Larumbe, 41 Historia y Pensamiento
Directores de la colección: Fermín Gil Encabo, Antonio Pérez Lasheras y Ángel San Vicente Pino Comité editorial: José Domingo Dueñas Lorente, Ángel Gari Lacruz, José Enrique Laplana Gil, Alberto Montaner Frutos, Eliseo Serrano Martín, José Manuel Latorre Ciria, Ángel Garcés Sanagustín, Francho Nagore Laín, Guillermo Pérez Sarrión y Alberto del Río Nogueras Corrector: Francisco Acero Yus Secretaría: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Zaragoza
JUAN ZONARAS LIBRO DE LOS EMPERADORES (VERSIÓN ARAGONESA DEL COMPENDIO DE HISTORIA UNIVERSAL, PATROCINADA POR JUAN FERNÁNDEZ DE HEREDIA)
Retrato de Juan Fernández de Heredia, de la obra Libro de los emperadores, manuscrito 10131 (fol. 1a), Biblioteca Nacional (Madrid). Letra capitular del prólogo
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JUAN ZONARAS
LIBRO DE LOS EMPERADORES (VERSIÓN ARAGONESA DEL COMPENDIO DE HISTORIA UNIVERSAL, PATROCINADA POR JUAN FERNÁNDEZ DE HEREDIA) Edición crítica y estudio de ADELINO ÁLVAREZ RODRÍGUEZ Investigación de fuentes bizantinas de FRANCISCO MARTÍN GARCÍA Prólogo de ÁNGELES ROMERO CAMBRÓN
Clásicos Aragoneses Prensas Universitarias de Zaragoza Institución «Fernando el Católico» Instituto de Estudios Altoaragoneses Depto. de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón
Ficha catalográfica ZONARAS, Juan Libro de los emperadores : (versión aragonesa del «Compendio de historia universal», patrocinada por Juan Fernández de Heredia) / edición crítica y estudio de Adelino Álvarez Rodríguez ; investigación de fuentes bizantinas de Francisco Martín García. — Zaragoza : Prensas Universitarias de Zaragoza : Institución «Fernando el Católico» : Departamento de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón ; Huesca : Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2006 LXXXVIII, 422 p. ; 22 cm. — (Larumbe : clásicos aragoneses ; 41. Historia y pensamiento) (Publicación 2608 de la Institución «Fernando del Católico») ISBN 84-7733-826-4 1. Emperadores–Imperio bizantino–Biografías. I. Álvarez Rodríguez, Adelino, ed. lit. II. Prensas Universitarias de Zaragoza. III. Aragón. Departamento de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón. IV. Instituto de Estudios Altoaragoneses. V. Título. VI. Serie: Larumbe : clásicos aragoneses ; 41. Historia y pensamiento. VII. Serie: Publicación 2608 de la Institución «Fernando el Católico» 929.731(495)«0717/1118» © Adelino Álvarez Rodríguez y Francisco Martín García © De la presente edición, Prensas Universitarias de Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», Instituto de Estudios Altoaragoneses y Departamento de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón. 1.a edición, 2006 Instituto de Estudios Altoaragoneses (Diputación de Huesca), c/ Parque, 10. 22002 Huesca, España. Apartado postal 53. Tel.: 974 294 120. Fax: 974 294 122.
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[email protected] http://ifc.dpz.es Publicación número 2608 Diseño de sobrecubierta: José Luis Cano Impreso en España Imprime: INO Reproducciones, S. A. D.L.: 1532-2006
PRÓLOGO
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RANDES DOTES de sabiduría y solicitud filológicas, venciendo las dificultades que toda empresa humana conoce, ponen ahora en nuestras manos esta edición crítica, la primera de la obra, del Libro de los emperadores. Recibe el texto aragonés por fin una presentación y denominación adecuadas, pues, subrayando su carácter de traducción, se hace figurar en la portada el autor de la obra original —el historiador bizantino Zonaras—, el título de esta, y se le atribuye a Juan Fernández de Heredia la función que en realidad ejerció, la importantísima de patrocinador. Una portada como esta, cuidadosamente exacta con la verdad, tiene la virtud añadida de conducir con naturalidad al lector ante la compleja labor de intervenciones sucesivas de la que es fruto, muy singularmente, cualquier obra salida del scriptorium herediano. Tan elevada complejidad exige mucho del trabajo del filólogo, aunque para quien ha hecho de la filología el terreno de su voluntad, esa mayor exigencia es más estímulo que obstáculo. Sale al paso la tentación de pensar que el editor moderno es la última mano que pone y quita, a su criterio, en la presentación que nos ofrece de un texto del pasado. Ni el mejor criterio está exento de error, y todo método encierra en sí, seminalmente, la contradicción que permitirá superarlo; sin embargo, la única aspiración de la crítica textual es devolver el texto a la forma más próxima a como salió de la pluma de su autor, y a ese fin ha encaminado sus pasos secularmente sobre la base sólida del desarrollo de saberes y propuestas metodológicas específicas. El filólogo restituye el texto a su forma original y lo fija en una edición crítica, sirviéndose para
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ello del conocimiento profundo que de la obra ha adquirido y que resumirá en un estudio previo. Pero, como editor, este ha de conseguir también que el texto que publica, despojado de cuanta oscuridad le dejó el tiempo, resulte cercano al lector de nuestros días. Estos dos propósitos, contra lo que cabría imaginar, no son en modo alguno incompatibles. El Libro de los emperadores es una de las tres traducciones del griego al aragonés que se acometieron desde el taller herediano, testimonios ilustres del temprano filohelenismo del Gran Maestre. Me es grato anunciar que Adelino Álvarez no tardará en darnos a conocer, con la demora propia de todo proceso de publicación, su edición de los Discursos de la guerra del Peloponeso y que trabaja en la segunda edición de las Vidas paralelas, mejorando, no sé cómo, una primera versión de este trabajo unánimemente elogiada. Como heredianista no puedo sino saludar con satisfacción la publicación de este Libro de los emperadores. Desgraciadamente, la brevedad de la vida no ha permitido que nuestro amigo Francisco Martín pudiera ver fuera de la imprenta la edición de un texto aragonés cuyas fuentes, en minucioso cotejo con el original griego, tan sabiamente se afanó en revelar. Compañero querido, helenista admirable, cultivador entusiasta de los estudios heredianos, su memoria nos ilumina. La figura de Juan Fernández de Heredia, tan señera como central en la cultura aragonesa y peninsular de la tardía Edad Media, presenta aún muchos aspectos desconocidos que aguardan futuras investigaciones. Bueno será que esta necesaria labor pendiente se eleve desde pilares firmes, sacando a la luz la edición de las obras del Gran Maestre. Es tarea generosa del filólogo presentar en forma prístina, y a la vez actual, un texto venerable; reciba la invitación de adentrarse entre sus páginas el lector especialista, o el culto, o el curioso. ÁNGELES ROMERO Ciudad Real, 1 de diciembre de 2004
CUESTIONES EN TORNO AL LIBRO DE LOS EMPERADORES
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ABREVIACIONES BIBLIOGRÁFICAS 1. Abreviaciones bibliográficas Autoridades Diccionario de autoridades (1726-39) BRAE Boletín de la Real Academia Española Byzantium The Oxford Dictionary of Byzantium (1991) CORDE Corpus diacrónico del español (2006) Jornadas Jornadas de Filología Aragonesa en el L Aniversario del AFA (1999) LE Libro de los emperadores OLD Oxford Latin Dictionary (1968-76) Plutarco Plutarco, Vidas semblantes, versión herediana de las Vidas paralelas RFE Revista de Filología Española Zon. Zonaras 2. Otras abreviaciones acus. adj. alem. ant. ár. arag.
acusativo adjetivo alemán antiguo árabe aragonés
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ADELINO ÁLVAREZ RODRÍGUEZ
art. biz. cast. cat. comp. deriv. dimin. ecograf. escand. esp. fem. fr. fránc. gal. gen. germ. gót. gr. lat. leon. liter. masc. mod. obl. occ. om. onomat. part. pl. pop. pos. prov. sobreent. tard. vg.
artículo bizantino castellano catalán compárese derivado diminutivo ecografismo escandinavo español femenino francés fráncico galicismo genitivo germánico gótico griego latín leonés literario masculino moderno oblicuo (caso) occitano omitido onomatopeya participio plural popular posesivo provenzal sobreentendido tardío vulgar
1. INTRODUCCIÓN1 1.1. Estudios y ediciones del Libro de los emperadores
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ESDE 1852, año en que Amador de los Ríos (1852: 607) exhumó para el mundo de la filología el Libro de los emperadores (= LE) herediano, son muchos los comentarios que esta obra ha suscitado entre los aragonesistas e hispanistas, en general. El propio Amador de los Ríos se ocupa de esta obra en su Historia crítica (1864: 218) para hacer una breve presentación; aunque la confunde con la primera partida de la Corónica de los conquiridores, es el primero en dar un resumen de su contenido.2 En 1885, Morel-Fatio (1885: XXVIII-XXXVII) suministra ya una descripción minuciosa del contenido del manuscrito,3 y ofrece incluso una edición parcial, ya que transcribe el proemio, la tabla de materias y el capítulo final.
1 Este trabajo ha sido parcialmente financiado por la DGICYT a través de una ayuda concedida al Proyecto PS95-0106: Edición crítica y estudio de las traducciones al aragonés de Juan Fernández de Heredia. 2 Está dedicada, escribe Amador, a los conquistadores «que habían florecido en las regiones orientales, entre quienes da preferencia a los emperadores bizantinos». 3 Sigue pensando, sin embargo, como Amador de los Ríos, que este manuscrito constituye la primera partida de la Corónica de los conquiridores.
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Veinte años más tarde, Schiff (1905: 408-410) lleva a cabo la primera descripción completa —física y conceptual— del manuscrito. En 1923, Domínguez Bordona deshace un ya inveterado error, y demuestra, contra Amador de los Ríos y Morel-Fatio, que la primera partida de la Corónica de los conquiridores está contenida en los mss. 2211, 10190 y 12367 de la Biblioteca Nacional y que, por lo tanto, el Libro de los emperadores nada tiene que ver con esa crónica. Cuatro años más tarde, Vives (1927: 31-50, 68-69) lo analiza con gran atención y lo elige, dentro de la producción herediana, como la obra más representativa de lo que él llama el «dialecto oriental» del aragonés por su mayor lejanía de los textos castellanos. Según este autor, fue traducido, como el Plutarco y el Tucídides, del griego a un aragonés muy imperfecto por el «filósofo griego» que trabajaba en Aviñón en 1386, y después fue corregido por otros colaboradores de Heredia que le imprimirían el sello orientalizante. También advirtió Vives la extraña interpolación que abarca los folios 39a-43b y que responde a los libros XIV 7 C-XIV 9 D de la propia ’EpitomÔ. Concluye Vives su valiosa aportación aduciendo como muestra de la lengua de la crónica un fragmento de la vida del emperador Basilio. Entre 1944 y 1963, Badía Margarit publica tres artículos directamente relacionados con la lengua de los escritos heredianos. En el primero de ellos (1944), que se presenta como complemento a la investigación de Vives, hace un recorrido por las grafías, la fonética, la morfología y la sintaxis de los escritos heredianos, con particular atención a nuestra obra. Señala, por ejemplo, la transformación del artículo lo en la ante palabras que empiezan por u, y la falta de consecutio temporum en el uso de los pretéritos simple y compuesto.4 4 Es chocante su convicción de que la y de goyo, enoyo, puyar, etc., representa la prepalatal [“] y no la mediopalatal [j] (cf. 1944: 180, n. 3).
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En 1954 se ocupa de los distintos extranjerismos que esmaltan los escritos heredianos. En oposición a Vives, que sugería la presencia de galicismos e italianismos directos, Badía Margarit propugna la mediación del catalán. En el último de sus trabajos (1963), se ocupa del polémico tema del uso de lur frente a su. Aunque el autor centra su investigación en la Corónica de los conquiridores, los resultados son, en principio, extrapolables a LE, obra que, a pesar de ser extremadamente orientalizante y conservadora, presenta un único caso de lur. Su explicación, que apela al carácter decadente de lur y a la necesidad de una actitud especialmente reflexiva para su uso, provocaría interesantes discusiones entre los aragonesistas posteriores. Entretanto, publicaba Luttrell (1960) un apasionante trabajo en el que, por fin, se revelaba la identidad del enigmático «filósofo griego» que en 1386 traducía en Aviñón las «istorias de los griegos».5 Era Nicolás, el obispo drenopolitano, que estaba en Rodas en 1380 y era experto en diversas lenguas. Él habría traducido del griego, además de las Vidas paralelas de Plutarco, la Historia de la guerra del Peloponeso de Tucídides y el Compendio de Zonaras. Con Spaccarelli (1975) asistimos a la primera edición completa del Libro de los emperadores. Esta edición está realizada en un formato machine readable, y pretende, dentro de lo posible, reproducir la fisonomía del manuscrito original.6 La edición viene precedida de un estudio introductorio y seguida de un copioso glosario. Spaccarelli detecta la presencia de italianismos, latinismos y catalanismos, y sugiere la posibilidad
5 Lo entrecomillado procede de una carta del Infante don Juan a Fernández de Heredia fechada el 18 de enero de 1386 (cf. Rubió i Lluch, 1908-21: 334-335). 6 Según Spaccarelli, esta edición «attempts to approximate the appearance of the original manuscript, as far as is possible within the limits of the method described above» (1975: LXIV).
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de que la obra no fuese traducida directamente del griego al aragonés, sino a través de alguna de estas lenguas. Cinco años más tarde, Geijerstam (1980) proponía su prometedor método arqueológico (multilayer approach) para dar cuenta de la desconcertante heterogeneidad de los escritos heredianos. Se trataba de ver qué parte correspondía en cada caso al modelo, al traductor y al copista. Aplicado por la propia autora al Libro de los emperadores, llegaba a la conclusión de que el traductor de esta obra había sido distinto del del Tucídides. En 1983, Álvarez Rodríguez descubre la presencia de numerosos italianismos en el Plutarco, en el Tucídides y en el Libro de los emperadores; es decir, en las tres obras traducidas del griego. Esto le induce a pensar que se trata del mismo traductor y que este, el obispo drenopolitano, era oriundo de Italia. En 1984, Gilkison Mackenzie (1984: XXIV-XXV) discute la conveniencia de seguir manteniendo la vieja distinción de Vives entre dialecto oriental y dialecto occidental (representado sobre todo por el Libro de los emperadores) basada en los distintos resultados del latín –CT–.7 La clave de la heterogeneidad no estaría en la geografía, sino en el conjunto de factores que han intervenido en la producción de cada obra. Cacho Blecua (1997: 142), al intentar explicar la extraña interpolación de Zonaras XIV 7 C-XIV 9 D8 entre los folios 39a y 43b, sugiere la posibilidad de que la ’EpitomÔ fuera traducida en su integridad al romance, aunque, al final, solo fueran salvados los libros XV-XVIII.
7 En rigor, es una simplificación de la posición de Vives, ya que este autor no solo atiende a dicho criterio, sino a otros cuatro más: 1) fues frente a fuesse, 2) conoxer frente a conoscer, 3) temia frente a temie, 4) estrument frente a estrumento (1927: 31). 8 En la división de Büttner-Wobst (1897), de XIV 7 8 a XVI 9 4.
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Finalmente, en 1999, Martín García presentó como trabajo de investigación para la oposición a la cátedra de Griego de la Universidad de Castilla-La Mancha un estudio en el que se compara el texto de la versión aragonesa con el texto griego de Zonaras. Los resultados de esta investigación demuestran que, aunque la versión aragonesa reproduce sustancialmente los cuatro últimos libros de la ’EpitomÔ de Zonaras, contiene numerosas adiciones y omisiones, así como anticipaciones y retrocesos textuales.9 1.2. Esta edición y estudio A pesar de que Spaccarelli (1975) realizó ya la edición completa del Libro de los emperadores, no es ocioso hacer una nueva edición. La razón es que Spaccarelli efectuó muy bien la tarea de presentar un texto legible para las máquinas, con la consiguiente ventaja de facilitar las concordancias (1975: LX), pero desatendió en buena medida una tarea previa: la fijación textual. Hay en su edición algunas palabras indebidamente modificadas,10 muchas corruptas no restauradas,11 numerosas lagunas no señaladas12 y 9 Cf. Martín García (1999: 15-46). 10 Cf., por ejemplo, «piglar» (12a) > periglar, y «tochear» (79a) > trochear. 11 Cf., por ejemplo, «cuento» (9c) por tuerto, «chiescora» (16a) por chiestora, «leuer» (21a) por bever, «punto» (27c) por puerto, «ancas» (60d) por antas, «torta» (65c) por torcha, «ypaco» (165b) por ípato. 12 Cf., por ejemplo: «“Ho muller”. Et Ycasia tornó toda uermella, pero encara fizo respuesta al emperador graciosament: “Es uerdat, es mas encara de muller”» (22a) en lugar de: «“Ho muller ***”. Et Ycasia tornó toda vermella, peró encara fizo respuesta al emperador graciosament: “Es verdat, mas encara de muller ***”», donde se omite 1) lo correspondiente a æk gunaikój ærrúe t\a faûla ‘de una mujer surgieron los males’, y 2) dià gunaikòj phgázei tà kreítw ‘a través de una mujer se produce lo mejor’.
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una puntuación no siempre adecuada. Tratándose de un manuscrito único, estas tareas solo pueden llevarse a buen término comparando minuciosamente el texto aragonés con el original griego. Pero esta comparación no la ha realizado Spaccarelli, o la ha realizado en muy escasa medida.13 Ahora bien, sin esta tarea previa, cualquier estudio resulta prematuro y cuestionable en su raíz. Así pues, con el objetivo principal de dar un texto altamente fiable al lector y al filólogo, acometemos la edición de esta obra. Nuestra intención no es ser fiel al manuscrito, sino, en la línea de la crítica neolachmanniana, al texto original. Ello implica que la edición es también, dentro de lo posible, restauración. Para llevar a cabo esta tarea, nos hemos auxiliado con las enseñanzas de la patología escrituraria, con el estudio de la lengua de los escritos heredianos y, sobre todo, con el cotejo minucioso del texto aragonés con el original griego. Esto nos ha permitido detectar y señalar numerosas lagunas no señaladas en las ediciones anteriores,14 enmendar muchos vocablos y puntuar el texto con un mínimo de rigor. En las abundantes notas que acompañan al texto se da cuenta y razón de los cambios introducidos. En lo que respecta a la presentación gráfica, hemos procurado descargar el texto del manuscrito de lo que no tiene pertinencia fonológica. Pero en el caso de los cultismos, abundantísimos en la obra, hemos sido muy respetuosos con los elementos etimológicos por no estar siempre
13 En un caso en que sí ha realizado el cotejo, el resultado ha sido desafortunado: buscando el correlato griego de ypaco, aduce el fragmento griego ñ gàr basileùj paidariÍdesin ;escólaze práxesi, toû :upátou tÏn filosófwn kaì :upertímou MicaÕl toû yelloû lógoij; pero elige :upertímou, en vez del vecino y genuino :upátou (1975: 966). 14 Además de la completa de Spaccarelli, están las parciales de Morel-Fatio (1885) y Vives (1927).
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seguros de la pronunciación real.15 Para mayor claridad, en 3.1 presentaremos de forma más detallada los criterios de transcripción. Con el fin de facilitar el cotejo con el original griego, hemos indicado al principio de cada columna (cuatro por folio), después del número de folio y letra de columna del manuscrito, el correspondiente pasaje griego (por ejemplo, f. 121 d/Zon. XVII 12 B). La traducción tiene un riquísimo caudal léxico en el que figuran vocablos de muy distinta procedencia. Para facilitar la comprensión, hemos complementado la edición con unas notas léxicas. En ellas se da el emplazamiento de los lemas, su significado y, cuando es especialmente problemático, su correlato griego, si existe. La edición va acompañada de un estudio que se divide en dos grandes partes: la primera (2.1) se ocupa de cuestiones relacionadas con la ’EpitomÔ de Zonaras, como son su contenido y su transmisión manuscrita. En la segunda (2.2) se pasa revista a las diferentes cuestiones que viene planteando la traducción aragonesa: 1) las características del manuscrito (2.2.1), 2) la denominación y el contenido de la obra (2.2.2 y 2.2.3), 3) el proceso de traducción (2.2.4), 4) la intervención de los correctores (2.2.5), 5) la labor del copista (2.2.6), y 6) la fecha y la lengua de la traducción (2.2.7 y 2.2.8). La última parte aparece subdividida, a su vez, en seis apartados (2.2.8.1-2.2.8.6), en que se analizan el tipo de aragonés que presenta la obra y los distintos extranjerismos que la adornan. En 2.2.9 se compara el texto de la ver-
15 Sánchez-Prieto Borja (1998: 144-158) propone intervenir en la grafía de los cultismos, una vez conocido su valor fonológico. La idea es interesante, y tal vez sea aplicable a los escritos alfonsíes. Pero en los escritos heredianos y en los latinizantes del siglo XV la tarea nos parece demasiado arriesgada, pues es posible que no hubiese uniformidad en la pronunciación.
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sión aragonesa con el de la ’EpitomÔ originaria para detectar el grado de fidelidad. Por otra parte, nuestra investigación se ha visto notablemente enriquecida al incorporar a nuestro trabajo la copiosa información sobre fuentes bizantinas que Martín García (1999) nos dejó en su trabajo de investigación para su oposición a cátedra de Filología Griega. Las numerosas notas que acompañan a la edición recogen la mayor parte de sus valiosas aportaciones.16 Este trabajo, como también dijimos antaño a propósito de la edición y estudio del Plutarco, «ni es ni ha pretendido ser exhaustivo, pero sí ha querido ser sustantivo».17 Con la edición crítica se ha intentado poner un fundamento sólido a cualquier trabajo ulterior. Sin embargo, hemos contado con una inicial limitación: la falta de una buena edición de la ’Epitomhv. La de Büttner-Wobst (1897), la última y mejor para nuestro objetivo por su relativamente extenso aparato crítico, y sobre la que hemos practicado la comparación, tiene en cuenta solo cinco manuscritos griegos de los más de setenta que ya menciona Beck (Hunger y otros, 1961: 440). Cuando se disponga de una mejor edición griega, con un aparato crítico más amplio, tal vez se podrán aclarar algunos puntos que aún quedan oscuros en la nuestra aragonesa. Con el estudio, hemos intentado contestar a los principales interrogantes que plantea esta enigmática obra herediana. Si no hemos logrado plenamente tan ambicioso objetivo, quisiéramos haber acertado al menos en el más modesto de actualizar y globalizar el caudal de conocimientos a que ha llegado la investigación en este campo.
16 Martín García (1999) presenta, junto a su investigación de las fuentes bizantinas de LE, una edición de la obra aragonesa, que, aunque es muy útil como auxiliar de la exposición, no alcanza la condición de crítica. 17 Cf. Álvarez Rodríguez (1983: A, XLIX).
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1.3. Agradecimientos No queremos poner punto final a esta introducción sin expresar nuestro agradecimiento a cuantos directa o indirectamente han contribuido a la realización del presente trabajo. Agradecemos especialmente a Pedro Sánchez-Prieto Borja sus múltiples enseñanzas y sugerencias en el campo de la crítica textual; a Regina af Geijerstam, su estímulo y sus juiciosas observaciones en el espinoso ámbito de la ecdótica herediana; a Juan Manuel Cacho Blecua, su pericia para descifrar el origen de algunos términos tercamente rebeldes; a Vicente Lagüens García, su indeficiente amabilidad y su valiosa información sobre numerosos aspectos del aragonés medieval; a Antonio Bravo, sus sugerentes reflexiones sobre la historiografía bizantina; finalmente, a los colegas de equipo, su constante información y ayuda en nuestra común tarea de edición de las traducciones heredianas.
2. ESTUDIO 2.1. La ’EpitomÕ :istoriÏn de Zonaras Nos ocupamos brevemente de algunos puntos de la ’EpitomÕ :istoriÏn que son particularmente útiles para mejor entender ciertos aspectos de la traducción aragonesa. 2.1.1. Presentación general La obra griega de la que es traducción parcial LE tiene como título en griego ’EpitomÕ :istoriÏn,18 y es un recorri-
18 ’EpitomÕ :istoriÏn es el título que presenta el Codex vindobonensis 16. El propio Zonaras se refiere a su obra (libro III, 26) como ;epi-
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do por la historia de la humanidad desde la creación del mundo hasta la muerte de Alejo Comneno (1118). Su autor, Juan Zonaras, un alto funcionario de la corte de este emperador (Ziegler, 1972), vivió en los últimos años del siglo XI y la primera mitad del XII. La obra fue escrita en el retiro del monasterio después de abandonar la corte en 1118. 2.1.2. Divisiones de la obra La ’EpitomÔ, en la división originaria de Zonaras, consta de un proemio y dos libros. En el proemio justifica su decisión de escribir esta historia y anticipa un resumen de su contenido. El libro primero se inicia con una apelación a la causa ‘sin principio ni tiempo de todas las cosas’ (a;itían [...] ånarcón te kaì åcronon), y continúa después, situándose ya en el tiempo, con los acontecimientos primordiales de la creación, la historia del pueblo judío y los orígenes y primeros siglos de los romanos. La destrucción de Cartago marca el final del primer libro. El segundo se inicia con la historia de los emperadores romanos (desde Pompeyo) y termina con el acceso al trono de Juan II tras la muerte de Alejo Comneno (1118). La ’EpitomÔ es una historia donde lo religioso es dominante, y por eso, junto a los acontecimientos políticos y militares, están presentes los avatares religiosos del judaísmo veterotestamentario y del cristianismo primitivo y medieval. La división originaria de Zonaras en dos libros ha cedido el puesto a otra más detallada cuyo autor es Charles Du Cange. Desde su edición de 1686, la ’EpitomÔ aparece dividida en 18 libros, y cada uno de los libros en distintos capí-
tomÕn ëstoríaj. Esta expresión fue traducida por Wolf (1557) al latín como Compendium historiarum, y ha pasado a ser denominación común. M. Glicas (Migne, 1857-66: 15), coetáneo de Zonaras, se refiere a su obra como CronikÏ? suntágmati.
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tulos. En 1897, Th. Büttner-Wobst añadió la división en parágrafos, al menos para los libros XIII-XVIII, que él editó.19 El contenido de la ’EpitomÔ, tras la división de Du Cange (1686), se distribuye así: Justificación de la tarea y resumen del contenido. Desde la creación (previa referencia a Dios como causa sin principio ni término) hasta la muerte de Saúl. Libro II: Desde David hasta la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor. Libro III: La cautividad de Babilonia. Libro IV: Desde el retorno de Babilonia hasta la conquista de Palestina por Alejandro. Libro V: Desde el principio del dominio seléucida hasta la muerte de Herodes I el Grande. Libro VI: Desde Arquelao hasta la destrucción del templo de Jerusalén. Libro VII: Desde la fundación de Roma hasta la derrota de Caudio. Libro VIII: Desde la tercera guerra samnita hasta Fabio Máximo. Libro IX: Desde el inicio de la conquista de Hispania hasta la destrucción de Cartago. Libro XI: Desde Tiberio hasta la muerte de Adriano. Libro XII: Desde Antonino Pío hasta la entronización de Constantino. Libro XIII: Desde Constantino hasta Marciano. Libro XIV: Desde León I hasta Teodosio III. Libro XV: Desde León III (el Isaurio) hasta Teófilo: 717842. Proemio: Libro I:
19 La edición parcial de Büttner-Wobst (1897) es continuación y compleción de la también parcial de M. Pinder (1841-44), que contiene los doce primeros libros; cf. Ziegler (1972: 730).
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Libro XVI: Desde Miguel III hasta Nicéforo II Focas: 842969. Libro XVII: Desde Juan I Tzimisces hasta Constantino IX Monómaco: 969-1055. Libro XVIII: Desde Miguel VI Estratiótico hasta Alejo Comneno: 1056-1118. 2.1.3. Lengua y estilo Zonaras era un alto funcionario de la cancillería imperial y, al escribir, no se dirigía al pueblo llano, sino a las gentes de su entorno social.20 En el proemio de la obra nos dice que, si se ha decidido a escribir, es precisamente a instancias de personas de este entorno. Esto hay que subrayarlo porque, a propósito del proceso de traducción del griego al aragonés, autores como Spaccarelli (1975: XXXV-XXXVI) consideran innecesario el paso por el griego popular en la traducción de la ’EpitomÔ, basándose en el supuesto de que fue escrita en un tipo de lengua muy próximo en el tiempo al griego aprendido por el traductor romance, el obispo Nicolás. A pesar de la proximidad temporal, la lengua de la ’EpitomÔ no es «el vulgar greco», sino «la gramatica greca» a que hace referencia el proemio del Plutarco italiano,21 y ofrece pasajes tan difíciles como las Vidas de Plutarco. En cuanto al estilo, Zonaras se disculpa (Ziegler, 1972: 730) de la falta de uniformidad, y la achaca al hecho de respetar la forma de expresión de las fuentes que utiliza. Pero, frente a esta confesión suya, Ziegler destaca su incontenible verbosidad cuando habla por sí mismo, y su habilidad para el resumen cuando maneja otras fuentes. Büttner-Wobst (1897: XV-XVII) señala el enorme polimorfismo que presentan
20 21
Cf. Hunger y otros (1961: 450). Cf. Álvarez Rodríguez (1983: A,17).
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los manuscritos que nos han transmitido la ’EpitomÔ, polimorfismo atribuible, según él, en unos casos al propio Zonaras y en otros a los copistas. 2.1.4. Manuscritos y ediciones Estamos aún lejos de poseer una buena edición de la obra de Zonaras. La echaba en falta Krumbacher ya en 1897 (1897: 374) y la seguimos echando en falta un siglo más tarde. Hasta el número de los manuscritos es problemático. Si para Ziegler (1972: 730) había solo cuarenta y cuatro manuscritos,22 para Beck (Hunger y otros, 1961: 440) hay ya más de setenta. La primera edición publicada en Occidente, la de H. Wolf, es de 1557. Según Büttner-Wobst (1897: IX), Wolf se sirvió para su edición de los manuscritos muniqueses 93, 324 y 325, del vienés 16 y de un quinto (llamado W) que no ha llegado hasta nosotros. En 1686 Ch. Du Cange presentaba la segunda edición. Este autor modificó la editio princeps de Wolf teniendo ante la vista los manuscritos parisinos 1714, 1716, 1717, 1718 y 1768.23 Además, hizo la división en 18 libros y de cada libro en capítulos, que nos es familiar hoy. La tercera edición es obra de L. Dindorf (1868-75), y cuenta con la importante novedad de tomar como manuscrito base el parisino 1715, más antiguo que los otros y no tenido en cuenta por los editores que le precedieron. Un grave inconveniente de la edición de Dindorf es la total ausencia de aparato crítico. Entre 1841 y 1897, M. Pinder y Th. Büttner-Wobst prepararon, para el Corpus scriptorum
22 Aunque el artículo de Ziegler sobre Zonaras está publicado en un volumen de la Pauly-Wissowa fechado en 1972, la fecha real del artículo tiene que ser muy anterior. 23 Según Büttner-Wobst (1897: X-XI), en vez de enmendar, deterioró la edición de Wolf. La edición de Du Cange es la que ofrece Migne en su Patrologia græca (1864). Eso deducimos del hecho de anteponerle el prefacio de Du Cange y de no atribuírsela a ningún otro autor.
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historiæ byzantinæ, la hoy por hoy última edición de la ’EpitomÔ.24 Esta edición, como la de Dindorf, toma el manuscrito parisino 1715 (= A) como guía principal, pero tiene también en cuenta el vienés 16 (= B) y los muniqueses 324 (= C), 325 (= E) y 93 (= D). Tiene la ventaja, sobre la de Dindorf, de contar con un relativamente copioso aparato crítico. Otra ventaja adicional es que Büttner-Wobst subdividió los capítulos en parágrafos, facilitando así el manejo de la obra. 2.1.5. Traducciones Debido a su interés para la historia de los pueblos eslavos, próximos al Imperio bizantino, la ’EpitomÔ ha sido traducida a varias lenguas eslavas. En Occidente, la primera traducción, aunque parcial, es la que aquí nos ocupa, y fue patrocinada por Juan Fernández de Heredia en los últimos lustros del siglo XIV. Ya en 1557 apareció, acompañando a la versión griega, la latina de H. Wolf. Esta traducción sería después sucesivamente retocada por Ch. Du Cange y Th. Büttner-Wobst para adaptarla a sus respectivas ediciones de la ’EpitomÔ. Tres años más tarde (1560) vio la luz la primera traducción italiana (de E. Fiorentino), y en 1564 la segunda (de L. Dolce), ambas realizadas sobre la traducción latina de Wolf. En 1583 apareció la traducción francesa de J. Millet de Saint-Amour.25 Últimamente ha sido traducida al griego moderno. No hay traducción al inglés ni al alemán ni al español.26 24 Fueron publicados en Bonn por la editorial Weber: los dos primeros volúmenes (libros I-XII), en 1841-44; el tercero (libros XIII-XVIII), en 1897. 25 Cf. Enciclopedia italiana (1929-52: s. v. Zonara) y Ziegler (1972: 730-731). 26 Es sorprendente la afirmación de Ziegler (1972: 731) de que en alemán ni hay traducción ni se necesita. Al español la han realizado Francisco Martín y Carlos Molina, aunque solo de la parte correspondiente al Libro de los emperadores herediano. Esperemos que pronto vea la luz.
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2.1.6. El mansucrito griego utilizado por Dimitri Calodiqui El día en que los bizantinistas establezcan el árbol genealógico de los manuscritos que nos han transmitido la ’EpitomÔ, es posible que conozcamos con precisión cuál fue el manuscrito o, al menos, la familia de manuscritos que utilizó Dimitri para su traducción al griego popular. De momento, tenemos que contentarnos con la sumaria información que brota de comparar el texto de la versión aragonesa con el texto y aparato crítico de la edición de Büttner-Wobst. He aquí los resultados: Çarinó (22c) < Zarhnón EDw: Zagorhnón AB: Zagarhnón C. vidían (22c) < ;episkopeîn E: ;episkoteîn ABCD. Lalácona (35a) < Lalákona C: Lalakáwna ABCD. Andrea (57b) < ; Andréou BCDE: ; Androníkou A. Drista (62b) < Drísta E: ; Arístra ABCD. si passarán XIII días (67a) < e;i dè toû :hlíou triskaidekáth pareleúsetai BEDw: e;i dè toû ; Ioulíou triskaidekáth pareleúsetai ACwp. Gavriolópulo (71a) < Gabriolópwlon A: Gabrihlópoulon BSEwpDi: Gaurihlópwlon C: Gabrihlópoulon D. Esvendosílavo (92a) < Sfendosílabon EDw: Sfendosqlábon ABCD. Agrida (115c) < ; Acrídaj D: ; Acrídoj ABCE. e meses mas (142a) < kaì mÖnaj BCE: kaì mÖnaj oktÍ D: om. A. Pselo (149d) < YellÏ? BCEwp: om. AD. Azán (163b) < ; Azán BCDE: # Axan A. Vassilioti (175b) < Basileióthj E: Basíleioj tij ABCD.27
27 A = Parisinus 1715; B = Vindobonensis 16; C = Monacensis 324; D = Monacensis 93; E = Monacensis 325; Dw = D corregido por H. Wolf; w = ed. de H. Wolf; p = ed. de Ch. Du Cange. Los signos y su significado están tomados de Büttner-Wobst (1897: XVIII-XXI).
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Es fácil comprobar, a la vista de estos datos, que el manuscrito utilizado por Dimitri estaba estrechamente emparentado con el Monacensis 325 (siglo XIV), ya que las formas aragonesas Çarinó, vidían, Drista, Esvendosílavo y Vassilioti solo se explican a partir de este. Sin embargo, para explicar Gavriolópulo, Agrida y Lalácona, tenemos que recurrir a A, D y C, respectivamente. La presencia de Pselo puede explicarse por B o por C, ya que falta en los otros manuscritos. 2.2. El Libro de los emperadores 2.2.1. El manuscrito El texto de LE se ha conservado en un solo manuscrito, que es el 10131 de la Biblioteca Nacional. Este manuscrito contiene, además de nuestra obra, el también herediano Libro de los fechos et de las conquistas del principado de la Morea, que figura a continuación del Libro de los emperadores. El manuscrito empieza con «La sauia discrecion de natura pensada la flaqueza de la memoria de los hombres […]», y termina con «Bernardus est dictus qui scripsit, sit benedictus; de Iaqua uocatur qui scripsit, benedicatur. Amen». El final de LE es también: «Bernardus est dictus qui scripsit, sit benedictus; de Iaqua uocatur, qui scripsit benedicatur. Amen». Tiene 266 folios numerados, de los que 1a-180b contienen el LE, y 183a-266b, el Libro de los fechos... Hay, además, cuatro folios liminares sin numerar, de los cuales los dos primeros contienen el prólogo y la tabla de capítulos de la obra. Uno más al principio y otro al final forman las guardas del manuscrito. Los cuadernos están formados por conjuntos de cuatro pliegos doblados (= ocho folios), menos el último de LE, que solo tiene tres. Los cuatro primeros folios de cada cuaderno presentan sucesivamente en el margen inferior las letras a, b,
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c, d, que indican el número de pliego. En el reverso de cada folio final de cuaderno hay un reclamo que anuncia el principio del folio siguiente. El tamaño de los folios es de aproximadamente 412 × 280 mm. La sustancia es membranácea. Las cubiertas son de cartón y de época moderna. En el lomo se lee, erróneamente, «Cronica de Espanya»; en el reverso de la guarda anterior aparece escrito a lápiz «Cronica de emperadores». En cuanto a la disposición del texto, cada plana está dividida en dos columnas, y el número de líneas por columna oscila entre 31 y 35. La caja de escritura es de 290 × 195 mm, aproximadamente. La numeración es romana y aparece en el margen superior derecho. Las rúbricas están escritas en rojo en su lugar, y con letra más pequeña y tinta acuosa en el margen inferior. Las correcciones suelen ser interlineales; también se utiliza el tachado y el raspado. Solo en dos ocasiones (f. 101 y 152) la corrección aparece en el margen; en los dos casos, en el margen derecho del recto. La letra es gótica minúscula del siglo XIV. Es grande el parecido de c y t, de n y u, de m, ni, in, ui y iu, de s larga y f, y de c y ç, lo que explica las frecuentes confusiones, sobre todo en palabras poco familiares.28 28 A Spaccarelli (1975: LVI) le inquieta especialmente («the most puzzling problem») una o algo abierta, sobre todo después de g, que no llega nunca a ser u. Creemos que es un exceso de sutileza por parte de este editor. Para nosotros ese plus de abertura carece de cualquier valor especial, y lo confirma el hecho de que aparece también en palabras como agora, donde el valor de /u/ está excluido. Lo que en el fondo parece inquietar a Spaccarelli es el valor fonético de la o en palabras como goalardonar, goardas, goardianes..., que, al menos en castellano, uno esperaría ver escritas con u. Muy probablemente esa o, al margen de que esté gráficamente más o menos cerrada, refleja una tendencia a la abertura de la semiconsonante en el área aragonesa (alterna con formas en u), a pesar de que en el diptongo normalmente se acentúa el cierre de las glides. Otro ejemplo en el mismo sentido, pero con diferente núcleo silábico, es proeva (f. 117b). Eso mismo advertimos en el gallego agoa ‘agua’.
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El copista de las dos obras es Bernardo de Jaca, como expresamente se indica al final de cada obra y después de la tabla de materias de LE. La fecha de manuscripción viene dada en los dos colofones del códice: para el Libro de los emperadores, el 5 de marzo de 1393; para el Libro de los fechos, el 24 de octubre del mismo año. Sin embargo, la expresión «d’alta recordación» del prólogo aviñonense referida a Fernández de Heredia sugiere que el prólogo y la tabla son posteriores a la muerte del Gran Maestre, acaecida en 1396. Eso mismo sugiere el hecho de que, tras estos preliminares, el copista haya estampado una vez más su ritual Bernardus est dictus qui scripsit, sit benedictus... El manuscrito procede originariamente del scriptorium aviñonense de Fernández de Heredia. De allí pasó a la biblioteca de los reyes de Aragón, de modo que en 1412 aparece descrito entre las pertenencias del recién fallecido Martín el Humano.29 Posteriormente, fue adquirido por D. Íñigo López de Mendoza (Marqués de Santillana) y pasó a formar parte de la biblioteca de los duques del Infantado. En 1841, cuando, tras la muerte de D. Pedro Alcántara de Toledo, decimotercer duque del Infantado, heredó el título D. Pedro Téllez Girón, undécimo duque de Osuna, nuestro manuscrito pasó a formar parte de la biblioteca de los duques de Osuna y del Infantado, donde permaneció hasta 1884. En esa fecha, el Ministerio de Instrucción Pública adquirió dicha biblioteca, y gran parte de sus fondos pasaron a la Biblioteca Nacional (Schiff, 1905: XI).
29 «Item un altre libre appellat Cronique de Castella scrit en pergamins ab posts de fust cubert de cuyro vermell ampla, lo qual comença en vermello: “la sauia discrecio”; en lo negre: “tal que por la”. E faneix: “de Jaqua vocatur qui scripsit, benedicatur”». El códice descrito coincide punto por punto con el nuestro, si exceptuamos las cubiertas, que han sido sustituidas por unas modernas de cartón (Massó Torrents, 1905: 442-443).
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2.2.2. La denominación La denominación Libro de los emperadores está tomada del prólogo aviñonense que precede a la traducción aragonesa de la ’EpitomÔ: [...] el mui reverent en Jesucristo, padre e magnífico senyor don frai Johán Ferrández de Heredia d’alta recordación, por divinal gracia maestro del Hospital de Sant Johán de Jerusalem, fizo translatar las notables e admirantes autoridades impresas e contenidas en el Libro de los emperadores que fueron en Grecia [...].
Es también la denominación empleada por Amador de los Ríos en 1852 al revelarnos la existencia del manuscrito en la biblioteca de los duques de Osuna (1852: 607), denominación que sin duda tomó del susodicho prólogo, aunque añadiéndole el determinativo «de Oriente». Esta denominación es también la más corriente en la actualidad, a juzgar por los trabajos presentados al IV Curso sobre Lengua y Literatura en Aragón con ocasión del VI centenario de la muerte de Juan Fernández de Heredia.30 Pero, a partir de la fundamental obra de Vives (1927), durante casi medio siglo, fue normal referirse a nuestra obra con la denominación de Crónica de emperadores.31 Este es también el nombre que, escrito a lápiz, figura en el reverso de la guarda del manuscrito 10131, no testimoniado aún por la minuciosa descripción de Schiff en 1905. En el inventario de los bienes muebles del rey aragonés Martín el Humano, publicado por Massó Torrents (1905), se hace referencia a nuestra obra con la denominación «Cronique de Castella»; pero es una manifies-
30 Cf. Egido y Enguita (eds.) (1996). 31 Cf., por ejemplo, Vives (1927: 23 y 31), Badía Margarit (1944: 178), López Molina (1960: 28), Geijerstam (1980: 500; 1989: 501), Nitti (1980: XXIII), Álvarez Rodríguez (1983: A, LIII y 121) y Gilkison Mackenzie (1984: XIV).
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ta equivocación. Por el contrario, en ese mismo inventario se describen obras como «un altre libre appellat dels emperadors» (p. 421), o «un altre libre appellat libre dels emperadors» (p. 434), que nada tienen que ver con la traducción de Zonaras. Asimismo, en el prólogo de la Grant Crónica de Espanya, se hace referencia repetidas veces a una «Crónica de los emperadores» como una de las fuentes de la gran compilación. Tampoco aquí se trata de nuestro LE, que no fue utilizado para ninguna compilación herediana, sino de la Historia imperialis de Juan el Mansionario, citado en la Grant Crónica de Espanya como Juan de Verona. En la carta de condolencia por la muerte del recién fallecido Gran Maestre, Juan I solicita a los priores de Aquitania, Alvernia, Tolosa y San Gil, de los libros del finado, «alium librum vocatum des emperadors qu[em] legere et habere multum nostri cordis affectio concupiscit». Por desgracia, nada nos permite decidir si se refiere a nuestro LE o a algún libro de los antes mencionados.32 Es, en fin, a todas luces aberrante el título de «Crónica de Espanya» que aparece en el lomo del manuscrito y que ya pudo leer Schiff a principios del pasado siglo (1905: 409). 2.2.3. El contenido El contenido de LE corresponde fundamentalmente al de los cuatro últimos libros (XV-XVIII) de la ’EpitomÔ :istoriÏn de Zonaras. Pero el paralelismo no es total. Hay partes de la versión aragonesa que no se encuentran en Zonaras (al menos en las ediciones que tenemos de su obra), y otras que, aun siendo de este autor, están tomadas de otras partes de la misma obra. El ejemplo más claro de lo primero son los folios 43b20-61a16, donde se narra la vida del empera-
32
Cf. Rubió i Lluch (1908-2: I, 386)
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dor Basilio I (867-886). Toda ella está entreverada de datos y anécdotas que aparecen en Constantino VII Porfirogénito (Vita Basilii), en Cedreno (Compendium historiarum) y en Genesio (Historia de rebus Constantinopolitanis), y que son ajenos a Zonaras. En otros casos se trata de pequeñas digresiones de tipo moralizante como la referida a la avaricia de Nicéforo I el Logoteta (6d-7b), a la soberbia de Isaac Comneno (148d) o a la irreverencia hacia las cosas sagradas en el caso de Miguel III (38c). Entre los pequeños incrementos aparecen también dichos populares utilizados para explicar determinadas acciones; por ejemplo, cuando compara la ilógica conducta de Romano III Argirópulos de derrocar un templo para construir otro con la de «aquel qui descobre un altar e cobre’nde otro» (121b). Entre las adiciones que, aun siendo de Zonaras, no pertenecen a los cuatro últimos libros de la ’EpitomÔ, hay que destacar la larga digresión sobre los vándalos (39a3-43b15), que está tomada del libro XIV, capítulo 7 de la propia ’EpitomÔ. Esta larga e inoportuna interpolación se produce inmediatamente después del anuncio de la vida de Basilio I; y, efectivamente, la vida de este emperador comienza inmediatamente después de la susodicha interpolación. No disponemos aún de una explicación plenamente satisfactoria de tan extraña adición, pero podría ser, como sugiere Cacho Blecua (1997: 142), que la obra hubiese sido traducida íntegramente en un principio y, al hacer más tarde la reducción, se hubiese filtrado por inadvertencia esta extemporánea narración. Mucho más frecuentes aún que las adiciones son las omisiones. Estas pueden consistir en una palabra aislada, en una frase u oración, o en secuencias más amplias. La más larga, que tiene por objeto las campañas militares de Constantino Monómaco, se produce en 142a8, tras la palabra «cegado», y abarca los capítulos 23-28 del libro XVII, salvo en su parte final. Pero son innumerables las omisiones de porciones menores,
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como son nombres propios, nombres de cargos, picos numéricos, e incluso versos y refranes. Las omisiones son más frecuentes al final de la traducción debido sin duda al cansancio acumulado y al natural deseo de terminar. A veces, hasta se avisa al lector de que se está acortando la narración de los hechos con un expeditivo «breument» (f. 135c). En esta línea reduccionista, no deja de sorprender el inicio mismo de nuestra versión. Los tres primeros emperadores —León III Isaurio, Constantino V Coprónimo y León IV Jázaro—, los tres primeros de la dinastía isauria, son presentados de forma muy esquemática, y solo con Constantino VI, el último de la dinastía, adquiere la narración su normal amplitud. A la extrañeza de la reducción hay que añadir la pregunta por la propia elección del principio. Esperaríamos que, al tratarse de emperadores bizantinos, la selección empezase por Constantino el Grande (306-337), fundador de Constantinopla, o por Arcadio (395-408), el primer emperador de Oriente tras la división del Imperio. Pero la versión aragonesa da comienzo dos siglos más tarde (717) con León III Isaurio. Lo verdaderamente destacable de la dinastía isauria es que con ella comienza la persecución iconoclasta; pero no parece que sea ese el motivo de la elección, ya que las referencias al tema son muy escasas, y es precisamente con Constantino VI, la «rosa entre espinas», donde la narración empieza a remansarse. Por la parte final, el límite lo pone el propio Zonaras al dar fin a su obra con la muerte de Alejo Comneno (1118). Sin embargo, el interés del Gran Maestre por la Grecia medieval no terminaba en esa fecha, sino que continuaba hasta sus mismos días; de ahí su decisión de cubrir los dos siglos siguientes con una nueva obra, el Libro de los fechos et conquistas del principado de la Morea, que narra sucesos comprendidos entre 1204 y 1377. Los nombres y el orden cronológico de los emperadores historiados en LE son los siguientes:
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Leo Isauro = León III Isaurio (717-741) Costantino Coprónimo = Constantino V Coprónimo (741-775) Leo Segundo = León IV el Jázaro (775-780) Costantino y Ereni = Constantino VI e Irene (780-802) Nicoforo Logoteti = Nicéforo I el Logoteta (802-811) Estavrachio = Estauraquio (811) Micali Rancavé = Miguel I Rangabé (811-813) León de Armenia = León V el Armenio (813-820) Micali Trevló = Miguel II (820-829) Teófilo = Teófilo (829-842) Micali = Miguel III (842-867) [Honori = Honorio (395-423)] Basilio Macedón = Basilio I el Macedonio (867-886) Leo = León VI el Filósofo (886-912) Alexandro = Alejandro (912-913) Costantino = Constantino VII Porfirogénito (913-959) Romanó «Fantino» = Romano II (959-963) Nicoforo Fucá = Nicéforo II Focas (963-969) Johani Cimischí = Juan Tzimisces (969-976) Basilio = Basilio II Bulgaróctonos (963-1025) Costantino = Constantino VIII (1025-1028) Romanó = Romano III Argirópulos (1028-1034) Micali «Cambrero» = Miguel IV el Paflagonio (1034-1041) Micali Calafato = Miguel V (1041-1042) Zoya y Teodora = Zoé y Teodora (1042) Costantino Monomaco = Constantino Monómaco (1042-1055) Teodora = Teodora (1055-1056) Micali «Viello» = Miguel VI Estratiótico (1056-1057) Isac Comneno = Isaac I Comneno (1057-1059) Costantino Duc = Constantino X Ducas (1059-1067) Evdoquía = Eudocia [e hijos] (1067-1068) Romanó Diogeni = Romano IV Diógenes (1068-1071) Micali = Miguel VII Ducas Parapinaquio (1071-1078)
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Nicoforo Votaniati = Nicéforo III Botaniates (1078-1081) Alexio Comneno = Alejo I Comneno (1081-1118). 2.2.4. El proceso de traducción: Dimitri Calodiqui y Nicolás El proemio del Plutarco italiano, traducido literalmente del perdido aragonés, cuenta con cierto detalle el modo como se realizó la traducción de las Vidas paralelas del griego al aragonés: un erudito bizantino llamado Dimitri Calodiqui tradujo las Vidas del griego clásico al vulgar bizantino, y después un fraile predicador, obispo de Drenópolis y experto en diversas lenguas, lo tradujo del vulgar bizantino al aragonés. El análisis del Plutarco aragonés confirma33 que, efectivamente, hubo una traducción puente al griego popular, demostrable por el hecho de que hay en la traducción aragonesa algunas palabras griegas que no corresponden a las genuinas de Plutarco, sino a otras, sinónimas, usadas en el griego popular del siglo XIV. El análisis de la traducción permitió también demostrar que el traductor del griego al aragonés era italiano, ya que abundan los italianismos de todo tipo a lo largo de la traducción, y especialmente en su parte final. Pasando ya al proceso de traducción de LE, cabe preguntarse si fue el mismo que el descrito para el Plutarco. La respuesta es que, aunque nada se nos dice en el proemio de la obra al respecto, el análisis de la traducción revela el mismo procedimiento: existió una primera traducción al griego popular, y una segunda, del griego popular al aragonés, realizada por un italiano. Como señal del paso por el griego popular, advertimos una serie de particularidades fonéticas propias de la lengua coloquial. Tales son, por ejemplo: 1) el cierre de la /o/ átona: Fucá
33
Cf. Álvarez Rodríguez (1983: 59-61).
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(sæpe) < Fwkâj, Vugá (f. 72a) < Bogáj; y 2) la aféresis silábica: Sopotamía (103b) < Mesopotamía, Saloniqui (112a) < Qessaloníkh. Sin embargo, éstos y otros cambios no son todavía indicio suficiente de una versión griega popular como traducción puente, ya que podría el traductor románico haberlos efectuado sobre la marcha influido por la lengua y cultura populares. Lo que realmente demuestra la existencia de una versión griega popular como lengua puente es la presencia en la versión aragonesa de nombres comunes neogriegos ausentes en el Zonaras originario. Ejemplos de tales palabras son: Aragonés
Griego popular Zonaras
colaç ‘lugar elevado’ (saepe) calogrea ‘monja’ (4d) calogero ‘monje’ (7b) ipodromio (47c) limiquí (154a)
koulâj kalograîa kalógeroj :ippodrómion loimikÔ
;akrópolij Ø monacój !ippwn ;agÏnoj loimoû
Los italianismos son también numerosos, y delatan la lengua del traductor románico. He aquí algunos ejemplos: piglar ‘tomar’ (12a) impacho ‘estorbo’ (19a) uscite ‘salid’ (25b) sorecchia ‘hermana’ (31c) armeraglo ‘jefe’ (55b) echo ‘he aquí’ (67d) fantino ‘niño’ (82c) minga ‘nada’ (162c) peró que ‘porque’ (sæpe) ausencia sistemática de -s en la onomástica. Hay que señalar que la presencia de italianismos flagrantes y directos se da también en el Plutarco y en el Tucídides; es decir, en las tres obras heredianas traducidas del grie-
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go. Parece lógico pensar que, detrás del mismo procedimiento, están los mismos actores; es decir, Dimitri Calodiqui para la traducción al griego popular, y el obispo drenopolitano para su paso al aragonés. Ha sido Luttrell (1960: 403-404) el que ha descubierto lo que sabemos hoy del primero de estos dos personajes, tan importantes para el proyecto cultural de Fernández de Heredia. En el códice 321, folio 210v de la Royal Malta Library (Archivos de la Orden de San Juan), aparece el nombre de Dimitri Calodiqui,34 y se dice de él (detalle significativo) que era filósofo y escribano, y natural de Saloniqui. Heredia le concedió en 1381, con carácter vitalicio, la escribanía que ocupaba antes Georgios Diquio. Parece que murió en 1389, ya que Heredia, el 1 de octubre de ese año, disponía en Aviñón de una escribanía que había quedado vacante a causa de su muerte.35 Nicolás fue durante mucho tiempo un personaje enigmático, ya que ni su nombre nos es dado en el proemio del Plutarco italiano. Este se limita a decir que era «freyre predicatore, vispo di ludervopoli, molto sofficente cherico in diverse scienze et grande ystoriale et experto in diverse lingue». Hoy sabemos que su nombre era Nicolás, que la misteriosa «ludervopoli» del proemio italiano no es otra ciudad que la Drenópolis albanesa, que hizo de intérprete en los actos protocolarios para la profesión de fe romana de Juan V Paleólogo en 1369. Además, el análisis lingüístico de las obras heredianas traducidas del griego (Plutarco, Tucídides y Libro de los emperadores), llenas de flagrantes italianismos, nos revelan su procedencia italiana. Luttrell hasta ha podido probar documentalmente su presencia en Rodas con Fernández de Heredia el 4 de junio de 1380. Los documentos protocolarios de
34 En el proemio italiano se lee «talodiqui» en vez de calodiqui, debido a la fácil confusión de c y t. 35 Cf., para más detalles, Álvarez Rodríguez (1983: 96-97).
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la profesión de fe de Juan V Paleólogo califican a él y a sus compañeros Paulo de Constantinopla y Antonio de Atenas como «scientes linguas et grammaticas latinas et græcas» (en griego, e;idótej [...] :ekatéran glÏssan LatinÏn kaì GraikÏn, tÕn te koinÕn kaì tÕn grammatikÔn).36 Otro punto espinoso en relación con estos traductores es el de la identidad del «filósofo griego», al que hace referencia el Infante Don Juan en tres cartas dirigidas a Fernández de Heredia. En la primera (17 nov. 1384), le escribe así: [...] Otrossi havemos entendido que vos [...] havedes aquí un philosoffo de Grecia qui vos translada libros de grech en nuestra lengua. Rógamosvos muy carament que embiedes el libro de Trogo Pompeo et de los que vos translada el dito philosoffo, o translado de aquellos [...] (Vives, 1927: 63-64);
en la segunda (11 dic. 1384) se expresa así: [...] vos rogamos que [...] que quando el philosofo griego sea venido que nos querades embiar translat de todos aquellos libros que traerá con si de Grecia [...] (Vives, 1927: 64);
en la tercera (18 en. 1386) dice lo siguiente: [...] et entendemos que Vos feytes traslatar las ystorias de los griegos; por que vos rogamos que nos embiedes a dezir de que tractan en acabamiento [...] (Vives, 1927: 64).
Si tenemos en cuenta que en el proemio del Plutarco el título de «philosopho greco» se aplica a Dimitri Calodiqui, se
36 Cf. Eubel (1913: I, 198 y 286), Luttrell (1960: 402-404) y Álvarez Rodríguez (1983: A, 96-122).
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podría pensar que la persona esperada, o ya en activo, en Aviñón era Dimitri. Pero aquí las palabras son falaces. El Infante no disponía de una información precisa sobre el procedimiento traductorio. Sabe que a Heredia alguien le traduce libros del griego al aragonés, y supone que el traductor es un griego que ha aprendido el aragonés; por eso le llama «philosopho griego». Pero, como ya señalamos anteriormente, la labor de Dimitri terminaba en el griego vulgar. El que traducía al aragonés, el que trabajó en Aviñón para Heredia era el obispo Nicolás.37 Geijerstam (1980: 501), tras comparar la lengua del Tucídides con la de LE, llega a la conclusión, inspirada en Luttrell (1960: 404), de que fue distinto el traductor. El motivo de la secesión es el posesivo lur, de uso frecuente en el Tucídides, y casi ausente en LE. El razonamiento de Geijerstam estriba en que la ausencia de lur en LE no puede achacarse ni al copista, Bernardo de Jaca, que lo utiliza profusamente en el Libro de los fechos, ni a la fuente, que es griega. En la posición de Geijerstam, el único causante es, por exclusión, el traductor. Pero caben otras alternativas. En primer lugar, y sin abandonar los supuestos de Geijerstam, es posible, en principio, que el traductor del Tucídides tampoco hubiera usado lur, y fuera el copista, desconocido para nosotros, el introductor del pronombre. En segundo lugar, Geijerstam opera con tres factores: fuente, traductor y copista; pero, en el caso de las traducciones del griego, hay que hacer intervenir un cuarto factor: los correctores. En este supuesto, no hay dificultad en admitir que los productos entregados por Nicolás tenían todos el mismo sistema pronominal, siendo responsabilidad de los distintos correctores el diferente resultado final38.
37 Cf. Rubió i Lluch (1908-21: 326-335) y Álvarez Rodríguez (1983: 96-123). 38 Cf. Vives (1927: 27).
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Esta duplicidad de traductores es afirmada también por Gilkinson Mackenzie (1980: XXII). Según esta autora, 1) Nicolás era obispo de Adrianópolis, y 2) era probablemente un griego que hablaba catalán. Además, para ella, el «philosofo griego» de las cartas del Infante don Juan no tiene por qué ser («there is no evidence») ni Dimitri Calodiqui, el «philosopho greco» del proemio del Plutarco italiano, ni el obispo Nicolás. En apoyo de su tesis, aduce el excesivo espacio temporal que separa las tres traducciones del griego, ya que, según ella, el Plutarco estaba traducido ya en enero de 1385, LE se acabó de traducir en 1393 («was finished in 1393»), y el Tucídides posiblemente aún no estaba terminado («may have not been finished») cuando Heredia murió (1396). Pero no todo es correcto en las afirmaciones de Gilkison Mackenzie: 1) Nicolás no era obispo de Adrianópolis (actual Edirne), sino de la Drenópolis albanesa; 2) no se argumenta por qué era probablemente griego ni por qué hablaba catalán; 3) en enero de 1385 estaban traducidas las partes del Plutarco utilizadas en la Grant Crónica de Espanya, pero no necesariamente todo el Plutarco; 4) en marzo de 1393 acabó de copiar Bernardo de Jaca la copia de lujo del LE que ha llegado hasta nosotros, pero no fue ese el año en que se concluyó la traducción, ni se excluye el que se hicieran otras copias anteriormente; 5) si bien hay algún indicio de que la copia conservada del Tucídides se realizó muy tardíamente (faltan el proemio y el retrato del Gran Maestre), ello no implica que la traducción fuera posterior a su muerte; 6) no hay ninguna razón para negar la posibilidad de que Nicolás trabajase en Aviñón por un período de seis o siete años. Así pues, las afirmaciones de Gilkison Mackenzie carecen de valor probatorio. La idea de que el latín sirvió de lengua puente entre el griego y el aragonés apenas merecería nuestra atención si no fuera porque la propuso y defendió el primer editor de la obra (Spaccarelli, 1975: XXXVII-XXXIX). Pero los argumentos
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aducidos carecen de toda consistencia. El primero, consistente en interpretar armeraglo como un híbrido fonético de las palabras latinas ameras y jugulatur, es un puro ejercicio de ingeniosidad: primero, porque armeraglo es un simple italianismo que traduce pura y simplemente la palabra griega ;amhrâj ‘jefe’, adaptación, a su vez, del árabe ’amîr ‘jefe, capitán’; segundo, porque la traducción latina con la que opera Spaccarelli es la de Wolf, que vio la luz en 1557. El otro argumento se basa en el hecho de que entre los libros de Martín el Humano se encontraba uno en latín titulado «els emperadors». Pero también este argumento carece de fuerza probatoria, ya que el libro en cuestión, según la descripción del «Inventari»,39 empezaba por «post nativitatem» y terminaba con «in Siciliam veniens est deffunctus»; es decir, no coincide en nada, aunque solo sea semánticamente, con el inicio y final de nuestro Libro de los emperadores. Se trata posiblemente de las Historiæ imperiales de Juan el Mansionario o Juan de Verona, una de las fuentes usadas para la confección de la Grant Crónica de Espanya, y citada por dos veces en el prólogo de dicha crónica como «Crónica de los emperadores».40 Si hubiera existido una traducción latina puente, la onomástica bizantina habría sido latinizada, y no tendríamos en la versión aragonesa formas como Micali ‘Miguel’, Evdoquía ‘Eudocia’, Elefterio ‘Eleuterio’, Trachi ‘Tracia’, Sopotamía ‘Mesopotamia’, Pelopónisso ‘Peloponeso’, Eleni ‘Elena’, Fucá ‘Focas’, Quiliquía ‘Cilicia’... Todo lo que de latino hay en el Libro de los emperadores, desde simples palabras hasta estructuras sintácticas como las frecuentes construcciones absolutas, tiene cumplida explicación si tenemos en cuenta que para Nicolás, dada su condición de obispo, el latín era una lengua sumamente familiar (cf. también 2.2.8.1).
39 40
Cf. Massó Torrents (1905: 421). Cf. Geijerstam (1964: 144-145).
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Más arduo es el problema de los catalanismos. Mientras que el Plutarco y el Tucídides presentan un inventario de catalanismos perfectamente asumible en una traducción medieval del griego al aragonés, LE plantea serios problemas, porque no solo son más numerosos, sino que afectan en muchos casos a la propia morfología verbal o nominal. La siguiente es una pequeña muestra de una lista mucho más nutrida: dues liures (7d) sa (19c) nou (21c) damunt (26d) sa mare (32d) armes (47a) gosaron (47a) mig jorn (56b) pendre (59c) feites totes aquestes coses (70c) torná (80c) image (87d) va dar (96c) porets (108a) como a (111d) taules (114a) vellura (139c) les (146b) aveç (146d) digaç (146d) empachaven (150c) peses (152d) sis (157b) les (179b). Una heredianista tan experta y rigurosa como Geijerstam (1989: 507; y 1996: 160-161), sin propugnar abiertamente el
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paso por el catalán como lengua puente, hace responsable de ellos al «filósofo griego». A tal conclusión llega esta autora tras descartar el influjo de la fuente y la intervención del copista. Efectivamente, siendo griega la fuente, no puede ser, por sí misma, suministradora de catalanismos. En cuanto al copista, Bernardo de Jaca, aunque se despide de su enojosa tarea con un colofón en catalán, no parece justo hacerle responsable de los catalanismos interiores, toda vez que él es también quien copia a continuación el Libro de los fechos, que presenta un paisaje lingüístico totalmente diferente. En su deseo de poner claridad y orden en el análisis de los escritos heredianos, Geijerstam excogitó y aplicó con notable éxito lo que ella misma denominó «método arqueológico»,41 que exige distinguir tres estratos: 1) la lengua de la fuente, 2) la lengua del traductor, y 3) la lengua del copista. Aplicado a nuestro caso, las conclusiones de Geijerstam parecen inapelables: el «filósofo griego» habría traducido a Zonaras, si no al catalán, sí a un aragonés plagado de catalanismos, tal vez porque, como decía Luttrell (1960: 403), estaba más familiarizado con el catalán, y en aragonés habría hecho un aprendizaje de emergencia a petición del Gran Maestre. Esto, que puede ser un principio de solución, plantea a su vez un nuevo problema a los que no admitimos más que un solo traductor romance para las tres obras heredianas traducidas del griego: ¿por qué, siendo también Nicolás el traductor del Plutarco y el Tucídides, tienen estas obras muchos menos catalanismos y, sobre todo, mucho menos sorprendentes? La respuesta podría llegarnos de un cuarto estrato no tenido en cuenta por Geijerstam en su ya referido «método arqueológico»: los correctores. Contando con estos nuevos actores, la historia podría haber sucedido así: Nicolás, italiano de origen y «experto in diverse lingue», habría incorpora-
41
Cf. Geijerstam (1996: 161-169).
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do a su acervo idiomático, a petición de Heredia, un aprendizaje de emergencia del aragonés, de modo que las traducciones salidas de su mano, aunque intencionalmente aragonesas, estarían plagadas de catalanismos e italianismos. Serían los correctores los encargados de aragonesizar plenamente esas traducciones. Estos interventores habrían cumplido mucho mejor su tarea en el arreglo del Plutarco y del Tucídides que en el del Libro de los emperadores. La idea de los correctores o supervisores ya fue claramente expresada por Vives (1927: 27): Lo más natural es suponer que hubo un solo traductor griego, el cual no redactó las obras tal como han llegado hasta nosotros, sino en un idioma romance (aragonés), muy imperfecto, pero inteligible para los colaboradores de Heredia, y éstos, que eran varios, arreglaron las versiones según el peculiar dialecto de cada uno;
y se desprende de la simple lectura de las diferentes obras. El Plutarco y el Tucídides pueden unirse y oponerse, como quiere Vives (1927: 31), al Libro de los emperadores como representantes del «dialecto occidental»; pero ellos mismos son muy diferentes entre sí, y dentro del Plutarco se aprecian diversos estilos. Esto es válido también para el Libro de los emperadores. Ahora bien, ¿se podría achacar la catalanización del texto a los correctores? No es difícil probar que los correctores fueron en muchos casos deturpadores del texto; pero, en el aspecto preciso de la catalanización, poco podemos decir. Hay en 82d un extraño sis por el griego :eptá, que, en principio, no parece deberse al traductor, ya que este, puesto a catalanizar, habría escrito VII o set y no sis; pero, por desgracia, la forma literal del siete en griego (z) es muy parecida a la del seis (j), por lo que la confusión pudo producirse ya en la fase de traducción o en el propio manuscrito griego.
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Una última cuestión dentro del proceso traductorio atañe al origen del texto de las rúbricas: ¿se elaboró a partir de la traducción aragonesa, o ya estaba en el texto griego entregado por Dimitri a Nicolás? Teóricamente, las dos alternativas son posibles, pero hay un dato a favor de la segunda. La rúbrica antepuesta a la vida y obra de Miguel VII (f. 164a): Del imperio de Micali, fillo del emperador Parapinaqui
no pudo ser extraída del texto aragonés, toda vez que Parapinaqui no aparece para nada en dicho texto aragonés. Además, su enunciado no se ajusta a la verdad histórica: Miguel VII era hijo de Romano IV Diógenes, no de Parapinaqui. La clave nos la suministra el texto griego de Zonaras: Sítou dè genoménhj 1ndeíaj æn taîj h : méraij toû basiléwj toútou, 9ste mÕ 8lon médimnon e;ij nómisma ; apodídosqai, allà parà pinákion, e;ij e; pÍnumon tÏ? basileî tò koinòn dustúchma e; crhmátisen, w : j kaì mécri toûde o0tw kaleîsqai toûton tòn ånakta< O;u gàr tij ållwj gnwrieî toûton e;i mÕ tòn Parapinákion e#ipoi (XVIII 16 35-36).
Este desventurado emperador redujo tanto el valor de la moneda que con una no se podía comprar un medimno entero, sino un medimno menos un pinaquio (gr. parà pinákion), lo que le mereció el mote popular de Parapinaqui, que nada tiene que ver con su padre. En el texto griego de la rúbrica, totalmente descontextualizado, toû Parapinakíou fue interpretado por Nicolás como ‘hijo de Parapinaqui’ en vez de ‘el Parapinaqui’, en aposición a Micali en genitivo. 2.2.5. Los correctores Apenas es creíble que el producto salido de las manos de Nicolás fuera directamente al copista, ya que el conocimiento que el obispo tendría del aragonés sería necesariamente
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muy limitado. Por otra parte, el hecho de que la lengua de las tres traducciones realizadas por Nicolás sea tan diferente exige la participación de otras personas que le imprimirían la fisonomía actual. La división en cuadernos del miniado herediano no tiene por qué coincidir con la del borrador ni con la del original, por lo que poco nos puede ayudar en la tarea de identificar diferentes estilos; pero consideramos probable que la revisión se llevase a cabo sobre los diferentes cuadernos y no fuera tarea de un solo corrector. Visto en su conjunto, apreciamos una general desidia en la aragonesización del texto, que se refleja especialmente en el alto número de catalanismos gramaticales que presenta (cf. 2.2.4). Pero no es eso lo peor, porque ello, felizmente, apenas afecta a la comprensión del mensaje. La labor más nociva de los correctores se ejerció sobre los italianismos. Su escaso conocimiento del italiano los condujo a hacer sustituciones gravemente lesivas para el sentido. He aquí algunos ejemplos: 1) El originario italianismo però que ‘porque’ no es entendido en muchas ocasiones, y es transformado en pero o empero que ‘aunque’: a) Mas aquesto non duró luengament pero [< peró que] el dito Micali se dubdava de la emperadriç (124c). b) E como ivan con Gelímer por entrar allá do era Vilisario, ridía tanto que todos aquellos que lo vidían pensavan que de la desaventura que fue venida era sallido de seny, enpero que [< peró que], en cuanta desaventura e desonor que devía haver malenconía, él se redía como loco (41b-41c). c) E cuanto aquesta almosna, ha ayudado bien a los deudores, mas al emperador nol ha ayudado de res, empero que [< peró que] aquello que ha dado no era suyo (77d).
2) Distretto ‘distrito’, traducción del gr. qéma, no es comprendido por los correctores, que lo someten a los más pintorescos tratamientos:
L
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a) Lo transforman en el adjetivo estreito, y, al necesitar un sustantivo como núcleo, le adjuntan la palabra terrentorio ‘territorio’: Assí fue fecho que todos prestaron sagrament segunt su querer, excepto aquellos del terrentorio estreito [< distretto] de Erminia, que no consentieron a su demanda (3c).
b) Sustantivan el adjetivo estreito, con lo que viene a confundirse con el correlato de #isqmój ‘istmo’: […] e aquesta fama fue cridada por todas las partes del imperio, salvo el estreito [< distretto] de Armenia (4a).
c) Por la fácil confusión de t y c, primeramente lo leen como discreto y lo interpretan en el sentido físico de ‘apartado’, y después le añaden el antónimo cercano («e cercano») creando así una fórmula de expresión de la totalidad:42 Mas, seyendo el emperador enformado que toda la gent de armas del discreto e cercano [< distretto] de Arminia lo querían en toda manera haver por capitán, [...] el emperador, temiendo la prophecía, fízole tallar la barba (4b).
3) El italianismo piglar ‘coger’ aparece solo una vez en su forma genuina (12a): Micali con su muller e con sus fillos [...] entró en una esglesia que es en un lugar que se clama Faron, en do el dito León los fizo piglar e los envió en la isla de Proti.
En 52b y 54d-55a fue transformado por los correctores en periglar, con clara lesión a la gramática y al sentido:
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Comp. con la expresión medieval moros e crestianos ‘todos’.
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[...] l’emperador le ha tirado el officio e diolo a un otro clamado Estipioti, el cual prometía por fuerça de batalla periglar [< piglar] la ciudat de Tarso. E algunos que se defendían valientment en batalla fueron periglados [< piglados], e todos los hombres que eran dentro passaron por el filo de la espada.
4) Especialmente pintoresco es el tratamiento que se le da al italianismo cassa. Los correctores confunden cassa ‘caja’ con casa ‘casa’, y caen en el enorme inconveniente de cargar con ‘dos casas’ a cada uno de los quinientos camellos llevados por unos árabes a Edesa. Como eso les pareció excesivo, redujeron la carga, y lo que en Zonaras aparece como kibÍtia dúo ‘dos cajas’, en el manuscrito aparece como «una casa»: […] XII varones árabes vinieron en Édesa e traían de [< D ‘500’] camellos, de los cuales cada uno aduzía una casa, e en cada casa un hombre armado (127b).
Pero, al no satisfacerles plenamente la imagen de un camello cargado con una casa, un poco después convirtieron la casa en cosa: [...] un arminio pobre [...] Fue allá do eran aquellos camellos por demandar almosna, e uyó dentro una de las cosas una voç (127c).
Solo al final de la historia caen en la cuenta de que lo que llevan los camellos encima no son ni casas ni cosas, sino sencillamente cajas: […] en continent [el gobernador] priso una cantidat de gent de armas e fue allá do eran los camellos e ha feito romper todas las caxas e matar todos aquellos que eran dentro (127d).
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Es, asimismo, desafortunada su intervención en los helenismos, mundo para ellos totalmente desconocido. He aquí algunos ejemplos: 1) El griego ;akrópolij es sustituido en el bizantino vulgar por koulâj, como lo atestigua Ana Comneno (Alexíada, XI 11 5) y se refleja en nuestra obra y en el Plutarco (Solón, 73r). Pero, mientras que en el Plutarco koulâj es representado esmeradamente como colaç, aquí aparece siempre (83c, 87c, 89d) como collach: a) Nicoforo Fucá priso por fuerça la ciudat de Veria, excepto su collach (83b-c). b) [...] las puertas de Tarso [...] eran mui bien obradas por maravilla. De las cuales, la una ha feito meter en el collach de la ciudat (87c). c) Assí que los hombres de la ciudat, que de aquesto havían desplazer e grant treballo e enueyo metiéronle nombre «collach de tirannía» (89d).
Los correctores, guiados por el significado, parecen haberlo relacionado con collado; de ahí la palatal. Esta suposición se confirma por el hecho de que ;akrópolij en su última aparición ya no está representado por collach sino directamente por collado: Comneno huvo la victoria, e Vasilla fuyó al collado de Saloniqui (170c).
2) El popular kalograîa ‘monja’ es representado una vez (la primera) correctamente por calogrea: a) Aquesti emperador esdenyó tanto su muller que la fizo tornar calogrea (4d).
Después aparece transformado en calogera, sea por analogía con calógero (< gr. kalógeroj) ‘monje’ (leído por ellos con acentuación llana), sea por influjo del más difundido sufijo hispano -era (comp. galea > galera):
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b) Aquesta muller era calogera tempo havía a la isla de [Prínchipo] (20d). c) […] los procuradores han feito fer calogera la muller de Costantino (70b).
En algún caso, y al margen de italianismos y helenismos, la manipulación se ha ejercido sobre oraciones enteras, como en el siguiente ejemplo: E encara havrían feito más danyo e destrucción si no fues estado Diogen capitán e Sirinio e duc de Burgaria, los cuales se levantaron assí virtuosament contra los pacinacos que los han esconfitos, en manera que, quisiessen o no, les convenía tornar a çaga e estar en paç con ellos (118a).
Con la ayuda del texto griego: ;allà toútoij ;antepelqÎn Kwnstantînoj :o Diogénhj :o toû Sirmíou kratÏn, &oj kaì doûx ;wnomásqh tÖj Boulgaríaj, ;etréyató te a;utoùj kaì ;hremeîn ;hnágkase tòn # Istron diaperásantoj (Zon. XVII 10 D).
es fácil percibir tanto la magnitud como la causa de la mutación. Lo que en origen era capitán de Sirmio se convirtió en «capitán e Sirinio», generándose así un sujeto plural. Esto provocó la pluralización de todas las formas gramaticales subsiguientes: los cuales, se levantaron, han esconfitos, con ellos. Restituido a su prístina pureza, el fragmento dice así: E encara havrían feito más danyo e destrucción si no fues estado Diogeni, capitán de Sirmio e duc de Burgaria, el cual se levantó assí virtuosament contra los pacinacos que los ha esconfitos en manera que, quisiessen o no, les convenía tornar a çaga e estar en paç con ell.
El caso se repite en 24a con la historia del bacín y el masarapo ‘aguamanil’. En el manuscrito leemos:
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Una vegada aquel senyor de los moros convidó ad aquest cavallero. E cuando se quería lavar las manos, los escuderos del cavallero le traían un bacín de masarapo a lavar goarnido de perlas grosas e de pedras preciosas, obrado mui sotilment. E él mandó a sus escuderos que, aprés de lavar, metiessen aquel bacín en cualque part no curando d’él, por tal que se perdiesse; e assí fueron perdidos.
De nuevo un originario bacín e mesarapo se convierte, por confusión de et y de, en bacín de masarapo, con lo que el sujeto pasa a ser singular. Esto provoca la singularización de goarnidos, obrados, ellos y perdiessen. Queda como testigo de la primitiva situación la frase final «e assí fueron perdidos», donde aún se conserva el plural. 2.2.6. El copista Muy poco es lo que sabemos del copista de la obra, Bernardo de Jaca. Su nombre aparece hasta tres veces en el manuscrito: la primera vez, después de la tabla de materias; la segunda, al término de la obra; y la tercera, al final del Libro de los fechos, que, como ya señalamos, aparece en el manuscrito a continuación de LE. Las tres veces se nos presenta con el mismo par de versos: Bernardus est dictus qui scripsit, sit benedictus; de Jaqua vocatur qui scripsit; benedicatur43
43 Existe discrepancia en la puntuación ortográfica del dístico: frente a la puntuación que adoptamos aquí, algunos colocan la coma después de dictus y de vocatur. La segunda es perfectamente aceptable; la primera lo es mucho menos, ya que est dictus necesita un sujeto, que es precisamente qui scripsit. Es verdad que este verso no es más que la adaptación de otro más general (y métricamente más correcto): «Hic liber est scriptus, qui scripsit sit benedictus» en el que qui scripsit es sujeto de sit benedictus; pero lo que es real aquí no es posible allí (cf. Marín Pina, y Montaner Frutos, 1996: 239).
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que imitan a los viejos hexámetros leoninos por su rima interna, pero que están lejos de alcanzar la perfección métrica. Aunque se nos presenta como oriundo de Jaca, no sabemos si hay que entender esa procedencia en sentido personal o solo familiar. El hecho de que LE esté plagado de catalanismos y de que el colofón mismo esté escrito en catalán: Lo V jorn de març fon44 escrit aquest libre, en l’any de la nativitat de nostre Senyor MCCCXCIII
ha hecho pensar que su lengua materna era el catalán y que él sería el responsable principal de los numerosos catalanismos que presenta el manuscrito. Así piensa, por ejemplo, Cacho Blecua (1997: 174), que no duda en afirmar que Bernardo era catalanohablante. Es posible que sea así, y en esa dirección apuntan algunos casos de seseo que se observan en el manuscrito: assensión (37c), antesessores (37d) y, con ultracorrección, dicensión (88c). Incluso en el colofón del Libro de los fechos, escrito ya en aragonés, se le escapa un flagrante catalanismo: Aquesti libro de los fechos [...] fue conplido et acabado de escrivir digous a XXIII del mes de octubre, en el anyo de nuestro Senyor MCCCXC terçio
Pero, en cualquier caso, hay que señalar que Bernardo en el colofón ya no oficiaba como copista, por lo que se podía permitir expansiones que no tenían por qué haberse producido en la manuscripción del texto de LE. De hecho, él copió también el Libro de los fechos, y, sin embargo, nada revela en él, que sepamos, su condición de catalanohablan-
44 Se suele transcribir como fou (cf. Cacho Blecua, 1997: 174; Vives, 1927: 24; Morel-Fatio, 1885: XXXVII); sin embargo, en el manuscrito se lee fon, forma también existente en el catalán medieval (cf. Moll, 1952: 252).
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te. Esto hace pensar que Bernardo, cuando copia, cualquiera que sea su lengua materna, se esfuerza por ser fiel al modelo y lo consigue en alto grado. (Por otra vía han ido las reflexiones de Geijerstam (1989: 507), que achaca los catalanismos de LE no al copista sino al traductor.) Este es también nuestro punto de vista, confirmado, según creemos, por el análisis de la copia:45 1) El copista deja espacios en blanco cuando el antígrafo también los tiene o le resulta oscuro; más aún, la extensión del blanco parece aproximarse a la del modelo (f. 20d, 21a, 22b, 25a, 46b, 52c, 141d). Sin embargo, no deja de ser curioso el constatar que la casi totalidad de espacios blancos se localizan en los primeros cincuenta y dos folios. ¿Tal vez se sintió desbordado por la magnitud de la tarea y optó en un determinado momento por copiar lo que le parecía más probable? 2) En su propósito de ser fiel al modelo, reproduce palabras inexistentes, producto de la corrupción. Un caso representativo es ponra en el fragmento siguiente: Despues no auiendo del ninguna cosa pora su uida por la grant auaricia del dito emperador ponra lo reprehendia lo fizo ferir ponra el barbaro sen fue en bugia (10d),
donde el repetido ponra es el resultado de la corrupción de porq, en que la q fue confundida con la a, y el macron superpuesto a ella fue interpretado como signo de nasalidad perteneciente a la o anterior. 3) En otros casos, su afán de fidelidad le impide hacer correcciones nada problemáticas. En el pintoresco episodio (127b-127d) de los doce árabes que pretenden entrar en Edesa con 500 camellos, cargado cada uno con dos cajas y en cada caja un hombre armado, el italianismo cassa es
45 Mantenemos, sin embargo, frente a Geijerstam la unidad de traductor para LE y el Tucídides.
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adaptado las dos primeras veces como casa, y la tercera como cosa; pero al final se hace la luz, y ya se escribe la forma correcta, quaxa. Sin embargo, nada se modifica en el manuscrito. Lo mismo sucede en el episodio de la captura de Gelímer por Belisario (40d): Et fue conplida una profiçia que se dizia antes luengo tempo a Carquidonia, que dizia que el gama [g] deuia caçar la vita [b], es a saber, que aquesta letra g deuia catar ad aquesta otra v.
El copista no pudo menos de darse cuenta de que catar era corrupción del anterior caçar, y, sin embargo, respetó la cacografía. El nombre, en fin, del emperador (Nikhfóroj) Botaneiáthj, que Nicolás sin duda transcribió como Votaniati, aparece escrito, en el espacio de poco más de un folio, como Vocamaci (169b), Vatamari (169c), Vatamati (169c), Vacamaci (170b) y Vocamati (170d). No se advierte ningún intento de unificación. Pero, aunque el copista se esfuerce por ser fiel, el esfuerzo resulta en muchos casos baldío, dada la dificultad de la tarea. La onomástica de la 'EpitomÔ y el léxico institucional bizantino resultaban demasiado exóticos para un copista románico del siglo XIV, y el total desamparo semántico en estos campos hace que se confundan constantemente letras como c y t; n y u; m, ni, in, ui y iu; s larga y f; c y ç... Las confusiones alcanzan también, aunque con menor frecuencia, al léxico común, como se ve por los siguientes ejemplos: 13a: «el uio» < enuio 20b: «accidental» < occidental 21a: «leuer» < beuer 21b: «enta» < encara 22c: «cosas» < casas 23b: «krecita» < eretica 23d: «lauar» < laurar
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24b: «tomando» < comando 26b: «sallio» < fallio 27c: «punto» < puerto 30b: «torno» < trouo 32b: «nombres fanbrientos» < hombres famosos 33d: «fundar un palacio» < fundir un platano 47b: «perdido» < parido 60a: «iusta» < uista 60d: «ancas» < antas 61c: «mester» < meter 64b: «ni canto» < en tanto 65c: «tortha» < torcha 104c: «como ensemble» < torno ensemble 107c: «follo» < solo 122b: «uan» < non 151c: «royo» < rayo 156d: «sobre» < sabet 160c: «uiatge» < senyal 160c: «cosas» < casas 161b: «nos» < uos 165a: «sobre» < saber 166c: «tomaron» < tornaron 174d: «tacito» < cauto. El copista es también víctima frecuente del ecografismo; es decir, de sonidos cercanos que provocan mutaciones gráficas no deseadas. He aquí un par de ejemplos: 1) Non se pensaua el mesquino quo [< que] lo a feyto por su saluacion (60d). 2) Mas lo que deuia seyer lo mostraron dos aguilas las quales se iustaron ensenble sobre lenperador Romano et Simeon cridando et plorando sobre ellas [< ellos] (75b).
Pero, llegados a este punto, es necesaria una precisión: si a Bernardo de Jaca le caracterizaba una probada intención de ser fiel a su modelo, es probable que algunos de estos y
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otros errores que transmite no se deban a él, sino a algún copista anterior. El error antes analizado de catar (< caçar) apunta en esa dirección. 2.2.7. La fecha Por el colofón que Bernardo de Jaca añadió al texto de LE, tenemos un conocimiento preciso del año, mes y día en que se acabó de copiar. Por desgracia, no disponemos de información tan precisa sobre la fecha de inicio y conclusión de la tarea traductoria. Sin embargo, hay algunos documentos que pueden darnos un poco de luz a este respecto. El primero es una carta del 18 de enero de 1386 del Infante don Juan al Gran Maestre, en la que declara que el «filósofo griego» ya está en Aviñón traduciendo «las istorias de los griegos», y pide información sobre el contenido de esas historias.46 El segundo documento es otra carta del Infante fechada el 12 de febrero del mismo año, en la que agradece al Gran Maestre la aclaración sobre el contenido de dichas historias.47 Es de lamentar que no haya llegado a nosotros la carta de respuesta del Gran Maestre, porque en ella se diría claramente si Nicolás estaba traduciendo en esa fecha a Tucídides, a Plutarco48 o a Zonaras, autores, los tres, de ‘historias de los grie-
46 «[...] entendemos que vos feytes traslatar las istorias de los griegos, por que vos rogamos que nos embiedes a dezir de que tractan en acabamiento» (cf. Rubió i Lluch, 1908-21: I, 335). 47 «[...] gradecemos muyto lo que nos escriviestes sobrel feyto de las istorias» (cf. Vives, 1927: 65). 48 Por el colofón de la primera partida de la Grant Crónica de Espanya, sabemos que en febrero de 1385 estaban ya traducidas las Vidas de Sertorio, Antonio, Pompeyo, Luculo, Craso y Sila por haber sido utilizadas abundantemente en dicha crónica; del resto de las Vidas la primera noticia que tenemos procede de un documento de Monzón, del 6 de marzo de 1389, en el que don Juan, ya Juan I, manda abonar al amanuense Martín Brau la cantidad de cien florines de oro por una copia del Plutarco (cf. Álvarez Rodríguez, 1983: 123).
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gos’. Los estudiosos de Heredia suelen excluir a Tucídides de la alternativa con el argumento de que el Tucídides herediano, más que una historia en sentido estricto, es un conjunto de discursos extraídos de la historia de la guerra del Peloponeso. Pero eso, que es verdad, lo sabemos nosotros después de ver la traducción, pero no el Infante Don Juan cuando en 1386 preguntaba por el contenido de las «istorias de los griegos». Sin embargo, tenemos un importante argumento para excluir el Plutarco de la terna. Se trata de una nueva carta del Infante don Juan, esta vez a Juan Galeazzo Visconti, señor de Milán, fechada el 31 de marzo del mismo 1386. En esta carta, escrita después de recibir información sobre el contenido de las «istorias de los griegos», le pide al dicho señor que le mande las obras de Trogo Pompeyo, Tito Livio y Plutarco en latín o, al menos, en francés, que ha estado buscando, sin éxito, en España y en Francia.49 Así pues, la contienda queda entre el Tucídides y el Libro de los emperadores. La ventaja del segundo sobre el primero reside en que, mientras del Tucídides lo ignoramos todo, de LE conocemos la fecha precisa de manuscripción (marzo de 1393), y esta se aviene perfectamente con la de su hipotética traducción en torno a 1386. 2.2.8. La lengua de la traducción El largo y difícil proceso que va de Dimitri a los correctores aviñonenses se refleja, como es natural, en la lengua de la traducción. Sobre un fondo netamente aragonés50 aparecen ele-
49 «Magnifice vir el consanguinee carissime, licet in aliquibus Ispaniæ et Francie partibus perquiri fecerimus libros quos Trogus Pompeyus, Titus Liuius et Plutarcus, qui maximi fuerunt ystoriographi, super gestis ediderunt romanorum et græcorum, verumtamen habere nequiuimus prout desiderauimus et optamus; vestram igitur magnificentiam rogamus attente, quatenus libros huiusmodi in latino vel saltem in ydiomate gallico nobis infallibiliter transmittatis [...]» (cf. Rubió i Luch, 1908-21: I, 338-339). 50 Cf. Lagüens Gracia (1999).
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mentos de distinta procedencia (latinos, castellanos, catalanes, griegos, italianos...). Analizaremos a continuación los distintos elementos que adornan este fondo aragonés, y discutiremos algunos problemas que suscita el propio aragonés de LE. 2.2.8.1. Elementos latinos La presencia más importante de elementos latinos tiene lugar, a modo de superestrato culto, en los dominios de la sintaxis y el léxico. Dentro de la sintaxis, hay que destacar, en primer lugar, el frecuente uso de las construcciones absolutas, como en los siguientes ejemplos: 1) E ell alojado, vino una grant multitut de moros nudos, menos de armas, con rocines mui corrientes, los cuales se metían darredor de la huest del emperador [...]; por que los griegos que ivan por lo que havían mester, seyendo escaramuçados de los moros e no podiendo haver las cosas necessarias pora ellos nin pora sus cavallos, vinieron a menos (120c). 2) E aprés, feito todo aquesto, pensando haver complida su intención, se dio todo a comer e bever e jugar e a todos los solaces (135b). 3) Aquella ora, passado el dito Theódoto, favoreándole el dito emperador, a la seu patriarcal, començó blasmar e maldizir de todos aquellos que adoravan las santas imágines (14d).
En segundo lugar, hay que señalar el uso de la construcción «otros... otros», con el significado de ‘unos... otros’, como calco de la latina alii... alii: 4) E todo el tempo de su imperio non minguaron escrivanos e officiales por toda la tierra de los griegos: otros por acusar faltas, otros por demandar peitas, otros por visitar los casales (88c).
No menos importante para la historia de la lengua y de la cultura es el enorme acervo de cultismos léxicos que aparecen en esta obra. He aquí una pequeña muestra:
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abominable (1b) abstinent (111a) arábicos (2a) audiencia (9b) benignidat (78a) cartulario (48d) cédula (87d) celsitut (1d) certificar (84c) certitut (146d) cesárea (85d) cient (10b) consilio (29d) destructivo (6d) doméstico (172d) espelunca (75c) exaudir (9c) excomunicación (37b) exilio (7c) femíneo (29b) indurar (8c) inexpugnable (153d) lapidar (131a) laudar (161c) legión (11d) natividat (16a) preconizar (3d) pretorio (143c) punición (10c) recinto (22d) remuneración (6d) sucurso (52d) tributario (2b) ulular (21a) universidat (3a)
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vigilia (15c) vindicta (61a) vituperar (140c). Esta latinización léxica y sintáctica aleja considerablemente la prosa herediana de la lengua común, y anuncia ya la renovación léxica del siglo siguiente. Fuera de esto, la presencia de lo latino se reduce a unas cuantas expresiones: 1) Et in verticem ipsius iniquitas ejus descendit (9c),
que está tomado del salmo 7 (versículo 17). 2) Iterum Jesus meus (17c),
que reproduce en latín la expresión de San Gregorio Nacianceno Pálin ; Ihsoûj :o ;emój. 3) Trifon miseratione divina archiepiscopus metropolitanus nee Rome et universalis patriarcha (77a),
que traduce, aunque modificándolo en exceso, el griego Trúfwn ;elé§ Qeoû ;arciepískopoj Kwnstantinoupólewj, néaj : RÍmhj.
Tanto estas frases puntuales, que cumplen funciones de realce, como el reiterado uso de las construcciones absolutas apuntan a un traductor para quien el latín es una lengua muy familiar; pero no significan, como ya indicamos en otro lugar (2.2.4), que esta lengua haya sido puente entre el griego y el aragonés. 2.2.8.2. Elementos castellanos Ya en 1927 Vives en el análisis de la lengua de los escritos heredianos eligió LE como prototipo del aragonés «oriental». Se
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ha cuestionado en los últimos años la oportunidad de utilizar criterios geográficos para clasificar los escritos heredianos,51 así como la serie de rasgos seleccionados por dicho autor para caracterizar los tipos oriental y occidental de aragonés: Latín [kt] [lt] [sk]
Oriental [it] [it] [‘]
Occidental [¢] [¢] [ts]
Pero, sin entrar ahora en mayores precisiones, es indudable que nuestra obra muestra una especial lejanía respecto del castellano; mucho mayor, por ejemplo, que el Plutarco o el Tucídides, las otras dos obras traducidas por Nicolás. Esto quiere decir que su conformidad con el castellano es mucho menor. Analizando los resultados fonéticos de [kt] y [lt] (precedida la [l] de [o]), por un lado, y los de [sk´], por otro, en 60 folios —20 al principio, 20 al medio, y 20 al final—, se obtienen los siguientes resultados: 1) [kt]: Resultados [it] 179 179 124 482
Resultados [¢] 30 9 1 40
2) [sk´]: Resultados [‘] 0 7 4 11
Resultados [ts] 25 5 3 33
51
Cf. Gilkinson Mackenzie (1984:
XXIV).
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Es interesante señalar que la conformidad con el castellano es mucho mayor en los primeros veinte folios, donde, por cierto, el resultado [ts] vence por 25 a 0 al resultado [‘]. Aunque en los folios mediales y finales [‘] se recupera, e incluso llega a superar a [ts], el resultado global es netamente favorable a la solución castellana. Por unidades léxicas, las tres más importantes son: parecer → 16 frente a parexer →5 pertenecer → 6 frente a pertenexer → 0 conocer → 6 frente a conoxer → 2 En cuanto al resultado de [kt] y [lt], es netamente vencedora la solución no castellana. Los resultados de [lj] y [k´l] presentan sistemáticamente, al menos a juzgar por la grafía, el resultado [•], con la excepción de oculu, que se resuelve una vez en güello, y diez en ojo. En el plano morfológico, a pesar de las numerosas discrepancias con las formas castellanas, hay dos curiosas coincidencias, ausentes, a pesar de su mayor castellanidad, en el Plutarco y en el Tucídides: 1) un sistema trimembre en los demostrativos, formado por aquest–aquex–aquel; y 2) la forma su de posesivo para referirse normalmente a varios poseedores.52 En la exclusión de lur, supera ampliamente incluso a la Corónica de conquiridores, elegida por Vives (1927: 31) como prototipo del «aragonés occidental». Hemos hablado de «conformidad con el castellano», y no de castellanización en sentido activo, dada la complejidad del aragonés y la dificultad de deslinde con el castellano en la zona occidental. No se puede, por ejemplo, considerar el uso de su por lur como un fenómeno de castellanización activa, ya que incluso los documentos altoaragoneses de la
52 Solo aparece una vez la forma lur (170d), usada, por lo demás, correctamente.
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época presentan, como el aragonés actual, uso exclusivo de su.53 Para la discusión del problema, cf. 2.2.8.6. 2.2.8.3. Elementos catalanes En todas las obras de Heredia, incluida la tercera partida de la Grant crónica de Espanya, que es mera adaptación de la castellana Crónica de Alfonso Onceno, advertimos la presencia de elementos catalanes. Por eso, no es nada sorprendente el que aparezcan en LE, obra especialmente alejada del ámbito castellano. Lo que nos sorprende en LE es la cantidad relativa y, sobre todo, uno de los varios tipos de catalanismos que presenta. Tenemos, y en abundancia, no solo los tres tipos comentados por Geijerstam (1989: 509-510): 1) los isoglósicos con el aragonés —fer (8a), res (5c), dir (8a), sots (56c)...—, 2) los adaptados a la fonética «castellanoaragonesa» —blavo (35c), malastrugo (68a), capitoso (143b)...—, y 3) los crudos o inadaptados —got (9c), sovén (17b), seny (41c), mig jorn (56b), vellura (139c)...—; sino también, y especialmente, los catalanismos gramaticales de carácter desinencial: dues liures (7d), pregá (29a), haurets (40a), palavres (60c), fets (70b), feites totes aquestes coses (70c), porets (108a), digaç (146d), haveç (146d), empachaven (150c), peses (152d), mesos (157b), coronaren (164a)... ¿Cómo explicar una presencia tan copiosa y atrevida de catalanismos? Es esta una de las cuestiones que más ha intrigado a los estudiosos de esta obra herediana. La respuesta de Geijerstam (1989: 502) es que pudo haber una traducción puente al catalán, y que el traductor pudo ser distinto de Nicolás. En efecto, si la traducción de la ; EpitomÔ se hace primeramente al catalán, mientras que la del Plutarco se había hecho directamente al aragonés, es lógico
53
Cf. Geijerstam (1980: 499).
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pensar en un traductor distinto; y en este punto Geijerstam simpatiza con la opinión de Luttrell (1960: 404) y Gilkison Mackenzie (1984: XXI). Pero la presencia de numerosos italianismos en LE, como en el Tucídides y en el Plutarco, haría postular un segundo traductor del griego también italiano, y esto, aunque no sea imposible, nos parece demasiada coincidencia. Pensamos, como Vives (1927: 27, 49), que no hace falta admitir un nuevo traductor, distinto de Nicolás. Ahora bien, mientras que para Vives los responsables de los catalanismos serían los correctores de la traducción aragonesa de Nicolás, para nosotros sería Nicolás mismo el responsable de muchos de ellos. Es decir, aunque intencionalmente Nicolás traduce del griego al aragonés, lo que sale de sus manos es una mezcla de aragonés, catalán e italiano. Cabe, en efecto, pensar que su dominio del aragonés estaría muy lejos de ser perfecto, por lo que acudiría al catalán y al italiano como lenguas suplementarias. La responsabilidad de los correctores estaría en que no cumplieron bien con la tarea de aragonesizar como es debido el texto entregado por Nicolás. Pudieron introducir también algunos catalanismos, pero no hemos encontrado ninguna base textual para la atribución. Ya señalamos en 2.2.7 que el sis ‘seis’ (82d) para el griego :eptá no implica necesariamente la intervención de los correctores, toda vez que en griego se confunden frecuentemente los signos literales de seis (j) y siete (z). 2.2.8.4. Elementos griegos Nuestra obra cuenta, como era de esperar, con un elevado número de helenismos pertenecientes en su inmensa mayoría a los ámbitos de la antroponimia, de la toponimia y del léxico institucional. He aquí algunos ejemplos: 1) Antroponimia: Estavrachio (7c) < Staurákioj, Melisinó (13a) < Melissenój, Eufimio (21b) < E;ufÔmioj, Icasía (22a) < E;ikasía, Joanni (24b) < ; Iwánnhj, Teófovo (25c)