T E S O R O D E H A B A S Y F L O R D E G U I S A N T E ( C U E N T O D E H A D A S ) C A R L O S
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T E S O R O D E H A B A S Y F L O R D E G U I S A N T E ( C U E N T O D E H A D A S ) C A R L O S
N O D I E R
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TESORO DE HABAS Y FLOR DE GUISANTE
Todo lo que la vida tiene de positivo es malo; Todo lo que tiene de bueno es imaginario. BRUSCAMBILLE Erase un pobre hombre y una pobre mujer, ambos muy viejos, que no habían tenido nunca hijos, lo cual les apenaba profundamente, pensando que al cabo de pocos años no podrían cultivar sus habas y venderlas en el mercado. Cierto día que estaban escardando su campo (esto, y una pequeña choza era todo lo que poseían, y ojalá poseyera yo otro tanto), cierto día, digo, que estaban escardando su campo para limpiarlo de malas hierbas, la vieja descubrió, en un rincón una canastilla muy bien puesta, que contenía un hermoso niño de ocho a diez meses, a juzgar por su aspecto, pero con más entendimiento que un 3
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chiquillo de diez años, y destetado ya. De manera que no le hizo ascos a las habas cocidas que le dieron, al contrario, se las llevó a la boca con una gracia encantadora. Cuando el viejo corrió desde el opuesto extremo del campo, atraído por las exclamaciones de su mujer, y vio el precioso niño que Dios les enviaba, los dos ancianos se miraron con aire de estupor y llorando de alegría, y enseguida decidieron volver a su choza, temerosos de que el relente pudiera hacer daño a la criaturita. Una vez que estuvieron sentados junto a la chimenea, experimentaron otra alegría inefable, al ver que el niño tendía hacia ellos sus bracitos con una gracia encantadora y los llamaba papá y mamá como si en su vida no hubiera conocido otros padres. El viejo se lo puso sobre las rodillas y le hizo saltar suavemente, como señorita que pasea a caballo, dirigiéndole frases cariñosas, a las que el niño contestaba a su manera, sosteniendo con el anciano una agradable conversación. Entretanto la vieja encandilaba el fuego con vainas de habas secas, cuya llama iluminó toda la pieza, a fin de calentar el cuerpecito del niño y 4
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prepararle un excelente guisado de habas, al que añadió una cucharada de miel que hizo delicioso aquel alimento. Después le acostó, sin quitarle sus ricas mantillas, con las que estaba precioso, en el mejor colchón de paja de habas que había en la choza, pues los pobres viejos no usaban colchones de pluma ni de lana. El niño se quedó muy pronto dormido. Entonces, el viejo dijo a su mujer: -Una cosa me preocupa, y es saber cómo llamaremos a ese lindo niño, pues no conocemos a sus padres ni sabemos de dónde ha venido. La vieja, que tenía bastante ingenio, aunque no era más que una pobre campesina, le respondió sin vacilar: -Le llamaremos Tesoro de Habas, puesto que en nuestro campo de habas le hemos encontrado, y es un verdadero tesoro de consuelos y dicha para nuestra vejez. El viejo reconoció que no se le podía dar un nombre más apropiado. No me detendré a referir minuciosamente cómo pasaron los días y los años siguientes, porque resultaría demasiado larga esta historia; baste decir que los viejos envejecían cada día más, mientras 5
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Tesoro de Habas hacíase a ojos vistas más fuerte y hermoso. No quiere, esto decir que se hiciera grande, pues no medía más de diez pies, y no pasaba de seis años, de manera que cuando trabajaba en su campo de habas, por el que tenía mucha afición, apenas se le habría visto desde el camino; mas era tan bien proporcionado, de aspecto y modales tan graciosos, tan dulce y resuelto a la vez en el hablar, y estaba tan elegante con su Capote azul celeste, su faja encarnada y su gorrita dominguera adornada con un ramito de flores de habas que era imposible no admirarlo como un prodigio de la naturaleza, y muchos creían que era un genio o un hada. Y preciso es confesar que estas suposiciones del pueblo no carecían de fundamento. De pronto, la cabaña y su campo de habas, donde una vaca apenas hubiera podido pacer algunos años atrás, convirtiéronse en uno de los mejores dominios de la comarca, como por arte de magia. Ver que las plantas de habas crecen, florecen y granan, nada tiene de extraordinario; pero ver un campo de habas que se ensancha, sin que se haya adquirido ni quitado un palmo de terreño al vecino, eso sí tiene algo que escapa al humano 6
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entendimiento. Y sin embargo, el campo de habas de los viejos se ensañeliaba enormemente por sus cuatro costados; y los vecinos no hacían más que medir y contar, y el resultado era siempre el mismo: aquel campo hacíase más grande cada día, por lo que, naturalmente, llegaron a creer que toda la comarca crecía en extensión. Por otra parte, la cosecha de habas era tan abundante, que la choza, de no haber sido notablemente agrandada, no habría podido contenerla; y, sin embargo, había escasez de habas en cinco leguas a la redonda, lo cual aumentaba considerablemente su poderío, por ser el plato favorito de muchos reyes y señores. En medio de esta abundancia, Tesoro de Habas lo hacía todo: araba, sembraba, escardaba, recolectaba, desgranaba y tenía esmeradamente cuidados los setos y los sotos; y aun le quedaba tiempo para entenderse con los compradores y arreglar las cuentas, pues sabía leer, escribir y hacer números, sin que nadie le hubiese enseñado; era un verdadero prodigio. Una noche que Tesoro de Habas dormía, el viejo dijo a la vieja:
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-Tesoro de Habas ha sido una bendición para nosotros, pues sin hacer nada vivimos en la abundancia y nuestra vejez no puede ser más dichosa. Dejándole por heredero de todo lo que poseemos, no haríamos más que devolverle lo suyo; por lo tanto, seríamos muy ingratos si no procurásemos dar a ese niño una carrera, o algo que le ponga sobre el nivel de los vendedores de habas. Es una lástima que sea tan demasiadamente modesto para obtener un título en las universidades y demasiado pequeño para ser general. -¡Vaya una dificultad! -exclamó la vieja-. Con aprender el nombre en latín de cinco o seis enfermedades, lo tendremos hecho médico de golpe y porrazo. -Para abogado -observó el viejo-, temo que no tenga suficiente malicia y talento para desembrollar un proceso. -Se me ocurre una idea -repuso la anciana-: que se case con Flor de Guisante cuando tenga edad para ello. -¡Con Flor de Guisante! -exclamó el viejo meneando la cabeza-; es demasiado alta princesa para casarse con un pobre niño abandonado y que no posee más que una cabaña y un campo de habas. 8
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Flor de Guisante, querida, es un buen partido para un subprefecto, para un procurador del rey y aun para el propio rey, si se quedase viudo. Estamos hablando de cosas serias, y parece que la echas a broma. -Tesoro de Habas vale más que nosotros dos juntos -replicó la vieja- después de una breve pausa-. Este es un asunto que sólo concierne a él, y no debemos hacer nada sin consultarle antes. Y dicho esto los dos viejos se durmieron profundamente. Al romper el día, Tesoro de Habas saltó de su cama para ir, como de costumbre, a cultivar el campo, y se quedó sorprendido de ver su traje de los días de fiesta en lugar del que se había quitado al acostarse. -Sin embargo -dijo-, hoy es día laborable, si no miente el calendario... Sin duda mi madre quiere celebrar la fiesta de algún santo, y por eso me ha preparado durante la noche mi capote nuevo y mi sombrerito dominguero. Sea lo que fuere, me los pondré, pues no quiero contrariarla en nada; las horas que hoy pierda las recuperaré durante la semana levantándome más temprano y dejando el trabajo más tarde. 9
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-Tesoro de Habas se atavió con la mayor elegancia posible, después de haber rezado por la salud de sus padres y la prosperidad de la hacienda. Cuando se disponía a salir, a fin de dar un vistazo a los sotos antes que los viejos se levantaran, tropezó en la puerta con la anciana, la cual llevaba en las manos un plato humeante que colocó sobre la mesa. -Come, hijo mío -le dijo, entregándole una cuchara de madera-; cómete este pisto de miel con unos granitos de anís que tanto te gustaba cuando eras pequeñito, pues tienes que salir y andar mucho camino. -Está bien -repuso Tesoro de Habas, mirando a su madre con aire, de estupor-; pero, ¿adónde me mandáis? La vieja se sentó a su lado en un banquillo, y cruzando las manos sobre las rodillas dijo, muy risueña: -¡A correr mundo, hijo mío, a correr mundo! Hasta hoy, mi querido Tesoro, no has visto más que a nosotros y a los pocos compradores de habas que han venido a hacer provisiones; y como estás llamado a ser un gran señor, si el precio de las habas se mantiene y las cosechas no se pierden, es preciso 10
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que te hagas de algunas relaciones en la buena sociedad. A unos tres cuartos de legua de aquí existe una gran ciudad, donde a cada paso encontrarás señores vestidos de oro y damas con trajes de plata y adornadas con flores. Con tu cara de ángel y tu gracioso porte serás la admiración de todos y, o mucho me engaño, o encuentras hoy mismo una profesión honrosa con la que ganarás mucho dinero con poco trabajo, en la corte o en las oficinas del reino. Come, pues, niño mío, que este pisto de miel con unos granitos de anís sostendrá tus fuerzas. Como tú conoces mejor el valor de las habas que el de las monedas -prosiguió la vieja-, llevarás al mercado seis cuartillos de habas bien medidos. No quiero darte más para que no vayas demasiado cargado; las habas son tan buscadas en estos tiempos y se pagan a precios tan altos, que te verás apuradillo para llevar el importe de esos seis cuartillos, si te lo dan en oro. Tu padre y yo hemos convenido en que podrás emplear la mitad del dinero que recibas en divertirte honestamente, como conviene a tu edad, y en comprar algunas joyas, como un reloj de plata, una sortija con rubíes o esmeraldas, boliches de marfil o trompos de Nuremberg. La otra mitad deberás 11
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ingresarla en la caja. Marcha, pues, mi querido Tesoro, ya que te has comido el pisto, y procura no entretenerte cazando mariposas, porque nos moriríamos de pena si no volvieras antes de la noche. Sigue los caminos trillados, y ten cuidado con los lobos. -Os obedeceré madre mía -dijo Tesoro de Habas abrazando a la vieja-, aunque me hubiera gustado más pasar el día cultivando el campo. En cuanto a los lobos, no les temo llevando mi escardillo. Así diciendo tomó su escardillo con fiero ademán y se lo puso a la cintura. -¡Que vuelvas temprano! -le gritó la vieja, que le seguía con la vista llorando. Tesoro de Habas caminaba, caminaba a grandes zancadas, como puede darlas un hombre que mide diez pies mirando a derecha e izquierda y admirándose de todo lo que encontraba en su camino, pues jamás había sospechado siquiera que la tierra fuera tan grande y encerrase tantas curiosidades. Cuando había andado ya por espacio de una hora, a juzgar por la altura del sol y comenzara a extrañarse de no ver todavía la ciudad adonde se dirigía, oyó una voz que gritaba: 12
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-¡Bu, bu,, bu, bu, bu! Deteneos, señor Tesoro de Habas, os lo ruego. -¿Quien me llama? -dijo Tesoro de Habas echando mano a su almocafre. -Por favor, deteneos, señor Tesoro de Habas. Bu, bu, bu, bu, bu; soy yo quien os habla. ¿De véras? -repuso Tesoro de Habas levantando la vista a la copa de un pino viejo y medio seco, donde un búho mecíase en una de las ramas que agitaba el viento-. ¿Y qué tienes que decirme, lindo pájaro? -No me sorprende que no me conozcáis -repuso el búho-; pues siempre os he servido sin darme a conocer a vos, como debe hacer todo búho modesto, honrado y desinteresado. Sin que vos lo supierais, destruía yo los pícaros ratones que se hubieran comido, cada año la mitad de vuestra cosecha, y por ese campo con el que podríais comprar un bonito reino. En cuanto a mí, víctima infeliz y desinteresada, de la lealtad, no me queda ni un raquítico ratoncillo para aplacar el hambre, y la vista se me ha debilitado de tal modo en vuestro servicio, que apenas puedo dar un vuelo sin tropezar, aun de noche. Os he llamado, pues, generoso Tesoro de Habas, para suplicaros que me deis uno de los cuartillos de habas que lleváis, con el 13
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cual iría sobrellevando esta pobre vida, hasta que llegase a su mayor edad mi primogénito, que os servirá con la misma fidelidad que yo. -Aqui lo tienes -repuso Tesoro de Habas, dejando en el suelo uno de los tres cuartillos de habas que le pertenecían-. Tengo mucho gusto en pagar esa deuda de gratitud. El búho bajó de la rama, asió con las garras y el pico el regalo y volvió a subir velozmente a la copa del árbol. Oh, qué pronto te vas -exclamó Tesoro de Habas-. ¿Podrías decirme si está todavía muy lejos el mundo adonde mi madre me envía? -Ya habéis entrado en él-, contestó el búho, y fue a posarse en otro árbol. Tesoro de Habas continuó su camino, aligerado de peso, por haber dejado un cuartillo de habas al búho, seguro de que no tardaría en llegar; pero no había dado más allá de cien pasos, cuando de nuevo oyó que le llamaban. -¡Bee... bee... beee...! Deteneos, señor Tesoro de Habas, os lo ruego. -Me parece que conozco esa voz dijo Tesoro de Habas volviéndose-. ¡Ah, sí! es esa pícara cabra montaraz que rondaba siempre en torno de mi
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campo para arrebañar con un buen pienso. ¿Qué me quiere la señora morodeadora? -¡Oh señor Tesoro de Habas! ¿por qué me llamáis merodeadora? Vuestros setos son demasiado frondosos, y vuestros fosos demasiado profundos y vuestros sotos demasiado espesos para mí. Todo lo que yo podía hacer en vuestra hacienda era ramonear las hojas que salían por entre el zarzo, y esto, a la verdad, no puede llamarse daño, sino lo contrario, pues como dice el proverbio: El diente del carnero destruye y el de la cabra trae la abundancia. -Está bien -repuso Tesoro de Habas-; y si algún mal te he deseado, que caiga sobre mí. Pero, dime, ¿por qué me has detenido y qué quieres de mí? -¡Ah! -respondió la cabra, llorando amargamente-. Bee, bee, beee... Os he llamado para deciros que un maldito se ha comido a mi esposo, y mis hijos y yo estamos en la mayor miseria desde que nos falta su apoyo, y moriremos de hambre si no nos ayudáis. Os suplico, pues, noble Tesoro de Habas, que nos hagáis la caridad de dejarnos uno de los cinco cuartillos de habas que lleváis, con lo cual tendremos suficiente hasta que nuestros parientes nos envíen algún socorro. 15
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-Toma -repuso Tesoro de Habas, dejando en el suelo uno de los cuartillos de habas que le pertenecían-; tengo mucho gusto en hacer esta obra de caridad y de misericordia. La cabra tomó entre sus dientes el regalo y echó a correr. -¡Oh!, qué pronto te vas -exclamó Tesoro de Habas-. ¿Podrías decirme si está todavía muy lejos el mundo adonde mi madre me envía? -Ya estás en él -contestó la cabra, y desapareció entre la maleza. Tesoro de Habas continuó su camino aligerado del peso de los dos cuartillos de habas que había regalado y buscaba las murallas de la ciudad adonde se dirigía, cuando oyó un ruido a sus espaldas y sospechando que alguien le seguía de cerca, echó mano de su almocafre y se volvió bruscamente, dispuesto a defenderse. Y esto le valió, pues el compañero qué cautelosamente le escoltaba era nada menos que un viejo lobo de aspecto nada recomendable. -¡Hola, mala bestia! -exclamó Tesoro de Habas-. ¿Querías regalarte con mi carne en tu cena? Afortunadamente los dientes de mi almocafre valen más que los tuyos y son más fuertes; con que, 16
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amiguito, echa por otra lado, pues lo que es hoy no me cenarás. Ea, largo de aquí más que de prisa, si no quieres, desdichado, que tome terrible venganza en ti de la muerte del macho cabrío que era marido de la cabra y padre de los cabritos que he encontrado en la mayor miseria. Deberia hacerlo y lo haría seguramente, si no me contuviera el horror que me inspira la sangre, aunque sea de lobo. De todos modos, ándate con mucho cuidado. El lobo, que habíale escuchado con la cabeza inclinada con humildad, prorrumpió en lastimeras exclamaciones y levantó los ojos al cielo, como si quisiera ponerlo por testigo. -¡Poder divino que me habéis dado la apariencia de lobo! -exclamó-. Vos sabéis que no he albergado jamás en mi corazón tan malvadas inclinaciones. Sois muy dueño -añadió, bajando de nuevo respetuosamente la cabeza delante de Tesoro de Habas -sois muy dueño señor, de disponer de esta mi triste vida, que pongo en vuestras manos sin dolor y sin remordimiento. Pereceré gustoso, si queréis castigar en mí los crímenes horrorosos de mi familia, pues siempre os he querido y respetado, desde que me proporcionaba el inocente placer de acariciaros en vuestra cuna, cuando vuestra madre 17
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estaba ausente. Teníais una carita tan linda, erais tan precioso y delicado, que desde el primer momento adiviné que llegaríais a ser un príncipe poderoso y magnánimo, como lo sois en efecto. Sólo os ruego que antes de condenarme, creáis en la sinceridad con que os digo que no he,sido yo el asesino de ese pobre macho cabrío que ha dejado en la miseria a su esposa y a sus huérfanos. Educado en los principios de la abstinencia y la moderación de los que no me he apartado en toda mi vida de lobo, me he impuesto la misión de difundir las sanas doctrinas de la moral entre las tribus lupinas a que pertenezco, y guiarlas gradualmente, con la enseñanza y el ejemplo, a la práctica de un régimen frugal, que es el colmo de la perfección de los lobos. Más aún, el esposo de esa cabra era amigo mío y nos veíamos con frecuencia; yo quería aprovecharme de sus buenas disposiciones y su talento natural para aprender. Una desgraciada riña motivada por una tontería (ya sabéis cuán quisquillosas son las cabras), ocasionó su muerte durante mi ausencia, y os aseguro que nunca me podré consolar de su pérdida. Y el lobo se puso a llorar con tanto desconsuelo como la cabra viuda.
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-Sin embargo, me seguías -replicó Tesoro de Habas, sin dejar de empuñar su almocafre. -Es cierto, señor- repuso el lobo con acento meloso-; os seguía con la esperanza de que os interesaríais por mis proyectos benéficos y altamente filosóficos, cuando os hubiese podido hablar en un paraje más a propósito para sostener semejante, conversación. ¡Ah! -me dije-, el señor Tesoro de Habas, que goza de tan merecida reputación en toda la comarca por sus nobles sentimientos, contribuirá gustoso a la realización de mis planes de reformas si los conociera, y quise aprovechar la ocasión. Os garantizo que si me dejarais uno de los cuartillos de habas que lleváis, daría a los lobos, lobas y lobeznos un banquete tan exquisito, que renunciarían para siempre a comer carne, y aficionados al grano, se salvarían de sus colmillos innumerables generaciones de machos cabríos, de cabras y de cabritos. -Es el último cuartillo que me queda -pensó Tesoro de Habas-; pero, ¿qué haría, yo con los boliches de marfil y los trompos de Nuremberg? ¿ No es mejor sacrificar un capricho de niño a una acción buena y útil? Y agregó en voz alta: 19
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-Ahí tienes el cuartillo de habas. Dejó, en el suelo el último de los tres cuartillos que su madre le había regalado, pero siguió empuñando el almocafre. -Es todo lo que me queda de mi fortuna -añadió-; pero no me pesa desprenderme de eso, y te agradeceré amigo lobo, que me prometas hacer el buen uso que me has indicado. El lobo tomó con sus dientes el regalo y echó a correr hacia su guarida. -¡Con qué prisa te vas! -exclamó. Tesoro de Habas-. ¿Podrías decirme si está todavía muy lejos el mundo adonde mi madre me envía? -Hace ya mucho rato que estás en él -respondió el lobo riendo siniestramente-; y aquí estarás mil años sin ver más que lo que has visto. Tesoro de Habas continuó su camino, aligerado del peso de los tres cuartillos de habas que había regalado, y buscando con la mirada las murallas de la ciudad que no veía por ninguna parte. Y comenzaba a dejarse vencer por el cansancio y el desaliento, cuando, unos gritos que salían de un pequeño y apartado sendero llamaron su atención, y se encaminó hacia aquel sitio.
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-¿Quién es y en qué puedo servir al que pide socorro? -Preguntó, teniendo el almocafre en la mano-. Hablad, pues aquí no veo a nadie. -Soy yo, señor Tesoro de Habas; soy yo, es decir, Flor de Guisante -respondió una voz dulcísima-, y os ruego que me saquéis del apuro en que me hallo. Con un poco de buena voluntad lo conseguiréis con poco trabajo y sin peligro. -No me asustan el trabajo ni los peligros, señora -repuso Tesoro de Habas. -Podéis disponer de mí y de cuanto poseo, -excepto de los tres cuartillos de habas que llevo, porque pertenecen a mis padres. Traía otros tres, pero he dado uno a un venerable búho, otro a un honrado lobo, que sabía pedir mejor que un ermitaño, y el tercero, a la más linda de las cabras montaraces. No puedo, por consiguiente; ofreceros ni una haba siquiera. -¡Qué chistoso! -exclamó Flor de Guisante con acento de enfado e ironía-. ¿A qué viene hablar de habas? A Dios gracias, no las necesito ni sabría qué hacer de ellas. El favor que os pido es que apretéis con un dedo el botón de mi carretela para que se levante la capota, bajo la cual me estoy ahogando. -Lo haré con mucho gusto, señora, si os dignáis decirme dónde está vuestra carretela, pues aquí no 21
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veo ni sombra de vehículo, y creo que este sendero no es el más a propósito para recorrerlo en carruaje. Sin embargo os oigo tan cerca de mi que no sé qué pensar. -¡Cómo! -exclamó riendo Flor de Guisante-. ¿No veis mi carretela? Tened cuidado de no aplastarla -yendo de un lado para otro. La tenéis delante, amable Tesoro de Habas, y es fácil distinguirla por su aspecto elegante, como la vaina de un garbanzo. -¿Como la vaina de un garbanzo? -repitió Tesoro de Habas agachándose-. A fe mía que si no hubiera visto nada más que eso, habría continuado mi camino. Una sola ojeada le bastó para descubrir que se trataba de la vaina de un garbanzo muy gordo, más redondo que una naranja y más amarillo que un limón, montada sobre cuatro ruedecitas de oro y provista de una linda capota formada con la cáscara de un guisante, verde y reluciente como el charol. Apresuróse a oprimir el botón y la capota se levantó rápidamente. Flor de Guisante, con un gracioso salto, se puso delante de su salvador.
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Tesoro de Habas se quedó arrobado, ante aquella maravillosa visión. Tenía Flor de Guisante la carita más linda que un pintor pudiera imaginar: ojos rasgados de forma de almendra, morados como la remolacha y de mirar tan penetrante como leznas, y una boquita pequeñísima y encantadora, que al entreabrirse dejaba ver doble hilera de dientecillos blancos como el alabastro y reluciente como el esmalte. El vestido corto y ahuecado, con matices rosados como la flor del guisante, llegábale apenas a las rodillas, dejando al descubierto unas piernecitas torneadas, calzadas con unas medias de seda tan tirantes que se hubiera dicho habían empleado un cabestrante para ponérselas, y unos, pies tan diminutos que no se podían mirar sin envidiar al afortunado zapatero que con su propia mano tomara la medida para aprisionarlos en botitas de satén. -¿De qué te asombras? -preguntó Flor de Guisante. Esto demuestra, dicho sea entre paréntesis, que Tesoro de Habas tenía en aquel momento todo el aspecto de un alelado. Tesoro de Habas se ruborizó; pero reponiéndose en seguida repuso: 23
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-Me asombro de que una princesa tan bella y que poco más o menos tiene mi estatura, quepa dentro de la vaina de un garbanzo. -No te burles de mi carretela, Tesoro de Habas -respondió, Flor de Guisante-; viajo muy cómodamente en ella cuando está abierta, y sólo por casualidad no me han acompañado mi gran escudero, mi limosnero, mi mayordomo, mi secretario y dos o tres damas de mi corte. A veces me gusta pasear sola, y a ese capricho debo el contratiempo que he tenido. No sé si os habéis encontrado alguna vez con el rey de los grillos, a quien se conoce fácilmente por su manto negro y pulido, como el de Arlequín, sus cuernos derechos y movibles y por la desagradable sinfonía con que suele acampañar sus frases más insignificantes. El rey de los grillos se dignó enamorarse de mí, y sabía que hoy termina mi menor edad y que según la costumbre entre las princesas de mi clase, debo casarme al cumplir los diez años de edad. Sin duda salió hoy a mi encuentro para declararme su amor, conforme a la práctica establecida; pero yo le interrumpí diciéndole que me dejara en paz y no me molestase con su charla.
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-¡Oh, qué dicha! -exclamó Tesoro de Habas-. ¡De manera que no os casaréis con el rey de los grillos? -No, no me casaré con él -respondió Flor de Guisante-. Pero oíd lo que ha sucedido. Apenas le había manifestado mi inquebrantable resolución, el odioso Cri-Cri (que así se llama ese monarca) se precipitó sobre mi carretela, como si quisiera destrozarla, y cerró brutalmente la capota. ¡Cásate, ridícula, impertinente y presumida muñeca -me dijo-; cásate... si tu novio viene a sacarte de este coche! Por mi parte, renuncio a tu reino, que no vale para mí un comino, y a tu mano que aprecio tanto como un garbanzo. -Si pudierais decirme dónde se ha escondido el rey de los grillos -exclamó indignado Tesoro de Habas-, os aseguro, princesa, que le haré salir con mi almocafre y os lo entregaré atado de pies y manos. Sin embargo, comprendo su desesperación -añadió-, pasándose una mano por la frente-. ¿Me permitís, linda princesa que os acompañe hasta vuestros Estados, para poneros a cubierto de sus asechanzas? -Aceptaría gustosa vuestros ofrecimientos, generoso Tesoro de Habas, si estuviera lejos de mi frontera; pero ved ahí un campo de guisantes en 25
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flor, donde cuento con muchos individuos fieles y adonde no pueda acercarse mi enemigo. Así diciendo, golpeó el suelo con el pie y quedó rodeada de plantas de guisantes que se inclinaron respetuosamente delante de ella e irguiéronse después, cubriéndole los cabellos con los filamentos de sus flores perfumadas. Mientras Tesoro de Habas la contemplaba arrobado (y a buen seguro que a mí me hubiera sucedido lo mismo), ella le dirigió una mirada insinuante acompañada de una sonrisa tan seductora, que Tesoro de Habas hubiera querido morir en aquel momento dichoso y tal vez hubiera muerto realmente si Flor de Guisante no hubiese adivinado lo que pasaba en su corazón. -Os he entretenido demasiado -le dijo-, y en nuestros días el negocio de las habas es de los más importantes; pero con mi carretela, mejor dicho, con la vuestra, podréis recuperar el tiempo perdido. Espero que no me haréis un desaire y aceptaréis esa insignificante muestra de mi gratitud. En los graneros del castillo tengo millones de carretelas como esa, y cuando quiero una, tomo un puñado, escojo la que más me gusta y tiro las demás. -Aceptar un favor de Vuestra Alteza sería para mí una dicha 26
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-respondió Tesoro de Habas-; pero reparad, os lo ruego, que voy cargado de mercancía, y que en vuestra carretela no podría colocar ni medio cuartillo de habas, y son tres los que llevo. -Haced la prueba -dijo Flor de Guisante riendo y balanceando sus flores-; haced la prueba y no os asombréis de todo como un chiquillo que no ha visto nada. Tesoro de Habas hizo la prueba, y comprobó que en efecto, la carretela podía contener treinta veces más la carga que él llevaba. Esto le mortificó. -Estoy dispuesto a marchar señora -dijo, sentándose en un mullido cojín tan ancho que se hubiera podido tender en él de haberlo querido. No debo aumentar con mi tardanza la pena que sintieron mis padres en el momento de nuestra primera separación; sólo espero, pues, que venga vuestro cochero, que sin duda huyó cobardemente asustado del ataque del rey de los grillos, y traiga las varas del carruaje y los caballos. Entonces me marcharé con la alegría inmensa de haberos conocido, y la pena infinita de no tener la esperanza de volver a veros.
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-¡Bah! -exclamó Flor de Guisante, desentendiéndose de las últimas palabras de Tesoro de Habas. Mi carretela no necesita cochero, ni lanza, ni caballos; la mueve el vapor y en menos dio una hora recorre cincuenta leguas. Puedes volver a tu casa cuando quieras. Fíjate bien en el ademán que haré y en la palabra que proferiré para ponerla en marcha. La maleta contiene diferentes objetos que pueden serte útiles en el viaje, y que te pertenecen como todo lo demás. Abriéndola como si fuera la vaina de un guisante, hallarás dentro tres cofrecitos de la forma y tamaño de un guisante suspendido cada uno de un hilo muy fino que los mantiene sujetos, como los guisantes a su cáscara, de manera que no pueden entrechocarse con los traqueteos de la carretela, es una obra realmente maravillosa. Cederán a la presión de tu dedo, como el fuelle de mi carretela, y no tendrás que hacer más que sembrar su contenido en un agujerito que abrirás con la punta de tu almocáfre, para verbrotar enseguida todo lo que desees. ¿Parece milagroso, verdad? Pero ten presente que, agotado el tercero, nada más podré ofrecerte, porque sólo me quedan tres guisantes verdes como a ti tres cuartillos de habas, y nadie en el mundo puede dar lo que no 28
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tiene. ¿Estás dispuesto a ponerte en camino inmediatamente? Tesoro de Habas hizo una señal afirmativa, pues no tenía alientos para hablar, y Flor de Guisante, haciendo chasquear el pulgar de su mano derecha contra el dedo de en medio exclamó: -¡En marcha garbanzo! Y el garbanzo estaba ya a más de quinientos kilómetros del campo florido de la princesa Flor de Guisante, y, Tesoro de Habas seguía buscándola con la vista. -¡Ay de, mi! -gimió. Sería rebajar la velocidad del garbanzo decir que recorría el espacio con la rapidez de una bala de fusil. Los bosques, las ciudades, las montañas desfilaban infinitamente más de prisa que las sombras chinescas de Serafín bajo la varita mágica del famoso prestidigitador. Ratamago. Los más lejanos horizontes no acababan de dibujarse cuando el garbanzo los atravesaba y Tesoro de Habas se esforzaba en vano por verlos a sus espaldas: miraba enseguida hacia atrás, pero ya habían desaparecido. En fin, había tomado muchas veces la delantera al sol y muchas veces habíale el sol alcanzado para 29
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quedarse de nuevo rezagado en bruscas alternativas de días y de noches, cuando Tesoro de Habas se convenció de que estaba muy lejos de la ciudad adonde debió dirigirse para vender en el mercado los tres cuartillos de habas que llevaba. -El resorte de este vehículo es bastante curioso -pensó-. Partió como una flecha la dichosa carretela antes que Flor de Guisante le dijese dónde tenía que parar, y no sería extraño que este viaje durase siglos y más siglos. La linda princesa, que desapareció como por ensalmo, me explicó la manera de poner en marcha esta maldita carretela, pero no el modo de pararla.. Tesoro de Habas recurrió a todas las interjecciones mal sonantes que altamente escandalizado, había oído de los labios blasfemos de todos los carreteros y arrieros, gente mal educada y peor hablados, pero en vano: la carretela seguía corriendo cada vez con más velocidad; y mientras 61 rebuscaba en su memoria, para variar sus apóstrofes, los eufemismos que la retórica no podría enseñar, la señora carretela cruza-, ba latitudes y reinos y más reinos. . -¡Que el diablo te lleve, maldita carretela !-exclamó Tesoro de Habas. ,Y el diablo, obediente, 30
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llevó la carretela de los trópicos a los polos y de los polos a los trópicos y la paseó por todos los círculos de la esfera, sin que le importaran los cambios bruscos de temperatura, tan perjudiciales para la, Balud. Y seguramente habría muerto abrasado o helado de frío si Tesoro de Habas no hubiera poseído un talento admirable. -¡Que no haya caído antes en ello! -se dijo para su coleto. Si Flor dé Guisante sólo,tuvo que decir: ¡En marcha, garbanzo! ,para que la carretela paratiese con la velocidad del rayo, es lógico que se parará diciendo todo lo contrario. Y haciendo chasquear el pulgar de su mano derecha contra el dedo de en medio según había visto hacer a Flor de Guisante, gritó: -¡Para garbanzo! El garbanzo se paró en seco y quedó más inmóvil que si lo hubieran clavado en el suelo. Tesoro de Habas bajó del carruaje, lo recogió con mucho cuidado y se lo guardó en la bolsita de cuero que llevaba colgada de la cintura para las muestras de habas; pero antes sacó la maleta. Los viajeros no han descrito el lugar donde paró la carretela de Tesoro de Habas. Bruce supone que
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estaba situado a orillas del Nilo; Douville cree que pertenece al Congo y Caillé a Tombuctu. Era una planicie árida, tan rocosa y salvaje que no se hubiera encontrado un brezo en que guarecerse, ni un poco de musgo en que apoyar la cabeza, ni una planta nutritiva o refrescante para calmar el hambre o apagar la sed. Pero esto no preocupaba a Tesoro de Habas. Oprimió con un dedo el resorte de la maleta, y sacó uno de los tres cofrecitos de que le había hablado Flor de Guisante. Abrióse el cofrecito levantándose la tapa como la capota de la carretela, y Tesoro de Habas sembró su contenido en un hoyito hecho con su almocafre. -Venga lo que venga -dijo-, lo cierto es que yo necesito una tienda para pasar en ella la noche, aunque sólo estuviera formada con una planta de guisante, algún alimento, aunque no fuese más que un puré de guisantes con miel; y una cama para acostarme, aunque sólo fuese una pluma de colibrí; pues no quisiera presentarme a mis padres muerto de hambre, de cansancio y de sueño. No había acabado Tesoro de Habas de pronunciar estas palabras, cuando vio surgir de la arena una espléndida tienda en forma de planta de 32
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guisante, que se ensanchaba apoyada de trecho en trecho en barras de oro, adornada con preciosas flores de guisantes, y dibujando arcos de cuyas claves pendían arañas de cristal puro y provistas de innumerables bujías perfumadas, cuyo resplandor habría ofuscado a un águila de siete años que las mirara desde una legua de distancia. A los pies de Tesoro de Habas extendíase una alfombra de hojas de guisantes, exornada con multitud de flores matizadas con todos los colores del arco iris, maravillosamente combinados, y sobre la magnífica alfombra apareció una mesita que parecía próxima a romperse bajo el peso de los dulces y confituras de uvas de Corinto, negras como el azabache de los alfónsigos, de las grajeas de culantro y de las ananas que rodeaban una fuente de porcelana llena de dulce puré de guisantes. En medio de tantos esplendores, Tesoro de Habas descubrió el lecho que había deseado, es decir, la pluma de colibrí, que brillaba en un rincón como rubí desprendido de la corona del Gran Mogol, y tan pequeña que la hubiera podido tapar con un grano de mijo. Tesoro de Habas se dijo que semejante cama no respondía a la magnificencia de la tienda; pero a medida que la miraba, la pluma de 33
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colibrí se iba multiplicando, de suerte que al cabo de un momento las plumas de colibrí formaron un montón de blandos topacios, de flexibles zafiros, y de elásticos ópalos en el que una mariposa hubiérase hundido al posarse sobre él. -¡Ah! -exclamó Tesoro de Habas... ¡Qué bien voy a dormir en esta cama!. Huelga decir que nuestro viajero se apresuró a hacer honor al banquete y acostarse enseguida. El amor hacía latir con violencia su corazón; pero a los doce años el amor no quita el sueño, y Flor de Guisante habíale dejado la impresión de un hermoso sueño, que sólo el sueño podía conservar. Razón de más para que se durmiese. Pero Tesoro de Habas era demasiado prudente para entregarse confiadamente al sueño antes de explorar los alrededores de su tienda, cuyo resplandor hubiera podido atraer desde muy lejos a los bandidos o a las tropas del rey. Salió, pues, de su mágica vivienda, con el almocafre en la mano, como de costumre que no ocurría novedad en su campamento. Cuando hubo llegado a la frontera de sus dominios (es decir a un pequeño torrente seco que un chico hubiera saltado sin dificultad), Tesoro de 34
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Habas se detuvo estremeciéndose involuntariamente, pues el miedo es común a todos los hombres, por valientes que sean, y se quedó pensativo. ¡Y a fe que tenía motivos para reflexionar sobre el espectáculo que se ofreció a su vista! Era un frente de batalla en el que relucían, en la obscuridad de una noche sin estrellas, doscientos ojos ardientes e inmóviles, ante los cuales corrían sin cesar de derecha a izquierda y de izquierda a derecha dos ojos penetrantes y movibles cuya expresión denotaba que eran los de un general muy activo. Tesoro de Habas no conocía a Lavater, ni a Gall, ni a Spurzheim, ni pertenecía a la sociedad frenolózica pero tenía el instinto natural que enseña a todos los seres creados a discernir desde lejos la fisonomía de un enemigo; y le bastó mirar un instante al jefe de aquel ejército lupino y hambriento para reconocer al lobo cobarde y ladino que con sus discursos filosóficos y morales habíale despojado del último de sus tres cuartillos de habas. -El señor lobo -pensó Tesoro de Habas- no ha perdido el tiempo, y reuniendo a toda la manada la ha lanzado en mi persecución. Pero, ¿cómo han podido llegar hasta aquí al mismo tiempo que yo, no 35
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habiendo, viajado en un garbanzo? Probablemente añadió suspirando los malvados no desconocen los secretos de la ciencia; y no me atrevería a asegurar que no son aquéllos los que la han inventado para engañar a las gentes sencillas y buenas, con sus abominables, maquinaciones. Tesoro de Habas pensaba mucho antes de tomar una resolución, pero una vez tomada la ponía en práctica enseguida. Sacó, pues, vivamente de su bolsita la maleta que encontrara en la carretela, tomó el segundo de los cofrecitos y' sembró su contenido en un hoyito abierto con la punta de su almocafre. -Venga lo que venga -dijo-, pero esta noche tengo necesidad de una muralla aunque no fuese más resistente que las paredes de una choza, y de un zarzo bien cerrado, aunque no fuese más fuerte que mis setos, para defenderme de esos miserables lobos. Y surgieron las murallas, no como paredes de choza sino como muros de un castillo; y levantáronse los zarzos en las albardillas, pero no como setos, sino altas verjas señoriales, de acero bruñido con garfios dorados que no hubieran podido saltar ni los lobos ni las zorras sin quedar 36
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clavados en ellos. Dada la altura a que se hallaba en aquellos tiempos la estrategia de los lobos, nada podían intentar, y se retiraron al punto huyendo a la desbandada. Tranquilo por este lado, Tesoro de Habas volvió a su tienda; pero ésta tenía pavimento de mármol, peristilos iluminados como para una boda, regias escaleras y espléndidos salones; y se quedó estupefacto al encontrar su tienda de planta de guisantes en medio de un gran Jardín verdegueante y florido que no había visto nunca, y su cama de plumas de colibrí en la que se prometía dormir como un rey. Conste que no exagero. Su primer cuidado a la mañana siguiente fue visitar la suntuosa morada que había encontrado dentro de un guisante, y las menores bellezas le llenaban de estupor y admiración. Examinó minuciosamente su museo de pinturas, su colección de antiguedades, su medallero, su gabinete de historia natural, su biblioteca y mil otras maravillas enteramente nuevas para él. Los libros le encantaron, especialmente por el buen gusto y talento con que habían sido escogidos, pues en aquella biblioteca se hallaba reunido lo más 37
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exquisito en literatura y lo más útil en las ciencias humanas, como por ejemplo, El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, las mejores obras de la Biblioteca Azul, de la famosa edición de la señora, Audot; los Cuentos de hadas de todas partes, con bonitas ilustraciones; una colección, de viajes curiosos y recreativos, entre ellos los de Robinson y Gulliver; excelentes almanaques llenos de anécdotas cómicas e indicaciones infalibles sobre las fases de la luna, los días y las semanas; tratados innumerables escritos con sencillez y claridad sobre agricultura y jardinería, pesca, caza de pájaros con liga y red y el arte de criar ruiseñores; todo, en fin, lo que se puede desear cuando no se ha llegado a conocer lo que valen los libros y sus autores; y no habíalos de otros sabios, filósofos y poetas, por la sencilla razón de que la ciencia, la filosofía y la poesía se encuentran en todas partes menos donde debieran estar, os lo aseguro. Mientras procedía de esta manera al inventario de sus riquezas. Tesoro de Habas se estremeció al verse reflejado en uno de los grandes espejos que adornaban los salones. Si el espejo no mentía, había crecido Tesoro de Habas lo menos tres Pies desde la víspera; y el bigote negro que sombreaba su labio 38
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superior anunciaba claramente que comenzaba a pasar de una adolescencia robusta a una joven virilidad. Este fenómeno le preocupaba hondamente cuando un reloj magnífico colocado entre dos lienzos de pared, le reveló el gran secreto: una de las agujas marcaba los años, y a Tesoro de Habas no le quedó duda alguna de que realmente había vivido seis años desde que salió de casa de sus padres. -¡Seis años! -exclamó-. ¡Desventurado de mí! Mis infelices padres habrán muerto de vejez o de necesidad; o tal vez ¡ay! los habrá matado el dolor de haberme perdido. ¿Qué habrán pensado al morir, de mi cruel abandono y de mi suerte? Ahora comprendo, maldita carretela, que si corres tanto es porque cuentas los días por minutos. ¡Vete, malhadado garbanzo, vete! -añadió, sacando el mágico vehículo de su bolsita y tirándolo por la ventana. ¡Vete, condenado, tan lejos que nunca jamás vuelva yo a verte! ¡Ojalá no te hubiera visto nunca, garbanzo que en forma de silla de postas corres cincuenta leguas por hora. Tesoro de Habas bajó la escalera de mármol poseído de infinita tristeza; salió del palacio sin mirar a un lado ni a otro, echó a andar por la inculta 39
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llanura sin preocuparse por los lobos que insolentemente merodeaban por los alrededores, y de vez en cuando se detenía para dar rienda suelta a sus lágrimas. -¡Qué será de mí ahora que mis padres han muerto? -dijo dando vueltas maquinalmente entre sus dedos a la maleta encontrada en la carretela. Flor de Guisante estará casada ya desde hace seis años, pues el día que la ví cumplía los diez años, que es la edad señalada para el casamiento de las princesas de su linaje. ¡Todo ha acabado para mí! ¿Qué me importa el mundo entero, el mundo que se componía para mí únicamente del campo de habas y de la cabaña que nunca podrás devolverme, guisante verde -añadió, sacando el cofrecito-, porque los dulces días de la infancia no vuelven jamás. Ve, pues, guisante verde, adonde Dios quiera llevarte, y produce lo que debas producir, que poco me importa habiendo perdido mis padres mi cabaña, mi campo de habas y Flor de Guisante. ¡Vete, guisante verde, vete adonde nunca jamás vuelva yo a verte! Y lo tiró con tanta fuerza que el guisante verde hubiera podido alcanzar al garbanzo que más que correr, volaba. 40
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Luego Tesoro de Habas cayó desplomado en el suelo, medio muerto de pena. Cuando se recobró todo el aspecto de la llanura había cambiado; era un inmenso mar de alegre verdor, sin nieblas en el horizonte, en el que se agitaban como olas al soplo de la brisa, blancas flores como quillas de barcos y velas como alas de mariposa, jaspeadas de color violado como la flor de las habas, o de color rosado como la flor de los guisantes; y cuando inclinaban sus frentes ondeantes, todos aquellos matices confundíanse en un matiz suavísimo y jamás visto, mil veces más bello que los más bellos parterres. Tesoro de Habas se levantó vivamente, porque acababa de ver todo lo que lloraba por perdido: su campo de habas, su cabaña y, sobre todo, sus ancianos padres que, pese a sus años, corrían con ligereza hacia él, para decirle que desde el día que marchó habían recibido cada noche noticias suyas, muchos regalos que les habían permitido vivir con holgura y buenas esperanzas de que volverían a verlo, por lo cual, no habían muerto de pena. Tesoro de Habas, después de haberles abrazado efusivamente, les ofreció el brazo para acompañarlos a su palacio. A medida que se 41
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acercaban, el viejo y la vieja mostraban mayor estupor. Tesoro de Habas no hubiera querido por nada del mundo turbar la alegría de los dos ancianos, pero no pudo por menos de exclamar con acento de aflicción: -¡Ah, si hubierais visto a Flor de Guisante! Pero hace ya seis años que se casó... -Que se casó contigo -le interrumpió Flor de Guisante abriendo de par en par la puerta del palacio-. Aquel día se decidió mi suerte, ¿te acuerdas? Pasad -añadió, besando a los ancianos, que la miraban asombrados, pues no aparentaba más de seis años y, según la historia, debía tener diez y seis. Pasad con vuestro hijo; éste es un país de amor y fantasía en el que no se envejece nunca, ni muere nadie. No se podía dar una noticia más agradable a aquellos pobres viejos. Las fiestas de la boda se celebraron con toda la pompa requerida por la elevada condición social de aquellos personajes, y su hogar fue siempre la mansión del amor, de la constancia y de la dicha. Así acaban todos los cuentos de hadas. FIN 42