Palabras al viento
Ensayo sclbre la fuerza ilocucionaria
Antonio Blanco Salgueiro
l)
C)
cle la Factrltacl cle Fil...
55 downloads
932 Views
12MB Size
Report
This content was uploaded by our users and we assume good faith they have the permission to share this book. If you own the copyright to this book and it is wrongfully on our website, we offer a simple DMCA procedure to remove your content from our site. Start by pressing the button below!
Report copyright / DMCA form
Palabras al viento
Ensayo sclbre la fuerza ilocucionaria
Antonio Blanco Salgueiro
l)
C)
cle la Factrltacl cle Filosofí¿ La prescute obr:r ha sicio eclitada con l¿ ayridl (iorrlplutense cle Madrid cle la Unlversiclad
Pero áquién adiuina pard qué lado sopldrtí el uiento?
GOLECCION ESTRUCTURAS Y PROCESOS Serie Filosofía
Juen Carlos Onerri
2004 Ferrot, 55 - 2BO0B Modrid
rar Editoriol Trotto, S.A.,
Teléfono: 9l 543 03 ól Fox: 91 543 l4 BB E -moil : editoriol(cDtroito es
httP://www.trolto G-r
es
Antonio Blonco Solgueiro, 2004 ISBN; B4-81 64-720 9
Depósilo Legol: M. 34250-2004 lrn
P
resiÓ n
Fernóndez Ciudod, S
L.
ÍxnrcE
l'tt'¡t'ttltción
11
I. I ' I I
viento? distinciones
ll';rl¡bras al
15
l'rinre ras
20
,\lcntrrlismo y antinlentalismo
l\lt'rrt¡lismo e internismo
ll. |
Introclucción
.
27 28
H. P Grice: El imperio dc las inrencir.,ncs
| | intcncionalismoilocucionari como r, rtl:rdcr o no basadas en convenciones, como la mencionada acción de Diógenes. Ahora bien, no es conveniente conformarnos de entrada con la equivocidad de la palabra .significadou. Para movernos con cierta seguridad en un terreno resbaladizo como el que vamos a explorar necesitamos algo más de precisión. Como términos técnicos rnás perfilados emplearé contenido representacional (o, más abreviadarnente, .contenido") para referirme a las propieclades representativas, descriptivas o proposicionales de las emisiones, y fuerza ilocucionaria (o simplemente ofuerza,) para referirme a las propiedades ilocuciclnarias. Asimismo. usaré los adietivos "semántico, (o "del contenido,) e .ilocucionario, en este sentido técnicct y restringido. La forma de un acto ilocucionario típico es entonces l-(P), donde.F es una variable para fuerzas ilocucionarias y P es una variable para contenidos representacionales2. Como primera aproximación a la noción de contenido representacional, baste con señalar el tópico de que a menudo dos actos de habla pueden compartir el mismo contenido (intuitivamente: representar adecuada o inadecuadamente los mismos rasgos de la realidad) pero diferir en cuanto a su fuerza ilocucionaria (cclmo también pueden tener la misma fuerza y distinto contenido). Así: "Preveo que vendré tnañana, y "Prometo que vendré mañanar, emitidas hoy por un hablante ,l-1, poseen ambas (al menos desde una perspectiva
2.
7 clel capítulo IV se tr¿rtará con meyor proftrndiclacl la cuesriírn de la relación entre el significaclo y la fuerz¿r ilocucionaria, y se clistittgttini ntís
.rrrstirriana) el mismo contenido en el sentido de que las dos son sarirleehas o ajustadcs a la reeliclad en las mismas circunstencirs. esttr
s, si el hablante acude al día siguiente al lugar de la cita' Pero po,lt ln,rs decir que en un ccso csteremos. si todo mcrcha bien, entc rrrra emisión con la foerza de una predicción, y en el otro ante una t rrrisión con la [uerza de una promesa. Una de las principales contribuciones de los teóricos de los actos de habla a la filosofía del lenrirr¿je contemporánea ha sido la de señalar que un contenido reprert'nt¿rcional nunca se expresa de una manera desnuda o autónoma, sirro que siempre se presenta arropado por una determinada ftterza, ..
un modo determinado, como parte de una promesa, de predicci(rn, de una aseveración, o de alguna otra acción lingiiístic¡. De ahí que la unidad significativa autónoma mínima que recon()cen sea el acto ilocucionario, considerado en la situación concrer.l y completa de su emisión. Antes he dicho que iba a calificar como "acto ilocucionario" a ( u¡lquier acción en la que se trensmitiera un cierto contenido con ¡rrrr determinada fuerza, actos de la forma F(P).En realidad, esa po,.rcirin es demasiado restrictiva y debe ser matizada, puesto que es ,.nrírn considerar que algurros actos ilocucionarios carecen de conrt niclo representacional y poseen sólo una fterza (aunque Io contrar(), como acabo de señalar, probablemente no pueda ocurrir). Es el , .rr,r cle un saludo como "iHola!". el de una palabrota como "iCaraqueja cclmo una o el de ¡,r!,,, "iAy!".La forma de esos actos sería rrrrrlrlenrente:,F. En otros casos, como en "iViva Zapata!", o "No a l.r gut'rre., el contcnido representecional no consiste en una propo',rr iril completa, esto es, en un contenido que sea evaluable en la dirrrt rrsirir.r verdadero/falso, sino que consiste en un simple objeto del rur\(r\().le discurso, o en un econtecimiento. La forma de csos acr,,s ilocucionarios sería: F(u)3. Accrones significativas de esas clases' ,¡rr, rlc toclos modos son más bien excepcionales, deben ser consider.rrl:rs trrnrbién como actos ilocucionarios en toda regla (cf' Searle y \'.rrrtlcrveken 1985: 9). Por otro lado, el esquema F(P), donde F es rrrr.r lucrz¿l y P es un contenido proposicional, se corresponde sólo ,,,rr lrr forma lógica típica de los actos ilocucionarios que pcldemos ll.¡rrr:rr .clcrneutalesr, pero existen también actos ilocucionarios más ,,,rrr¡rlt j.s (lue tflnrhiérr dchcn ser tenidos en cuenta cn une investir,,.r( r(iil sistcrnírtic:-r. Así, poclen-ros encontrarnos con "actos ilocucio-
us,rclo de rrrr,r
Fin el apartado
r,
i. l)or t.s.r rrlzrirr, rrrt prrrect' prefcrible lrt expresitin "contenido representlciorl lrr rrtr ,r ( {r¡t,.¡r(l,r ¡r¡¡r¡rrr:itirrrr.rl ..
finamentc entre las divcrsas clases dc significado.
25 )A :a
tNTRoDUcctóN
\.
narios condicionales>, que tienen la forma P-+F-(Q) (por ejemplo e. que realizaríamos, en las circunstancies apropiadas, diciendo: uSi te comes la sop,r. prometo compr::lrte un juguetc,,)t () con ,.ectos de Jerregación ilocucionaria", que tienen la forrna -F(P) (como No prometer uenir, que es un acto de habla diferente al de Prometer no uenir) (cf. Vanderveken 1990: 13 ss.). Puesto que los propósitos de esta obra son más bien filosóficos y de fundamentación que técnicos, voy a ocuparme principalmente de los actos ilocucionarios más comunes, los actos ilocucionarios elementales, aunque mis consideraciones se aplicarán también a otras clases más complejas de actos
l)crrtro de la pragmática contemporánea, la aproximación al estudio ,le los actos ilocucionarios que a mi entender puede considerarse .,¡no la .ortodoxar, y que será examinada con detalle en el capítulo ll, cs abiertamente mentalista y heredera de la obra de Paul Grice. lirdo aquel que por alguna raz(tn se sienta incómodo con la apelar'irill a estados mentales como las intenciones, creencias, dese se apela .r cstados mentales .simples, del hablante o emisor, sino que se hace un uso masivo de actitudes proposicionales muy complejas cuyo contt'rriclo intencional o proposicional consiste, a su vez' en la produc, r,,n Jc estaJos mentales trmbiérr muy compleios en unr audiencia.
ilocucionaricls.
Voy a dejar en general de lado los aspectos, en sí mismos muy problemáticos, relacionados con el contenido representacional de las emisiones, excepto cuando crea que se puede extraer de su consideración alguna moraleja ilurninadora para el estudio de la fuerz¿. Históricamente. las cuestiones semánticas han recibido mucha más atención que las cuestiones ilocucionarias, y es por ello rnuy probable que el estudioso de la fuerz:l pueda obtener valiosas enseñanzas de algunas de las trilladas polémicas que son familiares para los teóricos del contenido. Así, los contrastes entre posturas mentalistas y antimentalistes, y entre p()sturas intenlistes y externistls. que serán profusamente utilizados a lo largo de esta obra, se fraguaron originariamente en el ámbito de la teorización acerca del contenido, pero a mi entender resulta sumamente productivo trasladarlos al estudio pragmático de la fuerza. En cuanto a la fuerza, podemos de mclmentc) contentarnos también con una caracterización vaga e intuitiva de la misma, ya que indagar en su naturaleza es precisamente el objetivo principal de este trabajo, y en el tr¿lnscurso del mismo se verá que existen acerca de ella concepciones bastante dispares. Cuando Austin, en su obra seminal Cómo hacer cosds con palabras, introcluce la noción lo hace de un modo intuitivo, diciendo que consiste en aquello que determina de qué mznera estamos us(tndo, o cómo deben ser tomadas ciertas palabras (ur.ra cierta locución) (Austin 1962: 142-144). Esa caracterizaci(rn, juntcl a los ejemplos de fuerzas que ya hemos visto, clebe servirnos pclr el mclmento para delimitar de un modo preliminar el dominio de fenómenos del que nos vamos a ocupar.
26
Mentalismo y antimentalism tl, vista Ia cuestión ,l, stlc cl otro lado, la tesis de que el lenguaje no es sino un medio l,,u.r lr¡cer perceptible el pensamiento' un mero refle¡o o proyección ,l, l nrisnro (cf. Acero 1993).
l.l nrcntalisrlo tendrá su contrario en el antimentalismo, esto
es,
, n l.r ncsacirin de la tesis mentalista. El antimentalista intentará ofre, r'rr{)s rrrra explicación del contenido o de la Íuerza de las emisiones l,,r,,.rtf :r en frrct> o <en las cabezas" de los hablantes. No del,{ n(lL, por tanto, de lo que ocurra en el entorno físico o social en el (lu( r's()s ltablantes habir¡n. É.t".r una tesis acerca del carácter inlirlr\('c() ucrsus relacional de las propiedades intencionales o semánIrr,¡s, s¡¡¡¡1 cuales sean sus portadores (esto es, sean esos portadores ,l( n.llul-rlleza mental o no mental). Con respecto a esta segunda te'.r',, , 1 rnrrrco ¡¡riceano es, rne parece a mí, neutral. Todo depende de ,,,n¡,r intlivirlrrtlicemos los contenidos de las intenciones comunicarr\.r\, (()lrtcnitlos c¡uc se reflejarán, para el mentalista, en los signifi, .r,1, rs lt'¡rrt's(.nt¡cion¡les de las emisiones.
4()
PALABRAS AL VIENTO
Algo similar ocurrirá con las fuerzas ilocucionarias. El marco gri.e"ño es igualmente mentalista con respecto a ellas y parece iguali-,.nr. n.utrnl con respecto a la cuestión internismo/externismo en lo que a ellas se refiere' Así, en la medida en que el entorno go.n1ribuy" determinar las propiedades de los estados mentales del ha" blante que se supone que determinan la fuetz.a tendremos una teoría a la vez mentalista y externista de la fierza ilocucionaria. Ahora bien, como ya señalé en el capítulo anterior, considero que en Ia práciica el griceano se compromete implícitamente con el internismo ilocucionario. radicaSea como fuere, es posible defender tesis externistas más extesis gricerno, marco el les que hs que resulran competihles con proPone radical más .fuerte>. externismo Este ternistas en un sentido rechazar clirectamente el mentalismo, afirmando que las propiedades que nos intercsan en los signos externos (cl.ct-rntenido rcpresentacio-
nal o la {uerza) no se heredan de correspondientes propiedades de- los estados mentales del hablante individual, como quiera que individualicemos dichos esrados. En el capítulo IV defenderé que ese e.xternismo antimentalisla es plausible con respecto a la Íuerza: la fuerza de muchas emisiones no se deriva completamente de las actitudes
proposicionales (de dicto) del hablante, por muy "ampliamente> que individualicemos dichas actitudes. Esto es tanto como afirmar que las propieclades ilocucionarias de las emisiones son, al menos en buenn -.áido, .originales', en el sentido de no ser un mero reflejo de cleterminaclas propiedades de los estados mentales del emisor. Esta tesis acerca de la fuerza, sin embargo, es compatible con la cclrrección del marco griceano, en su versión externista o en su versión internista, como ,r-,alirir de las propiedades representacionales de las exprepor tanto, con-que esas propiedades sí puedan ser considesiones
¡
radas como uderivadas,.
6.
Actos ilocucionarios conuencionales y no conuencionales
Aunque el mentalismo de Grice es n-rar.rifiesto, existe un aspecto _de su progro.nn, en la interpretación o elaboración del mismo que ha llegaá., á hn..rr. ortodoxa, que no cuadra demasiado bien con la tesis Fll mentalista tal y como ha-sido formulada por mí en el capítulo I. interrcionnproblema surge cuando nos detenemos en la explicaciór-r ii.tn .1. l.r, c"-r.r, de significado estándar, atemporal o ctlnvenci.¡ttallln el prrixinro capítulo vt:rernos unrr frlrnrrr brtstr'ttttc tlccitlitL¡ clc rtllti-
50
rnentalismo ilocucionario: el convencionalismo ilocucionario de Aus-
tin. Pero, aunque Grice desliga la noción de significado no natural
de la noción de convención (Grice 1976-7980:298), no niega, claro está,
que algunos casos de significación no natural se basen en convenciones. Ahora bien, me parece que no es fácil introducir las convenciones sin que el mentalismo se resienta, al menos en alguna medida. El análisis del significado ocasional del hablante que hemos esbozado en el apartado 3 es lo suficientemente flexible y general como para permitirnos cubrir tres clases de casos, de cada uno de los cuales hemos ofrecido ya algún ejemplo. Para Grice, los siguientes serían igualmente casos donde el hablante significa algo de un modo no natural:
1. 2. 3.
Al decir "Pedro estaba conmigo a las 8.30" (en la ocasión o) H significó (quiso decir) que Pedro estaba con É1 a las 8.30. Al decir uPedro estaba conmigo a las 8.30" (en la ocasión o) H significó (quiso decir) que Pedro no podía ser el asesino. Al ponerse a andar (en la ocasión o), Diógenes significó (quiso comunicar a Zenón) que él creía que el movimiento es posible.
Por supuesto, existen diferencias entre esos tres casos. En el prirrrcro, el hablante se aprclvecha de una convención lingüística (el he.ho de que las palabras "Pedro estaba conmigo a las 8.30" significan l,r r¡ue significan en español) para transmitir su mensaje en un deterrrrirrado contexto de emisión. En el segundo, el hablante utiliza las rnisrnas palabras, y se apoya en lo que éstas significan convencionalnr('nte, pero lo que quiere decir rebasa con creces el ámbito de lo (luc las palabras que emplea significan convencionalmente, incluscl , ('n contexto"e. Por último, en el tercer caso tenemos una situación ro1l¡yi'¡ más radicalmente anticonvencional, en la que todo parece in,lr(ilr que un emisor o productor de signos, mediante su acción, está '.rirriliclndo elgo por primera vcz y cn ausencia cle cu,rlquier conr, rreitin significativa previamente establecida. i()ué es lo que tienen en común estos tres casos, según Grice, (1il(' n()s permite considerarlos a los tres como ejemplificaciones de l,r nrisrrrrr forma básica de generar significado? Aquí es donde hace
',.
l'.rrrr rrrrrr crplicrrcirin nrr.ry infh,ryente cle este segundo grupo de casos, en los rlrrc (irice tlenoniine.implicaturas convencionalcs", véase Grice
,lr( \{ rrur\nrilt lo
rl', \)
sl
E: EL IMPERIO DE LAS INTENCtONES
PALABRAS AL VIENTO
su aparición el concepto central de la teoría del significado de Gri-
.., .l .orl..pto de intención comwnicdtiua' qúe hemos examinado
en el apartado 3 de este capítulo. En los tres casos es fácil apreciar que el hablante tiene la intención de comunicar algo a su audiencia por medio del procedimiento griceanol0. Lo que resulta original es que no se considera esencial, a la hora de llevar a cabo esas intenciones cgmunicativas, que ello se haga utilizando medios convencionales o exclusivamente conve¡cionales. Esos medios pueden ser utilizados, y usualmente se emplean, como el modo más cómodo, rápido y efectivo de expresar nuestras intenciones comunicativas, pero la
10. Es posible hacerle la siguiente objecitin al caso de Diógcncs: al ponerse:r ancl:rr, Diógenes no intentaba convencer a su audiencia cle c1¡e el Ínovimiento cs posible porque ésta reconociese su intcnciót], sino nlirs bien porque ósta percibiese qtre su de los argumentos de Zcn(rn: el -uui.i.¡,,u equivalía a une refutación inn.rediata gbservación a Javier Vilar.rova). El caso (debo esta andando se demuestra nto movimie serí¿r simil¿rr al de alguien que muestr:r una fotografía a A con la lntención de que A crea que su ntujer le cstá siendo infiel. Es l:r fgtografía, y no eI rcconocirnjento de l:r inteniión, la qr,re sc pretencle quc teng:r un papcl activo en la inducción cle la creencia en la audiencia (Grice 1957:490). De un moclo parecido, si la inter]ción cie Diógenes era la cle qLre la audiencia acabase creyendo algo en virtu{ cle ¿lguna característica.natural, de su acción cntonccs, en efecto, cl c¿rso no sería genurnanlente comunicativo para Grice. Ahora bien, a mi entender és¿ no er:r prgbablemente la intención cle Diógenes. Zenón (como el resto cle la audiencia) tenía a su disposición nt¡ltiru.l,le car,,. dc morittlictlto .Jp.lrCnr( don)(r P.lríl tlcCcsit¡r Jcl p.rt..r de t)iúgenes para convencerlo de que el movirr]iento era posible, y eso er:r nrutuamente conocido por parte del cmisor y de su :rucliencia. La intención probable cle Dió¡ienes era entonce.s que su audiencia creyese algo al menos en parte debidq al recgnocimiento de clue Diógenes intentaba que creycse ese algo. La obieción clebe hacernos. reconoccr, quizÍrs, que seguramente est¿rnos ante un caso de acto ilocucion¿rjo.erhibitivo' (en terminología de cirice 1969), ya que la intención primaria de Diógenes parece ser fa de conseguir cluc su audiencia creaque I)iógettes cree qtte el mouimiento es posible, y ,ro tnn,u 1" de que su audiencia cred ella misma que el mouimiento es posible. Al ntenost no parece intcntar que esto último se produzca nleranlente debido al reconocimiento cle su i¡tención de que se produzca. Si esto fuese así, no estaríamos quizás (para Grice) ante un auténtico informe, sino ante un acto ilocucionario de una clase
que podríar]los denominar quizás nnranifestación de creencias", o tal vez simplementc "afirnr:rcitin, o "aserción,. Por otra parte, el que la acción de Diógenes no conrase como una cmrsitin significativa para crice no implicaría, claro cstá, que ésta no pucliese aparecer como tal desde una perspectiva tcórica diferente, por ejcltl plo, desdc la que y() mismq prop6ndré en el capítulo IV Además, es bast¿rnte comúll presentar conto un defecto de los ¿rnálisis griceanos (en este caso, por no pr()porcl(,nar cor-rdicionesnecesarias adecr:adas) el que no cubra actos de h¡bl¿ como cl cle ¿rgumentdr, en los cuales el hablante intent¿ que sea la fuerza cle srts :rrgtll.llctrtos cll f¡un, de p, y no el reconocimiento cle su intención de que la ar¡clicncirr crcr qLre 1r, l.t que sea decisiva a la hora de qr.re la audiencia acabe creyenclo quc p (cf. l.ycarr 2000:
iif.r.n,"
l 05-1
06).
52
noción de significado más primitiva (la de significado ocasiolr,rl rll lrrrblante) no debe apelar a la existencia de convenciones P:lr..r \rl,,rl licar porque en algunos casos es posible comunicarse sin quc (.\r\r,rl l:rles convenciones.
Por supuesto, uno puede preguntarse cómo conseguimos corrrr¡ nicernos en los casos en los que no existen convenciones signific:rtr Vils previamente establecidas. La respuesta griceana, que no vaul()s il ,lcsgranar en detalle, es que en esos casos el emisor tiene funclarlrrs ( speranzas de que la audiencia cuente con las suficientes pistas corrt('xtuales que le permitan inferir sus intenciones comunicativas. Par¿ .l) t llo, el emisor presupone cosas corro las siguientes: que su interlocutor, A, es racional (al menos en buena medida) y posee determirr:rclas capacidades inferenciales; 2) que A cree que también lo es y l.r\ posee H; 3) que A posee determinadcs crcencias permenentes ,¡rrc H también tiene acerca del mundo extralingüístico, físico y scl, irrl, que ambos comparten; 4) que la conversación acontece en un ( ()ntexto concreto e inmediato mutuamente conocido pclr H y por ,l;.t) queA posee un conocimiento implícito de los principios cool)('riltivos que rigen la actividad de conversar o, en general, de co¡rrunicarse. Finalmente, H da por sentado (y esto es, en general, raz,rnrrble por su parte) que todos esos conocimientos pueden servirle .r 11 para inferir qué es lo que H desea comunicarle mediante su emi',rrirr en esa ocasión. Pero dejemos de lado los casos no convencionales de significa( r(ll ocasional y centrémonos en el uso literal del lenguaje. t,a expli-
,.rtirin del propio Grice (Grice 1968), basada en la noción auxiliar ,L .procedimiento>, ha sido abandonada en la actualidad por la l,r.ictica totalidad de los griceanos, por ser considerada esa noción (r)nlo poco clara, en el mejor de los casos, o como circular en el l,( ()r.
Sin embargo, la noción griceana de procedimiento, clara o no, Grice, que un hablante r.nrrl cr su repertorio un determinado procedimiento para signifi, .u tle un modo estándar o atemporal que p consiste en que tenga la l'r,r(ticll (la tendencia o voluntad permanente) de emitir una muesrr,r tlt'cierta clase de sonidos (o, en general, la práctica de realizar ,¡u.r :rcci, son las únicas que hacen referencia a los estados Austin es, de hablante, fundamentalmente f.1. El convencionalismo sentensu en resume se que por tanto, una forma de antimentalismo esloese Con 4181)' 7962: (Austin palabra empeña' qu.
il" ¿.
"la q,.ii... cortar el paso a quien diga que no ha hecho en iealidad una promesa po.qué no tenía la intención de cumplir con io prometido cuando ii¡oi "Pto-t¡1¡"'o' Si existe una convenci(>n para promet., pr,rnun.i"ndo tales palabras en tales circunstancias y 1", p"labras son emiticlas en las circunstancias apropiadas' el hafl"',,é, según Austin, habrá prometido sean cuales sean sus estados insincero' mentales, aunque podamos criticar su acto de habla por gan el autor
Un hablante puede, de ese modo, doblar distraídamente una apuesle falten ta en una p"rtid" de póquer, o hacer una promesa' aunque gritipo las intenci,ones que tit-t áud" aparecerían en un análisis de garantizar ceano. Las convenciones se encargan' en esos casos, de el resultado5.
5.Er-rDavis(1994)scaceptaunpuntodevistasimilaraldeAtrstinenlclclue,t
inspiredo cn las promesas se refiere, pn. ,",."-tt' ligadas a su "anti-individu:rlismo"' I pcsrrr tlc promes:r una hacer puede é1, hablantc,iegírn Un Burge. l"s id.a. cle Ty'ler p;lrrt l)rotttcter' a uno' obligan lo promcsas las c()rno ignorar algo t"n
"l"trt"tlt"l
\l( r.tt()r, sc ptrece r'ás:r
rrna le¡ cuya ignorancia no absuelve al transgresor, que a llr('lio, cn el tlLre uno clebe conocer las reglas p¿rra que se Ie permita jugar (cf., rnás .r,lr'l:urtc, c:rpítulo I! ap:rrtaclo 4). (). [.¡s irtcnci,.cs jueg:rrr Lrn inrport¿rnte papcl en la teoría general de la ¿rcción ,1, '\.,stin, irrttrvillit'lltlo tlc rrrr rlodo decisivo cn la explicaciíin del fenrin.reno dc las (
ing': 4. [,a expresión inglesa es our word is c¡ur bond (Austin l9o2' vers' nucs.Somos escl¡vos de 236). Otra fraie hecha pirtin",.t. cn c¿lsrellano es ésr:r: tras palabraso.
rr
\,//s¡/.\((l.Austin 19.56-1957r'l9on).5¡;¡lrilrcnr.rli¡nt6ifurcucionariocjetiooconrrt t.ttrtlislrl, l)()r l¡llt()r trtt pttcrlc scr consccucncia clc r¡ltlt posfura de s, los cuales tienen "condiciones de felicidad" (Récanati 1987: 213-16). Récanati admite incluso la posibilidad de actos ilocucionarios en absolura ausencia de intenciones (op. cit.:215, nota 18). No obstante, se limita a contemplar los aspectos institucionales, y no otros aspectos externistas fuertes que, como hemos visto, pueden contribuir a la determinación de algunas fuerzas. Un efecto similar es el buscado por la distinción de Strawson entre la ftterza de una emisión y el acto ilocucionario realizado mediante ella. La primera se concibe como de-
terminada únicamente por las intenciones del emisor, mientras que la realización con éxito del segundo requiere rener en cuenta ciertos rasgos externistas como la comprensión por parte del oyente (cf. Strawson 19641Ia misma idea se encuentra en'$Tarnock 1989 127, así como en Searle y Vanderveken 1985: 21). Todas esas tácricas defensivas del mentalista, sin embargo, me parecen problemáticas. A mi entender, debemos estudiar simplemente la fuerza de las emisiones en toda su riqueza y complejidad. En este apartado he examinado algunas estrategias para debili-
tar el mentalismo y hacerlo de algún modo compatible con el reconocimiento de que existen factores externistas fuertes constitutivos de la fuerza o, al menos, del acto ilocucionario en el que esa fuerza se proyecta. Algunas de esas estrategias parecen más prometedoras que otras. Sobre la cuestión de cuánto terreno debería ceder el men-
talista al externista fuerte no voy a adoptar una postura definitiva. De acuerdo con las definiciones del capítulo I, todas las formas de debilitar el mentalismo que he considerado conducen, en realidad, el antimentalismo, el cual, como vimos, admite diversos grados de r:rtlicalidecl. dependiendo del mayor o menor peso constirutivo quc se ()t()rgue a los estados psicológicos del emisor. Por otra parte, es lrosibf c que lo que digamos para una fuerza o para un grupo de fuer7.tts
lto slrvll Dare otfes.
ltl
4.
áHacia una teoría de la fuerza?
emisión, cosa que no es seguro que pueda hacerse de un modo jus-
tificado o no arbitrario. Como no Ya he señalado que en este ensayo no pretendo ni mucho menos pre-
sentar una teoría externista y antimentalista detallada de la fuerza ilocucionaria, sino sólo examinar los presupuestos generales que, a mi modo de ver, deberían guiar la búsqueda de una teoría de esa clase, así como explorar las dificultades con las que se encuentran otros proyectos alternativos. Una forma posible que podría adoptar una teoría sistemática de la fuerza sería la de una teoría componencial similar a Ia propuesta en Searle (I97 5) pero elaborada desde una perspectiva consecuentemente externista. Esa teoría componencial, en el mejor de los casos, traería consigo una clasificación bien ordenada de las distintas fuerzas en familias o categorías, sobre la base del hecho de que distintas fuerzas pueden estar compuestas a partir de ingredientes similares.
Uno de los problemas difíciles y tal vez insalvables que nos encontramos aquí es el de establecer criterios taxonómicos apropiados para formar farnilias de fuerzas. El griceano nos ofrece criterios basados en el tipo básico de estado mental que el hablante intenta inducir en su audiencia, estableciendo al menos dos grandes familias, la representada por los inforrnes y la representada por las peticiones (cf., por ejemplo, Schiffer 1972 y García-Carpintero 1996). Como acabamos de ver, Searle (1975) presupone también que no todos los ingredientes que componen una Íverza están al mismo nivel, sino que existen tres factores (el propílsito ilocucionario, la dirección de ajuste y la condición de sinceridad) que son fundarnentales en el sen, tido de componer lo que podemosllamar el "núcleo" de una fuerza, lo que comparten todas las fuerzas de la misma familia, mientras que el resto de los lectt,res que constituyen una fuerza forman una especie de "periferia, que sirve para distinguir entre sí a los distintos miembros dentro de una misma familia. Sobre esa base, como hemos visto, construye una taxonolnía con cinco categorías principales de actos ilocucionarios. Sin embargo, no ofrece ninguna justificación del supuesto carácter nuclear de los componentes sobre los que se hase su clesificeción, por lo que éstr transnlite une cierta scnsación de arbitrariedad, de que si se hubieran escogido otros crirerios clasificatorios habríamos obtenido una categorizaciln en familias diferente e igualmente válida. Aquí no se tomará ninguna posición definitiva al respecto. Para hacerlo, habría que decidir acerca de la importancia relativa clc k¡s distintos componentes o factores que determinan la fuerza clc urrr¡
il2
es seguro, en general, que poda-
mcls aspirar a una teoría sistemática de la fuerza. Quizás tengamos que decir, en la estela del segundo \ü/ittgenstein, que no existen más que vagos parecidos de familia entre los distintos usos del lenguaje, y que sólo podemos aspirar a describir algunos usos particulares que
nos encontremos en nuestro camino. Existen intuiciones bastante potentes respecto a que algunas fuerzas se parecen lo bastante entre sí como para que se pueda decir que pertenecen a la misma categoría general (por ejemplo, pedir, solicitar, suplicar y ordenar), y respecto a que algunas se parecen tan poco entre sí que seguramente pertenecen a categorías completamente diferentes (pclr ejemplo, advcrtir y beutizar). Esto cs, existcn espercnzcs bastente fundacles de que una teoría más elaborada y empíricamente contrastada de la
fuerza lleve aparejados criterios taxonómicos que nos proporcionen una visión relativamente ordenada del territorio. Pero es también posible que no se pueda dividir la riqueza de los usos lingüísticos en udepartamentos estancos), en categorías perfectamente recortadas que distingan entre sí a las ilocuciones gracias a características udiscretas> y no y "Usted no es quién para darme órdenes". En la primera expresión el hablante parece estar seguro de estar dando una orden, y no meramente intentándolo. I en la segunda, el mismo oyente parece estar admitiendo que la orden ha sido formulada, sólo que "sin derecho,, por así decirlo. Aun así, el reproche ("Usted no es quién,) es un síntoma de que se percibe algo anómalo en el acto, de que éste
no se considera como completamente afortunado, de que se siente que le falta algo importante. Recordemos que para Austin no todas las condiciones de felicidad constituyen condiciones necesarias para
la realización de un acto ilocucionario, sino que algunas tienen un estatuto más débil, como condiciones para la total fortuna o irreprochabilidad del mismo. De ahí la distinción que hace entre un d¿sacierto (misfire), que consiste en el fracaso a la hora de que se cumpla alguna condición absolutamente necesaria para que una emisión tenga una fuerza determinada, y ún abuso (abuse), que consiste sólo en el fracaso a la hora de llevar a cabo el acto ilocucionario de que se trate en toda su plenitud y de un modo completamente irreprochable. Así, podemos distinguir el caso en el que una orden ni siquiera ha sido dada, de aquel otro en el que ha sido dada pero no de un mcldo plenamente satisfactorio porque "le falta algo", y estos dos casos, a su vez, del caso en el que una orden ha sido dada con toda propiedad pero es desobedecida por el oyente. Alternativamente, podemos interpretar esas expresiones ordinarias de un modo similar a como interpretamos la expresión: "Sé que me engañas,. Esa afirmación, tomada literalmente, parece encerrar algírn tipo cle contradicción (si no lógica, al menos pragmática). A no puccle errgañer e B a menos que B no detecte el engaño. Por eso, esa rrfirnracitin s por parte de un sujeto alter-terrestre es verdadera si y sólo si la muestra relevante es XYZ. Sin embargo, aparentemente al menos, las cosas no funcionan de manera análoga para el caso de las fuerzas de las emisiones de Jurn y de Alter-Juen. La siguiente línea de razonamiellto se presenta como plausible. Tiaslademos a Juan a la isla alter-terrestre y a Alter-Juan a la isla terrestre, sin que se den cuenta del cambio. Juan se encontrará con que el marinero de allí no reconoce su autoridad y parece entonces que su emisión dejará de conter como una orden. Paralelamente, Alter-Juan se encontrará aquí con un marinero sumiso y su emisión pasará a contar conlo una orden' Se podría concluir entonces que las emisiones originales de los gemelos individualistas diferían, en todo caso, en cuanto a su fuerza efectiva (una era una
considerando que los estados mentales (individualistas) son los que contribuyen ccln exclusividad a la determinación de las condiciones ilocr¡cirlrrarias clc una emisión, determinando de ese modo una funcirin c¡rc, clrrcla une circtlnstencia de emisión nos da como valor una rr ofrrr lirt'rzrt ilocuciottrrrirr (o, rr vcces, ningttna). Adcrnás, podríe ar-
t2]
PALABRAS AL VIENTO
gumentar que una doctrina que apele a las circunstancias de emisión, como determinantes de la fuerza efectiva de las emisiones, no merece el apelativo de uexternismo" ilocucionario sino, en todo caso, de "circunstancialismo" ilocucionario. un externista genuino acerca de la fuerza debería mostrarnos que es posible que dos gemelos individualistas, situados en circunstancias de emisión idénticas o equiparables, emitan palabras con fuerzas ilocucionarias diferentes. Lós gemelos de nuestro experimento no parecen ilustrar ese externis;o
Podemos respaldar todavía más nuestras intuiciones imaginándonos que tanto el código terrestre como el alter-terrestre establecen severos castigos para los casos de desobediencia a las órdenes de
un superior. Enfrentados a sendos tribunales, si se prueba que el marinero de la Tierra se ha negado a ir a buscar leña será declarado culpable; mientras que si se prueba que es el marinero de la Alter-Tierra el que se ha negado éste será seguramente absuelto, ya que se considerará que no ha desobedecido orden alguna, esto es, que no se le había dado ninguna orden. Es cierto que si ponemos a Alter-Juan en las circunstancias de emisión de Juan todo sucederá aparentemente como si hubiese dado una orden, En particular, el marinero sumiso traerá leña como resultado de su emisión. Pero aquí las apariencias nos engañan. Lo que habría ocurrido en ese caso sería simplemente que el marinero ha' bría interpretado equiuocadamente las palabras de Alter-Juan como una orden. Si alguien lo sacase de su error, informándolo acerca de quién es realmente su interlocutor, probablemente dejaría de estar dispuesto a hacer el trabajo. Que el oyente pueda estar equivocado con respecto a la fuerza de la emisión del hablante no debería sorprendernos más que el hecho de que el propio hablante pueda estar equivocado al respecto. Desde la perspectiva externista puede suceder que tanto el hablante como el oyente estén equivocados con respccto a cuál es la fuerza de la emisión del hablante, y que la cuestión sólo pueda decidirse desde el punto de vista de un espectador bien situado, un espectador que tenga en cuenta todos los aspectos ilocucionariamente relevantes que rodean a la emisión. Así planteado, el experimento muestra que las condiciones de éxito de las emisiones de Juan y de Alter-Juan son diferentes. Al menos, el argumento tiene tanta fuerza como puedan tener los correspondientes argumentos para el caso del contenido representacionalSi se transporta a un capitán de la Tierra a la Alter-Tierra su autoridad para dar órdenes no viajará con é1, ya se encuentre dentro o fuera de un barco. Para ello tendría que ser reconocido como capitán por las instituciones de allí, tendría, por así decirlo, que conualidar su título. La autoridad de Juan está pues vinculada de modo rígido al entorno social terrestre, mientras que la autoridad de Alter-Juan lo está al entorno social alter-terrestre. El imaginar que existen diferencias en los articulados de los respectiv()s cricligos es, si bicr.r se mira, sólo un artificio útil pero inesencial cn nucstr¡ lr¡pnrentaci como en la conferencia I de Cómo hacer cosas con palabras el autor se apoya en e^ caso indudablemente central de las promesas (o' más bien, en el caso análogo de los juramentos) para justificar su eslogan de que "la palabra empeña". Austin contempla el caso de quien dice: "Mi lengua lo juró, pero no lo juró mi corazón,, para desacreditar el punto de vista mentalista según el cual prometer consiste básicamente en una especie de compromiso mental. Admitir una excusa así por parte de alguien que antes nos ha dicho: .Juro..., significaría, según é1, abrir las puertas a mentirosos y periuros. Voy a utilizar en este apartado las ideas de un autor que, inspirándose también en el antiindividualismo de Tyler Burge, parece tender en una dirección similar a la que yo mismo estoy defendiendo. and Me refiero a Steven Davis en su artículo
"Anti-lndividualism
Speech Act Theory,, (1994). Nos interesan fundamentalmente las tres últimas páginas de ese trabaio. En este caso nos encontramos con un hablante, Oscar, que posee un conocimient o incompleto de la noción de prometer. Podemos asumir, para los efectos del argumento, que en Searle (1969) se presenta un análisis correcto de las reglas constitutivas del prometer' y qn. Ór."r conoce todas esas reglas, excepto una: no cree que una condición necesaria para prometer que p sea que la promesa lo coloca a uno ba¡o la obligación de hacer p: 'aunque piensa que es nlejor mantener sus promesas que no hacerlo, no cree que se Senere ninguna obligación" (Davis 1994: 217). Supongamos entonces que Óscar le dice a un conocido: .Prometo ir a tu fiesta". Según Davis, Óscar estaría haciendo una promesa mediante su emisión, a pesar de
su desconocimiento de la "condición esencial" para prometer. ¿En qué se basa ese autor para defender esa postura' aparentemente extraña? Mejor dejarle hablar a él: es que a pesar de no conocer la condición esencial para prometer, deberíamos considerar a Oscar como habiendo hecho una promesa. Nuestras razones para ello son que él puede de modo obvio usar <prometer> correctamente en una variedad clc contextos y que puesto que es un hablante adulto del lenguaie, él debería conocer la condición esencial para prometer. Prometer es como la le¡ más que como un iuego. La ignorancia no es una defensa. Estamos ligados por la ley y podemos cometer infracciorrcs incluso cuando somos ignorantes de una ley en particular (Davis, 1994: 217).
Mi afirmación
130
Esto es, Davis considera que la pertenencia de óscar a una comunidad lingüística que lo considera un miembro normal hace oue sus palabras sean interpretadas según los estándares públicos, y no según sus propias concepciones privadas. Además, Davis prosigue en una línea burgeana imaginándose una situación contrafáctica en la que.la palabra (prometer,.fuese usada por una comunidacr lingüística de un modo diferente del nuestro, precisamente de un moáo tal que se eliminase la regla según la cual uno queda obligado por sus promesas. El Óscar contraiáctico no esraría prometiádo .rando dice: .Prometo ir a tu fiesta, porque en ese caso su uso privado de la palabra sería perfectamente adecuado al uso extendidó en su c'munidad lingüística, pero no significaría en absoluto lo que <prometer" significa para nosotros22. una diferencia entre las órde'es y las promesas riene que ver con el eslogan austiniano de que la palabra empeña. Esto es nrí.,.r"rrdo el ejercicio de una fuerza supone alguna ábligaciOn para el ha_ blante, como es el caso de las promeror, upu.rt"Jy d.-á, compro_ misivos. El experimento de Davis muestra que determinado, ."rgo, del entorno social hacen que la promesa de alguien qu. no poi.. todos los esrados menrales que explicitarían lai .eglai y .o.,ái.iones para prometer es considerada de todos modos como una Dromesa genuina_y acarrea por lo ranro la correspondiente obligación. En el caso de las órdenes, sin embargo, lo que ocurre es que él éxito de la ilocución supone una obligaciónpara el oyente,y aqui lo que ten_ dríamos que decir más bien es que la palabra del hablante, en'las cir-
cunstancias apropiadas, ernpeña o compromete al oyente. No obstante, también el hablante quedaría empeñado en el sentido de haber
realizado un dererminado acto de habla (una orden), que podría
te
_
ner para él consecuencias desagradables (pensemos en un oficial que. enfrenrado e un tribunel de guerra, iniente defenderse dicien.22. SóIo una cosa me parece que no se sigue en lo que dice Davis. Él afirma quc en Ia situación contrafáctica, puesto que nadie tiene la noción de prometer nadie puerlc lracer pronesas (Davis 1994: 217). ipor qué no?, p.dentos pr"gurr,".nur.
Si'nusotros significa lo que uaborrecer, significa para nosotros) áe_ beríamos absrenernos de atribuirle la propiedad ilocucionaria en
cuestión. De modo similar, como afirma Burge, podemos atribuir a un sujeto psicológico la propiedad de tener creencias acerca de la artritis, a pesar de su creencia incorrecta de que la artritis puede afectar al muslo, dehido e que es un hablante conlperente del castelleno que puede usar correctamente la palabra .artritis, en una amplia gama de contexros: piensa (y dice) que ha tenido artritis desde hace años, que es preferible rener artritis que tener cáncer de hígado, que cierto tipo de dolores son característicos de la artritis, y asiruc.riu"mente (Burge 1979: 318). En definitiva, el experimenro que acabo de presentar no impli_ ca Ia irrelevancia total de las condiciones mentalistas para la constitución de una Íuerza ilocucionaria paradigmátic", sí sirve "u'qu. para poner seriamente en duda que quepa considerar a algunas de esas condiciones como condiciones absolutamente necesarias cuya ausencia producirá automáticamente un fracaso a la hora de realizar un acto ilocucionario con una determinada clase de fuerza. Esto es, el experimento pone en cuestión que se produzcan automáticamen_ te udesaciertos> o actos ilocucionarios nulos sólo porque er hablante no haya interiorizado o no tome mentalmente en consideración tales o cuales condiciones o reglas23. 2-J' Inclus. frltisof.s t¿1. claramente pr.clives al mentalism' conro Soerber v llilsr¡n soll r('il(i()\ ít iltclr¡ir l,,s lct¡¡: Jq h.rhll dentro Jc su csruJio d. l,r .c,,mturie,r_
crrin ostcrrsivo-inferencialo, precisamente porque muchos actos de habla "pueclen eie_ tut¡rsc s¿rtisf:rctorirrrrrentc sin ser iderrtificados como tales ni por el hablante ni p6r el
()vcr)tc' (Spt'rllt'r y wilson, l9lt6: 29ti). curiosaÍnente, los ¿rutores ilustran esa tesis titrllltlo vrtrios tlt los crtsos prcferitlos tle los intencionalistas: ¿firmar, hipotetizar. su¡itIir, rlt'cl;rr,rr, rrtgrrr, srr¡rlicrrr, trigir, rvis.rr ) .lnrclr.lz.lr, v consiclcr:¡r.¡t,e n.r re ripli-
|Jl
?
EXTE
PALABRAS AL VIENTO
Un argumento a favor del externismo ilocucionario, similar
al
que acabamos de exan-rinar, se puede obtener de un modo bastante directo a partir de uno de los eiemplos que se manejan en Burge (1979), el que tiene que ver con la palabra en alguien utilizando oblicuamente (o de dicto) la palabra el contexto de cláusulas-que (como s¡ .Juan cree que su padre ha firmado un contrato esta mañanar) tengan un contenido (y una extensión) que se corresponda con la noción normativemente correctar y no con la concepción considerada de modo individualista o de acuerdo con las concepciones particulares del hablante. Burge está argumentando a favor del externismo acerca del contenido representacional, y no me voy a detener aquí en si es o no acertada su argumentación (a mi modo de ver, lo es). Me interesa tan sólo señalar que, sl su argumentación externista funciona para palabras como , tendremos en nuestras manos también un ar-
gumento a favor del externismo ik¡cwcionario, siempre que aceptemos (lo cual parece plausible) que hacer un contrato es un acto ilocucionario de tipo institucional similar a bautizar o a dimitir (pre-
fiero decir uhacer un contrato" y no "firmar un contrato)' ya que asumo que es verdad que a veces uno puede realizar contratos verbalmente, algo con respecto a lo cual yo mismo habría estado equivocado antes de leer a Burge). Si alguien puede hacer un contrato incluso cuando no sabe que lo está haciendo, debido a una concepción errónea como la señalada, entonces, no sólo ocurre que los contenidos mentales cuando uno piensa en contratos, o los contenidos lingüísticos cuando uno habla acerca de contratos, están determinados iocialmente, sino que también lo estará la fuerza de nuestras palabras cuando uno dice determinadas cosas que acaban contando contct ca a lcrs actos.institucio¡¿1g5,, entre los que incluyen promcter, ittnto c"tr ;lp('srlr' cleclarar la guerra y agradecer. Sin embargo, a mi modo de ver, los actos "institucl()¡¿1s5, son los que más claramente pueden ejecutarse felizmente de un nt.cl. It. ilttencional. Es a illos a los que se aplica, en primer lugar, la máxim¿r austinirrttrr tlc t¡ttt' l.r prl¿hr¿ dada nos ohligr.
134
RN
ISM
O ILOCU
C IO NA
RIO
la realización de un contrato. Tenemos aquí, por tanto, la posibilidad de casos-E, casos en los que uno tiene éxito a la hora áe realizar determinados actos ilocucionarios a pesar de que nada en los estados mentales individualistas sirve como respaldo de tales actos. La ignorancia de la ley no nos libra de los compromisos legales que po_ demos estar adquiriendo al hablar. En casos así, uno é, lrgit*int, esclavo de sus palabras. Por otra parte, si quisiera hacerse di éste un "caso desviado,, similar al del que dobla distraídamente una apuesta, estaríamos hablando aquí, desde luego, de una ..desviaci5¡,. que no tiene mucho que ver con lo que es típico, ya que el caso enfaiiza precisamente que típicamente los hablantes desconocen que los contratos verbales lo obligan a uno. En general, un severo desconocimiento de grandes porciones del marco legal y normativo al que nos encontremos e peser de todo sometidos, es la regla más que la excepción en sociedades complejas como las nuesrras.
6.
Explicitación de la fuerza e indicadores de fuerza irocucionaria
Como hemos visto en el capítulo II, a partir de Strawson (1964) los intencionalistas han asumido que con un poco de paciencia e ingenio es posible ofrecer análisis en términos de las intenciones comunicativas del emisor para la mayor parte de las fuerzas ilocucionarias tenidas en cuenta por Austin, lo cual se presenta como un feliz encuentro entre dos importantes tradiciones dentro de la pragmática filosófica. Por mi parte, en esta obra estoy intentando juitificar una lectura antimentalista y externista de Austin, próxima a la que yo mismo defiendo. Sin embargo, no he tocado todavía un aspecto . Esto todavía sería una racic¡nalización de 1a conducta de la novia, en el senticlo de que se presenta su conducta como un resultado de la posesión de determinados estados mentales (inconscientes, pero causalmente eficaces), que la hacen aparecer como acciones tíDicdmcfitc rrciorrales.
| 5'{
DE LA ACCIÓN LINGÜISTICA
No tenemos, sin embargo, por qué suponer que los actos de habla son, en tc¡dos los casos) acciones racionales o intencionales (o, situándonos en un marco davidsoniano, acciones racionalizables baio cualquier descripción que hagamos de ellas), o que las diferencias entre fuerzas equivalgan siempre y sólo a diferencias en las intenciones comunicativas de un posible emisor. Para explicar con más detalle el problema que acabo de esbozar, así como para plantear una posible solución que no suponga el abandono del externismo fuerte, será necesario considerar con cierto detenimiento determinadas características de las acciones en general. Defenderé entonces que no se le puede achacar al externista ilocucionario fuerte que no dé cuenta satisfactoriamente del carácter de acción, e incluso de acción típicamente racional, de la acción lingüística. De momento, podemos sugerir la dirección de nuestra contrarréplica a la crítica mentalista que hemos estado considerandcl cambiando el foco de atención desde los actos ilocucionarios a los perlocucionarios (cf., más adelante, apartado 4). Realmente existen pocas dudas acerca de la individualización no mentalista de los llamados actos perlocucionarios. Como ya fue señalado por Austin, y como también admiten habitualmente los filósofos intencionalistas, un acto perlocucionario puede ser realizado de un modo no intencional. Puedo conuencer a alguien (o disuadirlo, alegrarlo, sorprenderlo, confundirlo, enojarlo, etc.), aunque mi intención al hablar no fuera ésa, o fuera otra completamente diferente. Sin embargo, seguimos hablando aquí de actos, de acciones, de cosas que hacemos con palabras, sin preocuparnos demasiado de que no podamos racionalizar esos actos apelando a los estados mentales del hablante. Claramente, asumimcls en estos cesos que lo que const¡tuye un acto perlocucionario como el acto perlocucionario que es' y lo que distingue entre sí a dos actos que son representacional e ilocucionariamente equivalentes pero perlocucionariamente diferentes, no reside en las intenciones u otros estados mentales del hablante, sino en determinadas consecuencias externas de la emisión que a menudo son imprevistas, y ello a pesar de que en muchas ocasiones (y quizás incluso en el caso típico) un hablante que convence, disuade' sorprende o alegra a otro lo hace intencional y racionalmente, sabiendo lo que hace y haciéndose responsable de ello. iPor qué, entonces, nos obsesionamos con la racionalidad e intencionalidad de los actos ilocucionarios? Mi conclusión será, en efecto, que haremos bien si deianrtls .le obsesionernos.
t.55
LA RActoNALtDAD DE LA AcclÓN LINGÜ¡srlcA
2.
Considerernos un ejemplo suycl, la acción no lingüística de matar a un burro (Austin 1962: t51). Austin señala que podemos especificar lo que alguien hizo en una ocasión particular teniendo en cuenta un tremo mayor o menor de lo que también podríamos considerar simplemente como consecuencias o resultados de su acción. Podemos decir que alguien movió un dedo, que apretó el gatillo, que disparó el arma, que hirió al burro, que mató al burro, etc. (podríamos contlnuar con consecuencias más leianas: desconsoló al arriero, acabó con una raza de burros...). Siguiendo con el eiemplo, podemos decir que tanto herir a un burro (sin llegar a matarlo) como matar a un bu-
Racionalidad lingüística y externismo ilc¡cucionario
Cualquier teoría externista tiene que responder satisfactoriamente al problema que plantea la aparente intencionalidad o racionalidad de Ias acciones lingüísticas. Pero esto se aplica tanto a las teorías externistas de la fuerza como a las teorías externistas del contenido representacional, esto es, al externismo semántico. Una objeción típica al externismo acerca del contenido mental es la siguiente: si el contenido mental es un determinante causal de la acción, icómo no admitir que reside en las cabezas de los agentes? iCómo podría movernos a la acción, la cual usualmente incluye algún movimiento físico de nuestro cuerpo, un contenido que estuviese en parte situadcl en el entorno, que no "sobreviniese" de la estructura de nuestro cere-
rro son ambas acciones, y seguramente su natural eza de acciones se debe de algún modo a que son eventos causados por determinados estados mentales de un agente. Ahora bien, las causas mentalistas de una acción y de la otra pueden ser indistinguibles, a pesar de que indudablemente son acciones de tipos diferentes. La diferencia reside, por supuesto, en el entorno, el cual aporta en un caso un burro muerto y en el otro un burro herido. Este ejemplo muestra entonces que no es cierto que cualquier diferencia entre dos acciones-tipo deba buscarse siempre en las causas mentalistas que las respaldan.
bro? La supuesta incapacidad de los externistas sernánticos para responder a estas preguntas es lo que ha motivado la búsqueda de una
noción restringida (narrow) de significado o contenido, un tipo de contenido que literalmente resida en la cabeza (cf., por ejemplo, Fodor 7987: cap. II). No deja de ser sorprendente que, así como ha habido una gran discusión entre internistas y externistas con respecto al contenido representacional o proposicional en los campos de la
Esa interpretación .externista fuerte> de las ideas de Austin acerca de la acción está en consonancia, además, con el siguiente pasaje de Davidson3:
filosofía del lenguaje y de la filosofía de la mente, un mentalismo de tipo internista parezca haberse impuesto tácitamente en lo tocante a la fuerza ilocucionaria. Es cierto, sin embargo, que el externismo ilocucionario fwerte aleja todavía más del control epistémico privado del emisor la fuente de determinadas propiedades significativas, ya que mientras que muchos externistas semánticos parecen dispuestos a hacer derivar las características externistas del contenido de las emisiones de las correspondientes propiedades externistas del contenido de los pensamientos del emisor, el externista ilocucionario fuerte considera que la fuerza se constituye, al menos en parte, con total independencia de la mediación de los estados mentales del emisor. Los breves pasajes de Austin (1962) en los que el autor reflexiona sobre las acciones en general nos ofrecen una imagen de las mismas que parece bastante acorde con el espíritu del externismo fuertez.
Presiono el interruptor, enciendo la luz e ilumino el cuarto. Sin s¿berlo, tanrbién alerto a un rnerodeador de mi presencia en la casa. En este caso no tuve que hacer cuatro cosas sino una sola, de la cual se han dado cuatro descripciones (Davidson 1963: 1 9).
De acuerdo con Davidson, entonces, una descripción de una ac-
ción puede incluir aspectos no refleiados en las actitudes mentales
3.
No pretendo sugerir que el n.rodo de inclividulizar las acciones de Davidson sca el más acorde cor.r los puntos dc vista de Austin. En Davis (19ft0) se disc¡te si cabe ver la distinció¡ entre actos fonéticos, fáticos, proposicionales, ilocucior.r:rrios y perlocucionarios corno apuntando a distintas descripciones de la misma acción (esto es, según el punto de vista extensionalista dc la teorí:r de la acción de Davidson), o como apuntendo a acciones diferentes aunque solapadas en el cspacio y en el tiernpo (el punto de vista, por ejemplo, de Alvin Goldman), y se decanta por esta últinra opción. Si intrduzco las ide¿rs de D¿rvidson aquí es principalmente para discutir el argument() nret)trlistir cic G:rrcíe-Carpintero, el cual como hernos visto se apoya explícitamentc crr ll trorírr tle ll accii¡n dc Davidson. La soluciírn que ofrezco más :rdelante para e l plrfit nlr rce rc¡ rle le recionrrlirlird clc la accitin lingiiística podría virler, con lar ()p()rIun tq rrrorlificrrci,rrrt s, Prn lrrs tl0s nrcncion:rdas concepcitlnes ilcerc¿ cle la indi-
2. Aparte de los jugosos comentarios que nos encontramos en Austin (1 9Ér2), las principalcs rcflexiones de este autr¡r s como: "Esto es una ordeno, "Esto es una promesa)), etc., que podrían hacer pensar que el hablantc dccicle..a su antojo,', y sin tener en cuenta en ebsoluto lrs circunstancirrs de su entorno externo, cuál es la fuerza de sus emisiones. Lo quc estos c. La primera parte de esa expresión sería redundante si uno pudiese prometer con sólo proponérselo. En resumen, el PEE nos permite separar dos cuestiones que, al aparecer in justificadamente unidas, producían un aparente cortocircuito en el aparato explicativo del externismo fuerte: la cuestión de cuáles son les condiciones constitutivas o esenciales (o incluso prototípicas) para que un acto significativo tenga la fuerza que tiene y la cuestión de cuándo un acto ilocucionario es intencional o es racional. La respuesta a la primera cuestión es que algunas de esas condiciones son externistas en un sentido fuerte, antimentalista, esto es, no necesitan estar mentalmente representadas. La respuesta a la segunda de las cuestiones es que para que un acto ilocucionario sea plenamente racional o intencional es al menos necesario que se cumpla el PEE en lo que se refiere a las condiciones constitutivas de su fuerza. Se distinguen nítidamente, de ese modo, las cuestiones ónticas de las epistémicas en relación con la fuerza de un acto ilocucionario. Existe un problema epistémico acerca del conocimiento de la fterza de su emisión por perte de un hahlente, conocimiento que no perece que sea ni transparente, ni infalible o incorregible. I correlativamente, existe un problema epistémico acerca de la comprensión de la fuerza por parte del oyente, o incluso de un espectador neutral. Estos problemas son importantes a la hora de evaluar cuándo se ha producido verdadera comunicación, o para evaluar cuándo es acertada una interpretación en lo que a la fuerza ilocucionaria de una emisión se refiere, pero no tienen que ver directamente con el problema óntico de especificar las condiciones constitutivas cle una fuerza ilocucionaria. Por otra parte, quizás tengamos que admitir que el que habitualmente un hablante tenga una representación correcta de lafuerza de sus emisiones puede formar parte de la explicación de por qué se sostiene la práctica de la comunicación. Si un hablante recibiese constantes sorpresas desagradables en relrrci