RODOLFO
C E R R O N -P A L O M IN O
hñ LERGOíI BE HranTLfiP (reconstrucción y obsolescencia del mochica)
CA DEL PERU EDITORIAL 1995
De las lenguas andinas del Perú, el mochica es, luego del quechua y del aimara, la que ha sido objeto de registro y estudio ininterrumpido des de los primeros tiempos de la colonia hasta su extinción, ocurrida a media dos del presente siglo. Como en toda lengua extinguida, aunque accesible a través de su registro escrito, su es tudio y análisis suponen el examen filológico y lingüístico rigurosos de los materiales disponibles, de modo de postular el sistema gramatical sub yacente a la misma. El presente libro constituye un pri mer esfuerzo, sistemático y exhausti vo, por reconstruir la lengua (en sus componentes fonológico y morfofonémico), tal como se la hablaba a fines del siglo XVI y comienzos del XVII, para luego, a partir de ello, trazar su evolución hasta su ocaso definiti vo. Contrariamente a lo que podría pensarse, sin embargo, el estudio ofrecido dista de ser uno de corte ex- / elusivamente lingüístico, pues los fe nómenos tratados han sido debida mente contextualizados en términos histórico-sociales y culturales. De esta manera, el mochica es postulado como la lengua del mítico Naimlap, funda dor de la dinastía lambayecana, cuyas hazañas y grandezas nunca dejarán de asombrar al mundo contemporá neo. R o d o lf o C e r r ó n -P a lo m in o es Magister y Ph. D. en Lingüística por las Universidades de Cornell (Nueva York) e Illinois (Urbana-Champaign), respectivamente. Profesor Emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, es docente principal de la PUC, donde tiene a su cargo el dictado de los cursos de Lingüística Andina. Es autor de varios libros y de nume rosos artículos sobre su especialidad, aparecidos tanto en el país como en el extranjero. A lo largo de su carrera profesional, el autor ha sido Profesor Visitante en varias universidades lati noamericanas, así como en los Esta dos Unidos y en Europa.
Rodolfo Cerrón-Palomino
LA LEN G U A DE NAIM LAP (RECONSTRUCCION Y OBSOLESCENCIA DEL MOCHICA)
fe PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATOLICA DEL PERU FONDO EDITORIAL 1995
Primera edición, marzo de 1995
Cubierta: TANTUM Diseño Diagramación: Yoryina Leórt Mejía La Lengua de Naimlap Copyright © 1995 por Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Av. Universitaria, cuadra 18. San Miguel. Apartado 1761. Lima 100, Perú. Tlfs. 462-6390; 462-2540, Anexo 220. Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores. Derechos reservados ISBN 84-8390-986-3 Impreso en el Perú - Printed in Perú
In memoriam
Jaime, hermano mayor: al hacerte callar, me dejaron sin interlocutor. “Después te ocultas tú, y ya no doy contigo. Oye, hermano, no tardes en salir. Bueno? Puede inquietarse mamá”. César Vallejo
“Habrá sin duda quien se pregunte si todo esto sirve para algo. ¿Qué nos importa “lo que cantaban las sirenas”?O, como sintetizó una vez el doctor Johnson: “No siento ninguna curiosidad por saber cuán extra ños y desmañados fueron los hombres en los albores de las artes o en su declive”. Pero muchos de nosotros opinamos de distinto modo. Nos damos perfecta cuenta de que nuestra identidad, o al menos nuestro sentido de ella, radica en nuestro propio pasado. Somos lo que el devenir ha hecho de nosotros. Para comprender esto, y sus procesos, necesitamos saber también, o al menos empezar a comprender, lo que fuimos y de dónde venimos”. Renfrew (1990: Cap. 11, 229)
PROLOGO
Nuestra preocupación por la lengua mochica forma parte de otra mucha más ambiciosa: la de ofrecer un estudio panorámico sobre las lenguas andinas, de las cuales aquélla es apenas una muestra, aunque de las ya extinguidas, pero no por ello menos importantes en el escenario de la historia cultural del pueblo peruano. Concebido inicialmente el presente estudio como apenas un capítulo de nuestro proyecto inicial, pronto fue ensanchándose, a medida que fuimos ahondando una serie de aspectos que, dentro del plan inicial del trabajo, apenas iban a ser mencionados. El factor decisivo para este cambio de perspectiva fue nuestra par ticipación en el Primer Congreso Regional de Arqueología y Etnohistoria del Norte Peruano que, bajo la advocación de Josefina Ramos de Cox, recordada estudiosa de las lenguas de la costa norte, se realizó en la ciudad de Piura entre el 14 y el 19 de junio de 1993. Asistimos a dicho evento, invitados en calidad de po nentes, portando, con el título de “Los fonemas del mochica”, los rudimentos de lo que vendría a ser el presente libro. Pronto el interés despertado por el tema no sólo entre los lingüistas (como siempre, una minoría) sino, sobre todo, entre los arqueólogos y etnohistoriadores, nos obligó a situar los fenómenos estudiados dentro del contexto histórico y socio-cultural que los enmarcaron, además de ocuparnos con más detalle los temas originariamente tratados, proyectándolos, más allá de su caracterización sincró nica, dentro de una perspectiva histórico-evolutiva, 11
Con tales características, el libro que presentamos cubre dos aspectos fundamentales: los contextúales y los lingüísticos pro piamente dichos, además de ofrecer también un Apéndice de carácter léxico. Los primeros literalmente circunscriben la obra: el capítulo inicial busca situar a la lengua dentro de su contexto geográfico e histórico-cultural, así como también lingüístico; y el último constituye un esfuerzo por rastrear la historia “externa”de la lengua desde la etapa preincaica hasta su virtual extinción a mediados del presente siglo. Los tópicos estrictamente lingüísticos son tratados, tras breve introducción (Cap. II) y evaluación de los materiales de estudio (Cap. III), primeramente desde el punto de vista sincrónico (Caps. IV-VIII); y luego, desde una dimensión diacrónica (Cap. VIII). Como podrá observarse fácilmente, del índice de los contenidos de los capítulos centrales del libro salta a la vista que el presente es un estudio de corte estrictamente fonológico, y alo sumo morfofonológico, de la lengua. Se postulan en él, previo análisis grafémico, como corresponde a una lengua a la cual se tiene acceso únicamente a través de la fuente do cumental, los fonemas del mochica, tal como los registraba éste entre fines del siglo XVI y la primera mitad del XVII, integrando un sistema fonológico de compleja realización fonotáctica; luego, a partir de dicha postulación, se efectúa un estudio evolutivo del mismo, procurando distinguir los fenómenos de causación interna de aquellos generados externamente, los que conjuntamente modificaron de manera sustancial la fisonomía fónica de la len gua hasta llevarla a su total absorción por parte del castellano. No han sido tocados, pues, los aspectos morfosintácticos ni los léxico-semánticos, los que aguardan todavía un tratamiento cui dadoso por parte de los especialistas, retomando los trabajos interpretativos de Middendorf y Villarreal. Pues bien, con las características mencionadas y cualquiera que fuese la opinión que este libro merezca de parte de los espe cialistas, justo será reconocer aquí el apoyo institucional e indi vidual que hicieron posible la preparación, redacción y edición del mismo. Así, pues, entre las instituciones gracias a cuyo concurso pudimos llevar a término la presente obra debemos mencionar, 12
en primer lugar, a la NWO (Nederlandse Organizatie voor Wettenschappenlijk Onderzoek), que nos concedió una beca de investigación por un período de siete meses (marzo-setiembre de 1992), y al Departamento de Lingüística Comparada (Vakgroep Vergelijkende Taalwettenschappen) de la Universidad de Leiden (Holanda), que nos acogió en calidad de investigador asociado en uso de la mencionada concesión. Durante nuestra estancia en Leiden no sólo pudimos incrementar considerablemente el número de materiales necesarios para emprender el proyecto de trabajo inicial, que sigue en pie, sino que conseguimos esbozar algunos capítulos del mismo, particularmente el relacionado con la lengua mochica. Es más, estando en los Países Bajos, no fue difícil visitar la sede del Museum für Volkerkunde de Hamburgo (Alemania), donde pudimos revisar, por segunda vez, los cuadernos léxicos inéditos del inquieto explorador Enrique Brüning. Un año antes (enero-febrero de 1991), merced a una beca concedida por la DAAD (Deutscher Akademischer Austauschdienst), ya habíamos tenido la oportunidad de realizar dicha consulta, así como también la de los materiales mochicas de Walter Lehmann en el Instituto Iberoamericano de Berlín. Fuera de tales instituciones, el presente libro está en deuda también, entre las entidades nacionales, con nuestra vieja Universidad de San Marcos, que al habernos con cedido el grado de profesor emérito, nos ha permitido seguir sirviéndola en calidad de investigador; y con la Pontificia Uni versidad Católica, que desde hace muchos años nos ha acogido como profesor a tiempo parcial, permitiéndonos ejercer libremente la cátedra de Lingüística Andina y otros cursos afines, y brindán donos en esta ocasión la oportunidad de beneficiarnos de su prestigioso Fondo Editorial. En el terreno individual, son muchas las personas a quienes debemos expresar nuestra más profunda gratitud, y, ciertamente, nunca será suficiente el reconocimiento público que hagamos de ello en estas líneas prológales. En la imposibilidad de nombrar a todas ellas, permítasenos destacar entre los extranjeros, en primer lugar, a Willem Adelaar, colega desde los tiempos iniciales de nuestros escarceos profesionales, brillante americanista y 13
desinteresado anfitrión durante nuestra permanencia en Leiden: sus desvelos por hacer de ésta una estancia más llevadera y menos angustiosa, sus orientaciones y aliento constantes, hacen de él la persona gracias a quien pudimos finalmente materializar, aun que de manera parcial, la obra prometida. Nuestro sincero agra decimiento va también para Utta y Albrecht von Gleich, este último Director del Institut fiir Iberoamerika Kunde de Hamburgo, gracias a cuyo generoso apoyo y mediación tuvimos el privilegio de acceder, en el Museo de Etnografía, a los materiales inéditos de Brüning, hasta en dos ocasiones (enero de 1991 y junio de 1992). En el mencionado museo estamos en deuda con su Direc tora, la Dra. Corinna Raddatz, quien puso a nuestra disposición todo el archivo del fondo Brüning, e inclusive, en ejemplar de mostración de paciencia y amabilidad, tuvo la gentileza de auxiliamos en la reproducción fotográfica de parte del vocabu lario inédito del citado estudioso germano (material que, lamen tablemente, tuvimos la desgracia de perder en nuestro viaje de regreso). Agradecemos también a Peter Masson, del Instituto Iberoamericano de Berlín, por su reiterada manifestación de amistad, apoyo y estímulo durante nuestras visitas a dicho centro, que guarda con verdadero celo un ingente material inédito rela tivo a nuestras lenguas indígenas, particularmente la mochica. Entre los colegas peruanos a quienes debemos manifestarles nuestra profunda gratitud figuran principalmente Gertrud Schumacher de Peña, Enrique Carrión Ordóñez y José Luis Rivarola. Gracias a Gertrud, antigua colega sanmarquina, pudimos seguir mejor el texto alemán de la gramática mochica de Middendorf, pues ella puso generosamente a nuestra disposición hace ya algunos años la versión castellana que tiene preparada del libro en mención, y cuya publicación permanece injustamente postergada. Enrique Carrión, a su turno, además de su constante aliento y muestra de asombrosa erudición, nos prodigó con materiales bibliográficos mochicas pertenecientes a su biblioteca personal, tomando acce sible aquello que resultaba difícil de consultar. José Luis Rivarola, condiscípulo en las aulas sanmarquinas y más tarde colega en la PUC, no sólo aguardó con verdadera impaciencia la aparición de este libro, animándonos en todo momento, sino también -viva 14
muestra de su interés por el tema- se dio el trabajo de leer íntegramente el manuscrito, alcanzándonos oportunas sugeren cias y valiosas atingencias que esperamos haber asimilado con propiedad y reconocimiento. Mención aparte merecen también Teresa Valiente, por su siempre pronta asistencia en la localiza ción y el envío de materiales bibliográficos; Gustavo Solís Fonseca, por haber acogido entusiastamente en el Centro de Investigación de Lingüística Aplicada (CILA) de San Marcos nuestro proyecto general de estudios sobre lenguas andinas, del cual formaba parte el presente trabajo en su fase final de revisión y ampliación; y Oswaldo Fernández, por haber insistido en nuestra participación en el congreso piurano mencionado, obligándonos prácticamente a iniciar la redacción del libro que ahora ofrecemos. Finalmente, quedamos también sumamente agradecidos a Nicanor Domínguez, antiguo alumno nuestro y al presente estudiante de postgrado en la Universidad de Illinois, no sólo por el entusiasmo y dedicación con que elaboró los mapas que ilustran la presente obra sino también por habernos alcanzado algunas ideas, tras la lectura dé los capítulos que versan sobre los aspectos “externos”de la lengua, aparte de suministrarnos materiales bibliográficos propios de su especialidad. Para terminar, quisiéramos recordar en estas líneas cuán importante ha sido y es para nosotros ocupar en los últimos diez años la cátedra de Lingüística Andina, primeramente en San Marcos, luego en la PUC, y finalmente en el Programa de Maes tría en Lingüística Andina y Educación de la Universidad del Altiplano (Puno) así como en su homólogo de la Universidad de Cuenca (Ecuador). Es en el dictado de dicha asignatura que ha surgido la necesidad de recopilar, evaluar, organizar y comentar los materiales bibliográficos disponibles para cada familia lingüística, y, en este caso especial, los correspondientes al mochica. Al fin y al cabo, como todo estudioso lo sabe, la docencia y la investigación constituyen dos facetas indesligables del trabajo científico, y a ellas nos debemos quienes hemos hecho de la re flexión sobre nuestro pasado una razón existencial. Lima, Navidad de 1994
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EQUIVALENCIA DE LOS SIGNOS EMPLEADOS
[ ] Los corchetes indican que lo que aparece representado entre ellos constituye una representación fonética. / / Las barras oblicuas indican que lo que va encerrado en ellas es una representación fonológica. < > Los paréntesis angulados se emplean para las reproducciones grafémicas u ortográficas del original. ( ) Los paréntesis se usan para encerrar en ellos las formas que se consideran opcionales. >
Significa que lo que precede da lugar a lo que sigue; por ejemplo, el lat. delicatu(m) > cast. delgado.
Indica que lo que precede se actualiza como lo que le sigue; por ejemplo, la palabra quechua Qusqu —>[qosqo], es decir se pro nuncia con [o]. *
El asterisco indica que la forma que lo porta es originaria o reconstruida; por ejemplo, para la palabra del quechua cuzqueño hurquy remover’ se postula una forma originaria *su-rqu-y. El punto indica frontera silábica, como en al.ter.no.
-
El guión es usado para marcar las lindes morfemáticas, como en des-agradec-i-do. 17
:
Los dos puntos indican alargamiento vocálico; así en el quechua huanca ta:kuy ‘sentar(se)’ se opone a takuy ‘mezclar’.
[ó] Simboliza a la vocal anterior media redondeada, parecida a la secuencia <eu> del francés, como en peu ‘poco’. [¿ ] Simboliza a la africada palatal, como la castellana. [ del topónimo Ancash. [ s ] Simboliza a la sibilante apical cuasi retroflexa, como la del quechua huanca en una palabra como [waylas] ‘huailas (danza típica)’, o cercana a la ese apical del castellano peninsular. [5] Simboliza a la fricativa prepalatal sorda, parecida a la jota chilena en una palabra como mujer [mu^ér]. [ 1] Simboliza a la lateral palatal sorda, como la elle del castellano andino. [ r ] Simboliza a la erre doblada del castellano estándar, como la de la palabra carro. [T|] Simboliza a la nasal velar, como la pronunciada en la palabra castellana engaño [eT|gáño]. V
Representa a toda vocal, indistintamente de su timbre.
C
Representa a toda consonante o segmento no silábico.
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IN D IC E GENERAL
Prólogo del autor.............................................................................
11
Equivalencia de los signos.............................................................
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CAPITULO I
La lengua mochica 1.1. Zonificación................................................................... 1.2. El nombre...................................................................... 1.3. Correlaciones históricas................................................. 1.4. Filiación.........................................................................
23 33 42 47
CAPITULO II
Introducción 2.1. Propósito........................................................................ 51 2.2. Antecedentes.................................................................. 54 CAPITULO III
Fuentes de estudio 3.1. Fuentes iniciales............................................................. 59 3.2. Gramáticas..................................................................... 62 3.3. Vocabularios................................................................... 65 CAPITULO IV
Fonemas segmentóles 4.1. Vocalismo....................................................................... 4.11. Vocales breves..................................................... 4.12. Vocales largas...................................................... 4.13. Inventario vocálico............................................. 4.2. Consonantismo..............................................................
74 74 80 84 84 19
4.21. Oclusivas............................................................. 4.22. Africadas.............................................................. 4.22.1. Africada palatal...................................... 4.22.2. Africada dentoalveolar.......................... 4.22.3. Africada prepalatal................................ 4.23. Fricativas............................................................. 4.23.1. Bilabial.................................................... 4.23.2. Sibilante palatal..................................... 4.23.3. Sibilantes dorsal y retrofleja................. 4.23.4. Palatal lateralizada................................. 4.23.5. ¿Fricativa velar?...................................... 4.24. Nasales................................................................ 4.25. Laterales................................................................ 4.26. Vibrantes............................................................. 4.27. Semiconsonante................................................... 4.28. Inventario consonántico....................................
85 88 88 88
92 97 97 98 99 107 110
111 114 116 119 123
CAPITULO V
Estructura silábica ................................................................................ 125 CAPITULO VI
Régimen acentual ................................................................................ 133 CAPITULO VII
Morfofonémica 7.1. Procesos vocálicos...........................................................141 7.11. Síncopa...................................................................141 7.12. Contracción......................................................... ..143 7.13. Inflexión.............................................................. ..144 7.14. Armonía.............................................................. ..145 7.15. Apócope.................................................................148 7.2. Alternancia consonántica............................................. ..149
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CAPITULO VIII Evolución y obsolescencia 8 .1. Evolución.........................................................................153 8.11. Delateralización.....................................................153 8.12. Velarización......................................................... ..155 8.13. Fusión de sibilantes............................................ ..159 8.14. Espirantización......................................................162 8.2. Obsolescencia...................................................................163 8.21. Acortamiento vocálico..........................................164 8.22. Desbemolización de / 6 / .......................................165 8.23. Pérdida de M .......................................................167 8.24. Reajustes adicionales............................................169 CAPITULO IX
Esplendor y ocaso 9.1. La supremacía serrana.....................................................174 9.2. Suplantación de la “lengua general” .............................175 9.3. Lengua regional................................................................178 9.4. Vehículo de evangelización............................................179 9.5. Castellanización................................................................181 9.6. La gran retracción......................................................... ..185 9.7. El refugio de Eten..........................................................187 9.8. Los últimos estertores.....................................................192 APENDICE
Léxico mochica
.................................................................................195
BIBLIOGRAFIA.................................................................................204
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i
Capítulo i L a L en g u a M
o c h ic a
1.0. En el presente capítulo nos ocuparemos brevemente, a manera de introducción, de algunos aspectos “externos” de la lengua, en este caso los referentes a su localización geográfica, su designación, su correlación histórico-cultural, y, finalmente, su filiación lingüística. 1.1. Zonificación. Una de las informaciones más tempranas sobre la situación lingüística de la costa norte peruana es la que nos proporciona el cronista contador Agustín de Zárate. Dice, en efecto, el mencionado historiador: “Divídense en tres géneros todos los indios destos llanos, porque a unos llaman yungas, y a otros tallanes y a otros mochicas; en cada provincia hay diferente lenguaje, caso que los caciques y prin cipales y gente noble, además de la lengua propria de su tierra, saben y hablan entre sí todos una misma lengua, que es la del Cuzco [...]” (cf. Zárate [1555] 1968: 125; énfasis agregado). Así, pues, se nos dice que en la costa norte había por lo menos tres “naciones” o “provincias” que se diferenciaban por el manejo de distintas lenguas: tales pueblos eran, de norte a sur, el de los tallanes, de los mochicas, y de los yungas.
Adviértase, asimismo, que por aquella época, según lo señala el docu mento, la elite regional todavía hacía uso, además de su lengua “natural”, de la “del Cuzco”1, es decir la quechua, adquirida como segunda lengua, rol que gradualmente será suplantado por el castellano. Es más, documentaciones posteriores nos ayudarán a precisar mejor aún el panorama lingüístico de la zona mencionada, enriqueciendo la in formación previa, sin contradecirla en sus distinciones fundamentales. Uno de tales documentos es aquel dado a conocer por Josefina Ramos de Cox (1950), perteneciente a la colección de manuscritos del P. Rubén Vargas Ugarte, y que dataría de 1638: se trata de la “Memoria de las doctrinas que ay en los valles del Obispado de Trujillo desde el río de Sancta asta Colán, lo último de los llanos”. Conforme lo anunciado por el título, se nos ofrece allí la lista de las doctrinas correspondientes a los cuatro corregimientos que pertenecían entonces al Obispado de Trujillo, especificando la asignación de las mismas a las distintas órdenes religiosas que operaban en la zona o a los seglares que las regían, así como también la lengua o lenguas que se hablaban en tales corregimientos y los nombres de las personas que tenían conocimiento de ella(s). Según dicha relación, bajando de norte a sur, entre Paita y Olmos, pertenecientes al corregimiento de Piura, se hablaba una “lengua particular y muy obscura que no se habla en otra parte ninguna del Perú”; entre Motupe y Chócope (comprendiendo los corregimientos de Saña, Chiclayo y parte de Trujillo) se usaba el mochica; y, en el resto del corregimiento de Trujillo, desde Magdalena de Cao hasta Guañape y Virú, la lengua correspondiente era la pes cadora. Tales habrían sido, pues, las lenguas y sus límites territoriales respectivos mencionados de manera muy general en la documentación temprana. Como se sabe, sin embargo, con excepción de la segunda de las lenguas —la mochica—, la designación de las otras resulta pro blemática. En lo que sigue nos ocuparemos de las tres zonas delimitadas 1
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Por lengua “del Cuzco”, como lo hemos señalado en otros lugares (cf., por ejemplo, Cerrón-Palomino 1987a, 1994b), no debe entenderse el dialecto cuzqueño de la cpoca sino la “lengua general” de base chinchaisuya que los españoles encontraron difundida a lo largo y ancho del antiguo Tahuantinsuyo.
en el documento de Ramos, siguiendo el orden establecido previa mente. 1.11. Pues bien, en lo que se refiere al antiguo corregimiento de Piura, conviene preguntarse hasta qué punto es exacta la información proporcionada respecto de la situación lingüística descrita. Como se recordará, de la documentación citada parecería desprenderse que los pueblos correspondientes a dicha jurisdicción sólo manejaban una lengua “natural”. Nada más inexacto, sin embargo, conforme lo se ñalarán no sólo informaciones posteriores sino también la documentación lingüística propiamente dicha. Así, en una carta del obispo de Trujillo, fechada el 12 de abril de 1651, y dada a conocer por María Rostworowski (1978: Cap. VI; cf. también 1989: Cap. 9), se hace referencia a la existencia de tres lenguas diferentes para la misma área. En efecto, se dice allí que “por la diversidad de lenguas”, debía proveerse de un catedrático especial “para el pueblo de Olmos [,] que tiene lengua particular, y otro para Sechura, que tiene otra lengua; y otro para Catacaos y Paita [,] que hablan diferente lengua”. ¿Qué hay de cierto en ello? Dejando de lado por ahora la lengua de Olmos, para la cual no tenemos datos lingüísticos, el documento distingue, tal como se puede apreciar, dos lenguas claramente diferentes entre sí: la de Sechura y la de Catacaos-Paita. Pues bien, afortunadamente, en este caso contamos con listas de palabras para tales entidades: nos referimos a las mandadas recoger por el obispo de Trujillo, Jaime Bal tazar Martínez Compañón, alrededor de 1785 (cf. ahora Martínez Compañón [1790] 1985: II, iv) en la “provincia” de Piura. Tales listas, juntamente con otras, forman parte del “Plan” de 43 voces castellanas con sus equivalentes en ocho lenguas habladas dentro de la jurisdicción de aquel Obispado; y, por lo que respecta a Piura, aparecen consignadas allí las “lenguas” de Sechura, Colán y Catacaos. Ahora bien, cotejadas entre sí éstas, no es difícil advertir que las de Colán y Catacaos guardan una mayor similaridad entre sí que cualquiera de ellas en relación con la de Sechura, pudiendo postularse, por consiguiente, que mientras ésta constituía una lengua aparte, las otras dos no pasaban de ser dialectos de una misma lengua (cf. Stark 1968, Torero 1986), confirmando así 25
la existencia de dos entidades lingüísticas, tal como lo observara el documento de 1651, si asumimos que la variedad de Colán no es sino la misma de Paita o de alguna habla cercana a ella. Por lo que toca a la lengua de Olmos, su naturaleza independiente aparece también atestiguada en la crónica del agustino de la Calancha ([1638] 1977: IV, Cap. II, 1235), quien observa que la lengua se caracterizaba porque sus hablantes “muda[ba]n letras y finales”. Ahora bien, esta referencia consistente en la mudanza de sonidos y de ter minaciones (= sufijos) lleva implícita una comparación en relación con una lengua modelo, de la cual la de Olmos se estaría apartando. ¿Cuál sería dicho arquetipo? Al respecto, ya Brüning ([1922] 1989b: Cap. VII, 72), en su monografía sobre Olmos, sugería que la lengua de esta localidad habría sido “una clase de fusión” entre el mochica, en su variante vecina de Copis (confín norteño de aquella lengua), y el idioma local de Olmos, ambos pueblos refundidos en 1573. Los olmanos, por su parte, de acuerdo con una tradición oral recogida por el estudioso alemán, habrían estado relacionados estrechamente con los sechuranos, pueblos ambos dedicados al arrieraje durante la colonia2. Como prueba de tales contactos, Brüning llega a proporcionarnos incluso una lista escueta de tres palabras pertenecientes a la textilería olmana, de las cuales dos son concordantes con las consignadas para el sechurano3. 2
3
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Vásquez de Espinoza, que en las primeras décadas del siglo XVII anduvo por la costa norte, observa que “el pueblo [de Olmos] es rico porque todos los indios son arrieros y tienen muías y cuando llegan las naos de Tierra Firme a Paita llegan ellos con sus muías y fletan a 30 y 40 pesos y a como pueden hasta Lima que son 180 leguas y tienen tan grande cuidado y son tan diestros y diligentes en el oficio, que los que van fletados no tienen cuidado de cosa [...]” (cf. Vásquez de Espinoza [1620] 1990: Cap. XVII, 550). Los sechuranos, así como los de Catacaos (cf. Vásquez de Espinoza, Op. Cit.: Cap. XVIII, 551), también tenían fama de arrieros. Jorge Juan y Antonio Ulloa ([1748] 1990: Libro I, Cap. I, 22) nos dicen de Sechura que “su vecindario es todo de familias de indios, que llegarán hasta el número de quatrocientos y se ocupan en el exercicio de harrieros ó pescadores”. Tales palabras son silluque ‘(conjunto de) lacitos para cambiar la urdimbre’ y llagal ‘golpeador con que se aprieta la trama’, obviamente correlacionables con las formas sechuranas respectivas sillique y Ilacata, frente a las mochicas uño y quida, respectivamente, que nada tienen que ver con ellas. La tercera palabra
Por nuestra parte, creemos que, efectivamente, la lengua de Olmos bien pudo haber estado relacionada con la de Sechura, y para ello nos basamos en el testimonio de Jorge Juan y Antonio Ulloa ([1748] 1990: Libro I, Cap. I, 22), quienes, al describir el idioma sechurano, ofrecen una caracterización del mismo que, aunque impresionista, parece coincidir en parte con la que proporciona de la Calancha respecto del olmano. Dicen los mencionados viajeros: “Los indios moradores [de Sechura] usan distinta lengua que la común de los demás pueblos, tanto de Quito como de lo restante del Perú [...]; no solo se distinguen en lo formal de la lengua pero en el acento porque, además de prorrumpir las voces en un tono, como de canto triste, comen la mitad de las palabras finales, como si les faltasse la respiración para concluirlas”. Dadas la correlaciones mencionadas, tanto etnográficas como sociolingüísticas, no parece aventurado sostener que la lengua-base de Olmos podría haber sido un dialecto cercano al de Sechura, pero fuertemente influido por el mochica, sobre todo luego de la fusión histórica de dicho pueblo con el de Copis para formar el de Santo Domingo de Olmos. Con las peculiaridades surgidas de la situación de contacto, no es de extrañar entonces que el obispo de Trujillo, en la citada carta de 1651, considere a la de Olmos como lengua “particular”, diferente de la de Sechura. Ahora bien, es precisamente esta realidad lingüística a la que se refería Salinas de Loyola, casi una centuria antes, al referirnos que “[...] en los términos de la dicha ciudad [de San Miguel de Piura] hay tres naciones de naturales diferentes en la habla y en los nombres. [...]. Y cada -terlán ‘telar en que se fija la urdimbre’-, parece estar más cerca de su equivalente mochica tésgam y no de su correspondiente sechurana tasila; aun así, bien puede tratarse de una forma metatizada de la misma voz castellana telar. Inciden talmente, Middendorf (1892: Cap. II, 62) recoge terskam en lugar de tésgam, lo cual parece anómalo, ya que el mochica, como se verá (cf. Cap. V), no admitía raíces con grupos consonánticos de más de dos segmentos en posición intervocálica. Siendo así, la secuencia no parece ser sino una notación para reproducir la naturaleza especial de la sibilante en dicho contexto. Lehmann (cf. Schumacher 1991) también echará mano ocasionalmente de dicha secuencia, como en fers ‘luana’, que alterna con fies (cf. de la Carrera: fess).
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una de las dichas naciones tenían sus provincias por sí y territorios y límites conoscidos y señalados. [...]. Y cada una de las dichas provincias de naturales tenia su lengua diferente de las otras y que no se podían entender sin intérpretes, que como contrataban unos con otros, había muchos que se entendían” (cf. Salinas [1571] 1965: II, 33-45; énfasis suministrado)4. Concluiremos esta sección señalando que en el antiguo corregi miento de Piura se hablaban por lo menos tres lenguas, a saber la de Sechura, la de Colán-Catacaos, y la de Olmos, lenguas que, como nos informa la relación de Salinas de Loyola, eran ininteligibles entre sí5. 1.12. A diferencia del panorama complejo que presentaba lingüísti camente la citada jurisdicción de Piura, la situación de los corregimientos de Saña, Chiclayo y parte de Trujillo era prácticamente homogénea. En efecto, a lo largo de todos los valles comprendidos desde Motupe (Lambayeque) hasta Chicama (Trujillo) se hablaba, según la relación ofrecida en la “Memoria de las doctrinas”, una sola lengua: la mochica. De hecho, las últimas doctrinas que se enumeran en el sur son las de Paiján y Chócope, en el valle de Jequetepeque6. El límite austral in 4
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Señalemos, de paso, que Espinoza Soriano (1975) cree ver en dicho pasaje una corroboración del dato ofrecido por Zirate, quien, como vimos, también hace mención a tres “provincias” con lenguas propias. Sin embargo, el documento de Salinas es preciso en cuanto a su referencia exclusiva a “los términos” de la ciudad de San Miguel de Piura, por entonces perteneciente al obispado de Quito, y no al resto de “los llanos”, como sí se desprende del pasaje citado del cronista contador. Como puede advertirse, aparte de su desorientación respecto del significado de “término”, la referencia hecha a tres lenguas y tres provincias en ambos documentos acabó por confundir al mencionado etnohistoriador. De ellas, como se sabe, al menos la de Sechura sobrevivió hasta fines del siglo pasado: el viajero Richard Spruce recogió, en 1863, una lista de 38 palabras, muchas de las cuales resultan afines con las de la lista de Martínez Compañón (cf. Rivet 1949). En el documento se dice que en tales doctrinas se hablaba “la lengua de los valles que es la que llaman quichua o mochica”, donde el empleo de la primera designación resulta completamente extraño, siendo achacable, con toda probabilidad, a un desliz del copista. Lo propio puede decirse del registro del mismo nombre en uno de los primeros documentos de la lengua de que se tiene
dicado no coincide exactamente, sin embargo, con el que se desprende de otras fuentes. Una de éstas es nada menos que la de don Fernando de la Carrera, el cura de Reque y gramático de la lengua mochica. Como se sabe, este autor (cf. de la Carrera [1644] 1939: “Al lector”), en su prefacio, ofrece la nómina de “todos los beneficios” o doctrinas “adonde se habla esta lengua”, la cual coincide (aparte de la mención a algunos lugares de Cajamarca, incluso Balsas y Condebamba, a orillas del Marañón) con la proporcionada en la “Memoria”, excepto que señala también las doctrinas de Santiago y de Magdalena de Cao (en el valle de Chicama) como zonas de habla mochica, mientras que en el documento anterior ellas aparecen como formando parte del terri torio de la lengua pescadora. De otro lado, el cronista de la Calancha ([1638] 1977: IV, Cap. II, 1235), al hablar de la lengua de los chimúes (ver más abajo), refiere que ella se había impuesto, por el norte, hasta el valle de Jequetepeque: “los vasallos de Pacasmayo —nos dice—dieron en hablar su lengua”, es decir la habían aprendido. Tenemos así toda una zona comprendida entre los valles de Jequetepeque y Chicama en la que coexistían ambas lenguas: la mochica y la pescadora. De esta manera se resuelve la aparente contradicción respecto de la frontera sur del territorio mochica, pues si bien se prolongaba hasta el valle de Chicama, lo hacía compitiendo con la otra lengua, que es la que trataremos en seguida (Ver Mapa I). 1.13. Conforme se vio, en el antiguo corregimiento de Trujillo se hablaban dos lenguas: la mochica y la llamada pescadora, teniendo esta superposición idiomática como límite el valle de Jequetepeque, pues de allí hacia el norte ya se entraba en territorio exclusivo del mochica. El agustino de la Calancha (Op. Cit.: IV, Cap. XIV, 1368) señala expresamente que “la[s] lengua[s] que ablan” los de “San Pedro de Yoco y Xequetepeque, entonces de gran gentío, i en tributarios de numerosa noticia: el Catecismo de la lengua yunga o quichua y española (1596), de Roque de Cejuela, cura de Lambayeque (cf. Altieri 1939; Vinaza [1892] 1977: 267; cf. también Cap. III, sección 3.1). A menos que, como quiere Torero (1986), el término quichua esté siendo empleado en dicho pasaje como sinónimo de “valle”: uso, después de todo, completamente inusitado y demasiado tardío para ser empleado etimológicamente.
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multitud” eran “la Muchic i la Quingnam, escura i de escabrosa pronunciación”. Previamente había observado {Op. C i t IV, Cap. II, 1235) que el quingnam se había impuesto no sólo entre los vasallos de Pacasmayo sino también entre los demás pueblos hacia el sur, “asta Lima, aunque corrompidos algunos vocablos”. Nótese cómo la desig nación de “pescadora” empleada en la “Memoria” parece referirse, por su distribución geográfica, a la que de la Calancha llama quingnam!. De hecho, el historiador agustino, hablándonos de ésta, nos dice que “la pescadora es en lo general la misma, pero usa más de lo gutural” (Op. Cit:. IV, Cap. XIV, 1368). De esta manera, las designaciones de quingnam y pescadora estarían refiriéndose, respectivamente, a dos dialectos de una misma lengua, de los cuales el segundo aparecía estigmatizado socialmente (cf. Torero 1968)8. Por lo demás, de la 7
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La nota discrepante en este punto nos la da la “Visita Pastoral” del entonces arzobispo Toribio de Mogrovejo, pues al referirse al pueblo de la Magdalena de Eten se nos dice que “Fray Rodrigo, de la orden de Sant Francisco, sabe bien la lengua yunga pescadora, pues es la que hablan los indios”, no obstante que, conforme se vio, Eten está en pleno territorio de habla mochica. Previamente, sin embargo, hablando de los indios reducidos de San Miguel y Eten, menciona al mismo fray Rodrigo de Buenaventura y a otros como conocedores de la lengua “yunga destos valles”, sin alusión a la pescadora (cf. Mogrovejo [1593] 1920). Por lo que, si no es un error, la existencia de hablantes de pescadora en dicho lugar podría estar indicándonos el establecimiento de un grupo de gente llevada del sur. En tal sentido, no compartimos con la generalización que hace María Rostworowski (1981: Cap. 5,98-99), para quien dicha presencia sería un indicador de que la pescadora se hablaba “en todo el litoral de los actuales departamentos de La Libertad y Lambayeque”. Dice de la Calancha {Op. Cit.: IV, Cap. II, 1235) al referirse a él que “la que entre ellos [los indios de Trujillo] se llama la Pescadora, más parece lenguaje para el estómago, que para el entendimiento; es corta, escura, gutural i desabrida”. Tanto Rabinowitz (1983) como Rostworowski (1981; Cap. 5) sostienen que la pescadora vendría a ser una lengua o jerga especial de base incierta empleada por los pescadores de la costa central peruana. No lo creemos así. Aparte de los razonamientos puramente especulativos del primero, y de su interpretación antojadiza de términos como el del adjetivo “corta” que le atribuye de la Calancha, más bien con el significado de ‘pobre en términos léxicos’ (“que no llega a tener cantidad proporcionada y justa”), y no, como quiere Rabinowitz, apocopante (recuérdese, en cambio, la caracterización del olmano), de las documentaciones comparadas se desprende que, lejos de ser una lengua especializada, la pescadora era, al decir de de la Calancha, la misma que la quingnam, aunque registraba
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Calancha es la única fuente que nos proporciona el nombre de quingnam'*, pues las demás fuentes nos hablan de “la lengua”, o “las lenguas pescadoras”, haciendo quizás referencia en este último caso a las variedades dialectales mencionadas (cf. Mogrovejo [1593] 1920, Huerta [1616] 1993: “Introdvction”)10. La designación de esta lengua como yunga, tal como se puede ver en la cita previa del cronista Zárate, resulta a todas luces ambigua, pues, como se verá, con el mismo nombre se hace referencia al mochica. Ahora bien, en lo que respecta a la frontera sur de esta lengua, las referencias documentales no son coincidentes. De hecho, el único documento que podría habernos proporcionado datos exactos sobre la extensa franja costera comprendida entre el valle de Moche y el de Huaura, si no el de Chillón, es el “Diario” de la segunda visita pastoral del arzobispo Mogrovejo ([1593] 1920); y, sin embargo, su consulta resulta frustrante por la vaguedad, los silencios, y la imprecisión de sus informaciones en lo que respecta a la o las lenguas habladas en tan vasto territorio. Con todo, resulta ilustrativo advertir que desde Carabaillo (cuenca del río Chillón), pasando por Huarmey, Casma y Nepeña se haga mención simplemente a “la lengua de los indios” o la “lengua particularidades dialectales que la diferenciaban claramente, llegando algunas de ellas a tener cierta connotación sociolingüística muy marcada: de allí los adjetivos altamente peyorativos que le prodiga el agustino (cf. Torero 1986). Sobra decir que la comparación que establece el mencionado autor entre la pescadora y el callahuaya de los herbolarios de Charazani (cf. Stark 1972b, Guirault 1989), al que equivocadamente le confiere el carácter de “idioma nativo”, habiendo sido más bien una lengua ocupacional, es enteramente gratuita. 9 Según Rabinowitz (1983: nota 3), la etimología más apropiada de este nombre, tal como se lo habría sugerido Schaedel, sería la de kingnam 'a o para hilar’ (proveniente de king ‘hilar’ y la marca del segundo supino -nám), registrada por Middendorf (1892: VI, 87), y que aludiría al “hablar como hilando” de los chimúes. Si bien la coincidencia formal es asombrosa, la asociación respectiva en el plano significativo no pasa de ser pura etimología popular. 10 Tal como lo sugiere Torero (1989), la designación de pescadora parece ser traducción del nombre guachimi, de posible origen quingnam, que con el significado de ‘pescador’ aparece en el Lexicón de fray Domingo de Santo Tomás ([1551] 1951: guaxme). Guarnan Poma trae también el término, en su variante epentetizada (uachimi) como nombre étnico de origen yunga, es decir costeño (cf. Guarnan Poma [1616] 1936: 901, 1073).
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materna yunga”, diferente de la quechua. Y como de allí en adelante (particularmente desde Guañape), zona de habla quingnam o pesca dora, según la “Memoria de las parroquias”, se nos dice que es la suya “la lengua materna yunga”, no es desatinado sostener que en verdad se estaría frente a la misma lengua. Según esto, y superando las reservas formuladas por Torero (1968), para quien el límite sureño del quingnam sería el río Santa, creemos que no es aventurado sostener que la frontera austral del quingnam haya sido la cuenca del río Chillón: recordemos que de la Calancha señalaba que la lengua del reino de Chimor se había extendido desde Pacasmayo hasta Lima, aunque nombrara a Paramonga como su límite meridional. Unos quince años después, el cronista Cobo ([1653] 1956: Cap. VII, 301), corroborando y aun precisando la información del agustino identificaba Carabaillo como la zona li mítrofe entre “dos naciones” de lenguas distintas. Dice, en efecto, el jesuíta historiador que “eran dos las naciones que [...] habitaban [el valle de Lima], con lenguas distintas, las cuales aún conservan los pocos que quedan de ambas. Los naturales de Caraguayllo y sus términos eran de la una nación, cuya lengua corre desde allí adelante para el corregi miento de Chancay y banda del septentrión, y desde el mismo pueblo de Caraguayllo hasta el de Pachacamac habitaba la otra nación (énfasis agregado)”. Así, pues, de Carabaillo al sur comenzaba otra lengua: el quechua, en su variante costeña o “marítima”, como diría Cobo (Ver Mapa II). 1.2. El nombre. Como ocurre con las demás lenguas andinas, el idioma del cual nos ocuparemos tampoco se libra de un problema inicial: el de su designación". En efecto, en el presente caso no solamente se emplean varias designaciones para referirse a él sino que, conforme se vio, no todas ellas remiten a una misma entidad. La confusión inicial proviene, como se sabe, del hecho de que nuestras lenguas no tenían nombre propio: cada grupo étnico posea su idioma y éste era la lengua (humana), por excelencia. El afán designativo, como entidad étnica y/o lingüística, parte del extraño, generalmente del 11 En una nota reciente, Gertrud Schumacher (1992) también se ocupa del tema, apoyándose básicamente en Torero (1986), y, por consiguiente, estableciendo deslindes glotonímicos similares a los que postularemos en seguida.
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grupo advenedizo preocupado por establecer las fronteras del otro, y los membretes demarcativos aluden a cierta especificidad de éste (de orden cultural o ecológico) y, por extensión, a su lengua. Por lo que toca a la presente lengua, como se recordará, tres Kan sido las designaciones empleadas para aludirla: yunga, mochica, y quingnam. La primera, proveniente del quechua general, para nombrar al poblador costeño12, fue tomada por los españoles con el mismo referente, pero además, esta vez, para referirse también, por extensión, a la lengua del mismo. Sin embargo, como existían otras lenguas costeñas, el nombre resultaba de suyo ambiguo, pues podía aludir a más de una entidad idiomática. Las demás designaciones, de origen local, remitían a realidades lingüísticas más específicas; pero, en la medida en que la primera también cubría a éstas, pronto se vieron envueltas dentro de la misma confusión. Ahora bien, conforme se vio, el examen de las fuentes documen tales más tempranas (crónicas, diarios de visitas, relaciones de doctrinas y cartas) permite hacer un deslinde glotonímico inicial, desde el momento en que las informaciones que proporcionan describen la situación lingüística inmediata, teniendo al frente entidades que son sentidas y percibidas como diferentes por sus mismos hablantes o por quienes las describen. Con el correr del tiempo, sin embargo, algunas de estas entidades idiomáticas fueron extinguiéndose, varias de ellas sin haber 12 Nótese qutyunga (proveniente de la forma más conservada *yunka) podía designar también a] habitante de los valles trasandinos orientales de clima relativamente cálido. Oigamos lo que al respecto dice, de manera inmejorable, el “Príncipe” de los cronistas: “[...] y a los que habitan en los llanos llaman Yungas. Y en muchos lugares de la sierra por donde van los ríos: como las sierras siendo muy altas, las llanuras estén abrigadas y templadas, tanto que en muchas partes haze calor como en estos llanos, los moradores que biuen en ellos, aunque estén en la sierra se llaman Yungas. Y en todo el Perú quando hablan destas partes abrigadas y cálidas que están entre las sierras, luego dizen es Yunga. Y los moradores no tienen otro nombre, aunque lo tengan en los pueblos y comarcas. De manera que los que biuen en las partes ya dichas, y los que moran en todos estos llanos y costa del Perú se llaman Yungas, por biuir en tierra cálida” (Cieza de León [1553] 1984: Cap. lx, 190-191; énfasis agregado).
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sido objeto del más mínimo registro escrito en la forma, no ya de gramáticas y lexicones, sino de al menos meras listas de palabras. Esta situación de glotofagia que se inicia a fines del siglo XVII y culmina en el presente (ver Cap. IX), así como la ausencia de documentación escrita para algunas de ellas, dio lugar a que los estudiosos contempo ráneos, perdidos ya de manera irreversible los referentes lingüísticos, aumentaran aún más la confusión, reduciendo el número de entidades y, por consiguiente, duplicando o triplicando las designaciones para referirse a ellas. Pues bien, tras el deslinde lingüístico-geográfico ofrecido en la sección anterior, y para ocuparnos únicamente de las lenguas habladas en los valles de los departamentos de Lambayeque y La Libertad, no parece haber duda de que en ellos se hablaban dos lenguas diferentes, las mismas que se superponían en la zona comprendida entre los valles de Jequetepeque y Chicama. Según se desprende de la “Memoria”, la lengua más norteña recibía el nombre de mochica, a la par que la sureña era designada como pescadora. En otros documentos, como en el “Diario” del arzobispo Mogrovejo, ésta recibe también el nombre de yunga. El agustino de la Calancha, por su parte, se refiere a ella con el nombre de quingnam, a la cual le reconoce asimismo una variedad emparentada que, coincidiendo con el documento de la “Memoria”, llama pescadora. Pues bien, los problemas glotonímicos surgen cuando la lengua mochica es designada también como yunga. Ello ocurre no sólo en la única gramática colonial accesible de la lengua, que lleva por título Arte de la lenguayunga (cf. de la Carrera [1644] 1939) sino incluso en el “Plan” de Martínez Compañón, donde aparece consignada la “lengua yunga de las Provincias de Trugillo y Saña”. No es de extrañar entonces que la designación del mochica como yunga haya confundido a los estu diosos contemporáneos, quienes, a falta de registro escrito para la quingnam o pescadora, consideran, implícita o explícitamente, que mochica, quingnam y pescadora son diferentes designaciones de una misma lengua (Middendorf [1890] 1956, Villarreal 1921, Larco Hoyle 1939, Zevallos Quiñones 1946 y Stark 1968) o, en todo caso, dialectos de un mismo idioma (Rowe 1948, Rivet 1949, Ravines 1980). De la misma opinión son Rostworowski (1981: Cap. 5) y Rabinowitz 1983), con la única diferencia de que estos autores, conforme se vio, consi36
deran que la pescadora habría sido una lengua especial, opinión que fue descartada13. Ahora bien, que el empleo de yunga para designar al mochica no reflejaba sino el uso de dicho término en su acepción genérica de “lengua de la costa” nos lo demuestra el mismo Arte del cura de Reque, en cuya aprobación por parte del Lic. Juan Niño de Velasco se dice que su autor, don Fernando de la Carrera, es “muy gran lenguaraz de la lengua ‘Mochica’, del Obispado de Trujillo”. Por consiguiente, mochica y no yunga = quingnam (menos pescadora) es lo que nos describe el gramático trujillano, sobre todo si tomamos en cuenta que aquél, según la lista de doctrinas que nos proporciona, sólo se hablaba hasta el valle de Chicama, y aquí incluso, conforme se vio, compar tiendo un mismo territorio con el quingnam. Si estas lenguas hubieran constituido una misma entidad, entonces ¿cómo explicar que el cura de Reque haya omitido, en su relación de doctrinas, los pueblos al sur de Chicama? De hecho, la lista de “beneficios” ofrecida parece exhaus tiva, pues llega a incluir en ella algunas doctrinas del corregimiento de Cajamarca, en plena sierra norteña14, por lo que la exclusión de los 13 En realidad, uno de los pocos estudiosos que reconoce al quingnam como lengua diferente del mochica es el etnohistoriador Espinoza Soriano (1975). Sin embargo, conforme se vio (cf. nota 4), este autor, además de malinterpretar a Salinas de Loyola (o el corregidor Céspedes, a quien le da la autoría de la relación), se contenta con el reconocimiento de una sola lengua para el valle de Piura y territorios aledaños. Ultimamente, Zevallos Quiñones (1992: 141-142; cf. también Herrera 1988) parece haberse rectificado en relación con la “festinación de nombres” -tal su propia expresión- de la que él mismo no se libró, pues admite que “la lengua mochica lambayecana” y la “lengua Quingnam, o del Chimii” (para la cual “no se ha recopilado nada”) habrían sido diferentes. Incidentalmente, Schumacher (1992) comenta que, a diferencia de Middendorf, Prince (1905) distinguiría tres lenguas: chimú, mochica y yunga, aunque “sin aducir pruebas”. En realidad el bibliógrafo citado menciona una cuarta: la “quingnana” (p. 49). Sobra decir que este autor no sólo no aporta pruebas para diferenciar a las supuestas cuatro entidades sino que todo su trabajo se reduce a un listado confuso de nombres de lenguas y/o de grupos étnicos, sin distinguirlos y mucho menos preocuparse por averiguar si aluden a una misma entidad o no, por lo que su trabajo es de escaso o nulo valor. 14 No sólo menciona los lugares donde se localizaban tales beneficios, cuya grey descendía de antiguos mitmas transplantados allí por orden de Túpac Inca Yupanqui,
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valles al sur de Chicama sólo puede responder al hecho de que allí se hablaba la lengua quingnam o pescadora, ajena al mochica. Por lo demás, la primera documentación accesible de la lengua (1607), cons tituida por un conjunto de breves textos de corte catequético, lleva por encabezamiento “Lengua Mochica de los Yungas” (cf. Cap. III, sección 3.1). El deslinde glotogeográfico hecho hasta aquí reposa exclusivamen te, conforme vimos, en la información documental. Lamentablemente no disponemos de materiales lingüísticos para el quingnam ni sabemos a ciencia cierta si alguna vez fue objeto de una descripción gramatical o léxica, o al menos si se redactaron cartillas o catecismos en él15. El hecho de que no haya sido registrada la lengua no implica que ella no haya existido o que, de haber existido, haya sido idéntica o parecida sino que nos llega a decir que los residentes eran bilingües de mochica y quechua, pues “aunque saben la serrana [i.e. la quechua], hablan la suya más de ordinario que la otra, y es forzoso que el Cura que los doctrine la sepa” (Op. Cit.: “Al lector”, 9). Precisamente uno de esos grupos de mitmas, de Collique, había sido trasladado a Shultín (Cajamarca), habiendo mantenido su identidad “yunga” hasta fines del siglo XVII (cf. Espinoza Soriano 1970). 15 Hablando de los indios del valle de Chicama, el cronista Lizárraga ([1605] 1968: Cap. XVI, 13) dice que “tienen dos lenguas, que hablan: los pescadores una, y dificultosísima, y otra no tanto”. Añade que fray Benito de Jarandilla, de su propia orden dominicana, “sabía ambas, y la más dificultosa, mejor”. Del pasaje se puede inferir que la otra lengua, la menos dificultosa, era la mochica, y entonces la que mejor conocía el religioso era la quingnam, llamada pescadora. Un compañero de orden de fray Benito fue fray Pedro de Aparicio, igualmente radicado en Chicama, quien, según Mel .'-ndez, el historiador de la orden dominicana, habría compuesto “un arte y vocabulario, y muchos sermones, pláticas y oraciones” (cf. Zevallos Quiñones 1948a). Es muy probable que la lengua descrita haya sido la mochica y no la quingnam: sintomáticamente, el historiador Meléndez agrega que de las obras de fray Pedro “otros se han valido después”, amén de que el P. Lizárraga no lo haya mencionado en consonancia con la “difícil” lengua pescadora. Añadamos, de paso, que el mismo fray Juan Meléndez (1681:1, Libro IV, Cap. II, 325-326) refiere que el primer gramático del quechua -fray Domingo de Santo Tomás-, que anduvo predicando a los indios y fundando conventos entre los valles de Chicama y Chancay, habría aprendido también la lengua “de los llanos de Truxillo, que es dificilísima, y que aun oy ay muy pocos” que la saben. La lengua en cuestión sería, pues, la quingnam (cf. Cerrón-Palomino 1994b: sección 1, nota 2).
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a la mochica16. A falta de materiales estrictamente lingüísticos, creemos que es posible todavía arrancarle tanto a la información archivística como a la toponimia algún material que haga posible su caracterización, aunque fuera parcial, en oposición a la mochica. De hecho, una simple ojeada a la toponimia (Cao, Cauchan, Chao, Guafiape, Huarmey, Mayao, Huaura, etc.) así como a la antroponimia (comenzando por el nombre del dios de la tempestad, llamado Vatan o Guatan) perteneciente a la descendencia de los gobernantes del Chimor (Guacri Caur, Chanquír Guanguan, Chumun Caur) 17 nos proproporciona el 16 En su libro de viajes, el explorador Squier ([1877] 1974: Cap. X, 91) nos dice que los “habitantes de la aldea india de Moche todavía hablan, en conversaciones confidenciales, la antigua lengua de los chimús que, por todo lo que he podido saber, es idéntica a la que se habla en Eten o Eteng, situado unos 160 kilómetros más al norte, sobre la costa. Tengo un breve vocabulario de esta lengua (énfasis agregado). Como se ve, estaríamos al frente no sólo de la referencia al único vocabulario quingnam, no dado a conocer por el autor lamentablemente, sino también del testimonio de un investigador que sostiene que dicha lengua y el mochica eran un solo idioma. A tales conclusiones parece llegar precisamente Rowe (1948), tras la lectura del pasaje mencionado. Sin embargo, nuestra interpretación del mismo no da para tanto. En efecto, la anáfora establecida por el pronombre esta en el texto resaltado alude, según creemos, a “la [lengua] que se habla en Eten”, y no a “la antigua lengua de los chimús”. Ello quiere decir, al margen de la identidad o no de las lenguas, que el vocabulario que poseía Squier pudo haber sido tomado de otra fuente, pero en todo caso de la zona lambayecana y no necesariamente del valle de Moche. El, que habitualmente cuenta los pormenores de sus actividades en el trabajo de campo, no dice nada en relación con la procedencia de dicho léxico. Por último, de aceptarse la identidad de las dos hablas, la de Moche podría haber sido un desprendimiento de la lengua lambayecana (no necesariamente de Eten) en boca de mitmas “norteños”. Por lo demás, la afirmación de la preservación de la “antigua lengua” por parte de los mocheros no deja de ser difusa (¿basada en un simple rumor?), como vaga es también la mención a su supuesta identidad con la lengua etenana. Sobre la vigencia de las lenguas indígenas costeñas en el siglo XIX, ver Cap. DC. Nos complace señalar ahora que nuestra suposición de que la lista de Squier podía corresponder al mochica se vea confirmada por el propio viajero, quien afirma en una de sus cartas inéditas que dicho vocabulario, perteneciente al habla de Eten, se lo había proporcionado nada menos que el viajero italiano Antonio Raimondi (dato proporcionado por Mariana Mould de Pease: agosto de 1994). 17 Según la historia anónima escrita en 1604, de la cual se conoce apenas un breve resumen del primer capítulo, donde se hace mención a la dinastía de Taycanamo
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dato del registro del fonema labiovelar /w/, con notable frecuencia, el mismo que, como se verá (cf. Cap. IV, sección 4.27), era totalmente ajeno al mochica18. Es más, palabras como munao, equivalente de la voz quechua mallki (citada por Arriaga [1621] 1968: Cap. I, 200), o la propia guaxmi (consignada en el Lexicón de fray Domingo de Santo Tomás), que se sabe correspondían a la lengua hablada en territorio quingnam, conllevan igualmente la mencionada consonante19. Datos y sus descendientes, y que fue dada a conocer por el P. Vargas Ugarte (1936). Ver Rowe (1948) para ésta y otras referencias. 18 Sirva la ocasión para llamar la atención de los especialistas del área andina sobre la necesidad urgente de acometer, de una buena vez, el estudio sistemático de la toponimia (en especial la menor) y la antroponimia de la zona. En los últimos años la toponomástica andina, y particularmente la referida a la sierra norteña y a las cabeceras de los valles costeros aledaños (cf. Krzanowski y Szemiriski 1978, Torero 1989 y Adelaar 1990), se ha dignificado notoriamente, inaugurando una nueva etapa en el desarrollo de tan compleja disciplina y constituyéndose en un modelo a seguir. No puede decirse lo mismo en relación con los estudios antroponímicos que, con la excepción de los trabajos de Salomon y Grosboll (1986) y Taylor (1990), aún no han sido emprendidos con la debida rigurosidad. Para la zona mochica son de enorme importancia, por ejemplo, los estudios archivísticos (ya iniciados por Brüning 1922c) sobre la genealogía de los curacazgos de Lambayeque realizados por Zevallos Quiñones (1989), los mismos que aventajan a las simples listas de nombres que diera a conocer Romero (1909), en forma descontextualizada, y, por consiguiente, de muy poco valor. Para la región propiamente quingnam, ver asimismo Zevallos Quiñones (1992). Sobre estos mismos puntos, y particularmente en relación con la toponimia lambayecana, el infatigable estudioso trujillano acaba de ofrecernos (cf. Zevallos Quiñones 1994) una copiosa lista de nombres que, una vez más, corrobora la zonificación lingüística ofrecida. Incidentalmente, en dicha lista aparecen algunos topónimos que conllevan el fonema /w/, pero ello de ninguna manera contradice lo sostenido previamente, pues tales nombres o parecen aludir a poblaciones mitmas (Huachaco, Huachano, Huamantanga, Hualanga) o se circunscriben a la región de Olmos (Huaname, Huarhuar, Saulaca, etc.), lengua cuya base, como dijimos, fue seguramente diferente de la mochica. Resta decir que, para un estudio serio, lo ideal sería contar con versiones fidedignas de tales datos; sin embargo, el rigor filológico es algo que todavía espanta a muchos de nuestros etnohistoriadores. 19 Zevallos Quiñones (1975) ofrece una lista de palabras indígenas recogidas en la región de Trujillo, las mismas que, según el autor, no corresponden al mochica. Dicha lista, sin embargo, como ya lo advertía M. Rostworowski (1981: Cap. 5, nota 14), contiene términos claramente atribuibles al mochica (v.gr. col ‘llama’, y por extensión ‘caballo’), al quechua (por ejemplo, rucóma, forma epentetizada
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como éstos (cf. también Torero 1986), por muy fragmentarios que sean, contribuyen ciertamente a darle un mayor asidero al deslinde lingüístico postulado entre el quingnam y el mochica20. de ruerna) e incluso al náhuatl (milpa ‘chacra de maíz’). Con todo, pueden rescatarse de ella, a los efectos de nuestra discusión, algunos vocablos que conllevan el mencionado fonema labiovelar: cahuan ‘red para pescar en río y laguna’, carrahuay ‘pequeño crustáceo’, huacalá ‘variedad de pez’, huabina ‘pez de agua dulce’. Estos términos, y otros más que aparecen en la lista, pueden tentativamente adjudicarse a la lengua quingnam o, quizás más exactamente, a su variante pescadora. 20 La etimología de mochicaúgaz siendo enigmática, y su asociación con el topónimo Moche (cf. Middendorf [1894] 1973: I, 271), resulta completamente gratuita, tanto en términos geográficos como históricos, y estuvo motivada por la falsa atribución de la lengua mochica a los chimúes (cf., a este respecto, la discusión de Domínguez Faura 1993). Las otras hipótesis que se formulan acerca del glotónimo giran en torno a <mascha> ‘adorar’ y <m;ic|iasc> ‘ídolo’ como posibles étimos. Ambas voces destacarían, a su modo, cierta vocación profundamente religiosa atribuida a los pueblos del litoral norteño, materializada por lo demás en numerosos santuarios cuyos restos aún persisten. Así lo sugieren von Buchwald (1915), Zevallos Quiñones (1946: cf. también 1992: 142) y María Rostworowski (1987), aunque discrepan en el étimo propuesto. Así, el primero de los mencionados postula <ma:cha>, hipótesis que es rechazada por la conocida etnohistoriadora, si bien atribuyéndosela gratuitamente a Villarreal. La otra alternativa, es decir <mac|iaec>, fue sugerida por Zevallos Quiñones, y posteriormente sustentada por Rostworowski. A decir verdad, el estudioso trujillano también postula otro origen: nada menos que el de la expresión much eic [sic] ‘nosotros somos’. Esta forma, sin embargo, está distorsionada, desde que su versión correcta es <mseich eix>, es decir [móiií c¡& ] (ver Cap. IV), por lo que resulta fácilmente descartable (cf. Herrera 1988 sobre la insistencia del estudioso trujillano en la misma etimología). En cuanto a <m«echa>, no hay mucho que comentar, excepto que se trata del quechuismo mucha- ‘besar, adorar’, introducido en la lengua por los evangelizadores. Para estos puntos, ver Cerrón-Palomino (1989). Descartadas las etimologías propuestas, aún queda una, sugerida entre otros por Espinoza Soriano (1975): se trataría de Xam Muchec, el nombre de uno de los acompañantes de la comitiva de Naimlap (cf. sección 1.3). Según Cabello Valboa ([1586] 1951: III Parte, Cap. 17, 327), dicho personaje “tenía cuidado de las unciones, y color con que el Señor adornava su rostro”. Ahora bien, la raíz xam, como sustantivo, significaba ‘señal, emblema’, y como verbo ‘pensar, reflexionar’ (el mismo término entraría al quechua costeño, en calidad de préstamo, bajo la forma de su derivado xamic ‘señal’; cf. Cap. IV, sección 4.23.2, nota 59), de modo que hay, al parecer, una relación estrecha entre ambos significados. Quedaría la forma muchec, de la que derivarían tanto el etnónimo como, posteriormente, el nombre de la lengua. Su asociación con emaefiseo ‘ídolo’ tropieza con el cambio de la primera
1.3. Correlaciones históricas. Como se sabe, el espacio de la costa norte peruana fue escenario del desarrollo de florecientes civilizaciones prehispánicas, caracterizadas por haber alcanzado un alto grado de desarrollo tecnológico y artístico. De acuerdo con los estudios arqueo lógicos (Shimada 1985, Bonavía 1991, Ravines 1993: 57-102), hay un relativo acuerdo en señalar que la tradición moche (llamada también mochica, proto-chimú) tuvo dos etapas de desarrollo claramente mar cadas: una prehistórica o clásica, que se habría desenvuelto entre los siglos II-VI d.C., extendiéndose por el norte desde el valle de Jequetepeque hasta el de Nepeña por el sur21, caracterizándose por la producción de una cerámica bícroma, y cuyos monumentos arqueo lógicos importantes serían la Huaca del Sol y de la Luna así como el de Pañamarca; la otra etapa, protohistórica (conocida también como Lambayeque o, últimamente, Sicán), con desarrollo entre los siglos VI y XIV, abarcando su mayor extensión territorial, para cubrir todos los valles desde Lambayeque hasta Casma, esta vez caracterizada por una cerámica polícroma, y con sus centros monumentales importantes de Pampa Grande, primeramente, y Batán Grande después. La segunda etapa, impropiamente llamada también “moche” (pues tuvo su centro en Lambayeque) estuvo marcada, según se sabe, por la aparición del fenómeno huari, en su expresión de Pachacámac (cf. Shimada 1985). Por lo que toca al reino de Chimor, de corta duración, se habría desarrollado hacia finales del siglo XIV y mediados del XV, teniendo su capital en el valle de Moche, y habiéndose extendido, según las informaciones documentales, desde Tumbes, por el norte, hasta las cercanías de Lima, por el sur: testigo de su enorme grandeza y poderío vocal, completamente inmotivado (aunque no el reajuste de los segmentos y ; cf. Cap. IV, sección 4.22.3 y 4.11, respectivamente). 21 En realidad, la frontera norte parece haber alcanzado incluso la cuenca alta del Piura (Bonavía 1991: Cap. VIII, Kaulike 1993), sólo que la interpretación de la presencia moche en esa zona está en debate, pues hay quienes piensan que ella podría deberse al establecimiento de colonias a partir de su foco central, localizado entre Pacasmayo y Moche. El límite sur, asimismo, no está claramente definido, pues Bonavía, entre otros, sostiene que habría sido Huarmey y no Nepeña, como generalmente se cree; aquí también se piensa en la presencia de colonias como factor que explicaría dicha prolongación sureña (cf. Bonavía, Op. Cit).
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vendría a ser la monumental cindadela de Chanchán. Gobernado por una dinastía fundada por el mítico Taycanamo, sus sucesores (en número de seis) consolidaron el reino hasta que éste fuera conquistado por los incas, durante la soberanía de Minchan Çaman (cf. Vargas Ugarte 1936, Rowe 1948). Pues bien, desde el punto de vista lingüístico, interesa que nos preguntemos qué lengua (o lenguas) hablaban ios forjadores de tales civilizaciones. Al respecto, debe señalarse que, por lo menos en relación con los forjadores de la civilización de la etapa protohistórica (fase Lambayeque o Sicán), encontramos una asombrosa coincidencia entre el espacio ocupado por ésta, que se extendió desde Motupe hasta el valle de Jequetepeque, y la extensión cubierta por la lengua mochica. Aparte de los datos proporcionados por las informaciones tanto documentales como estrictamente lingüísticas, dicho territorio, que sepamos, se caracteriza conspicuamente, por el registro de una toponimia asignable a dicha lengua y no a otra, y claramente distinguible de la encontrada al norte de Motupe y al sur de Chicama. En cambio, por lo que toca a la lengua de los mochicas prehistóricos o clásicos, la situación es completamente nebulosa, puesto que no disponemos de ninguna evidencia directa de ella, habiendo sido en todo caso “cubierta” o asimilada por la lengua lambayecana. Sin embargo, como ya lo sugería Larco Hoyle (1939: II, 48), la lengua en cuestión bien pudo haber sido la misma mochica: tampoco hay evidencia en contra de esta hipótesis. Si esto hubiera sido así, ¿cómo armonizar la presencia arqueológica de Moche clásico con el área cubierta por la lengua, rebasada por aquélla tanto al norte (Vicús) como al sur (Nepeña y Casma)? Se nos ocurre que podría explicarse como resultado de distintas formas de control e imposición cultural, mas no necesariamente lingüística, a partir de su metrópoli. Por lo demás, volviendo a los mochicas proto-históricos, la famosa leyenda de Naimlap22, recogida por el cronista Cabello Valboa 22 De las dos variantes ortográficas encontradas en el texto de Cabello Valboa -Naimlap - Naymlap-, elegimos la primera por representar mejor la estructura silábica del mochica: según lo adelantamos (cf. nota 3), la lengua no admitía más de dos consonantes en posición intervocálica (sobre todo en las raíces nominales). Por lo mismo, la variante apócrifa Nayiamp, al registrar doble consonante en final
([1586] 1951: III Parte, Cap. 17, 327-330), supone la ocupación de Lambayeque y valles aledaños por una comitiva regia procedente del sur23, y según parece ella tiene un contenido histórico real, como lo de sílaba, queda descartada. Rubiños y Andrade ([1782] 1936: 361-363), que también recoge la misma leyenda, registra la variante Ñamla, con supresión obvia de la consonante final (cf. las formas actuales de los topónimos Reque y Saña, provenientes de sus antiguas formas Requep y Zañap, respectivamente), y con la nasal palatal. De otro lado, Cabello Valboa refiere que la comitiva de Naimlap portaba un ídolo “contra hecho en el rostro de su mismo caudillo, [...] labrado en una piedra verde, a quien llamaron Yampallec (que quiere decir figura y estatua deNaymlap)” (cf. Op. Cit. Cap. 17,327-328). Ahorabien, obviamente el topónimo actual de Lambayeque tiene su origen en el nombre del ídolo, sobre todo habida cuenta que la forma originaria de aquél fue, según de la Carrera, Ñampaxllsec. Como observa correctamente Rowe (1948), resulta entonces lógico pensar que, dada la significación de Yampallec como “figura y estatua de Naimlap”, entre dicho nombre y éste haya “algún morfema en común”. Ya que el mismo Cabello menciona a Cuntipallec (cf. mochica cuntí ‘serrano’) como uno de los descendientes del mítico personaje, no es difícil aislar ñam (después de todo la alternancia y - ñ - 11 no es infrecuente en las lenguas andinas; cf. quechua yapa - ñapa ‘añadido’, ñañu - llañu ‘delgado’), cuyo significado podría ser ‘ave’ (cf. mochica ñaiñ). Quedarían las formas lap, por un lado, y paxllsec, por el otro, de significado difícil de averiguar. Ahora bien, Rubiños y Andrade {Op. Cit) nos dice que Ñamla “significa ave (o gallina) de la agua en la lengua Indica, manifestando con el, que de aquel elemento había salido su progenitor”. Como puede verse, estamos aquí frente a lo que parece una típica etimología popular, pues si se “reconstruye” que el segundo elemento del compuesto del nombre fue *lap y no *la (cf. mochica la ‘agua’), entonces el significado de ‘agua’ nada tiene que ver aquí. Por lo demás, como puede constatarlo el lector, estas digresiones no van muy lejos de las hechas sobre el mismo punto por Brüning (1922a) y Rowe (1948). 23 Como se sabe, en la leyenda mencionada se dice que Naimlap y su comitiva real desembarcaron en el río Faquisllanga (que no sería sino el de Lambayeque; cf. Brüning 1922a), procedente “de la parte suprema de este Pirú”. Lo de “parte suprema” ha sido interpretado por algunos autores, erróneamente, como “parte norte” (y de allí la hipótesis de la probable procedencia mesoamericana de los mochicas, y con ellos de su lengua); sin embargo, como ya fuera aclarado en repetidas ocasiones (por ejemplo, Rowe 1948), por “parte suprema” hay que entender, de acuerdo con el sistema de orientación vigente en la época, el sur; en el presente caso, el lugar de procedencia bien podría haber sido el valle de Moche. Cf. también Rostworowski (1992: Cap. 1, 23). Para abundar sobre lo mismo, el anónimo de la relación de Taycanamo dice de Ñan^enpinco, su sucesor, que “corrió la costa acia arriba hasta un pueblo llamado mayao donde al presente yace la villa de santa, diez y ocho leguas desta ciudad [de Trujillo] y por la parte
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han sugerido Shimada (1985: 129) y Donnan (1990), éste último tras haber realizado excavaciones en las huacas Chotuna y Chornancap, la primera de las cuales vendría a ser el antiguo palacio de Chot, mencionado en la leyenda. Y, lingüísticamente, por lo demás, la dinastía de los once soberanos que sucede al mítico Naimlap acusa una procedencia eminentemente mochíca (cf. Brüning 1922a)24. Según el mismo relato, a la trágica muerte del último de los soberanos, de nombre Fempellec, quedó desamparado el señorío, y es por aquella época que se produce la conquista del mismo por parte del soberano de Chimor. Por lo que respecta a la lengua del reino de Chimor, de acuerdo con la delimitación ofrecida en la sección anterior, ella fue seguramente la quingnam. Como se recordará, de la Calancha refiere que ella se habría impuesto entre los pobladores de Pacasmayo y su uso se exten día, por el sur, “asta Lima”. Y aun cuando la dominación chimú se hubiera extendido por el norte hasta Tumbes, es probable que, dada su corta duración (a lo sumo de un siglo), no haya conllevado una imposición lingüística más allá del valle de Pacasmayo; pero incluso en la vecindad de su territorio originario no habría logrado desplazar de abajo el valle de chicama hasta Pacasmayo junto a la villa de Saña, veinte y quatro leguas desta ciudad” (cf. Vargas Ugarte 1936). En fin, agreguemos que, según lo advirtió Brüning, el pueblo mochicahablante preservaba dicho sistema de orientación (¿de origen nativo tal vez?), pues, según reza en sus apuntes, “Al sur se dice siempre por arriba. Nunca se dice en Lima sino por arriba. Al norte = por abajo; aunque en verdad hay que hacer lo contrario, quiere decir bajar, cuando dice por arriba, i viceversa” (cf. Brüning 1917-1918). 24 En relación con la probable procedencia de Naimlap, Shimada (1985) se muestra bastante cauto, pues observa que “quizás nunca llegaremos a saber[la] con seguridad”; pero a continuación lanza una hipótesis: “yo sugiero -nos dice- que un posible origen provenga [sic] del afamado centro de oráculos de Pachacámac”. ' Si asumimos que los pachacamaqueños hablaban el quechua “marítimo” (y todo conduce a pensar que así fuera), entonces Naimlap y su comitiva habrían hablado el mismo idioma, lo que se contradice abiertamente con el hecho de que sus nombres no tienen nada de aquella lengua y en cambio armonizan plenamente con el mochica. Notemos, en cambio, que dos de los sucesores del mítico personaje -Cuntipallec y Allascunti-, al portar el elemento cuntí podrían estar delatando alguna procedencia de origen serrano, pues dicha palabra significaba en mochica ‘habitante de la sierra’.
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al mochica, que, como sabemos, coexistía con el quingnam en toda la franja comprendida entre los valles de Jequetepeque y Chicama. Es posible además que, al igual que los incas más tarde con respecto al quechua, los chimúes se hayan valido del mochica para someter a los pueblos norteños. Sólo así cobra sentido el que los estudiosos, espe cialmente arqueólogos (Rowe, Bonavía, Ravines), al tratar sobre los chimués y sus instituciones, les hagan “hablar” en mochica, a falta de datos lingüísticos concretos para el quingnam. De no aceptarse la hipótesis sugerida, no hay ninguna razón para atribuirles a los sobe ranos del Chimor la lengua de sus vecinos mochicas25, así como, en el terreno arqueológico, no hay motivo alguno para confundir el desarrollo autónomo del reino de Lambayeque con el de Chimor (cf. Isla 1992, Domínguez Faura 1993). Naturalmente que quienes niegan la existencia del quingnam como entidad lingüística diferente del mochica simplemente asumen que dicho nombre, así como el de yunga, no tiene otro referente que aquel idioma descrito por don Fernando de la Carrera. Sin embargo, ya vimos que esta postura, dadas las razones expuestas en la sección anterior, no tiene sustento. De hecho, como se mencionó, la nomenclatura de la dinastía iniciada por el fundador de Chanchán, el mítico Taycanamo (cf. nota 17), muestra una fisonomía fónica marcadamente distinta a la que encontramos en la dinastía de Naimlap, comenzando con la presencia del fonema labiovelar, ajeno a la lengua norteña. 25 Es más, el propio de la Cal ancha (Op. C i t Vols. III, IV), que es el único que atribuye a los chimúes su propia lengua -la quingnam-, se contradiría a sí mismo, desde el momento en que, cuando se refiere a ellos y a la gente de los valles de Trujillo, menciona, en conexión con los mismos, una serie de palabras de origen claramente mochica: fur ‘las Pléyades’, ni ‘mar’, sian (es decir, si-an) ‘templo de la luna’, alee ‘divinidad’ (cf. en déla Carrera), nec' río’, tumi'lobo marino’, etc. Sirva la ocasión para dejar en claro la falsa etimología que se le está atribuyendo a la palabra Sicán como ‘casa de la luna’, con la aparente complacencia de algunos arqueólogos (cf. especialmente Shimada 1985). No extrañaría que a alguien se le ocurra darle la misma interpretación a Sipán, ya que, después de todo, igual le da al lego que una consonante varíe (o se la agregue o suprima caprichosamente). Quienes aceptan fácilmente dicha etimología deben tener en cuenta que, como en la cita previa de de la Calancha, 'templo de la luna’ era sian, y no *sican, pues ‘luna’ era si y casa an (ver Apéndice).
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1.4. Filiación. Los estudios sobre clasificación de las lenguas in dígenas sudamericanas consideran al mochica, comúnmente bajo la designación de yunga, como formando parte de una familia lingüística más extendida: la yunga-purubá, y comprendiendo dentro de ella a las lenguas de toda la costa norte, incluyendo a las del Golfo de Guayaquil y parte del callejón interandino ecuatoriano (específicamente la cañar y la puruhá). Dicha clasificación fue propuesta inicialmente, entre otros, por el investigador ecuatoriano Jijón y Caamaño (1943: 88-140), siendo luego prácticamente consagrada por Masón (1950: 193-194). Desde entonces ha sido seguida, con ligeros reajustes, por Loukotka (1968: 261-263) y por Tovar y Larrucea de Tovar (1984: 168-170). Entre las clasificaciones más recientes, las de Greenberg (1987: Cap. 3,106) y Kaufiman (1990) coinciden en postular, para mayor confusión terminológica, una familia chimú, la misma que, según el primero de los autores, formaría parte del segundo miembro de la rama cbibchapaezana, a la par que, de acuerdo con el segundo investigador, formaría un grupo independiente, integrando al yunga-puruhá y al cañari. Dejando de lado la clasificación de Greenberg, cuya “familia chimú” está representada únicamente por el mochica colonial (que él denomina chimu) y el dialecto de Eten, la de Kaufman, si bien excluye a las lenguas de las cuencas de los ríos Chira y Piura (que para él constituirían familias diferentes, aunque agrupables en un mismo stock: la sechurana y la catacaoeña), todavía incluye, siguiendo la clasificación tradicional, al conjunto puruhá-cañari. Pues bien, ¿qué sustento tiene la relación pretendida del mochica no sólo con estas lenguas sino con las demás del litoral norteño? En primer lugar, con excepción de los idiomas piuranos, para los cuales contamos con alguna información de tipo léxico, el resto de las lenguas del litoral (la manta, por ejemplo), así como las interandinas cañari y puruhá, no cuentan con ningún tipo de documentación lingüística, excepto las referencias de su existencia y de su localización geográfica aproximada26. En segundo lugar, conforme se vio en la 26 Así, por ejemplo, Martín de Gavina ([1582] 1965: II, 285-287), hablando de los indios de Cuenca y Riobamba dice que “hablan la lengua general quichua del
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sección 2 . 1, la comparación léxica de las lenguas de las cuencas del Chira y del Piura establece que allí había por lo menos dos lenguas: la sechura y la colán-catacaoeña (designable ésta como tallana, aten diendo al grupo étnico que la hablaba), ambas sin embargo totalmente ajenas al mochica. Si, pese a esta constatación (fácilmente verificable con sólo darle una ojeada al “Plan” de Martínez Compañón), se persiste en los agrupamientos mencionados (exceptuando a Greenberg y Kaufman), ¿qué diremos de los demás entronques, desprovistos para ello de la más mínima documentación lingüística? Sobra decir que tales filiaciones resultan completamente gratuitas y se apoyan únicamente, cuando no en la vecindad territorial, en aislados materiales toponímicos y antroponímicos, arbitrariamente correlacionados, sin tomar en cuenta la coincidencia azarosa y la recurrencia fortuita de ciertas formas léxicas, analizadas igualmente de manera asistemática, como era la práctica usual seguida por Jijón y Caamaño (para una crítica a su método de análisis, ver Salomon y Grosboll 1986). Razón tiene entonces Louisa Stark (1968: Cap. 2) cuando, luego de ofrecer un examen crítico de las postulaciones hechas hasta entonces (incluyendo alguna que pre tendía emparentar al mochica nada menos que con el quechua!), concluye que, en realidad, el mochica (yunga en su terminología) es una lengua aislada, sin relación genética alguna con sus “vecinas”, lo que no descarta que pueda relacionársela con alguna otra lengua “distante”. Una hipótesis en tal sentido es la desarrollada precisamente por la mencionada investigadora norteamericana (cf. también Stark 1972a). En efecto, en su disertación intenta postular, recogiendo una vieja
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Inga, los más la lengua particular dellos, ques la cañar de la provincia de Cuenca, y en partes revuelta con la de los puruguays de la provincia de Riobamba. Hay otras diferentes lenguas en estos mismos indios, mas por estas dos lenguas se entienden todos”. Es sabido, sin embargo, que en 1583, como un eco inmediato a las disposiciones del Tercer Concilio Limense (1582-1583; cf. Cerrón-Palomino 1987a y las citas hechas all0, fray Luis López, obispo de Quito, encomendó al clérigo Gabriel Minaya para que tradujera el catecismo y el confesionario del mencionado concilio tanto al puruhá como al cañar (cf. Jijón y Caamaño 1919: 33, 36; Vargas Ugarte 1953: I, Cap. IV, 50). Desafortunadamente, no sabemos si tal encargo fue llevado a cabo o no, y, si se ejecutó, se ignora el paradero de tales obras.
tradición (inspirada en el mito de Naimlap), la relación genética entre el mochica y el maya (cf. Op. Cit.: Cap. 3); del mismo modo, apo yándose en la hipótesis del parentesco entre el uru-chipaya del altiplano con el maya, propuesta por Olson (1964,1965), busca relacionar la lengua costeña con la altiplánica, agrupándolas conjuntamente como una rama “hermana” del proto-maya (cf. Stark 1968: Cap.4). Sin entrar a discutir tales proposiciones, sólo quisiéramos señalar aquí que, como en la mayoría de los casos de “relaciones distantes” postuladas entre las lenguas indígenas de América, lejos de constituir “demostraciones” consumadas (cf. Stark 1973), aquéllas no pasan de ser hipótesis bas tante controvertidas. De hecho, en lo que concierne a la relación mochica-maya, aparte de los problemas metodológicos involucrados (la autora elige, para su comparación, un dialecto del maya: el ch’ol), los prototipos mochicas que postula (cf. Op. Cit.: Apéndice 1) para correlacionarlos con los del maya, han sido establecidos, en muchos casos, a partir de una interpretación fonológica cuestionable (como se verá en su lugar), y sobre la base de una selección (en forma y significado) francamente arbitraria. De manera que, dejando de lado tales “rela ciones a distancia”, preferimos quedarnos con la demostración inicial de la autora, en el sentido de que el mochica es, en tanto no se demuestre lo contrario, una lengua aislada27 .
27 Lo que no quita, por cierto, el que se persista en el rastreo de tales y otras posibles relaciones. Fabre (1994; y en com. personal), por ejemplo, es uno de los que insisten en la idea de que valdría la pena indagar más en la búsqueda de cognadas entre el uru-chipaya y el mochica. A la lista de doce pares de aparentes cognados que propone Stark (1968: Cap. 4, 102-103), le agrega otra de quince más. Sin entrar a examinar tales correlaciones, debemos observar que ambas listas incluyen formas mochicas evolucionadas (con el cambio *1 > x, por ejemplo; cf. Cap. VIII, sección 8.12), y, como tales, más “próximas” a sus correspondientes uru-chipayas; obviamente, comparadas aquéllas con sus formas más antiguas ya no resultan tan correlacionables.
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Capítulo
ii
I n t r o d u c c ió n
“[...] no consiste el saber esta lengua en sola la gramática de ella y copia de verbos y vo cablos, sino en la pronunciación, que es tan dificultosa que faltan en nuestro abecedario letras con que pronunciarla, y con que escri birla y no es posible escribir la pronunciación, los sonsonetes y modismos con que se habla, todo tan importante, que en faltando algo de esto, ó se dice ó entiende diferente del intento, ó no se dice cosa”. Fernando de la Carrera ([1644] 1939: “Al lector”) 2.1. Propósito. En el presente estudio buscamos formular el sis tema fonológico del mochica subyacente a la gramática de don Fer nando de la Carrera y Daza ([1644] 1939). Como en todos los tratados gramaticales de la época, no obstante la preocupación del autor por 51
ofrecernos unas “reglas para saber pronunciar la lengua” en las páginas introductorias de su obra, son muchos los problemas que se presentan en la interpretación de sus sonidos por la naturaleza vaga e imprecisa, cuando no simplemente tautológica, de la descripción ofrecida sobre los mismos. La imprecisión en la caracterización de los sonidos no es una novedad entre nuestros gramáticos de la colonia: después de todo, la fonética articulatoria y la ciencia lingüística en general sólo son producto del presente siglo. Ahora bien, tanto el cura de Reque, como nuestros quechuistas y aimaristas, partían, para la descripción de los sonidos de la lengua a ser “sujetada en arte”, del contraste implícito de éstos con los del castellano (mejor, con el de sus “letras”, que entonces, como ahora entre los profanos, se confundían con los sonidos), y allí donde no hubiera prototipo, como en el caso específico del mochica, se confiaba en que el lector o aprendiz de la lengua se valiera, para la captación de los sonidos extraños, de la asistencia directa del maestro o de la mediación del hablante nativo (“de quienes, los que gustaren, lo[s] podrán aprender, en faltando yo”)28. En el caso nuestro, tal es precisa mente la recomendación explícita que nos hace, una y otra vez (y no sólo para los aspectos de la fonología), don Fernando de la Carrera. El hecho es, sin embargo, que una vez consumada la suplantación idiomática en detrimento del pueblo mochica, hecho que acontece en la primera mitad del presente siglo, ya no hay más hablantes ni maestros donde quienes acudir, irremediablemente. Otra es la situación allí donde, como en el caso del quechua y del aimara, aún podemos recurrir donde sus hablantes en procura de auxilio en la interpretación de ciertas grafías que buscaban representar sonidos “exquisitos” para la experien 28 Oigamos lo que Bertonio ([1612] 1984) nos dice en sus “Anotaciones para saberse aprovechar deste vocabulario, y hablar con mas propriedad esta lengua Aymara”, respecto de la pronunciación de algunos fonemas ajenos al castellano: “El modo como cada vno sabra pronunciar estas sylabas, y los vocablos en que se hallan al principio, medio, y fin dellos sera esto que pregunte al indio ladino, o al criollo que mamaron esta lengua con la leche, y que también saben bastanteméte la Española, [...]. Y aduertiendo como pronuncia el indio, procurar de pronunciar de aquella propia manera, haziendo habito en las tales pronunciaciones”.
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cia lingüística de los gramáticos. Semejante “consulta”, sobra decirlo, ya no es posible con el mochica. El asunto se agrava en el presente caso, por cuanto, a diferencia de las lenguas serranas, el idioma costeño tenía bien ganada su fama de ser lengua de “escabrosa pronunciación”. En tales condiciones, uno de los retos del estudioso de las lenguas andinas, y en particular del mochica, consiste en tratar de desentrañar los enigmas de la fonética y fonología de dicho idioma. Concretamente, la tarea comprende el intento por extraerle los posibles “contenidos” fónicos no sólo a la descripción incierta que nos proporciona el cura de Reque respecto de los sonidos de la lengua sino también a su notación ortográfica puesta en práctica a partir de aquélla, a lo largo de su obra. Una vez allanada dicha tarea deberá procederse, en una segunda instancia, con la interpretación y caracterización de tales soni dos, lo que a su vez permitirá postular su sistema fonológico subya cente. Dicho cometido supone partir de un examen filológico de natura leza “interna” sobre la base de la gramática carreriana, con todos los problemas y riesgos que ello encierra. Afortunadamente, como se sabe, no es ésta la única fuente de estudio con la que contamos. En efecto, no sólo tenemos a disposición el texto de lo que podría ser la primera documentación accesible de la lengua (nos referimos a los materiales registrados por Oré 1607: 403-408; ver Cap. III) sino que, luego de doscientos cincuenta años de publicado el Arte de de la Carrera, el sabio alemán Ernst Middendorf todavía tendrá la extraordinaria oportunidad (en 1887) de poder comparar, con un ejemplar de la mencionada gramática en manos, la notación ortográfica del cura de Reque con la pronunciación viva voce de los últimos hablantes de la lengua acantonados en la villa de Eten, para ofrecernos su propia interpre tación (cf. Middendorf 1892). Como se verá en su lugar, los detalles proporcionados por este ilustre viajero y fundador de la lingüística andina son en muchos casos decisivos para el cometido que nos ocupa. Aparte del autor mencionado, el mochica fue también objeto de múltiples recopilaciones de carácter léxico y frasal, no sólo cuando la 53
lengua ya se encontraba algo replegada sino aun en sus últimos estertores, y en pleno siglo veinte, hasta mediados del mismo, para ser más exactos. Todos estos materiales, como veremos, serán de suma importancia a los efectos de la postulación del sistema fonológico de la lengua. Los datos que ellos nos proporcionan, tan heterogéneos como son en cuanto a extensión, cobertura y aproximación en la transcripción de los mismos, constituyen claves invalorables para afianzar o, en el mejor de los casos, confirmar las hipótesis interpretativas que puedan formu larse en base a los materiales previos. Desde otra perspectiva, no menos importante, las fuentes posteriores a de la Carrera también son de inmejorable valor para ensayar un cuadro evolutivo de la lengua, desde el punto de vista de su manifestación sonora, a partir de su consig nación originaria hasta su virtual absorción por el castellano. Esto último es lo que trataremos de hacer, precisamente, en la parte final del trabajo (ver Cap. VIII). 2 .2 .
Antecedentes. A principios de la década del veinte, cuando aún quedaban algunos hablantes de la lengua, don Federico Villarreal todavía podía disculparse por no abordar, en su estudio interpretativo de la gramática de de la Carrera, el espinoso tema de la pronunciación, que “sólo se puede aprender [...] oyendo las palabras que los condenen [los sonidos] a un habitante de Eten, pues la explicación sobre [la] disposición de la boca es insuficiente” (cf. Villarreal 1921: 67; cf. también 120). Un cuarto de siglo después, quienquiera que acometiera la tarea de interpretar el sistema fónico de la lengua ya no podía abrigar la esperanza de la consulta viva voce: si quedaba por entonces uno que otro anciano que aún recordaba la lengua, su performance en ella acusaba ya una fuerte distorsión no solamente por influjo del castellano sino también por la ruptura en su ejercicio cotidiano, tal como se puede constatar a través de las últimas recopilaciones hechas por la época. En adelante no habría más alternativa que la de atenerse a los datos registrados por escrito29. 29 El 3 de mayo de 1910, el sabio alemán Enrique Brüning hizo grabaciones de unos diálogos en la lengua, teniendo como interlocutores a doña Isidora Isique (que más tarde asistirá también a Lehmann) y a don Ventura Nuntón, en unos cilindros de cera (cf. Schaedel 1988: 124-125, quien por error da como fecha
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En efecto, precisamente un primer esfuerzo por ofrecernos una interpretación del sistema fónico de la lengua es el de Harrington (1945), quien, con dicho objeto, basa su análisis en los datos propor cionados por el cura de Reque y por Middendorf (1892: Cap. I). Sin hacerse mayores problemas por la distancia temporal (pues la geográfica podría pasarse por alto) que separa a ambas descripciones —dos siglos y medio—, el autor mencionado propone, por un lado, un inventario vocálico que reproduce el ofrecido por el viajero alemán; y, por el otro, ofrece una lista de consonantes que incorpora las que, según él, se desprenden de la descripción carreriana y aquellas que Middendorf comprende en la suya, como resultado de los cambios y reajustes sufridos por la lengua en el período mencionado. Aparte de dicho anacronismo, y de la interpretación caprichosa de algunos segmentos, lo más chocante en el análisis de Harrington es el empleo de una notación consonántica verdaderamente exótica y no menos errática30. Nuestra crítica al análisis interpretativo de este autor la ofreceremos en el Cap. IV, cuando discutamos el nuestro. La segunda propuesta de interpretación del sistema fonológico mochica es la ofrecida por Stark (1968: 10-25), tesis doctoral inédita, extracto de la cual apareció publicado en Stark (1972a). El análisis de la autora responde a objetivos que escapan al puro análisis sincrónico de la lengua, puesto que la finalidad última que ella persigue es la de la grabación el 3 de maizo). Tales rodillos habrían sido descubiertos por los soviéticos en Berlín, tras su ocupación, y llevados a Stalingrado para su regrabación. Lamentablemente, no se ha sabido nada en concreto acerca de ello, y, lo que es peor, se ignora el paradero de tales cilindros, que según se dice fueron devueltos a Berlín (cf. Mejía Baca 1989). Sin embargo, no debe perderse la esperanza de que dicho material sea ubicado y no sólo eso sino incluso, con ayuda de la tecnología electrónica, “leído” y regrabado. 30 Hecho desconcertante, ciertamente, toda vez que, no obstante su empleo bastante generalizado ya por la época, no se sirve en absoluto del alfabeto fonético internacional (IPA). Señalemos, como muestra, que para la palatal africada III emplea (v.gr. en ‘ser’), para la fricativa /5/ (como en ‘comida’), y para la Iñl (así en ‘bueno’); esta última es representada, sin embargo, como en final de palabra (por ej., en ‘partícula de pasado’), sin importar que dicho símbolo ha sido elegido previamente para simbolizar a la / T | / velar, como en <poN> ‘piedra’ (!).
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y
postulación del parentesco entre el mochica el maya. Para dicho efecto, obviamente, era menester “reconstruir” el sistema fonológico de la lengua, y eso es precisamente lo que hace la investigadora norteame ricana. La propuesta suya, según propia confesión, está basada en los datos proporcionados por de la Carrera y por Middendorf, difiere “radicalmente” del ofrecido por Harrington. En efecto, se advierten diferencias fundamentales entre una y otra postulación, pero Stark tampoco se libra de confusiones de orden cronológico, no obstante declarar que su “norma” de reconstrucción será la subyacente a la gramática del cura de Reque, lo cual ya resulta mucho más compro metedor, toda vez que ella establece su sistema fonológico con fines comparatísticos31. Al mismo tiempo, parece ignorar por completo realidades fónicas claramente discernibles a la luz del examen de los materiales y las descripciones aportadas tanto por de la Carrera como por Middendorf. En el Cap. IV volveremos sobre estos puntos, que serán discutidos a propósito de nuestra propia formulación.
y
La tercera y más reciente propuesta32es la que ofrece Torero (1968), la misma que fue formulada en el contexto de una discusión más amplia sobre las lenguas de la costa norte peruana. A diferencia de los otros autores, el estudioso peruano basa su postulación no sólo en las gramáticas mencionadas sino también en los materiales léxicos recopilados tanto a fines del s. XVIII como algunos de los recogidos en la primera mitad
31 Así, por ejemplo, propone un fonema /x/, a partir de los datos ofrecidos por Middendorf (ver Cap. IV, sección 4.25). Como se verá, una de las fuentes de dicho fonema corresponde a la lateral /1/ en de la Carrera: así, ‘agua’, que en el viajero alemán aparece registrada como <ja:>. En su trabajo comparatístico, Stark propone como cognadas esta voz mochica con ha? de la lengua mayense ch’ol; sin embargo, se sabe que la forma originaria encontrada en la lengua peruana, según de la Carrera, es la, es decir con lateral inicial©. 32 No nos referiremos aquí, específicamente, a la sinopsis fonológica ofrecida por Tovar y Larrucea de Tovar (1984: Sección 20, 168-169) sobre la base de los datos del Arte. Ella, además de ser sumamente escueta (como todas las que ofrecen en su libro), contiene tal cantidad de imprecisiones, dudas y vacilaciones (hecho éste que se puede comprobar, por ejemplo, al compararla con la propuesta inicial de Tovar 1961: 20.1, 163), amén de que los autores no ofrecen ejemplos ni menos fundamentan sus postulaciones, dada la naturaleza básicamente informativa de su caracterización.
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del presente siglo (ver Cap. III). La suya es una interpretación sui generis del sistema fonológico mochica, muy diferente de las anteriores, ex presada en un lenguaje por momentos apodíctico33. Como veremos en su momento, la propuesta de Torero, lejos de aclarar el panorama, lo complica innecesariamente, violando aquel principio elemental (tan caro a Guillermo de Occam) según el cual no conviene hacer distingos más allá de lo que la naturaleza de los hechos lo permite. Volveremos sobre estos y otros puntos del análisis del mencionado autor al mo mento de ofrecer nuestra propia interpretación del sistema fonológico de la lengua.
33 Se nos dice, por ejemplo, que la lengua registraba “una indudable” oposición entre palatalidad/no-palatalidad, o que “puede darse por seguro” que su patrón silábico máximo era del tipo CVC. Como veremos en su momento, son precisamente aspectos como los mencionados los que resultan más debatibles y controversiales en la formulación toreriana.
Capítulo ni F uentes
de
E s t u d io
3.0. Com o se sabe, de todas las lenguas indígenas de la costa norte peruana, hoy extintas, la mochica es la única que cuenta con un abundante material de estudio, justificándose el estatuto, si no de “ lengua general” , al menos de lengua de carácter regional de que disfrutaba, como lo insinúan de la Calancha ( .) y Cobo Libro XIV, Cap. I, 235). Dicho corpus, heterogéneo en cuanto a extensión, naturaleza, cobertura temática y calidad, y cuyo primer registro accesible a la fecha se remonta a principios del siglo XVII, corresponde a distintas etapas de la lengua y a diferentes dialectos de la misma, aunque muy cercanos entre sí, para, finalmente, en las postrimerías del siglo pasado y comienzos del presente, circunscribirse al habla de Eten, rescatada a duras penas de boca de sus últimos hablantes.
Cit.,
Op. Cit
(Op.
3.1. Fuentes iniciales. La situación del mochica resultaba cierta mente privilegiada, en cierta medida parangonable a la del quechua, toda vez que la lengua, a estar por las informaciones pacientemente 59
En la Lengua Mochica de los Yungas
M M
Oxa mic tim , A can fancta Cruçer oc . Muxh. xllangmufe, much quich , Efcon ñof moll pue , Dios much çiec, Efe, Eis , fpiritu fancto oquenic . Amen Iefus .
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Vchef , acazloc , cuçiangnic, çüq, oc licum apmucha, Piycan ñof, çügcuçias, eyipmàg, çung, poleng munmo vzicàpuc, cuçiangnic mun, Ayoyneng. ynengo, much xllon, Piycam ñof allô molun, ef quecan ñof. yxliis, acan mux efcô. xllang mufeyo. much çiômun, Amus tocum fiof.xllangmufe yz puçèrenic, namnum , les nan, efeo, ñof piffin quich. Amen Iefus.
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ios lenas loe, Maria, anglech, peño chiz quernico. Dios. ale. canglocap çanglen, canpeñas çang. y çec mech cher, querlè quich, Ayecen. campeño , çung , polenquich. tuxllumudo , çung ez, Jefu Chrifto, fancta Maria , Diosieng , locan mucha , yxliis capo much tim , A me xllec , Ayèçen, much lu muçerenic. Amen. Iefus. Liquein, en Dios Ef, yçèc èchèch, ayàpuc , cuçia vz, caxcôpuc, Ayeçenlliqueifi, oneco. çiornayo çunges, muchciecen Iefu Chrifto, Canang, pucodo, Spiritu fanctong fapmuno, enge, polènic , na top, fancta Maria, enge, polenquich, Pilatong, fapmum, Ronômcec, ñoptop, Cruçer càpuc, que fee top, çiung càpuclumtop, xllàumtop, Altop ynfiernongnic, çoe luner nico, choc top, lumapquer, luch quich, puytop cuçianignie, feltop, ech ech, caxcôpuco, ong xllum Efe muchuc, çinche, tacho mux, çiamo, lumudo, chipquer. chiçer temud, llique iñ, en el Spiritu fancto, Ayeçen chopunayo, saeta Madre
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J . de O ré 1607: 403
60
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recopiladas por Zevallos Quiñones (1948a), fue objeto no sólo de “ reducciones en arte” y recopilaciones de su léxico sino también de su consignación escrita en la forma de sermones, pláticas, catecismos y doctrinas, de manera ininterrumpida desde la segunda mitad del s. XVI hasta mediados del XVII, en consonancia con los fines proselitistas y evangelizado res de la corona para con tan importante segmento de la población indígena de la costa peruana. Para dicha etapa, que Zevallos designa como “misionera”, se tiene noticia de la composición de por lo menos cuatro artes y dos vocabularios. Entre los primeros se men cionan los de Pedro de Aparicio (1553), Alonso Núñez de San Pedro (1585), Luis de Teruel (1618?), Pedro Prado y Escobar (1630?) y Fernando de la Carrera (1644); entre los segundos, los de Pedro de Aparicio y Luis de Teruel. Se sabe, asimismo, que Aparicio y Núñez de San Pedro habrían escrito sermones y pláticas, el primero; y un catecismo el segundo. Sin embargo, la obra más importante dentro de este género parece haber sido la de Roque de Cejuela, quien, según declaración propia, tradujo al mochíca los textos catequísticos del Tercer Concilio Límense (1582-1583). A toda esta producción catequística enumerada por Zevallos hay que agregar, por cierto, los breves textos mochicas reproducidos por el eximio criollo huamanguino Jerónimo de Oré en su (1607: 403-408). Lamentablemente, de toda la lista ofrecida, sólo se conocen el de Fernando de la Carrera y los textos de Oré, constituyéndose éstos en la más antigua documentación accesible de la lengua. Del resto de todas aquellas obras, algunas de las cuales posiblemente circularon en forma manuscrita, no se tiene más noticias, aunque no se debe perder la esperanza de que sean encontradas en algún archivo particular, ya sea en el país o en el extranjero.
Ritvale sevManvale Pervanvm
Arte
Ahora bien, aparte de la gramática mencionada, como dijimos, la única documentación más antigua que ha llegado a nosotros, gracias a su vocación no sólo evangelizadora sino también plurilingüe, se la debemos a uno de los más preclaros lingüistas criollos de la colonia: fray Jerónimo de Oré. Se trata de un breve texto de doctrina cristiana, de autoría desconocida (se nos dice que “fue traduzid[o] por Sacerdotes seculares, y regulares”), preparado en atención a las disposiciones del
Tercer Concilio (1582-1583), y que fue incluido en la obra de carácter poliglósico del criollo huamanguino (cf. Oré 1607: 403-408). Tras una reedición incompleta y defectuosa ofrecida por de la Grasserie (1896), el texto de Oré fue reproducido cuidadosamente por Rivet (1949). Con ser importante, dada su antigüedad, dicho material no ha sido tomado en cuenta debidamente por los estudiosos del mochica, en vista de la existencia de abundante información de naturaleza estrictamente lingüística. Com o se verá, el análisis grafémico del mismo, cotejado con el practicado en la obra del cura de Reque, proporciona no poca ayuda en la interpretación del sistema fonológico de la lengua. 3.2. Gramáticas. El hecho de que los artes y vocabularios mencio nados en la sección precedente no parecen haber sido publicados puede corroborarse con la insistencia, nada modesta, con que el Lic. de la Carrera afirma haber sido el primero en dar a luz su obra. Dice así, en efecto, en su dedicatoria al Chantre Matías de Caravantes, que “nadie [le] quitará la gloria de haber sido el primero” en dicho cometido, e incluso, en su alocución al lector, dirá con sorna que “otro, mucho antes que yo empezó a hacer uno [arte], y se cansó”. Al margen de la jactancia manifiesta, como habrá podido advertirse, la lista de los que lo habían precedido en tales afanes incluía a más de uno. Pues bien, en tanto no se encuentren las otras gramáticas, la del Lic. de la Carrera seguirá siendo la primera “reducción en arte” de la lengua. Infelizmente no podemos decir lo mismo respecto de su registro léxico, pues, que sepamos, el cura de Reque no parece haber satisfecho su anhelo de proporcionarnos dicho material. Confiado en su propósito, no se dio el tiempo de ofrecernos de manera completa las glosas de los ejemplos manejados en su gramática ni la traducción de los textos de índole catequética con que concluye su estudio34. El arte mismo dista
34 Decía el autor en su proemio: “espero en Dios si me da vida, que he de hacer un vocabulario muy copioso de toda la lengua, con muchas frases y modos de hablar, que para lo que es saber la gramática basta lo que pongo al fin del Arte” (Op. Cit., 17). Sobra decir que quienquiera que consulte la obra muy pronto se convencerá de que, contrariamente a lo indicado por el autor, la ayuda final a la que hace alusión no era suficiente.
62
A R T E
DE LA LENGVA YVNGA DE LOS VALLES dei Obifpado de Truxillo del Perú, con vn ConfefFonario, y todas las Oraciones Chriftianas, tradocidas en la lengua, y otras cofas. A V), de naturaleza múltiple, incluso en posición intervocálica. Compárese Middendorf <jontärreio> ‘intestinos’ frente a de la Carrera <xlloncer, xllont«ereio>. 117
a su turno, sólo recoge la misma palabra. La consideración de estos hechos parece abonar, pese al carácter magro de los datos en favor de su coincidencia en el contexto mencionado, del estatuto fonémico de en oposición a /?/. Creemos que, como en castellano, la oposición de las vibrantes sólo se daba en posición intervocálica, pudiendo neutralizarse libremente en los demás contextos: de allí las vacilaciones y cacografías en su registro.
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¿Cómo explicar entonces el énfasis que pone de la Carrera sobre la articulación múltiple de , sobre todo teniendo el castellano una vibrante igualmente múltiple?79. ¿Acaso no bastaba la simple, por lo menos en posición inicial de palabra y final de sílaba, como lo demuestran no sólo el recopilador de Martínez Compañón sino, mucho antes que de la Carrera, el anónimo de 1607? La única explicación que se nos ocurre es pensar en una pronunciación con un mayor número de vibraciones que el empleado en la producción de la erre castellana, en los ambientes estipulados, incluyendo por cierto el de final de palabra. Así, pues, el gramático sentía que para transcribir aquello no le bastaba echar mano de la convención ortográfica castellana. N o de otro modo entendemos igualmente la notación del préstamo real por parte de Middendorf: na rrel ‘un real’ ( Cap. II, 62). Foné ticamente, la personalidad del mochica destacaría por la pronunciación enérgica de la vibrante múltiple, que sería la más recurrente80, no sólo como realización de /?/ múltiple sino también como actualización de su contraparte /r/ simple, sobre todo en posición inicial y final de palabra.
Op. Cit.,
79 Recuérdese, a este respecto, la preocupación (justificada) de los quechuistas de la colonia, quienes, ante la naturaleza simple de la vibrante correspondiente a la lengua nativa, aconsejaban, por ejemplo, que en una palabra como runa la /r/ debía pronunciarse, como en el nombre caridad, [runa] y no como sería en castellano [runa], 80 En efecto, al lado de la 1(1 (cf. nota 64), la vibrante múltiple es un claro indicador de la procedencia mochica de los nombres propios, sean éstos antropónimos o topónimos. Por ejemplo, el apellido Farro, que Taylor (1989) encuentra en la lista de antropónimos de la zona de.Chachapoyas, denuncia a todas luces una procedencia foránea de origen mochica.
118
Para terminar con esta sección, sólo resta señalar que tanto Harrington como Torero no identifican sino una vibrante, lo cual, en vista de la discusión ofrecida, resulta poco menos que inadecuado. Stark (1968: 18), por el contrario, distingue dos fonemas, aunque sin discutir los puntos conflictivos que hemos mencionado. 4.27. Semiconsonante. En relación con las semivocales comunes a las lenguas andinas, cabe destacar que el mochica se caracteriza por registrar únicamente la y, en tal sentido, su reconocimiento como fonema no ha sido puesto en duda por los investigadores. Tampoco hay duda, por otra parte, en reconocer la ausencia en la lengua de la labiovelar /w/.
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En efecto, no sólo no hay rastros de la presencia de dicha semiconsonante en los materiales más tempranos sino que tampoco faltan indicios, como la adaptación de los préstamos del quechua, que corroboran lo sostenido: en este caso se la ha sustituido por la bilabial fricativa81. Com o tal se la puede emplear, igualmente, como elemento diagnóstico mochicoide82.
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Por lo que toca a no obstante el consenso en su postulación, debe admitirse que los datos que abonan en favor de ella no son del todo obvios. Para comenzar, los indicios documéntanos no son pre cisamente los más contundentes, como en otros casos, según se pudo apreciar. Lo cierto es que de la Carrera emplea muy poco la grafía en la sección gramatical de su obra, donde campea en su lugar. D e hecho, si alguna vez lo hace es para registrar no un término nativo sino foráneo, o una simple variante léxica: nos referimos a la voz yaná
81 En Cerrón-Palomino (1989) llamábamos la atención de dos préstamos quechuas al mochica: faccjia ‘pobre’ y llaftus ‘toquilla’, provenientes de wakcha y llawtu ‘diadema’. Incidentalmente, creemos que Middendorf, que registra , hizo una mala lectura del original; lo propio podemos decir de ‘costilla’, que era laftic (en ambos casos la f original fue interpretada como una s alta). 82 Así lo entiende Torero (1986), en su intento por establecer la frontera lingüística entre el mochica y el quingnam (cf. Cap. II, sección 2.1). Ver también CerrónPalomino (1989: nota 6), para su invocación en el descarte de posibles mochiquismos léxicos.
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‘criado’, de indudable origen quechua, y a miyi ‘uña’, que alterna con midi e incluso con m ifi (cf. sección 4.21). Donde encontramos un empleo algo más frecuente de la mencionada grafía es en los textos de la segunda parte de la obra, incluso alternando con <j>, es decir (y no Com o puede apreciarse, lejos de ser transparente, la inter pretación de la fonema no deja de presentar serios problemas.
jota).
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Así, pues, para empezar, interesa averiguar, al margen de la inten ción del autor, consistente en procurar la práctica de las nasales (cf. sección 4.24), sobre el estatuto de la inicial en la lista silábica de iae, iaeng y iaem, que nos ofrece en la canilla. O, para no hablar de sílabas sin sentido, lo que quisiéramos saber es si en una voz como iactum ‘chocarrero, truhán’, por ejemplo, estamos frente a una secuen cia de vocales, es decir [i.ak.tum] o ante [yak.tum], donde la es una semiconsonante83. De igual manera, ¿cómo interpretar la forma pronominal aio ‘aquél’, de alta frecuencia en la lengua, y, más aún, el segundo genitivo -eió? ¿Qué decir, por otro lado, de una voz como pei ‘hierba’? Com o se ve, el problema está íntimamente ligado al de la naturaleza silábica de la lengua, tema que será tratado en el capítulo siguiente.
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En vista de la ambigüedad de la notación carreriana, conviene que acudamos a las otras fuentes en procura de auxilio. Un buen comienzo es ciertamente el anónimo de Oré. Comparemos, por ejemplo, las siguientes expresiones para las cuales se han registrado sus correspon dientes formas carrerianas:
83 Incidentalmente, nótese que esta palabra es de rancio origen quechua, tal como lo atestiguan los lexicógrafos coloniales. Así, fray Domingo de Santo Tomás ([1560] 1951: II, fol. 140v) la consigna como yacto ‘donoso, truhán’; del mismo modo, González Holguín ([1608] 1989:1, 362) regístrala raíz yaktu- y derivados, como en yaktuk runa ‘chocarrero triscador o que hace gestos’. Por la manera en que el jesuíta cacerefio la consigna no hay duda de que el étimo fue *yaqtu-. Se trata, como se ve, de otro quechuismo en el mochica.
120
Oré ñíteyo (fiornayo ayecen ayo yneng ayápuc eyip mág yneng
Carrera ñiteio ^iornaio aie^aen aio ineng aiapaec aiasp mang ineng
‘siete (genitivo)’ ‘solo (genitivo)’ ‘del mismo modo’ ‘aquel día’ ‘poderoso’ ‘crear’ ‘de día’
Com o puede apreciarse, la grafía tiene doble valor en el texto de Oré: puede ser /y/ semiconsonante y también /i/ vocal (cf., con este valor, y^ec ‘todos’, yxllis ‘pecado’, frente a iz^aec e ixllaes en de la Carrera). En el primer caso, que es el que nos interesa aquí, aparece ante vocal. Hay una instancia, sin embargo, donde ella se muestra ante consonante en ambos textos: ) en dicho contexto con relativa frecuencia: puytop - pujíop ‘subió’, piycan - pijcsem ‘da (imperativo)’ (cf. puytop y piycan " piycum en Oré, respectivamente). Nótese, incluso, la vacilación entre aiapsec y aypopco, donde la segunda forma registra elisión vocálica (cf. Cap. VII, sección 7.2). Vemos, entonces, que cuando de la Carrera escribe pei ‘hierba’, estamos en verdad frente a [pey], de modo que su empleo de en dicho contexto, como en el anterior (ante otra vocal), es puramente gráfico y no responde a la naturaleza del segmento representado (como en el caso de Oré, a su turno, con el empleo de vocálica). De hecho, la lista de Martínez Compañón recoge la misma voz como pey, así como también registra chónyic ‘estrellas’, que sin embargo se consigna en la forma de chonkik en Middendorf. Dicho autor, por otro lado, a la par que registra algunos lexemas con en posición intervocálica, desconcierta no sólo porque parece guiarse de la notación carreriana (escribiendo, por ejemplo, aio: ‘aquél’) sino porque hasta registra para ‘sirviente’, es decir aquello que de la Carrera representa como yaná. No parece ser ésta la primera vez, después de todo, que Middendorf se guía de la notación del cura de Reque. Incidentalmente, las voces que recoge con son dos de origen
yod
121
nativo: tsayo ‘maíz cocido ’84 y saya ‘concha’, y una de obvio origen castellano: poye ‘asiento de barro’. En los registros posteriores aumentan las formas con , aunque muchas de ellas como resultado del yeísmo castellano, al parecer ya en proceso de generalización en la costa norte. Sin embargo, Lehmann, por ejemplo, al lado de paya ‘olla’ (cf.Middendorf: palla), registra áyu ‘él’, áyunaen ‘ellos’ (cf. Carrera y Middendorf: ai o, aoingaen), es decir en forma que recuerda al anónimo de 1607. Com o puede apreciarse, la documentación es muy escueta en cuanto al registro de con valor semiconsonántico. Sin embargo, gracias al cotejo textual practicado entre el anónimo y de la Carrera es posible determinar que la , además de su valor propiamente silábico, representaba también a la semiconsonante especialmente cuando iba antes de vocal o en posición preconsonándca y prepausal. A la misma conclusión parece haber llegado Harrington, para quien, sin embargo, como dijimos, la <xll> también habría sido (escribe, por ejemplo, yaiy por <xllaxll>). Stark (1968: 18-19), por su parte, identifica la comparando las notaciones, más bien inconsistentes, del cura de Reque y de Middendorf, pero sobre todo en atención a la estructura silábica que postula para la lengua. Finalmente, Torero propone igualmente una “y de función consonántica y en inicial de sílaba, pero de escasa frecuencia”, tesis ésta con la que no compartimos plenamente, pues, como vimos, la “escasa frecuencia” es sólo aparente en la medida en que su ocurrencia aparece encubierta tras una notación ambigua. Por lo demás, conforme se verá (cf. Cap. V), tanto Stark como Torero coincidirán en la tesis de que el mochica no admitía grupos vocálicos.
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lyl
yod
84 Incluso en este caso no es aventurado postular un origen quechua para el vocablo. En la variedad cuzqueña actual ch’allu significa Vegetal en sazón’, y en el huanca chaallu es una variedad de maíz de color. Tanto la /ts/ inicial de la forma mochica como la vocal larga de la correspondiente huanca de ésta podrían explicarse por el carácter glotalizado de la consonante inicial de la forma cuzqueña.
122
4.28. Inventario consonántico. El análisis grafofonémico practi cado a los materiales del mochica nos ha perm itido postular, tentativamente, veintiún fonemas consonánticos asignables a la lengua tal como se la empleaba en la primera mitad del s. XVII. El cuadro ofrecido a continuación, parcialmente asimétrico por la oposición aislada entre /d/, recoge los segmentos identificados; en sección aparte se ofrece un listado de los mismos, seguidos esta vez de su notación grafémica carreriana.
Itl y
CUADRO II: CONSONANTES
Sordas
Bilab.
Dentoalv.
P
t
f m
d ts s n
Prepal.
Palatal
Velar k
OCLUSIVAS Sonora AFRICADAS FRICATIVAS NASALES LATERALES VIBRANTES SEMICONSONANTE
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TA BLA D E EQ U IV A LEN CIA S Fonemas
Ipl 11/ fíd Idl Itsl M m ifi Isl Isl III 141
Ira/ Inl /ñ/ /t|/ / 1/ / 1/
Id Irl lyl
Grafías
<s,ss> <x> <xll> <m> < 1>
Capítulo v E st r u c t u r a S ilá bica
Definimos la sílaba, funcionalmente, como una unidad fónica compuesta de un núcleo con o sin márgenes. El elemento nuclear es siempre una vocal y los márgenes los forman las consonantes. La única semiconsonante registrada también actúa como pendiente silábica. Los siguientes son los tipos silábicos consignados (en notación fonológica):
V CV VC CVC
: : : :
u la: ef puñ son
‘aliento, resuello’ ‘agua’ ‘padre’ ‘sombra’ ‘también’
Tal como puede apreciarse, la lengua admitía sólo una consonante por margen, registrando por consiguiente tipos silábicos bastante sim ples. Sin embargo, en contrarréplica, no había ninguna restricción en cuanto a la ocurrencia de las consonantes tanto en posición pre como postnuclear. La misma libertad de ocurrencia se observaba al comienzo
125
y final de una raíz, con la excepción de ld,V\f, que nunca aparecen en posición inicial, mostrando en tal sentido un carácter fonotáctico defectivo. Con todo, el hecho de que de la Carrera inserte en su cartilla las sílabas como parte de los ejercicios para pronunciar la vocal involucrada, ilustra indirectamente que la restricción de la dentoalveolar sonora, a diferencia de la nasal velar, constituía un vacío accidental. Incidentalmente, las listas monosilábicas de la cartilla (la única bisilábica es la final) son una buena prueba de la plausibilidad prácticamente irrestricta de los tipos de márgenes silábicos que admitía la lengua. Los ejemplos que ofrecemos a continuación ilustran la ocurrencia de tales márgenes en posición final de raíz:
dx, dxn,
/-p/
l-tl !-dl i-ts/ ! —> —»
mit-apco fil-apco fun-opco
‘soler traer’ (<met ‘traer’) ‘soler sentarse’ ( famaz famang
—>
‘lloro’ ‘lloras’ ‘llora’ 143
(b)
chi-eiñ chi-az chi-ang
—» chiñ —> chaz —> chang
‘soy’ ‘eres’ ( J es
(c)
funo-eiñ funo-az funo-ang
—» funoiñ —» funoz —> funong
‘como’ ‘comes come’
Conforme puede apreciarse, gracias a ejemplos como los de (a) podemos saber cuál es la forma básica de las desinencias personales. En segundo lugar, a la luz de los paradigmas de (b) y (c) resulta claro que la contracción vocálica se hace en favor de la vocal temática, es decir ésta es la que “manda” . Finalmente, nótese que la contracción afecta no sólo a una sino incluso a las dos vocales del sufijo: chi-eiñ —» chiñ. De otro lado, en vista de alternancias como las de met-az met-aez - met-ez ‘traes’, la terminación -az postulada en los paradigmas debe ser tomada como arquetípica, siendo las dos últimas sus variantes, las mismas que, de otra parte, tienen una distribución incierta. 7.13.
Inflexión. Este proceso metafónico se da tanto en la flexión
y postposición nominales como en la derivación verbal, y consiste en la modificación del timbre de la vocal temática por acción de la vocal del sufijo o del elemento pospuesto. Los casos más frecuentes se daban en los procesos de genitivación de los pronombres en general, como lo demuestran los siguientes ejemplos, donde la marca genitiva aparece en su forma reducida cuando la base acaba en consonante (cf. Libro I, 15, 19-22):
Arte.
moiñ-ó tzang-ó £Ío-ngó aio-ngó moich-ó tzhachi-ó mo-ngó eiñ-ó ech-ó 144
—» -> —> —> —> —> —> —> —>
maeiñ tzaeng 9¡ungo aiungo maeich tzhasich mungo iño icho
imío/ i ‘tuyo’ ‘suyo* ‘de aquél’ ‘nuestro’ ‘de Uds.’ ‘de éste’ ‘de quién’ ‘de qué’
(moiñ (tzhang (?io (aio (moich (tzhachi (mo (eiñ (ech
‘yo’)
‘tú’) ‘él’) ‘aquél’) ‘nosotros’) ‘U ds.’) ‘éste’) ‘quién’) ‘qué’)
Un proceso semejante se daba en la formación de expresiones locativas mediante la posposición de la partícula equivalente a la pre posición castellana ‘en’, tal como se puede apreciar en los ejemplos que siguen (cf. Libro IV, 74):
Arte.
ssol-aec loeji-ase fon-ase loc-aec
—> ssulaec luc|isec funaec lucaec
‘en ‘en ‘en ‘en
la frente’ los ojos’ las narices’ los pies’
(ssol (loc|i (fon (loe
‘frente’) ‘ojos’) ( « J\
nariz) < * >\ pies)
Aquí también, la forma básica del elemento posposicional es difícil de establecer, toda vez que muestra los alomorfos {-ase - -ec - ic} sin condicionamiento preciso (ver sección siguiente). Nótese, finalmente, que en el apartado 7 . 1., al tratar la síncopa en los procesos de deri vación, tuvimos la ocasión de ver la operación del mismo fenómeno: mitapeoifi ‘suelo tener’ en vez de *m etapcoiñ (de met ‘traer’), filapcoz ‘sueles sentarte’, y no *felapcoz (de fel ‘sentarse’), etc. 7.14. Armonía. La naturaleza y operación de este fenómeno no están muy claras y sólo tentativamente las consignamos aquí. Donde parece operar es en la flexión y derivación verbales, específicamente en la obtención del participio de pasado y en la del participio de presente o habitual, formaciones ambas muy usadas en la lengua. Com o se verá, el problema radica en la forma que asumen los significantes respectivos, prestándose a distintas interpretaciones, sin que los datos permitan un discernimiento claro entre ellas. En lo que sigue echaremos mano de los ejemplos aportados por Middendorf, quien discute el fenómeno con algún detenimiento. Ahora bien, en relación con la forma participial, según el análisis del viajero alemán, la marca respectiva sería -do, pero que, para ser afijada al tema requeriría de una vocal de transición, de timbre variable, aunque “se igual[e] casi siempre a la vocal de la raíz” II Parte, 141-142). En efecto, los siguientes ejemplos parecen ilustrar lo seña lado:
(Op. Cit.,
145
I
ai-a-do ak-a-do ton-o-do ñop-o-do lum-á-do num-á-do pui-u-do
‘hecho’ ‘visto’ ‘golpeado’ ‘concebido’ ‘muerto’ ‘escuchado’ ‘subido’
Incidentalmente, nótese cómo las vocales “impuras” de Middendorf “armonizan” entre sí (recuérdese que para de la Carrera ambas co rresponden a <se>). Según se puede ver, efectivamente, la vocal transicional parece ser un eco o copia de la vocal radical (no se olvide que la del primer y último ejemplo es una semiconsonante). Sin embargo, los ejemplos que siguen bastan para invalidar lo señalado, como el propio Middendorf nos lo sugiere: ap-á-do ek-á-do lik-á-do poi-a-do
‘aprendido’ ‘creído’ ‘hecho’ ‘alcanzado’
Es precisamente en situaciones como ésta que se nos dice que “sólo el uso es el que decide”, en este caso la naturaleza de la vocal epentética. El problema se agrava aún más cuando vemos que “en algunos verbos se forma el perfecto tanto en da como en do, pero sobre esto no hay reglas fijas” ( II Parte, 136). N o dudamos que una conclusión semejante podría hacer sonreír a un lingüista contemporáneo, empe ñado en encontrar los principios ordenadores que rigen el caos apa rente. De hecho, es probable que haya existido la ansiada regularidad por encima de la variabilidad: lo que ocurre es que con los datos disponibles no es posible visualizar una solución al problema. Creemos, sin embargo, que el análisis bipartito del morfema involucrado (solu ción común a de la Carrera y a Middendorf) no es el más exacto, y en cambio responde a un prurito hiperanalítico. Admitiendo el carácter incierto de la vocal final del morfema, opinamos que éste tenía una forma -Vdo, donde la vocal inicial formaba parte del mismo y solía cambiar de timbre de acuerdo con la vocal temática. De los distintos
Op. Cit.,
146
timbres que adquiría aquélla es probable que uno de ellos —tal vez el de la [o]—iba constituyéndose en el menos marcado, y, por consiguiente, en su norma. Dicha tendencia a la solución de un caso de alternancia múltiple podría haber provocado precisamente la aparente situación caótica que desconcertó por igual a ambos gramáticos. Situación no menos desconcertante es la que nos ofrece la formación del participio activo o habitual. Aquí también M iddendorf opta por un análisis bipartito del morfema involucrado: la desinencia misma sería -pák, forma que ocurriría tras un tema acabado en vocal así como también tras algunas raíces que terminan en consonante; pero que requeriría obligatoriamente de una vocal epentética para anexarse a la mayoría de los temas acabados en consonante. Como en el caso anterior, esta vocal sería generalmente /a/, pero “frecuentemente también se usa una vocal parecida o igual a la vocal de la raíz, si ésta es o,u o e” Parte II, 141): es decir, habría cierta armonía vocálica. Los ejemplos (a) y (b) ilustran la primera ocurrencia:
(Op.
Cit.,
(a)
chi-pák funo-pák ta-pak
‘el que es’ ‘el que come’ ‘el que viene’
(b)
fol-pák chim-pak jat-pák
‘la que empolla’ ‘el que baila’ ‘el que corta’
Los ejemplos de (c) y (d), a su turno, ilustrarían la segunda contextualización: (c)
eng-a-pák fil-a-pák keX-a-pák pik-a-pák llop-a-pák
(d)
ap-a-pák ak-a-pák
‘el ‘el ‘el ‘el ‘el
que que que que que
dice’ está sentado’ regresa’ da’ hurta’
‘el que enseña’ ‘el que ve’ 147
>
fam-a-pak ñop-o-pák poi-o-pák pui-o-pak fup-a-pák
‘el ‘el ‘el ‘el ‘el
que que que que que
llora’ recibe’ alcanza’ sube’ sueña’
Efectivamente, como se ve, los ítemes de (d) parecen ilustrar el fenómeno de la armonía vocálica, aunque los de (c) fácilmente lo invalidan. Podría decirse que la armonía no funcionaba cuando la vocal radical era de timbre anterior no redondeado; pero, ¿qué decir, por ejemplo, de llop-a-pák ‘el que hurta’? De otro lado, admitiendo que el análisis de (a), en relación con el morfema involucrado, sea correcto, ¿cómo conciliar (b) con el resto de los ejemplos? Creemos, por nuestra parte, que aquí también estamos frente a un morfema que comienza por vocal (¿cuyo timbre no marcado quizás habría sido el de [ó]?), la misma que se habría contraído en favor de la vocal radical en (a) y se habría sincopado en los ejemplos de (b). Con todo, queda la pregunta de por qué no operaba el mismo fenómeno en los casos de (c) y (d). Finalmente, hay que mencionar que a partir de formas como aiapkoiñ ‘yo suelo hacer’, felapkoiñ ‘suelo sentarme’, kallapkoiñ ‘suelo reírme’ es lícito postular -Vpáko como el significante básico de la marca habitual: así explicamos cómo de aiapáko-eiñ se deriva aiapkoiñ, previa operación de los procesos de contracción y síncopa, una vez admitida la forma -eiñ como la marca de la primera persona (cf. met-ák-eiñ —> met-k-eiñ ‘yo se lo traigo’). Com o se puede apreciar, una vez más, el análisis resulta incierto. 7.15. Apócope. Tanto de la Carrera como M iddendorf dan ejem plos de la operación de un proceso de apócope o truncamiento que afectaba a la vocal de una de las formas del verbo ser —fe es’)—; asimismo, el segundo discute otro caso: el de la caída de la vocal final del genitivo. El primer fenómeno es ilustrado con ejemplos entresa cados del
Arte:
148
mo fe maeiñ Pedro-ngó fe senta fe esta mecherrsec-asró fe mo lutu
—» —» —> —>
m of maeiñ ‘esto es mío’ Pedrongof ‘es de Pedro’ aentaf esta ‘no es’ mecherrcasrof mo lutu ‘este capús es de la mujer’
Puede notarse no sólo la caída de la vocal sino también la clitización de la forma verbal, que tiende a apoyarse en la vocal del elemento precedente. El otro caso tiene que ver con la apócope de la vocal final de las formas genitivas en ciertas construcciones frasales. Los ejemplos han sido tomados de M iddendorf ( Cap. II, 55):
Op. Cit.,
choj-eio: fanuss tot-áro: jaktuss fanun-ngo: len uij-áro: kapák ssonte-ngo: lletnádo
choj-e fanuss tot-ar jaktuss fanung len uijar-kapok ssonteng lletnádo
‘perro del niño’ ‘piel de la cara’ ‘con el perro’ ‘sobre la tierra’ ‘devorado por (un buitre’
En uno y otro caso, como se ve, estamos frente a un fenómeno semejante al de la síncopa, sólo que esta vez el proceso se da en un contexto transléxico o frasal. Por lo demás, no es difícil entrever que en éstos y en los otros fenómenos vistos tanto el patrón acentual como el ritmo tuvieron seguramente un rol propiciador efectivo. Es más, con toda probabilidad tales formas correspondían a un tipo de registro —el coloquial—; pero, en un estilo de habla más cuidadoso, se daban las variantes más “completas”. 7.2. Alternancia consonántica. Si bien en muchísimo menor grado que las vocales, la lengua registraba también variación consonántica de condicionamiento estrictamente morfológico. Ello ocurre en la for mación del segundo nominativo de formas nominales derivadas, en el gerundio, y sobre todo en la marca de pasivo, tal como puede apreciarse en los ejemplos ofrecidos: 149
(a) Variación de IkJ en /r/ ñeñuc filuc manie
-
ñefiur filur manir
‘juguete’ (ñefi ‘asiento’ (fei ‘taza’ (man
‘jugar’) ‘sentarse’) ‘tomar’)
Isl
(b) Variación de en /1/ chissoc - chiloc siendo’ temessæc - temelæc ‘temiendo’ (c) Variación de tzhac-ær-eifi met-ær-eifi tæp-ær-næm
/r/ -
en /m / —/p/ tzhac-æm-eifi met-æm-eifi tæp-æp-næm
‘soy llevado’ ‘soy traído’ ‘para ser azotado’
En los tres casos se nos dice que la variación es impredecible (cf.
Arte. I, 14; II, 49-50). Sobre el último, M iddendorf concluye diciendo que, aunque la forma normal del pasivo parece ser -ær, “[para] el empleo de estas formas en los diferentes verbos no hay regla fuera del uso lingüístico” ( II Parte, 147). Como se puede ver, nada más frustrante que semejante conclusión.
Op. Cit.,
150
Capítulo E v o l u c ió n
y
viii O
b so l e sc e n c ia
8.0. El sistema fonológico del mochica, ofrecido en calidad de hipótesis en las secciones precedentes, corresponde al estado aproxima do de la lengua tal como se la hablaba en la primera mitad del s. XVII. Para llegar a él, según se vio, fue necesario partir del examen filológico de los materiales más tempranos de que disponemos, principalmente del del cura de Reque. A diferencia de las postulaciones previas, la nuestra reposa en el análisis grafémico practicado no sólo a dicha obra sino también, y por primera vez, al material recogido por Oré. Contrastado éste con el del se advierte una correlación bastante asombrosa, al margen de algunas diferencias notacionales que derivan de diferentes prácticas ortográficas, y, en menor medida, de inter pretaciones fónicas (= percepciones) igualmente disímiles. Lo último estaba dictado, a no dudarlo, por la diferente extracción lingüística de los autores: castellanohablante con dominio del mochica como segunda lengua en el primer caso, y bilingüe prácticamente simultáneo de ambas lenguas en el segundo (aseguradas en su temprana estancia lambayecana). Estos hechos podrían explicar la proclividad del anónimo de
Arte
Arte
151
1607 a la hipodiferenciación tanto fonético-fonológica (v.gr. el pase por alto de la existencia de la vocal como ortográfica.
/ol)
Fuera de tales materiales de análisis, y aparte de las recopilaciones postreras, han sido igualmente de suma importancia a los efectos de la postulación ofrecida no solamente la gramática de Middendorf sino también la lista de Martínez Compañón, así como los vocabularios de Brüning y Lehmann. En este caso, sin embargo, como se habrá podido apreciar, la consulta de tales materiales ha tenido un carácter más bien aleatorio antes que decisivo en la interpretación fonológica propuesta. Por consiguiente, como lo hemos venido señalando, el análisis ofrecido difiere radicalmente del postulado por Louisa Stark, para quien, según pudimos comprobarlo, la distancia que media entre de la Carrera y Middendorf, separados por dos centurias y media, no parece haber constituido ningún obstáculo para “reconstruir” un mismo sistema fonológico a partir de la compulsa simultánea de los datos ofrecidos por los dos autores (recuérdese, por ejemplo, el trato “alofónico” de en el y de <j> en Middendorf; cf. Cap. IV, sección 4.25).
Arte
Ahora bien, tal como lo señalaba el propio viajero alemán (cf. M iddendorf [1892] 1959: 155-156), en los doscientos cincuenta años transcurridos desde la publicación de la gramática del cura de Reque, la lengua venía sufriendo algunos cambios en su sistema fonológico. Tales mutaciones podían observarse ya, en efecto, un siglo antes, como nos lo prueban los datos proporcionados por la lista del obispo de Trujillo, corto pero valiosísimo material que, a manera de eslabón, nos permite seguir el curso evolutivo de la lengua entre el siglo XVII y el XDÍ. Luego, los datos aportados por Brüning y Lehmann permitirán corroborar tales cambios, pero al mismo tiempo consignarán otros, obviamente posteriores a la documentación middendorfiana. Estos últimos, sin embargo, así como los que pueden expurgarse de las recopilaciones ulteriores, no son de la misma naturaleza que la de los anteriores. En efecto, en el primer caso estaríamos ante fenómenos evolutivos de causación interna, es decir motivados por el uso espontáneo de la lengua por parte de sus propios hablantes; en el segundo, por el
152
contrario, las alteraciones consignadas obedecerían a razones “exter nas”, causadas por la situación de obsolescencia por la que atravesaba la lengua, desplazada gradualmente por la castellana en labios de los bilingües. En lo que sigue nos ocuparemos de estos dos tipos de cambios operados en la lengua, desde su documentación temprana hasta su total extinción. 8.1. Evolución. Según el material examinado, los cambios internos que afectaron al mochica fueron tanto de naturaleza fonológica como simplemente fonética, y comprometieron básicamente a su sistema consonántico. Tales mutaciones, fundamentalmente tres, tuvieron lugar aproximadamente entre mediados del s. XVIII fines del XIX. Segui damente nos ocuparemos de ellos atendiendo al orden cronológico de su manifestación.
y
8 .11. Delateralización. Este fenómeno, puramente fonético, afectó a la consonante fricativa prepalatal lateralizada, es decir / 91/, que devino simplemente en [9]. Nótese que por el tiempo en que Middendorf consulta a sus informadores de Eten el segmento en cuestión ya no tenía la misma contextura que cuando lo describe el cura de Reque. Ello es posible de sostener por el hecho de que, como se adelantó, el sabio alemán no acierta a interpretar correctamente la grafía <xll> y la iden tifica como . Lo que él ofrece, como su correlato, es un sonido ya desprovisto de lateralidad, que representa por <j> variablemente precedida o seguida de vocal . Son ejemplos: M iddendorf jamu fijka j’ung jaij, neijok jafko jonkik
Carrera xllamu fixllca xllung xllaxll nexlloc xilafco xllonkik
‘canas’ ‘noble’ ‘pie de árbol’ ‘dinero’ ‘paso’ ‘pantorrillas’ ‘comida’
Tal como pudimos apreciarlo a propósito de su grafía (cf. Cap. IV, sección 4.22.3), la <j> representa a la “variante más suave” de las 153
jotas
tres que él identifica, algo parecido a la alemana en mich, “ pero que suena todavía más suave, casi como la j alemana”. Se trata, como se dijo, de la fricativa / 9/ (llamada dentro de la tradición fonológica germánica). Comparada esta situación con la ofrecida por de la Carrera puede apreciarse que el segmento aún mantiene el ataque fricativo palatal, a veces reforzado por , pero desprovisto ya de la lateralidad previa: se había producido, pues, una suerte de “yeísmo” concomitante.
ich-laut
Que dicha modificación venía dándose desde por lo menos un siglo atrás nos lo prueba, una vez más, la lista del obispo de Trujillo, que registra dos voces pertinentes al presente caso: Han ‘sol’ y Híac ‘pescado’, que se corresponden con xllang y xllac en de la Carrera y jang y jak en Middendorf, respectivamente. El desconcierto notacional queda patente en el recopilador del Obispo, que pugna por una representación más ajustada del sonido inicial en un mismo contexto (pues asom brosamente estamos frente a un “par mínimo”): en ambos casos está presente la fricción graficada por la , pero en el primero la concomitancia palatal parece interpretarse como parte del timbre de la vocal siguiente (de allí el enigmático diacrítico), y en el segundo, más acertadamente, ella aparece graficada explícitamente mediante , como en Middendorf. Del mismo modo, los recopiladores posteriores, desde Bastían, pasando por Brüning y Lehmann, interpretarán el mencionado seg mento como una fricativa palatal, representando este último matiz por medio de la misma vocal antes o después de (representada ya sea por , , <x>, <sh> o <j>, según el transcriptor). A manera de ilustración, pueden revisarse los registros correspondientes a ‘plata’, ‘pescado’ y ‘sol’ en Schumacher (1991). Brüning recoge para ellos yay, syac - Sag y g^ang - Sang, respectivamente, valiéndose de distintos recursos para reproducir el segmento [ por el primero y con <x> por el segundo. De hecho este último define la grafía empleada como fricativa “gutural mediopalatal dorsal” (cf. Lehmann 1920:1, 9). Si, en efecto, el segmento hubiera sido como el sugerido por Brüning, entonces nada le habría costado representarlo por <s>, definida en su tabla de símbolos como fricativa “palatal aveolodorsal”. Lo que interesa rescatar aquí es el carácter “gutural” de la antigua <xll>, sin ser velar ni postvelar, tal como lo señalara Middendorf. En tal sentido, creemos que Brüning no anduvo muy acertado en la identificación del segmento, hecho que estaría probando, por lo demás, la vacilación en su transcripción.
155
i
circunflejos, uno de los cuales es invertido (ver el cuadro respectivo). ¿Qué es lo que buscaba representar mediante dicho artificio? Si para entonces ya contaba el castellano con la <j> para graficar a la velar / x/, ¿qué necesidad había de coronarla con diacríticos? Sobra decir que la naturaleza del segmento resultante del cambio no era del todo equiparable a la castellana. De otro lado, adviértase, asimismo, que en el ítem variante de ‘agua’ la figura al parecer sin diacrítico, el mismo que sin embargo se coloca sobre la vocal, donde podría estar representando el alargamiento respectivo. Con todo, no debe pasarse por alto tampoco el hecho de que se trata del único caso con cambio en posición inicial de sílaba y entonces el diacrítico en mención bien podría estar indicando el efecto de la velar sobre la vocal (recuérdese lo dicho respecto de ‘sol’ en la misma lista; cf. sección 8.11).
jota
Com o quiera que hubiese sido, el hecho es que, al no contarse con datos más amplios sobre el mismo fenómeno, tales dudas no podrán resolverse, aunque fuera parcialmente, en forma satisfactoria. Con todo, la documentación posterior se encargará de confirmar, cualquiera que haya sido la naturaleza transicional del segmento en cuestión, su desemboque final en un segmento velar, prácticamente idéntico al del castellano (o, finalmente, igualado con el de esta lengua, sobre todo en boca de los bilingües). En efecto, cien años después, M iddendorf ([1892] 1959: 155) encontraba como una alteración de la lengua, comparada con la re gistrada por el cura de Reque, el que “en lugar del sonido lingual T , apareciera] ahora la gutural ‘j’ (énfasis agregado)”. Ofrecía en seguida algunos ejemplos probatorios del fenómeno (p. 156), de la misma naturaleza que los que proporcionamos a continuación:
confrecuencia
156
lactu lecjlcu lo ti lutu c|iolu altaerr ssel
> > > > > > >
jaktu jechku joti jutu choj ajtörr ssej
‘piel’ ‘dedo pulgar’ ‘hueso’ ‘capucha’ ‘muchacho’ ‘cuello’ ‘moco’
(Op. Cit.,
Ahora bien, la “gutural j ”, tal como la caracteriza el autor I, 50) tenía una articulación parecida a su correspondiente alemana en palabras como nach ‘hacia’, noch ‘aún’, es decir semejante a la velar castellana, sin llegar a ser uvular como la aimara. Nótese, de otro lado, cómo el cambio, si bien más generalizado que en la época de Martínez Compañón, no es un proceso consumado: de allí que el sabio alemán nos diga que la sustitución se daba “con frecuencia”. Ello explica por qué, por un lado, Middendorf registra formas con que no muestran el cambio: lun ‘día’, lastik‘costilla’ (cf. de la Carrera: laftic), chelu ‘halcón’ (cf. de la Carrera: c|ielü), fel ‘sentarse’, lok ‘querer’, etc.; pero también aclara el hecho de que mientras el mismo autor recoge jaktu ‘piel’ y japa ‘recipiente de calabazo’, Lehmann, cincuenta años más tarde, registra en el mismo Eten, sus correspondientes lákt y lapa, respec tivamente, es decir tal como aparecen en el (cf. Schumacher 1991)93. Que el cambio, sin embargo, se generalizaba, nos lo ilustra el ejemplo, aislado pero valiosísimo, aportado por Brüning, y que ya fuera citado cuando tratamos sobre la acentuación: la palabra kóstaj, proveniente de la voz castellana costal (cf. I). El ejemplo prueba, además, cómo la española era identificada con su correspondiente mochica, y, por consiguiente, una vez ingresado el préstamo, sufrió el mismo cambio de velarización.
Arte
III
Mochica Wórterbuch,
Por lo demás, es probable que el cambio nunca llegara a consumarse del todo en la medida en que, como sabemos, ya por la época de M iddendorf la lengua estaba en franco proceso de obsolescencia. No
93 En el caso de lapa podría argüirse que se trataba de un préstamo antiguo en el castellano local (así se la registra, en efecto, en la sierra de La Libertad, donde parece haber sido un mochiquismo dentro del culli; cf. Escamilo 1993), pero no creemos que pueda decirse lo propio de la voz para ‘piel’ o ‘pellejo’. Mochiquismo vuelto a ingresar a la lengua nativa vendría a ser, por ejemplo, cholu indio’, que recoge Middendorf, y que está relacionada obviamente con choj ) estaríamos aquí frente a un cambio sui géneris. 157
)
debe extrañar entonces el que se registraran discrepancias entre uno y otro recopilador (por ejemplo, entre Middendorf y Lehmann), así como tampoco el hecho de que se consignen muchas formas que podríamos calificar de residuales (sin el cambio respectivo). Y ya se dijo cómo el análisis ofrecido por Stark (cf. Cap. IV, sección 4.24) toma precisamente estos casos residuales como ilustración de la existencia de un fonema / 1/ que se opondría a otro cuya realización tendría dos alófonos: [1] y [x], es decir tomando en cuenta el cambio estudiado como si fuera una simple variación sincrónica de distribución com plementaria. En vista de lo señalado anteriormente, sobra decir que el análisis de la mencionada autora peca no sólo de anacronismo declarado sino también de una carencia de adecuación observacional mínima.
IxJ,
Ahora bien, al lado de las formas residuales se registran otras que, por el contrario, conllevan una velar, y para las cuales sin embargo no hemos podido encontrar equivalencias en los materiales del cura de Reque. N os referimos a formas que portan una simple, según la notación de M iddendorf (sin tomar en cuenta aquellas que llevan <j>, correspondiente de <xll>), como las que ofrecemos a continuación:
jota
jopi ssiojo jepák chijllu chojek
‘abuela’ ‘suegra’ ‘poseedor’ ‘discípulo’ ‘gaviota’
foji jok jokik ko:je moj
‘caracol’ ‘sapo’ ‘(var. de) pato’ ‘sardina’ ‘piojo’
Una vez aceptado el cambio mencionado, nada impide ver en los casos listados (a excepción de chijllu, que resulta anómalo por la com binación que muestra) los efectos del mismo, pudiendo “reconstruirse” en ellos una antigua lateral * 1, es decir, aproximadamente: *lopi *síol(o) *lep (ók) *£olek *fol(i)
158
*lok *lok(ik) *ko:l(e) (cf. kol ‘caballo’) *m ol
donde, al lado de la aparente homofonía entre ‘sapo’ (cf. Brüning: gak) y ‘variedad de ánade’, se registra loe ‘pie’, consignado como jok por Middendorf: es evidente que en uno de los términos (no sabemos cuál) la vocal portaba duración. Para terminar con este punto resta referirnos a la mutación en sí, ciertamente extraña. Que sepamos, no se registra en la bibliografía conocida un cambio semejante. De todas maneras, es obvio que en la naturaleza misma de la consonante afectada debieron darse las condi ciones para su velarización. ¿Qué particularidad tendría la /1/ mochica? Se nos ocurre que dos, y de manera concomitante: velarización y ensordecimiento en algún momento de su evolución, y no necesaria mente al momento en que fue registrada por de la Carrera: recordemos que este autor no muestra ninguna inquietud al momento de su consignación, por lo que debemos suponer que la encontraba igual o semejante a la española. 8.13. Fusión de sibilantes. Según se vio en su lugar (cf. Cap. IV, sección 4.23.3), el mochica hacía la distinción entre una sibilante retrofleja y otra de carácter dorsal, representadas inconfundiblemente por de la Carrera con las grafías <s,ss> y , respectivamente. Se vio, asimismo, cómo dicha oposición se mantenía aún hacia fines del s. XVIII, a estar por los datos, escasos es cierto pero siempre ilumina dores, aportados por el anónimo colaborador de Martínez Compañón. Ahora bien, tal parece que por la época en que Middendorf reali zaba su encuesta en Eten (1887) se había producido un gran cambio que afectaba precisamente a dichas consonantes. En efecto, un somero cotejo entre los datos del viajero alemán y los del cura de Reque parece apuntar en esa dirección: ocurre que el primero representa con <ss> no sólo las formas que conllevan la misma grafía en el segundo (allí donde se dan las coincidencias de registro) sino que se vale también de ella para las formas que aparecen con « ;> , o de <s> para las que aparecen con . Son ejemplos:
159 )
Middendorf
Carrera
ssiek kafsok senke sialu ssiorna ssio ssuk uis neisna
£Íec cafjoc 9engque 9¡alu 9Íorna £ÍU viz neizna
‘señor’ ‘riñones’ ‘cuello’ ‘redaño’ ‘solo’ ‘aquél’ ‘abajo’ ‘chacra’ ‘de mañana’
Com o se ve, Middendorf no distingue sino una sibilante, repre sentada por <ss - s>, allí donde las documentaciones anteriores muestran dos. Pues bien, ¿qué dice el autor respecto de su realidad fónica? En este punto creemos que el ilustre viajero no atina a darnos una des cripción correcta. Dice al respecto: “Entre las sibilantes, la s no tiene siempre la misma pronunciación. En principio, al final, y en medio de la palabra, puede ser también tanto sonora como sorda. Por eso transcribo la s sorda en todos los casos mediante ss” (cf. Cap. I, 50-51). Según se ve, una lectura al pie de la letra del texto precedente podría interpretarse como que la lengua tenía dos fonemas sibilantes de carácter dorsal opuestas por el rasgo de sonoridad: una sorda, que el autor dice representar por <ss> y otra sonora, hay que inferirlo, simbolizada por <s>. ¿Qué podemos decir al respecto?
Op. Cit,
En primer lugar, debemos señalar que no estamos aquí frente a una descripción contemporánea y por consiguiente el pasaje mencio nado no debe tomarse literalmente. En segundo término, conviene ver hasta qué punto es cierto lo que el autor dice respecto de la distribución de las dos sibilantes. ¿Qué quiere decirnos, además, con aquello de “en medio de la palabra”? Com o se ve, el contexto aludido resulta demasiado vago. Ante esta situación no cabe más que un análisis cuidadoso de los materiales que conllevan las sibilantes en cuestión. De acuerdo con ello, salta a la vista que la distribución paralela que anunciaba Middendorf no es exacta: en realidad son excepcionales los casos de <ss> intermedia (tomando este ambiente en sentido lato), y, en cambio, la presencia de la <s> simple es abrumadora en dicho contexto. Ahora bien,
160
considerados esos pocos casos de <ss> interior, resulta que los ejemplos pertinentes son formas nominalizadas (deverbativas) en base al sufijo -ssäk ( realmente numeroso con el de <ss>, repetitivo y único. Incluso casos aislados como nossän ‘rodilla’ (cf. notan ‘cejas’), kässmäd ‘prima’ (cf. chächmäd ‘hermana’), nos pone frente a formas desglosables en noss-än y käss-mäd, respectivamente, donde las terminaciones del radical no vienen a ser sino antiguas marcas no minativas, muy típicas del mochica, ya gramaticalizadas. Con ello queremos sugerir que nuestro autor quedó entrampado en medio del proceso final de fusión de en cuya distinción original buscó rescatar un tanto erráticamente sobre la base de los materiales del buena parte de sus formas con <ss> inicial y final concuerdan con las del cura de Reque, como puede verse en:
Op. Cit.,
/si
M iddendorf ssap ssoj ssod fäss langäss nossän
Carrera ssap ssol ssod fsess langaess nossaen
ls¡,
Arte.
‘boca’ ‘frente’ ‘pecho’ ‘lucma’ ‘ocho’ ‘rodilla’
pero, al mismo tiempo, conforme vimos en la correlación léxica previa, representa con <ss> o <s> aquello que de la Carrera registra con o . La sibilante que predomina es, como se ve, la <ss> “sorda” de Middendorf, es decir parece haberse producido la fusión de /s/ en confusamente representada por el autor con la ese doblada y la simple94. Sintomáticamente ya no hay ninguna alusión al carácter estridente de la sibilante resultante.
«¿>
/si,
94 Curiosamente, como en el caso de los dialectos quechuas sureños, aquí también dos sibilantes se habrían fusionado en una sola de carácter dorsal. Sólo que el fenómeno quechua se produjo hacia fines del s. XVII y principios del XVIII (cf. Mannheim 1988, 1991: Cap. 7). 161
I
Dicha fusión se hace más evidente en las documentaciones pos teriores, especialmente la de Lehmann, que sólo registra <s>, con el único caso de ssonto ‘gallinazo’, que más parece escritura etimológica (i.e. tomada de las fuentes antiguas). Los ejemplos ofrecidos ilustran lo que venimos observando: Carrera ssop amoss somsom 5¡ad piorna £op£et
M iddendorf ssop amoss semsem ssiad ssiorna sopät
Lehmann sop ames semsem siada siórna sápaet
‘cuerda’ ‘no’ ‘cola, rabo’ ‘dormir’ ‘solo’ ‘tres’
Contrariamente a los cambios anteriores, caracterizados por una modificación articulatoria sufrida por el segmento involucrado, y sin mayores consecuencias en el sistema de oposiciones de la lengua, el presente sí acarreaba efectos drásticos en la medida en que se destruía una oposición sistemática en favor de la sibilante dorsal, única compañera ahora de
l$¡.
8.14. Espirantización. Se trata de una mutación menor que afectó a la fricativa labiodental, tal como lo señalaba ya M iddendorf ([1892] 1959: 156). Dice, en efecto, el viajero alemán que dicha consonante “es pronunciada con más suavidad, casi como la ‘w’ alemana”, y así “de ef, padre, se ha llegado a äw, ñofan, el hombre, a ñowán” . El resultado del cambio, de naturaleza puramente fonética -u na bilabial espirante—, se le presenta como algo escurridizo al filólogo alemán, quien vacila entre representarlo con una <w> (como en las instancias citadas) o con una . Los siguientes ejemplos han sido entresacados de su gramática:
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chuvet - tsuvät chuve javan a f - av o f - ov tef " tev
‘culebra’ ‘fiebre’ ‘cerdo’ ‘pelear’ ‘vaciar’ ‘pene’
La misma incertidumbre notacional la encontramos en Brüning, y, en menor medida, en Lehmann, quienes también recurren a la (¿como la fricativa castellana?) para representar a dicha espirante. Los ejemplos que siguen provienen de Brüning: tsúbet nyóben javan aban pove " pobe tSi(p-tSi(p
‘culebra’ ‘hombre’ ‘cerdo’ ‘pelea!’ ‘espuma de la chicha’ ‘huevos de pez’
(cf. Lehmann: tXurbtot) (cf. Lehmann: ñá:baen) (cf. Lehmann: xá:van)
(. En ambos casos, como se ve, el segmento es identificado por aproximación, con la vocales medias del castellano; en el primero, incluso se logra captar el carácter redondeado de la m ism a. Pues bien, com o verem os, en las documentaciones posteriores de la lengua se agudizará la tendencia hacia la desbemolización de la vocal mencionada. Que el segmento mantenía su articulación hasta el colapso final de la lengua nos lo indican no sólo las recopilaciones de Brüning y de Lehmann sino incluso el testimonio personal de don Simón Quesquén, tal como lo señalamos en su momento (cf. Cap. IV, nota 48). Con todo, frente al registro sistemático que hace Middendorf del mencionado segmento, representado básicamente por y en menor medida por (ambas, vocales “impuras” para el autor)98, los recopiladores mencionados muestran ya una proclividad que recuerda a la del anó nimo de 1607. Así, encontramos en Brüning;
Brüning
Carrera
tsúbet mödsa nyóben - nyóban janges - jangaes
c(Xaefet msec(ia ñofaen langaess
‘culebra’ ‘manos’ hombre’ ‘ocho’
onsiguiente., en Lehmann:
Lehmann
Carrera
tSu:btot muílke tú:k txé sá:pen
c(iaefet maellaec taec epaem ^opaet
‘culebra’ ‘hablar’ ‘ir, andar’ (morfema durativo) í > tres
98 Como se recordará, estamos aquí frente a un caso típico de hiperanálisis, lo que no excluye que ambas grafías puedan alternar alguna vez como en tuk - ták ‘ir’. De otro lado, nótese que por lo menos en un caso la de Middendorf corresponde a una <e> normal en el Arte tal como se ve en jots - jách, equivalente de lecfl ‘cabeza’.
166
En ambos casos, como se ve, asoma la <e>, es decir el segmento en forma deslabializada. Esta tendencia hacia la interpretación de la vocal redondeada como [e] será más recurrente entre los recopiladores peruanos, al menos tal como puede apreciarse en las pocas instancias registradas, y cuyos correlatos pueden encontrarse en el Véanse, por ejemplo, los casos siguientes (donde VI, VII, Kl, KII y L aluden a las dos listas publicadas por Villarreal y Kosok, y L a Larco; cf. Schumacher 1991):
Arte.
VI
VII
KI
KII
L
Carrera
ermps epe ñoven oneque
her upe — —
her — ñoven —
ers upe — onek
her pu ñoven onuc
ærr æp ñofaen onæc
‘yuca’ ‘sal’ ‘hombre’ ‘uno’
Con todo, asoma aún, conforme se puede apreciar, el correlato . N o sería un desacierto sostener, por tanto, que la vocal en refe rencia, a medida que la lengua se perdía en la memoria de las personas más ancianas, tendía a “evocarse” como <e> y, quizás también, en algunos lexemas, como . En cualquier caso, dicha vocal, con ser típica de la lengua, al ser intrínsecamente marcada, y al no tener un equivalente en castellano que la reforzara, estaba condenada a la su presión. 8. 23. Pérdida de ltyl. Tal como lo señalamos en su momento (cf. Cap. IV, sección 4.22.3), la consonante africada prepalatal constituye uno de los segmentos sui géneris del mochica. De articulación compleja, y, de otro lado, completamente inusitado a la experiencia lingüística del castellanohablante, ya se vio cómo el anónimo de Oré lo identifica con la /£/, por lo menos ortográficamente, aunque guiado quizás por la práctica hipodiferenciadora del concilio toribiano. A fines del siglo pasado y comienzos del presente, M iddendorf y Lehmann aún lo consignan, si bien en contados lexemas. Así, por ejemplo, en el primero encontramos (para citar sólo las formas cuyas correspondientes se pueden localizar en el jách - ja:ch cabeza’, chuvet (aquí, alternando con tsuvat) ‘culebra’, así como la partícula durativa chám,
Arte):
167
i
que se corresponden con sus respectivas formas carrerianas , y , repectivamente. Del mismo modo, el verbo mách ‘tocar, agarrar’, que seguramente está relacionado con <maec|ia> ‘mano’ (pero cf. en el mismo autor macha). Lehmann, por su parte, recoge, además de la partícula durativa tje - txé, los lexemas xá:tj ‘ojos’ y yiaetj - yiaety ‘diez’, correspondientes a y «jiaec(-l>. Incidentalmente, el mismo cura de Reque escribe y < 9¡a2ch>, al lado de las formas ya citadas (con la “ch invertida”), pudiendo tratarse de un simple lapsus. Brüning, en cambio, ofrece datos como los siguientes:
Brüning dso:j mödsa tsúbet dsömorr tMmi - tíómi
Carrera cfiolu maíc|Ja c^iefset colimo r
(u katón kofor ksento
cafijoc caixcopjec caxll c;uigc|Ju catíen fe r casncJJo
ex
‘riñones’ ‘sostenedor’ ‘orina’ ‘quijada’ ‘vagina’ ‘trueque, reemplazo ‘carne’
kósmeT) kicíku kiíímik kokod kol komon kul kuntsin kusya
cíEzmeng quichcu quixmic cocaed col comíen cul cuntzhin cu^ia
‘primo’ ‘dedo meñique’ ‘anciano’ ‘tía (o hermana mayor) ‘caballo’ ‘barba’ ‘sangre’ ‘remolino’ ‘cielo’
/1/
la: laftik laktu lanka
laT|os laro lety led len lóm lomisor
la laftic lactu lanca langasss larro
‘agua’ ‘costillas’ ‘pellejo’ ‘pares’ ‘ocho’ ‘tobillo’
lec¡i
‘cabeza’
led len
‘afuera’ ‘con’ ‘morir’ ‘muerte’
lasm laími^jer
/1/ laftus lamu lapti lemño loróm likom
llaftus llamu llapti llemño llaerrasm llicasm
‘toquilla’ ‘vello’ ‘planta del pie’ ‘dedos’ ‘envidiar’ ‘lunar’
199
Iml mat:'ók meíerók meklik met m o fa m oía mói¿ mólok midi " misi motson mois mulu:
mac^aeo mecherrac medie met maec^ta mancha mseich mselkec midi - miiji motzhsen moix mullú
ídolo’ mujer’ muelas’ traer’ manos’ adorar’ nuestro’ hablar’ uña’ codo’ alma’ huevo’
Inl neisna nec'ok nenoT) noksi ñapos notón notnik nosón
neizna nexlloc nenong noessi napsess notasn notnic nossasn
de mañana’ paso’ posaderas’ goloso’ cien’ cejas’ pestañas’ ‘rodillas’
Iñl ñaiñ ñaTJ ñiteyo ñitir ñiptik ñitu ñofón ñosón ñotón 200
ñaiñ ñang ñiteio ñitir ñiptic ñitu ñofen ñossaen ñotasn
ave’ marido’ siete’ nalgas’ espinazo’ sesos’ hombre’ medida’ cejas’
/ 0/
091 okon omor opaisti
oxll ocasn omorr opaizti
‘lluvia’ ‘brazo’ ‘ladrón’ ‘tonto’
Ipl paróT) peño pey pitor pílala piyk po& k pokpok pol pon por) popsi pora potos pufpuf puku pup puy
paraEng peño pei pitjer pillalla piyc - pije pochaec pocpoc pol pon pong popssi porra potos pufpuf pucu pup puy - puj
‘vasallo’ ‘bueno’ ‘hierba’ ‘esófago’ ‘muslo’ ‘dar’ ‘hígado’ ‘agorero’ ‘bazo’ ‘cuñada’ ‘piedra’ ‘tripa, buche’ ‘ adormecimiento’ ‘testículos’ ‘bofes’ ‘lechuza’ ‘palo’ ‘subir’
Irl rak remik reT| ronómsók
rae rremic rreng rronaem^aec
‘tigre’ ‘loco’ ‘tráquea’ ‘dolor’
i
Isl sak seT|ke sok sorki sialu siek siois siorna siu siuki£ siu:ki¿
gac gengque qxc ga:rqui gialu