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De las definiciones se desprende t...
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TEATRO
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De las definiciones se desprende todo, así es que comenzaré con una definición esta bolsa de harapos de un credo estético, en el cual la estética no será mencionada probablemente. El buen teatro, para mí, está compuesto por los pensamientos, las palabras y los gestos que les son arrancados a los seres humanos en su camino hacia, o en su huida de, la desesperación. Una obra teatral es una ordenada secuencia de hechos que lleva a una o más de las personas que en ella intervienen a un estado desesperado, que siempre tiene que explicar y deberá, si es posible, remediar. Si lo peor que puede ocurrir en la obra es que al protagonista lo expulsen de la Universidad de Oxford, nosotros nos reímos y la obra se llama farsa; si la muerte es una posibilidad, nos acercamos mucho a la tragedia. Allí donde no hay desesperación, o donde la desesperación está inadecuadamente motivada, no hay 3
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drama. Por ejemplo, los personajes que gritan cuando se les hacen cosquillas en la nariz, o que se suicidan al día siguiente de haberse enamorado, son casos patentes de desesperación inadecuadamente motivada. Estas reglas amplias son aplicables, no solamente a todo drama de éxito, desde Aristófanes a Beckett, sino también a las otras artes narrativas de la novela y el cinematógrafo. El teatro varía de época a época -en nuestros tiempos casi de semana a semana- porque todas las épocas tienen un nuevo umbral de desesperación, una nueva definición de las presiones que la causan. En la antigüedad, un mal presagio del adivino habría sido suficiente. Más recientemente, una mirada agria del monarca, y más recientemente todavía, la ex comunión. Y en nuestros días se escriben obras en las cuales el ostracismo social, el rechazo por "El Establecimiento" es presentado como razón adecuada para provocar la desesperación humana. Todos esos motivos están tan muertos como las sociedades que los crearon. No obstante, en el teatro británico, por lo menos, no se convencen y por ello se continúan escribiendo obras teatrales, a base de la suposición de que todavía hay personas que viven atemorizadas por la Corona, el Imperio, la 4
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Iglesia Establecida, las escuelas públicas y las clases sociales elevadas. Mientras tanto, los verdaderos grandes problemas internacionales, problemas beligerantes como la pobreza, la ignorancia, la opresión y demás, no aparecen para nada en el escenario, porque los autores huyen de ellos como de la peste. La mansión del teatro está llena de escombros, antiguas suposiciones que Shaw atacó y rompió, pero no pudo desalojar. La tarea de los nuevas autores teatrales consiste en remover esos escombros, barrer -el piso y, hacer lugar en un teatro que, como lo ha dicho Arthur Miller, "está herméticamente cerrado a la vida", para las causas reales del dolor humano contemporáneo. Esto significa que habrá que afirmar de nuevo un número de simples perogrulladas sobre la igualdad de probabilidades, abolición de la miseria, rechazo de la vida después de la muerte en favor de la vida en la tierra, todo ello viejo, naturalmente, y demasiado aburridor, pero si queremos un teatro responsable, no tenemos más remedio que refaccionarlo, aunque ello provoque chillidos de fastidio de la gente que posea suficiente inteligencia para saber que no está bien. Recientemente, causó sensación en Rusia la novela de Dudintsev, titulada Not by Bread Alone (No de Pan 5
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Solamente). Nuestro teatro necesita una sensación similar, aunque el título de la obra que podría crearla tendría que ser distinto. Se titularía "No de Torta Solamente". "Todo eso lo hemos oído ya antes", es la exclamación que se escucha cada vez que una obra teatral expone problemas "sociales". Claro que lo hemos oído. Pero no hemos hecho caso al consejo. Nuestros escenarios están todavía llenos de mezquinos snobismos y volubles aceptaciones; y todavía seguimos juzgando a las piezas teatrales de la misma manera que si un crítico no necesitase otros atributos que un oído atento a una frase bien dicha, un buen ojo para una representación bien realizada y una absoluta ausencia de convicciones. Desde las sátiras de Shaw y las epopeyas de Galsworthy, este país no ha producido casi un teatro sociológico, y conste que emplea el término "sociológico" en su más amplio sentido, aquel en que es aplicable a las dos cúspides gemelas de Shakespeare: las dos partes de Henry IV (Enrique IV). Uno tiene la sensación de que debe haber algo profundamente equivocado en un teatro que se vanagloria de Sir Laurence Olivier, el mejor actor mundial, pero que puede tentarlo a vestir trajes de esta época solamente una vez en 6
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veinte años. Abundan, ciertamente, las buenos autores teatrales técnicos, pero entre ellos no hay ningún gran interrogador, ni uno que pudiera desarraigar nuestras más profundas suposiciones y enfocar todo el fulgor de su mente en ellas nadie que pudiera explicar par qué todavía estamos en favor del himno nacional, mientras generales imaginarios prenden imaginarias medallas en nuestros pechos; nadie que pudiera mostrarnos cuán extraño es que nos sorprenda hallara un barrendero sentado a nuestra lado en la representación de una abra teatral de primera; nadie, en resumen, que pudiera dramatizar lo que nosotros sentimos respecto al mundo. Hay infinidad de interrogantes que nuestro teatro apenas ha comenzado a formular, y mucho menos a contestar. ¿Pueden los cambios sociales eliminar las causas de la desesperación? ¿Por qué, hasta en un mundo de paz y plena ocupación, puede intentar el suicidio un ser humano? ¿Entre Marx y Freud, cuál es la gallina y cuál el huevo? Si uno considera que todas estas cosas no le incumben al teatro, entonces será mejor que se retire a su torre de marfil y la cierre muy suavemente con llave. Un teatro sin "comentario" es un teatro sin porvenir. El arte, de cualquier clase que sea, que vuelve la espalda al mundo, es un arte 7
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incivilizado, en el preciso y único sentido de la palabra. Al dramaturgo se le presentan tres actitudes hacia la vida. Puede reflejarla, enferma o sana, sobre la base del principio de que el arte imita a la vida. Puede tratar de cambiarla, basándose en el principio igualmente válido de que la vida imita al arte. O puede retirarse de ella a una fantasía privada que se relacione con el mundo objetivo sólo periféricamente y por casualidad. Este es el camino más falso de todos, y por cada escritor sensato que lo emprende hay una docena de paranoicos. Retirarse de la vida mundana es un remedio apropiado para algunos poetas y todos los místicos, por no mencionar a esos seres humanos serenos y excepcionales que siguen las preceptos del Budismo Zen, pero muy pocas veces da resultado en un lugar tan social y público como lo es el teatro. Esa clase de temperamento que prefiere esquivar la realidad, hará muy bien en rehuir al teatro, a no ser, claro está, que pertenezca a un gran genio, porque al final de esa línea está el solipedismo y la creencia, no por cierto poco común en ciertos círculos parisinos, de que la comunicación entre los seres humanos no es tan difícil como imposible y hasta, en última instancia, 8
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indeseable. No sé lo que pensarán ustedes sobre esta clase de extremistas. A mí me recuerdan a personas que habitualmente usan camisas de fuerza y luego culpan al mundo por la virtual imposibilidad de estrechar las manos de otras personas. O me traen a la memoria al mago Houdini, y la leyenda que relata su única derrota: cómo fracasó, después de horas de esfuerzo, en su intento de escapar de la ceda de aria cárcel, cuya puerta (lo supo algún tiempo después) no había sido cerrada con llave en momento alguno. .Los dramaturgos que quieren cambiar al mundo muy pocas veces escriben con sutileza, y la verdad es que no hay razón aluna para que lo hagan. La sutileza opera mejor en un status, de la misma manera que el rizado de la superficie del agua se ve mejor en un estanque quieto. En un mar tormentoso, ralamente se ven las olas, y nosotros, que vivimos .hora bajo el inminente peligro de la tempestad de hidrógeno, necesitamos obras de teatro que sean olas, y cuanto mayores y violentas mejor. Ya habrá tiempo más adelante para lo que es exquisito, lo que es filigrana. Si todo el arte es un gesto contra la muerte, no debe permanecer impasible mientras los chipriotas son ahorcados, los húngaros ametralla9
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dos, y se prepara el holocausto mayor. Tiene que constar su protesta. Tiene .que embanderarse. Yo quiero que el teatro sea vocal en la protesta. Y francamente, no veo de dónde habrán de surgir esas veces, si no es de la Izquierda. Los jóvenes izquierdistas que han aparecido en Gran Bretaña de la segunda guerra mundial son un grupo floreciente, digno de que uno se ocupe de ellos algo más que al pasar. Son distintos de la "intelligentsia" radical de la década de 1930, con un sentido vital: no están empeñadas en una rebelión filial centra la clase de la cual han surgido. En su mayor parte, pertenecen a la clase media inferior y han sido educados en las escuelas públicas; consideran a la clase de los señeras rurales sin envidia ni desdén, aunque sí con un puro y lacónico hastío. Su actitud hacia los habitantes de los palacios es muy parecida. Se dan perfecta cuenta de que las naciones pequeñas tienden a venerar todo aquello que es peculiar a ellas, España tiene sus corridas de toros; San Marino sus sellos de correos; Gran Bretaña su Reina. Pero la cosa ya pasa de castaña oscuro cuando un popular columnista periodístico puede inscribir, con un apasionado endoso, la descripción de la Reina , el Duque y sus hijos, hecha por un soldado 10
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australiano, en. la cual éste dice que son algo así como las cuatro personas más importantes del mundo". La izquierda existe para combatir tales ridículos excesos, y eso es precisamente, lo que están haciendo sus más jóvenes adherentes: recordando, a los escritores que deben ocuparse de realizar la tarea básicas tales, que consiste en no perder jamás de vista las formas en que la gente común piensa y siente, come y trabaja y gana. El auditorio de un autor teatral es su materia prima, y tiene hacia ella un doble deber que cumplir: no solamente regocijarla e instruirla, sino interesarse por el ambiente social que la hace lo que es. En este punto, se torna inevitable alguna clase de embanderamiento político. Si un auditorio está envuelto en prejuicios y apatía, no es suficiente ejercer influencia sobre él desde el escenario uno tiene que trabajar, si uno es un hombre íntegro, en favor de una sociedad menos prejuiciada y menos apático .Escribir obras para el teatro nacional no sirve de nada, a no ser que uno sea un activo defensor del partido que promete construir un teatro nacional. Si los públicos que van al teatro son apocados, uno tiene que tomar parte en el proceso de ensanchar sus mentes, lo cual significa reformar el sistema 11
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educacional de tal modo que su enfoque de la historia y la cultura no sea nacional sino internacional, e insular solamente en que el mundo es redondo, una especie de isla esférica en el espacio. Un arte al cual no le interesan en absoluto estas cosas es una flor pensante que conspira en favor de su propia muerte, al desconocer a la tierra en la cual crece. Mientras que no ponga obstáculos en su visión o excluya de su obra las virtudes de la piedad y la ironía, una creencia política es la cosa más fecunda y embellecedora que le puede suceder a un escritor. No quiero decir can esto, como se comprenderá, que el estilo carezca de importancia; ni que yo pueda admirar una obra de teatro artificial o burdamente escrita, por el solo hecho de que esté de acuerdo con su contenido. En todas las artes, lo que se dice siempre es modificado y, a menudo, invalidado por la forma en que se dice. Mi hijita de cuatro años me hace recordar esto rotundamente todos los días. A la mañana, y a su pedido urgente, tengo que contarle el argumento de la obra que he tenido que ver, en mi carácter de crítico, la noche antes. He descubierto, rápidamente, que parecía no importarle mucho lo que hacían los personajes o lo que sentían. Yo trataba de explicarle la espantosa tragedia 12
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de X, o los amargos sufrimientos de Y, pero mi hijita me interrumpía indefectiblemente con esta simple y sucinta pregunta: "Sí, sí, pero ¿qué dijo? Lo que le interesaba era conocer las palabras exactas ,la reacción precisa ante los hechos. Y para eso no hay más palabra que "estilo". Por otra parte, jamás podría aplaudir una obra teatral, por muy brillantemente escrita que estuviese, si su contenido se me antojase enteramente ofensivo. Si Belloc hubiese escrito una obra defendiendo al antisemitismo, o si Evelyn Waugh escribiese otra enalteciendo a la aristocracia hereditaria, instintivamente provocarían en mí un sentimiento de la hostilidad. Creo que yo sería mucho más benigno hacia un escritor crudo, que se preocupase más de la supervivencia humana total. Una vez, para explicar la diferencia que existe entre el teatro del pasado y el teatro del futuro, Bert Brecht mencionó una película noticiosa del terremoto de Tokio, que había visto un día antes. Todo aparecía arrasado, a excepción de algunos edificios modernos. El epígrafe decía: "El acero resistió". Y Brecht comentaba: "Si uno comprara eso con la descripción hecha por Plinio de la erupción del Etna, se darán cuenta de lo que quiero decir". Plinio era un escritor en la acepción 13
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más brillante del vocablo, pero no pudo expresar, en mil palabras, lo que ese epígrafe decía en tres: nos dijo cuál era la manera de sobrevivir. Todo arte que no trata de hacer precisamente eso y un clown, podría agregar yo, puede hacerlo con un solo gesto es en fin de cuentas frívolo. Y citando una vez más a Brecht, las únicas preguntas dignas de ser formuladas en nuestros días son esas que pueden ser contestadas. Refiriéndose al arte popular y el efecto que surte en la clase trabajadora, Richard Hoggart dijo una cosa muy fuerte: "Mientras lo están gozando, es posible que la gente se someta, que se identifique a sí misma, pero en el fondo de su mente sabe que no es "real". La vida "real" se produce en otra parte. El arte puede "sacarlo a uno de sí mismo", pero la forma de esta frase indica que existe, dentro, un usted "real" en cuyo nombre no se espera que hable el arte, excepto para reflejar, por medios convencionales, ciertas suposiciones aceptadas. Cada vez que el teatro alienta la idea del arte como distracción sin importancia, como lo hace por regla general, se torna socialmente condenable, porque con eso sostiene el mito de que el arte "real", la cultura "real" son cultura para la minoría, destinada a unos pocos 14
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y que es mejor dejarla a ellos De acuerdo con esta ficción, todos los artistas son "extraños", lo cual lleva al corolario todavía más pernicioso de que todos los "extraños" son artistas. Creer que las obras de teatro poco comunes o inflamatorias, pertenecen solamente a una minoría, es una confesión de desesperación, y es porque no me es posible aceptarla que no puedo decidirme a lamentar la gran mortandad que se ha registrado en los años recientes, entre los pequeños teatros de clubes en Londres. La misma existencia de los teatros privados tiende a corroborar la noción de que el arte es producido por y para una mafia de locos individualistas, activamente ocupados en afirmar su separatismo del mundo; un teatro privado es, en efecto, una excreencia creada por la pereza de les teatros públicos y la miopía de la censura. Un sarpullido de teatros de clubes constituye una prueba tangible de que el teatro comercial está enfermo y no cumple con su cometido. Esos teatros son lugares en los cuales, las ideas que podrían sorprender e instruir a los muchos, son presentadas a unos pocos que ya están familiarizados con ellas; de esta manera, la ley asegura que el teatro de avant-Garde predica tan sólo a los conversos.
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En París o Nueva York no existen esos teatros de clubes, porque ni en una ni en otra ciudad existe un censor oficial. Tampoco los hay en Berlín, porque en ese puesto de frontera abierto de par en par, las obras de teatro experimentales son incorporadas inmediatamente a los repertorios de les grandes teatros subvencionados. Idealmente, las obras teatrales "para socios únicamente" deberían llenar a todo el público. Pero en Londres esto sería posible solamente si se aboliese el Lord Chambelán, si fuese aumentada la ayuda del Estado y si las leyes relacionadas con el funcionamiento de los teatros en día domingo fueran revisadas. También en esto comprobamos que la política y el teatro son indivisibles. Es muy grato tener buenas obras y buenos actores para representarlas, cano también lo es tener hermosos coches y excelentes conductores para manejarlos. Pero uno necesita también nafta, un garage y un camino abierto para ellos. Todos nosotros tenemos una gran deuda con la filosofía semántica, por habernos enseñado a hablar con sensatez y a distinguir siempre entre las actitudes empírica, analítica y metafísica, así como a valorar las declaraciones. Hemos sido adiestrados para verificar lo que decimos y sabemos que las declara16
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ciones pertenecientes a las últimas tres categorías resultan de imposible verificación. Hasta aquí, muy bien: estamos menos engañados que lo que solíamos estar. Pero, ¿quiénes somos nosotros? Presumiblemente intelectuales. Y ahí está precisamente la trampa. La nueva filosofía nos ha enseñado a huir de las afirmaciones morales, pero no ha hecho impacto alguno en la gran masa de gente, que sigue tan esclavizida como siempre a las vagas declaraciones retóricas. Podemos demostrar que estas declaraciones carecen de sentido, pero nos está prohibido reemplazarlas con exhortaciones sociales declaraciones de actitud), o propuestas de una vida mejor en la tierra (declaraciones de valores). El espectáculo resultante no es tanto el de un ciego guiando a otro ciego, como del castrado guiando al narcotizado. Tenemos artistas que tienen miedo de afirmar cualquier cosa, cuando se dirigen a un auditorio que cree en tonterías o no cree en nada. Cuando se llega a esa clase de desacuerdo insuperable, es llegado el momento de que el corazón se haga cargo de lo que hasta entonces regía la cabeza. En la primavera de 1957, una encuesta de opinión pública reveló que el setenta y uno por ciento de la población adulta de Gran Bretaña creía que 17
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Jesucristo era el hijo de Dios. No en simple aunque magnífico ser humano, sino el fruto directo de la deidad. Ahora bien: creo que una de las tareas perdurables del arte es la de restablecer el equilibro cuando la balanza del pensamiento popular se ha inclinado demasiado en una dirección, Si esa encuesta no estaba equivocada, la sinrazón había estado inclinando el platillo de la balanza durante largo tiempo; no obstante aparte de The Making of Moo (La Gestación de Moo) de Nigel Dennis, no hay obras teatrales abiertamente ateas en el repertorio inglés. La mayor parte de la gente educada está de acuerdo en negar la divinidad de Jesucristo, a pisar de lo cual sus opiniones no están reflejadas en el teatro. Y me parece que sé cuál es la causa. La mayoría de los autores teatrales pertenecen a ese veintinueve por ciento de los que no creen, y se dan perfecta cuenta de que ponen en tela de juicio la divinidad de Jesús, sus más decididos opositores no estarán en las filas de la mayoría creyente sino en las de sus propios camaradas agnósticos, que habrán .de decidir instantáneamente atacarlos por anticuados. Y eso, que es el golpe más cruel, nos retrotrae de nuevo a: "Todo eso ya lo hemos oído antes". Y, en efecto, lo hemos oído, o mejor dicho, leído, en novelas, ensa18
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yos y obras de filosofía, aunque no, y ese es el misterio del problema, en el teatro. De manera similar, las ideas expresadas por Jimmy Porten, el personaje de Lock Back to Anger, de John Osborne, no eran nuevas, si se las juzga por las normas intelectuales comunes, pero sí, eran explosivamente nuevas en el teatro. Es necesario que destruyamos la idea de que el teatro está siempre cincuenta años atrasado con relación a la época, aun cuando ello signifique tener que soportar los ataques de nuestros amigos inteligentes para llegar a ese propósito. He mencionado la metafísica, y quizá éste sea el momento más oportuno para ocuparnos de un grupo de jóvenes escritores que recientemente han realizado un decidido intento de conquistar a la mayoría creyente, en nombre de una "nueva religión" y un "renacimiento espiritual". Para la gente que se encuentra ya preparada por tales sedativos como El Poder del Pensamiento Positivo, de Norman Vincent Peale, esos escritores han ofrecido el incentivo adicional de la arrogancia literaria. Uno no puede evitar la impaciencia ante esos jóvenes Führers del alma, Leopolds de la fantasía y Loebs de la imaginación, que declaran que Hitler, no obstante todos sus defectos, era, en fin de cuentas, un "ex19
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traño", y que se embanderan hasta declarar que "el más irritante de los piojos humanos es el humanista, con su inflado orgullo por la razón". Un toque de Nietzsche, como ha dicho alguien, emparenta a todo el mundo. Pero tal vez estoy tomando demasiado en serio a estos mozalbetes. Algunos de ellos, en fin de cuentas, apenas han comenzado a afeitarse. La religión, descrita por Remy de Gourmont como una máquina destinada a crear remordimientos, nos conduce inevitablemente al sexo, que es tan distinto en sus formas corno las ropas, las orejas, las piernas, los cabellos, los pechos y las posturas que se unen para crear la excitación masculina o femenina. No obstante, el teatro, cada vez que la sexualidad, en cualesquiera de sus formas, figura en la agenda, se disuelve en inhibiciones retorcidas, angustiosas risitas entre dientes, nerviosos ex abruptos y desafiante hipocresía: todas las cuales la culpabilidad sexual es ocultada más fácilmente. Todo aquello que pudiera ayudar a divorciar al sexo de la culpa, en la mente de los auditorios y autores teatrales por igual, contribuiría indudablemente a la elevación y saneamiento del teatro. Y la primera condición para ello es socavar estrictamente a las instituciones que sostienen la idea del pecado original. El principal 20
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enemigo es Pauline Cristiandad, con su horrorizada repugnancia hacia el acto sexual, y su tolerancia secretamente hostil hacia los hombres que no pueden resistir sus más bajos apetitos y, por lo tanto, lo mejor que pueden hacer es casarse de una vez. Las palabras de Shaw siguen siendo como oráculos en este sentido: "Jamás ha habido realmente una imposición más monstruosa, perpetrada contra el hombre, que la imposición de las limitaciones del alma de Pablo al alma de Jesús". Los hombres que "tragan" los dogmas de Pablo realizan siempre el peor de todos los casamientos, aquel en el cual el desprecio genera, a la larga, la familiaridad. La acusación más seria contra la misoginia cristiana ha sido formulada por Simone de Beauvoir, que dice: "El miedo al otro sexo es una de las formas que asume la angustia de la perturbada conciencia del hombre". Y cita, muy oportunamente por cierto, la definición de una mujer, hecha por Tertuliano: "Un templo construido sobre una cloaca" unida a la declaración de Agustín de que la procreación es siempre un pecado, "debido a la obscena unión de los órganos sexuales y excretorios". El monasticismo, la horrorizada protesta masculina, ha sido mejor expuesta por la traducción, que hizo Gibbon de un comenta21
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rio del siglo cinco, sobre los ¡monjes de Capri: "¡Cuán absurda es su elección! ¡Cuán perverso su entendimiento!, al temer a los males, sin ser capaces de apoyar las bendiciones de la condición humana. Esta melancólica locura es, o bien el efecto de una enfermedad, o la conciencia de su culpa, que impulsa a estos infelices hombres practicar en sus propios cuerpos las torturas que se infligen, para los esclavos fugitivos por la dura mano de la justicia. Las prohibiciones que rigen nuestras vidas sexuales, y por lo tanto la representación teatral de las mismas, son ridícula e indirectamente démodes. Uno se siente como un hombre con una lancha de carrera que trata, de abrirse paso por una red de canales atascados de vegetación y bloqueados para exclusas. ¡Cómo ansiamos todos el advenimiento de una obra teatral que pudiera recordarnos que, lo que realmente nos diferencia de los animales, es simplemente que nosotros nos sabemos a igual que ellos! Si la historia humana es la crónica de los esfuerzos del hombre para superar su sensación de aislamiento d. resto de la humanidad, la única religión valedera es aquella , que ayuda a la historia a cumplirse a sí misma. Ya sé que el amor, como palabra, 22
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es risible, pero sigue siendo el único camino, esa clase de amor neurótico, que obliga al hombro a pasar su vida buscando una compañera que tenga la herida en la que encajen perfectamente sus dientes; tampoco la clase de amor que sé rinde y que proyectan al hombre mimado por su padre, hacia la mujer maternal, y a la muchacha mimada por su padre, al hombre paternal; ni tampoco lo que les franceses llaman égoisme á deux en el cual dos novios o amantes asustados, levantan un muro de protección que les aísle del mundo hostil. Me refiero al dogma-clave, que es el amor propio o amor a sí mismo. "Si te amas a tí mismo'", ha dicho Meister Eckhart, "amas a todos los demás como a ti mismo". Esto no significa egoísmo, sino más bien todo lo contrario, puesto que el hombre egoísta generalmente se desprecia y desconfía de sí mismo. "Ama a tu prójimo como a ti mismo", es un máxima que ha sido expresada equivocadamente a la inversa: uno tiene que amarse a sí mismo primero, pues de lo contrario caerá en la enfermedad del protagonista de Strindberg en The Road to Damascus (El Camino de Demasco), quien dijo que le agradaría obedecer el mandamiento, pero sabía que lo hacía así, terminaría por "odiar a mi prójimo tanto como me odio a 23
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mí mismo". Conocerse a uno mismo es el primer paso. Y amar lo que uno sabe, es el segundo. Amar a los otros de la misma manera, es el tercero. Y amar a otra persona es el cuarto y último. De esta manera termina la lección, y creo oportuno que volvamos una vez más al teatro. En una parte de Les Mandarins (Los Mandarines), Madame de Beauvoir dice que el propósito del artista deber ser, escribir albo que pueda mantener despierto toda la noche un joven inteligente. Esto quiere decir teatro con un fondo de puntos de vista mundiales. Primeramente, decida usted cual es su opinión respecto a "ese horrible y viejo fastidio el predicamento humano" (esta frase pertenece a una charla transmitida por la B. B. C.) y luego componga una obra de teatro con esa opinión. No empiece por tratar de explotar la, arquitectura , o leas conveniencias del teatro, tal como actualmente exista puesto que ni la una tú las otras, fueron creada, teniendo en la mente hombres tan ambiciosos. Si el mundo es transformable -y eso, según nos dice Brecht, es lo que todos los escritores deben creer entonces el teatro es igualmente transformable. ¿Qué clase de punto de vista mundial es el que mas me place en el teatro? Ya he dejada caer algu24
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nas insinuaciones, la mayor parle de las cuales han sido bastante estrepitosas. Quiero obras teatrales que por su internacionalismo sean como de Brecht, así como por su abominación de la adoración al héroe su mordaz rechazo de los encajes verbales (dejémoslos a los críticos burgueses decadentes como yo, y no festoneemos los labios con sus idioteces), y su convicción de que "hablar de árboles, es casi un crimen ,puesto que implica silenciar tantas enormidades". Quiero obras teatrales que afirmen la sinceridad, el valor, la gracia y la sensualidad; obras que huyen de, determinismo, porque el determinismo niega la libre elección y sin libre elección no puede haber teatro. Cono lo demostró: Fin de Partie de Samuel Beckett, la obra que está ligada a un universo mecánico, está ligada asimismo a la desesperación: cuando la protesta está ausente, el paso desde "así es la vida" hasta "así debería ser la vida" es aterradora mente corto. Prefiero las entusiasmos, no necesariamente en la superficie como en escritores de la talla de Tennessee Williams o el australiano Ray Lawler, sino ocultos también, de la misma manera que un termo pude contener gran calor, sin radiarlo. El miedo a la ebullición es un gran amigo de nuestra cultura: con25
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gela las cañerías y se presenta en Ios lugares mas desconcertantes, coma cuando un corresponsal del Observer informó Que un grupo de estudiantes universitarios chinos le dijeron "con un entusiasmo bastante frío" que estaban muy ocupado construyendo un mundo nuevo. "Bastante frío": esa frase está llena de frígida aversión; uno cree ver un esfuerzo para ocultar rápidamente las uñas, evitar rápidamente contactos, con más de una fluctuación de desdén. Pero hay malevolentes entusiasmos también, que generados por nuestra sociedad en su aspecto peor, y desearía que el teatro se preocupase muy especialmente de reprimirlos. Hace algunos meses, en uno de los diarios de propiedad de Lord Beaverbrook, apareció una serie de artículos sobre el tema general de "Cómo hacer un millón'". El último de esos artículos reveló, con rara y aterradora desnudez, los valores en los cuales se basa nuestro mundo. Permítaseme que transcriba algunas de las reglas para obtener el éxito, que dio el autor de aquella serie: "Sea duro. Sea tan duro que los sentimientos no tengan lugar en su vida. Sea tan duro que si su más
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íntimo y querido amigo se atravesase en el camino de un negocio, usted pueda hacerlo a un lado. "Sea ambicioso. Sea tan ambicioso que la ambición se convierta en una preponderante consideración en su vida. Avance abriéndose camino aunque sea a la fuerza, como si todos los .,eres humanos fueran sus enemigos, que tienen que ser pisotearlos en la jungla del comercio. Y use preferiblemente zapatos con suelas reforzadas de clavos, para esa tarea... "Desarrolle un sentido del comercio. Apodérese de las gangas antes que pueda hacerlo otro. Si el otro se queja de que usted sacó provecho de su simplicidad, no haga caso de sus quejas y mande al diablo a las consecuencias. "Aplique su mente a la tarea. Piense día y noche sobre el dinero que ha decidido ganar y cómo tiene que hacer para ganarlo. Viva con esa sola idea, sueñe con ella, hable sobre ella... Tiene usted que dedicarse por entero a su solo propósito y ser completamente despiadado en su persecución y cumplimiento.” En todo esto no hay intención irónica alguna: se trata de una declaración completamente seria, una profesión de fe. A eso se le llama, según creo, realismo áspero, y tiene que desaparecer, velando por 27
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todo lo que es humano. Después de lee un manifiesto tan duro, mi mente retrocede a lo que antaño era una premisa cristiana fundamental: que la usura es mala por sí, puesto que la menos natural de todas las prácticas, es aquella por la cual se hace que el dinero engendre más dinero. Ese fue el error de Shylock, según lo aclara la obra de teatro: no puede entender por qué el metal muerto no puede producir metal de su propia clase; no le es posible distinguir diferencia alguna entre el oro y la plata por una parte, y las ovejas y carneros por la otra. Y sin embargo, ¿dónde, desde la época de Shakespeare, hay una obra teatral inglesa que condene la procreación sin vida del dinero? Me parece que tal obra no existe. * Lo malo de la mayor parte del teatro socialista y mucho del pensamiento socialista, es su falta de júbilo. Nosotros pensamos en obras de teatro sociales en términos de ira, miseria, y violencia. En parte, eso es inevitable, debido a que las obras de protesta han sido concebidas para sacudir a gente y provocar 28
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en ella la acción, por medio de una presentación brutal de un hecho. Pero a pesar de eso, hay lugar rara una sátira de izquierda, de esa clase que hirvió tan encendidamente en la obra de Sartre, Nekrassov, y que picó a sus oponentes en lugar de darles muerte a garrotazos. Una estridencia malhumorada se impone, con demasiada frecuencia, al ingenios socialista una nota como de graznido distorsiona su risa; y uno comienza a sospechar, como lo señalan siempre con gran fervor los conservadores, que la política del socialista es simplemente una proyección de un conflicto psicológico no resuelto. El socialismo debería significar algo más que un progreso por sí mismo: debería significar progreso hacia el placer. Y es en esto, donde uno tropieza contra el impenetrable ceño fruncido de la conciencia disidente. La verdadera declaración: "Los conservadores son malignos, y tienen a su disposición casi toca la diversión", se pervierte al convertirse en: "Los conservadores son malignos, porque tienen a su disposición casi toda la diversión". El puritanismo ha triunfado en el match y la risa, por lo menos en el teatro, se ha convertido casi en un monopolio de los conservadores. El humor de izquierda muy rara vez llega al escenario sin degenerar en una acritud 29
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orwelliana muy estirada. Desde la Restauracion hasta nuestros días, la imagen inglesa del ingenio, ha sido la de un flâneur que jamás descendería a la vulgaridad de querer decir lo que dice. Con esta imagen hasta el mismo Shaw:, se mostró de acuerdo y les auditorios conservadores rieren sin desconcierto, por estar perfectamente seguros de que él no tenía la menor intención de que se le tomase en serio. Y no se lo tomó. Pera mientras tanto, tenemos una gran carencia de obras de crítica social que, al mismo tiempo, sean tumultuosamente reidoras. Echamos de menos el sonido de la alegría responsable. Y no nos vendrían mal muchas de esas famas dementes escritas por los anarquistas , que generalmente son socialistas que se han dado a la bebida, debido a la predisposición que tiene el socialismo británico contra la diversión. Descubrir que uno es socialista, debería ser una experiencia libertadora. La comparación obvia, es con los primeros protestantes. ¿Qué sensación experimentaría uno (y transcribiré extractos de la monumental obra de C. S. Lewis: Literatura Inglesa del Siglo Dieciséis) al ser protestante? "Una cosa es segura. Uno se sentía muy distinto al que era uno de ecos «puritanos», como los que 30
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encontramos en la ficción del siglo diecinueve. La señora Clennam, de la novela de Dickens, que trata de expiar su osado primitivo con una larga vida de lobreguez voluntaria, hacía precisamente lo que los primitivos protestantes le habrían prohibido hacer, porque hubiera considerado que toda la concepción de aquella expiación era papistica” "La experiencia es la de una conversión catastrófica. El hombre que he pasado por ella, se siente como aquel que ha despertado en una pesadilla y se encuentra en un éxtasis. Como un amante aceptado , tiene la sensación de no haber hecho nada para merecer tamaña asombrosa felicidad. Por así decirlo, ha hecho trampa en la cola, ha hallado una comunicación directa con Dios y se ha dada cuenta de que estar vivo es hallarse en un estado de bienaventuranza; para él no hay necesidad de jerarquías y no puede comprender porque tienen que ser nombrados intermediarios para que le interpreten la voluntad de Dios. No esta salvado porque realiza abras de amor : realiza obras de amor, realiza obras de amor porque está salvado... De esta boyante humildad, de este amor al ego con todas sus buenas resoluciones, an31
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siedad, escrúpulos y motivaciones, han surgido originalmente todas las doctrinas protestantes. Aquellas eran doctrinas "no de terror, sino del júbilo y esperanzas. Mientras los papistas ensalzaban la virginidad, los protestantes exaltaban al matrimonio. Y el doctor Lewis demuestra cuán lejos se hallaban de lo que nosotros – llamamos puritarismo. "Fueran lo que fueren, no eran agrios, sombríos o severos; ni siquiera sus enemigos le acusaron de ser eso". Thomas More les vituperó por su "liviandad de mente y vana alegría de corazón", y dijo que Lutero había conseguido muchos conversos porque "condimentaba todo el veneno con libertad". Hasta Calvino, cuya insistencia en materia de disciplina sexual era tan estricta como la de Roma, aprobó enfáticamente "el deleite y alegría en el comer y el vestir". En el protestantismo primitivo, no encontramos ninguna de las falsedades con las cuales el catolicismo trató de reconciliar a los pobres con su suerte: que la pobreza es buena para el alma, que lo que es necesario es suficiente; que el comer poco es más noble que el comer más. Como el socialismo primitivo, el nuevo credo era un credo de inesperado júbilo.
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Para devolver este espíritu de arrobamiento al socialismo, ese regocijo matinal, el teatro puede contribuir notablemente. No creo que ello pueda suceder si estamos pensando en el socialismo como movimiento nacional, porque les movimientos nacionales, son muy pecas veces joviales, como tampoco lo son los hombres solitarios, que se tornan rígidos, resentidos, xenófobos y defensivos, como el protestantismo inglés y el comunismo ruso. El socialismo debería ser una alegro afirmación internacional, una declaración conjunta de que todos somos miembros iguales de una conspiración gigantesca, destinada a imponerse a los abismos de la noche y el silencio. Por los cuales nuestro planeta gira fría y predeciblemente. No es solamente un quemar de armas, sino un encender de hogueras de fiesta. Estoy desviándome a generalidades, tal vez como reacción contra un teatro que está eternamente preocupado por lo trivial. Pero es sólo expresando y repitiendo los grandes puntos innegables, que uno puede mantener el teatro en plena conciencia de su total responsabilidad. En los últimos años ya se ha registrado una señalada reducción en el número de obras teatrales indiscutiblemente pésimas, que se 33
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han estrenado en Londres. El mayor símbolo de renacimiento, ha sido el experimento de repertorio planeado, que comenzó en la primavera de 1956 en el Royal Court Theatre de la Plaza Sloane, donde hemos asistido a representaciones de Ionesco, Girardoux, Arthur Miller y Carson McCullers, y donde -lo que es mucho más importante- se nos han presentado las primeras obras de Angus Wilson, Nigel Dennis y John 0sborne. De este manantial, el teatro inteligente está pasando al West End lentamente, claro está, como la tinta que se extiende por el papel secante, que ha pasado toda una generación en una espesa y petrificada aridez. * Hace algunos meses, intenté condensar la mayor parte de lo que sentía sobre este país en una larga irónica carta dirigida a un joven, hijo de un amigo mío, que se acercaba a la finalización de sus tres años de estudios en Oxford, donde se especializaba en literatura inglesa. Tal vez resulte pertinente aquí.
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"Querido John: "En mi carácter de hombre que ha cruzado 1a frontera armada que separa a la universidad de la vida real, siento un deseo muy humano, ahora que tú te hallas en vísperas de las finales, de descargar sobre ti un pequeño y cariñoso consejo. Lo hago porque eres estudiante de artes y, por lo tanto, puedes caer en errores que podrían demorar, quizás indefinidamente, tu entrada al mundo de la realidad y del éxito. “Para empezar, es de gran importancia que te des perfecta cuenta de tu posición. Estás incluido en el sesenta por ciento de los estudiantes que reciben ayuda financiera del Estado y tu posición, como tal, ha sido definida, intrépida e inequívocadamente, por Somerset Maugham en su mensaje de 1955; de Navidad, al Sunday Times. «Son la escoria», dijo, y puesto que el señor Maugham expresa muy rara vez cosas contenciosas o inciertas, que estén expuestas a no alcanzar amplia aceptación, opino que deberías oír su opinión. La comparten, puedo asegurarte, muchos que carecen de su don de hablar con claridad. Personalmente, creo que la palabra « escoria>
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es un poco dura, pero ya sabes que yo soy un pensador excesivamente escrupuloso. "Antes de seguir adelante, debo confesar una deficiencia:. Puedo decir que sé muy poco o nada de tu generación en la universidad. Iban pasado ocho años desde que salí de Oxford, y entonces éramos unes piratas, por lo menos mis amigos y yo: una inmodesta banda de falsos no regenerados, todos los cuales, a excepción de mí, eran ex combatientes. Eramos inválidos mortales y congénitos comedores de uñas, y nuestro caudillo era un serio necrófilo, que escribía en suaves frases trollopianas sobre la calamidad y la desesperación. Una de sus historias tiemblo al recordarlo- se refería a un timorato ermitaño que se, despertó un día y se encontró clavado dentro de un ataúd que era llevado ya al cementerio. Después, de pasar por las llamas apareció en un mundo gris de indecible terror, poblado de vacilantes «zombies». Le pareció que aquello era el infierno, hasta que un «zombie», que pasaba le dijo que era Golder Green. De cuando en cuando, rogábamos a nuestro amigo que alegrase algo; aquella ficción suya, y un día accedió: «Desde ahora», dijo, «los cadáveres bailarán». Esto sirve para ilustrarte la clase de personas que éramos. Lo único que pue36
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do decir en nuestro favor es que, en cierto modo anárquico, si me perdonás la expresión, éramos demócratas aunque dudo que muchos de nosotros, aún entonces, estuviésemos dispuestos a gritar al mundo. Lo raro es que la generación de1945-48 no maduró tan mal. Hoy es prominente en la cámara de los Comunes; escribió una comedia musical que ha sido todo un éxito en ambos lados del Atlántico; ha ejercido influencia sobre las dos clases de televisión; dejó una marca importante en el cine, y se ha dicho de ella que revivió la novela inglesa. Y hasta corrió la primera milla en menos de cuatro minutos. Pero no puedo pasar por alto a sus holgazanes, muchos de los cuales han dejado caer algunas piedritas en los charcos de Fleet Street, la calle de los diarios. “Tu caso, naturalmente, es distinto. En 1945, eran aplicables condiciones que es imnosible repetir hoy. El Día V J acababa de pasar, y el orden de preguerra no se había afirmado nuevamente todavía. Físicamente, sufríamos el obstáculo del racionamiento, pero espiritualmente, teníamos amplio espacio a nuestra disposición. La autoridad estaba demasiado ocupada, para que enfocase toda su atención sobre nosotros, y la “clase” aun no se había recuperado (como, por Dios, lo ha hecho desde 37
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entonces) de las terribles heridas que le fueron infligidas por la guerra. Todos estábamos sacándole provecho a un fenómeno pasajero y único que inundó toda Inglaterra en 1945. Tú no lo recordarás, pero en aquellos días, nosotros lo llamábamos “la inclinación de Izquierda”. (La Izquierda, era entonces lo contrario de la Derecha). Ahora bien, como tú sabes perfectamente, la moderación es lo que vale, y el período 1945 a 1950, es considerado como los cinco años perdidos de masoquismo de la clase media. "Varias personas de bastante influencia, me dijeron en 1945 que, si no hubiésemos ido a la guerra contra el país que no debíamos, los resultados de las elecciones habrían sido mucho más sensibles. Esta sensación ha ganado mucho terreno desde entonces, especialmente dentro del “Establecimiento”, y tienes que preocuparte especialmente de estudiarla.. Uno de tus guías más sólidos habrá de ser Evelyn Waugh. Consulta y memoriza ese pasaje de su novela: Officers and Gentlemen (Oficiales y Caballeros), en el cual el protagonista, que es un oficial y caballero llamado Guy Crouchback, recuerda con vehemencia el día en que se firmó el pacto entre Alemania y Rusia y “el enemigo estaba a la vista”. 38
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Pero Hitler, ¡ay!, invade Rusia y Guy se da cuenta, sin lugar a la menor duda, de que Gran Bretaña ha sido “arrastrada en forma desatinada al deshonor”. Permíteme que explique esta última frase. El deshonor al cual se refiere es el habernos aliado a Rusia en lugar de hacerlo con Alemania. Es imperioso que comprendas eso con gran claridad. La actitud de Guy Crouchback es toda ella parte de esa inclinación a la Derecha medieval y constituye un factor que deberás tener muy en cuenta. Puedes saltar y colgarte del péndulo; puedes agachar la cabeza, o puedes decidirte a no perder terreno, en cuyo caso te sorprenderá probablemente un terrible golpe detrás, de la oreja. Si arriesga esa suerte, mi consejo habrá sido vano. "Todo ello es una cuestión de actitudes. La tuya hacia tu país natal, por ejemplo, debería ser regida por un afable concepto antiguo, que tiene el aroma de todo lo mejor del medievalismo. Recientemente restaurado por el señor Waugh, se lo denomina el concepto de precedencia. “Hay una única línea”, ha escrito, “que se extiende desde Windsor a Wormwood Scrus, de individuos que están todos justa y precisamente graduados”. No pases por alto lo que supone la palabra “justa”. Subráyala bien en tu me39
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moria. Te ayudará a comprender, no solamente el significado de la justicia, sino también la idea de una jerarquía como algo que Dios ha fijada, y que tú no puedes manosear. Nunca tienes que pensar en ti mismo, como una parte orgánica de una entidad social que se está desarrollando. "Y a propósito, deseo recordarte una observación hecha hace dos años por Anthony Nutting, cuando Khushchev y Bulganin se encontraban en la India. Sus palabras textuales han perecido desde entonces en el vaciadero de desperdicios o donde quiera que van a parar los diarios viejos, para ser convertidos en pulpa, pero la imagen que empleó, fue inolvidable. B. Y K. dijo, al verse rechazados ante la puerta principal. se dirigieron a la puerta de atrás. Es decir, que la India era la entrada de las proveedores. No estoy muy seguro de cuál es la posición de los judíos en la Gran Cadena de la Existencia: muchísimos de ellos se muestran obstinadamente enemigos de las clases; pero Windsor, naturalmente, estará siempre donde está hoy y será eternamente lo que hoy es: un permanente baluarte para defender al pueblo contra las depredaciones del feudalismo.
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"Antes de aceptar el ofrecimiento de Lord Beaverbrook, creo que debes detenerte a considerar lo que significa tener un puesto en el Daily Express. Tendrás que aprender a escribir como una mujer madura, popular, excitable, que aturde fácilmente y es bastante fastidiosa. Pronto dominarás el estilo amatorio y entrecortado, pero te ruego que no olvides que ese diario es el órgano-hermano del Sunday Express, que dijo a Guy Burgess que «apreciaría profundamente» unas palabras de su pluma”, y luego las publicó al lado de un editorial que las calificaba como «la propaganda de un pervertido». En general, creo que sería aconsejarte muy bien si te dijese que trates de llegar a crítico cuanto antes. A no ser que se trate de esquizofrenia. Pero de cualquier modo vale más y es más seguro estar entre los observadores que entre los observados. Si, como habrá de suceder a menudo, no te agrada un libro, una obra teatral o una película, sin que sepas exactamente por qué, lo mejor es que la acuses de “vulgaridad o ”mal gusto”. Esos son los dos indispensables, sin el menor significado, que existen en la crítica inglesa. He conocido a escritores que murieron pobres, pero felices, al saber que jamás habían incurrido en ellos. Dile a un hombre que piensa libremente o escribe 41
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sin responsabilidad, y no le tocarás. Dile que escribe mal, y apenas sabrá lo que quiere decir. Dile que es vulgar, dile que carece de gusto, y harás algo más que herirle: le convertirás en un proscripto para toda la vida. "Y ahora tenemos que considerar cuál debe ser tu actitud hacia los extranjeros. Francia resulta fácil. Nancy Mitforci nos proporciona la respuesta, con su jubilosa postración a los pies de la. aristocracia francesa. Rusia es todavía más fácil: ¿quién podría sentir otra cosa que un triste desprecio hacia un país que no solamente ha abolido la nostalgia, sino que ha hecho imposible que el dinero «haga cría»? En lo que se refiere a los Estados Unidos, es usual una ambivalencia un poco mayor. A lo que uno debe aferrarse es que a los norteamericanos les gusta que se los insulte, y los insultos viejos siguen siendo todavía los mejores: «vulgares» y «carentes de gusto». A los norteamericanos del extranjero, uno tiene que acercárseles siempre con esas calificaciones, además de una sonrisa levemente despectiva en nuestros labios. Por ejemplo, «vulgar» es la palabra para la observación hecha por el humorista norteamericano H. Allen Smith, al ver los campos de deportes de
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Eton. «¡Y pensar»,dijo, « que aquí fue donde se perdió la batalla de Yorktown!», "Las sabiamente ordenadas reglamentaciones sobre divisas te impedirán, naturalmente, conocer a los norteamericanos en su país, como si dijéramos en su propia casa, pero creo que uno pude suponerlos, sin temor a equivocarse, más o menos iguales, por no decir peores. Debes adoptar la costumbre de cultivar un gesto orgulloso y frío para las ocasiones en que se suscita en las conversaciones el ambiente de Hollywood. ¡Cuán típica es la chillona impetuosidad (impetuoso es la palabra-clave) de las así llamadas «comedias musicales», como, por ejemplo, On the Town (Por Cuenta de la Ciudad)! ¡Y cuán patéticamente mórbida es la pasión por la autoexposición. que produce películas como On the Waterfront y Rebel Without a Cause (En la Costa, y Rebelde sin Causa)! Da gracias a Dios apasionadamente porque nuestra industria del cine ha escapado a esa contaminación. Las películas inglesas jamás se revuelcan en las cloacas del realismo, ni abusan del poder que ejercen sobre la mente de la gente sencilla. En ellas no te será posible oír una sola palabra de crítica a la policía, los servidores civiles, el gobierno, las fuerzas armadas y al sistema de educa43
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ción. Nosotros trazamos una línea límite, por lo menos. Y si quieres hacer un chiste, hasta podrías decir que Broadway no es otra cosa que un pulido receptáculo para recoger las emanaciones de personas como Clifford Odets, Lilian Hellman, Eugene O'Neill, Arthur Miller y Tennessee Williamns. Si algún día llegases a escribir una novela, no dejes de incluir un personaje norteamericano en ella. Y cuando lo hagas, permite que los diablillos de la sátira, con sus lenguas de plata, adornen tu pluma. Dale un nombre como, por ejemplo, Scab Dunz o Bum Schlum. (Jamás se me hubiese ocurrido inventar tales nombres, que pertenecen a la inimitable imaginación del señor Waugh). El nombre que Graham Greene le puso a su «Norteamericano tranquilo» es Pyle, que facilita notablemente un pequeño chiste, cuando el norteamericano le pregunta al narrador por qué no lo llama por su nombre de pila. «Prefiero no hacerlo: Pyle tiene cierta asociación de ideas» Es posible que se refiera a la palabra piles, que significa hemorroides). Este personaje es más que vulgar y carente de gusto. Es un tipo de gangster, abstemio, que erupta en violencia antes que canta un gallo. Lo ignora todo a no ser que se trate de aire acondicionado, desodorantes, interna44
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cionalismo y los demás males con que su país nos ha abrumado. Estallaría en cólera cuando oigo decir a la gente que esa obra no es una novela religiosa. Por el contrario, es intensamente religiosa. Es la obra meditada de un hombre para quien el Diablo ha adquirido un rostro -el de Norteamérica- y me produce enorme admiración el pundonor y la energía con que el autor, haciendo lo que tiene que hacer, deshace ese rostro a golpes. "Y al llegar a este punto, tengo que hacerte una advertencia. De ninguna manera deberás leer lo que se denominan las mejores revistas norteamericanas». Lo único que harán es pelar tus prejuicios. Todas ellas tienen títulos que corresponden a lugares y que las clasifican desde el primer momento como provincianas: The Hudson Review, The Kenyon Review, The New Yorker, etcétera. Todo lo que podrás encontrar en ellas, es una brillante y ciega devoción por la exactitud, lo directo y el ingenio integral, ileso. Sus colaboradores no parecen darse cuenta de que la prosa pertenece a una clase distinta a la conversación; la horrible facilidad de sus estilos, proclama: su incapacidad para comprender las artes del circunloquio educado. El New Yorker, en particular, se niega rotundamente a que se lo enseñe que la buena prosa 45
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debe tener un tono de por lo menos una octava sobre la realidad. En uno de sus números recientes, publicó un cuento original de alguien llamado J. D. Salinger, que versaba -en papel satinado y entre coloreados avisos de automóviles y heladeras eléctricas- sobre el problema del perfecto amor cristiano. ¡La vulgaridad en su máxima expresión! Y entre todo eso, ni una sola frase que los admiradores de Charles Morgan pudieran reconocer como literatura. "Si no te sientes capaz de simpatizar con cualquiera de estas idées reçues, no te queda abierto más que otro camino. Vacilo antes de mencionarlo, porque es lo más peligroso de todo. Podrías dedicarte a descubrir lo que es en realidad tu generación, y obrar de acuerdo a lo que descubras. Te asombrará y alarmará. Ve, antes que nada, a los jazz-clubs. Hasta podemos, si estás dispuesto a arriesgarte, reunirnos en uno de ellos. Primeramente te sorprenderá la total ausencia de ese frenesí orgiástico que te han enseñado a esperar de tales lugares. Observarás que las personas que bailan, aun cuando se mueven con gran rapidez, solamente se tocan con las puntas de los dedos. El sexo aparece más tarde. Cada compañero de baile mira fijamente, con rostro estático, a 46
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las nubes de humo de los cigarrillos, mientras gira vertiginosamente con su pareja. Sin embargo, todo el lugar está explícitamente vivo. Oirás decir que Londres se está convirtiendo, a pasos agigantados, en el centro del jazz en Europa, y que ese es el único arte en el cual nuestro prestigio crecerá incesantemente. Y si hablas a los «gatos» , encontrará en ellos estas cualidades: un instintivo izquierdismo, una simpatía no demostrativa hacia la anarquía, una repugnancia hacia los políticos de clase, un vívido idioma compuesto de Hollywood, ficción y dialecto local, un cortés interés por las drogas, una buena cantidad de placer promiscuo compartido, y una casi total ausencia de ebriedad. Estas personas jóvenes no pueden mirar el rostro de Macmillan sin reír, y no les es posible llegar a interesarse mucho por nuestro inalienable derecho a flagelar a los chipriotas, grandes y chicos, aunque creo que se sentirían bastante irritados si Liechtenstein fuese una colonia zarista y Rusia enviara un Gauleiter para imponerle lealtad. Todos ellos son brillantes, auténticamente tolerantes y nada agresivos. Muy pocos serían capaces de hacer, con une navaja de afeitar, otra cosa que no fuese rasurarse. Nadie podría convertirlas en
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una turba de linchamiento, porque el arte para el cual viven exclusivamente fue inventado por negros. "Lo que a ellos (y a ti y a mí también) nos falta, es un punto de reunión, político y social. No tienen clase social, o mejor dicho, pertenecen a todas las clases menos, naturalmente, la mis encumbrada. Necesitan un órgano, una plataforma, para articular sus impaciencias hacia la convención, hacia el «buen gusto, el «prestigio británico, el empleo de «emocional» como una palabra sucia. Tú podrías darles ese punto de reunión, si no te repugnan las batallas difíciles, cuesta arriba. Pero, perdóname: me estoy olvidando. Como acabas de estar en la universidad, habrás visto agriar tu sabor de libertad al leer a Arthur Koestler, el más brillante y persuasivo de los derrotistas. Te habrás sentido abrumado por su habilidad en analogía, por su mano para igualar la conducta individual con la de grupo; habrás aprendido que tienen una relación de amor-odio con Estados Unidos, que los franceses están sufriendo de amnesia colectiva en lo que se refiere a la ocupación alemana, que tu admiración de tiempo de guerra hacia el cigarro de Sir Winston era un fetichismo, que tus simpatías izquierdistas tienen su origen en «una rebelión adolescente contra los padres». Qui48
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zás hayas llegado a la conclusión de que el deseo de solucionar las desigualdades sociales es, de por sí, una neurosis; y que el ansia de libertad no es más que un traumatismo de nacimiento. El momento de leer a Koestler es después que uno ha sido derrotado, no antes. Leerlo antes es garantizar el fracaso. No conseguirás inspirar a mi generación, o a la tuya, gritando, con él, que «cuando mucho, podemos esperar la suspensión de la sentencia». A1 diablo con eso. Nosotros no nos conformaremos con una sentencia de cadena perpetua: queremos una absolución total. "Y la queremos, no solamente para nosotros, para nuestro bloque económico, o para nuestros aliados: la queremos para todo nuestro mundo. ¿Hablo en tu nombre cuando pido una sociedad en la cual la gente le da más importancia a lo que has aprendido que al lugar donde lo aprendiste; en la que la gente que piensa y la gente que trabaja puedan compartir asunciones comunes y discutirlas en el mismo idioma; en la cual el arte una, en lugar de separar a las personas; en la que la gente tenga la sensación, como en ese nuevo cuento de Salinger, que toda mujer gorda sobre la tierra es Jesucristo; y en la cual a todos aquellos que llevan en alto la an49
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torcha de la libertad no se les obligue a correr con ella al polvorín de municiones? ¿Ansías tú esas cosas? "Tal vez no. En cuyo caso, tengo que firmarme como tu implacable enemigo. K. T.” Jamás envié la carta al correo, porque me dijeron que el muchacho había firmado un largo contrato con una agencia de publicidad. Y no valía la pena depresionarlo.
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