador (Taylor 1981: 65-68, 95). En comparación con Xochicalco y Teotenango, tanto la plaza como las principales estructuras (aunque hay menos) de Tula Grande son mucho más grandes, y hay una mayor simetría y simplicidad en la distribución de los edificios. Aunque algunos autores han argumentado acerca de una cierta continuidad en forma y trazado entre Tula y Teotihuacan (Mastache y Cobean 2003), las diferencias tan radicales en los diseños de las dos ciudades sugieren más bien todo lo contrario, una falta de continuidad en cuanto a la forma. De hecho, las diferencias son lo suficientemente grandes como para pensar que los gobernantes y planificadores de Tula rechazaron de manera deliberada el diseño urbano de Teotihuacan. No sólo volvieron a los viejos trazados utilizados con anterioridad en la antigua Mesoamérica, sino que lo hicieron de forma clara, produciendo la distribución urbana más formalmente planeada de toda Mesoamérica. Aunque ciertamente existieron numerosos paralelismos culturales y cierta continuidad entre Teotihuacan y Tula, la planificación urbana no fue uno de ellos. Tula mostró un cierto número de innovaciones en planificación urbana, particularmente la adopción de estructuras con columnas y de patio-banqueta (Kristan-Graham 1999; Mastache et al. 2002). La mayor parte de las capitales de las ciudades-estado aztecas fueron fundadas durante la mitad del periodo Postclásico. Esta clase de urbanización simultánea a través de una gran área es denominado «modelo de sinergia» por Balkansky et al. (2004), y sugiere un sistema dinámico de entidades políticas interactuando entre sí. Debido a que éstas fueron nuevas fundaciones de ciudades en la estela de las migraciones provenientes desde Aztlan, los primeros reyes aztecas tuvieron la libertad de diseñar sus ciudades a placer. Tal y como ya se ha indicado, muchos de estos reyes, particularmente los de Morelos, diseñaron sus ciudades con plazas muy similares al trazado de Tula Grande, aunque a menor escala (ver Figuras 5 a 7). Los templos, juegos de pelota y otros edificios aztecas eran más pequeños que sus correspondientes estructuras en Tula; las plazas eran menores; y en general los epicentros eran más pequeños. Esta diferencia en cuanto a escala probablemente se deba a dos factores: las ciudades aztecas tenían una población menor a la de Tula, y los gobernantes de las ciudades-estado aztecas fueron menos poderosos que los reyes del estado tolteca. Los epicentros de las ciudades-estado aztecas muestran un cierto grado de coordinación entre sus edificios, aspecto éste analizado por Smith (s.f. b): los edificios públicos compartían una orientación común; muestran una integración espacial con respecto a una característica central (la plaza); y la mayor parte de sus planos muestran formalidad y monumentalidad (aunque en una escala limitada en comparación con ciudades como Tula o Teotihuacan). Aunque estos no tienen grandes epicentros urbanos, muestran una planificación muy cuidadosa, que transmite una gran variedad de mensajes ideológicos a sus habitantes y a sus vi-
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sitantes (Smith s.f. a: capítulo 5). Los diseños de los epicentros de Morelos (ver Figura 7) llaman la atención por la similitud entre ellos, así como por su parecido con el trazado de Tula Grande. Los ejemplos que sobreviven de la Cuenca de México muestran una mayor variabilidad en cuanto a su forma (ver Figura 9), pero sus inventarios arquitectónicos básicos recuerdan a los de las ciudades de Morelos. No conocemos casi nada acerca del trazado de Tenochtitlan y de su epicentro durante su primer siglo (antes de la fundación del imperio de la Triple Alianza en 1428). Parece razonable plantear la hipótesis de que el Templo Mayor (cuyas fases más tempranas pertenecen a los primeros años de la ciudad) fue originalmente parte de un epicentro con una planeación similar a la de otras ciudades aztecas. El templo miraba hacia el oeste, y la plaza debió haber estado en el área inmediatamente hacia su oeste. Sin embargo, en algún momento de su historia, los gobernantes mexicas realizaron una ruptura radical con la planificación típica de una ciudad azteca al encerrar el área central en un recinto amurallado, que después fue rellenado con edificios. Durante la época de la conquista española, este llamado «recinto sagrado» estaba lleno de templos, adoratorios, altares, un juego de pelota, y otras estructuras usadas por la religión estatal de Tenochtitlan (Marquina 1960; Matos 2003; Nicholson 2003). Los gobernantes de Tlatelolco también construyeron un recinto amurallado, probablemente a imitación del de Tenochtitlan. Tenochtitlan tenía una modesta plaza, localizada inmediatamente al sur del recinto amurallado (Calnek 1976, 2003). Sin embargo, este espacio sirvió como mercado permanente no como una plaza ceremonial. El recinto sagrado de Tenochtitlan tomó el lugar de la plaza azteca normal, pero no era una plaza, a pesar del uso de este término por algunos autores actuales (Low 1995; Matos 2003: 133). La construcción de un recinto amurallado en Tenochtitlan (muy probablemente en el lugar donde con anterioridad había una plaza) fue quizás parte de una nueva ideología imperial de los gobernantes mexicas. Ciertamente, esto provocó que el centro de Tenochtitlan fuera único entre las ciudades aztecas8. 8 Existe una gran confusión en la literatura acerca de la aparición de los recintos amurallados en las ciudades aztecas. Gran parte debe achacarse a Motolinía (1979: 50-51), cuyas palabras parecen indicar que está generalizando para todas las ciudades cuando menciona la muralla que rodea al distrito ceremonial. La descripción de Sahagún (1993: 269r) del recinto amurallado de Tenochtitlan ha causado también mucha confusión. Umberger (2003: 3) llama a esta ilustración «un típico centro ceremonial azteca»; Pasztory (1983: 101-102) reivindica que el recinto amurallado era una característica común en las ciudades aztecas, mencionando a Tenochtitlan, Huexotla y Zempoala (una ciudad provincial no azteca de la Costa del Golfo); Hardoy (1973: 178-179) pretende que la descripción de Motolinía se aplica a «ciudades indígenas» en general; y Nicholson (1971: 437) sugiere que «todas las comunidades de tamaño sustancial» tuvieron un recinto amurallado. Atribuyo estas interpretaciones al hecho de poner un énfasis excesivo sobre Tenochtitlan como modelo de ciudad azteca. Nicholson (2003) hace la extraña y poco probable sugerencia de que la pintura de Sahagún representa el (hipotético) recinto amurallado de Tepeapulco, no el de Tenochtitlan, ya que la pintura muestra menos de los 78 edificios descritos en el texto de Sahagún (1950-82: bk. 2, pp.179-193).
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Además de sus innovaciones en principios de planificación, los gobernantes y planificadores de Tenochtitlan también tomaron ideas de las antiguas ciudades de Teotihuacan y Tula para diferenciar aún más a su ciudad de otras ciudades aztecas. Una gran variedad de estilos y características del arte monumental tolteca fueron adoptadas por los mexicas como parte de un uso político continuado del pasado azteca por parte de las élites y los gobernantes (De la Fuente 1990; Umberger 1987). Algunos de los elementos urbanos toltecas —incluyendo templos circulares y plataformas de Tzitzimime (Smith 2005)— fueron empleadas primero por las capitales de las ciudades-estado y más tarde acogidas en Tenochtitlan. Otros elementos toltecas parecen haber sido adoptados por Tenochtitlan directamente desde Tula, sin que aparezcan en otras ciudades aztecas. Por ejemplo, la Casa de los Guerreros Águila adyacente al Templo Mayor en Tenochtitlan puede haber sido construida como imitación de elementos existentes en Tula (Mastache y Cobean 2000). Los reyes mexicas también obtuvieron inspiración y legitimidad de Teotihuacan, y los aspectos ideológicos de esta herencia se materializaron en un buen número de prácticas, como la colocación de objetos teotihuacanos en ofrendas mexicas, imitación de estilos teotihuacanos en objetos rituales y en la arquitectura, y otras muchas referencias materiales a la antigua Teotihuacan (Boone 2000b; López Luján 1993; Olmeda 2002; Umberger 1987). Teotihuacan se convirtió en el escenario de algunos importantes mitos aztecas de la creación. Sin embargo, las referencias materiales explícitas a Teotihuacan cerca del Templo Mayor aparecen en su historia tardíamente. La mayoría pertenecen a la fase constructiva VI, en su mayor parte correspondientes al reino de Ahuitzotl (1486-1502, ver López Luján 1993); incluyendo los «templos rojos» de estilo teotihuacano (Olmeda 2002: 55) y la Ofrenda 5 en la Casa de los Guerreros Águila con su vaso teotihuacano de cerámica Naranja Delgada (López Luján et al. 2000). Si las referencias a Teotihuacan aparecen tan tarde en la historia de Tenochtitlan, es poco probable que la imitación deliberada del trazado ortogonal de Teotihuacan fuera responsable de la creación del plan en rejilla de Tenochtitlan. Sin embargo, los gobernantes mexicas pueden haber utilizado este parecido —bastante poco usual en la antigua Mesoamérica— como parte de su programa ideológico imperial.
Es difícil imaginar cómo un pintor indígena podría incluir los 78 edificios en una única ilustración. Para una discusión más detallada, ver los comentarios de Heyden acerca de este tema, en Sahagún (1993: 117-119, note 1), y Mundy (1998: 18-20). La única capital de ciudad-estado azteca con posibles evidencias de haber poseído un recinto amurallado es Huexotla (García 1987), pero no estoy muy convencido de que el único segmento de pared que se mantiene en posición fuera parte de un recinto cerrado por sus cuatro lados. Los restos de pared en Huexotla son aún un enigma, y sólo una futura excavación podría ayudar a dar respuesta a esta pregunta.
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CONCLUSIONES Aunque existen pocas referencias explícitas a la fundación de las ciudades en las narraciones nativas aztecas, He intentado reconstruir varios tipos de fundación para las capitales de las ciudades-estado. En común con las culturas de las ciudades-estado en otras partes del mundo (Hansen 2000b), los conceptos de ciudad y estado estaban muy interrelacionados, tanto en la realidad empírica del pasado como en los documentos históricos que sobreviven. Una implicación de esta situación es que las narraciones históricas de la fundación de dinastías pueden también ser interpretadas como descripciones de la fundación de las ciudades en las cuales dichas dinastías estaban ubicadas. Aunque el registro arqueológico suministra pocas explicaciones explícitas acerca de la fundación de ciudades, los patrones en la arquitectura, el trazado de las ciudades y la continuidad en los asentamientos, informan de manera detallada acerca de los orígenes y de la fundación de las ciudades aztecas. La política y la religión fueron las funciones urbanas dominantes en las capitales de las ciudades-estado aztecas. Por lo tanto, no resulta sorprendente que las narraciones acerca de la fundación de las ciudades hagan énfasis en dinastías, reyes y rituales. El establecimiento de una dinastía legítima (esto es, una dinastía con conexiones ancestrales a los reyes toltecas) marcaba la fundación política formal de una ciudad azteca. Dos de los ejemplos analizados provenientes de los códices —Tepechpan y Cuauhtinchan— muestran fundaciones políticas formales de las ciudades. En Tepechpan, dicha fundación política estuvo acompañada de sacrificios, que pueden ser considerados como actos religiosos formales de fundación. La mayoría de las ciudades-estado aztecas eran entidades políticas soberanas en la época en la que fueron fundadas. Más tarde, la mayoría de estas entidades políticas fueron conquistadas por uno o más de los tres imperios aztecas: el imperio Acolhua situado en Texcoco, el imperio Tepaneca situado en Azcapotzalco y el imperio de la Triple Alianza situado en Tenochtitlan. La arqueología proporciona un conjunto de evidencias distinto para las fundaciones formales políticas y religiosas en las capitales de las ciudades-estado de Morelos. El gran parecido en el diseño urbano de estas ciudades con el de Tula sugiere que sus dirigentes copiaron deliberadamente el trazado tolteca. En los mitos de la fundación de Tenochtitlan, las fundaciones formales política y religiosa tuvieron lugar en distintas épocas. La fundación religiosa, señalada por la historia del águila sobre el nopal, vino primero, en 1325 d.C. La fundación política formal vino más tarde, en 1372, cuando los mexicas de Tenochtitlan entronizaron a su primer tlatoani legítimo, Acamapichtli. Como hijo de una princesa culhua (y de un noble mexica), Acamapichtli era parte de la dinastía con orígenes toltecas de Culhuacan. La mayoría de las capitales de las ciudades-estado aztecas fueron fundadas en sitios nuevos, muy probablemente al final de las migraciones procedentes de
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Aztlan. Este proceso difiere del de otras ciudades fundadas por colonización en el Mundo Clásico y en otras partes del mundo, donde los inmigrantes eran enviados deliberadamente por una comunidad natal a encontrar nuevos asentamientos. En lugar de esto, se movieron hacia el sur (debido a razones desconocidas) como un grupo no organizado y fundaron dinastías y ciudades cuando se asentaban en una nueva región. El índice de crecimiento de la población en el centro de México fue muy alto durante los periodos Azteca Temprano y Azteca Tardío (Smith 2003: 57-61), y estas ciudades muy probablemente crecieron con rapidez una vez fundadas. Los datos de variación de diversas ciudades aztecas muestran que el proceso de fundación urbana ocurrió al mismo tiempo a lo largo y ancho del área del México Central (Smith s.f. a). Hubo altos niveles de interacción social y política entre las entidades políticas en los valles y regiones del centro de México. Estos datos ilustran la naturaleza de las variaciones entre las ciudades aztecas. De particular importancia es la observación de que Tenochtitlan fue la más divergente y atípica de todas las ciudades aztecas. En el pasado, muchos estudiosos han generalizado acerca de las ciudades aztecas basándose en datos provenientes de Tenochtitlan (ver nota 8), pero ésta no puede ser por más tiempo una práctica aceptable. Para comprender plenamente el urbanismo azteca —incluyendo la fundación de las ciudades— debemos tomar una perspectiva más amplia que incluya tantos ejemplos como sea posible. Agradecimientos: Quiero agradecer a Andrés Ciudad Ruiz y al resto de los organizadores su invitación a participar en esta conferencia. Las discusiones con otros participantes, particularmente con Arlen y Diane Chase, resultaron muy útiles para clarificar mis ideas. Muchos de los temas en este artículo provienen del capítulo 3, «La fundación de Ciudades y Dinastías» de un libro en proceso de realización, Aztec City-State Capitals (Smith s.f. a). Agradezco a George Cowgill, Michel Oudijk y Barbara Stark sus comentarios sobre un borrador de esta aportación. Eduardo Douglas amablemente me proporcionó la ilustración para la Figura 1. BIBLIOGRAFÍA ACOSTA, Jorge R. 1954. «Resumen de los informes de las exploraciones arqueológicas en Tula, Hidalgo, durante los VI, VII, y VIII temporadas, 1946-1950». Anales del Instituto Nacional de Antropología e Historia (serie 6) 8: 37-115. ALCOCK, Susan E. 2001. «The Reconfiguration of Memory in the Eastern Roman Empire». En Empires: Perspectives from Archaeology and History, Eds. S. Alcock, T. D’Altroy, K. Morrison y C. Sinopoli, pp. 323-350. Cambridge University Press. Nueva York. —. 2002. Archaeologies of the Greek Past: Landscape, Monuments, and Memories. Cambridge University Press. Nueva York.
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14 LAS FUNDACIONES URBANAS Y RURALES EN EL ÁREA MAYA, SIGLOS XVI-XVII: ÉXITOS Y FRACASOS DE LA POLÍTICA COLONIAL Juan GARCÍA TARGA Universidad de Barcelona
INTRODUCCIÓN El tema de esta VII Mesa Redonda de la SEEM (Fundación, Refundación y Relocalización de ciudades en la civilización Maya: una perspectiva desde la Antigüedad)1 vuelve a poner de manifiesto lo trascendente del urbanismo como agente cultural desencadenador de procesos adaptativos destinados a generar formas de vida social organizada. En esta ocasión, se incide sobre términos íntimamente ligados al quehacer urbano y constructivo como son fundación, refundación y relocalización, conceptos asociados a los aspectos más introspectivos de una comunidad como el porqué de la elección de un lugar, los rasgos o características que debe tener un espacio para ser elegido como idóneo para una ocupación humana y las causas o circunstancias que explican el cambio de localización, abandono o desocupación de un lugar habitado durante cortos o largos períodos de tiempo. Es el período Clásico maya el que se trata de forma mayoritaria, por lo que esta aportación será un complemento crono-cultural que permite analizar los cambios radicales que supusieron la conquista y supuesta homogeneización cultural desde mediados del siglo XVI, y su incidencia en la forma de concebir el espacio (Fig. 1).
1 La V Mesa Redonda de la SEEM (Reconstruyendo la ciudad maya: el urbanismo en las sociedades antiguas, Ciudad, Iglesias y Martínez 2001) también incidió en el tema del urbanismo centrado en aspectos de patrón de asentamiento, variables regionales y estudios específicos sobre funciones sociales y políticas de los espacios urbanos.
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Fig. 1.—Mapa de Yucatán y Guatemala, 1671 (Markman 1993: 220. Original Arnoldus Montanus).
CONSIDERACIONES GENERALES: EL URBANISMO COMO HERRAMIENTA DE PODER Una vez conquistados los territorios ocupados por la cultura maya posclásica, se inició el proceso de consolidación del nuevo poder hegemónico en unos contextos caracterizados por el poco atractivo económico, una población indígena muy abundante y unas condiciones generales del territorio cuanto menos adversas a los objetivos de la Corona: «No hay minas de plata ni oro. Hay una yerba de añil que se saca mucha cantidad de el en general en esta provincias, con mucho trabajo de los naturales y mucha costa de dinero: hay palo negro de Brasil y otras yerbas con que tiñen amarillo, y palo colorado de tinta para curtir los zurradores» (Relaciones Histórico-Geográficas 1983: 43). Inicialmente se fundan cuatro villas (Mérida, Campeche, Valladolid y Salamanca de Bacalar) para el norte peninsular, así como Ciudad Real y San Cristóbal de los
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Llanos en Chiapas, y Santiago en Guatemala, sobre las que recae el poder organizativo del proceso de consolidación de las nuevas formas occidentales aplicadas al territorio maya. Inmediatamente después, núcleos poblacionales de menor tamaño completan la retícula urbanística peninsular a la que se van sumando todas las poblaciones de indios dirigidas por los frailes de las órdenes mendicantes (Fig. 2).
Fig. 2.—El área maya a finales del siglo XVI (Grube 2001: 380, Fig. 591).
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Tal como se constató en la etapa caribeña, la fundación de centros urbanos y rurales fue un instrumento fundamental en esa nueva dinámica. La importancia del hecho fundacional hispano radicaba en el control de una población dispersa: «Y, en el tiempo de su gentilidad, había ochocientos indios poblados por los montes, en diferentes partes y lugares, hasta que, después de venidos los españoles a la conquista desta tierra, se recogieron y poblaron por orden de los religiosos de San Francisco en el asiento donde están hoy, que los sacaron de los montes» (Relaciones de Guatemala 1982: 125).
Además de «atraer» a la población diseminada, durante el período colonial temprano, se impuso el sistema urbano de retícula o damero de tradición helenística, retomado a finales de la reconquista de la península ibérica (Fig. 3). Debía generarse un modelo sencillo que permitiese ordenar a la población, someterla a los diferentes controles civiles, militares, económicos y religiosos, siendo aplicable con ciertas adaptaciones locales a una gran diversidad de entornos geográficos, orográficos, climatológicos, etc. «…sería necesario ponerlos en policía para que sea camino y medio de darles a conocer la divina y para esto se debería dar orden como viviesen juntos en sus
Fig. 3.—Plano de Briviesca (Burgos), 1313 (La ciudad hispanoamericana 1989: 95).
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calles y plazas concertadamente y que desta manera los prelados podrían tener más entero conocimiento de las cosas de los dichos naturales y verían y sabrían la manera y mejor orden que con ellos de podría tener para su bien y doctrina…» (Archivo General de Indias, México, 1088 L. 3 F.163)2.
La consolidación del proyecto tomaba mayor significación y solidez si el proceso de concentración y fundación se complementaba con la destrucción, reaprovechamiento de materiales3 y superposición de asentamientos coloniales sobre importantes núcleos preexistentes, la elección de espacios simbólicos relevantes de las comunidades locales y la generación de unos nuevos referentes espaciales (López de Cogolludo 1957: 332)4, una nueva jerarquización arquitectónica y visual dentro de los asentamientos (Fig. 4). Este proceso de adaptación forzosa de las comunidades indígenas se define como congregación o concentración según las tendencias de los estudios. Los términos clásicos no definen con precisión la realidad de un proceso lento, constante y muy duro para la población autóctona que supuso la erradicación de las formas ancestrales de vida, la destrucción total o parcial de unos espacios reales y simbólicos, la sustitución de unas imágenes por otras, y, en síntesis, un movimiento forzoso y muy violento de una gran cantidad de personas y familias. «Se inicia así un largo proceso de reacomodo de los grupos indígenas en que la economía occidental, encubierta a veces por el celo piadoso de los evangelizadores, convulsiona y altera las formas indígenas de asentamiento, ocasionando perturbaciones cuya gravedad alcanzó, en múltiples ocasiones, el grado de un genocidio que no por falta de intención fue menos real» (Reyes 1962: 25).
La realidad de los cambios acontecidos puede entreverse con mayor precisión si tenemos en cuenta algunas de las consideraciones sobre las formas de asentamiento mayas. En este sentido, es interesante la interpretación clásica de Morley sobre el modelo de asentamiento maya, que, aunque ampliamente superada hoy en día gracias a los avances de las investigaciones, define la forma de adaptación al entorno, siempre comparándolo con los modelos urbanos actuales occidentales: 2
Real Cédula para que se pongan en policía los Indios. Valladolid, 23 de agosto de 1538. En este sentido resulta muy relevante la referencia de Motolinía (1988: 68) para el altiplano mexicano en el que destaca el proceso de destrucción de los templos «para sacar de ellos la piedra y madera, y de esta forma quedaron desollados y derribados» y la utilización de piedra y fundamentalmente ídolos para la cimentación de las nuevas construcciones. 4 Es relevante el caso de Izamal como asentamiento prehispánico de primer orden sobre el que se dispuso un importante asentamiento colonial coronado por el convento de San Antonio de Padua. Para su construcción se destruyó y niveló parte de la plataforma existente y se retomó su importante función como lugar de peregrinación desde el período Clásico. No obstante, desde un primer momento, también en Izamal, el Kinich Kak-Mo es aprovechado por los frailes franciscanos como lugar emblemático en el que se sitúa una pequeña capilla con materiales perecederos, como primer foco de evangelización de la zona. 3
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Fig. 4.—Izamal (Estado de Yucatán, México). Vista general del Convento de San Antonio de Padua, situado sobre una estructura prehispánica. Siglo XVI (Fotografía del autor).
«los centros mayas de población no eran tan concentrados, tan densamente comprimidos en manzanas apretadas, como sucede con nuestras ciudades y pueblos modernos, si no que bien al contrario, estaban dispersos en extensos suburbios, habitados con más desahogo, esparcidos en una serie continua de pequeñas granjas» (Morley 1947: 346).
Más allá de la simple descripción de una planimetría arqueológica de cualquier sitio maya del clásico, León-Portilla valora las ventajas de un modelo de asentamiento urbano como el maya, desde diversos enfoques sociales y económicos de clara adaptación al entorno (Fig. 5): «una forma tal de agrupamiento ofrece sin duda considerables ventajas tanto desde el punto de vista de la higiene, como desde la economía y bienestar familiares ya que permite mayor holgura y aun la posibilidad de establecer al lado de la casa una huerta o campo de cultivo» (León-Portilla 1957: 20).
Recientemente, David Webster y William Sanders han replanteado su propuesta clásica sobre patrón de asentamiento y definición de los núcleos estables
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Fig. 5.—Izamal. Planimetría general de la parte central del sitio (Burgos et al. 2005: Fig. 2).
mayas del clásico. Las nuevas interpretaciones a la luz del resultado de los estudios arqueológicos permiten una visión mucho más rica sobre la funcionalidad de esos grandes centros: «siguiendo este argumento, los sistemas de asentamiento maya consistieron esencialmente en jerarquías de casas en un rango que incluía desde los súbditos más humildes, hasta la enorme y sumamente especializada casa real, que comprendía todos los recursos rituales y el complejo simbolismo característicos del reino maya» (Webster y Sanders 2001: 59).
LA LEGISLACIÓN INDIANA SOBRE URBANISMO Y POBLAMIENTO La necesidad de las autoridades coloniales de controlar a la población y fijarla espacialmente era fundamental como paso previo de su aprovechamiento como mano de obra aplicable a todo tipo de actividades. Además, ese control facilitaba la imposición de las tributaciones fiscales pertinentes, evitar los movimientos poblacionales hacia áreas fuera de la zona de dominio, supervisar los
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avances en el proceso de evangelización y en general de aculturación de la población autóctona. La Corona generó una legislación muy importante en número, y prácticamente inmediata en su aplicación, desde el primer momento de contacto con las poblaciones americanas. Parte de las Instrucciones dadas a los diferentes conquistadores, contenían apartados específicos sobre poblamiento, organización territorial y espacial5. «es necesario que los indios se repartan en pueblos que vivan juntamente y que allí tengan cada uno su casa habitada con su mujer e hijos, y heredades, siembre y críen sus ganados» (Solano 1996: 25).
Además de la documentación de archivo, en las crónicas elaboradas por frailes y autoridades civiles, se hace una mención constante a las formas de asentamiento indígena y a la necesidad de organizar a la población, a los avances en ese proceso y a los problemas de su puesta en práctica. Sin embargo, hasta 1573 se trata de una considerable cantidad de Cédulas Reales, Instrucciones o cualquier otra forma administrativa generada por la Corona, pero carentes de un cuerpo ideológico integral, aunque evidentemente de obligado cumplimiento para autoridades civiles y religiosas. Una parte significativa de las Leyes Nuevas hace mención directa al urbanismo, a sus objetivos y a la materialización de los mismos, transformándose en la normalización de una situación de hecho6. Este proceso urbano se inicia con las primeras construcciones en las islas, y en el momento de la promulgación de las leyes ya cuenta con más de 250 ciudades (Fig. 6). La promulgación de estas normativas marca además el final del proceso de conquista y el inicio de la colonización. Se establecen dos virreinatos (Nueva España y Perú), diez Audiencias, unas 250 ciudades y cuatro arzobispados (Santo Domingo, México, Lima y Santa Fe de Bogotá). El objetivo final de la urbanización como parte del sistema de control de la población es transformar a la frontera o los espacios fronterizos en espacios unificados, afines a la forma de vida hispana: «Las Leyes de 1573 están dirigidas para cuidar y vigilar, asimismo para potenciar, las promociones dinamizadoras de la colonización de los espacios ya conquistados, como de impulso para la ampliación de fronteras» (Solano 1996: XXXII). 5 Algunos ejemplos significativos serían: las Instrucciones de Nicolás Ovando, de 1503 (Archivo General de Indias, Indiferente General 418), Instrucciones a Pedrarias Dávila, 1513 (CODOIN); Instrucciones a Hernán Cortés, 1523 (Archivo General de Indias, Indiferente General 415); Real Cédula del Obispo de Guatemala, 1538 (Archivo General de Indias, Indiferente General 393) o Real Cédula del Obispo de Guatemala, 1540 (Archivo General de Indias, Indiferente General 393). 6 El conjunto de artículos se definen como Nuevas Ordenanzas de descubrimiento y población.
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Fig. 6.—Ciudades americanas, siglos XVI-XVIII (figura parcial) (La ciudad hispanoamericana 1989: 59).
Desde la perspectiva hispana y occidental en general existe la asociación entre vida en la ciudad, en policía, con control y orden, erradicación de las costumbres ancestrales y la idolatría (Fig. 7). Al mismo tiempo, se asocian los espacios de frontera o fuera de frontera con la vida «salvaje», la falta de orden, la vuelta a la idolatría y la imposibilidad de sancionar con impuestos a una población dis-
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Fig.7.—Evolución de la Ciudad de México. Estudios sobre urbanismo iberoamericano. Siglos (VV.AA.1989: 27).
XVI-XVIII.
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persa y escondida en zonas poco accesibles. Esta dicotomía de conceptos o de entornos culturales y de realidades tiene su origen en el cristianismo más primitivo, simplificando ideas y tendencias ideológicas mucho más complejas, que tienen como fondo mentalidades claramente diferenciadas como son la occidental y la indígena. «Juntos, unos y otros, se entro por las montañas al medio día de esta tierra, y hallando en ellas muchos indios fugitivos, que vivían rancheados en diversos sitios sin policía, ni sacramentos los fue congregando, y llevó a los montes, que llaman de la Pimienta. Formó pueblo con ellos en el sitio donde estuvo el que se llamó Sacalum, cuando el padre Fr. Juan de Santa María pobló las guardianías...» (López de Cogolludo 1957: 542)7.
Teniendo en cuenta la anterior apreciación, todo el entorno relacionado con lo urbano como solución a la falta de control y a la lucha contra lo ancestral cobra una mayor relevancia si se considera que la aplicación de estas normativas era llevada a cabo por un reducido número de personas (funcionarios, encomenderos, frailes, etc.) en situaciones claramente hostiles a la imposición de esas directrices. Las Leyes Nuevas contenían 148 artículos. Del artículo 34 al 42 se tratan de aspectos como el emplazamiento y la forma reticular de la ciudad, haciendo especial mención a la selección de las tierras, la abundancia de agua y materias primas, las orientaciones de los edificios y de las ciudades, así como a la elección de las autoridades civiles. Del artículo 111 al 135 se refieren a las pautas urbanas que definen las nuevas ciudades. Dentro de este segundo grupo, se especifican las formas de construir, la transformación de la plaza mayor en eje neurálgico de la población, las calles y las plazas menores, la distribución o repartimiento de los solares, las casas de la plaza principal, así como a uniformar el espacio. Todas estas normas pudieran parecer las habituales en cualquier compendio de urbanismo, retomando las formas clásicas de Vitrubio que a la vez se nutre de obras anteriores. No obstante, destaca el artículo 137 que hace mención al convencimiento de los indígenas sobre lo bueno y positivo de la vida en la ciudad, sin duda aspecto teórico interesante, aunque, claramente en la práctica no se respetaba: «Si los naturales quisieren poner en defender la población se le de a entender como se quiere poblar allí, no para hacerles algún mal, ni tomarles sus haciendas sino por tomar amistad con ellos y enseñarlos a vivir políticamente y mostrarles a conocer a Dios, y enseñarles su ley por la cual se salvarán, dándoseles a entender por medio de los religiosos y clérigos. « (Solano 1996: 214-15). 7 La zona que se describe estuvo, durante gran parte de los siglos XVI y XVII, fuera o muy ajena al control político y administrativo colonial, transformándose en espacio de acomodo para grupos indígenas huidos de las zonas sobre las que se ejercía mayor presión coercitiva.
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La ritualización del proceso urbano estaba marcada en cada uno de los estadios, iniciándose con la toma del territorio en nombre de Dios y el Rey, ante la población con una prepotencia considerable en las formas. Dentro del proceso se refiere explícitamente la voluntariedad de fundar una ciudad, así como la elección del cabildo, los términos de jurisdicción, el nombre y el santo patrono que protegerá a los ciudadanos y a la ciudad. Una vez marcados estos pasos iniciales, el proceso proseguía con la delimitación de la plaza, el solar destinado a la iglesia momento de gran ceremonialismo que retrotrae al período temprano del cristianismo (Fig. 8). Consecutivamente se
Fig. 8.—Plaza de Chiapas, México. (La ciudad hispanoamericana 1989: 135).
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definían los espacios destinados al cabildo y los solares de los vecinos de extensiones y calidades en función de la relevancia social de las familias. LA MATERIALIZACIÓN DE UNA IDEA: EL ORIGEN DE LOS ÉXITOS Y FRACASOS URBANOS EN EL ÁREA MAYA En la documentación escrita se encuentra amplia mención a la forma de concentración de la población, a lo drástico de los sistemas utilizados para tal fin, y a la manipulación ideológica y física de la población indígena en beneficio de los grupos de poderes locales o regionales. Las causas referidas para los fracasos fundacionales son muy diversas. Unas serían las «causas naturales», como terremotos, erupciones volcánicas u otras circunstancias inevitables o poco previstas en el momento de elección del sitio. El caso paradigmático de este modelo explicativo podría ser el abandono de la primera ubicación de la capital de la Audiencia de Guatemala (Remesal 1966: Vol. II 15; Ximénez 1965: 400). Dentro de este primer grupo, podrían incluirse casos que las fuentes atribuyen a la insalubridad de las aguas, circunstancia que sobreviene con posterioridad a la fundación de los asentamientos sin que existiesen precedentes sobre ese extremo. Una segunda causa, podrían ser las «directrices generales» de la Corona, de las autoridades de las Audiencias, Virreinatos u Obispados, que coordinan la política poblacional y urbana en los diferentes territorios. Tal es el caso de Nueva Sevilla en la Verapaz, que tal como refiere Remesal (1966: Vol. II: 147-150) se manda despoblar para crear un nuevo centro urbano, Nueva Salamanca, destinado a facilitar la obra de conversión de la población indígena en una zona difícil8. Un caso de menor envergadura sería el de Rabinal, también mencionado, y en el que la población inicial estaba cerca de la mencionada por el autor (Remesal 1966: Vol. I: 237). No hay que olvidar como posible causa los «asaltos» efectuados por piratas y corsarios, circunstancias que afectaron fundamentalmente a las zonas portuarias de la actual costa de Quintana Roo y Belice, así como a Campeche y Tabasco, y que también conllevaron abandonos: « .. con que los religiosos se retiraron de la provincia, yendo aquello de mal en peor, porque los enemigos acosaron tanto aquel paraje, que obligó a los pocos españoles, que allí habían quedado maltratados, y pobres, a retirarse la tierra adentro a un pueblo de Indios llamado Pacha» (López de Cogolludo 1957: 659). 8 En casos como éste, se tramitó en 1548 la petición de la Audiencia de Guatemala al Consejo de Indias para procurar los cambios del nuevo centro urbano y el movimiento forzoso de la población.
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Dentro de este mismo grupo pueden considerarse asentamientos o zonas que dado su aislamiento de los centros de poder y de presión colonial sufrieron constantes grados de ocupación, pasando de momentos con un asentamiento estable en lo material (elementos de tradición hispana, etc.), a períodos de vuelta a las tradiciones autóctonas. Uno de los ejemplos estudiados es el de Lamanai, en Belice: «.. que habiendo salido del pueblo de Lamanai, hallaron las casas, y iglesia quemadas, los indios alzados, y confederados con los de Tipú, que se habían pasado de la otra parte de la laguna a la banda del norte» (López de Cogolludo 1957: 643).
Asimismo existen otras «circunstancias que refieren encomenderos y frailes» como detonantes del progresivo abandono de los centros y la reubicación final de las poblaciones residuales en otros asentamientos más o menos cercanos9. Es evidente que las causas explicativas son diferentes en cada caso: los encomenderos aluden los movimientos forzosos de la población a lugares poco idóneos por parte de los frailes, las muy diversas ocupaciones relacionadas con la construcción de iglesias y conventos, etc.10. Por su parte, la documentación de tipo religioso, ya sean cartas internas de las iglesias con los obispados, cartas remitidas a la corona o crónicas, acusan a los encomenderos de su insaciable afán recaudatorio y del mal trato dado a los indios como principales motivos de la disminución de la población y del abandono de muchas de las fundaciones tempranas. «... y así les sacan la sangre a los míseros indios en los tributos y servicio personal excesivo que sirven todos a manera de esclavos» (Archivo General de Indias, México, 280), o «...son tan vejados y hanse muerto tantos por respecto de esas vejaciones y malos tratamientos, que de cada ida se les hace así de cargas, servicio 9 Se dispone de documentación concreta sobre la reubicación de las diezmadas poblaciones de sitios como Tecoh en el estado de Yucatán (Millet y Burgos 1994) o la ya mencionada Copanaguastla en el estado de Chiapas (Ruz 1985). 10 «Principalmente la disminución que ha habido y al presente la ha causado el haberlos mudado de sus asientos y natural temple y aguas con que se multiplicaban , quemándoles los pueblos y mandándolos quemar los religiosos de la orden de San Francisco, poblándolos donde ellos querían , en lugares no tan sanos ni cómodos como en los que ellos vivían; trabajándolos los dichos religiosos en los monasterios muy suntuosos que han hecho, sin cesar hoy día de hacer y deshacer obras, las cuales habiendo otro guardián las deshace y hace a su modo y jamás cesan de obrar, no teniendo consideración a hacer cesar las obras en tiempo que los indios han de acudir a sus labranzas, de lo cual siempre se han quejado los naturales porque les ha causado estar faltos de bastimentos para el sustento de sus vidas. Y así por esto como por la mudada y junta de los pueblos y castigos que so color de la doctrina los religiosos hacían, y otras cosas de apremio y cepos de que han usado y usan, los naturales han venido en la disminución referida y les son tan temerosos que tan solamente se han huido a los montes sin más parecer, pero algunos se han muerto de puro pesar y tristeza se han despoblado muchos indios que dicen estar poblados en las islas de la Bahía de la Ascensión que dista de esta villa treinta leguas» (Relaciones Histórico-Geográficas 1983: 40-41)
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personal como de otras cosas, que si no remedian muy presto harán fin....» (Archivo General de Indias, México 280) 11 .
LOS PROCESOS DE ABANDONO EN LOS ESPACIOS RURALES La aplicación de la metodología arqueológica al período Colonial es reciente si nos referimos a proyectos concretos que pretenden analizar la realidad de comunidades campesinas del área maya. Bien es cierto que los primeros trabajos de arqueología colonial o histórica se encuentran directamente vinculados a la rehabilitación de construcciones religiosas y civiles en mal estado, ya desde la primera mitad del siglo XX. Actualmente se dispone de una información relevante, aunque dispersa, sobre toda una serie de centros rurales estudiados aplicando por un igual la metodología arqueológica y el estudio de las fuentes escritas (Fig. 9). Es significativo que una ASENTAMIENTO LOCALIZACIÓN
FUNDACIÓN ABANDONO OBSERVACIONES
Xcaret Tancah
Costa de Q. Roo Costa de Q.Roo
1518 1549
? ?
Dzibilchaltún Tecoh Ek Balam
Yucatán Yucatán Yucatán
1582 1550-1570 Ant. 1582
Inicios XVII Inicios XVII ?
Ecab Tipú Lamanai Ocelolalco Usumacinta
Yucatán Belice Belice Chiapas Chiapas
Med. XVI 1544 1544 1542/1572 1549
Med. XVII 1707 1641 1767 1821
Copanaguastla Coapa Coneta
Chiapas Chiapas Chiapas
1554 1530 1596
1645 1684 1734
– Disminución progresiva de la población – Aguas Cambios de ubicación de la población Revueltas Revueltas Epidemias Plagas diezman a la población Plagas Plagas Plagas
Fig. 9.—Cuadro general de asentamientos coloniales tempranos excavados. Elaborado por el autor a partir de bibliografía consultada.
11 Carta de Fray Luis de Villalpando y otros religiosos, 24 de julio de 1550 y Carta de Fray Alonso Thoral, 20 de junio de 1556.
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buena parte de estos asentamientos fueran abandonados poco después de su fundación por causas que se relacionan con la insalubridad de las aguas, las plagas y hambrunas que éstas provocaron en la población. «En algunas partes de la tierra hay algunas lagunas y los indios no se sirven de ellas por decir que las aguas son enfermas, y así se halla por experiencia; una de estas lagunas está en el pueblo de Tecoh, dos leguas del dicho pueblo de Tekal, adonde antiguamente hubo una población de indios, y se despobló por ser tierra enferma» (Relaciones Histórico-Goegráficas 1983. Vol. I: 430-444).
La concentración forzosa de la población en nuevos espacios o sobre centros ya existentes, es la raíz del fracaso de muchos de estos nuevos asentamientos. La ubicación de las familias extensas en unidades de habitación contiguas o muy próximas sin las debidas condiciones de ventilación facilitaba la rápida expansión de las enfermedades contagiosas portadas por los propios conquistadores y frailes. Estas mismas causas las refieren los encomenderos en las Relaciones de Yucatán, y aunque la legislación facilitaba el proceso de concentración reduciendo las tributaciones durante ciertos períodos, favoreciendo así las cosechas y la productividad de las comunidades, en la práctica, estas facilidades no solían llevarse a cabo 12. Además de esta circunstancia evidente, en muchos casos se concentraron las poblaciones en zonas poco conocidas o precisamente no ocupadas anteriormente por carecer de las condiciones de habitabilidad idóneas, teniendo en cuenta las características del territorio en cada zona. Es innegable que, tanto las autoridades civiles como los encomenderos o los representantes de las órdenes mendicantes, tenían claros intereses económicos que se materializaban en propiedades, centros de explotación diversificados (trapiches, molinos de agua, plantaciones de cacao, minas, etc.) utilizando mano de obra indígena en primer lugar y, posteriormente, esclavos negros como los mencionados por Gage (1987: 308-309)13. Los modelos urbanos concebidos de forma teórica por funcionarios del Consejo de Indias, desde etapas muy tempranas, sufrieron toda una gran variedad de cambios y particularismos en el momento de ser aplicados a la realidad americana en general y a la realidad maya en particular. Dentro de los ejemplos rurales mencionados ocupados mayoritariamente por población indígena, y con una tenue presión por parte de las autoridades, cada caso es único al entremezclarse de forma desigual toda una serie de aspectos fundamentales. Las variables más sig12 Real Provisión de los Reyes Católicos eximiendo durante veinte años de alcabalas e impuestos a todos aquellos pobladores que contribuyeran a la formación de núcleos urbanos, así como a todos los que ayudasen a su aprovisionamiento. Madrid, 21 de mayo de 1499. 13 Real Cédula a la Audiencia de la Nueva España para que provea y remedie lo que pasa en ciertos agravios que los indios de la provincia de Yucatán dicen que se les hacen. (Archivo General de Indias, México 1999 L. 2. Fol. 201. Aranjuez, 31 de mayo de 1579).
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nificativas son: la tradición local, el bagaje cultural y su materialización, la potencialidad económica del territorio concreto desde la óptica hispana, el grado de aislamiento de los centros rectores, etc. Es significativo ver como en la práctica totalidad de los casos, diez sobre trece estudiados, no se cumple la norma sobre el asentamiento. Los tres únicos casos en los que sí se tiene clara evidencia de casas dispuestas en torno a calles perpendiculares y paralelas con una plaza central y sus pobladores dispuestos en función de su relevancia social, son de la zona chiapaneca, formando parte del Camino Real que conectaba Chiapas y Guatemala (Fig. 10). En los restantes casos, a pesar de tratarse de asentamientos tempranos, localizados junto o sobre lugares importantes de la tradición maya, tampoco se observa ese modelo urbano y en muchos de ellos, dado su corto período de ocupación, nunca se pusieron en práctica esas normativas legales dado que por diferentes circunstancias se constató un claro fracaso fundacional que culminó con el abandono del sitio. CONCLUSIONES El urbanismo «como herramienta de poder» se transformó en la clave del proceso de consolidación de una conquista rápida y superficial en muchas partes del
Fig. 10.—Copanaguastla, Chiapas (Lee 1994: 40).
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área maya. No obstante, a pesar de la consolidación hasta hoy en día de muchas de las ciudades fundadas o refundadas desde la primera mitad del siglo XVI, los métodos utilizados en el proceso de concentración forzosa de la población y sus consecuencias sociológicas están en directa relación con la reducción poblacional provocada por las epidemias y por la sobreexplotación de la población indígena, en aras del afán económico de los grupos de poder hispanos. Se han analizado de forma somera los mecanismos de funcionamiento del proceso de fundación de los centros poblacionales en época colonial, haciendo mayor incidencia en los entornos rurales en los que esas normativas urbanas modélicas se diluyen en una variedad de adaptaciones de todo tipo. BIBLIOGRAFÍA BURGOS VILLANUEVA Rafael, Miguel COVARRUBIAS REINA y José ESTRADA FAISAL. 2005. Estudios de la periferia de Izamal, Yucatán. Universidad Autónoma de Campeche. Campeche. CIUDAD RUIZ, Andrés, M.a Josefa IGLESIAS PONCE DE LEÓN y M.a del Carmen MARTÍNEZ Y MARTÍNEZ (Editores). 2001. Reconstruyendo la ciudad maya: el urbanismo en las sociedades antiguas. Sociedad Española de Estudios Mayas 6. Madrid. GAGE, Thomas. 1987. Viajes por la Nueva España y Guatemala. Historia 16. Colección Crónicas de América 30. Madrid. GRUBE, Nikolai (Editor). 2001. Los mayas: una civilización milenaria. Editorial Könemann. Bérgamo. LA CIUDAD HISPANOAMERICANA. 1989. La ciudad hispanoamericana. El sueño de un orden. CEHOPU. Madrid. LEE, Thomas A. Jr. 1994. «Copanaguastla: enlace étnico con el pasado». Arqueología Mexicana 8: 39-44. LEÓN-PORTILLA, Miguel. 1957. «La mentalidad urbana y la indígena». Nicaragua Indígena 17: 13-21. LÓPEZ DE COGOLLUDO, Fray Diego. 1957. Historia de Yucatán. Colección de Grandes Crónicas Mexicanas 3. Editorial Academia Literaria. México. MARKMAN, Sydney D. 1993. Architecture and Urbanization of Colonial Central America. Vol. I. Selected Primary Documentary and Literary Sources. Center of Latin American Studies. Arizona State University. MILLET, Luis y Rafael BURGOS, 1994. «La Guardianía de Izamal y sus construcciones religiosas en el siglo XVI.» Cuadernos de Arquitectura Virreinal 14: 3-13. MORLEY, Sylvanus G. 1947. La civilización maya. Fondo de Cultura Económica. México. MOTOLINÍA, Fray Toribio de Benavente. 1988. Historia de los Indios de la Nueva España. Alianza Editorial. Madrid. RELACIONES GEOGRÁFICAS. 1982. Relaciones Geográficas del siglo XVI: Guatemala. Ed. René Acuña. Instituto de Investigaciones Antropológicas. Etnohistoria. Serie Antropológica 45. UNAM. México. RELACIONES HISTÓRICO GEOGRÁFICAS. 1983. Relaciones Histórico Geográficas de la Gobernación de Yucatán (Mérida, Valladolid y Tabasco). Eds. M. de la Garza et al. Instituto de Investigaciones Filológicas. Centro de Estudios Mayas. UNAM. México.
LAS FUNDACIONES URBANAS Y RURALES EN EL ÁREA MAYA...
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15 FUNDACIÓN DE CIUDADES EN GRECIA: COLONIZACIÓN ARCAICA Y HELENISMO Adolfo J. DOMÍNGUEZ MONEDERO Universidad Autónoma de Madrid
El surgimiento de la polis en Grecia implica, en un buen número de casos, la aparición de centros nucleados habitados por la población agrícola cuyas explotaciones están en las proximidades. No obstante, se trata de un proceso que hunde sus raíces en un periodo previo caracterizado por la existencia de pequeñas agrupaciones aldeanas, de dedicación sobre todo agropecuaria, que van entrando en relaciones mutuas ante la imposibilidad de producir todo lo que necesitan. Un paso importante en el proceso de configuración de una estructura política, que a la vez implicará una modificación en el patrón de ocupación del territorio, será la creación de espacios comunes y centrales, entendidos sobre todo como espacios simbólicos, que con frecuencia darán lugar a la ubicación, en lugares predeterminados, de la sede física de los mismos. La polis supone en el mundo griego, después de varios siglos, la aparición de estructuras políticas que controlan territorios bien delimitados que, por lo general, son más que suficientes para la subsistencia de sus ocupantes e, incluso, para la generación de excedentes que serán objeto de comercio con el exterior. Todo este proceso no parte desde la base de la sociedad, sino desde su cúspide al estar dirigido por aquellos individuos que destacan y sobresalen del resto por reclamar para sí ancestros más ilustres, una relación privilegiada con las divinidades, un nivel económico más desahogado y una mayor capacidad de defender mediante la lucha a la comunidad o de conseguir nuevos territorios o botín mediante la guerra. Por lo general, todas estas características coinciden en un grupo pequeño y restringido de individuos que han sido los responsables, en las etapas pre-políticas, de ir estableciendo alianzas y pactos de reciprocidad con sus pares en las aldeas próximas. Será, como decíamos antes, la unión de los intereses de estos grupos la que propicie la aparición de la polis, acompañada del desarrollo de normas que garanticen los derechos de estos individuos al tiempo que consagren la sumisión de los que no forman parte de su círculo, que estarán sometidos a las 311
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decisiones que los mismos, por lo general de forma colectiva, tomen y que mediante el monopolio de la administración de justicia, siempre refrendada por los dioses, se asegurarán su posición dominante. Esta unión, que con mucha frecuencia implica también un traslado de residencia de buena parte de la población afectada hacia un entorno determinado con anterioridad, en el que se dan ciertas condiciones simbólicas, recibe el nombre de synoikismós, sinecismo. No obstante, el desarrollo de la polis en Grecia también incluye casos especiales que presentan una gran originalidad. Quizá podríamos mencionar el caso de Esparta. La polis de los lacedemonios habría surgido mediante un proceso de sinecismo que afectó a cuatro aldeas cuyos territorios eran adyacentes pero incluyó también la integración forzosa de una quinta, Amiclas, ubicada a varios kilómetros de distancia de las anteriores. El hecho sorprendente es que la polis surgida de la adición de estas aldeas va a reclamar, y conseguir, controlar un territorio que supera con mucho el que en su inicio abarcaban esas cinco aldeas, puesto que la polis espartana así surgida será la dueña de un territorio en torno a los 8.500 km2 y dentro del cual vivirán no sólo los ciudadanos del nuevo estado, una minoría, sino un número importante de esclavos comunitarios, los hilotas, así como varias decenas de comunidades autónomas, habitadas por hombres libres, los periecos, pero sometidas a las decisiones de las autoridades espartanas, en cuya elaboración no jugarán ningún papel. Por si fuera poco, la polis espartana apenas dispondrá, al menos hasta época helenística, de algo que podamos considerar un centro urbano bien definido y cuando, en este último momento, empiece a surgir uno, el mismo no abarcará toda, por la distancia ya comentada de la antigua aldea de Amiclas, sino una parte de lo que había sido el núcleo originario. El caso de Esparta nos muestra cómo en el mundo griego no era imprescindible disponer de un área urbana para que existiera una comunidad política, siendo esta polis tal vez el caso más extremo de lo que para los griegos significaba la polis, que no era sino una comunidad de hombres libres que obedecían a unas leyes que ellos mismos se habían dado y donde se producía una alternancia entre los que mandaban y los que obedecían. Por lo general tendemos a considerar a Atenas como el paradigma de lo que significó la antigua Grecia y, sin embargo, el caso ateniense es también bastante peculiar. Una de las principales peculiaridades, para lo que suele ser habitual en Grecia, es que la polis ateniense ejercía su autoridad sobre un territorio de unos 2.500 km2, cuando el territorio medio de una polis estaba entre los 100 y los 200 km2 (Hansen 2004: 71). Dentro de ese territorio todos los individuos libres gozaban de plenitud de derechos con independencia del lugar dentro del mismo en el que residiesen. Atenas sí dispuso de un centro urbano claro, pero eso no evitó que una parte sustancial de la población siguiese residiendo en el territorio, no sólo en pequeñas aldeas y granjas sino también en importantes aglomeraciones, algunas de las cuales adquirieron rasgos urbanos con el tiempo aun cuando, sin embargo, no eran «ciudades» en sentido estricto, puesto que la «ciudad» era Atenas, concepto en el que hemos de englobar tanto el centro urbano como el territorio rela-
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cionado con ella. El resto de lugares de habitación, grandes o pequeños, eran llamados en Atenas «demos» y aunque algunos de ellos desarrollaron también una intensa vida municipal sus habitantes siempre tuvieron como ámbito de referencia e identidad la polis de la que formaban parte. Según explicaban las propias tradiciones que los atenienses habían elaborado, su sinecismo, llevado a cabo por un rey mítico, Teseo, no había implicado un traslado de la población hasta el centro principal sino, por el contrario, una continuidad de residencia en cada localidad, pero sí la abolición de los órganos de gobierno locales y su «traslado» a la ciudad de Atenas desde donde se dirigiría la totalidad del territorio (Plutarco, Vida de Teseo, 24). Sabemos, incluso, cómo aún en época clásica muchos individuos, en especial de origen aristocrático, seguían estando muy vinculados a los lugares de origen de sus familias, en donde solían tener sus propiedades y donde, por lo general, recibían enterramiento (Garland 1982: 125-176). Los datos hasta aquí expuestos nos muestran cómo también en la propia Grecia podemos hablar con seguridad de fundación de ciudades, puesto que las mismas son un fenómeno nuevo que va extendiéndose desde los inicios de la Edad del Hierro, el periodo que los arqueólogos engloban bajo el nombre de «Protogeomético» (Lemos 2002); sin embargo, no insistiré tampoco en este aspecto porque prefiero centrarme en el proceso colonizador. El tema de la colonización griega, que ha gozado de una amplísima tradición dentro de los Estudios Clásicos, ha desarrollado unas metodologías que, en ciertos momentos, ha podido parecer que lo apartaban de otros aspectos de la Historia de Grecia; aun cuando quizá esto haya sido necesario para poder analizar con detalle todas las implicaciones que la colonización tiene en el mundo griego, no es menos cierto que en los últimos tiempos el fenómeno colonial en Grecia se tiende a insertar dentro del propio desarrollo de la ciudad-estado o polis como un elemento que forma parte intrínseca del propio desarrollo político griego (Domínguez 1991: 98-101) si bien otros autores prefieren ver el fenómeno como el resultado de actividades de índole privada con poco o ningún peso de las estructuras estatales metropolitanas (Osborne 1998: 251-269). Junto a este debate, no resuelto por completo, el fenómeno colonial griego es, también en los últimos tiempos, objeto de análisis más amplios que tratan de insertarlo dentro de otros procesos coloniales, antiguos y modernos lo que tiene, como no puede ser de otro modo, sus ventajas y sus inconvenientes (Lyons y Papadopoulos 2002; Stein 2005). En este artículo, y teniendo en cuenta la perspectiva general adoptada en el presente volumen sobre la fundación de ciudades, me centraré en aquellos rasgos que desde mi punto de vista caracterizan la colonización griega, dejando a otros que extraigan las conclusiones oportunas sobre el desarrollo de modelos que puedan ser válidos para el Viejo y el Nuevo Mundo (por ejemplo, Smith en este volumen). Es un hecho hoy día admitido que fueron los griegos de Eubea quienes iniciaron y desarrollaron los mecanismos que permitieron el traslado de grupos de
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gentes hacia otros puntos del Mediterráneo con las suficientes garantías como para tratar de reproducir en los lugares de destino condiciones de vida semejantes a las que habían tenido en sus residencias originarias. El avance de las investigaciones ha permitido comprobar cómo buena parte de este ímpetu que los eubeos llevaron a cabo en territorios alejados de Grecia fue primero «probado» en la propia Grecia (Fig. 1). Prescindiendo, en aras de la brevedad, de la posible relación que algunos autores han considerado del tipo metrópolis-colonia entre Lefkandí y Eretria ( VV.AA. 2004: 228-233; Walker 2004: 98-110) nos centraremos en el caso de Oropo. Por supuesto, hay elementos que diferencian el caso de Lefkandí-Eretria de los experimentos coloniales en sentido estricto, entre ellos la proximidad entre ambos establecimientos así como, según parece, lo gradual del proceso; es decir, que mientras que Eretria iba consolidándose como centro urbano se iba produciendo el abandono de Lefkandí pero durante buena parte del siglo VIII ambos establecimientos estuvieron activos, lo que plantea problemas de tipo político y jurídico
Fig. 1.—La Grecia europea y la Grecia del Este, con los principales lugares citados en el texto.
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que, sin embargo, no podemos resolver en el estado actual de nuestra documentación, entre ellos si todavía existía una sola polis o dos, y en el primer caso dónde se encontraba el centro político y si la construcción temprana del santuario de Apolo Dafnéforo en Eretria implicaba el traslado al nuevo emplazamiento del mismo o no. Da la impresión, no obstante, de que más que una auténtica colonización lo que tenemos es un traslado del lugar de residencia, fenómeno que los griegos conocían como metoíkesis y del que, para épocas posteriores sobre todo, conocemos no pocos casos (Demand 1990). Por lo que se refiere a Oropo se trata de un lugar que se encuentra justo enfrente de Eretria, pero ya en el continente. Sólo disponemos de una información directa que considera Oropo como colonia de Eretria, en un fragmento de un historiador casi desconocido —Nicócrates— (Bonner 1941: 26-35), aunque la información indirecta es muy abudante y apunta a una estrecha relación entre ambas localidades (Knoepfler 1985: 50-55). Por otra parte, las excavaciones arqueológicas de los últimos años muestran cómo, a lo largo del siglo VIII, Oropo parece haber sido ocupado por gentes procedentes de la costa eubea, en concreto de Eretria, a juzgar por las enormes semejanzas que presentan sus materiales; ciertamente parece haber una coincidencia entre el inicio del declive de Lefkandí, el inicio del poblamiento de Eretria y la ocupación de Oropo, en cuya área puede que existiesen ya establecidas poblaciones de otro origen (Mazarakis-Ainian 1998: 179-215, 2002: 183-227). Lo que nos muestran, pues, estos lugares, muy vinculados entre sí, es cómo a lo largo del siglo VIII se están produciendo procesos migratorios a corta distancia que tal vez se relacionan con el movimiento colonial a larga distancia que está también teniendo lugar durante ese periodo en otros ámbitos como pueden ser las costas del Mar Tirreno. La que pasa por ser la colonia más antigua de la que fundaron los griegos, Pitecusas (Fig. 2) habría sido establecida hacia el 770 a.C. aunque no empieza a haber restos constructivos de cierta relevancia hasta mediados del siglo VIII. Junto a la necrópolis y un basurero correspondiente a la acrópolis, se ha excavado en Pitecusas un área de tipo artesanal dedicada al trabajo del metal y en uso durante toda la segunda mitad del siglo VIII, compuesta por tres edificios rectangulares, sin duda talleres, y uno absidal, quizá de uso residencial (Ridgway 1992: 92-96). Este conjunto muestra unas extraordinarias semejanzas con el área artesanal excavada en Oropo y es posible que podamos considerarlas como una manifestación de los intereses metalúrgicos de los eubeos. Un rasgo común que presentan los sitios que hemos mencionado hasta ahora es que no hay indicios de ningún tipo de organización urbana regular en ellos, ni tan siquiera en la propia Eretria, en donde la ubicación de las distintas áreas de habitación y culturales puede estar relacionada con la propia topografía del terreno aunque quizá tampoco pueda descartarse que la ocupación posterior haya respetado tramas preurbanas anteriores.
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Fig. 2.—Las colonias griegas en la Magna Grecia y en Sicilia.
En cualquier caso, no parece que en estos primeros momentos en los que se están produciendo traslados de población, bien a corta distancia bien ya a distancias más considerables, haya una preocupación clara por ajustarse a un orden predeterminado. Por ende, en la propia isla de Ischia excavaciones posteriores han sacado a la luz algunas factorías agrícolas en la parte meridional de la misma, que quizá surgen a partir de mediados del siglo VIII, lo que mostraría que nos hallamos ante un cambio importante en la orientación que hasta entonces habían tenido los movimientos de población.
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En Pitecusas podemos apreciar el tránsito entre dos procesos diferentes, aunque simultáneos y protagonizados por gentes del mismo origen. En primer lugar, un proceso de explotación de nuevos lugares que proporcionaban determinados beneficios económicos, centrados sobre todo en la búsqueda y transformación de metales y en el comercio. En segundo lugar, la búsqueda de territorios aptos sobre todo para la agricultura. Ya en el establecimiento de Eretria tiene más peso un motivo que el otro; en efecto, Lefkandí se había hallado en el margen oriental de la fértil llanura lelantina, que sin duda se había repartido con Cálcis hasta que el conflicto entre ambas determinó el progresivo abandono y declive de Lefkandí. El sitio elegido para el traslado, Eretria, tiene sobre todo unas excelentes cualidades portuarias y, al controlar a través de Oropo la costa opuesta, garantizaba beneficios económicos a sus habitantes; el territorio del que podía disponer Eretria, situado al este de la ciudad, no era tan fértil como parece haberlo sido la llanura lelantina. Por su parte, en Oropo la razón de ser de la presencia eretria es, como ya se ha dicho, su posición estratégica y las ventajas de su área portuaria, sin que podamos descartar tampoco la existencia de intereses metalúrgicos, puestos de manifiesto en las excavaciones llevadas a cabo allí. Por último, el establecimiento más antiguo en Pitecusas está especialmente en función de los recursos mineros y metalúrgicos de las costas tirrénicas, tanto de la Península Itálica como de Cerdeña, siendo también un punto sólido en los contactos con el área norteafricana. El dato de interés es, no obstante, que estas redes comerciales que se han ido estableciendo permitirán que, cuando las condiciones cambien en Eubea y en otras partes de Grecia, haya un conocimiento suficiente de las potencialidades y de las ventajas de algunos de esos territorios desde el punto de vista de su aprovechamiento agrícola; en el caso de Pitecusas puede observarse esto al comprobarse cómo el primer asentamiento griego parece tener una finalidad ante todo artesanal y comercial, y cómo sólo en un segundo momento parece producirse la llegada de poblaciones cuyos intereses se centran fundamentalmente en la agricultura, y que parecen en cierto modo al margen de las actividades de los que llegaron en primer lugar. Al movimiento de poblaciones con fines agrícolas es a lo que por lo general llamamos colonización en el caso griego, empleando un término, colonia, que tomamos de una lengua que no es la griega. En esta lengua este fenómeno es llamado apoikía, que da idea del traslado del lugar de residencia, la casa u oikos, a otro entorno. Si Pitecusas fue o no una apoikia es algo que ha hecho correr ríos de tinta, pero si nos atenemos a la opinión de algunos autores antiguos, la colonia más antigua de las fundadas en Italia y en Sicilia habría sido Cumas (Estrabón V, 4, 4). Cumas abre una larga serie de fundaciones que, a partir de la segunda mitad del siglo VIII a.C. se irán sucediendo hasta el siglo VI, jalonando buena parte de las costas mediterráneas y del Mar Negro y que encontrarán su continuación, aunque con otros rasgos, en los procesos coloniales de época clásica y helenística. Quizá algo que debió de observarse pronto, merced a las experiencias previas,
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a alguna de las cuales nos hemos referido, era la necesidad de que hubiese alguien que se responsabilizase, en nombre de la polis originaria o, en ocasiones, del grupo colonizador, de todos los aspectos, materiales e inmateriales, que una empresa de este tipo requería. Este individuo sería el oikistés o fundador. No nos consta la existencia de oikistés en Pitecusas y los datos de que disponemos para Oropo tampoco nos mencionan a ningún personaje que pudiera haber desempeñado esta función. Sin embargo, para Cumas las fuentes ya nos transmiten este dato (Estrabón V, 4, 4) y para Naxos de Sicilia, que fue la colonia más antigua fundada en la isla (Tucídides VI, 3, 1) también disponemos del nombre del oikistés. En este caso es interesante constatar cómo el individuo que actuará de oikistés ya había visitado y conocido con anterioridad el entorno, tal y como asegura Estrabón (VI, 2, 2), lo que le sirvió para poder dirigir con éxito a los colonos con los que fundó Naxos y poco después Leontinos. En la Odisea, que integra en el relato épico experiencias de muy diversos momentos, aunque sobre todo del siglo VIII, podemos encontrar ya bien definido el papel del oikistés en el relato que hace de la ciudad de los Feacios: «De allí los sacó Nausítoo, semejante a un dios: condújolos a Esqueria, lejos de los hombres que comen el pan, donde hicieron morada; construyó un muro alrededor de la ciudad, edificó casas, erigió templos a las divinidades y repartió los campos. Mas ya entonces, vencido por la Parca, había bajado al Hades y gobernaba Alcínoo, cuyos consejos eran inspirados por los propios dioses» (Odisea VI, 1-12). Con frecuencia las tradiciones relativas a las fundaciones coloniales han sufrido numerosas reelaboraciones con el paso del tiempo hasta quedar fijadas en la tradición literaria merced a la cual nos han llegado; ello ha hecho que muchos elementos de tipo legendario y mítico se hayan añadido a las mismas, y en buena parte éstos se han centrado en la figura del oikistés. En consecuencia, no siempre queda claro qué procedimientos existieron para su nombramiento, que van desde la propuesta voluntaria (sería el caso de Teocles, el fundador de Naxos), hasta la elección por el grupo que va a acabar fundando una colonia (sería el caso de Falanto, el fundador de Tarento), pasando por el nombramiento por la divinidad, en especial por Apolo (como por ejemplo, el caso de Miscelo, fundador de Crotona o de Bato fundador de Cirene). Da la impresión, sin embargo, al menos en relatos más racionalistas, como el de Tucídides, que debía de ser la comunidad originaria, o metrópolis, la que designaba al que iba a conducir a sus conciudadanos hacia su nuevo emplazamiento, siendo frecuente que, cuando había más de un contingente significativo, hubiese tantos oikistai como grupos distinguibles existiesen; la relación del okistés con problemas internos dentro de las comunidades de origen, interpretados en clave religiosa, ha sido puesta de manifiesto en algún trabajo reciente (Bernstein 2004). Junto al oikistés el otro elemento fundamental en la fundación de una colonia era la población que iba a constituirla; aunque es posible que en alguna de las colonias más antiguas el grupo colonizador se haya formado de modo más o menos
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espontáneo, da la impresión, a partir de las diferentes tradiciones que conservamos, que dicho grupo ha sido organizado o, incluso, forzado, desde la metrópolis. Ello nos lleva a las causas de la fundación de colonias. Parece claro que detrás de este proceso lo que hay es, sobre todo, un problema de tierras, no tanto de escasez de las mismas, cuanto de mala distribución. No cabe duda de que los círculos dirigentes, que parten de una situación ya privilegiada pueden disponer de terrenos suficientes como para diversificar sus producciones e, incluso, para hacer frente a las características con frecuencia adversas del clima mediterráneo. Por otro lado, el propio surgimiento de la polis pudo favorecer un crecimiento de población que, si bien no es generalizado en toda Grecia, en algunas partes de ella pudo haber tenido consecuencias graves debido a lo limitado del territorio agrícola. Regiones como Eubea, Corinto, Mégara o Acaya (ver Fig. 1), que serán los principales territorios que colonicen durante los siglos VIII y VII pudieron empezar a tener problemas con aquellos individuos que no tenían tierras o que, aun teniéndolas, tenían dificultades para obtener lo suficiente para su alimentación. A todo esto pueden añadirse factores naturales como periodos de sequía o hambrunas que en algunas de las tradiciones conservadas se convierten en los motivos últimos de la marcha. Ante estas situaciones de escasez de recursos la polis corría un riesgo grave de desestabilización porque los desposeídos podían optar por alguna solución violenta. El caso de los partenias espartanos, que acabarían fundando una colonia en Tarento, muestra el peligro de subversión interna que un grupo de desposeídos puede concitar y cómo la defensa de la polis o, al menos de su orden establecido, pasa por la expulsión de estos individuos. En ocasiones las fuentes literarias y epigráficas nos hablan de los procedimientos empleados para designar a los que tendrán que marchar a fundar una colonia, y que pueden ir desde consagrar como diezmo a una parte de la población, como en el caso de Regio (Diodoro, VIII, 23, 2; Estrabón VI, 1, 6), hasta la coerción forzosa que obliga a un hijo de cada familia elegido por sorteo, siempre que hubiese alcanzado la adolescencia, a partir para fundar Cirene, bajo pena de muerte en caso de tratar de desobedecer la orden (Heródoto IV, 153; SEG, IX, 3). Junto a este grupo podrían partir también todos aquellos que lo desearan y, en muchas ocasiones, cuando se está organizando una nueva colonia se puede también buscar la participación de gentes de otras poleis con las que por lo general se mantienen estrechas relaciones a fin de garantizar, en lo posible, el éxito de la empresa. Un hecho que caracteriza a las colonias, y sobre el cual el oikistés debe velar, es la igualdad de la que parten los colonos una vez producido el establecimiento. El llamado «Acuerdo de los Fundadores», un epígrafe que recoge las cláusulas que rigieron la fundación de Cirene (Graham 1960: 94-111), establece que aquellos que partan hacia la fundación, de forma forzosa como veíamos antes, lo harían «en iguales condiciones y en iguales términos» (ibidem: líneas 28-29); en relación con ello, lo que nos muestran los datos arqueológicos es que, una vez pasado el mo-
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mento de las primeras migraciones, quizá algo más desorganizadas, la nueva ciudad que se iba a crear reflejaba en su aspecto físico este ideal igualitario. Son varias las colonias arcaicas que han podido ser objeto de excavación para recuperar los restos más antiguos de su historia, pero de todas ellas es en Mégara Hiblea, en Sicilia (ver Fig. 2), donde los resultados resultan más espectaculares. Fruto de las recientes investigaciones es la constatación de que antes de que se produzca la planificación general del terreno en el que se asentará la ciudad y la construcción de la misma, ha existido un periodo previo en el que los colonos han residido en viviendas mucho más endebles, ya sean tiendas o cabañas (Gras et al. 2004: 523-526); esto es algo que ha podido verificarse con mucha más frecuencia, por ejemplo, en el Mar Negro (Solovyov 1999: 31-43; Tsetskhladze 2004: 225-278). Pero una vez que esta fase hubo finalizado, como de nuevo muestra el caso de Mégara Hiblea, se produjo una planificación general de toda el área urbana, fijándose el límite de la misma, jalonado por el trazado de murallas, que dejaban fuera de las mismas las necrópolis, y marcado por una serie de ejes principales en torno a los cuales se abrían los secundarios que, a su vez, delimitaban parcelas de una igualdad (en superficie) sorprendente (Gras et al. 2004; Vallet et al.1976). Un fenómeno muy semejante se detecta en otras fundaciones casi contemporáneas, como son Naxos (Lentini 2000: 114-124; Pelagatti 1978: 136141, 1981: 291-311) y Siracusa (Pelagatti 1977: 119-133, 1982: 117-163) (ver Fig. 2). A diferencia de lo que ocurría en muchas partes de Grecia, en donde la aparición de núcleos urbanos es un proceso con frecuencia lento y en donde, incluso, como veíamos más atrás, habrá algunas poleis, como Esparta, donde este centro urbano no existirá realmente, las colonias tuvieron que hallar en un corto espacio de tiempo una fórmula que les permitiese reforzar su presencia en entornos si no siempre hostiles sí, al menos, diferentes de aquellos a los que estaban acostumbrados. Debió de verse pronto que la tendencia hacia la definición de centros nucleados que estaba produciéndose en Grecia tenía que acelerarse en los ámbitos coloniales puesto que las eventuales amenazas podían ser más acuciantes que las que podían producirse en Grecia. Por otro lado, la tendencia a la igualdad que se observa en los trazados urbanos de las colonias más antiguas, y que es desconocida en esa Grecia contemporánea, no era sino una consecuencia del rechazo, al menos teórico, a las desigualdades que habían provocado la partida de los colonos de sus metrópolis. Elemento también importante en los primeros trazados urbanos en las colonias griegas es la definición de un lugar central, dentro del recinto urbano, que sirva, como indica el término con el que se le llama, como el lugar de la palabra, el ágora. En los casos que conocemos, el ágora se configura como un espacio abierto, delimitado por el trazado de las calles, que se convierte en el lugar en el que se reúnen los ciudadanos para tomar decisiones y también para realizar las transacciones económicas cotidianas; con frecuencia, el ágora es también el lugar en el
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que se encuentra la tumba del oikistés, convertido en héroe tras su muerte, y desde la que sigue protegiendo el destino de su fundación. Al mismo tiempo, la delimitación de los lugares reservados a los dioses, tanto en la ciudad como en el territorio es otro de los momentos claves en la configuración de la nueva polis. Pero tampoco podemos perder de vista el hecho de que, aunque los datos arqueológicos son mucho más visibles en las áreas urbanas, el objetivo básico de una apoikía no era otro que permitir la supervivencia y la perduración en ese entorno de los recién llegados. Para ello eran necesarios dos elementos básicos: las tierras y las mujeres que permitiesen la reproducción del grupo. Por lo que se refiere a las tierras, es tarea fundamental del oikistés, a la vez que define el espacio urbano, delimitar el territorio del que se alimentarán los ciudadanos y que constituirá la base de sus oikoi respectivos. Así que lo primero que se necesita es disponer de un área lo bastante amplia para garantizar esta necesidad básica. Aun cuando cada colonia representa una experiencia propia, sí que podemos asegurar que las áreas en las que se establecen los griegos no están vacías, suelen ser siempre propiedad de grupos indígenas que ya vivían en esos territorios y que hacían uso de los mismos aunque sin duda de forma diferente a como lo harán los griegos. Por consiguiente, la apropiación del territorio es una de las primeras tareas de los colonos; esta apropiación, en nuestras fuentes, presenta diferentes variedades, desde la cesión por parte de quienes tenían la propiedad de la misma, los indígenas en el caso de Mégara Hiblea, hasta su conquista y usurpación, bien de forma violenta bien como resultado de algún pacto o acuerdo que previese un uso compartido entre griegos e indígenas. Aunque muchas tradiciones griegas posteriores harán hincapié sobre todo en las formas violentas de ocupación del territorio, no podemos perder de vista un hecho interesante y es que, por lo general, los griegos preferirán terrenos próximos al mar que son los que, habitualmente tenían menos uso antes de la llegada griega por parte de los indígenas, tanto por sus propias orientaciones económicas como por el peligro que podía venir desde el mar en forma de incursiones de piratas. No es, por ello, improbable que en muchos casos los nativos hayan autorizado o consentido el establecimiento de los griegos en unos terrenos de los que ellos apenas sacaban partido desde el punto de vista económico. En cualquier caso, tampoco hemos de despreciar cómo en ocasiones el propio sentido de superioridad de los colonos ante situaciones conocidas pueda haber favorecido el establecimiento, como muestra el relato de la fundación de Naxos de Sicilia en el que el fundador se ve persuadido de la idoneidad del lugar tras comprobar «la debilidad de sus ocupantes y la bondad de la tierra» (Estrabón VI, 2, 2); en otros casos, incluso, los propios indígenas son los que van guiando a los griegos hasta hallar el lugar de la instalación definitiva, como muestra el relato de la fundación de Cirene (Heródoto IV, 158), aunque en el mismo los indígenas son los que parecen mostrar una mayor sagacidad al ocultarles a los griegos los entornos más ricos y fértiles de su territorio; por fin, el caso de la ya mencionada Mégara Hiblea es mucho más significativo puesto que
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el propio rey indígena Hiblón el que les entrega un terreno de su propiedad a los griegos (Tucídides VI, 4). Así pues, una vez logrado el territorio y protegido mediante el establecimiento de fortalezas o torres defensivas y, sobre todo, de santuarios extraurbanos, que sirven a la vez para marcar los límites de la polis, pero también como elemento de vínculo entre campo y ciudad, era necesario parcelarlo y distribuirlo. Las huellas que los repartos más antiguos han dejado en tierras que han seguido siendo objeto de uso durante largos siglos son escasas; no obstante, la combinación de diferentes técnicas modernas ha permitido, en algunos casos, reconstruir parcelaciones rurales antiguas. Las mejor conocidas son las de Metaponto, en el sur de Italia, que data de finales del Arcaísmo (Carter 2000: 81-94), y la de Quersoneso Táurico, en Crimea, que parece ser de inicios del siglo IV (Carter et al. 2000: 707-741). Lo que estas parcelaciones muestran es, ante todo, una gran regularidad que reproduce, a una escala mucho mayor, el orden que se observa en el área urbana, mostrando que se han aplicado unos principios semejantes que implican un acceso igualitario a la propiedad de la tierra entre los primeros colonos. Una vez delimitados los lotes de tierra se procedía a su sorteo entre los colonos; no sabemos si se trataba de un sorteo puro o, por el contrario, mediatizado por agrupaciones previas, como el origen o la familia; es el hecho del sorteo lo que le da a la parcela de tierra su nombre en griego, kleros. Por lo general, el número de parcelas disponible superaba al de los colonos, sin duda con la intención de atraer a nuevos pobladores en un segundo momento, que completasen hasta un cierto número la población de la ciudad. Es posible que en muchas ciudades, especialmente en el sur de Italia, este número fuese mil, a juzgar por la aparición en ellas, en épocas posteriores, de órganos decisorios que se llaman con este nombre, «los Mil»; del mismo modo también en ocasiones se resalta la primacía de los primeros colonos, de los lotes más antiguos (palaioi kleroi) (Aristóteles Política, 1266 b 21; 1319 a 11). Junto a las tierras y en relación, en muchos casos, con el proceso de adquisición de las mismas, estaba el problema de las mujeres. Es hoy un hecho por lo general admitido que la colonización griega es un fenómeno que afecta en exclusiva a los varones, aun cuando haya en ocasiones alguna presencia femenina, limitada a la propia esposa del oikistés o a alguna sacerdotisa. Por consiguiente, era necesario obtener in situ mujeres para poder perpetuar la nueva polis. Aunque a veces se ha pensado que el prototipo mítico introducido por el episodio del «Rapto de las Sabinas» en los orígenes de Roma podría haber sido un mecanismo empleado de forma usual, lo cierto es que van a ser los contactos con los indígenas, que consienten en muchos casos el propio asentamiento, los que van a permitir la existencia de matrimonios entre miembros de la ciudad griega y mujeres indígenas (Domínguez 1986: 143-152). Con estos elementos, a los que se pueden añadir otros como el panteón divino, el calendario o las leyes, puede decirse que se ha articulado ya una comunidad po-
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lítica; el culto al oikistés, que perdurará en el tiempo, será otro de los elementos característicos y que marcarán también la propia identidad de la colonia. Sin duda ha habido interacciones e interferencias entre los procesos que han tenido lugar en los ámbitos coloniales y metropolitanos aunque será el mundo colonial el que en apariencia muestre un ritmo más rápido en los primeros momentos por razones ya apuntadas antes, entre ellas la, en general, mayor urgencia por completar una estructura que surge, en la práctica, ex novo y por dotarse de los elementos que, siquiera desde un punto de vista genérico y teórico, caracterizan a todas las poleis. Los escenarios que habían visto la gran colonización de los siglos VIII y VII a.C., sobre todo la península italiana y la isla de Sicilia (ver Fig. 2), van a convertirse en territorios griegos aunque en vecindad permanente con poblaciones indígenas pero, al tiempo, la posibilidad de que se instalen en ellos nuevas colonias va a ser cada vez más reducida. Por otro lado, durante el siglo VI, tanto las áreas de procedencia de los colonos como los motivos para la colonización y las áreas de destino de los colonos van a variar también con respecto a los siglos anteriores. En efecto, y para empezar por las áreas de procedencia, el principal ímpetu colonizador en el siglo VI va a venir de la mano de los griegos del Este (ver Fig. 1), asentados desde hacía ya varios siglos en las costas occidentales de la Península de Anatolia y que apenas habían intervenido en el movimiento colonial anterior. Por lo que se refiere a los motivos para colonizar, aunque podamos aceptar que existe una carencia de tierras o una mala distribución de las mismas, es probable que una de las causas de esto proceda de las presiones que potentes estados indígenas están ejerciendo sobre esos territorios ya desde el siglo VII, sobre todo los lidios y, a partir de mediados del siglo VI, los persas. Aun cuando también en este momento y en esta región se combinan los intereses comerciales con los agrícolas, el movimiento colonial llevado a cabo desde la Grecia del Este tiene como objetivo principal la ocupación de tierras que permitan a sus nuevos dueños desarrollar el tipo de vida a que los griegos estaban acostumbrados y que se centraba sobre todo en una economía campesina de base agrícola y con pretensiones autárquicas. Por último, el territorio principal al que se encaminan las colonias será el Mar Negro (Fig. 3) aun cuando también, si bien de forma tímida, se abre a la colonización griega el Extremo Occidente, esto es, el sur de la Galia y la Península Ibérica. Es difícil saber con detalle las causas profundas y los cambios internos que provocaron que las ciudades de la Grecia del Este iniciaran su movimiento colonizador con tanta fuerza, pero sí que tenemos indicios de que en esas ciudades había un gran excedente de población que tenía que buscar una nueva vida fuera de sus ciudades. Me refiero a las informaciones sobre los mercenarios, que eran empleados por millares en los ejércitos asirios, babilonios, egipcios y de potencias menores ya desde la segunda mitad del siglo VII, pero con una mayor intensidad en el siglo VI (Heródoto II, 163) (Trundle 2004: 31-39). Lo que nos indica este ex-
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Fig. 3.—Las colonias griegas en el Mar Negro.
cedente de población es que las ciudades de la Grecia del Este llevaban ya tiempo inmersas en problemas internos que obligaban a gran número de sus ciudadanos a abandonarlas, a veces de forma temporal, para buscar mejores medios de vida al servicio de las potencias del momento. Sin embargo, no todo el mundo estaría dispuesto o capacitado para llevar esta vida mientras que su situación social y económica empeoraba. La presión de los lidios y, más adelante, de los persas, tampoco sirve como justificación única para explicar el proceso colonizador; a ello hay que unir los habituales problemas internos dentro de las poleis griegas que enfrentaban a facciones distintas. Este es el caso, por ejemplo, de Mileto, que será una de las principales colonizadoras del momento y cuya historia política en época Arcaica es bastante complicada (Gorman 2001: 87-128; Greaves 2002: 95-96); además, tampoco se debe perder de vista que tanto los lidios como los persas se apoyarán en una parte de la población proclive a ellos frente a otros grupos opuestos a la injerencia externa. Por consiguiente, la política interna dentro de muchas de estas ciudades no se plantea en muchas ocasiones como la imposición de un control extranjero sino como conflictos entre facciones que buscan apoyo militar o económico en esos elementos extranjeros. Las ciudades jonias arcaicas experimentaron tales conflictos de base política y social de forma extraordinaria porque las presiones a que estaban sometidas eran
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también muy grandes, y se sabe también que durante el periodo lidio no sólo las amenazas, sino también los conflictos sangrientos, estuvieron a la orden del día. Todo ello provocaba inseguridades que favorecían el éxodo, en especial cuando los sistemas políticos de corte aristocrático o, incluso, tiránico, tampoco aportaban soluciones válidas. Como se apuntaba antes, Mileto fue la ciudad que más colonias fundó en el Mar Negro (ver Fig. 3), hasta el punto de que algunos autores cifran sus fundaciones en unas noventa (cf. Estrabón XIV, 1, 6; Plinio Historia Natural, V, 122) lo que puede ser algo exagerado, pero da cuenta de la intensidad de la acción colonizadora griega en la región. La mayor parte de las fundaciones corresponde al siglo VI, que es la época en la que las presiones sobre la ciudad son mayores (Ehrhardt 1983). Un dato interesante sobre la importancia que en el pensamiento político griego acabará teniendo la colonización, podemos observarlo ya durante el siglo VI a.C. en especial en la Grecia del Este donde, ante los retos que supone la supervivencia de las poleis frente a la inminencia de la conquista, sobre todo por los persas, surgirá toda una serie de reflexiones sobre cómo la colonización podría ser el mecanismo adecuado para preservar la integridad de la polis libre de interferencias ajenas. En este sentido, es interesante observar cómo en las reuniones que tuvieron los jonios en vísperas del ataque persa hacia el 540 a.C. el sabio Biante de Priene propuso que todos se embarcasen hacia Cerdeña y que fundasen allí una colonia común mientras que el filósofo Tales de Mileto, planteaba una propuesta más modesta, pero quizá más efectiva desde el punto de vista de una defensa común, como era que los jonios hicieran un sinecismo, construyendo un bouleuterio común en Teos, que se encontraba en el centro de Jonia, con lo que las antiguas poleis pasarían a ser como aldeas de esa nueva polis (Heródoto I, 170). Ninguna de las dos propuestas tuvo éxito, sin duda por lo inviable que resultaba y por las rivalidades políticas que habían caracterizado la historia pasada de los jonios, y así cada ciudad tuvo que enfrentarse por su cuenta al peligro persa, de lo que derivó la caída de toda la Grecia del Este en manos de Ciro el Grande. No obstante, hay dos casos donde estas ideas sí tuvieron una realización práctica, el de Focea y el de Teos (ver Fig. 1). Los ciudadanos de Focea, ante el ataque persa, resolvieron abandonar su ciudad para establecerse en otro sitio; a tal fin, desalojaron su ciudad llevándose consigo mujeres e hijos y todo lo que pudieran transportar, así como los objetos sagrados de los santuarios, con el fin de conservar su libertad. Un primer intento de asentarse en las islas Enusas, que pertenecían a Quíos fracasó por la oposición de los quiotas, por lo que los foceos decidieron emigrar a una región mucho más lejana, a la isla de Córcega, donde hacía unos veinte años que habían fundado una ciudad, Alalia. No obstante, la perspectiva de abandonar para siempre las aguas del Egeo no debía de ser aceptable para muchos ciudadanos que, a pesar de los juramentos que se hicieron, de-
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cidieron permanecer en su ciudad en lugar de emprender el largo y arriesgado viaje. Algo más de la mitad, pues, se quedó en Focea, mientras que el resto emigró a Occidente donde, tras diversas vicisitudes, acabaron fundando una ciudad en la costa tirrénica de la península italiana, que se llamó Elea (Heródoto I, 164-167). A diferencia de una colonización normal, el caso de Focea representó una emigración en masa y, aunque buena parte de los huidos acabó estableciéndose en Elea, tenemos indicios de una diáspora más considerable que debió de afectar a otras fundaciones foceas así como a otros puntos del Mediterráneo Occidental. Aunque no tenemos demasiados detalles, da la impresión de que las dos ciudades, Elea y Focea, no mantuvieron demasiadas relaciones, puesto que la discordia civil impidió que se llevara a cabo el plan que habían acordado y tal vez Elea se consideró la heredera legítima de Focea ya que los que permanecieron en ella habían quebrantado los juramentos que habían realizado. El otro caso que conocemos, y para el que disponemos de más información que la que nos proporciona Heródoto, es el de Teos. Los teyos, igual que los foceos, decidieron abandonar su ciudad y se dirigieron a Tracia (ver Fig. 1), donde fundaron la ciudad de Abdera (Heródoto I, 168). Como en el caso de Focea, tampoco Heródoto nos da toda la información, puesto que parte de los refugiados de Teos se marcharon hasta el Mar Negro (ver Fig. 3) donde fundaron la ciudad de Fanagoria (Eustacio 549; Pseudo-Escimno 885-886). Los que se refugiaron en Tracia tuvieron que combatir contra los indígenas para poder garantizar su establecimiento, aunque acabaron triunfando en la empresa. Sin embargo, la historia no acaba aquí porque en algún momento, que no puede precisarse con exactitud, la colonia de Abdera se convierte en refundadora de su abandonada o casi desierta metrópolis. Un poema de Píndaro (Pean II frag. 52 b, 28-31), certifica este hecho: «Soy una ciudad nueva, pero di a luz a la madre de mi madre cuando fui destruida por el fuego del enemigo»; eso es algo que también recoge Estrabón (XIV, 1, 30) cuando asegura que después de la fundación de Abdera algunos colonos regresaron a Teos. La documentación epigráfica ha venido a añadir más luz a este asunto, puesto que tanto unos epígrafes descubiertos en siglo XVIII, pero perdidos, como otros hallados en 1976 en Teos muestran las estrechas relaciones existentes en el segundo cuarto del siglo V entre Teos y Abdera (Graham 1991: 176-178, 1992: 4473; Santiago 1990-91: 327-336), incluso con leyes que tenían fuerza en ambas poleis hasta el punto de que es probable que entre ambas existiese una sympoliteia, esto es, que formasen una entidad política común. Pero, en cualquier caso, y fuese cual fuese la relación concreta existente entre metrópolis y colonia, que a su vez es metrópolis de su metrópolis, lo que sí puede destacarse es la fuerza que asumirá la identidad política de sus integrantes que, a pesar de sus relaciones y de la peculiar historia de ambas ciudades, se mantendrán bien definidas. Eso muestra que, una vez que se había decidido la fundación de una colonia, y pronunciados los juramentos correspondientes, la nueva entidad tenía ya existencia real mar-
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cando una clara separación con su metrópolis, por fuertes que pudieran ser los vínculos entre ambas; a partir de ese momento, las relaciones entre sus ciudadanos tenían que ser sometidas a regulaciones legales. Eso permite entender el caso que considerábamos antes, el de Focea, en el que una parte de la población, a pesar de los juramentos realizados, decidió volverse atrás de los mismos. De esta misma percepción sobre la colonización como medio de conservar la libertad participa, siquiera desde un punto de vista teórico, también la Atenas del 480 cuando, en vísperas de la batalla de Salamina, y como medio de hacer valer su plan de combatir a los persas, Temístocles amenaza a los demás griegos con que los atenienses podrían montarse en sus barcos y dirigirse a Italia y fundar una ciudad en Siris (Heródoto VIII, 62); no hemos de perder de vista que la población ateniense había sido desalojada del Ática y trasladada, en parte a Trecén y Egina y en parte a Salamina (Green 1996: 97-103; Heródoto VIII, 31; Plutarco Vida de Temístocles, 10). Estos traslados en masa, que parecen haber sido un rasgo del pensamiento jonio del siglo VI, y que sólo se pusieron en práctica en las dos ocasiones que hemos mencionado, dieron paso en el siglo V a otros modelos de colonización ya con otro carácter más centrado en prolongar el dominio político y territorial de la metrópolis. Es el caso, por ejemplo, de las fundaciones y refundaciones de los tiranos sicilianos en la primera parte del siglo V a.C., que no dudan en desposeer a los antiguos habitantes de los territorios que quieren colonizar para situar allí a gentes adictas a su causa; de este modo, el tirano Gelón, refunda en la práctica Siracusa atrayendo, con frecuencia de forma forzada, a gentes de otras partes de Sicilia para poblar su ciudad, al tiempo que incluirá en el cuerpo cívico a sus propios mercenarios. Por su parte, su hermano Hierón utilizará el territorio de Catania para establecer allí, una vez desposeídos sus ciudadanos originales, su nueva colonia de Etna, poblada por gentes que habían servido a sus órdenes como mercenarios; al tiempo, se hará con el dominio de territorios antes ocupados por los indígenas que se verán también desposeídos de forma violenta de los mismos. En ambos casos se trataba de conseguir ciudadanías adictas que aceptaran el dominio personal representado por el tirano y que sirvieran como baluartes en su política de ampliar su dominio sobre partes importantes de la isla que pasarían a una situación de subordinación dentro de sus esquemas políticos. Otro tipo de colonia que tendrá gran éxito, vinculado también al diseño imperial de Atenas, serán las llamadas cleruquías: establecimientos de ciudadanos atenienses, que no perderán su ciudadanía, en lugares de interés para Atenas; allí serán dueños de las tierras asignadas por Atenas, por lo general a expensas de la comunidad originaria y se convertirán en un elemento importante del imperialismo ateniense del siglo V, si bien cuando mejor conocemos el fenómeno es en el siglo IV (Cargill 1995; Salomon 1997). Sobre otros proyectos y realizaciones, como la fundación panhelénica de Turios, inspirada por Atenas, así como de las teorías y prácticas de colonizaciones
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panhelénicas que serán propias del siglo IV a.C. no insistiré en esta ocasión, salvo para indicar que preludian y anticipan las políticas colonizadoras de Filipo II de Macedonia en tierras europeas y las de su hijo Alejandro Magno y sus sucesores en tierras asiáticas, a las que tampoco me referiré aquí (Domínguez 1994: 453478). En definitiva, y a modo de conclusión de este rápido panorama sobre la fundación de ciudades en el mundo griego, podríamos decir que, por una parte, es un rasgo muy característico del mundo griego su proceso expansivo que se basó, durante una buena parte de su historia, no en un modelo de tipo imperialista y con fines imperialistas, sino que se asentó en las necesidades de las gentes que vivían en la polis de buscar nuevas formas de vida debido a los problemas de base que el propio sistema de la polis tendía a generar. Este proceso inicial, no obstante, va introduciendo en la cultura griega una percepción de la colonización que hará que se convierta, sobre todo a partir del siglo V, en un elemento de dominio territorial, con la introducción de las cleruquías y que a partir del siglo IV, con la ideología de la colonización panhelénica, pase a ser un instrumento, siquiera teórico, de la supremacía cultural que los griegos de ese momento se atribuirán sobre las restantes culturas. Algunos procesos colonizadores, que se dan sobre todo en ámbitos occidentales, tratan de reforzar el peso del helenismo en territorios disputados, como Sicilia, aun cuando en muchas ocasiones los efectos no son, a medio plazo, los esperados en un primer momento e, incluso, llegan a ser contraproducentes. La política colonizadora que inicia Alejandro con la fundación de Alejandría de Egipto (331 a.C.) pero que se desarrollará de forma extraordinaria en los territorios asiáticos de su imperio, combinará las experiencias y las teorías desarrolladas en siglos anteriores y hará de las ciudades griegas uno de los polos en torno a los que se articulará la organización política y territorial de esos reinos. Pero, en todos los casos, desde el siglo VIII a.C. hasta las últimas fundaciones del siglo II a.C., hubo un factor común: la forma habitual de organizarse estos griegos, quizá con la excepción del Egipto ptolemaico, era y siguió siendo la polis, que frente a los que postulan una «crisis» de la misma a partir del siglo IV, fue el marco de referencia obligado para todos aquellos que, al emigrar, iban a fundar o a integrarse en poleis cuyo grado de esplendor y desarrollo todavía nos sorprenden.
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16 LA «CIUDAD NUEVA»: LA FUNDACIÓN DE CIUDADES EN EL MUNDO FENICIO-PÚNICO José Ángel ZAMORA LÓPEZ CSIC. Instituto de Estudios Islámicos y del Próximo Oriente (Zaragoza)
LA «CIUDAD NUEVA» Las palabras «ciudad nueva», que aluden con claridad a la conciencia de haber fundado (o refundado) un nuevo asentamiento humano, forman la expresión en lengua fenicia tal vez más citada y conocida, aunque sea al margen de su sentido original. Fue, convertida ya en un único vocablo, célebre en la antigüedad y, en las características formas heredadas de la antigüedad clásica, lo es incluso hoy en día, casi dos milenios después de la extinción del fenicio como lengua en uso. La expresión fenicia era qart hadasht, como suele vocalizarse. Aunaba un sustantivo semítico noroccidental bien conocido, q-r-t, que remitía en efecto a núcleos habitados, con el adjetivo canónico en tal ambiente para lo nuevo, h-d-sh, concordado en femenino. Los fenicios debieron aplicar este conjunto, qart-hadasht, como nombre común y, por evidente derivación, como nombre propio, a diferentes asentamientos donde, llegados de otros lugares, se establecieron. Conocemos varias de estas «ciudades nuevas». Hubo una en Chipre, fundada, a lo que parece, por fenicios de Tiro. Hubo otra en el norte de África, fundación así mismo tiriota (en la que, según alguna tradición conservada, tuvo también algo que ver la colonia chipriota). Esta qart hadasht, Carthago para los romanos, fue la fundación más exitosa y, a no dudar, la más famosa de las nuevas ciudades fenicias, y es la adaptación de su nombre al latín la que ha hecho pervivir la expresión hasta hoy en día. La propia Cartago tunecina fundó a su vez «ciudades nuevas». Al menos una de ellas fue llamada también así, qart hadasht, en la costa mediterránea de la Península Ibérica. Otra vez son los romanos, que resuelven redundantemente toda posible confusión entre esta qart hadasht hispana y su metrópoli, la qart hadasht por antonomasia, los que hacen pervivir su nombre, llamándola Cartago Nova (¡«nueva nueva ciudad»!), la actual Cartagena española. La pervivencia y 331
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uso del topónimo, como no es posible esconder en esta sede, se extendió años después al nuevo mundo, donde una nueva Cartagena (tres veces nueva), la Cartagena de Indias, fue fundada, a su vez, por gentes hispanas. No es pues difícil relacionar la «fundación de ciudades», la creación de «ciudades nuevas», con el pueblo fenicio, arquetipo del Oriente fuera del Oriente. En las páginas que siguen intentaremos repasar la actividad fenicia que dio origen a estas «ciudades nuevas», y a otras muchas de nombre diverso o desconocido, en lo que esperamos sea un útil contrapunto para procesos conceptualmente análogos al otro lado del Atlántico. PROBLEMAS GENERALES DE ESTUDIO Las fuentes La creación de nuevos asentamientos aparece ante los ojos de la investigación contemporánea como una característica definitoria del pueblo fenicio, el único, en la visión tradicional, que parece desarrollar una expansión «colonial» similar a la de los griegos, el otro gran pueblo «colonizador», y por tanto «fundador», del Mediterráneo antiguo. Pero a diferencia de los griegos, que pueden ser estudiados mediante sus propias fuentes textuales, trasmitidas copia a copia desde la antigüedad clásica hasta la Edad Moderna, los fenicios son conocidos sobre todo de manera indirecta (Krings 1995a: 39ss.) especialmente a través de esas fuentes clásicas. Como veremos, tales fuentes van a constituir el condicionante principal del estudio de la «colonización» fenicia y, en realidad, de los fenicios mismos. Nada nos queda de la producción escrita equivalente de este pueblo (Krings 1995b), salvo pretendidos ecos, de nuevo, en las propias obras greco-latinas. Aunque intentamos paliar esta falta de fuentes escritas directas mediante el estudio epigráfico1, los problemas de estudio son enormes. Tanto más cuanto que la arqueología fenicia, como veremos, debe hacer frente también a numerosas dificultades, a las que se añade siempre la fuerte influencia de la tradición interpretativa dependiente de las fuentes clásicas. Fenicios y púnicos El propio nombre «fenicios», como es sabido, no es fenicio (Moscati 1995: 1-4). Deriva del término griego phoinikes, que servía para designar a una parte de los habitantes del Levante próximo-oriental especialmente en contacto con el 1 Las inscripciones (Amadasi 1995) son los únicos textos nacidos en el interior de la cultura fenicia que conservamos.
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mundo helénico. Se trataba de gentes siro-palestinas asentadas en la costa desde antiguo. Aunque culturalmente pueden identificarse tempranamente (Bondì 1988a) sólo en el I milenio a.C. son definidos así, externamente, como «fenicios». Los cambios en el entorno —según una explicación muy extendida (Moscati 1988b: 24-25)— los particularizan con mayor claridad en esta época, que es la etapa de su expansión y la época de la expansión de los griegos, de quienes resultarán muchas veces directos rivales. Es precisamente este fenómeno, que les lleva a estar fuertemente presentes en el Mediterráneo central y occidental, el que los hace entrar también en competencia, andando el tiempo, con la civilización romana, que llamó a estos fenicios de Occidente poenus o poenicus, una versión latina del nombre griego phoinikes; los púnicos son por tanto los fenicios occidentales y sus herederos, que la investigación distingue, a veces con vehemencia, de los fenicios orientales (Fantar 1988: 166). Por las obras de griegos y romanos, como es obvio en nada imparciales (Mazza 1988: 549 y ss; Ribichini 1983, 1995), muchas veces tardías, eruditas y tópicas, además de pertenecientes a un ámbito cultural del todo diverso del semítico, conocemos lo fundamental de la expansión fenicia y de su consecuente actividad fundacional, que se dio sobre todo, como decíamos, lejos de sus bases orientales. LOS FENICIOS Y LA CULTURA URBANA El Levante siro-palestino fue un área de fuerte y antiguo desarrollo de la civilización urbana. En el I milenio a.C. este carácter urbano constituye, de hecho, un rasgo diferenciador de la zona y, para muchos, una clave socio-económica fundamental para entender su historia y cultura, frente, por ejemplo, a las poblaciones arameas del interior o a otras sociedades del entorno de corte originariamente tribal. En lo político, este rasgo se refleja en la organización típica de los fenicios en ciudades-estado. Nunca fue este pueblo un estado territorial, ni constituyó cualquier otra realidad política unificada e independiente, ni construyó una identidad sobre ello: frente a la etiqueta exterior («fenicios»), estas gentes se sentían en cambio pertenecientes, ante todo, a su comunidad ciudadana, llamándose a sí mismos «sidonios», «tirios», «bibliotas», etc. (Moscati 1988b: 24-25); lo que no quiere decir, en cualquier caso, que no fueran conscientes de su pertenencia a una esfera cultural común. Aunque, como veremos, conocemos algunas tradiciones que nos hablan del origen de las viejas ciudades-estado levantinas, y tenemos algún testimonio de fundación de nuevos asentamientos en la propia tierra madre, el proceso de creación de nuevas ciudades en el seno de la cultura fenicia viene ligado, sobre todo, a la salida de grupos de habitantes de estas ciudades hacia otros rincones del Mediterráneo, donde terminaron asentándose.
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LAS NUEVAS CIUDADES EN LAS FUENTES Son sobre todo las fuentes clásicas las que nos hablan del proceso de expansión que llevará a este pueblo a establecerse, en ciudades de nueva creación, a lo largo de todas las costas del Mediterráneo (salvo en algunos rincones septentrionales y en aquellos lugares ocupados en cambio por los griegos) e incluso del Atlántico. ¿Cuándo? Diferentes autores greco-latinos, indican —con cálculos cronológicos que remiten a la guerra de Troya, y por tanto a un horizonte que oscila entre lo mítico y lo convencional— que el proceso fue iniciado alrededor del año 1000 a. C., dándose sobre todo a lo largo de la primera mitad del I milenio a.C., como por otra parte sucede también con la colonización griega2. La temprana fecha inicial, que los textos atribuyen incluso a las fundaciones más occidentales, plantea dificultades arqueológicas. No se han hallado hasta hoy restos de asentamientos fenicios estables en tales lugares que remitan a momentos tan antiguos. Es el enunciado de un problema clásico de la investigación fenicia (Moscati 1988d: 46-49), que ha intentado conciliar este hiato entre las cronologías textuales y arqueológicas recurriendo a explicaciones y categorías (como la de «precolonización», como veremos) que justificaran esta ausencia sin renunciar, apoyados en testimonios variados y dispersos, a una presencia fenicia antigua y efectiva (Moscati 1988d: 49). A esta discusión cronológica clásica se ha unido otro debate, más reciente, sobre las propias bases de datación de la arqueología fenicia, ya sean los medios específicos tales como la sincronía de los materiales fenicios, que remite casi siempre, de nuevo, a las mejor conocidas cerámicas griegas, como los genéricos de la arqueología moderna, que se enfrenta, por ejemplo, a una polémica revisión de las fechas proporcionadas por la técnica del C14, cuya calibración descompone las cronologías tradicionales, de por sí discutidas. En cualquier caso, y aunque algunas fundaciones pudieron ser anteriores, parece que fue entre los siglos VIII-VII a.C. cuando se dio la fase más intensa del poblamiento fenicio fuera de su «tierra madre», e incluso muy lejos de ella. La propia Cádiz —Gadir, una de las fundaciones que según las fuentes habría que fechar un siglo antes del cambio de milenio— se sitúa al otro lado del estrecho de Gibraltar, con todo el Mediterráneo por medio entre ella y su metrópoli, Tiro. En el área de Cádiz la arqueología atestigua presencia fenicia desde al menos el 2 Esta actividad simultánea de griegos y fenicios, además de condicionar ambos procesos, complicará ulteriormente su estudio en el plano arqueológico, resultando la presencia de los unos vector de la introducción de materiales y rasgos culturales de los otros, y viceversa.
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800 a. C., y entre esta fecha y el 600 a.C. las nuevas ciudades fenicias se multiplican desde Chipre a Portugal, pasando por todo el norte de África, Sicilia o Cerdeña, además de otras islas y archipiélagos importantes, como Malta o las Baleares (Fig. 1). Después, la actividad no cesa, aunque de modo menor y diverso. Como veremos, algunos asentamientos se «relocalizan», otros se abandonan, nace alguno nuevo (como la «Cartago Nova» hispana, fundada en el siglo III a.C.), y muchos se reorganizan. Pero el grueso del fenómeno parece haber pasado ya. El resultado es de una variedad que rechaza interpretaciones simples: frente a núcleos de gran éxito (Kition, Gadir, Cartago), existen zonas de poblamiento intenso pero disperso, como también asentamientos aislados, grandes y pequeños, todos ellos, además, como refleja el registro arqueológico, sujetos a una inevitable evolución y sometidos en ocasiones a fuertes cambios. ¿Cómo? Ante la ausencia de fuentes internas, debemos confiarnos a las fuentes clásicas para la caracterización general del proceso, con los problemas que anticipábamos. Los autores greco-latinos reflejan el protagonismo exclusivo (a la vez generalizador y simplificador) en la expansión «colonial» mediterránea «no griega» de estas gentes orientales de la costa levantina que llaman fenicios. Desde las grandes ciudades fenicias (de entre las que destaca en las fuentes, hasta hacerse metrópoli arquetípica, la ciudad de Tiro) se lanzan a fundar diferentes ciudades a lo largo del Mediterráneo, con el apoyo de su buen conocimiento técnico; ya desde Homero los fenicios son los «famosos marinos» del mundo antiguo. Las fuentes describen estas fundaciones, sobre todo cuando se nos proporciona algún detalle añadido, en modo sospechosamente similar —¡o sospechosamente contrario! cf. infra— al modo griego de entender su propia colonización o al modo romano de entender sus orígenes. Los propósitos de esta expansión, sus causas, aparecen en algún autor clásico, en cambio, como claramente divergentes de los motivos presupuestos como principales en la expansión griega, como veremos: el motor fundamental de la aventura exterior fenicia habría sido, siguiendo estas informaciones, su afán comercial. Los textos cumplen así con otro tópico inevitable en la caracterización greco-latina del fenicio, que en su forma más peyorativa los presentaba como gentes de una extrema avidez y falta de escrúpulos. Los fenicios son, también desde Homero, además de hábiles comerciantes, taimados piratas, y todavía en época tardía la actitud «por defecto» de un romano ante un púnico — y la postura y propaganda oficial de Roma contra Cartago— será la de total desconfianza, siendo la fides punica la expresión radical de la falsedad y la traición. Distinguir, a la luz de la arqueología y de las escasas evidencias epigráficas, qué posible realidad se esconde tras esta presentación de las fuentes greco-latinas, constituye un ejercicio fundamental de investigación sobre el tema. Investigación
Fig. 1.—Expansión fenicia: principales asentamientos (Aubet 1987b, 1994).
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que se enfrenta, como vamos a ver, además de a las dificultades y condicionantes documentales, a la antigüedad y peso de la construcción tradicional y a la fuerte inercia de los estudios, notable ésta ante la imposibilidad de construir una imagen alternativa igual de vívida de la expansión o colonización fenicia. EXPANSIÓN Y COLONIZACIÓN: PROBLEMAS DE MÉTODO Y CONDICIONANTES DEL ESTUDIO Colonización: condicionantes y prejuicios En realidad, los propios términos «expansión–colonización» ocultan a la vez un problema metodológico y un debate historiográfico (Niemeyer 1995). Como también es sabido, el término «colonización», de origen latino, adquiere en el estudio histórico un sentido técnico que le lleva a ser aplicado a diferentes hechos en periodos diversos (de la Grecia y Roma antiguas a la América moderna o el África contemporánea), con fuertes condicionantes ideológicos. En la antigüedad clásica, la colonización por antonomasia (con permiso del fenómeno romano que proporciona el término, ver Espinosa en este volumen) es la griega, la expansión bien conocida de este pueblo desde sus ciudades originarias a otras de nueva planta, las apoikies, fundadas sobre todo en puestos ultramarinos (ver Domínguez en este volumen). Este buen conocimiento, desde antiguo, de la «colonización» griega, constituyó un problema añadido para la comprensión del fenómeno fenicio, más allá de la inmediata dependencia documental antes citada: proporcionó —a la vez que impuso— un paradigma de referencia para lo que se percibió como un proceso paralelo, con el agravante de que gran parte de las fuentes disponibles para el estudio de tal proceso, eran, precisamente, fuentes griegas (que de por sí contemplaban esta actividad fenicia desde el prisma de la concepción griega del fenómeno). La interpretación de la colonización fenicia se ha visto, y aún se ve, fuertemente condicionada por todo ello, y la misma designación del proceso como «colonización» es para muchos un prejuicio a evitar. Expansión: alternativa y precedente Para eludir las múltiples connotaciones del término «colonización», y en especial la visión ligada a la colonización griega, es común designar el proceso fenicio con el término «expansión» (AA.VV. 1971), sin duda menos problemático pero también más ambiguo, e incluso darle un sentido técnico. En este uso técnico, «expansión» esconde el sentido real de «expansión comercial», que como veremos será un concepto clave en los estudios. Complicando aún más el cuadro general, se han usado en esta línea ambos términos, expansión y colonización, para
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interpretar en clave histórica todo el fenómeno (Niemeyer 1995): tras un primer momento de «expansión» (comercial) fenicia, se habría llegado a una «colonización» (digamos que «territorial»), cercana por tanto en resultados a la colonización griega (y que habría sido percibida consecuentemente por los autores clásicos como un fenómeno paralelo) pero con causas y desarrollo diversos. La actividad comercial habría dado lugar a primitivos establecimientos, con el mero propósito de favorecer los intercambios, que con el tiempo se habrían constituido propiamente en asentamientos, con un aprovechamiento mayor del territorio y una población sostenida de mayor entidad. Las categorías interpretativas y sus problemas Por supuesto, esta diferenciación «expansión» (comercial) — «colonización» (territorial) es sobre todo conceptual (y por tanto apriorística), y revela categorías que, como veremos, ya estaban presentes en los autores clásicos. En el fondo, con ella simplemente se clasifican diferentes asentamientos por sus hipotéticas funciones (definidas y distinguidas con criterios externos), interpretadas éstas, en la propuesta citada, con perspectiva histórica (en sucesión y causalidad). Como consecuencia, en ocasiones el término «expansión» conlleva una minusvaloración de la «presencia» fenicia más antigua, o de algunos yacimientos —establecimientos o asentamientos— problemáticos (no dándoles carta de verdadera «ciudad» o de verdadera «fenicidad»), cuando no del proceso entero (al no reflejar éste una clara intencionalidad programada). De hecho, el mismo uso del término «fundación» para designar el momento inicial, el nacimiento de estos asentamientos, parecería resultar impropio, como veremos. En realidad, múltiples testimonios revelan la complejidad latente y, como repasaremos, el registro arqueológico muestra casi siempre la convivencia de actividades diversas en un mismo núcleo y su variación en el tiempo, impidiendo categorías estrictas e interpretaciones monolíticas. Pero manteniéndonos por el momento en el nivel conceptual, debe hacerse notar que no es fácil definir y diferenciar «establecimientos comerciales» y «asentamientos territoriales», tanto menos con perspectivas cualitativas, pues los criterios de definición en cierta medida se superponen: aún admitiendo una motivación comercial inicial, una primera fase de expansión como la que se interpreta en el mundo fenicio (relativamente larga y fácilmente rastreable) conllevaría formas de asentamiento estable no desdeñables, de las que conocemos muchas en este tipo de procesos de intercambio antiguo: enoikismoi (o implantaciones de extranjeros en ciudades ajenas), escalas de diferente entidad en rutas comerciales o puestos de comercio en cercanía a los «mercados», emporia propiamente dichos, «factorías»… Incluso en el establecimiento de contactos primitivos, en la consecución de un primer conocimiento, de una primera red comercial —en ese horizonte difuso que a veces se de-
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signa como «precolonización»— se han querido ver formas de asentamiento3. En el propio proceso, aceptado éste, de paso del propósito comercial principal al propósito propiamente «colonial», el momento exacto en que este cambio se produciría debería señalarse de forma casi arbitraria, dado que, en cualquier caso, sería posiblemente un fenómeno esencialmente progresivo, y en él podrían confundirse, de nuevo, actividades económicas de explotación territorial destinadas en realidad desde el origen al intercambio (como son todas las ligadas a la obtención de materias primas y a su transformación, muchas veces in situ) con otras en principio de sostén (como son la agricultura o la pesca) que con el tiempo podrían incluso convertirse también en producciones especializadas con salida comercial. Aún con las dificultades señaladas, se trata, en cualquier caso, de una terminología y una diferenciación de insistente uso historiográfico (de forma inercial o variadamente intencionada) que tiene al menos el mérito de incidir directamente en los problemas esenciales, más allá del mero nominalismo, del proceso histórico estudiado: sus causas, su desarrollo y sus características, económicas, sociales o políticas. CAUSAS, DESARROLLO Y CARÁCTER DE LA EXPANSIÓN O COLONIZACIÓN FENICIA El debate sobre las causas es de hecho el punto clave de la percepción de todo el fenómeno (Moscati 1988d: 46), pues marca la visión de su desarrollo y la percepción de su carácter, condicionando por tanto el modelo «fundacional» de las nuevas ciudades fenicias. La tradición greco-latina y las motivaciones comerciales La interpretación que hace de la motivación comercial la causa de la primitiva «expansión» y de la posterior «colonización» fenicia es quizá la más extendida, y desde luego la más antigua, pues depende, como advertíamos, de las fuentes greco-latinas (sobre la expansión en ellas véase Bunnens 1979). Una versión explícita la proporciona por ejemplo Diodoro Sículo, quien hablando precisamente de la Península Ibérica, cuenta cómo los fenicios, que navegaban desde antiguo por comercio (Diodoro V 20, 1), conseguían con gran codicia plata de los indígenas del territorio a cambio de mercancías de escaso valor. Con la gran ganancia obtenida, según Diodoro (V 35, 1-5), fundaron después sus colonias. Da en efec3 Aunque quizás la mayor utilidad del término «precolonial» consista, precisamente, en englobar los diferentes testimonios de «presencia» o «influencia» fenicia, ya sea ocasional o indirecta, no ligados a una permanencia estable, añadiendo un peldaño superior a la escala convencional de estudio.
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to el autor su visión causal y sucesiva del hecho: primero comercio, después colonias, sólo que en Diodoro es el beneficio de la actividad comercial, independiente, justificada en sí misma, la que hace posible la «colonización», también independiente y autojustificada. Por supuesto, en Diodoro subyace fuertemente la óptica griega, a pesar de su obvia pretensión de explicar el hecho de forma particular, y hasta curiosa (precisamente por su diferente —y menos noble— carácter frente a la «colonización griega»). Subyace la visión comercial del fenicio, que, adjetivos peyorativos aparte, podemos tomar seriamente, dados los múltiples testimonios —arqueológicos, textuales no griegos4 — que muestran lo justificado del tópico antiguo (aunque también su condicionante peso, Bondì 1995a). Pero subyace sobre todo la visión griega de la colonización, que se entendía a posteriori como un proceso con finalidad clara: la fundación de una nueva polis, un esfuerzo notable emprendido de forma colectiva en un momento concreto con un procedimiento definido y un resultado inmediato (ver Domínguez en este volumen). El proceso fenicio debió ser, justo en algunos de estos importantes puntos, totalmente diverso, lo que provocó la casi ingenua explicación de Diodoro. Aunque en algunos casos pudo darse también la empresa colectiva y la finalidad fundacional definida, debió caracterizar a la expansión fenicia el carácter progresivo del poblamiento y el papel en él (y en sus varios e interrelacionados fines) de individuos o grupos organizados de modo bien diverso al griego. Las causas económico-comerciales y el registro arqueológico Por otro lado, desde hace medio siglo la arqueología mediterránea ha ido proporcionando los testimonios necesarios para situar y sostener la discusión sobre bases materiales. Ciertamente, el panorama fenicio se separa fuertemente del griego, aunque de modo complejo. En efecto, en los asentamientos mediterráneos identificados como fenicios, y especialmente en los primeros niveles de muchos de ellos, la importancia de la obtención de recursos locales para su exportación se advierte de forma evidente5. En continuidad con los indicios primitivos de contactos orientales, las primeras fases de asentamiento se comprenden efectivamente bien en esta clave. Pero la etapa —que como veremos se interpreta a la luz de los grandes intercambios internacionales con motor oriental de los que los fenicios serían el agente ultramarino— no fue duradera, y la arqueología 4 Recuérdese por ejemplo el episodio bíblico de las expediciones de Salomón con apoyo fenicio en I Reyes 9: 26-28; 10: 11, 22 =en paralelo con= 2 Crónicas 8: 17-18; 9: 10, 21, o los propios oráculos de Ezequiel, 26-28 e Isaías 23 (Xella 1995b: 67ss). 5 Ello ha supuesto que, si en la colonización griega se diferenciaban establecimientos con fines de repoblación, de factorías y de emporia comerciales, se llegara a caracterizar a las colonias fenicias por ser en cambio tan sólo de este último tipo (Moscati 1988c: 27), lo que sin duda daba además, a ojos de los fenicistas, una necesaria credencial diferencial al propio fenómeno.
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atestigua la importancia sucesiva de la explotación no primordialmente comercial de los recursos internos de los asentamientos occidentales (Bondì 1995a). De hecho, en los nuevos núcleos, tanto los de prolongada ocupación y gran tamaño como en los pequeños y ocasionales, se manifiesta siempre una cierta e incluso apreciable variedad de actividades económicas, naturalmente más palpable conforme el fenómeno —y los propios núcleos— se desarrollan. Estas actividades económicas varían según los centros, y varían en el tiempo, y no sólo en intensidad, sino también en dedicación ya que en algunos lugares se llegará incluso en época púnica a la producción especializada, lo que nos recuerda el amplio marco temporal y geográfico de referencia. Es en cualquier caso común que, desde momentos tempranos, junto a lo que distinguimos como pruebas de actividad comercial (periódicamente revaloradas, cf. p. e. Aubet 1995), se aprecien también labores de explotación y trasformación, y siempre estén presentes actividades de sostén (pesca, agricultura en diferente extensión, ganadería, explotación forestal…) diluyendo las interpretaciones excesivamente categóricas. La colonización agraria La importancia ulterior u originaria de este tipo de explotación del territorio que proporciona bienes de subsistencia, frente a la predominante visión comercial, ha sido subrayada por algunos autores, que encontraban apoyo en las novedades arqueológicas citadas. De este modo, se ha dado lugar a términos como «colonización agrícola» (Alvar y G. Wagner 1988, 1989; Aubet 1987a, 1987b, 1994), con el que quiere describirse el impacto productivo de base que sobre algunos territorios tuvo la presencia fenicia. Estas interpretaciones se ven obligadas a replantearse también el factor «demográfico» de tal colonización, pues los cambios a la escala propuesta en las economías agrarias «coloniales» implican, o bien cambios en el poblamiento de los nuevos territorios (donde se ha querido ver también el nacimiento de nuevos fenómenos de dependencia) o bien movimientos de población emigrante de mayor entidad (lo que a su vez obliga a revisar la situación demográfica y productiva de las tierras de origen, en el Levante oriental). La perspectiva próximo-oriental: política, sociedad, economía En las interpretaciones de corte tradicional, la historia de la Siro-palestina de la época era comprendida sobre todo en clave política. En esta clave, se tenía a la irrupción en la costa mediterránea del poder de Asiria como la gran novedad y el motor de todos los cambios. Fechas significativas de las campañas asirias de control del Levante (como también después las grandes fechas de las intervenciones babilonia o persa) se ligaban sistemáticamente a las novedades o cambios
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perceptibles en Occidente, y la misma insistencia de las fuentes textuales (la primera en ser corroborada arqueológicamente) en el «hambre de metales» de los fenicios se explicaba por la exigencia tributaria del imperio neo-asirio. Estas interpretaciones se vieron con el tiempo enriquecidas con nuevos enfoques y teorías sobre los intercambios, sus redes y sus mecanismos en la antigüedad —del sustantivismo y sus derivados a las teorías de intercambio desigual, centro-periféricas o de sistemas mundiales, en una reintegración más compleja de economía y política (Frankenstein 1979). Todavía hoy, el impulso del sistema de intercambios a escala mediterránea provocado por la nueva situación oriental es para muchos el marco más correcto para interpretar la expansión fenicia, pero contemplado de forma más rica y compleja, al margen de la sincronía, que se aprecia imperfecta, entre acontecimientos puntuales orientales y procesos occidentales. Nuevas perspectivas, ampliación de conceptos e integración de factores A estos enfoques vinieron a unirse los necesarios (en el campo de la demografía histórica, del paleoambiente o de la economía productiva antigua en general) para la valoración de las hipótesis de corte agrario. La reconsideración de las relaciones entre las poblaciones «coloniales» y los habitantes «indígenas», tanto en el plano socio-económico como cultural, vino anticipada y acompañada a su vez de la aplicación de nuevas perspectivas y debates, así mismo de gran alcance ideológico6. La incorporación, por fortuna definitiva, de la perspectiva antropológica, fue además un importante elemento paralelo presente en casi todas las nuevas aproximaciones. Las propias fuentes textuales han sido reinterpretadas bajo las nuevas perspectivas citadas, añadiendo a los tradicionales testimonios greco-latinos los epigráficos próximo-orientales, tanto del I como del II milenio a.C. Esos testimonios revelan, por ejemplo, la existencia en el Oriente de un activo comercio, con redes de intercambios indirectos de largo alcance, ya en el Bronce Final. En este comercio parecen actuar aristocracias emprendedoras con cada vez mayor protagonismo, hecho que podría ser clave y característico en el mundo fenicio del I milenio. Los que estudian estos sistemas comerciales desde las nuevas perspectivas citadas señalan la importancia de las alteraciones en sus focos y redes, de los cambios en los accesos a mercados y a fuentes de materias primas. Estas alteraciones se dieron sin duda con el cambio de milenio y en sus primeros siglos (recuérdese de hecho la misma expansión —y competencia— del elemento griego) y debieron 6 Recogió ecos e influencias de los análisis marxistas sobre el colonialismo e imperialismo moderno, de la revisión de los conceptos tradicionales de aculturación, de las teorías de asimilación y resistencia, de las nuevas perspectivas sobre los fenómenos de interacción, etc. (Almagro 1983; Bondì 1983; Tsirkin 1989; Whittaker 1974).
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originar a su vez nuevos y concatenados cambios, en los que también (considerando además las nuevas condiciones de posibilidad creadas en la Edad del Hierro oriental) debería situarse y explicarse la propia expansión fenicia. Ligada a este tipo de hipótesis nace la insistencia de algunos autores (Bondì 1995a: 274) en dar importancia en el proceso fenicio a la dinámica propia de los mismos pueblos levantinos, de los mismos factores internos de las sociedades fenicias, y de situar esta dinámica dentro de los cambios generales acaecidos en Oriente a lo largo del periodo. Habría que sumar quizá a todo ello, al hablar de dinámicas internas, la valoración que de éstas se ha hecho igualmente dentro de sus ámbitos regionales (González Wagner 1983), sobre todo al estudiar los desarrollos del proceso de expansión. También la valoración del estudio de los diferentes asentamientos y áreas «coloniales» a la luz de su propia evolución y cambios internos (López 2003). Como en todo proceso largo y extenso, sus propios elementos cambian e intervienen en la variación del conjunto. Como resultado, el fenómeno ya no puede ser explicado de forma simple, y tanto menos monocausal, al tener en cuenta sobre todo que se trata de un proceso prolongado y activo, necesitado de continua explicación, esto es, de una explicación compleja en verdadera clave histórica. Algunos autores (Aubet 1987a, 1994) han recurrido, de hecho, a instrumentos tomados, por ejemplo, de la teoría de sistemas, para subrayar la multitud de factores implicados en el proceso de expansión fenicia, una manera inteligente de conservar en su justo valor las líneas maestras de las interpretaciones tradicionales y los aportes de las nuevas hipótesis. De este modo, queda aún más de relieve la especificidad del largo y dinámico fenómeno fenicio, y la necesidad de estudiarlo —sin negar la utilidad de fuentes y paralelos— libres de condicionantes ni referentes ajenos. CARACTERÍSTICAS Y EVOLUCIÓN DE LOS NUEVOS ESTABLECIMIENTOS Estudiadas en su conjunto, las «nuevas ciudades» fenicias (algunas de las cuales se saben tales, como señalábamos que advertían sus propios nombres) se presentan como numerosas y variadas. Dentro de la variedad cabe advertir algunos rasgos comunes, que ayudan a comprender mejor el proceso. Situación geográfica y patrón de emplazamiento Muchas de ellas se sitúan en puntos estratégicos de recorridos marítimos o de acceso a materias primas (en parte consecuencia inevitable de las rutas practicables y de las redes preexistentes, en parte causa de su consolidación o alteración).
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Algunos asentamientos se separan de esta norma, pero la situación estratégica de los nuevos núcleos es la tónica más extendida. Debió ser, claro está, clave de la pervivencia y éxito del puesto, y no sólo signo de su vinculación inicial al comercio. También muchos de estos asentamientos parecen repetir un mismo patrón, o al menos parecen presentar una parecida y consciente elección7 de su situación o, mejor, de su emplazamiento (Lancel 1995b). La investigación ha acuñado la expresión «paisaje fenicio» para referirse a este patrón de emplazamiento (Bondì 1988c: 248), que se justifica otra vez en las necesidades de supervivencia y éxito del nuevo puesto. Hay que hacer notar, en cualquier caso, que este patrón de asentamiento se da ya en muchas de las ciudades madre de la costa levantina (Fig. 2) (Moscati 1988c: 26-27; descripciones y bibliografía en Yon 1995b) lo que de nuevo puede reflejar tanto el modelo buscado con preferencia como la elección más obviamente apropiada. Los asentamientos fenicios suelen situarse sobre un pequeño cabo o península, muchas veces (como muestran los estudios paleogeográficos) en una isla independiente cercana a la costa, que resultaba por tanto protegida y defendible (véase Figura 2) (Fig. 3) (véanse más adelante Figuras 5 y 7). Muchas veces se hallan cerca de un cauce fluvial, en su desembocadura, lo que evidentemente, ade-
Fig. 2.—Ejemplo de asentamiento oriental —Tiro— (Lipinski 1992: Fig. 369) y de puesto oriental fortificado —Baniyas— (Krings 1995: 122).
7 Quizás sea necesario matizar el concepto «consciente» de la elección, pues, como veremos, algunos asentamientos cambian de lugar o se vacían de población a favor quizá de los que se revelan más acertados.
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Fig. 3.—Asentamientos occidentales (Lipinski 1992: Figs. 2, 15, 65, 147, 361, 363).
más de facilitar la provisión de agua dulce al nuevo asentamiento, suponía una ruta de acceso hacia el interior del territorio y una oportunidad de entrar en contacto con las poblaciones indígenas que disfrutaran previamente de las ventajas del río. En algunos puestos (en muchos para algunos) las vegas fértiles favorecieron la propia actividad agrícola de las ciudades fenicias y, en cualquier caso, les proporcionó un mínimo territorio (hinterland), aunque para la mayor parte de los investigadores la proyección interior de los centros y su explotación directa sólo es relevante en periodo avanzado (exacerbando a veces la investigación esta falta de administración territorial en contraposición a la chora de las colonias griegas). Sólo entonces algunos de los nuevos núcleos, que inicialmente no debieron ejercer un control amplio del retroterra, lo habrían ampliado progresivamente, dando en ocasiones lugar a nuevos núcleos. Este fenómeno, bien conocido por ejemplo en la zona púnica norteafricana, se ha considerado una «colonización secundaria» (Niemeyer 1995: 264) o interna, y se ha querido advertir en otras zonas de presencia «colonial» fenicia (como la propia Península Ibérica. Alvar y G. Wagner 1989; López 2003). Las penínsulas o islas costeras solían presentar también la ventaja de disponer de diferentes posibilidades de atraque, por lo que casi todos los asentamientos fe-
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nicios poseían un puerto o puertos abrigados y fácilmente practicables. Al otro lado de los brazos de mar, de los cursos fluviales o de los barrancos que separaban islas y promontorios de la tierra firme, solían situarse las necrópolis, siempre por tanto fuera del núcleo urbano, y separadas de él, aunque en simetría y cercanía. No es raro que además los núcleos se emplazaran, a esta escala, cerca de cadenas montañosas costeras, incluso de pequeñas colinas, que proporcionaban referencias para la navegación y materias primas inmediatas (madera, piedra) además quizá de caza y de nuevo fuentes de agua8. Patrón urbanístico y modelo fundacional A menor escala en cambio, en lo que se refiere al patrón urbanístico de los asentamientos (Lancel 1995b), debemos ser más genéricos y advertir de esta generalización. Hay que evitar que se tomen una serie de características generales, conocidas desde antiguo como parte de la tradición urbanística oriental (Frankfort 1954: 188-201) o extraídas del análisis del conjunto de lo conocido por la arqueología mediterránea más recientemente, como un verdadero esquema subyacente y, en el peor de los casos, existente desde el origen de las nuevas ciudades fenicias, como si hubiera existido un modelo abstracto de ciudad, una construcción ideológica que las fundaciones hubieran buscado y repetido. Suele hablarse, al tratar de la urbanística general de las ciudades fenicias, sobre todo de las mediterráneas de nueva creación, y más en concreto de su planta, de la existencia común de una acrópolis amurallada, alrededor de la cual se disponen barrios residenciales y artesano-comerciales (Bondì 1988c: 248). Se trata, como puede verse, de un esquema muy general, y que, a pesar de ello, sólo se percibe con claridad en los asentamientos de mayor entidad y con mayor pervivencia. No refleja en realidad un hipotético patrón fundacional. Los esquemas predefinidos, ritualizados, de las fundaciones griegas y, sobre todo, romanas, no se perciben fácilmente en las plantas primitivas de los asentamientos excavados, algo que para muchos encaja con una percepción progresiva del asentamiento poblacional, nacido de un pequeño establecimiento inicial sin pretensiones. Tal hecho hace dudar, incluso, de lo propio del uso de la palabra «fundación», como ya decíamos. Aunque el concepto y término de «fundación» es usado por las fuentes griegas (por los motivos que señalábamos anteriormente) para describir el origen de las que en época posterior eran famosas ciudades fenicias, y aunque en algún caso puede esconder una forma de establecimiento inicial similar a la griega, debe ser usado, si queremos aplicarlo sin condicionantes previos, en un sentido amplio y convencional, casi sinónimo del igualmente amplio, pero más dinámico, «surgimiento». 8 La cercanía en cambio a estribaciones de riqueza mineral, debe entenderse dentro del marco de asentamiento a mayor escala.
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Problemas arqueológicos de los asentamientos coloniales Sin embargo, hay que advertir que la dificultad para reconstruir un hipotético patrón de asentamiento urbano definido se debe, sobre todo, a los propios problemas de la arqueología de estos lugares. Con frecuencia, los puestos fueron habitados durante un largo periodo, a veces sin apenas variar o extender su localización (con la consiguiente superposición de niveles y refacción continua del plano urbano). Muchas veces han mantenido su ocupación de manera continua hasta la actualidad, haciendo de la mayor parte de las más importantes ciudades fenicias, tanto en el Levante como en el Mediterráneo, casi un misterio. Nada sabemos, por ejemplo, del plano urbano de la Cádiz fenicia (véase Figura 3), pero a su vez poco sabemos del urbanismo de su metrópoli, Tiro (véase Figura 2). La acción antrópica no es el único impacto sufrido por estos yacimientos. Su propia posición, expuesta a la vez a la acción del mar y a la sedimentación fluvial, hace que casi nunca el entorno geográfico actual coincida con el originario. Ello ha significado en muchas ocasiones el alejamiento de la línea de costa y el colmado de las vías de acceso al antiguo puesto, facilitando a veces, por fortuna, su preservación (por ejemplo al quedar protegidos de la acción del mar o al ser abandonados y no reocupados) pero ha supuesto en otros casos que partes de los yacimientos, cuando no el yacimiento entero, fueran destruidas por las aguas o cubiertas por los sedimentos en lugares no reconocidos. De hecho, la identificación de asentamientos fenicios sin continuidad, incluso en los casos en los que éstos se sitúan hoy tierra adentro, fue tardía y está lejos de ser completa. En aquellos identificados y excavados, la orografía del promontorio original, a la que se añade la acumulación de restos de ocupación —como en auténticos tell orientales—, condicionó fuertemente ya en su origen la organización urbana, difícilmente desarrollable ajena al medio, y determinó de manera dura su evolución y conservación. Asentamientos coloniales antiguos, en teoría conservados gracias a su abandono, como algunos de la costa malagueña española (véase Figura 3) (Schubart 1995: 751ss.), muestran apenas una serie de estructuras, con suerte de relativa importancia, pero siempre reducidas en número y casi siempre en tamaño, mal conservadas y difícilmente legibles como parte de un todo urbano organizado (Fig. 4). No es de extrañar que muchos hayan interpretado tales yacimientos como asentamientos de reducido desarrollo urbano, incluso no merecedores del nombre de ciudades. Desarrollo urbano: fases antiguas y realizaciones púnicas En definitiva, tal como decíamos, los asentamientos en los que es hoy posible distinguir una trama urbana no permiten hablar de un original y rígido patrón fundacional, sino, como mucho, de un posterior desarrollo urbano similar. Los ejemplos mejor conocidos, como la Cartago tunecina (Fig. 5) (descrita con detalle en
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Fig. 4.—Ejemplo de estructuras conservadas en asentamiento occidental —Toscanos— (Niemeyer 1982: 193).
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Fig. 5.—Asentamientos centromediterráneos, Norte de África: Cartago y Kerkouane (Krings 1995: 379-380).
las fuentes y excavada intensamente. Lancel 1983), en buena medida ni son representativos ni resultan comparables con el resto de lugares de nueva planta, pero dan una idea de cómo la evolución de los puestos coloniales determinó su plano urbano. De las fases más antiguas de muchos de estos puestos coloniales, allí donde estas fases se individualizan, poco puede decirse más allá de la distinción de técnicas de construcción y de organización del espacio orientales9, que permiten al menos distinguir con cierta claridad la mano o la influencia fenicia frente a las tradiciones locales. En cambio, para periodos posteriores tenemos mejores ejemplos (en síntesis p. e. Bondì 1988c; Lancel 1995c; Lézine 1956) e incluso conocemos bien algunos yacimientos excepcionalmente bien conservados10. Partiendo de estos ejemplos, de nuevo no genéricamente representativos, pero sí fuente de informaciones concretas espacial y cronológicamente fijables, es posible al menos hablar de un urbanismo «púnico», en el que la influencia griega, sobre todo en sus últimas fa9 Tales como muros de paramento o estructura de sillar combinados con adobes y sillarejo, plantas de habitación rectangulares, largas series de espacios adosados, ocasionales tendencias ortogonales en calles y espacios urbanos, murallas —importante elemento «urbano»— (Cecchini 1995; Lancel 1995c). 10 Aunque sea parcialmente, como en el caso de la fase de fortaleza púnica de Monte Sirai en Cerdeña (véase más adelante Figura 6), o de la muy regular ciudad de Kerkouane en África (véase Figura 5), gracias a su abandono (Bartoloni et al. 1992; Fantar 1984-86, 1998).
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ses, parece notable. En él, además, no es extraño apreciar la importancia del componente militar, habiendo incorporado el mundo cartaginés, como sabemos, buena parte de las técnicas de la poliorcética helenística. De aquí surge sobre todo el modelo de ciudad que citábamos al inicio del apartado, cuyo centro —y última línea de defensa— es la acrópolis, alrededor de la cual se dispone el poblamiento (en las ciudades más importantes, a su vez varias veces amurallado). Con motivo del crecimiento de los núcleos urbanos de la época, tampoco es extraño apreciar dentro de este poblamiento la especialización funcional citada: se advierten barrios predominantemente residenciales, artesanos… incluso se distinguen, en virtud de la concentración de santuarios, los que a veces se han considerado auténticos «barrios sagrados» (Bondì 1988c: 248; recuérdese que los llamados tofet, vinculados al sacrificio infantil y de cuya problemática no podemos ocuparnos aquí, constituyen igualmente amplias áreas sacras especializadas). También hay que hacer notar, en definitiva, los desarrollos particulares, sobre todo a nivel arquitectónico, a los que los contactos con las tradiciones locales dieron lugar en las diferentes áreas de presencia púnica. Conserva este urbanismo púnico, en cualquier caso, junto a la organización espacial general citada, rasgos o elementos constructivos (murallas de casamatas y paseos de ronda, ejes viarios, construcciones rectangulares adosadas en largos bloques, formación consecuente de espacios comunitarios, posición relevante de edificios significativos) ya apreciables o con precedentes en los yacimientos más antiguos, dando pruebas de continuidad y salvando una cierta imagen de conjunto. Probablemente, es a la imagen de ciudad que creaban esta distribución y estos rasgos (imagen en cualquier caso claramente diversa de la imagen contemporánea de las ciudades griegas o romanas) a la que debe referirse la única mención que nos proporcionan las fuentes escritas sobre la existencia de un urbanismo fenicio: Estrabón (III, 4, 2) dice de la ciudad púnica de Málaga que responde a un «esquema» fenicio (sin describirlo). Lo hace, precisamente, para que la ciudad no sea confundida con una fundación griega (la problemática Mainaké), que para Estrabón responde con claridad a un esquema abiertamente diverso. ¿Fundaciones? ¿Ciudades? La escasa entidad de los asentamientos primitivos, sus diferencias urbanísticas posteriores con los modelos griegos y romanos, junto con los especiales criterios de elección de emplazamiento (que no parecían responder al deseo de sostener una auténtica colonia), hicieron que muchos de estos centros fenicios (sobre todo aquellos para los que no había referencia textual directa) no se consideraran «verdaderas» fundaciones urbanas (Niemeyer 1995: 262; Schubart 1995: 743-745), en la línea de cuanto decíamos sobre el concepto greco-latino (y moderno) de «fundación», pero también en relación con el asociado concep-
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to de ciudad11. Sólo los núcleos presentados por las fuentes como ciudades (Cartago, Útica, Cádiz, Lixus) recibieron tal consideración. A la falta de testimonios arqueológicos que probaran la entidad urbana de los nuevos núcleos, que en su mayor parte no revelaban planes iniciales de establecimiento poblacional ni muestras inmediatas de desarrollarlos, se unía, por ejemplo, la aparente falta de jerarquización territorial de los puestos en las fases más antiguas. No se creía advertir en estos asentamientos ninguna reordenación subordinada del territorio inmediatamente circundante (un criterio extendido a la hora de valorar el carácter ciudadano de un establecimiento humano, y que es independiente del impacto que estos núcleos pudieran tener en las redes de poblamiento locales y en la organización del territorio interno). No es de extrañar que para los asentamientos pequeños que no muestran desarrollo posterior, y de forma paralela para los momentos arcaicos de los asentamientos que sí se desarrollaron, se mantengan vivas las hipótesis de propósito comercial exclusivo o preponderante, y la minusvaloración de los enclaves, que sólo cabe matizar con los argumentos de método que exponíamos, o bien negar defendiendo una evolución temprana hacia verdaderas ciudades (incluso ciudades estado, ver López 2003). En cualquier caso, incluso en las interpretaciones más contrarias a la apreciación «urbana», debe aceptarse que estos lugares, mientras pervivieron, lo hicieron en gran medida de forma autónoma, creciendo y arraigando en el territorio en numerosos casos con progresiva diversificación de sus actividades económicas y en intensa interacción con las poblaciones locales. Evolución de los asentamientos Como también decíamos, la evolución de estos asentamientos, incluso contemplada a través de las categorías anteriores, y aceptada su originaria función económico-comercial prioritaria, ni fue simple ni en modo alguno uniforme y universal. La arqueología, además del crecimiento y evolución de estos núcleos hacia economías autónomas más complejas, parece detectar también cambios, que se han apuntado como drásticos, en momentos determinados que afectaron de manera desigual a las nuevas fundaciones. Un punto de inflexión fundamental se fija habitualmente en torno al siglo VI a.C., momento en el que comenzaría la hegemonía occidental de Cartago, hecho que de nuevo se ha relacionado tradicionalmente con acontecimientos políticos orientales: la caída y sumisión final de Tiro en Asia ante los imperios mesopotámicos, ocupando su lugar la ciudad norteafricana. La cultura material mostraría como las redes de intercambio se reestructurarían en Occi11 En esta ocasión no vamos a entrar en los problemas de definición de la ciudad; tampoco trataremos las eventuales instituciones y la organización político-administrativa de los nuevos asentamientos, que resultan en realidad fundamentales en este tipo de discusiones.
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dente, haciéndose secundarias las relaciones con Oriente (Bondì 1995a: 278ss). Se entraría así en la etapa púnica. En ella se quieren apreciar cambios incluso a amplia escala, como la existencia de una cierta especialización regional, que en algunos casos permitiría distinguir zonas de explotación diferenciadas. Aunque se ha llegado a hablar de «imperio cartaginés», y se ha propuesto un alto y organizado nivel de integración territorial, lo cierto es que, en cualquier caso, se aprecia la autonomía económica —y probablemente no sólo económica— de los diferentes núcleos, aunque sin duda el ascendente (progresivo) de Cartago sobre el conjunto y su lugar central en el resultado es evidente. Todo ello acompañado, además, por el gran crecimiento que experimentan en la época las actividades productivas básicas (agrícolas, ganaderas, pesqueras), como se percibe claramente en el norte de África. Allí, puede decirse que la vieja «nueva ciudad» de Cartago se había convertido ya en un verdadero estado territorial. La metrópoli púnica, actuará como estado territorial12 en los últimos siglos de su historia (Huss 1985, 2004), que nos son mejor conocidos por ser éstos los de su enfrentamiento con Roma. A lo largo de lo que la historiografía denomina «guerras púnicas» vemos a Cartago moverse, sobre todo, en el plano militar o determinada por él. De la mano de Cartago, y en este plano militar, se dan las últimas fundaciones fenicio-púnicas. De esta época es, como decíamos, la última «ciudad nueva» cartaginesa que perduró con tal nombre, el nombre que, a su modo, aún conserva: Cartagena, en origen un campamento militar fortificado en un emplazamiento defendible y en un lugar estratégico (ver Figura 3). Una ciudad que, con su caída a manos de Escipión, selló de modo irreversible el destino del mundo fenicio y púnico. LAS DIFERENTES FUNDACIONES FENICIAS Podemos repasar brevemente las ciudades más importantes que sabemos que fueron fundadas por los fenicios (ver Figura 1) de Oriente a Occidente, en un recorrido que no es el reflejado por los textos como el correspondiente a la expansión histórica —pues insisten en el protagonismo antiguo del extremo Occidente— pero que permite agrupar los diferentes centros con un criterio no del todo convencional. El Mediterráneo oriental: la «madre patria» siro-levantina En realidad, habría que comenzar por la propia «tierra madre» levantina, pues, como se ha adelantado, el territorio fenicio, algo mayor que el que corres12 Como tal estado territorial, se ciñó exclusivamente al norte de África, aun a pesar de la ampliación de la esfera de dominio e influencia cartaginesa (Bondì 1988b: 131).
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ponde a la actual república libanesa, se ordenaba en torno a núcleos urbanos (en emplazamientos que, como también decíamos, muchas veces prefiguran los propios de los asentamientos coloniales) sobre cuyo origen tenemos ocasionales informaciones. A cambio, poseemos muy poca evidencia arqueológica, dada la continuidad e intensidad poblacional de los núcleos urbanos del Levante (p.e. Ciasca 1988a: 140-141; Yon 1995a; 1995b). De algunos de estos asentamientos conocemos su gran antigüedad, bien comprobada por diversas fuentes. Es el caso por ejemplo de Biblos —cuya larga vida es reconocida a su vez en las fuentes textuales más tardías— y también de Sidón. Al margen de la dificultosa arqueología (Ciasca 1988a: 141-147) para el origen de estas ciudades sólo tenemos textualmente tradiciones fundacionales legendarias, o mención de epónimos míticos, siempre en fuentes tardías. Estas mismas fuentes clásicas tardías dan algunos datos sobre otras ciudades fenicias que habrían sido fundadas posteriormente por habitantes de las más antiguas. En este grupo, curiosamente, se incluye Tiro, de la que por ejemplo Justino dice que era una fundación sidonia de en torno al 1200 a. C. Sin embargo, la ciudad es bien conocida, cuando menos (dados los enormes problemas de la arqueología del lugar, véase Figura 2) ya en epigrafía desde antes de esa fecha. Como otros testimonios helenísticos e imperiales, el dato de Justino responde al tópico de la importancia del conocimiento del propio origen de las ciudades de la época, de la importancia de su antigüedad y de la importancia de su inserción en las tradiciones cultas greco-latinas, aspectos que trataremos brevemente en el próximo apartado. Entre ellas se establece además una cierta competición, una querella de antigüedad, en la que, en tradiciones encontradas, unas y otras presumen de anteriores. Considerarse fundadora de una ciudad vecina (y por tanto inevitablemente rival) no solamente reflejaba el posible recuerdo o pretensión de un antiguo periodo de supremacía, sino que mostraba el intento contemporáneo de supeditar doblemente al otro en el presente. También para Trípoli las fuentes proponen una fundación o refundación en el I milenio, acompañada de una leyenda etiológica apoyada en su nombre: se trataría de una ciudad triple, fundada como confederación de Tiro, Sidón y Arwad. También de Botrys dice Josefo que se trataba de una fundación tiria de alrededor del 850 a.C. La antigüedad clásica no concebía la existencia de una urbe digna de tal nombre sin un origen consciente y definido, del mismo modo que contemplaba con total normalidad el nacimiento de nuevos ejemplos de estas urbes incluso en territorios larga y antiguamente poblados. Al margen de las fuentes clásicas, los textos asirios (Xella 1995a) nos dan también información sobre las ciudades fenicias, a las que periódicamente hostigan y finalmente controlan. Sus noticias sobre ciudades destruidas y refundadas deben tomarse siempre con cautela13. En cambio algunos asentamientos de esta 13 Conviene recordar, además, cómo detrás de las fuentes asirias se encuentra toda una tradición fundacional mesopotámica que, en este periodo, se exacerba ligada a la ideología regia.
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época, de propósito sin duda militar, han podido ser estudiados arqueológicamente (es el caso de Baniyas, véase Figura 2). El Mediterráneo oriental: Chipre y el Egeo En el Egeo, la mención obligada es Chipre (síntesis de Baurain y DestrooperGeorgiades 1995), donde la ciudad fenicia más conocida es Kition (hoy Lárnax o Larnaka). Su nombre está ya presente en la epigrafía levantina del segundo milenio a.C. y reaparece después en la documentación epigráfica del primero. Parece tratarse de una fundación (¿en sentido propio?) de principios del IX a.C., que en sus momentos iniciales debió ser denominada Qarthadasht, a tenor de alguna prueba epigráfica (no exenta de discusión), pero que acabó recuperando su viejo nombre. De hecho, se trata de un caso de importante establecimiento urbano (Karageorghis 1976; Nicolaou 1976) situado sobre una ciudad anterior14. Una noticia de Josefo (A.J. IX 14, 2) nos habla del dominio (a veces perdido) de los reyes tiro-sidonios sobre Kition, a la vez que se conecta con un epígrafe asirio en el que el rey Senaquerib afirma haber hecho huir a Chipre a un rey fenicio de nombre similar al citado por Josefo: Lulî/Eloulaios. En Chipre se conocen muchos otros asentamientos con presencia fenicia, como Idalion, Tamassos, Golgoi, Paphos, Marion, Lapitos…, florecidos todos a lo largo de esta época15. Nótese que muchas de estas ciudades (pero no Kition, a la que se asigna como fundador a un rey sidonio, Belo) tenían en la tradición clásica origen en fundaciones de héroes llegados a Chipre tras la guerra de Troya (vide infra sobre este tipo de noticias), muestra de la integración posterior de la isla en el universo cultural griego. Chipre, de por sí un crisol milenario de diferentes culturas (usando una imagen tópica que se le aplica a menudo, Karageorghis 1988), debió interpretar un importante papel como punto intermedio en las relaciones del Oriente con el Mediterráneo central y occidental (también en época púnica, Bisi 1966), como parte en cualquier caso del ambiente oriental. La presencia fenicia en el Egeo, perceptible en el registro arqueológico (en materiales aislados, no en asentamientos) y dada por antigua en las fuentes escritas (de estudio muy condicionado: Bonnet, 1995), no existiendo núcleos con relevancia posterior como entidades autónomas, suele estudiarse dentro de las relaciones generales fenicio-griegas o bajo el paradigma de los enoikismoi (Niemeyer 1995). De modo parecido cabe interpretar la presencia fenicia en el Delta egipcio. 14 Las excavaciones en Kition han permitido atestiguar, además de las diversas fases del asentamiento, buenos particulares de cada fase, especialmente de la etapa fenicia avanzada: existencia de redes de alcantarillado, de un puerto militar, etc. 15 Véanse las monogafías y síntesis de Karageorghis 1968; 1976; 1982; 1988; 2002, y la síntesis de Baurain y Destrooper-Georgiades 1995: 618ss.
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El Mediterráneo central: el norte de África En cambio, en el Mediterráneo central, el Norte de África, Sicilia y Cerdeña conocen la fundación de innumerables núcleos habitados. La zona norteafricana es la arquetípica del mundo púnico, y de sus asentamientos se extrae la base y la imagen, también urbana, de esta cultura (Cintas 1970-78, en especial Vol. II), incluso advertida su propia variedad, que se manifiesta ya internamente en la zona. Cartago, relativamente grande desde los primeros momentos de ocupación, es claramente la ciudad mejor conocida (véase Figura 5). Su fecha de fundación textual (más o menos a finales del siglo IX a.C., en la tradición más plausible) no se halla lejos de la arqueológica (Lancel 1995a), menos aún a tenor de los descubrimientos más recientes, y es probable que ya en el siglo VIII a.C. existiera una colonia en el lugar digna para muchos de tal nombre. Conocemos su leyenda fundacional, la de la reina Dido, donde las versiones clásicas, como veremos más adelante, parecen comunicar más su propia idea del noble origen, a través de la inversión de tal idea en la imagen del otro, que ecos de una verdadera tradición cartaginesa, que sin embargo también han querido advertirse. Con un retroterra extenso y fértil, la costa tunecina y sus alrededores no sólo fue colonizada desde antiguo (también para Útica, por ejemplo, las fuentes proponen una gran antigüedad, llevándola hacia el 1100 a.C.), sino que fue objeto posterior de «colonizaciones secundarias», como decíamos, y de un aprovechamiento intensísimo, con un consiguiente proceso de interacción con las culturas indígenas que introduce, como en otros lugares, dificultades de investigación añadidas. La zona fue, también, defendida militarmente mediante el establecimiento de puestos fortificados. Se conocen muchos asentamientos costeros (especialmente en zonas como el Cap Bon, pero también en el litoral de Argelia, e incluso de Libia) e interiores (zonas de Bizerta, del Sahel) generalmente de pequeño tamaño, pero que en algunos casos serán con el tiempo importantes ciudades del África romana (Ben Younès 1995; Lancel 1995d; Longerstay 1995). El Mediterráneo central: Sicilia y Cerdeña Las grandes islas centro-mediterráneas fueron el escenario de intensas rivalidades comerciales, y también de luchas directas, sobre todo por la presencia de la competencia griega16. Griegos y fenicios colonizaron, respectivamente, la Sicilia oriental y la occidental (habiendo expulsado con su llegada los primeros a los segundos, de creer a Tucídides VI, 2; Tusa 1988: 186-187). En el Occidente semí16 Fue precisamente en esta zona donde terminó de dibujarse una imagen histórica e historiográfica, muy condicionante, de radical oposición entre griegos y fenicios —esto es, entre indoeuropeos y semitas—, que sin embargo el registro arqueológico contradice, sobre todo para momentos anteriores.
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tico prosperaron las nuevas ciudades de Mozia (Fig. 6), Solunto, Palermo o Lilibeo, de las que se han ido obteniendo importantes informaciones arqueológicas (Falsone 1995; Tusa 1988; Tusa y De Miro 1983); algunos lugares famosos, como Érice, fueron asentamientos o coestablecimientos púnicos en núcleos indígenas o, como Selinunte, ocupaciones púnicas de centros griegos. La llegada de
Fig. 6.—Asentamientos centromediterráneos: Sicilia y Cerdeña (Krings 1995: 371, 382; Lipinski 1992: Figs. 204, 226, 227, 337).
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Roma rompió definitivamente el equilibrio e hizo que los púnicos abandonaran la isla, expulsión que se repitió en Cerdeña, donde importantes asentamientos (Sulcis, Tharros, Cagliari, Nora, luego Bitia o Monte Sirai, véase Figura 6) se establecieron pronto (los más antiguos al menos en el siglo VIII a.C., hecho que suele justificarse en la precedente importancia del comercio oriental en la isla) en su mitad meridional, sobre todo en la costa, pero con progresivo avance hacia el norte y notable penetración interior, como la investigación ha podido ir revelando (Barreca 1986; Moscati 1968; Pesce 1961; Tronchetti 1995). La influencia mutua con la cultura sarda fue temprana e intensa, aunque en muchos aspectos la diferenciación de ámbitos culturales pervivió (llegando hablar algunos autores de «impermeabilidad», notable por ejemplo en la urbanística, Acquaro 1988: 210). A partir del siglo VI la situación cambiará radicalmente, con la entrada de los establecimientos sardos bajo dominio cartaginés. La importancia de las ciudades de la isla en época púnica es notable, y su relación con Cartago permite estudiar gran parte de los fenómenos de regionalización comercial y productiva de los que hablábamos. También las pequeñas islas de la zona, como Malta y Gozo, cuya población era heredera de una rica tradición cultural prehistórica, reciben asentamientos, con lógicas peculiaridades como resultado de una fuerte interacción e integración (Ciasca 1988b: 206 y ss.; 1995). Las Baleares Más a Occidente, las Baleares (Gómez 1995) constituirán un importantísimo e influyente núcleo fenicio. La más intensa y largamente poblada es Ibiza, en la antigüedad diferenciada de las islas orientales del archipiélago, y cuyo nombre — Ebysos/Ebusus en las fuentes clásicas— también deriva de un viejo topónimo semítico. El asentamiento más antiguo de la isla (atestiguado en el yacimiento de Sa Caleta, y que reenvía al menos al siglo VII a.C.), fue «fundado», a juzgar por su cultura material, no por fenicios llegados de Oriente —o por cartagineses, como se entendía por ejemplo en Diodoro V, 16— si no por fenicios venidos de la Península Ibérica. La isla atestigua también, con este asentamiento, un interesante caso de «relocalización», pues la población se traslada medio siglo después, probablemente por motivos de espacio y habitabilidad, al emplazamiento de la que todavía es hoy la ciudad insular más importante, Ibiza capital, que fue en época púnica un importantísimo centro (Barceló 1985; Gómez 1990, 1995; Ramón 1981; Tarradell y Font 1975). En Mallorca y Menorca (Guerrero 1984), islas mayores y ya habitadas por poblaciones prefenicias, la influencia sobre los núcleos indígenas y la presencia ocasional fenicia no permite sin embargo hablar de verdaderos asentamientos hasta la época púnica, en la que se atestigua alguna factoría comercial estable (Na Guardis).
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El Mediterráneo occidental En el extremo Occidente (véase Figura 3) la influencia oriental resultó de una enorme importancia en el entero devenir histórico del área, como la investigación fue apreciando a lo largo de la segunda mitad del siglo XX (Aubet 1988: 226 y ss.; colección de trabajos en Del Olmo y Aubet 1986; los seleccionados en Bierling 2002; sobre éstos, Zamora 2005). La costa mediterránea española recibe, desde al menos el siglo VIII a.C., gran número de asentamientos pequeños y cercanos (Aubet 1987a, 1994; Niemeyer 1982; Schubart 1995). Por su nombre antiguo conocemos Abdera (Adra, cerca del río Grande) y Sexi (Almuñecar, cerca del río Seco, con las necrópolis de Cerro San Cristóbal y Puente Noy al otro lado) —y si se quiere Malaka (Málaga, en el Guadalmedina)—, pero otros muchos lugares, famosos en la bibliografía fenicio-púnica, se conocen tan sólo por el nombre moderno de la zona o del río junto al que se encuentran, con nula relevancia en las fuentes textuales o epigráficas. Cumpliendo en buena medida, como las anteriores, con el patrón del «paisaje fenicio», en torno al Río Algarrobo se sitúan Chorreras y Morro de Mezquitilla (con la necrópolis de Trayamar); al Río Vélez, Toscanos (con la necrópolis de Cerro del Mar, vide infra); al río Guadalhorce, el Cerro del Villar; y al río Guadarranque, el Cerro del Prado. Un caso especial, más septentrional y excepcionalmente grande y bien fortificado, es el asentamiento de La Fonteta, en Guardamar del Segura (Alicante), de cuyas excavaciones, hoy por desgracia detenidas, cabría esperar interesantes novedades. Relocalizaciones, abandonos, crisis En la zona de asentamientos del Mediterráneo andaluz, algunos de los núcleos son abandonados después de un periodo de ocupación, breve o no tan breve. Así por ejemplo, a principios del siglo VII a.C., el poblado de Chorreras (nacido a mediados del siglo VIII) se abandona a favor del vecino Morro de Mezquitilla (que quizás era incluso anterior, pues pudo emerger en los inicios del siglo VIII a.C.). En el siglo VI a.C., el asentamiento del Cerro del Villar (nacido en el siglo VIII) se abandona en beneficio de Málaga (que debió aparecer más o menos en el momento del cambio). A finales del siglo VI a.C., Toscanos (surgido a finales del VIII) se abandona, prosperando después en la zona un nuevo asentamiento en el Cerro del Mar (al otro lado del río Vélez, donde antes se halló la necrópolis del establecimiento antiguo; la necrópolis púnica de Jardín se encontrará en cambio en la orilla opuesta). Estos cambios parecen mostrar el dinamismo del tipo de poblamiento fenicio en la zona, sujeto a modificaciones y «correcciones», no necesariamente obligadas por alteraciones en el medio (Niemeyer 1995: 263), también sin embargo propuestos (Bondì 1995a: 278). Dado lo drástico de algunos de los
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cambios (sobre todo desde los inicios del siglo VI hasta pasada su primera mitad) se ha propuesto de hecho para este periodo también una interpretación en términos de abierta crisis, estudiando de modo específico los abandonos. Las causas de tal crisis estarían en relación, bien nuevamente con acontecimientos orientales (la caída de Tiro), bien con problemas internos derivados de la crisis del interior «tartésico» (Aubet 1987a, 1994; síntesis en Aubet 1988: 236). La radicalidad del cambio de etapa, que resultaba conceptualmente cómoda (dando paso en la Península al mundo púnico, a la apreciación de la actividad directa de Cartago en la zona y a otras posibilidades de interpretación histórica más fáciles de dibujar) debe probablemente ser matizada, y ha sido de hecho prácticamente negada (López 2003). En cualquier caso, a los efectos que aquí nos interesan, no debe olvidarse que el proceso no se detiene: tras esta etapa, sigue una evolución diferente, pero con puntos de continuidad, y sigue una presencia propiamente púnica, segura al menos en época avanzada (en la que algunos asentamientos siguen habitados sin solución de continuidad y otros núcleos surgen o cobran nueva importancia, como Villaricos). La intensa ocupación final, en vísperas de la segunda guerra púnica y durante la misma, conllevó también auténticas fundaciones (como la citada Cartago Nova, véase Figura 3). El Atlántico La Costa atlántica peninsular y el norte del Magreb marroquí, más relacionados entre sí de lo que deja ver la tradición de estudio (condicionada por la situación moderna), presentan también asentamientos para los que las fuentes señalan igualmente pretensiones de gran antigüedad (Lixus —Figura 7—, Cádiz), con la consiguiente dislocación textos-restos que citábamos (Lancel 1995a: 133). Los asentamientos de la Bahía de Cádiz son quizás los más interesantes, pues mientras Cádiz continua sin proporcionar restos de estructuras de habitación y muestras de continuidad de poblamiento, lugares como el Castillo de Doña Blanca (un asentamiento amurallado de gran tamaño, grande desde sus inicios) demuestran la presencia estable de fenicios en el área desde al menos el 800 a.C.17 La mención continua de las fuentes a la importancia del santuario gaditano de Melqart, el Heracles o Hércules fenicio, ha dirigido la investigación hacia el rol de los templos en el proceso colonizador (con, de nuevo, el papel de los santuarios griegos como trasfondo, pero también la importancia de los templos en las economías orientales), revalorando las informaciones textuales sobre formas de presencia inicial organizada. De hecho, también para Cádiz conservamos relatos fundacionales de época romana (que se mueven por tanto dentro del mismo fenómeno tardío que citábamos con anterioridad) que enseguida retomaremos. 17
Para una nueva visión del problema véase Ruiz 1999.
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Ya en la fachada atlántica de África y Europa, se interpretan como pequeños asentamientos comerciales lugares como Mogador —en el Atlántico marroquí— (Rouillard 1995) (Fig. 7) o Abul —en el estuario del Tajo18—, que, aunque constituyen núcleos ciertamente lejanos de los conceptos más comunes de ciudad, prueban en cualquier caso el establecimiento más o menos regular de gentes fenicias al otro lado del mundo por ellos conocido. RELATOS FUNDACIONALES Y TRASFONDO HISTÓRICO Como adelantábamos, las fuentes clásicas recogen diferentes tradiciones sobre el origen de algunas de estas ciudades fenicias, sobre todo de aquellas que resultaban importantes en época tardía. En su mayor parte se trata de referencias de este momento avanzado, propias de la erudición helenística. Como decíamos, responden a la necesidad de darse cumplida noticia del propio origen, y de situar éste dentro de la tradición culta greco-latina. Por eso abundan como forma básica de situación temporal las alusiones de estos relatos a hechos de referencia de la tradición griega (como la guerra de Troya; también las alusiones a las fechas por cómputo de olimpiadas deben entenderse, al menos parcialmente, dentro de este propósito) y a veces incluso su situación geográfica se describe y relaciona con las mismas tradiciones. Existen también algunas menciones eponímicas y explicaciones de base etimológica, todas habituales en este tipo de fuentes, junto a elementos folclóricos muy ex-
Fig. 7.—Asentamientos atlánticos (Krings 1995: 372-373).
18 En Portugal se vienen hallando testimonios de una presencia e influencia fenicia mayor de la conocida y esperada (Arruda 1999-2000)
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tendidos en los que, de nuevo, la investigación intenta apreciar trazas genuinamente orientales y rastros de acontecimientos históricos verídicos. Las tradiciones fundacionales de Cádiz Como ciudad importante, Cádiz —que fue de hecho la más importante ciudad del Mediterráneo occidental durante siglos— nos da un buen ejemplo del tipo de relatos que en época romana pretendían explicar el origen y, en este caso, el proceso «fundacional», de una urbe fenicia, a la par que integrarla en la nueva koiné cultural. Colonos tiriotas habrían fundado Cádiz tras dos intentos fallidos de establecerse en la costa hispana (uno más al Oriente de su emplazamiento definitivo y otro más a Occidente) con las «columnas de Hércules» como punto geográfico de referencia y la guerra de Troya como indicación cronológica. Se trata —tanto si recoge o no ecos de navegaciones históricas y de procesos de asentamiento primitivos— de una típica leyenda de «idoneidad», que reafirmaba etnocéntricamente la idea de un grupo humano de hallarse en el mejor de los lugares posibles. La narración incorpora menciones a sacrificios y oráculos (ellos habrían sido los que, desfavorables, habrían obligado a los tres intentos canónicos), que por un lado subrayan la idoneidad del lugar por la sanción divina y, por otro, introducen un motivo helénico en el que muchos han querido ver ecos de tradiciones, en cambio, propiamente semíticas. Dada la fama e importancia en la zona del santuario de Melqart que antes citábamos, parece en efecto necesario considerar su importancia en los momentos iniciales, recordando de nuevo alguna especificidad que no debe ser pasada por alto: aunque se liga al núcleo urbano de Cádiz, no se hallaba en él (no es posible por tanto asociarlo directamente a un rito fundacional propiamente urbano), no fue el único santuario primitivo en la zona (aunque acabara siendo, con creces, el más importante) y no conocemos, en realidad, ni sus orígenes ni su carácter originario (que su peso y complejidad posterior, y la polivalencia de la figura de Melqart, no hacen evidente). Cartago y la leyenda de Dido Aunque hay más referencias fundacionales «fenicias» en los textos clásicos, el otro caso que no podemos obviar a la hora de estudiar estos relatos o leyendas es el de Cartago. Las fuentes clásicas recogen la que después se ha convertido (gracias sobre todo a la versión proporcionada por Virgilio en la Eneida) en parte reconocida de la tradición literaria occidental: la leyenda de la reina Dido. El relato trasmitido en conjunto por las fuentes tiene como protagonista a Dido/Elisa (se recogen ambos nombres), de la casa real de Tiro: era hermana del rey Pigmalión y esposa de su tío, sacerdote de Hércules. Hércules/Heracles es por supuesto
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Melqart, un detalle que da verosimilitud al relato, pero que arrastra también una descripción endogámica de la corte tiria que, al margen de su más que posible base histórica, teñía a la genealogía de la reina de una fortísima consideración negativa a ojos griegos y romanos, que tenían esta consanguinidad como un hecho propio de bárbaros (y, dicho sea de paso, típico entre fenicios). El relato encuentra su detonante en una lucha cortesana, de la que Dido logra escapar con engaños y llevándose riquezas. Se trata de una forma de las fuentes de recoger y caracterizar el tipo de intrigante gobierno monárquico oriental —y el modo traicionero de actuar de sus gentes— y de dar a la vez una causa reconocible en la tradición griega para una empresa colonizadora: la crisis interna y el enfrentamiento de facciones (causa que ha hecho a su vez que la investigación moderna, aceptando la base histórica, caracterizara a Cartago de «verdadera» apoikia; Niemeyer 1995: 261, 263). La huída es también un elemento fundamental y un topos narrativo muy extendido en diversas tradiciones folclóricas y cultas, incluidas las orientales y las greco-latinas. Dido y su grupo huyen a Occidente, según algunas versiones vía Chipre, donde recogen nueva gente de la población fenicia del lugar, con apoyo sacerdotal. Se llevan especialmente muchachas, raptadas subrepticiamente, destinadas a hacer posible la fundación de una colonia. Se justifica así la previsión de futuro de la empresa, dando a la vez protagonismo a la isla de Chipre (¿en un posible eco de los reales movimientos coloniales?) y a la clase sacerdotal, protagonismo que por otra parte ya tenía al inicio de la leyenda, pues las fuentes recogen algo que conocemos bien por otros testimonios, sobre todo epigráficos: la íntima relación de las realezas fenicias con el sacerdocio; quizás también se recoja de paso un nuevo eco del papel de palacios y templos en los viajes ultramarinos. Llegados los fenicios a las costas del Norte de África, la población indígena rechaza su presencia, pero es burlada por la famosa artimaña de la piel de buey: Dido, tras arrancar a los locales la mínima concesión de territorio que abarcara el pellejo del animal, corta la piel en tiras y ata éstas formando el amplio perímetro de la nueva ciudad (que será la acrópolis de Cartago, a cuyo nombre, Byrsa, el relato daba etimología: en griego, no en púnico, significa «piel de buey»). El motivo folclórico servirá de nuevo como muestra y confirmación de la traicionera fides punica. Después, Elisa, ya rica reina del lugar, no consiente en casarse con un rey local, que amenaza guerra, pero es engañada y obligada a hacerlo por sus propios siervos, a los que a su vez burla, suicidándose ritualmente (un tipo de inmolación rechazada por el mundo clásico y atribuida sistemáticamente a fenicios y púnicos). En la versión virgiliana, la muerte de la reina acontece tras la visita de Eneas. El episodio, que ve morir a la reina en la pira, presa primero de la pasión por el tirio y luego de la desesperación por su partida, acabará por configurar todo un contrapunto a la propia historia fundacional romana (Lancelloti 2003; Moscati 1985; Ribichini 1988). En efecto, esta versión latina del relato parece construirse sobre el negativo de la propia identidad, caracterizando arquetípicamente al otro en el extremo opues-
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to de la propia perfección: en ésta, se sitúa el varonil antecesor heroico de Roma, Eneas el guerrero troyano, bien arraigado en lo mejor de la tradición mítica helénica, descendiente de la propia Afrodita; que obtiene el derecho a establecerse en el Lacio por la noble conquista militar; que funde a sus gentes con los locales (con el viril rapto de las mujeres sabinas, con su matrimonio —guerra mediante— con la hija del rey latino) y los integra en su propia historia (mediante el pacto piadosamente respetado) sin desviarse de su recto destino por debilidades y vicios. En frente, el pasado cartaginés —que explica su presente inevitablemente subyugado al destino de Roma— es protagonizado por una mujer criada entre incestos e intrigas, que huye en lugar de hacerles frente, tras robos y ardides; que se apodera de un territorio —al que no tiene derecho y cuyo derecho no adquiere— mediante el engaño; que no se integra con la población del lugar (las necesarias mujeres —secuestradas «a la fenicia»— son también inmigrantes, y Dido rechaza el matrimonio con los reyes locales) y que gobierna sujeta a las veleidades de sus propios vicios, que no es capaz de vencer. Es en este resultado altamente elaborado en donde debemos intentar apreciar reflejos de una posible realidad característica de los nuevos emplazamientos fenicios. Los puntuales elementos semíticos del relato19 sirven sobre todo para justificar estas y otras búsquedas, al revelar, siquiera mínimamente, un trasfondo cultural fenicio. Pero incluso al margen de ellos, la tradición muestra a través de estos relatos algunos trazos reveladores, como la percepción del mundo fenicio colonial como altamente jerarquizado: incluso si las realezas orientales no se repitieron en Occidente —en el plano mítico, Dido muere de hecho sin matrimonio ni descendencia— parece atestiguarse en efecto en los nuevos núcleos (y sobre todo en Cartago) la existencia de una clase o clases elevadas y de un fuerte poder oligárquico que, también en los núcleos occidentales, controlaba y unía la articulación y la ideología del poder, las magistraturas y el sacerdocio. También parecen recoger estos relatos la existencia de una realidad indígena contrapuesta a la colonial, así mismo posible eco de la diferencia de derechos y de la falta de integración existente en la sociedad de la metrópoli púnica que otras fuentes parecen confirmarnos (Bondì 1995b) y que quizá fue la existente, también, en otros asentamientos fenicios occidentales. PARA CONCLUIR En definitiva, la fundación de ciudades, la creación de nuevos núcleos urbanos, se nos aparece como un hecho característico del antiguo pueblo fenicio. Un 19 Por ejemplo la onomástica fenicia —para cuyos personajes se han querido encontrar correlatos históricos—, el papel del fuego en la inmolación final, o la ya citada ligazón del sacerdocio a la monarquía y al proceso colonial.
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hecho que se desarrolla de forma peculiar, compleja y dinámica, no siempre subyugable a términos y categorías externas, y que da lugar a realidades nuevas, igualmente ricas, variadas y de necesario estudio específico. A pesar de los fuertes condicionantes documentales, quizá lo que advertimos pueda resultar útil a investigaciones sobre procesos históricos parecidos con marcos espaciales y temporales diferentes. Quizá lo expuesto pueda servir, si no literalmente de modelo analógico (dada su alta particularidad, su heterogeneidad intrínseca y su parcial oscuridad) quizá sí de contrapunto comparativo. Ojalá lo aquí presentado resulte una transparencia reveladora de elementos, trasfondos o condicionantes similares (o significativamente diversos), o sirva al menos de ejemplo tanto de dificultades de investigación comunes como de nuevas posibilidades de estudio. BIBLIOGRAFÍA AA. VV. 1971. L’espansione fenicia nel Mediterraneo. Relazioni del colloquio in Roma, 4-5 maggio 1970. Pubblicazioni del Centro di Studio per la Civiltà Fenicia e Punica 8 y Studi Semitici 38. Consiglio Nazionale delle Ricerche. Roma. ACQUARO, Enrico. 1988. «Cerdeña». En Los fenicios, Ed. S. Moscati, pp. 210-225. Folio. Barcelona. ALMAGRO GORBEA, Martín. 1983. «Colonizzazione e acculturazione nella Penisola Iberica». En Forme di contatto e processi di trasformazione nelle società antiche, pp. 429-461. Collection de l’École Française de Rome 67, Scuola Normale Superiore y Ecole Française de Rome. Pisa y Roma. ALVAR EZQUERRA, Jaime y Carlos G. WAGNER. 1988. «La actividad agrícola en la economía fenicia de la Península Ibérica». Gerión 6: 169-185. —. 1989. «Fenicios en Occidente: la colonización agrícola». Rivista di Studi Fenici 17: 61-102. AMADASI, Maria Giulia. 1995. «Les inscriptions». En La civilisation phénicienne et punique: Manuel de recherche, Ed. V. Krings, pp. 19-30. E.J. Brill. Leiden, Nueva York y Colonia. ARRUDA, Ana Marguerida. 1999-2000. Los fenicios en Portugal. Cuadernos de Arqueología Mediterránea 5-6. Barcelona. AUBET, María Eugenia. 1987a. Tiro y las colonias fenicias de Occidente. Ausa. Barcelona. —. 1987b. «Notas sobre la economía de los asentamientos fenicios del Sur de España». Dialoghi di Archeologia 5: 51-62. —. 1988. «España». En Los fenicios, Ed. S. Moscati, pp. 226—242. Folio. Barcelona. —. 1993. The Phoenicians and the West. Cambridge University Press. Cambridge. —. 1994. Tiro y las colonias fenicias de Occidente. Edición española revisada de Aubet 1993. Crítica. Barcelona. —. 1995. «El comercio fenicio en Occidente: balance y perspectivas». En I Fenici: ieri, oggi e domani. Richerche, scoperte, progetti, pp. 227-243. Consiglio Nazionale delle Ricerche Roma. BARCELÓ, Pedro A. 1985. «Ebusus: ¿colonia fenicia o cartaginesa?». Gerión 3: 271-282. BARRECA, Ferruccio. 1986. La civiltà fenicio-punica in Sardegna. Delfino Carlo. Sassari. BARTOLONI, Piero, Sandro Filippo BONDÌ y Luisa Anna MARRAS. 1992. Monte Sirai. (Itinerari Fenici e Punici 9). Ist. Poligrafico dello Statu. Roma.
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17 FUNDACIÓN DE COLONIAS Y EXPANSIÓN TERRITORIAL DE ROMA: UNA APROXIMACIÓN HISTÓRICA Urbano ESPINOSA Universidad de La Rioja
INTRODUCCIÓN Roma se incorporó tarde al grupo de pueblos colonizadores mediterráneos sencillamente porque fue el último entre los grandes sistemas políticos del ciclo histórico antiguo. Sin embargo, incorporada a la práctica colonial desde la 2ª mitad del siglo IV a.C., ésta le acompañó en su experiencia histórica durante prácticamente medio milenio. Aquí solamente pretendemos exponer los trazos generales y las características más descollantes de tal experiencia, que fue compleja por la enorme cantidad de nuevas ciudades creadas y por la magnitud del ámbito geográfico afectado. A lo largo de tantos siglos se produjeron, lógicamente, cambios en el significado y en los fines de la acción colonial, aunque también sorprende la persistencia de ciertos rasgos propios del modelo romano. Contemplaremos las características más importantes de ese modelo, pero no podemos abordar aspectos especializados como el urbanismo y la tipología urbana, las técnicas edilicias, los ritos de fundación, la historia agraria, las instituciones y sociedades coloniales, etc. Esas cuestiones rebasan ampliamente el marco de la presente síntesis. La información disponible en las fuentes literarias sobre aspectos específicos de cada fundación, es escasa y dispersa; sin embargo, ha sobrevivido un bloque de tratados técnicos de los antiguos agrimensores, que permite aproximaciones muy precisas a los procedimientos de puesta en marcha de una colonia. Disponemos también de amplia información de carácter epigráfico o arqueológico y, sobre todo, tenemos a nuestra disposición la magnífica huella de las antiguas divisiones de tierra que todavía hoy persisten en parcelarios rústicos de numerosas regiones en Italia, Francia, Península Ibérica, Norte de África y otros puntos. En esa legibilidad del paisaje agrario se ha apoyado buena parte de la investigación moderna sobre catastros romanos. 369
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URBANO ESPINOSA
Con carácter general entendemos por colonia una solución colectiva y pública para ocupar y explotar establemente nuevos territorios, sean éstos adquiridos por conquista o por cualquier otro medio; las colonias son hitos de procesos expansionistas, con frecuencia asociables a conflictos internos de la metrópolis en relación con el acceso a la propiedad de la tierra. Fundar una colonia es organizar la vida de una nueva comunidad sobre un territorio nuevo (o ampliado), presidido por un núcleo urbano también nuevo (o renovado). En toda colonia aparecen dos componentes indisociables: urbs y ager, núcleo urbano y su territorio, trabados ambos por fuertes interdependencias. El centro neurálgico es un enclave amurallado, cuyo lenguaje entienden bien las poblaciones autóctonas del entorno: afirma el poder de la nueva comunidad frente a eventuales enemigos y materializa formas de vida según modelos trasplantados. REPÚBLICA PATRICIO-PLEBEYA Y PRIMERAS COLONIAS Roma había sido testigo de la creación de diversas ciudades en sus cercanías. Tenía tras sí las experiencias del mundo etrusco, la colonización griega en el mediodía itálico y especialmente en la no lejana Campania1, pero sobre todo, por ser miembro de la Liga Latina (nomen Latinum), poseía conocimiento directo de las ciudades fundadas por esa confederación durante los siglos V y IV a.C., y en las que Roma pudo participar como un miembro más. Parece que la adquisición de tierra (ager) por Roma en el siglo V a.C. y primera mitad del siguiente no condujo a la creación de colonias propias; sólo pudo protagonizar actos fundacionales soberanos tras imponerse a la Liga Latina y disolverla el año 338 a.C.; los latinos se integraron entonces en la ciudadanía romana, convirtiendo a Roma en una comunidad política potente y capaz de asegurar la hegemonía en el entorno centroitálico 2 . Es significativo que inmediatamente después de desaparecer la confederación latina se lleven a cabo las primeras acciones coloniales, como Antium y otras3. Por tanto, el 338 marca en Roma el inicio de la iniciativa colonial como acto soberano de la República al servicio de una política territorial. Pero es preciso exponer, siquiera brevemente, las claves internas socioeconómicas y políticas que llevaron a Roma, primero, a ganar la hegemonía en Italia central y, luego, a convertir ésta en plataforma para un ulterior expansionismo. La Republica nació marcada por un grave conflicto entre patricios y plebeyos, debido a las exigencias de los segundos por alcanzar la igualdad de derechos políticos 1 Puntos críticos de partida sobre los movimientos coloniales clásicos en el Mediterráneo antiguo se han tratado en Ancient Colonizations (Hurst y Owen 2005), con aportaciones de autores como S. Owen, A. Snodgrass, N. Terrenato, C. Antonaccio o N. Purcell. 2 Para el marco histórico general véase Roldán (1981: 96 ss.) y Clemente (1990: 26-29). 3 Ver Tabla 1 de fundaciones republicanas hasta el 177 a.C.
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y civiles, por resolver el crónico problema de las deudas y por acceder a la propiedad de la tierra (Alföldy 1987: 31 ss.; Cassola 1988: 451-481; Gabba 1990b: 717). No procede detenernos aquí en las etapas del conflicto y nos limitamos a señalar que cada una de ellas se saldó con concesiones patricias a los plebeyos y que tras cada nuevo pacto estamental Roma potenciaba su capacidad para resolver a su favor la amenaza externa. Punto fundamental del conflicto fue la fase de reformas que culminó el año 367 a.C. con las llamadas leges Liciniae Sextiae. En el plano de los derechos políticos los plebeyos accedieron a la suprema magistratura (consulado), en lo económico se dio solución a la cuestión de las deudas y, lo que tendría enormes consecuencias, se decidió que nadie pudiera disponer de más de 500 iugera de las tierras consideradas ager publicus4. El gran pacto entre los dos estamentos condujo a un estado muy cohesionado con órganos de gobierno especializados y complejos, la actuación colegiada de patricios y plebeyos en las magistraturas potenció una fuerte conciencia social de unidad política y, de cara al exterior, el estado ganó un enorme potencial. Por eso, en los decenios siguientes a las leges Liciniae Sextiae, Roma resolvió favorablemente sus conflictos con ciudades etruscas y con otros pueblos, se impuso sobre el nomen Latinum y estableció sólidos pactos con Capua y con otras ricas ciudades del importante foco económico de Campania. Su hegemonía en Italia central quedó asegurada y así quedó constituida la plataforma del futuro expansionismo hacia el resto de la Península Itálica. La solución al conflicto por el acceso a la propiedad había unido los intereses de patricios y de plebeyos en torno a la ampliación territorial, pues fundamentó una común aspiración a incrementar el ager publicus (Alfödy 1987: 47 ss.). Política agraria y política exterior iban a caminar juntas en adelante. La plebe se sabía fuerte por su pertenencia a la classis (ejército) y se opuso al monopolio patricio sobre las tierras anexionadas, exigiendo participar en el botín. Todo territorio tomado a pueblos extranjeros quedaba calificado como ager publicus Populi Romani, cuyo usufructo regularon las leyes del 367 a.C. A partir de ellas se fueron haciendo entregas individuales de tierra a privados, pero lo que tuvo mayor trascendencia es que en muchos casos esa entrega se organizó de modo colectivo mediante la creación de colonias. Las primeras surgieron a partir del 338 a.C., tan pronto como Roma se liberó el 338 del obligado poder de la Liga Latina, bajo el cual había tenido que actuar hasta entonces. Las colonias satisficieron a los dos estamentos en conflicto: a las plebes sin tierra, porque accedían a la propiedad, y a la nobilitas, porque la expansión territorial evitaba repartir la gran propiedad previamente constituida; se mantenía el viejo latifundismo al tiempo que se repartían tierras para consolidar una capa social de pequeños propietarios ciudadanos. 4 Ulteriores pasos de finales del siglo IV, reconociendo derechos a los plebeyos y la lex Hortensia del año 287 a.C. por la cual las decisiones de las asambleas plebeyas vinculaban también a los patricios, completaron el recorrido histórico de las reivindicaciones plebeyas.
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COLONIAS ROMANAS, COLONIAS LATINAS Desde el año 338 hasta el siglo II a.C. las fundaciones de la República consolidan el dominio de Roma sobre Italia y contribuyen a la homogeneización de la península en el sentido romano. Hubo dos categorías de fundaciones: colonias de derecho romano y colonias de derecho latino. Las primeras fueron minoría, en una proporción de uno a tres, hasta la guerra anibálica (218-202 a.C.); durante el siglo II se invierten los términos y son más numerosas las colonias de derecho romano (ver Tabla 1). TABLA 1 Colonias romanas en Italia entre el 338 y el 177 a.C. (según Salmon 1985: 19). Nota: En cursiva las colonias latinas; el resto son colonias de ciudadanos romanos. Nombre Ostia ca. Antium ca. Signia Norba Ardea Circei Setia Sutrium Nepete Cales Terracina Fregellae Luceria Suessa Pontiae Saticula Interamna Sora Alba Marnia Carseoli Minturnae Sinuessa Venusia Hadria ¿Castrum Novum (Picena) Sena Gallica
Año 338 338 ca. 338 ca. 338 ca. 338 ca. 338 ca. 338 ca. 338 ca. 338 ca. 338 329 328 314 313 313 313 312 303 303 299 298 296 296 291 ca. 289 289 283
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TABLA 1 (Continuación) Colonias romanas en Italia entre el 338 y el 177 a.C. (según Salmon 1985: 19). Nota: En cursiva las colonias latinas; el resto son colonias de ciudadanos romanos. Nombre Paestum Cosa Ariminum Beneventum Pyrgi Castrum Novum (Etruria) Firmum Aesernia Alsium Fregenae Briundisium Spoletium Placentia Cremona Puteoli Volturnum Liternum Salernum Buxentum Sipontum Croton Templa Copia Vibo Bolonia Potentia Pisaurum Parma Mutina Saturnia Graviscae Aquileia Luca Luna
Año 273 273 268 268 ca. 264 264 264 263 247 245 ca. 244 241 218 218 191 194 194 194 194 194 194 194 193 192 189 184 184 183 183 183 181 181 180 177
Una colonia de ciudadanos romanos se implantaba en territorio estatal, entendiendo por ello el territorio histórico de Roma y el de aquellos pueblos que se
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iban integrando en la comunidad política dirigida por la ciudad del Tíber; por ejemplo, los latinos, los oppida civium Romanorum, las civitates sine suffragio y otros territorios que Roma adquiere y administra directamente. Ello constituía el ager Romanus, un espacio de perfil geográfico mutante y creciente a lo largo del tiempo. En las deducciones de colonias romanas y en las entregas individuales (viritim) de tierra, la plena propietas sobre la parcela recibida comportaba la automática inscripción de los nuevos propietarios en una de las categorías censitarias de Roma con su correspondiente ubicación en el nivel político que por renta le correspondiera. Por eso, para evitar el acceso repentino de ciudadanos a los niveles superiores de la escala censal, las colonias de ciudadanos romanos sólo asignaron lotes iguales y modestos de tierra a los nuevos colonos, entre 5 y 10 iugera5; no debían alterar la estructura existente de la gran propiedad ni el orden político asociado a ella; además de ser pocas en número hasta comienzos del siglo II, estas colonias recibieron pocos cientos de nuevos colonos cada una. Éstos no servían en unidades militares autónomas, sino en el esquema legionario general, por lo que no necesitaban de una jerarquización timocrática interna en el seno de la colonia, y de ahí la igualación de lotes (Pasquinucci 1985: 21). Las colonias romanas se orientaron sobre todo a resolver el problema social de acceso a la propiedad. Las primeras experiencias de colonias con ciudadanos romanos estuvieron limitadas al entorno del Latium en una proyección de Roma hacia el sur; tuvieron la importancia de sentar las primeras bases del modelo de acción colonial que luego se extendería por el resto de Italia6. Entre las creaciones más antiguas (a partir del 338 a.C.), hay que destacar aquellas que se asentaron a lo largo de la costa, como Ostia, Ardea, Antium, Circei, Tarracina y otras, conocidas como coloniae maritimae. Por el sur, la consolidación del dominio de Roma sobre el conglomerado de pueblos samnitas llevó a las fundaciones de Suessa y Minturnae con ciudadanos romanos el 296 a.C. Hacia el Noroeste se aseguró el territorio de Etruria con Pyrgi y Castrum Novum. Hacia el norte, sobre la costa adriática, se creó la colonia, también con ciudadanos romanos, de Sena Gallica (283), punto de partida pocos años después para la conquista de la peligrosa Galia Cisalpina cuando un poco más al norte se fundó Ariminum (Rímini) el año 268. Hasta aquí hemos hecho hincapié principalmente en las colonias de ciudadanos romanos, pero tuvo mayor trascendencia la fundación de colonias latinas para la extensión del dominio romano sobre Italia. Por ejemplo, en la proyección hacia el sur fueron fundamentales las colonias latinas de Fregellae (328), Luceria (314), Venusia (291), Paestum (273), Beneventum (268), o Brundisium (ca. 264), entre otras7. Ya hemos indicado que dos tercios de las colonias creadas hasta la guerra contra 5
Un iugerum = 2.523 m2 aproximadamente. Esa perspectiva, por ejemplo, verla en MacKendrick (1956: 126-133). El urbanismo romano como expresión material de estructuras sociopolíticas vivas, véase en Clavel y Lévêque (1971). 7 Ver Tabla 1 con listado de colonias hasta el 177 a.C. 6
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Aníbal fueron de este tipo y se implantaron en medio de comunidades externas al propio estado romano con las que éste mantenía relaciones de sometimiento (dediticii, peregrini). Una colonia de derecho latino era incompatible con el ager Romanus; tampoco podía implantarse allá donde mediaba pacto o alianza (socii Italici), salvo que así se acordase previamente, porque el foedus reconocía al aliado el pleno dominio sobre su propio territorio8. Las colonias latinas ocupaban territorio conquistado, botín del estado (ager publicus), cuya propiedad éste podía transferir a privados (adsignatio); en la medida en que se asentaban entre comunidades extranjeras materializaban un estado territorialmente discontinuo. Las colonias latinas, organizadas como comunidades políticas (res publicae) autónomas, poseían un cuerpo social jerarquizado en tres niveles timocráticos que expresaban privilegios y deberes tanto en el plano del autogobierno como en el de las responsabilidades frente a Roma. Por eso en ellas no se dio una igual adsignatio de tierra a todos los colonos, sino que se establecieron tres niveles de propiedad. Las colonias latinas tenían que aportar unidades militares propias al ejército romano y de ahí el gran número de colonos con los que se fundaban, varios miles de ellos. Por lo demás, los ciudadanos de derecho latino de estas fundaciones estaban igualados a los romanos en los diferentes ámbitos del derecho civil; disfrutaban de sus bienes con plena proprietas, podían contratar y comerciar libremente con ciudadanos romanos (ius commercii), los matrimonios mixtos eran plenamente legales (ius connubii); solamente estaban impedidos de participar en las asambleas de Roma y en sus magistraturas (ius publicum). No se podrían comprender los sólidos lazos con los que las diversas regiones itálicas fueron trabándose a lo largo del tiempo bajo el estado romano sin el potente desarrollo de las colonias latinas. Han dejado una profunda huella en el paisaje urbano y en el rural de Italia y de modo especial en las áreas septentrionales. Leales representantes de los intereses de Roma, fueron potentes agentes en la transformación cultural de Italia, activas células de unificación política, primeros focos de latinización y de extensión de las formas culturales romanas. Fueron concebidas las colonias latinas como centros estratégicos y por ello su aparición se fue produciendo en paralelo con las fases de expansión del dominio de Roma sobre Italia9. EL GRAN LABORATORIO COLONIAL DE LA ITALIA SEPTENTRIONAL Desde comienzos del siglo III a.C. Roma abordó la progresiva conquista de la Galia Cisalpina10. Los episodios de guerra fueron durísimos y a veces comporta8
Sobre el sistema de alianzas de Roma con los pueblos itálicos véase Laffi (1990: 285 ss.) El significativo papel de las colonias latinas ha sido resaltado por Salmon (1985: 13 ss.) y por Pasquinucci (1985: 20 ss.) 10 El proceso histórico en Bandelli (1988: 520-525); y específicamente para la Cisalpina, en Gabba (1990a: 69-77). 9
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ron el extermino total del adversario; aquí Roma no luchaba, como en la Italia central y meridional, por imponer un sistema de hegemonía, sino por la supervivencia frente a las constantes amenazas de los pueblos galos. Por eso se entiende que la Cisalpina, región con extensísimas tierras fértiles, terminara por ser un espacio donde la acción colonizadora de Roma se llevó a cabo con gran intensidad hasta alcanzar su expresión más acabada. Para protegerse de los ataques de las tribus galas, a los que había estado sometida Roma desde el siglo IV, se dio en el siglo III un primer salto hacia el Piceno en la costa del Adriático, punto de contacto con aquellas tribus; el 283 se fundó Sena Gallica y el 264 Firmum, la primera de derecho romano y la segunda latino. Pero lo que marcó las intenciones romanas de progresar hacia el norte fue la creación de Ariminum (Rimini) el 268 (Bandelli 1988: 520-525)11, convertida desde el principio en formidable cabeza de puente. Hasta esa ciudad se prolongó el 220 la via Flaminia. La victoria romana sobre los Insubres en el Po medio posibilitó en 218 las fundaciones de Placentia (Piacenza) y Cremona en la misma línea del río; en cada una se asentaron 6.000 colonos, de los que 200 eran equites y 5800 pedites; es decir, el potencial humano de una legión por colonia (Polibio III, 40: 4; Gabba 1990a: 70 ss.); la apuesta estratégica era clara. Justamente el mismo año de la creación de Placentia y de Cremona se produjo la irrupción de Aníbal en Italia, abriendo una fase de alteraciones graves durante el tiempo que duró la guerra (218-202); las dos colonias resistieron, pero se produjo la general desafección a Roma de las poblaciones galas recientemente sometidas. El final de la guerra anibálica obligaría a Roma a recuperar muchas de las viejas alianzas itálicas, y a emprender de nuevo la conquista de la Cisalpina; su control se convirtió entonces en una acción prioritaria del estado, abriendo uno de los procesos históricos de colonización más intensos que se conocen. Lo que en el siglo III se había iniciado como estrategia de defensa, mutó en el siguiente a un plan sistemático de explotación económica de las ricas tierras de la Cisalpina; colonos romanos, latinos e itálicos las preferían a las más secas y pobres del centro y del mediodía itálicos. Por su parte, las capas aristocráticas pronto se interesaron también por la zona y adquirieron amplios predios en los que realizaron fuertes inversiones de cara a una agricultura a gran escala y de capitalización; a partir del siglo I a.C. es ya evidente la fuerte comercialización de productos agrarios cisalpinos. En las inmensas y fértiles llanuras de la cuenca del Po se llevó a cabo un plan sistemático de fundación de colonias y de red de comunicaciones a una escala que carecía de precedentes (Chevallier 1983: 19). Piacenza, que había sido destruida el año 200 por tribus galas, fue reconstruida el 197 con nuevos contingentes, en el 190 esta misma ciudad y Cremona recibieron un supplementum de otras 6.000 familias, asegurando así el control romano sobre el Po (Livio: XXXVII, 46:10). El año 187 se unieron Ariminum y Piacenza mediante la via Emilia; su trazado en 11
Para una bibliografía sobre las ciudades romanas de Italia véase Chevallier (1974: 693-698).
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gran parte rectilíneo durante decenas y decenas de kilómetros ha dejado en el paisaje regional un tajo radical. A mitad de camino entre sus extremos se había creado Bolonia dos años antes (189). El largo eje de la via Emilia terminó por llenarse de asentamientos coloniales y de centuriaciones (Chevallier 1983: Láms. VXI)12, entre ellos los de Parma y Mutina (Módena) el 183 a.C. Aquileia es fundación del 181, marcando también el punto de partida para el control definitivo de la Transpadana oriental (Bandelli 1990: 225 ss.). Se estima que a lo largo del siglo II a.C. se asentaron unos 100.000 colonos en nuevas ciudades de la Cisalpina (Gabba 1990a: 74), cifra a la que ha de añadirse la colonización privada (viritim). Ello explica la rápida romanización de la zona, así como el alto desarrollo de técnicas y sistemas de explotación agrícola. El año 147 se construyó la via Postumia, que atravesaba el Valle del Po desde Aquileia hasta Génova, contribuyendo a integrar definitivamente el norte bajo el concepto unitario de Italia (Gabba 1983a: 24, 1985: 265 ss., 1990a: 73 s.). Es sorprendente en qué alto grado llegó a producirse una general modificación del paisaje de la zona por la total imposición de la geometría agrimensural, así como también sorprende la extrema racionalidad en la planificación de los trazados urbanos y de las centuriaciones. Por ejemplo, todo el territorio a uno y otro lado de la via Emilia terminó por ser dividido en lotes y asignado a colonos (Fig. 1). El paisaje de amplias extensiones quedó completamente transformado y los efectos de la acción colonizadora han dejado su huella en el paisaje de Norte de Italia hasta nuestros días13. El ingente trabajo de organización catastral que se desarrolló en la Cisalpina llevó a la formulación clásica y más elevada del sistema de centuriación y al desarrollo de la técnica agrimensural. La región fue el campo de experiencias donde Roma obtuvo su definitivo modelo de gestión colonial del territorio; con razón se ha dicho que Italia ha constituido un auténtico laboratorio para crear modelos de colonización que luego se aplicarían también en territorios provinciales Chouquer y Favory (1991: 91 ss.) y que finalmente han prolongado su influencia hasta tiempos modernos. En la Cisalpina se llevó a cabo un plan integral de ordenación territorial. Todavía la actual red urbana de la zona es básicamente la de época republicana. La cuenca meridional del Po se colonizó principalmente mediante fundación de colonias, mientras que en una primera fase las tierras de la ribera opuesta se ocupaban por colonos de modo espontáneo e individual. En la primera mitad del siglo II a.C. se colonizaron primero las tierras medias e inferiores del valle del Po, para completarse en la segunda mitad de la centuria la explotación de tierras al occidente de Placentia (Pasquinucci 1985: 22). 12
Para una aproximación metrológica a los nuevos asentamientos véase Conventi (2004: 54 ss.). Con carácter general, véanse los siguientes trabajos: Cadastres et espace rural (VV.AA. 1983); Chouquer et al. (1982: 847-882) y Chouquer y Favory (1991). Son importantes también Tozzi (1974) y, especialmente, Chevallier (1983). 13
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Fig. 1.—Asentamientos urbanos y centuriaciones en la Vía Emilia (Chevallier 1983: Lám. X).
Desde otro punto de vista, el proceso supuso la práctica erradicación de las culturas de las comunidades galas autóctonas. La investigación moderna se ha centrado mucho en la perspectiva romana del hecho colonial, pero muy poco en este último aspecto14. Las guerras del siglo III y del primer decenio del siglo II en la Cispadana comportaron en unos casos el exterminio de varias comunidades, en otros su expulsión del territorio y en otros la reducción a zonas marginales menos fértiles donde pudieron sobrevivir como mano de obra al servicio de las haciendas romanas. El programa de Roma de colonizar intensivamente la Cisalpina era también un programa de marginalización de la población autóctona. En la Transpadana la conquista fue algo más tardía y con menor grado de violencia que en la Cispadana, por lo que los pactos permitieron un mayor grado de supervivencia de 14 El trasfondo indígena sobre el que actuó el proceso colonizador en la Cisalpina ha sido tratado por Chevallier (1983: 177 ss.) y por Bandelli (1990: 251-255). Sobre colonización y romanización de la Cisalpina, véase Gabba (1990a: 73-77).
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las formas autóctonas de vida hasta bien entrado el siglo I a.C.15. La población autóctona fue rarificándose en la Cisalpina al mismo ritmo que crecía la población colonial de romanos e itálicos; finalmente, los elementos supervivientes terminaron por difuminarse dentro de los modelos romanos implantados, en algunos casos incluso formando parte del nivel censitario inferior en las propias colonias latinas. UNA CUESTIÓN DE PERSPECTIVA Hasta aquí hemos realizado un recorrido muy rápido por la historia de la colonización de la República romana en Italia hasta situarnos en el último cuarto del siglo II a.C. Al habernos centrado en el tema, podría desprenderse la idea de que las colonias y la fuerza militar fueron los medios utilizados por Roma para mantener el control sobre sus crecientes dominios itálicos y, efectivamente, fueron fundamentales, sin duda, pero no los únicos ni, probablemente, tampoco los más importantes. Es más, si Roma dispuso en Italia, entre el siglo IV y principios del II a.C., de superior eficacia militar frente a otras comunidades y de amplia capacidad para imponer colonias, fue porque generación a generación su poder se acrecentaba gracias a una formidable política de integración jurídica, de alianzas y de acuerdos con los pueblos itálicos. Nos aproximaremos mejor a la realidad histórica si vemos a Roma durante la plena República como una comunidad política y un estado territorial que crece y se consolida porque, en primer lugar, integra cada vez a más gentes y, sólo en segundo plano, porque conquista. De hecho, su fuerza militar emanaba de la cohesión política interna y de la amplia red de sus alianzas; así pudo resolver Roma a su favor expedientes bélicos tan difíciles como los sostenidos contra los Samnitas, las tribus galas, los cartagineses y otros muchos. Primero fue la solidez objetiva del estado (integración y pacto), después la eficacia militar. Por ejemplo, vemos que el territorio propiamente estatal (ager Romanus) ampliaba constantemente sus fronteras principalmente porque muchos pueblos itálicos se iban integrando en el derecho ciudadano de Roma bajo diferentes fórmulas (oppida o municipia civium Romanorum, civitates sine suffragio, etc.); el resto de los pueblos itálicos, la mayor parte, eran comunidades autónomas vinculadas a Roma mediante pacto (socii). De la solidez de esa red nos habla su respuesta al formidable reto que supuso la expedición de Aníbal a Italia el 218 a.C.; algunos de los aliados hicieron defección, pero la mayoría se mantuvo leal, frustrando de ese modo las previsiones del caudillo cartaginés. Si el estado republicano era una realidad mutante en cada momento, también 15 Sobre estas cuestiones ver Clavel-Lévêque (1986: 9-37), una síntesis en Gabba (1990a: 74 ss.), y un estudio específico sobre la Transpadana en Cassola (1991: 17-44).
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lo eran los individuos en que aquel se encarnaba. Por eso, el hecho mismo de la colonización y sus beneficios fue algo compartido por un cuerpo ciudadano que crecía a causa de la política de pactos y de integración jurídica. Romanos e itálicos con ciudadanía romana fueron enviados a fundar las colonias de derecho romano; itálicos que accedían al primer escalón del privilegio jurídico, el derecho latino, nutrían el censo de las colonias latinas. Hasta el siglo II a.C. fueron las poblaciones centroitálicas las que aportaron los mayores contingentes humanos a la colonización, tanto la individual como la colectiva. También en el fenómeno colonial republicano, y no sólo en el hecho militar, emerge la realidad política de las soluciones pactadas por Roma a escala itálica. Si observamos la geografía histórica de Italia hasta el siglo II a.C. veremos que, ciertamente, las ciudades de nueva planta determinaron por completo el paisaje en algunas zonas de la Emilia y de la Padana central, pero en el resto de las regiones las ciudades creadas ex novo, con ser muchas, representaron una clara minoría frente a los núcleos preexistentes, sin que eso reste valor a la trascendencia histórica de las colonias. Simplemente queremos resaltar que las colonias, con jugar un papel importante en la expansión territorial de Roma, fueron sólo uno de los varios instrumentos utilizados para integrar territorios bajo un único ordenamiento estatal. Hasta el siglo II a.C. colonización colectiva y creación de ciudades son hechos asociados; durante el siglo I a.C. el asentamiento de colonos en Italia fue masivo, pero se llevó a cabo principalmente en ciudades ya existentes (coloniales o no) y en pocos casos condujo a la creación de otras nuevas, contribuyendo así a consagrar el dominio numérico de los viejos núcleos respecto a los de nueva creación. DE LOS GRACO A AUGUSTO: NUEVOS VECTORES DE LA COLONIZACIÓN Hacia mediados del siglo II a.C. parece producirse una cierta pausa en el proceso colonizador de Italia, coinciendo en el tiempo con las grandes etapas de conquista en el Occidente, en el norte de África y en el oriente helenístico. Era la fase de pleno imperialismo de la República, quien tuvo que desplegarse simultáneamente por múltiples frentes, muy distantes entre sí, y movilizar enormes contingentes militares y recursos económicos16. La expansión mediterránea erosionó gravemente la posición de los pequeños y medianos propietarios de Italia, tanto ciudadanos romanos o latinos como aliados. Tuvieron que soportar el peso de campañas cada vez más prolongadas, la conquista drenó hacia la sociedad romana gigantescas cantidades de esclavos que, ubicados en las grandes haciendas y ta16 Referencia básica que relaciona imperialismo romano y urbanismo, en Homo (1971); actualización de cuestiones sobre el imperialismo, Gabba (1990c: 189 ss.).
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lleres, provocaron la ruina de los pequeños y medianos propietarios libres; el endeudamiento crónico de éstos aceleró el proceso de concentración de la tierra en manos de la nobilitas, Roma se llenó de ciudadanos desposeídos que demandaban soluciones y los socios itálicos comenzaron a reclamar el acceso a la ciudadanía. La colonización en Italia bajo la crisis de la República Bajo esas nuevas coordenadas surgen los proyectos reformadores de los hermanos Tiberio Graco (133-132) y Cayo Graco (123-122), actuando bajo su condición de tribunos de la plebe. La lex Sempronia del primero pretendía, amparándose en otra anterior por la que nadie podía poseer más de 500 iugera, expropiar cuanto suelo excediera de dicha cantidad recuperándolo para el ager publicus y entregándolo en parcelas de unos 30 iugera a quienes carecieran de propiedad. Los grandes possessores quedaban así en el punto de mira de la ley. Por eso, la reforma agraria de Tiberio Graco marcó el principio de la gran inestabilidad que caracterizó a la última etapa de la República, pues volvía a situar en el centro de la vida política la cuestión del acceso a la propiedad, una cuestión que se mantendría en el primer plano durante todo el siglo I a.C. Mientras el Senado pretendía que la colonización se dirigiera a tierras disponibles en la Cisalpina, Tiberio Graco miraba más bien al centro y al sur de Italia, donde grandes hacendados habían ampliado durante el siglo II a.C. sus dominios con la apropiación ilegal de ager publicus. Fue total la oposición de la aristocracia, quien consiguió provocar el asesinato de Tiberio. Ello no paralizó la comisión creada para aplicar la reforma, pues desarrolló un intenso trabajo jurídico y agrimensural a lo largo de varios años, aunque con resultados desiguales. Diez años después accedió al tribunado de la plebe Cayo Graco (123-122) a.C.), hermano de Tiberio, quien promulgó una nueva ley agraria como parte de un complejo programa de modernización del estado republicano. A diferencia de la ley de Tiberio, que contemplaba sólo la entrega individual de parcelas, la de Cayo preveía además la entrega colectiva mediante la fundación de colonias; y no se limitaba a Italia, sino que incluía también el ager publicus de las provincias. Cayo Graco planificó numerosos asentamientos nuevos en Italia, así como el de Iunonia sobre el solar de la antigua Cartago, que no llegaron a ser realidad ya que Graco murió de modo violento y prematuro, y en los años posteriores se fue desmontando gran parte de su obra legislativa, incluyendo la reforma agraria y los trabajos de la comisión agraria (entre otros muchos, resaltar a Alföldy 1987: 94 ss.; Beard y Crawford 1989; Pina 1999). En el periodo que va de los Graco a Mario se abordó la colonización de la Padana Occidental, actual Piamonte, donde había tierras cuya disponibilidad no afectaba a los grandes latifundios. Allí se llevaron a cabo la fundación de Dertona (Tortona) en una fecha indeterminada entre el 122 y el 109, y la de Eporedia
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hacia el año 100 (Bandelli 1990: 256 y nota 35; Gabba 1983b: 210 ss.; Salmon 1969: 121 ss.). Los cambios que se produjeron en el reclutamiento legionario a partir de Mario (107 a.C.) terminaron por introducir en el siglo I una nueva a importante variable: en adelante la mayoría de los nuevos colonos serían militares licenciados. La reforma de los hermanos Graco buscaba potenciar una sólida capa de ciudadanos propietarios, disponibles para las crecientes necesidades del estado, pero el fracaso de aquella hizo insostenible a finales del siglo II a.C. el sistema republicano de milicia ciudadana. Cuando Mario, a partir del 107, comenzó el enrolamiento de ciudadanos sin propiedad (proletarii) sostenidos por el estado, empezaron también a invertirse los términos de la relación propiedad-milicia. En la solución de los Graco había que disponer de propietarios para tener ejército; ahora sólo era necesario disponer de desheredados, y la crisis proporcionaba más que suficientes, a los cuales se haría propietarios tras varios años de enrolamiento militar. De ese modo durante el siglo I a.C. pasó por el ejército la solución a la histórica demanda de tierras; la profesionalización de la milicia tuvo enormes consecuencias, entre otras la vinculación de las tropas a sus jefes para arrancar a la asamblea y al Senado las ventajas y recompensas establecidas. Por eso, este siglo, es el de los grandes poderes personales y dictaduras militares, en una imparable inercia hacia las guerras civiles que concluyeron con la implantación de la monarquía imperial de Augusto. Por lo que a nuestro tema respecta, señalaremos simplemente tres aspectos: primero, que la mayoría de los repartos de tierras realizados en esa centuria lo fueron a militares, tanto en Italia como a partir de César también en provincias; segundo, que el hecho colonial se incardina en la lucha de facciones del final de la República; y tercero, que ya no actúan como responsables de organizar una colonia magistrados electos, sino legados de los grandes líderes con poder militar (cum imperio). A partir del año 89 a.C. los aliados itálicos, tras una rebelión generalizada, adquirieron la ciudadanía romana, se organizaron en municipios y sus propiedades quedaron amparadas por el derecho quiritario (Sherwin-White 1996). Al mismo tiempo la lex Pompeia privilegiaba a las comunidades de la Transpadana con el ius Latii; en esta región se dieron los primeros casos de ciudades autóctonas que fueron elevadas al rango de colonia, sin que ello implicara llegada de colonos ni delimitación del territorio en lotes; simplemente la población indígena y romanoitálica de la zona mantenían sus parcelas anteriores (Pasquinucci 1985: 22). Esa creación honorífica de colonias serviría de precedente para otros casos posteriores. Tras la general integración jurídica de los itálicos en el estado romano, una densa red urbana (colonias y municipios) cubría prácticamente toda Italia (Gross 1990: 831-855), con excepción de algunas áreas poco pobladas en el noroeste, donde se crearían con veteranos en época augustea algunas ciudades nuevas como Augusta Taurinorum (Turín) y Augusta Praetoria Salassorum (Aosta) (Keppie 1983: 205). Salvo esas excepciones, los enormes contingentes de veteranos
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que recibieron lotes de tierra en Italia entre Sila y Augusto no se asentaron en nuevas ciudades, sino que reforzaron las colonias donde había lotes por asignar, repoblaron municipios con disponibilidad de suelo público y ocuparon cualquier espacio disponible y productivo. Otro destino de los colonos fueron las tierras confiscadas a los enemigos políticos en el contexto de las guerras civiles. El proceso llevó a una extrema explotación agraria de Italia y al desarrollo potentísimo del urbanismo. Veamos rápidamente un resumen cuantitativo. Se estima en 12.000 los veteranos asentados por Sila, principalmente en Etruria y en Campania. Sólo César habría asentado unos 50.000 veteranos y ciudadanos desposeídos en Campania, Lacio, Etruria y el Piceno. El segundo triunvirato colocaría otros 170.000 exmilitares en tierras confiscadas a miembros de la aristocracia senatorial y ecuestre y a 18 ciudades de Italia (Keppie 1983: 57 ss.). En estos casos procedería hablar de cambio en la titularidad de las parcelas más que de colonización. En el 36 a.C. Octavio instaló a unos 20.000 veteranos en Campania, Galia y Sicilia. Desde la victoria sobre Antonio en Actium (31 a.C.) hasta el final de su reinado, ya como Augusto, llevaría a cabo unas 300.000 asignaciones en Italia y en provincias; como decíamos, no siempre implicaron fundación de nuevos núcleos urbanos, sino reforzamiento de los existentes17. Aunque bajo los sucesores de Augusto continuaron las fundaciones coloniales, las acciones de época cesariana y augustea forman el último bloque de asignación de lotes de tierra a gran escala. Colonias en suelo provincial hasta Augusto En los territorios extraitálicos organizados como provinciae, la mayor parte del suelo era considerado ager provincialis, propiedad del Senado y del Pueblo Romanos, excepto el de las pocas comunidades reconocidas soberanas bajo el estatuto de foederati o inmunes (Gayo, Inst., 2,7; véase también Bleicken 1974: 359414; Jones 1941: 26 ss.). Por el acto de la deditio (sometimiento incondicional a Roma), los habitantes de un territorio provincial perdían el dominio eminente (proprietas) sobre tierras y bienes, aunque Roma en un acto unilateral les retornaba luego la simple possessio; esto es, toleraba que los provinciales vivieran en suelo ahora propiedad de Roma (ager provincialis) y de ahí el estatuto de peregrini (extranjeros) en el que cayeron las comunidades provinciales; como simples parcelas funcionales de dominio las provincias no eran estado, sino su propiedad. La imposición de tal presupuesto jurídico permitía a Roma disponer en cualquier momento del ager provincialis para cualquiera de los fines que estimara oportunos, entre ellos el re17 Datos de Chouquer y Favory (1991: 133-135); sobre la potenciación de la vida urbana en Italia central y meridional durante este periodo, consúltese Gabba (1972: 73-112).
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parto de parcelas a colonos individualmente o la creación de colonias (Abascal y Espinosa 1989: 23 ss.)18. Ello supondría en muchos casos expulsar a las poblaciones autóctonas que venían ocupando desde siempre el lugar; se trataba del mismo marco que generaciones atrás había servido para el vasto plan colonizador de la Galia Cisalpina en Italia (Clavel-Lévêque 1983: 195-201, 1986: 9-37). Todas las colonias fundadas en territorios provinciales antes de César son colonias de derecho latino; son escasas y no obedecen a un plan preconcebido de ordenación territorial, sino a la necesidad de resolver un problema puntual. Por ejemplo, en Hispania se fundó Itálica el 205 a.C. para asentar a soldados heridos en la guerra contra los cartagineses, Carteia el 171 a.C. para colocar a los hijos que los legionarios habían tenido con mujeres hispanas, Córduba el 169/168 para servir como centro administrativo de la Ulterior, Pollentia y Palma en Mallorca el 122 a.C. para asentar a ciudadanos que vagaban sin oficio ni propiedad por las provincias hispanas19. En la Galia Domicio Ahenobarbo fundó Narbo Martius, entre el 118 y el 112, junto a la via Domitia y como punto estratégico para las comunicaciones entre Italia e Hispania. Ninguna de estas y otras fundaciones provinciales anteriores a César emanaron, como decimos, de un plan estatal de colonización. En provincias el proceso colonizador se convierte en un plan de estado con César, cuya política seguirá su heredero político Augusto. Bajo ambos personajes la colonización provincial cobró un ritmo intensísimo por la necesidad de colocar los grandes excedentes legionarios de las guerras civiles y de dar una solución a las masas de proletariado urbano con ciudadanía (Hampl 1952: 52-77). La colonización cesariana y augustea llegó a ser, en amplias regiones de Galia, Hispania y norte de África, un potente factor de transformación de los paisajes y del panorama socio-cultural, de modo parecido a lo que antes había ocurrido en Italia. La colonización se llevó a cabo, prioritariamente, en aquellos territorios provinciales en los que previamente se habían ido asentando contingentes notables de romanos e itálicos, adquiriendo propiedades del ager provincialis a título individual. Diríamos que eran áreas centrales y muy estables ya bajo control de Roma20. Sólo una minoría de colonias surgió en áreas periféricas con fines estratégicos. En Hispania los asentamientos coloniales se dieron en las tierras meridionales, en la franja costera mediterránea y en el valle del Ebro21. Bajo César se crearon al menos 12 colonias, Tarraco, Cartago Nova, Urso, Hispalis, entre otras. Augusto continuó la política de su predecesor con colonias como Barcino, Caesaraugusta, Ilici, Emerita Augusta, o Pax Iulia (Abascal y Espinosa 1989: 59-66; Ariño 1989; García Bellido 1959). El proceso fue similar en otras regiones del imperio (Vittin18 Diversas colaboraciones tratan sobre el régimen jurídico del territorio provincial en Atti convengno internationale… (VV.AA. 1974). 19 Para los casos hispanos, Abascal y Espinosa (1989: 20 ss.) y Marín (1988: 27 ss.). 20 Trabajo fundamental y punto de partida para estudios posteriores fue el de Vittinghoff (1952). 21 La colonización hispana en Marín (1988) y en Abascal y Espinosa (1989: 59 ss.). Para estudios de centuriaciones en España, véase Roselló Verger et al. 1974; sobre el valle del Ebro, Ariño (1990).
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hoff 1952: 49 ss. y 96 ss.). César recurrió a las ricas tierras del Norte de África para asentar numerosos veteranos con parecida escala que en Hispania; allí surgieron al menos 8 colonias, entre ellas Carthago, Hadrumetum o Thapsus. Durante Augusto fue también muy intensa la colonización de la región con la creación de no menos de 14 colonias en la Proconsular (área Tunecina) y otro amplio grupo de ellas en las dos Mauritanias (Tingitana y Cesariense). En la Narbonense, César había reforzado el 45 a.C. la Colonia Julia Narbo Martius y añadió las fundaciones de Arelate y Valentia. En la Galia llamada Comata se fundaron en época cesariano-triunviral Lugdunum (Lyon), Iulia Equestris Noviodunum (Nyon) y Augusta Raurica (Augst) (Bedon 1999: 54 ss.). Augusto no añadiría ninguna colonia en la Galia Comata, pero sí en la Narbonense: Arausio, Baeterrae y Forum Iuli. Sicilia vio surgir varios asentamientos coloniales con Augusto. Macedonia, Acaya, Asia, Ponto-Bitinia recibieron de César un primer e importante bloque de fundaciones, que daban continuidad a las realizadas por Pompeyo en Asia Menor. Augustó también prosiguió con la deducción de veteranos en las provincias citadas, añadiendo además otras deducciones en la costa del Ilirico, en Creta, en Pisidia (Galatia) y en Siria22. Justamente aquellos territorios provinciales en los que se desarrolló una colonización más intensa, coincidentes también en términos generales con las áreas en las que surgieron numerosos municipia tras la adquisición de la ciudadanía por las comunidades indígenas, son aquellos en los que observamos unos niveles de romanización más temprana y profunda (Bética, Narbonense y África Proconsular). Los colonos asentados en tiempos de César y Augusto en las provincias occidentales llegarían a convertirse en poco tiempo en matriz de muchas familias que primero consiguieron el acceso al ordo equester y desde los Flavios (70-96 d.C.) fueron promocionándose al ordo senatorius, jugando así un papel muy destacado al servicio del estado. Pero también es verdad que las viejas fundaciones legionarias fueron perdiendo peso desde finales del siglo I d.C., alcanzadas por el gran desarrollo de antiguos núcleos autóctonos que desde César y Augusto habían sido privilegiados como municipios. CREAR UNA NUEVA CIUDAD Tras el rápido repaso en páginas anteriores al proceso histórico de la colonización romana hasta Augusto, queremos contemplar ahora las características organizativas y técnicas implicadas en el hecho mismo de la creación de una colonia. La potestad para decidirla fue cambiando con el tiempo en el marco de las mutaciones que introducía la lucha por el control del estado. Inicialmente decidía 22 Al respecto, ver el propio testimonio de Augusto (Res Gestae 28,1); véase Vittinghoff (1952: 148 ss. y mapa). Para las fundaciones en Oriente, Levick (1965).
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la fundación el Senado romano hasta el 200 a.C. aproximadamente. En el siglo II a.C. era la asamblea dirigida por los tribunos de la plebe quien asumió la competencia; en el contexto de la crisis republicana, en la que fueron emergiendo grandes poderes personales, serán éstos los que determinen la política colonial mediante su control sobre las asambleas. En cualquier caso siempre tenía que promulgarse una lex agraria o una lex coloniae. Finalmente, tras las guerras civiles cuando se implanta la monarquía imperial, la competencia pasó de modo natural a los emperadores. Implantar un modelo universal El decreto de creación determinaba el lugar y las tierras asignadas a la nueva colonia, el número de colonos que formarían su primera comunidad, la características de la parcelación, la organización jurídico-política, social y religiosa de la nueva comunidad y nombraba también a los responsables de llevar a cabo el proyecto, normalmente un colegio de triunviros en época republicana clásica (IIIviri coloniae deducendae, o bien IIIviri agris dandis adsignandis)23, a quienes se dotaba de imperium para que actuaran discrecionalmente en nombre del estado durante varios años hasta lograr el funcionamiento autónomo de la nueva ciudad. Bajo su dirección habría de trabajar el equipo de agrimensores trazando el plano de la ciudad y de las parcelas rústicas, diseñando y ejecutando las infraestructuras necesarias; los triunviros establecían también las instituciones de gobierno local, el censo de ciudadanos con sus niveles de derechos y obligaciones, así como el primer ordenamiento jurídico, religioso y social. La puesta en marcha de una nueva colonia requería acciones complejas desarrolladas bajo requisitos muy precisos de tipo técnico y jurídico que aseguraran la viabilidad del proyecto y garantizara el progreso futuro de la nueva comunidad. El proyecto debía exigir importantes recursos de tipo público en forma de inversiones, créditos, etc., pero de ello apenas tenemos información en las fuentes clásicas24. Parece lógico pensar que la construcción de las viviendas privadas, las tareas de adecuación de las parcelas, la adquisición de animales, herramientas, etc., y la puesta en cultivo hasta las primeras cosechas requerían disponibilidad de créditos por parte de los colonos. Fundar una colonia exigía un enorme y prolongado esfuerzo para parcelar y ordenar un territorio, poner en cultivo los campos, 23 Por ejemplo, en Aquileia se conoce uno de los triunviros, L. Manlius L. f. Acidinus, III vir /Aquileiae coloniae / deducundae (CIL I.2, 621); véase Chevallier (1983: 59); en general, Gabba (1985). 24 Tibiletti (1950: 206), opina que el silencio de las fuentes se debe a la poca importancia que la sociedad contemporánea daba al hecho de la fundación de una colonia; en nuestra opinión es más una consecuencia del peculiar enfoque de la analística, más interesada en lo que directamente se relaciona con las magistraturas y los retos militares que con los procesos administrativos y los actos organizativos interiores. De ahí que apenas ofrece otros datos que la simple decisión pública de fundar una colonia.
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trazar el plano de una ciudad y construir murallas, calles, viviendas, edificios públicos, dotarla de servicios básicos, etc. Se requerían varios años, enormes inversiones y la implicación directa de los propios colonos y sus familias; se tardaba tiempo hasta alcanzar un desenvolvimiento normal de la colonia25. La centuriación: delimitar la tierra Cuando se decidía la creación de una colonia, se ponía en marcha un complejo mecanismo técnico cuyo objetivo era resolver el trazado del asentamiento urbano previendo todos sus componentes materiales, así como también ordenar el territorio asignado para hacerlo susceptible de explotación. Los procedimientos eran iguales en todos los casos con independencia del estatuto jurídico (romano o latino) de la nueva ciudad26. Crear una colonia suponía una radical intervención humana sobre el paisaje (Clavel-Lévêque 1989: 39-49)27; implicaba codificarlo con perspectiva utilitarista y sin restricciones al dominio (ius) sobre él; esa codificación consistía en determinar el plano catrastral y se designaba con el término limitatio: conjunto de acciones emprendidas por los agrimensores bajo mandato del poder del estado para definir parcelas en tierras públicas (ager publicus Populi Romani) mediante el trazado de limites (Bleicken 1974: 359-414; Jones 1941: 2631). Los agrimensores formaban el cuerpo encargado de semejante función28; su técnica llegó a alcanzar altísimos niveles de perfeccionamiento durante los siglos II y I a.C., coincidiendo primero con el vastísimo plan de colonización de la Cisalpina y luego con los masivos asentamientos de veteranos (Fig. 2). De ellos ha sobrevivido un importante corpus de documentos29. Los agrimensores suelen proceder de la clase ecuestre durante la República y su formación procedía principalmente del contexto militar. A partir de César parece que se organizan en un cuerpo profesional, aumentando el número y llegando a la profesión gentes de capas sociales inferiores (Parra 1990: 95 s.). 25 Sabemos que el programa cesariano de colonización había comenzado el año 46 y las idus de marzo del 44 aún no estaba completado (Brunt 1971: 296). 26 El mecanismo técnico de la limitatio y de la adsignatio fue básicamente el mismo, tanto si se trataba de fundaciones de derecho romano como de derecho latino. 27 Resumen de referencias bibliográficas sobre centuriaciones en Chevallier (1974: 767-770), hasta el año de edición. 28 Algunas referencias sobre los gromatici: Behrends y Capogrossi 1992; Castillo (1996); R. de Caterini (1935: 261 ss.); Chouquer y Favory (1992, 2001); Dilke (1971); Flach (1990: 1-89); Heimberg (1965); Hinrichs (1974); VV. AA. (2003, vol. I), aportaciones de J.Y. Guillaumin —pp. 109-132— y E. Hermon — pp. 133-160; VV.AA. (2003, vol. II), aportación de A. González —pp. 9-33. 29 Sigue siendo básica la edición de Thulin (1913), reimpresa en 1971; edición con traducción al español de las obras de Hyginus y Siculus Flaccus, Castillo (1998). Los agrimensores, también llamados gromáticos por la herramienta (groma) que utilizaban para trazar alineaciones, eran igualmente técnicos al servicio de los jueces en los conflictos por propiedades y límites, así como también para la fijación de límites entre comunidades.
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En la historiografía actual se ha extendido el término centuriación para referirnos a la limitatio; el terreno parcelado recibe el nombre de pertica (por la vara con el que éste se medía). Obtenido el ager divisus, éste se hallaba en condiciones para la adsignatio, para la entrega de parcelas en pleno dominio (ager optimo iure privatus) a quienes iban a integrar la nueva colonia; las partes no parceladas del territorium de una colonia seguían constituyendo el ager publicus de la misma. La limitatio se aplicaba tanto al área urbana, para la vivienda de los colonos y para los espacios públicos e infraestructuras, como a la rústica. Decíamos que centuriación es el término moderno por el cual nos referimos habitualmente a todo proceso de limitatio y adsignatio, pero en su sentido estricto etimológico correspondería al momento histórico de madurez del modelo catastral romano en el siglo II a.C., cuando en la colonización de la Cisalpina se aplicó de modo generalizado el módulo de una centuria (Fig. 3); esto es, un cuadrado de 20 actus de lado (aprox. 710 m.) con una superficie de unas 50 Has (= 100 heredia = 200 iugera) (véase Camaiora 1985a: 85-88, 1985b: 88-93; Flavory 1983: fig. Fig. 2.—La groma de los agrimensores 9; Parra 1990: 86 s.). A la vista de sus unidades según dibujo de A. Roth Congès (Chouquer y Favory 2001: 289, fraccionarias, la centuria parece ser el punto de llegada de un largo proceso histórico en la culfig. 41). tura romana sobre la tierra, desde la primitiva sociedad agraria hasta el potente estado expansionista en que terminó por devenir la República. Veamos: 120 pedes (1 pie = 0,296 m.) hacían un actus (aprox. 35,52 m.), longitud del surco que roturaba una yunta de bueyes sin levantar el arado y unidad de longitud básica en la métrica agraria romana; dos actus cuadrados hacían un iugerum, la superficie que esa yunta podía arar en una jornada30. Dos iugera (= 4 actus cuadrados) formaban un heredium, la tierra necesaria para el sustento de una familia y el tamaño que al parecer tendrían los lotes de las más antiguas colonias31. Pues bien, la centuria fue el 30 Plinio (NH XVIII, 3: 9); Chouquer y Favory (1991: 48 ss); en general, diversas aportaciones en Favory 2003: 59 ss. 31 Por ejemplo, Tarracina (Terracina) el 329 a.C. (Livio VIII, 21: 11).
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Fig. 3.—La centuria clásica de 20 x 20 actus y divisores (según Favory 1983: fig. 9).
gran cuadrado de 20 actus de lado que contenía exactamente 100 heredia (= 200 iugera = 400 actus), es decir, los lotes necesarios para sostener a una centuria de ciudadanos que era la base del orden político y militar atribuido por la tradición a la época de los reyes32. En definitiva, la centuria de 20 actus en cuadro fue la unidad agrimensural que se aplicó sistemáticamente en la Galia Cisalpina y, a partir de César, también en el norte de África. La limitatio consistía, pues, en la yuxtaposición de centurias mediante la creación de una retícula ortogonal a base de líneas paralelas equidistantes y sus correspondientes perpendiculares. Las líneas E-O eran los decumani y las perpendiculares los cardines. Los ejes que articulan el sistema son el decumanus maximus y el cardo maximus. El agrimensor orientaba primero bajo determinados criterios (solar, topográfico, ejes viarios preexistentes, etc.) el decumanus maximus y con él el conjunto del sistema reticular que definía el ager divisus. Cada centuria poseía su clave identificatoria por referencia a los ejes principales; ubicado el agrimensor en el punto de cruce de ambos, cada centuria se singularizaba con la sigla DD (dextra decumanus, a la derecha del decumano) o SD (sinistra de32 Varrón, De re rustica I.10: 2; pero el mismo autor (De lengua latina V, 35) sugiere que inicialmente centuria fue el módulo de 100 iugera, que luego se duplicó, sin cambiar de nombre, formando ya el cuadrado clásico de 20 x 20 actus (= 200 iugera = 100 heredia).
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cumanus, a la izquierda del decumano) y con la sigla VK (ultra kardinem, más allá del cardo) o KK (kitra kardinem, más acá del cardo), siglas a las que se añadía el numeral de su posición en relación con los dos ejes principales (Fig. 4)33. El sistema ha quedado bien atestiguado en Arausium (Orange), donde se grabó en placas de mármol el plano de la centuriación el año 35 a.C. (Fig. 5)34. Los límites entre centurias quedaban señalados visiblemente por caminos, postes, piedras, mojones (termini) y otros elementos; los mojones señalaban las claves identificadoras de cada centuria y el nombre de los magistrados que realizaron la adsig-
Fig. 4.—Designación de los módulos de una centuriación con el decumanus maximus orientado hacia el Este.
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Hyg. De limitibus, (Thulin 1913: 71, 10 ss.); véase Chouquer y Favory (1991: 140 ss.) y Flach (1990:
8-13). 34 Ediciones del documento, Sautel y Piganiol (1955) y Piganiol (1962); otros comentarios en Chouquer y Favory (1991: 156-163).
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Fig. 5.—Fragmentos del catastro B de Orange (Chouquer y Favory 1991: 155).
natio. Estaba perfectamente regulado el ancho de los ejes principales y el de los caminos secundarios. No fue la centuria cuadrada el único módulo de compartimentación de la tierra (ejemplos de Italia en Flach 1990: 15 ss.). Hubo módulos cuadrados de tamaño distinto a los 20 actus y hubo módulos rectangulares, denominados en la literatura gromática per strigas et scamna, en función de que el lado largo o el corto coincidiera con la orientación del eje principal de la pertica35, pero no llegaron a alcanzar la difusión de la centuria cuadrada y persisten problemas de interpretación de los datos de los gromáticos sobre esos módulos no cuadrados y sobre la aplicación a fundaciones concretas. Adsignatio: entregar la propiedad de la tierra La ley que creaba una colonia decidía también el tamaño de los lotes de tierra que habría en cada centuria y que serían entregados a los nuevos propietarios. Esa transferencia de la propiedad es la adsignatio, que se llevaba a efecto mediante sorteo (sortes); entre los lotes se establecían los denominados limites intercisivi, 35
Frontino, De agr. qualitate, pp. 3, 1-4, 2; al respecto, Flach (1990: 15-17) y Parra (1990: 89 s.).
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paralelos a los decumani, mediante señalización clara de muretes, acequias, alineaciones de árboles u otros elementos. No siempre los lotes en el interior de una centuria tuvieron la misma superficie. En los inicios de la colonización (siglo IV a.C.) debía ser de 2 iugera, mientras que en época imperial hay casos en los que se llegó a asignar a cada colono una centuria completa (= 200 iugera) (Parra 1990: 88). El tamaño de las sortes dependió de coyunturas sociales y políticas; al final de la República, en el contexto de la lucha partidaria y de las clientelas militares, se produjo un aumento constante del tamaño de los lotes y en época triunviral la media alcanzó los 50 iugera. En las tierras transmarinas (provincias) se incentivó la disponibilidad de colonos con el aumento de los lotes, pero los intereses clientelares y la lejanía de las nuevas fundaciones no son los únicos factores que explican esa tendencia; también la generalización de la esclavitud introdujo un factor de dura competencia para la pequeña propiedad, por lo que una garantía para la supervivencia de los nuevos colonos fue dotarlos de propiedad suficiente. Junto a las estrictas operaciones de limitatio y adsignatio, en la organización de una nueva colonia había que llevar a cabo también otros trabajos de no menor importancia, como desbroces y acondicionamientos que posibilitaran los cultivos, obras de captación de agua y su distribución mediante una red de canales, construcción de caminos en todo el ager divisus, drenajes, etc. Había que disponer el uso que se daría a la parte centuriada y no asignada (centuriae vacuae) y en el resto del territorio, no parcelado, se definía el dominio comunal sobre bosques y pastizales (silvae, pascua publica), que permitirían a los colonos satisfacer determinadas necesidades y ampliar su actividad económica con la ganadería. Núcleo urbano y territorio Pero la organización de una colonia aún tenía que dar respuesta a cuestiones no menos importantes que las anteriores, como materializar de alguna forma la unidad sustantiva que debía existir entre núcleo urbano (urbs) y área rústica (territorium). Constituían un mismo universo, cada una con sus elementos funcionales necesarios para el bienestar de la comunidad36; urbs y territorium conjuntamente posibilitaban la forma de vida considerada superior en la Antigüedad. Los agrimensores articulaban de diversas maneras el contacto topográfico entre ambos para expresar la idea de que constituían un solo cosmos37. Por ejemplo, lo conse36 El territorio como espacio económico ha sido trabajado por Chevallier (1974: 766 ss. con ref. bibliográficas); véase Celuzza (1989: 151-155). 37 De la amplia bibliografía sobre las relaciones urbs-territorium en el mundo romano ver Chevallier (1974: 762 ss.); en Rich y Wallace-Hadrill (1991), trabajos de mérito referidos al entorno de la colonia Beterra Septumanorum (Béziers); Clavel-Lévêque y Plana-Mallart (1995), con colaboraciones de J. Peyras, M.Clavel-Lévêque, M. Christol y otros.
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guían imbricando con las salidas de la ciudad los ejes básicos de acceso al ager divisus, pero sobre todo haciendo coincidente la orientación de los ejes de este último con los de la ciudad, naturalmente siempre que la geomorfología lo permitiera38. Para los agrimensores se daba la ratio pulcherrima cuando cardo y decumanus maximus del núcleo urbano, prolongados, constituían también los ejes básicos de la centuriación. Pocos son los casos en los que la topografía permitía aplicar esa ratio39, pero son frecuentes aquellos en los que red urbana y red centuriada poseen igual orientación; en ellos vemos el esfuerzo de los agrimensores por aproximar lo más posible al centro de la ciudad el punto donde se cruzan los ejes básicos de la centuriación40. Importantes eran también las relaciones de una colonia con el exterior. Para que las calzadas que salían de la ciudad no alteraran la red ortogonal del parcelario rústico, se procuraba que coincidiera con algunos de los ejes básicos de esa parcelación. Resulta muy llamativo el caso de la secuencia de enclaves coloniales asentados a lo largo de la via Emilia entre Ariminum (Rímini) y Placentia (Piacenza) (ver Figura 1), donde los núcleos urbanos parecen nudos hechos a distancia regular en un cordel rectilíneo, pues su decumanus maximus coincide con la propia calzada (Chevallier 1983: Láms. VIII-XI). Son muchos los casos de colonias en los que coinciden vías de comunicación y ejes de centuriación. En fin; una vez concluidas todas las operaciones de planificación y la asignación de lotes a los nuevos habitantes, los agrimensores tenían que dibujar la forma de la colonia, el plano catastral, señalando el espacio centuriado y sus divisiones internas, el nombre de los propietarios de las parcelas, las áreas de uso comunal o las vías de comunicación41. Era una operación que, al igual que las anteriores, se realizaba bajo la supervisión de los responsables de poner en marcha el asentamiento colonial. Una copia de esa forma se guardaba en el tabularium local y otra se enviaba a Roma. Normalmente la representación cartográfica se grababa en bronce y se exponía públicamente, o bien en placas de mármol como en el mencionado caso de Arausium (Orange) (ver Figura 5)42. La forma era el documento público que garantizaba derechos y obligaciones, servía para establecer la base fiscal y a ella se acudía en casos de litigio.
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Sobre la orientación, Rykwert (1988) y edic. español 1985. Por ejemplo, en algunas fundaciones africanas como Haydra; Parra (1990: 93); estudio metrológico de diversas plantas urbanas de Italia, en Conventi (2004), passim. 40 Ejemplos de ello tendríamos en Ariminum, Imola, Parla, Lucca, etc. (Parra 1990: 93). 41 Prescripciones gromáticas sobre la forma, Hyg. De limitibus (Thulin 1913: 73, 4 ss.): «In forma generatim enotari debebit loca culta et inculta, silvae …» 42 Menciones a las tablas de Bronce, en Hyg. De condicionibus agrorum (Thulin 1913: 84, 12): «in aere, id est in formis»); sobre Orange, v. supra nota 60; centuriaciones y archivos, en Moatti (1993). 39
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ÚLTIMA ETAPA DE LA COLONIZACIÓN CLÁSICA ROMANA Evolución durante el Alto Imperio Como hemos visto, todavía con Augusto el proceso colonizador fue muy intenso, tanto en Italia como en numerosas provincias. Con ese monarca se había consolidado la pax romana, resuelto el problema de los asentamientos masivos de veteranos y reducido los contingentes militares a 28 legiones, por lo que se puso fin a la febril actividad de ubicación de colonos. Bajo sus sucesores las nuevas fundaciones se realizaron siempre fuera de Italia y estuvieron asociadas a etapas de ampliación o consolidación de fronteras y a la creación de nuevas provincias. Por ejemplo, la reducción de Mauritania a estatuto provincial, la conquista y organización de Britania, el reforzamiento del limes renano y danubiano o la conquista de la Dacia43. Durante el Alto Imperio se trató de una colonización más bien periférica e intermitente, sin equivalencia posible con la intensificación que se había dado bajo César y Augusto. En ocasiones, antiguos campamentos fueron transformados en colonias mediante el asentamiento de veteranos y con el fin de consolidar la presencia romana allá donde las nuevas provincias lo exigían. Claudio terminó por pacificar el norte de África y organizó en dos provincias los antiguos estados clientes (Mauritania Tingitana y Mauritania Caesariensis); para estabilizarlas desplazó allí contingentes de ciudadanos y de veteranos, creando las colonias de Sala (Rabat) y Volúbilis; Tingis y Banasa ya lo eran desde Augusto. En la Galia, a las tres colonias de época cesariano-triunviral, Claudio añadió la Colonia Augusta Treverorum (Trier) (Bedon 1999: 112 s.). Del mismo monarca es la creación en Germania de la colonia Claudia Ara Agrippinensium (Köln), con deducción de veteranos a partir del gran campamento allí existente en el oppidum Ubiorum. Bajo Trajano el campamento de Xanten fue transformado en la Colonia Ulpia Traiana (Galsterer 1999: 260 s.). La conquista de Britania por Claudio también supuso, junto al despliegue legionario por el territorio, la creación de la Colonia Claudia Victricensis Camulodunensium (Colchester), previamente campamento de la legión XX Valeria Victrix. Nerva (97/98) transformó el campamento de Glevum en la colonia Nevia Glevensium (Glucester) y con posterioridad obtuvieron también rango colonial Lindum (Lincoln) y Eboracum (York)44. La organización de la provincia Dacia tras la conquista realizada por Trajano (106 d.C.) comportó la creación de las colonias Aurelia Apulensis y Ulpia Traiana Sarmizegetusa (Carbó 2002: 115 s.). En fin, ciertamente durante el Alto Imperio se crearon algunas colonias, pero también es verdad que en el lugar de la fundación preexistía con frecuencia un op43 Savino (1999) estudia 4 ejemplos ubicados en puntos fronterizos distantes: Palmira, Lepcis Magna, Colonia y Carnuntum. 44 Para una perspectiva crítica sobre el proceso colonial en Britania, ver Millet (1990).
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pidum indígena o un campamento legionario; también hubo núcleos a los que se otorgó estatuto de municipium y en los que se dieron deducciones de veteranos con centuriación incluida. No es raro ver durante el Alto Imperio municipios que son elevados al rango de colonia45, sin que ello implique incorporación de colonos ni parcelación de tierras; en esos casos colonia es un simple título honorífico. Tampoco hay que olvidar la función del ejército en la génesis del urbanismo a partir de campamentos o de sus canabae46; algunos de ellos se potenciaron con colonos bajo el título de colonia o municipio. Entre municipios y colonias La obra de Roma en su vasto imperio fue la de creación y potenciación de la ciudad a gran escala, aunque siempre bajo un mismo modelo a lo largo del tiempo definido por el derecho (romano o latino). Colonia y municipium fueron las únicas categorías de ciudad en sentido romano; esto es, sólo aquellos núcleos en los que la comunidad en su conjunto tenía una personalidad jurídica reconocida por el derecho público. Ser colonia o municipio era imprescindible para que una comunidad poseyera plenitud estatal. Las dos categorías se habían consagrado a lo largo de la experiencia romana en Italia y especialmente se habían multiplicado ahí los municipios tras la concesión de la ciudadanía romana a los aliados el 89 a.C.; desde entonces éstos fueron más numerosos en Italia que las colonias (Sherwin-White 1996). A partir de César el doble modelo se exportó también a las provincias, donde aún siendo significativo el número de colonias creadas por él y por Augusto, el de municipios terminó por ser inmensamente mayor. El motivo fue que la integración de los provinciales en el derecho de Roma durante el Alto Imperio exigía la constitución de municipios y como el acceso la ciudadanía fue algo constante e imparable, también el número de municipios creció por centenares. Ese proceso de romanización jurídica caracteriza el periodo altoimperial, y de ahí que los municipios tuvieran una enorme trascendencia en la urbanización de vastos territorios y en la extensión por ellos de las formas de cultura romana. El resultado fue que en las provincias del occidente latino las colonias aparecen desde el siglo I d.C. como núcleos en minoría dentro de un auténtico océano de municipios, soportes proteicos del gigantesco y estable edificio político que era el Imperio Romano. Con el paso del tiempo terminaron por borrarse las diferencias entre colonia y municipio; a la altura del siglo II d.C. Aulo Gelio ignoraba «en qué aspecto real o 45 Por ejemplo, en Hispania son conocidos los casos de Clunia, elevada a colonia por Galba el año 68, y el de Itálica, privilegiada por Adriano con el rango de colonia (Abascal y Espinosa 1989: 41). 46 Caso ilustrativo es el cuartel general de la legio VII Gemina en Hispania, que mutó a núcleo urbano bajo el nombre de la propia unidad militar: Legio (actual León).
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jurídico las colonias se diferencian de los municipios»47. Desde esa centuria unas y otros tendieron a denominarse de modo indiferenciado como res publica; era el punto final de un largo proceso histórico que Roma había iniciado en el siglo IV a.C. COMENTARIOS FINALES Una comparación global entre la colonización griega y la romana pone de manifiesto enseguida las enormes diferencias entre ambas. Coinciden en el concepto genérico de colonia, quizá en el origen como solución a desequilibrios sociales internos y en el principio ortogonal de la planificación pero, más allá de esas similitudes básicas, la naturaleza de los procesos coloniales, las fórmulas jurídicas y sociales y el sentido político último, son muy diferentes en ambas culturas. En Grecia el impulso colonizador es multifocal, en Roma es unifocal; en Grecia no hay un solo modelo de colonización, en Roma sí. De hecho, si los griegos ocupaban un territorio porque necesitaban fundar una colonia, Roma creaba colonias porque quería ocupar territorios, porque necesitaba tutelar una ocupación; la colonia es para ella una herramienta para reforzar un estado en expansión y con vocación de ser unitario y fuertemente centrípeto. La colonización romana responde a un modelo histórico específico, aunque tomara del precedente histórico ciertos aspectos formales48. Ese modelo posee muchos elementos de originalidad y creatividad, en particular el carácter integral de ordenación de un territorio y la racionalización extrema de todo el proceso49. Si las colonias romanas responden todas a un patrón común, es porque derivan de la aplicación universal de un mismo modelo jurídico, social y económico; por eso no existen diferencias sustantivas entre las múltiples creaciones de ciudades habidas a lo largo del tiempo. Lo esencial persistió: control público de la fundación, transferencia de suelo público a manos privadas en condiciones de plena propiedad, derecho romano o latino como aglutinante, organización integral del espacio de la colonia (urbs y territorium). Por el contrario, lo instrumental y mutable fue: la autoridad que decidía la fundación colonial, el tamaño de los módulos de división del territorio y el de las parcelas asignadas, las variantes en los catastros derivadas de la orografía, hidrografía, edafología, etc. de cada lugar concreto. Sorprende observar cómo los trazos de las estructuras agrarias de colonización mantienen todavía hoy una magnífica legibilidad en el paisaje rural de amplias zo47 Aulo Gelio (Noctes. Att. 16.13.6 y 16.13,9), añadía que las colonias encarnaban «la grandeza y majestad del pueblo romano y eran su reproducción en pequeño». 48 Una crítica a ciertas corrientes historiográficas actuales que plantean analogías entre los modelos romano y moderno de imperialismo, puede verse en Terrenato (2005: 59-72). 49 Sobre la originalidad del urbanismo romano, ver Chevallier (1974: 692).
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nas europeas y norteafricanas. En pocas experiencias coloniales es tan clara, como en la romana, esa legibilidad. Era tan radical la intervención en el paisaje, que las centuriaciones parecen haber sobrevivido al amparo de una especie de «ley de inercia» (Sereni 1979). Hoy podemos constatar esa persistencia de la codificación colonial romana con un simple paseo arqueológico o con el examen de una fotografía aérea. Y es que las centuriaciones fueron una rígida y geométrica plantilla aplicada a la organización del territorio; modificaba la propiedad, fijaba nuevos ocupantes del suelo expulsando a la población precedente si era necesario, definía los usos económicos y el régimen de propiedad individual o comunal, establecía vías de comunicación, infraestructuras de riego, etc. Expresaba el ius de Roma, su soberanía ilimitada sobre el paisaje. En el marco geométrico colonial la producción y sus gentes quedan inscritas en un orden reglado, pautado; tal ordenamiento era condición sine qua non para el sentido de libertas del hombre romano. La centuriación regía la actividad humana más importante, la económica, pero también el orden social y el mundo de los símbolos y mentalidades; la centuriación no perdió ni siquiera durante el Imperio aquel valor primigenio republicano de materializar el cuerpo ciudadano como soporte de la res publica. Al contemplar el largo recorrido de las fundaciones coloniales romanas, desde el siglo IV a.C. hasta el II d.C., comprendemos su importancia al menos en un doble plano: en el de afianzar la integración estable de los territorios conquistados y en el de ofrecer solución al problema del acceso a la propiedad en el interior de la sociedad romana. Pero esa importancia tiene que ser ponderada en el marco general por el cual el estado romano se universalizaba cada vez que se abría, a itálicos primero y a provinciales después, haciéndoles partícipes del derecho ciudadano; y es que la fuerza militar sólo podía ser una instancia de primer momento, porque a la larga no habría podido mantener por sí sola los gigantescos territorios sin la extensión del derecho ciudadano en doble movimiento: el del centro hacia la periferia por el envío de miles y miles de colonos a poblar nuevas ciudades y el de la periferia hacia el centro por el acceso de los provinciales a la ciudadanía romana. Ello fue la base de la convergencia de tantos pueblos hacia formas clásicas de cultura y lo que hizo de la Roma imperial uno de los edificios más estables que ha conocido la historia BIBLIOGRAFÍA ABASCAL, Juan Manuel y Urbano ESPINOSA. 1989. La ciudad hispano-romana. Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de La Rioja. Logroño. ALFÖLDY, Geza. 1987. Historia social de Roma. Alianza Editorial. Madrid. ARIÑO GIL, Enrique 1989. Aspectos de la colonización y municipalización de Hispania. Cuadernos Emeritenses 1. Museo Nacional de Arte Romano. Mérida. —. 1990. Catastros romanos en el convento jurídico caesaraugustano; la región aragonesa. Monografías Arqueológicas 33. Universidad de Zaragoza. Zaragoza.
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