LAS VIOLENCIAS: INCLUSIÓN CRECIENTE
© 1998. CENTRO DE ESTUDIOS SOCIALES, CES
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LAS VIOLENCIAS: INCLUSIÓN CRECIENTE
© 1998. CENTRO DE ESTUDIOS SOCIALES, CES
Facultad de Ciencias Humanas Universidad Nacional de Colombia Carrera 50 No. 27-70 Unidad Camilo Torres Bloques 5 y 6 Correo electrónico: ces(« bacata use.unal.edu.co Esta publicación contó con el apoyo de Colciencias, Programa Implantación de Proyectos de Inversión en Ciencia y Tecnología, Sncl, Subproyecto de Apoyo a Centros y Gru pos de Excelencia 29/90.
Primera edición: Santafé de Bogotá, mayo de 1998
Portada Paula triarle
Coordinación editorial Daniel Ramos, Utópica Ediciones www.utopica.coin
Printed and made in Colombia I m p r e s o y h e c h o en C o l o m b i a
Las J A I M E
COMPILADORES A R O C H A
violencias: iol F E R N A N D O
C U B I D E S
inclusión M Y R I A M
J I M E N O
creciente Facultad de Ciencias Humanas UN Colección CES
Contenido Presentación Marco Palacios...
Introducción Los editores
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Primera parte LOS PROTAGONISTAS
Evolución reciente del conflicto a r m a d o en Colombia: la guerrilla Camilo Echandía Castilla
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De lo privado y de lo público en la violencia colombiana: los paramilitares Fernando Cubides C
66
El ejército colombiano: u n actor más de la violencia Andrés Dávila tadrón de Guevara
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Segunda parte LÍMITES BORROSOS
Rebeldes y criminales Mauricio Rubio
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La violencia política y las dificultades d e la construcción de lo público en Colombia: u n a mirada de larga duración Fernán E. González
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¿Ciudadanos en annas? Francisco Gutiérrez Sanín
1 86
Tercera parte GUERRA Y CASTIGO Etnia y guerra: relación ausente en los estudios sobre las violencias colombianas Jaime Arocha Rodríguez
205
Víctimas y sobrevivientes d e la guerra: tres miradas de género Donny Meertens
236
Diario de u n a militancia María Eugenia Vásquez P
266
El castigo a través de los ojos de los niños Ximena Tabares
286
Corrección y respeto, a m o r y m i e d o en las experiencias de violencia Myriam Jimeno
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Presentación Marco Palacios
VITALIDAD Y MALESTAR
Las investigaciones de la actual violencia colombiana dan buena cuenta de la vitalidad de las ciencias sociales en el país. Para la muestra este volumen en que los profesores de la Universidad Nacional Myriam Jimeno, Jaime Arocha y Fernando Cubides reunieron diestramente un grupo de investigadores y temas. El vigor de estos trabajos que prolongan una línea de muchos años, se alimenta del apoyo en la investigación empírica, del esfuerzo multidisciplinario, de la sospecha en los grandes rendimientos de la teoría general. Del rico tapiz de hipótesis, hallazgos y conclusiones de este libro, muchas de las cuales escapan completamente a mi capacidad profesional (ignoro por ejemplo a Bateson, central según veo en las hipótesis de Jimeno y Vásquez), quisiera destacar algunas que resuelven o dejan abiertos problemas que tienen un claro interés académico y, acaso, público. En esta hora de la pospolítica o de la antipolítica, casi todos sus autores mantienen los pies firmes aunque el pulso agitado en un terreno que todavía pertenece al gran proyecto de la modernidad. Este libro deja en claro el malestar de los investigadores frente a las violencias, explicable por su conciencia cívica. En casos encontramos una manifiesta tensión existencial, como en la exposición de María Eugenia Vásquez, sobre los trances de narrar su propia vida en términos etnográficos, después de haber pasado 18 años de militancia clandestina en el M-19.
Marco Palacios
LOS CONTEXTOS Desde ahora quisiéramos proponer que las trayectorias de la producción académica sobre la violencia colombiana se entienden mej o r dando centralidad a la atmósfera cultural y moral predominante en cada momento. Ésta da contexto a los marcos institucionales en que se realiza la investigación, así como a los orígenes sociales de los investigadores, afiliaciones ideológicas, ethos profesional y aún a las técnicas que emplean. El punto de partida de esta considerable producción es, como se sabe, el libro clásico La Violencia en Colombia, (1962) de Guzmán, Fals y Umaña, y, el punto de llegada, el torrente de producciones posteriores a Colombia: violencia y democracia, (1987) que marca el otro hito. LA DÉCADA DE 1960 For los años sesenta el malestar de los académicos engagés se descargaba sobre el sistema político y social y sus clases gobernantes que no bien salían del túnel dictatorial entraban al oligárquico, y no sobre los actores armados de las violencias, como parece ser cl caso de nuestros días. De ahí, quizás, la amplia gama de reacciones partidarias y periodísticas que nuestro clásico de la violencia suscitara en el segundo semestre de 1962. En algún lugar sugerimos que la interpretación adelantada por Camilo Torres Restrepo del libro de sus entrañables colegas del Departamento de Sociología de la Universidad Nacional, sobre lo que ahora llamamos la violencia clásica, encajaba en una visión existencialista politizada. La lectura que de él hiciera Camilo —él mismo uno de los pioneros de la moderna sociología colombiana y capellán universitario—, lindaba en una exaltación de la violencia contra las élites reaccionarias y egoístas que bloqueaban los canales de ascenso económico, social, cultural y de representaciém política de las mayorías, en particular del campesinado, y que habían transformado a los políticos del régimen en gentes de manos sucias, como habría sentenciado Sartre.
Marco Palacios, Interpreting Ea Violencia 111 Colombia. Universitv of Oxford, St. Anthony's College. Oxford; 26 ele Mayo de 1992 (inédito).
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Presentación
En la década de los sesenta, la violencia genérica aparecía como un ejercicio de purificación colectiva, en una clave que habría sonado familiar a los anarquistas y narodniki rusos del siglo XIX, La atmósfera de aquellos años estaba cargada de huracanes sobre el azúcar, de condenados de la tierra empuñando los fúsiles de la liberación nacional; de la rebeldía de los estudiantes norteamericanos contra el servicio militar obligatorio y la guerra en Vietnam; de la lucha por los derechos civiles y los motines negros en las grandes ciudades de Estados Unidos; de la gran revolución cultural proletaria maoísta de los guardias rojos con su consigna de un absolutismo adolescente: La rebelión se justifica; del París de mayo del 68. Ese año, los Buendía de Macondo entraron a la literatura universal con el grito atávico del jefe del clan ante un pelotón de fusilamiento: ¡Viva el partido liberal, cabrones!
LOS USOS LEGITIMADORES DE LA HISTORIA Debe ser imposible documentarlo, pero es válido conjeturar que la lectura de Los grandes conflictos socioeconómicos de nuestra historia de Indalecio Liévano Aguirre alimentó la imaginación sociológica de Camilo Torres. Aparte de sus valores intrínsecos, esta obra obtuvo inmensa acogida en las clases inedias lectoras que, por esos años, intentaban inventarse una personalidad propia. El mercadeo fue esencial en la difusión del trabajo de Liévano. Recordemos que fue publicado inicialmente por capítulos en dos revistas bogotanas de gran prestigio social dirigidas por .Alberto Zalamea quien, además, estuvo al frente de uno de los experimentos de divulgación editorial más importantes de la historia cultural del país: los Festivales del Libro con sus dos colecciones de diez ejemplares cada uno y cuya posesión daba señas de identidad a las clases medias. El primer capítulo de Los grandes conflictos... apareció en Semana, (No. 662, del 1" de Septiembre de 1959) y el último en La Nueva Prensa, (No. 75, del 6-12 octubre de 1962). En formato de libro (4 vols.), y sin modificaciones y sin fecha salió con un tiraje de 10.000 ejemplares con el sello de La Nueva Prensa. En 1964 apareció en un volumen en Ediciones Tercer Mundo. De entonces a la fecha, ha tenido varias reimpresiones, y junto con sus biografías de Bolívar y Nuñez, acreditó a Liévano como la pluma más poderosa de la historiografía colombiana en las décadas de 1940 a 1960. En las luchas ideológicas por la legitimación del Frente Nacional que, en sus inicios, coincidió con las celebraciones del sesquicente1 1
Marco Pa'acios
nario de la Independencia, los historiadores se emplearon a fondo. Argumentando implícitamente contra el pacto oligárquico de 195758, legatario de las frondas coloniales, actuantes en 1810, Liévano Aguirre, miembro del círculo íntimo del compañero jefe del MRU, Alfonso López Michelsen, propuso una reinterpretación del pasado histórico mediante un paradigma dicotómico Austria-Borbón. La contraposición de las dos dinastías que mandaron en los tres siglos de Imperio español en América, no se agotaba en los meros modos y formas de gobierno. Debía remitirse a los profundos y prolongados efectos que arrojaron aquellos dos modelos básicos de gobernar en los valores políticos y en la débil conformación del pacto social de los colombianos. Sin vacilar, Liévano condenó el esquema borbón aduciendo que, detrás de un racionalismo modernizador que hacía tabula rasa de la heterogeneidad social (implícitamente étnica), había promovido la injusticia. En una veta muy peculiar de interpretación jesuítica, optó por los Austria. La piedra angular de este discurso descansaba en la noción de justicia, conforme a los grandes teólogos jesuítas de Salamanca de los siglos XVI y XVII. Noción que no está demasiado lejos de las proposiciones más recientes de la economía moral (E.P. Thompson, J.C. Scott) y que tienen uno de sus pioneros, no siempre reconocido, en Barrington Moore. La imagen de una oligarquía injusta y manipuladora que hundía raíces en los conquistadores-encomenderos, fue tomada al vuelo por Camilo en su estudio de sociología positiva, presentado al Primer Congreso Nacional de Sociología (Bogotá, 8-10 de marzo de 1963): «La violencia ha constituido para Colombia el cambio sociocultural más importante en las áreas campesinas desde la conquista efectuada por los españoles». Lo específico de este cambio, que no dudó en calificar de modernizador, fue que la violencia sacudió la inmovilidad social en las zonas rurales y «simultáneamente produj o una conciencia de clase y dio instrumentos anormales de ascenso social... [que] cambiaron las actitudes del campesino colombiano, transformándolo en un grupo mayoritario de presión». " Camilo Torres, "La violencia y los cambios socio-culturales en las áreas rurales colombianas", en Cristianismo y revolución, Prólogo, selección y notas de Óscar Maldonado, Guitemie Oliviéri y Germán Zabala, México, D.F., 1970, p. 227. 3
Ibid., p. 268.
4
Ibid., p. 262.
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Presentación
En este punto quizás deberíamos subrayar la ausenda del elemento nacional en el argumento de Torres. Tomando en consideración el punto de vista de Jaime Arocha expuesto en este libro, deberíamos referirnos también a la ausencia del elemento étnico. Y, sabemos que etnicidad y nación han sido inseparables, así sea en esa versión oficial y quimérica de la nación mestiza. El tema nos lleva al aspecto Maniqueo, con mayúsculas, de nuestra cultura política. Maniqueísmo que, por demás, hallamos en los movimientos anticoloniales del siglo XX en cuanto interiorizan y responden a la matriz cultural de todo colonialismo. La visión maniquea de la sociedad provendría, si empleamos los términos de Lynch en el análisis del período borbónico hispanoamericano, de la escisión fundamental entre el superblanco peninsular (gachupín, chapetón...) que circunscribió un campo de dominación excluyente de los otros, indistintamente fuesen blancos criollos, mestizos, mulatos, indios, negros. Si en este punto interpeláramos a Benedict Anderson sobre la originalidad y calidad anticipatoria del proyecto nacional de Simón Bolívar podríamos decir que su famoso decreto de guerra a muerte fue, además de eficaz respuesta coyuntural, piedra miliar de la vida política colombiana que mantendrá latente el maniqueísmo. Las condiciones sociales e internacionales de nuestros movimientos emancipadores llevaron, sin embargo, a vaciar el maniqueísmo anticolonial en la lucha faccional interna, en el pernicioso sectarismo siempre al acecho y proyectado en la saga de las grandes familias: bolivarianos y santanderistas. Al menos bajo estas premisas me parece que adquieren mayor relevancia trabajos de una nueva generación de investigadores, como los de Fabio López de la Roche y Carlos Mario Perea. Aunque Camilo cayó en febrero de 1966, combatiendo como guerrillero del ELN, queda en el corazón de esa década de teología de la liberación, curas rebeldes y Golconda. En suma, un libro de fragmentos desgarradores y espeluznantes como el de Monseñor Guzmán el. al., pudo ser leído y comentado en una clave moral justificativa de la vía armada castrista a la que ya se había asignado un origen bolivariano. LA PRIMAVERA DEL ANÁLISIS SOCIAL
Hasta aquí una referencia al punto de partida. El punto de llegada, necesariamente más provisional, deja correr un cuarto de siglo. En este lapso se dispararon las tasas de escolaridad universitaria y la
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Marco Palacios
bibliografía sobre la Violencia y las violencias profundizó el campo teórico y metodológico y amplió los horizontes de la sensibilidad de los lectores. Recordemos algunos de los más eminentes académicos extranjeros empeñados en esta siembra: Hobsbawm, Hirschmann, Gilhodés, Oquist, Pécaut. Y tras ellos o con ellos, empezó a cosechar y resembrar una pléyade de colombianos, norteamericanos y europeos que es difícil enumerar por temor a excluir algunos. Pero sería absurdo no mencionar a Gonzalo Sánchez, Fernán González o Alvaro Camacho. Además de sus aportaciones individuales, o como coautores, han alentado investigaciones de largo aliento en la Universidad Nacional, el Cinep y la Universidad del Valle. Quizás del mismo modo que hacia 1960 había investigadores preparados para emprender esa expedición que resultó en La Violencia en Colombia, a mediados de la década de 1980, una comunidad ampliada, mejor entrenada y especializada, estaba lista a entregar al gobierno y a la opinión aquel ya célebre Colombia: violencia y democracia. Sin embarco, ni una historia anecdótica de los orígenes de estos trabajos (ambos realizados en el marco de contratos de los académicos con los gobiernos) ni una historia política, social e intelectual de sus efectos inmediatos serán inteligibles sin hacer mención a los cambios en sus respectivas atmósferas espirituales. HACIA LA ÉPOCA SOFT Dejamos sentado que una perspectiva de largo plazo debe responder al tiempo mundial. Así se comprende mejor en qué forma el posmodernismo, la cultura mediática y la caída del Muro de Berlín pusieron fin a la gran tradición política que anunció la Ilustración y puso en vigencia el ciclo de revoluciones sociales que abrió la Revolución francesa. Los sesenta fueron la última explosión del ethos revolucionario con sus ideologías racionalistas y sus propuestas duras. No obstante, en el festival contestatario del París o el Berkeley de 1968 ya se advertían síntomas de blandura posindustrial, de inestabilidad de los campos simbólicos, de apelación a lo efímero y fragmentario. Era la mirada irónica y sin metafísicas puesta sobre la eficacia instrumental de la técnica del siglo XX, aunque uno de sus productos, la pildora, daba sustento y sustancia a eso de hacer el amor y no la guerra. Cuando salió a la calle el libro de Guzmán el. al., la clase dominante colombiana, identificable por nombres v apellidos y por una 14
Presentación
responsabilidad pública asumida, se podía reducir al hardware: fábricas, bancos, ingenios de azúcar, latifundios ganaderos, propiedad de finca raíz urbana. Si el Estado era débil y la política atomizada, no era por su culpa. El sustituto de emergencia era la represión y la violencia. Lo que se llamaba la alternativa de izquierda (cuyos intelectuales estaban en la lista negra de la Mano Negra) soñaba con instaurar un nuevo orden directamente derivado de los paradigmas de la revolución industrial: el hardware del forclismo (admirado por Lenin, Mussolini y Stalin) pero bajo el modo de producción socialista y bajo un poder burocrático fuerte, centralizado y vertical, todo en nombre del proletariado y de la nación proletaria, esto es, de obreros y campesinos, a la que algunas versiones adosaban una burguesía nacional. Hoy en día la clase dominante colombiana (si semejante denominación no hace fruncir el ceño a más de uno) se ha transnacionalizado, actúa corporativamente, y su capital está en el software: telecomunicaciones, medios de comunicación de masas, intermediación mercantil y financiera a la velocidad de los baudios del sistema teleinformático. El hardware quedó, para decirlo metafóricamente, en refajo: pola & colombiana. En el caso del Grupo Santodomingo y Ardila Lulle, no en el del Sindicato Antioqueño o del grupo Carvajal, prefiere cierta invisibilidad política, es clara su proclividad a aparecer más privada que pública, y mantener un suave control de los medios de comunicacicín de masas. Esto le ha permitido incrementar su poder. Por lo pronto ha dejado la responsabilidad en manos de una clase política clientelista, que mal administra un Estado descentralizado, mal constituido y que no sabe cómo desplegar sus velas a los vientos neoliberales. Añadamos a esto que los paradigmas organizacionales soft fueron asimilados con eficiencia pasmosa por el nuevo empresariado del narcotráfico. Sin embargo su tradicionalismo lo llevé) no sólo a abrir zoológicos exóticos sino a comprar tierras al por mayor. Ahí se encontró con las guerrillas izquierdistas que, en cambio, siguen soñando el sueño fordista dentro de los marcos de un Estadonación autoritario y literalmente independiente.
GOBERNABILIDAD DEMOCRÁTICA Y RETROCESO ESTATAL
Una clave del cambio de atmósfera acaecido entre La Violencia en Colombia y Colombia: violencia y democracia, podría estar en el térmi13
Marco Palacios
no democracia. La corriente académica principal de nuestros días acepta que la democracia constitucional debe ser el contexto general para captar algún sentido a la abigarrada fenomenología de la violencia colombiana de los últimos diez años. Es el contraste que Vásquez establece entre cultura clandestina y civilidad. Premisa abiertamente normativa, cargada de valores y fines: qué medios son aconsejables para superar el cuadro de violencias y consolidar simultáneamente la gobernabilidad democrática. Esto, sin renunciar a lo positivo, a la formalización teórico-metodológica que construye tales violencias en objeto específico de investigación social y poder descubrir sus regularidades y léigicas internas. Ahora bien, la tensión de lo normativo y lo positivo es un tópico en las ciencias sociales. Los autores de este libro, como en general todos los científicos sociales, viven sometidos a su gravitación. Pero hay u n campo de fuerzas mayor que tiene que ver con la tendencia universal de nuestros días que adquiere velocidad con el fin de la Guerra Fría: cl retroceso estatal, o sea, el declinar de la autoridad de los Estados nacionales ante el poderío de los grupos que manej a n las telecomunicaciones, el crimen organizado, el proteccionismo privado de las grandes corporaciones transnacionales (por encima del viejo proteccionismo estatal), y así sucesivamente. De modo que n o puede ser lo mismo la propuesta normativa a los responsables políticos de un Estado que opera con el paradigma de intervención (como en 1962) que a quienes aceptan la racionalidad del mercado mundial como un a priori incuestionable; sujeto y verbo, ante la cual el Estado queda de complemento circunstancial. Si los investigadores colombianos han adherido casi unánimamente a la gobernabilidad democrática, no es seguro que sean plenamente conscientes de las implicaciones que pueda acarrear a su orientación investigativa el retraimiento del Estado. En el libro que nos ocupa, parecería cjue algunos autores intentan resolver la tensión entre lo positivo y lo normativo acudiendo a la pertinencia de las metodologías. Por esta vía redefinen el campo de investigación y esbozan rupturas creativas, aunque nunca totales, con la producción previa. A nuestro juicio es el caso de los trabajos de Gutiérrez, Jimeno, Rubio, y Tabares. Del otro lado, los estudios de /Arocha, Cubides, Dávila, González, y Merteens prefieren seguir explorando el universo empírico dentro de los paradigmas más o menos establecidos. Unos y otros nos ofrecen resultados pertinentes y esclarecedores. Pero, a fin de cuentas, esta es una
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Presentación
cuestión de óptica y matiz. Por lo pronto nos sirve para formular algunas cuestiones que suscitan en una primera aproximación. POR LA GEOGRAFÍA Si bien este libro no tiene ningún propósito enciclopédico, ni se ofrece como una antología de investigaciones sobre la violencia c olombiana, pone en evidencia el vacío del análisis geográfico. En ese sentido refleja una situación más general de estos estudios. Aunque es notorio el interés en acotar municipalmente la violencia y de trazar cartografías, como las que de años atrás viene produciendo Alejandro Reyes Posada, o las más recientes de Camilo Echandía o Cubides, Olaya y Ortiz,"' lo cierto es que la especificidad geográfica (tanto en el sentido convencional como en términos del imaginario geográfico y los lugares de la memoria) es el eslabón perdido de estas violencias. Es paradójico entonces que la mayoría de trabajos monográficos producidos en el Cinep y la Universidad Nacional ofrezca un marco temporal y regional adecuado, como los estudios sobre las colonizaciones del Sumapaz y del Magdalena Medio, las guerras de esmeralderos, las repúblicas independientes o las masacres. Jaime Arocha se vio sorprendido en la noche del 2 de febrero de 1998 ante u n noticiero de televisiém por la obvia ausencia de «las dimensiones étnicas y sociorraciales de los conflictos políticos y territoriales que se extienden de manera acelerada por todo el país». Yo también fui sorprendido por el cubrimiento informativo de una matanza de campesinos por paramilitares en parajes de Tocaima y Viotá a fines del año pasado. El silencio fue absoluto sobre Viotá la Roja, u n lugar central de la memoria colectiva comunista desde los años treinta. ¿Viotá, había quedado sepultada por esa avalancha de Marquetalia, el Pato, Guayahero, Riochiquito y más recientemente de Casa Verde? ¿Cuándo y por qué quedó sepultada? Como investigador del café anduve en 1974-75 por esos rumbos de Viotá, un lugar central en la historia cafetera de Colombia. Entonces me parecía que tenían sentido las diversas tácticas desplegadas por el movimiento campesino comunista de los años cuarenEl profesor Palacios se refiere al libro de Fernando Cubides, Carlos Migue! Ortiz v Ana Cecilia Olaya La violencia y el municipio colombiano, 1980-1997, que se encuentra en esta misma colección editorial del CES [N. del E.].
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Marco Palacios
ta y cincuenta, entablando alianzas temporales y pragmáticas con los enemigos de clase, los hacendados que aún quedaban. Así pudieron redefinir mejor el enemigo en un plano eminentemente político: el gobierno conservador. ¿Desde cuándo y por qué, los auloproclamados herederos de esas luchas por la tierra, es decir, las Farc, dejaron de comprender el matiz social, de plantear posibles alianzas o rupturas, según el caso, con los enemigos de clase? ¿Desde cuándo éstos se convirtieron de clase antagónica, objeto de lucha ideológica y política, en material individual sccuestrable? ¿Cómo se proyectaba este cambio de fines y medios en el imaginario geográfico? Es decir, ¿podía explicar el eclipse de una mitología nacional de la izquierda {Viotá la Roja) en una leyenda de aparatos militares, de Casas verdes que hoy busca ser leyenda internacional? Circunscrito al Alto Baudó, Arocha replantea el tema de la formación histórica de! territorio y crítica, válidamente a nuestro juicio, «el ocultamiento de identidad [étnica] de esos pueblos», «el velo que [algunos informes de colegas académicos] tienden sobre historias de construcción territorial protagonizadas por los afrodescendientes... los mecanismos de coexistencia no violenta que desarrollaron en su interacción con los indígenas y las franjas territoriales bioétnicas que como consecuencia de esa interacción pacífica habían construido». T o d o un programa que Arocha y otros han desarrollado en su disciplina, pero que es una llamada de atención a historiadores, politólogos, economistas, sociólogos, lingüistas. El acotamiento de la dimensión geográfica le permite entender la territorialidad étnica y criticarnos por velar la etnicidad en cl análisis del conflicto. Por estos caminos de la geografía también trasiega el sociólogo Fernando Cubides quien ya había mostrado la complejidad de la trama de coca y guerrilla en la colonización del oriente amazónico. Al enfocar ahora la trayectoria paramilitar, encuentra una lógica económica desembozada que parte de esta hipótesis sobre la guerrilla de Alejandro Reyes: «En Colombia los conflictos sociales por la tierra han sido sustituidos por las luchas por el dominio territorial». Según Cubides el principio también puede aplicarse a los paramilitares. Dejando de lado la pertinencia de la hipótesis de Reyes (que deja sin explicar cl porqué, y separa lucha por la tierra de control territorial de un modo arbitrario), Cubides encuentra en la expan-
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Presentación
sión de los paramilitares una racionalidad económica que, a diferencia de la atribuida a las guerrillas, parecería estribar en su funcionalidad con la reconstitución del orden social jerárquico de la sociedad agraria, así la economía agraria se modernice sobre líneas capitalistas. Esta funcionalidad paramilitar sería eliminar el riesgo (pie la guerrilla introduce en los mercados de tierras y, añadiríamos, de mano de obra. En ése sentido y pese a su camuflaje moderno, para el nuevo terrateniente los paras serían lo que fueron los pájaros para los nuevos cafeteros del Quindío geográfico hace cuarenta años. Reconozcamos que en este caso, como en la especulaciém que acabamos de esbozar sobre el imaginario geográfico, el mapa cognitivo no está bien levantado del todo y que, pasado el asombro de constatar el carácter telúrico del guerrillero, como propuso Cari Schmitt, debemos afinar los instrumentos para ver las líneas cruzadas entre luchas por la tierra y control territorial. En el Viotá de la época de la violencia clásica, hacendados y comunistas negociaron la mutua protección de un cordón de seguridad de las incursiones del Ejército y la policía chulavita. a cambio de paz social y oferta adecuada de mano de obra para las haciendas.
PÚBLICO-PRIVADO Uno de los planteamientos más sugestivos de Cubides es que «la propia eficacia de un tipo de violencia... ha conducido el ciclo de lo privado a lo público en el caso de los paramilitares». Si arriba mencionamos las tensiones entre lo normativo y lo positivo, es el momento de señalar las que median entre lo público y lo privado. Para entenderlas, al menos desde el punto de vista de un historiador, tenemos los trabajos de Herbert Braun. Lo que muestran, va sea en el caso del bogotazo o en el más íntimo (para Braun) de negociar la liberación de su cuñado, secuestrado por una guerrilla, es la maleabilidad de los campos público y privado, el correr y descorrer de las cortinas que separan uno de otro. Como el de las lealtades e identidades (de clase, étnicas, religiosas, clientelarcs, de género, ideológicas, nacionales), el terreno de lo público y lo privado es movedizo. Aquí estamos, como dice Merleens, ante una cambiante simbología, aunque es evidente el achicamiento del espacio público en los últimos años v la vuelta a lo que el Papa llama capitalismo salvaje.
Marco Palacios
Los linos análisis de Merleens. a través de esas tres miradas de género (las cambiantes representaciones simbólicas desde la violencia clásica a la actual, las mujeres como actores y víctimas de la violencia y los sobrevivientes de la guerra) enriquece nuestro conocimiento de los patrones de cambio social y del papel de la mujer, más adaptable a la adversidad que el hombre y, en un plano más general, al peso de la pobreza y por ende de la necesidad de luchar por la subsistencia con todos los medios, incluido el propio cuerpo, que las viudas desplazadas con hijos deben enfrentar. Por esa vía dolorosa del desplazamiento, concluye Merteens, «se presenta repetidamente la disyuntiva entre la criminalidad y la solidaridad, pero también se abren posibilidades de nuevos proyectos de vida de hombres v mujeres que impliquen una transformación de las tradicionales relaciones de género». La lucha por sobrevivir con los hijos no da tregua ni tiempo a entregarse a las emociones y contribuye a obliterar el dolor, como en el caso de la monja budista que introduce el trabajo de Jimeno. Este trabajo, basado en un estudio multidisciplinario de 264 adultos, en su mayoría mujeres de bajos ingresos y con más de cinco años de residencia en Bogotá (cuyos resultados se recogen en M. Jimeno c 1. Roldan, Las sombras arbitrarias. Violencia y autoridad en Colombia, Bogotá, 1997) lleva a reflexionar sobre el tema central de la construcción de ciudadanía que aquí aborda Francisco Gutiérrez. Podemos hacer girar el trabajo de Jimeno alrededor de la autoridad como socialización (aspecto tratado detenidamente en el artículo de Ximena Tabares, El castigo a través de los ojos de los niños) y como representación: «Todo el conjunto familiar —dice Jimeno— indica que se entiende la vida familiar como una entidad vulnerable, amenazada por el desorden y el desacato a la autoridad». Los traumas de la socialización de la autoridad no superados y acaso agravados en el cambio generacional por esa ambivalencia de amor y corrección, llevan entonces a que la autoridad sea «aprehendida como una entidad impredecible, contradictoria, rígida...». Al menos en estos grupos de bajos ingresos, «convierten la nociém de autoridad en el sustrato cultural y emocional para las interacciones violentas». De este modo, el miedo y la desconfianza dominan las descripciones del vecindario, la ciudad y ciertas instituciones. El resultado es la pasividad ciudadana, la apatía política. Esta forma de representarse la autoridad, familiar o estatal, hubiera aterrado a Hobbes; pero también a Hegel, a Napoleón y a la 20
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Reina Victoria y, muchos siglos atrás, a Confucio, todos ellos empeñados en honrarla pública y privadamente como fuente de convivencia. En la Colombia de fines del siglo XX, los efectos de esta representación en la formación ciudadana moderna no podrían ser más negativos, como advierte Jimeno apelando a la autoridad de Arendt y Giddens. HOBBES EN LOS T R Ó P I C O S I
Estamos entonces en el reino de la ilegitimidad profunda, para reformular una frase de Jimeno. Atravesamos un campo minado por la incertidumbre que empieza en el hogar. Aquí entraría a jugar Hobbes mejor que nadie, como recuerda irónicamente Francisco Gutiérrez. Su ensayo quiere señalar algunos atajos que la violencia ofrece a la construcción ciudadana. Atajos en los que criminalidad y solidaridad no son disyuntiva, como en Merteens, sino complementarios. Gutiérrez no estudia madres con hijos, sino varones creciditos, victimarios citadinos y no víctimas rurales, adolescentes y jóvenes en su mayoría. Sin que haya una filiación intelectual directa con el análisis de Camilo Torres mencionado arriba, Gutiérrez intenta mostrar cómo la violencia contemporánea también es un canal anormal de movilidad, aunque, a diferencia de la campesina que estudió Camilo, la actual está más institucionalizada de lo que se supone usualmente, al grado que no es ni hobbesiana ni simple anarquía. Además, a diferencia de Camilo, que creyó tratar con la violencia como una fuerza modernizadora, Gutiérrez se encuentra con una doble impostura; del lado social y estatal y del lado de los actores armados. Se apoya en «entrevistas a profundidad a milicianos y guerrilleros de Bogotá, Medellín y Cali y en el registro de juicios, debates y conciliaciones protagonizados por tales actores». Este material le da para proponer la variante colombiana de un tipo de ciudadanía armada, de buen pedigree como nos lo recuerda. Es un tipo de ciudadanía «que se parece a la ciudadanía; habla el lenguaje de los derechos, de las virtudes y de la pedagogía». Se trata de una ampliación de la ciudadanía a lo Marshall pero mediante el chantaje de hacerse peligroso que obliga a los chantajistas a estar en el juego contumaz de rotar entre el adentro gregario y plasmado de reciprocidad de sus bandas o grupos, y el afuera que es el m u n d o social en general, y particularmente, un territorio. Mundo amoral en que «la
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ley es el gobierno con licencia para matar». Mundo incierto por la presencia de un Estado faltón. En estas condiciones operar adentro. con metodologías acaso premodernas (mañosas) permite disfrazar la violencia de pedagogía movilizadora, que comienza como una forma de autocontrol (la disciplina de la banda) para proyectarla en el control sobre el territorio, cuya población habría sido desposeída de las normas de la economía moral por el Estado faltón. «Por eso, en un giro perverso... la violencia se articula en un lenguaje de derechos e incorporaciones; simula por tanto el lenguaje de los ciudadanos. Ofrece un repertorio intelectual muy potente para legitimarse». Ahora bien, si Gutiérrez es convincente mostrando cómo la violencia es cohesiva para el grupo de adentro, y acaso de abajo, no se interesa tanto por saber si cohesiona o disgrega el m u n d o del afuera, es decir, el tejido socia! e institucional normal. Supongo que la hipótesis subyacente es que no hay tal normalidad en Colombia. Habrá que esperar los desarrollos de este ágil e inteligente argumento, del que sólo quisiera tomar un tema que se ha vuelto crucial en los estudios más recientes de las violencias: el del individualismo que nos lleva al artículo de Mauricio Rubio. HOBBES EN LOS TRÓPICOS II De todos los trabajos de este libro el único que trae prescripciones explícitas de política es el de Mauricio Rubio y, por eso, amerita algunos comentarios generales previos. De tiempo acá los economistas vienen colonizando territorios abandonados por los criminólogos, los sociólogos v los penalistas. Sería un error suponer que la principal explicaciém de este fenómeno (que ya se conoció en la economía educativa) deba buscarse en la evidente superioridad de los economistas en el manejo técnico de la estadística. ¿Acaso no se desarrolló la criminología moderna (Lombroso y Ferri) a partir de minuciosos análisis de la estadística social francesa? La colonización de que hablamos no tiene por contexto un imperialismo disciplinar. Por el contrario, tiene como uno de sus referentes implícitos la economía del costo de transacción! y su impacto en la organización económica e institucional. Disciplinariamente hablando estamos ante el entrecruce de economía, derecho v teoría de las organizaciones. El contexto real quizás tenga mucho más que ver con las consecuencias del retroceso del Estado, el sig-
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Presentación
no de nuestros tiempos. De allí se derivan el descubrimiento de las políticas públicas y su papel en la reforma del Estado, ideología prescrita específicamente por el Banco Mundial hace más de 10 años. A nuestro juicio, un aspecto bastante positivo de la reforma del Estado tiene que ver con el papel que se le concede a las dimensiones institucionales y, por ende, a la idoneidad atribuida a teorías que emigraron de la sociología, como el análisis de las organizaciones.,Éstas, junto con los avances de la teoría legal y algunos conceptos centrales de la economía neoclásica, han mostrado un gran poder explicativo, y en el campo profesional en que me muevo, cl del historiador, ha refinado de una manera extraordinaria la capacidad de predecir el pasado, como lo demuestran Dougias North y sus seguidores. Más acotadamente, los cnfocpies de Robert Bates sobre la historia cafetera colombiana han develado esquinas que apenas sospechábamos. Con esta breve digresión! expresamos la importancia del trabajo de Mauricio Rubio que viene con este bagaje. Puede leerse como una racionalización sobre las líneas de la reforma del Estado. Su «crítica a la tradicional distinción entre el delito político y el delito común» desarrollada con economía de palabras y precisión conceptual obliga a preguntarse por lo tradicional de la distinción! entre estos dos tipos de delito que Rubio localiza en pensadores del siglo pasado. No deja de ser irónico que los progresistas estén siendo arrinconados como tradicionalistas. Pero quizás el problema sea más de valores políticos y del peso de la tradición! intelectual en las ciencias sociales que de hallazgos científicos, como los que se manejan acumulativamente en las ciencias naturales. A diferencia de un físico moderno, por ejemplo, un científico social moderno sí tiene que darle autoridad a Hobbes, a los moralistas escoceses (con Adam Smith a la cabeza), a los utilitaristas ingleses, para comprender sus modernos seguidores (economistas y politólogos) la teoría de la elección racional. Un físico no tiene por qué estudiar la física de Copérnico, o la de Newton en la misma forma. En otras palabras, en la ciencia social el peso de la tradición cuenta; los campos de incertidumbre son más amplios, o dicho de otra manera, los campos modelizahles matemáticamente son muy estrechos y no siempre significativos, ni con capacidad de predicción!. Con esas premisas entiendo la impaciencia de Rubio por el apego del pensamiento jurídico colombiano a pensadores del siglo pasado. Quizás más que Radbruch, entre nosotros influyó en estos
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asuntos Víctor Hugo y la épica de Jean Valjean. Aún en un autor de izquierda liberal y muy influyente como Luis Carlos Pérez, {Los delitos políticos. Interpretación jurídica del 9 de abril, Bogotá, 1948, y Ea guerrilla ante los jueces militares, Bogotá, 1987) encontramos el peso de las teorías del padre Mariana sobre el tiranicidio, por ejemplo. Lo que una sociedad considere desviación, contravención, delito depende de cómo sienta que afectan su moralidad, fuerza cohesiva que antecede y procede al individuo y sus elecciones, racionales o no. En la medida en que el delito esté definido por el Estado (y no por una noción subjetiva de justicia) estamos ante una definición política. En condiciones de baja legitimidad de la autoridad, acatarla o atacarla suele ser, desde el punto de vista de la moralidad social, un dilema muy difícil de resolver. En nuestro caso, la Constitución establece las posibilidades de amnistía e indulto, potestades que no recaen en el ooder indicia!, sino en el ejecutivo y el Congreso. Es decir, potestades eminentemente políticas. Si a fines del siglo XX pensamos con categorías del siglo XVI y XVII es otro problema, que no se resuelve quizás con los enunciados convencionales de delito político o delito común, pues estos son apenas la transcripción de convicciones más profundas, nacidas por ejemplo de las experiencias de la violencia de los años cuarenta v cincuenta, aún no superadas. Esto no invalida preguntarse —como hace Rubio— sobre la validez de motivos, naturaleza del altruismo, conexión de conductas abiertamente criminales para obtener fines políticos y así sucesivamente. También son válidas las preocupaciones sobre la impunidad en el sistema judicial como costo cero para cualquier tipo de delincuente. Esto queda ilustrado elocuentemente en el estudio del impacto de los agentes armados sobre la administración de justicia local. La secuencia es, más o menos, así: la presencia de actores armados en un municipio causa el mal desempeño de la administración de justicia, aumentan los índices de impunidad y de este modo aumentan las tasas de criminalidad: La presencia de dos agentes armados en un municipio colombiano tiene sobre las prioridades de investigación de la justicia un efecto similar al (jue tendría el paso de una sociedad pacífica a una situación! de guerra civil.
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Presentación
Tenemos más problemas con el aparte testimonial y el análisis de guerrilla y delincuencia, salvando el asunto de que el guerrillero del ELN o las Farc no cabría en las definiciones de Hobsbawm del bandido social —prepolítico y actor en un medio en que el Estado centralizado moderno apenas se constituye—, el guerrillero de nuestros días sí responde a un patrón que investigadores como Andrés Péñate han llamado clientelismo armado. Una manifestación de la precariedad del Estado moderno en Colombia, pues, como se sabe, la guerrilla de alguna manera tiene cjue reflejar a su adversario. En cuanto a la base empírica de esta sección habría que ampliar el foco, puesto que de 59 notas de pie de página, 25 son de las entrevistas de Medina Gallego con Gahino, sobre una fase superada del ELN, o sea, antes de Anorí, así como las dos citas de Medardo Correa. En cuanto a las Farc habría que hacer más trabajo de campo, al estilo de Merteens o Gutiérrez. Si la desinstitucionalización de la justicia es tan grave y apremiante, algo similar pasaría con el Ejército colombiano, tal como lo presenta Andrés Dávila. Su argumento es que «el Ejército no tiene la centralidad y el peso específico que, por tamaño, recursos y nivel de institucionalización y profesionalización, le deberían dar una ventaja comparativa clara en el desarrollo y definición de la lucha armada». La proposición se ilustra siguiendo la evolución del liderazgo y el pensamiento militar colombianos en los años del conflicto armado, circa 1962 hasta la fecha. Allí se traza una parábola que va de la complejidad y activismo militares bajo el liderazgo de Ruiz Novoa a fases del aislamiento, empobrecimiento conceptual y debilitamiento. La cima se alcanza hacia 1964 v el punto más bajo de calidad de liderazgo y visión bajo el comando de Bedoya. Interesa destacar de qué modo Dávila encuentra una racionalidad al repliegue militar del conflicto. Parte de dos grandes supuestos: a) La ausencia de liderazgo civil, «de bandazos más que de ciclos» en las políticas de represión negociación, v de múltiples actores (narcos, paras, y guerrillas); y b. De una organización militar napoleónica, o sea, una «organización basada en los esquemas de la guerra regular» que ha mantenido a pesar de cpie «su principal enemigo histórico es la guerrilla».
No voy a comentar el ensayo de mi colega y amigo Fernán González. Aquí resume sus aportes a la historiografía y a la comprensión de las violencias recientes en un ágil y claro comentario cpie reco-
Marco Palacios
mentíamos debe leerse primero (para el lector que se ha tomado el trabajo de inspeccionar estas notas). González resume con autoridad el estado del debate.
Este libro lienta a comparar el cuadro de las violencias colombianas con el cuadro de Ea casa grande, la novela de Alvaro Cepeda Samudio. Por ejemplo, los estudios de Jimeno, Merteens y Tabares nos ponen en frente del drama que se despliega en torno a La Hermana, El Padre, El Hermano y los Hijos; Dávila nos habla de Los Soldados y El Decreto; Gutiérrez, de El Pueblo. Irrevocablemente un Jueves, un Viernes, un Sábado lodos los personajes entrecruzan sus caminos y acaso compartan un destino común. Entonces se desvanecen los muros reales e imaginados de cada familia frente a un drama colectivo, así sea percibido en la intimidad. En la novela el drama es la masacre de las bananeras. Su couivalcnte en este libro es el desplazamiento forzado que Merleens divide en dos momentos de resonancia bíblica: «El de la destrucción de vidas, de bienes y de lazos sociales; (el mundo del barco sin bahía) y el de la supervivencia y la reconstrucción del proyecto de vida y del tejido social en la ciudad». Destrucción y reconstrucción cs quizás lo (¡ue estamos atravesando en todos los órdenes de la vida social en este país nuestro cjue ya no cs del sagrado Corazón. México, D.F., febrero de 1998
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Introducción
Al imaginar la publicación que hoy lanzamos, nos preguntábamos si persistencia e inclusión creciente reflejaban las tendencias fundamentales de las violencias en Colombia. A fin de resolver ese interrogante, le propusimos a autores de muy diversas afiliaciones disciplinarias y teómcas que desarrollaran contribuciones para este volumen. Obtenidas ellas, es evidente que nuestro palpito era acertado. El llegar a este tipo de predicciones resulta infortunado ante un panorama frente al cual todos los colombianos manifiestan hastío. Empero, es preferible sugerir que, en nuestra calidad doble de ciudadanos y académicos, nos hagamos a una paciencia que serene nuestros análisis y los saque del coyunturalismo que parecería haber militado contra la predicción. Para esta compilación! no sólo nos propusimos superar este componente inmediatista que caracteriza a buena parte de la sabiduría convencional sobre la violencia en Colombia, sino (pie variaran los énfasis explicativos. El lector no se encontrará con las antiguas panaceas explicativas de la ausencia del estado, la lucha de clases o la debilidad de los partidos políticos, sino con llamados de atención sobre las enormes diferencias en la forma como actores en conflicto pueden medir el tiempo de sus estrategias o los límites imprecisos que caracterizan hoy a la sociedad y al delito político.
Nos ha parecido litil hacer explícitos los criterios anteriores al lector, pues quien dice compilación, se refiere a un resumen posible del estado del conocimiento de un problema sin la pretensión! de la exhaustividad, y en eso se diferencia de los compendios, de las exposiciones enciclopédicas o de los libros de texto. En ese sentido el
Los editores
principal criterio con que solicitamos las colaboraciones de los ensayistas fue, claro, el de la diversidad; como quien procura recomponer el todo sumando las partes, acudiendo a enfoques poco tenidos en cuenta en las compilaciones existentes hasta ahora, sin excluir por ello a los más frecuentes, buscamos en todo caso, ofrecer al lector, aquello que los anglosajones denominan an overview, un panorama, el más completo a la fecha, pero sin la idea de abarcar todos los componentes del problemas o la totalidad de las etapas del proceso. Con todo una visión panorámica no es, por fuerza, una visión superficial. En momentos en que la proliferación de hechos violentos ha ido afectando la sensibilidad colectiva, y en que hay indicios de que junto con la intensificación y el incremento en sus diversas manifestaciones se presenta una percepción rutinizada de los mismos, la investigación social debe hacer lo suyo. Así lo suyo pueda ser visto como un conjunto de consideraciones intempestivas. Nótese que la mayoría de los ensayistas coinciden en afirmar que se ha vuelto un imperativo contrarrestar la tendencia a que los hechos de violencia sean tolerados como si se trataran de un mal necesario. Observemos además cómo, en la actualidad —en la presentación periodística por ejemplo, particularmente en prensa escrita—, los hechos de violencia se han ido desplazando hacia sitios cada vez más secundarios, minimizados y banalizados, y para los hechos de la violencia política, cuando no revisten de la espectacularidad de las primeras páginas, ha renacido una suerte de crónica judicial, es decir, el mismo tratamiento que hace medio siglo se le daba a los hechos puramente delictivos e individuales, lo que en sí mismo da cuenta del nivel de saturación al que se ha llegado. Con trayectorias, enfoques y énfasis disímiles, para los compiladores el pertenecer a un mismo Centro de Investigación, el CES, el compartirlo como ambiente de trabajo, ha conllevado una dinámica y unas posibilidades de intercambio que están en el origen de la idea de la compilación que hoy presentamos. Fueron varias las sesiones en las cuales escuchamos recíprocamente, asistimos a la gestación de un proyecto de investigación, intercambiamos notas c impresiones de lecturas de autores de cuya pertinencia estuvimos persuadidos, o en las cuales se hizo patente nuestra mutua perplejidad a la hora de responder los consabidos interrogantes institucionales acerca de las prioridades de investigación en el marco de nuestras disciplinas, o de ofrecer los inevitables balances sobre lo ya investigado y lo que resta por investigar de un problema tan 28
Introducción
complejo como es el de la intensidad v diversidad de las violencias colombianas. La frecuencia de los intercambios pero también la recurrencia de los interrogantes y presiones externas nos fueron convenciendo de la validez v de la necesidad de un esfuerzo como el que tiene en sus manos el lector o la lectora. No encontramos en la literatura explorada, como tampoco en las realidades sociales de los países más afines al nuestro, paradigmas de validez incontrastable, o analogías con capacidad explicativa cierta y aplicable a nuestro caso. Así es que, como una suerte de exorcismo contra la incertidumbre, el libro se gestó) a partir de un inventario compartido acerca de los ángulos y temáticas derivadas en los que el vacío de conocimiento fuera más notorio, en donde, luego, la sumatoria de dimensiones parciales condujese de modo paulatino a una visión de conjunto menos arbitraria.
También hemos tratado de ir más allá de la viclimización del hecho violento, pues estereotipa las condiciones y los sujetos. Supone que paz y violencia, conflicto y armonía, son tan sólo categorías morales y se encuentran como opuestos en la vida social. En efecto, toda sociedad delimita, con mayor o menor ambigüedad, lo que considera agresión inaceptable o antisocial y al hacerlo traza límites morales y diseña sistemas de sanción y de castigo para los infractores. Pero el analista no puede mirar tan sólo a través de ellos, so pena de diluir la especificidad social y psicológica de los hechos violentos y caer en la bipolaridad simplista. Por otro lado, el conflicto y la agresión hacen parte de la vida social y no son necesariamente las contrapartes de la convivencia. Por el contrario, Georges Balandier ha mostrado cómo orden y desorden no son contrarios, sino posiciones cambiantes en un siempre precario e inestable sistema de acciones y representaciones. La separación víctima-victimario no da cuenta del acto violento como una interacción social mediada por los aprendizajes culturales y oculta sus complejas asociaciones emocionales, irreductibles a la patologización de la violencia o al socorrido esquema de malos contra buenos. Como es conocido, buena parte de la atracción que tiene para las personas el empleo de la violencia es su alta eficacia instrumental y su capacidad expresiva. Este libro sugiere que cuando la imposición del dolor se hace confusa, y no se corresponde
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Los editores
con la infracción, cae en la injusticia, y el castigo se vuelve ilegítimo v violento para quien lo sufre. Pero ¿es tan tajante la separación entre lo que acontece entre las personas en un acto violento ocurrido en la familia y la manera como las personas aprenden la forma de relacionarse con otros y de enfrentar los conflictos? Las implicaciones emocionales y cognitivas de las experiencias de violencia están firmemente entrelazadas con implicaciones de gran intensidad, pero también de gran ambigüedad. Las experiencias son estructuradas por ciertos elementos culturales, en especial por las nociones de autoridad, corrección y respeto.
Pensábamos que éste sería un texto sobre aproximaciones desde la teoría de la práctica o teoría de lo agencial. Empero, al final, nos hallamos ante enfoques sobre las fuerzas estructurales y también sobre los agentes sociales; la publicación resalta el modelaje de la cultura, o la acción y la emoción individuales. Con mesurada ambición, este libro ofrece una perspectiva integral sobre la violencia presente en la sociedad colombiana en la cual estructura y agencia están presentes y muestran distintas facetas y vínculos. La violencia es diseccionada en perspectivas, protagonistas, y temas específicos, pero al mismo tiempo se trata de hacer evidente su imbricación con aspectos centrales de la sociedad y la cultura. Este logro en el contexto de lo relacional explica el que varios de los autores incluidos hagan referencia a la ecología mental de Gregory Bateson, epistemólogo británico quien jamás estudió) violencias rurales o urbanas, tribales o metropolitanas. En cambio sí señaló la forma como —dentro de los procesos mentales— la economía de pensamiento desemboca en la inconcientización de los mecanismos de aprendizaje y de lo aprendido, hasta convertirlos a ambos en patrones en el tiempo o hábitos. Segundos instintos, en palabras de don Agustín Nieto Caballero, no sólo por el automatismo del comportamiento (jue puede depender de ellos, sino por la enorme dificultad de desaprenderlos. Sumando mecanicismo e inaccesibilidad con impunidad, se ha despolitizado la explicación de uno de los fenómenos que más preocupó a la Comisión de Estudios sobre la Violencia en Colombia: la creciente eliminación de los procesos de arbitraje del con-
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flicto social v político. Nuevas investigaciones han hallado que los violentólogos no vislumbraban el arbitraje del conflicto por fuera de la gestión estatal y que, al margen del Estado, las comunidades locales habían desarrollado mecanismos muy creativos para superar sus desavenencias territoriales, económicas, sociales y políticas. Por otra parte, la forma como Bateson ilumina las funciones evolutivas del discurso de la comunicación no verbal fue fundamental para comenzar a enfocar rasgos que tampoco le habían incumbido a la violentología: gestos y muecas —responsables de la expresión de emociones y sentimientos, por lo tanto, de la calidad de las relaciones entre personas—, rituales y ceremonias que sirven a la catarsis o a la disuasión de la agresión armada. En fin, patrones de coexistencia dialogante cuya inclusión tendrá que alcanzarse con el fin de perfeccionar los catálogos de las formas de negociación y de enriquecer los rasgos de una civilidad que no debe seguir siendo opacada por el excesivo énfasis en las conductas violentas. Su visibilización promete que contribuciones como esta delimiten alternativas más optimistas que las de la persistencia y la inclusión crecientes.
Los compiladores
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PRIMERA PARTE
Los protagonistas
Evolución reciente del conflicto armado en Colombia: la guerrilla Camilo Echandía Castilla*
INTRODUCCIÓN Las guerrillas colombianas han dejado de ser organizaciones con influencia exclusiva en zonas de colonización y en clara defensa del campesinado y las luchas agrarias para convertirse en una fuerza armada que en la actualidad se encuentra empeñada en la consolidación de amplios territorios. La lógica que se impone en la conquista de nuevos territorios se encuentra en relación directa con el potencial estratégico que representan. La evidencia que se presenta en este trabajo —que reconoce éste y otros cambios en la naturaleza del conflicto armado—, permitirá también entrar a discutir las interpretaciones corrientes que hacen énfasis, por una parte, en el carácter esencialmente bandoleril de la guerrilla colombiana y, por otra, en las condiciones objetivas como explicación de su presencia. De acuerdo con esta última interpretación, el vacío que deja el Estado en la represión del delito y en la mediación de los conflictos es llenado por la guerrilla que actúa como juez, conciliador y policía, haciendo que la población reclame su presencia en cuanto considera que garantiza el orden. Profesor Titular de la Universidad Externado de Colombia e investigador de Paz Pública de la Universidad de los Andes. En los últimos diez años el autor se ha desempeñado como asesor de la oficina de paz de la Presidencia de la República. El presente trabajo resume algunas de los trabajos realizados durante este tiempo, que han sido presentados en diversos seminarios y artículos.
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Camilo Echandía
Por último, se llamará la atención sobre cómo la dimensión y el alcance que ha adquirido la presencia territorial de la guerrilla permite prever que las manifestaciones del conflicto armado tenderán a ser más intensas en las áreas vitales para el desempeño global de la economía y, en la medida en que las condiciones sociales y políticas lo permitan, afectarán en forma creciente el área urbana. En este sentido la insurgcncia estaría transitando hacia una guerra de desgaste y no de posiciones y movimientos, como se ha anunciado recientemente. M a p a I . L o c a l i z a d o r ! de los b l o q u e s de los f r e n t e s de las Farc en 1995
Fuente: Observatorio de Violencia de la Consejería para la Paz, 1995.
CRECIMIENTO DE LA GUERRILLA Como se puede observar en los mapas y el gráfico que se presentan a lo largo de este artículo (que dan cuenta en primer término de la localización actual de las organizaciones insurgentes y en segundo lugar de los momentos en que su crecimiento se ha acelerado), no cabría mayor duda sobre la manera deliberada en que las guerrillas han puesto en marcha una estrategia donde se conjugan al menos tres propósitos: 1. lograr una alta dispersión de los frentes; 2. Diversificar las finanzas; y 3. Aumentar la influencia a nivel local.
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Evolución reciente del conflicto armado...
La localización actual de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc, que se presenta en el mapa 1, da cuenta de la existencia de sesenta y dos frentes distribuidos en siete bloques: Oriental (22), Sur (10), Magdalena Medio (8), Noroccidental (8), Central (5), Norte (5) y Occidental (4). 1 Por su parte el Ejército de Liberación Nacional, ELN, contaba ya en 1996 con cinco frentes de guerra: Nororiental, Norte, Noroccidental, Suroccidental y Central. Como se observa en el mapa 2, los cinco frentes de guerra reúnen 41 "frentes" y ocho regionales que en general corresponden a los núcleos urbanos. De la comparación de los dos mapas adjuntos, se concluye que las zonas donde la presencia de los bloques de frentes de las Farc es fuerte y activa (en el oriente, sur, suroccidente y Urabá), el desarrollo de los frentes de guerra del ELN es incipiente y su accionar armado ostensiblemente bajo. Lo mismo ocurre donde existe mayor desarrollo de los frentes de guerra del ELN (en el norte, noroccidente y nororiente), la presencia y acción de las Farc son bajas. En este sentido se podría afirmar que sin desconocer la coincidencia de las Farc y el ELN en muchas regiones, existe una división del espacio que se expresa en los énfasis diferentes en la presencia y la intensidad del accionar de cada una de las organizaciones a través de sus estructuras de frentes. En el caso de las Farc, a partir de la Séptima Conferencia en 1982, se adoptó una estrategia de crecimiento basada en el desdoblamiento de los frentes existentes; se determinó entonces que cada frente sería ampliado a dos hasta conseguir la creación de un frente por departamento y para ello se prioriza la diversificación de las finanzas. En cuanto a los determinantes financieros que hicieron posible el aumento de frentes, en la primera mitad de la década de los ochenta la coca juega un papel decisivo. Los recursos derivados de la coca hacen posible el numero creciente de frentes que se consolidan en los departamentos de Meta, Guaviare y Caquetá. Así mismo, las Farc se vinculan a esta actividad en los depar-
Se tienen en cuenta 62 frentes de los cuales se conoce su ubicación y actividad armada, a pesar de que se habla de que en 1996 existían ya 66. La ubicación y el nivel de acción de los otros frentes (62,63,64 y 65) se desconoce. Es de anotar que los nombres que reciben los frentes están asociados con la historia y los nombres de los comandantes y fundadores de la organización, sin que tengan mayor significado para el común de los colombianos.
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tamcntos de Putumayo, Cauca, Santander y en la Sierra Nevada de Santa Marta. M a p a 2. localización de los frentes de guerra del ELN en 1995.
Fuente: Observatorio de Violencia de la Consejería para la Paz, 1995.
En cumplimiento de las decisiones adoptadas en la Séptima Conferencia, las Farc, cuyos núcleos iniciales de expansión nacieron en zonas de colonización, experimentan en los años ochenta modificaciones importantes. Es así c o ^ o comienzan a quedar inscritas en zonas que experimentaron transformaciones hacia la ganadería (Meta, Caquetá, Magdalena Medio, Córdoba), o hacia la agricultura comercial (zona bananera de Urabá, partes de Santander y sur del Cesar), c incluso en zonas de explotación petrolera (Magdalena Medio, Sarare, Putumayo) y aurífera (Bajo Cauca Antioqueño y sur de Bolívar). Así mismo, se fueron situando en áreas fronterizas (Sarare, Norte de Santander, Putumayo, Urabá) y en zonas costeras (Sierra Nevada, Urabá, occidente del Valle), explicable esto por su vinculaciém con actividades de contrabando. En el caso del ELN, es también hacia comienzos de la década de los años ochenta cuando resurge y comienza a registrar un crecimiento significativo de sus frentes luego de la derrota que sufrieran las Fuerzas Militares, FF.MM., en la Operación Anori en 1973.
3,S
Evolución reciente del conflicto armado..
G r á f i c o I . Evolución del n ú m e r o de frentes de las guerrillas (1978-1996)
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p -f' -*(• •-* menos en épocas de cambio, es decir, de falta de consenso se)dal en torne) a los valores fundamentales que deben informar el orden sociopolítico, el escalamiento de la criminalización del enemigo interior produce el cfecte) jurídicamente perverse) de heroizarlo, de elevarlo en su dignidad v prestigie) social». Ibid. pp. 37-38. 9
«La búsqueda en Colombia de cualquiera de [las] opciones fundadas en una salida militar tendría tal coste) nacional que sem simplemente impensables». Comisión de Estudie)s sobre la Violencia (1995) p. 51. «La confrontación entre el Estado y las guerrillas [...] no puede ser pensada sensatamente sint) como una lucha entre actores colectivos». Orozco (1992). En forma tangencial en dicho trabaje) apenas se menciona la dificultad de clasificar los asaltos a entidades y los actos de piratería terrestre. No aparece la discusión, que une) esperaría, del problema del secuestro de civiles. Poce) convincente es la racionalización ofrecida de que actuaciones como la vacuna y el be)leteo pexlrían llegar a considerarse —baje) la lógica de la guerra en la que se te)inan las bienes del enemigo— como impuestos. Ibid. p. 86. I9
Una aproximacie'm tan rígida equivaldría, en otro plano, a no reconocer la posibilidad de corrupción, o de violación de los derechos humanos, pe)r parte de los funcionarios de las agencias de seguridad del Estado. En uno y otro case), parece inadecuado no considerar en forma explícita el problema de los individuos que, respaldack)s petr su situación armada, cem la autoridad y el po(conlinúa en la página siguiente)
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los rebeldes y los delincuentes comunes, organizados o no, tampoco ha recibido en estos trabajos la atención que amerita. Un segundo aspecto —que dificulta una aproximación empírica al problema— es el de la aceptacie'm de las intenciones como elemento clave de la diferenciación entre el delito político y el delito común. La convicción de un delincuente, las intenciones altruistas de cierto individuo o el ánimo egoísta de otro pueden tener sentido en el marco de un juicio para valorar una conducta individual, pero son a nivel social cuestiones casi bizantinas. El tercer punto que conviene comentar es el del supuesto, generalmente implícito, de que los organismos de seguridad del Estado y el sistema penal de justicia funcionan, de manera represiva, al servicio del establecimiento y en contra de las clases obreras o campesinas. Normalmente se descarta la posibilidad de que los policías o los militares puedan estar del lado de los principios democráticos, o de las clases peapulares, o ejue, corruptos o atemorizados favorezcan uno c m'^reses distintos a !o c ^° 'lase caoitalista Por el contrario, los actos criminales de los miembros de las fuerzas armadas son no seSlo concebibles sino ejue, además, parecen ser inevitables y se señalan come;) una de las causas de la agudizacic'm del conflicto. La noción de que la violencia oficial contra los sectores oprimidos es una condición inherente al capitalismo y que los ejecutores de esa violencia son los organismos de seguridad del Estado es tal vez uno de los principales prejuicios —supuestos ejue se hacen sin ningún tipo de reserva o calificacieSn— de los análisis de corte marxista y una de las nociones que más ha dificultado la
der de intimidación que esto conlleva, puedan apartarse de los objetivos que manifiestan tener las organizaciones a las que pertenecen. l9>
Fin análisis muy completo de las cemtplejas interreladones que en la época de La Violencia se dieron entre las guerrillas liberales, las bandas armadas come) los pájaros y los chulavilas al servicio de la clase política y del Estado, los movimientos campesinos de autodefensa y los llamados bandoleros se encuentra en Sánchez y Meertens (1994). Para la épe)ca actual probablemente los mejores esfuerzos por describir ese continuo entre lo político y lo criminal en las actuacit)ncs de los grupt)s armados son los trabajos realizados para Medellín : por la Corporación Región. «Estamos insertos en el sistema capitalista, por naturaleza violento, va que uno de sus fines inherentes consiste en imponer y mantener la relación social de dominación de unas naciones por otras v de unas clases sociales por otras». Guzmán (1991) p. 59.
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Rebeldes y criminales adopción de políticas en materia de orden público en Colombia. Es sorprendente el escaso esfuerzo investigativo que se le ha dedicado en el país a la verificación de estos planteamientos. ' Algunas encuestas recientes revelan que la realidad colemibiana no encaja muy bien dentro de los estereotipos de la violencia oficial. Desde el p u n t o de vista de lo que podría llamarse la filosofía de la penalización, la sugerencia de la negociación como única alternativa para enfrentar el delito político desconoce una funcic'm del encarcelamiento que alguna literatura considera fundamental: la de inhabilitar al infractor, o sea mantenerlo bajo supervisicSn de tal manera que no pueda seguir atentando contra los derechos de terceros. ' Por otro lado, esa recomendacicSn presupone una visión Es por ejemplo un punto que, sin mayor discusión ni evidencia empírica, se da por descontado en todas las discusiones sobre el otorgamiento de facultades de policía judicial al ejército. Cuando la justicia penal aclara menos del 5% de los homicidios ejue se cometen une) se sorprende al enterarse c|ue ciertas ONG manifiesten en sus informes ser capaces de identificar a los autores de la violencia, (ver por ejemplo los trabajos citados en Ncmogá [ 1996J). Parecería que para probar la autoría de un incidente basta con que este encaje en alguno de los guie)nes preestablecidos. Sorprende además la asimetría del argumento que tiende a considerar como ilegítimas, o abiertamente criminales, las actuaciones de las organizaciones armadas que defienden unos intereses y simultáneamente tiende a legitimar las de los grupos armados que defienden otros intereses. Lo que este prejuicio refleja es la naturaleza esencialmente normativa de tales análisis que parten ele la premisa de eme une)s intereses son menos legítimos que otros. Sin desconocer la relevancia del problema de violación de los derechos humanos relevante para el país, algunos datos muestran que en Colombia no es despreciable el porcentaje de hogares pobres que se sienten protegidos por la Policía o por las Fttcrzas Armadas. Además, parece ser mayor la desconfianza hacia los e)rganisme)s ele seguridad del Estado en los estratos de altos ingresos. La incidencia ele atat|ues criminales con autoridades involucradas reportados por los hogares parece aumentar con el ingreso. Pe>r t)tro lado, tanto los guerrilleros come) los paramilitares se perciben como un factor de inseguridad, aún en los estratos bajos. Tanto la consideración de la guerrilla como la principal amenaza como el acuerde) con las ae-ciernes revolucionarias, o con la afirmación de que la principal prioridad del país en los próxime)s años es la lucha antiguerrillera no parecen depender del nivel económico de los hogares. Por el contrario, el porcentaje de hogares que se manifiestan de acuerdo con el statu-quo es casi 2.5 veces superior en el nivel con más baje)s ingresen que en el de mayores ingresos. Ver CuÉLLAR, María Mercedes (1997). Valores, instituciones y capital social. Resultados preliminares publicados en la Revista ESTRATEGIA No. 268. Ver por ejemplt) Tanrv y F'arrington (1995), p. 249.
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del sistema penal preocupada exclusivamente por los derechos del infractor. ' No hay una consideración de los derechos de las víctimas ni de los costos económicos y sociales del delito político. También se descarta la eventual función ejemplarizante sobre los infractores potenciales, políticos o comunes. El argumento de la ineficacia de la penalización con los alzados en armas podría ser válido para los individuos que ya tomaron la decisión de rebelarse pero no tiene por qué generalizarse a quienes se encuentran en una situación de riesgo, a los rebeldes o criminales en potencia. Un aspecto teórico fundamental que subyace en el diagnóstico corriente del conflicto armado colombiano, y en la discusión de sus soluciones, es el de la relevancia de los actores colectivos versus la de los agentes individuales. Aunque una discusión detallada de este punto sobrepasa el alcance de este trabajo —puesto que está inmersa en el profundo debate teórico entre dos concepciones alternativas y rivales del comportamiento— vale la pena hacer algunas anotaciones. Las visiones colectivistas e individualistas de la sociedad reflejan una diferencia esencial entre lo que podría denominarse la perspectiva sociológica clásica y el individualismo metodolcSgico, cuyo modelo más representativo es el de la escogencia racional utilizado por la economía. Un punto crítico de esta tensión entre la 19
«Cjuande) Franz. von Liszt, hacia finales del siglo pasado y dentro del marco de su lucha por la reforma de la política criminal alemana, pude) decir del derecho penal que éste debía ser la carta magna del delincuente, resumió con esa frase uno de los grandes logros de la cultura liberal en materia de derechos humanos». Orozco (1992) p. 43. El llamado enfoque de salud pttblica para el tratamiento de la vie>lencia considera que esta afecta la salud de una comunidad y no sólo el orden de dicha cemiunidad. Ver Mark Moore, "Public Health and Criminal Juslice Approaches to Prevenlion" en Tanry y Farrington (1995). Así lo sugiere un exmicmbro elel ELN en sus meme)iias cuando, haciendo referencia a un grupo de integrantes del ELN detenidos en la cárcel Modelo de Bucaramanga, comenta; «Todos cstábamexs ce)inpenetrados por un fervoróse) espíritu solidario y la perspectiva de pasar muchos años en la cárcel no nos arredraba». Carrea (1997) p. 66. La teoría de la escogencia racional —Rational Cholee Theory— constituye la columna vertebral de la economía anglosajona. Su principal pexstulade) es la idea de que los individuos buscan satisfacer sus preferencias individuales, o maximizar su utilidad, y ejue de la interacción de tales individuos surgen situaciones de equilibrio que cemstituyen los resultados sociales —social outeomes—. Esta teoría del comportamiento ha sido extendida por los economistas a cuestiones tradicionalmente consideradas sociales, como la discriminacieín, el matrimonie), la religión o el crimen. Ver al respecte) Tommasi v lerulli (1995). (continúa en la página siguiente)
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sociología y la economía surge del énfasis que cada disciplina le asigna, respectivamente, a las normas sociales y a la escogencia individual como determinantes del comportamiento. En últimas, la propuesta de considerar el delito político y el delito común como dos categorías analíticas diferentes tiene algo que ver con este debate: por lo general, se supone que los rebeldes son actores colectivos cuya dinámica está determinada por las condiciones sociales mientras que para los delincuentes comunes se acepta la figura de actores que, de manera individual, responden a sus intereses particulares. La consideracic'm de los delincuentes políticos como un actor colectivo, recurrente en la literatura colombiana, ' es uno de los puntos más debatibles de esta aproximación. En primer lugar, porque desconoce elementos básicos de varios cuerpos de teoría según los cuales en las organizaciones se sugiere siempre una distincie'm mínima entre los líderes y los seguidores. Fuera de la carencia de esta distinción entre quién decide y quién recibe instrucciones —fundamental para grupos armados con una estructura vertical, jerárquica y militar— hay varios puntos oscuros en este planteamiento. Tanto la definición del delincuente por convicción de Radbruch, como la del bandido social de Hobsbawm, hacen referencia a las características individuales de un personaje. No queda claro cómo, analíticamente, se da la transformacieSn de este personaje individual en un actor colectivo, ni cuál es la relacic'm del individuo rebelde con la organización subversiva."' Es fácil argumentar
También ha sido aderptada por algunas vertientes de e)tras disciplinas como la sociología, o la ciencia política. Ver por ejemplo Coleman (1990). 23
Ver Orozce) (1992) o Comisión de Estudios sobre la Violencia (1995). O los principales y los agentes en la jerga económica. La economía le ha reconocido a la empresa una entidad propia pero se ha cuidado de distinguir analíticamente a los empresarios de los trabajadores. Para el pensamiento marxista esta distinción entre quien posee los medios de producción, el capitalista, y quien trabaja para él, el proletario, es fundamental. ¿Se trata de la clonación de un rebelde inicial que cumple los requisitos de la convicción y de las intenciones altruistas? ¿Se trata de un rebelde con el pe)der suficiente para reclutar individuos totalmente influenciables a los que transmite sus ee)nvicciones, sus intenciones, sus antecedentes y sus relaciones ce)n la ce)munidad y que terminan agrupados en una organizacieín totalmente homogénea? ¿Se trata de un grupo con una mayoría de rebeldes? ¿Se trata de un rebelde que simplemente contrata subordinados que no tienen convicciones ni intenciones propias sino que simplemente e)bedecen órdenes?
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que cualc^uiera de las múltiples posibilidades concebibles para esta relación tiene implicaciones distintas en términos del tratamiento que se le debe dar a los miembros de dichas organizaciones. La definición de delincuente político aplicada no a un individuo sino a una organización se torna aún más frágil cuando se acepta la posibilidad de que en dicha organización algunos individuos cometan actos criminales."' Lo ejue resulta difícil de aceptar conceptualmente es la noción de que las condiciones socioeconómicas y las instituciones de una sociedad —las llamadas causas objetivas— determinan tanto las acciones de las organizaciones como las conductas de sus líderes, al igual que las de los militantes de base. Por último, tanto el supuesto de que la subversión es una continuación natural de las luchas políticas de la población como el de la imposibilidad de una victoria militar del Estado sobre la subversión, son cuestiones empíricas que deberían poder contrastarse, pero que no parece razóname auoptar como Hipótesis eie trauajo inmodificables. En síntesis, las críticas a la tradicional categorización delito político-delito común se pueden resumir en dos puntos. El primero sería su excesivo apego a los rígidos esquemas de los pensadores del ¿Se desvirtúa así el carácter político del individué) que aisladamente delinquió o erueda comprometida ttrda la organización, como actor colectivo? ¿Cuál es el conjunto de normas penales que restringe el comportamiento de los individuos que militan en una organización que rechaza el ordenamiento legal? ¿Es ese conjunto de normas aplicable tante> a los líderes como a los subordinados de esas organizaciones? ¿Quién define, para un guerrillero, lo que es un delito? Péñate (1998) señala cómo, por cjemple), la elerrota militar del ELN en Anorí en 1974 desencadenó un numere) importante de deserciones que redujeron el grupe), en menos de un año, a casi una cuarta parte. Una encuesta realizada a mediados de 1997 muestra que la opinión sobre el empate entre la guerrilla y las Fuerzas Armadas cole)inbianas está lejos de ser unánime: 47% de los cncuestados piensan ejue la guerrilla sí puede ser derrotada militarmente. Pe>r otro lado es mayor el porcentaje (37%) de quienes piensan que se debe minimizar la guerrilla antes de negociar ejue el de aquellos que piensan exclusivamente en la negociación. Petr último únicamente el 9% de los encuestados opinan que la guerrilla no se ha podieio derrotar por ser muy fuerte. f¿s mayor el porcentaje de quienes opinan que ha sido por jalla de voluntad política del gobierno (32%), porque las Euerzas Armadas no tienen apoyo popular (16%) o por la jalla de voluntad militar de las FF.AA. (13%). Ver EL TIEMPO, 31 ele agosto ele 1997, p. 6A.
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siglo pasado, y el no incorporar buena parte de los desarrollos teóricos eme se han hecho en las ciencias sociales, sobre lodo en lo relacionado con el modelo de escogencia racional, la teoría de las organizaciones y el análisis institucional. El segundo punto, que resulta paradójico tratándose de aproximaciemes generalmente marxistas, es el de su deficiente adaptación a las condiciones actuales no
del país, que muestran serias discrepancias con las tipologías idealizadas, supuestamente universales, que se continúan utilizand o . " Como se tratará de mostrar en las secciones siguientes son numerosos y variados los síntomas que aparecen en la realidad colombiana acerca de unas profundas interdependencias entre los rebeldes y los criminales. Insistir en categorizarlos de manera independiente es una vía que parece agotada y poco promisoria, no sólo en el plano explicativo sino, con mayor razón, a nivel de la formulación de políticas. De manera alternativa, parece conveniente concentrar los esfuerzos en el análisis de las formas específicas en que las organizaciones subversivas interactúan y se entrelazan I con el crimen en el país, y empezar a examinar cómo estas interre| laciones evolucionan en el tiempo o cambian entre las regiones, para de esta manera poderlas incorporar en nuevos esquemas teóricos. A continuación se hace un esfuerzo en dichas líneas recurriendo a dos tipos de evidencia, la testimonial y la estadística. Posteriormente, y a manera de conelusiem, se tratan de esbozar los elementos generales para un marco conceptual que, teniendo en cuenta el estado actual de la teoría, no riña con la realidad del conflicto armado colombiano.
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Una notable excepción en este sentido es el trabajo de Pizarro (1996) en donde realmente se hace un esfuerzo por establecer, para la guerrilla, categorías acordes ce)n la realidad colombiana. '9
En el campo ele la economía política, una de las ¡deas claves del pensamiento de Marx, frecuentemente ignorada pe)r los análisis marxistas, es la de su escepticismo, en contra de lo que prope)nían los econemristas clásicos, sobre la universalidad de las leves económicas. Pe)i el contrario, Marx señalaba la importancia de la ideología en hacer aparecer ciertas relaciones econeímicas como naturales e inevitables.
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Mauricio Rubio GUERRILLA Y DELINCUENCIA EN COLOMBIA. ALGUNOS T E S T I M O N I O S 3 0 Ha sido tradicional en Colombia reconocerle el carácter de delincuente político únicamente a los grupos guerrilleros y calificar de criminales a los militantes de las otras organizaciones armadas que operan en el país. Si el criterio para esta clasificación fuera la convicción —o las intenciemes altruistas— de los actores podría decirse coloquialmente que, en la guerrilla, ni son todos los que están, ni están todos los que son. Sería necesario, en primer lugar, excluir de la calcgcjría de delincuentes políticos a lodos ae|uellos combatientes rasos que se vinculan a la guerrilla por razones pecuniarias, por falta de oportunidades de empleo, por lazos familiares, por el ánimo de venganza, y con escasa formación o conciencia política?" Hay disponibles algunos testimonios de guerrilleros de base que son devastadores con los esquemas idealizados del rebelde como actor colectivo homogeneo y de gran compromiso político.
Esta seccieín se concentra en las relaciones entre la delincuencia y la guerrilla básicamente por tratarse del actor del conflicto para el cual se dispone de un mayor volumen de testimonios. El énfasis en las etapas iniciales de los grupos se hace para reforzar el punto ejue, aun en los tiempers en que se ha reconocido un maye)r papel a las motivaciones políticas de la guerrilla, había interferencias entre la esfera pública y la privada. Cabe aclarar que los testimonios se ofrecen más a título de contraejemplo de ciertas situaciones descritas por las teorías que como evidencia de las situaciones contrarias. De acuerdo ce)n Nice)lás Rodríguez Bautista, Gabina, nt) es descartable la idea de que detrás del interés de Fabio Vásquez por organizar el ELN estaría el deseo de vengar la muerte de su padre. Medina (1996) p. 27. 32
En el relato que Gabina responsable militar del ELN le hace a Medina (1996) son recurrentes las referencias a los campesinos que se vincularon a una guerrilla generalmente dirigida por los intelectuales, sin tener «el nivel para entender lo que era la plenitud de la vida política» y que simplemente ingresaron a una estructura vertical de mando. De la lectura de este relato queda la impresión de que la definición del rebelde sería aplicable, entre los guerrilleros colombianos, básicamente a los que antes de vincularse eran universitarios, sacerdotes, líderes sindicales e) dirigentes campesinos. En las conversaciones con mis alumnos de la Universidad de los Andes ejue han tenido cetntacto directo ce)ir la guerrilla es frecuente la alusión a la motivación basada en la pe)sición de respeto que se gana con las armas. 33
Tal es el caso ele Melisa, una joven de clase media que ingresa a la guerrilla básicamente para continuar los juegos con armas en los que la había iniciado su padre. «El entrenamiento resulte) muy aburrido. Por lo menos para mí, que (continúa en la página siguiente) 130
Rebeldes y criminales También habría cpie excluir de la categoría de rebeldes a quienes una vez vinculados a la guerrilla sufren un cambio en sus convicciones pero no pueden abandonar la organización temerosos de que se les juzgue y condene por desertores. Para algunos de ellos la convicción política se')lo vino posteriormente como resultado de experiencias traumáticas en el interior de la organización. ' En forma concordante con lo anterior, estudios realizados con miembros de grupos extremistas europeos muestran resultados que van en contraría de la tipificación d e individuos con unidad de criterio e intenciones políticas y subrayan la importancia de las fuerzas psicológicas como determinantes de la dinámica de tales grupos? ' Se ha planteado que el elemento fundamental de la toma de decisiones esperaba alge) que tuviera que ver con la guerra, con las armas, con el valor, con el misterio. Se trataba de correr por la orilla del camino durante te>da la mañana y después, va sudados, de discutir lo que llamaban la situación concreta de la coyuntura [...] Para mí ese cuente) era come) de marcianos: ni entendía ni me importaba [...] Si no nos poníamos de acuerde) en ce3mo hacer un caldo, mucho írtenos en qué andábamos buscantlo jimios [...] Me ayudaba mucho dar conferencias, porque me obligaba a pensar y repensar por qué luchábamos. A veces caía en crisis al ver que los pobres y los ricos luchaban por lo mismo, por el dinero». Molano (1996) pp. 128, 169 y 172. 34
En efecto, el hecho de que la deserción se considere el delite) más grave del Código Guerrillero hace en la práctica inaplicable el criterio de convicción a un miembro subordinado de la guerrilla. Fái Medina (1996) aparecen varios casos de fusilamientos y ajusticiamientos de quienes desertaron, lo intentaron, o despertaron sospechas en sus jefes que le> harían. 35
Al respecto, hay un pasaje revelador en el relate) de Correa, exelene), que cuenta ceímo su verdadero espíritu revolucionario seíle) surgió como resultado de un extrañe) proceso psieológice) que se dio en él luego de que trate) de desertar, de que pe)r tal razón fue juzgado y sentenciade) a muerte y de que su condena no fue ejecutada, ni revocada, sino simplemente suspendida y sujeta a la posterior demostración de su voluntad sincera de superación. Correa (1997) pp. 135 v 136. En el testimonie) de Cabina, quien anota que su espíritu revolucionario se fue fortaleciendo en la guerrilla, también se hace alusión a un juicio que se le hizo por divisionismo v a una condena de muerte que inexplicablemente no se ejecutó. «De todas maneras, para mi vida esa fue una de las experiencias más traumáticas eme he tenido». Medina (1996) p. 177. En particular se ha encontrado cine la mentalidad de grupe) que emerge se ve magnificada por el peligro externo, que la solidaridad de grupo la impone la situación de ilegalidad y ejue las extremas presiones para obedecer sem una característica de la atmósfera interna del grupe). Normalmente, las dudas con respecto a la legitimidad de los objetivos son intolerables, el abandone) del grupo es inaceptable y «la manera de deshacerse de las dudas es deshacerse de quienes dudan», ferrold Post, "Ferrorist psycho-logic: Ferrorist behavior as a product of psychologicalparces" en Rcich (1990).
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de las organizaciones al margen de la lev no son las realidades sociales y políticas externas al grupe) sino el clima psicológico en el interior del grupo? ' Las características del ambiente en el cual se toman las decisiones —la ilusión de invulnerabilidad ejue lleva al excesivo optimismo, la presunción de moralidad, la percepción del enemigo como malvado, y la intolerancia interna hacia la crítica — parecen llevar dentro del grupo a crecientes plosiones para perpetuar la violencia y tomar decisiones cada vez más riesgosas. En la definición de Schmitt del partisano, o la de Hobsbawm del bandido social, un aspecto fundamental es el de su aceptacie'm popular, que tiene dos componentes. El primero es epie la decisión de rebelarse surge como respuesta a una conducta considerada criminal por el soberano pero aceptada popularmente. Sus infracciones a la ley son aquellas que los sectores populares no consideran criminales, puesto que no les hacen daño sino que se perciben como de utilidad pública. Con este criterio sería necesario reconocer que en el país no todos los delincuentes políticos militan en los grupos guerrilleros. El segundo componente del arraigo popular —en el cual se hace particular énfasis— es el de los suministros necesarios para la supervivencia del rebelde, ejue le son transferidos en forma voluntaria por la poblacie'm campesina. Así, el bandido social es no sólo un resultado inevitable de la injusticia del tirano sino ejue, además, no roba sino que recibe bienes y ayuda de la comunidad en la cual actúa.
Pe>st, o¡> cil. El t e s t i m o n i o de Gabina t i e n d e a c o r r o b o r a r esta idea: «Las reflexiones se r e d u c í a n al t r a t a m i e n t o ele los conflictos i n t e r n o s de la guerrilla, rara vez se iba más allá a tratar los p r o b l e m a s sociales, políticos». M e d i n a (1996) p . 18.3. (anis, I. Victims of Grouplhinking, citado p o r Pe>st en Reich (1990). Sí)
ii • i
Ibid.
Es tal vez en ese sentido ejue las relaciones reales y concretas de los rebeldes con la sociedad c o l o m b i a n a se diferencian más de las míticas e ideológicas q u e c o n t e m p l a n las teorías. Entrarían en ese grupe) varios nareotrafieantes c o n s i d e r a d o s c o m o verdaderos benefactores p o r sus c o m u n i d a d e s —para las cuales la venta de d r o g a al exterior está lejos de ser u n a c o n d u c t a reprobable—, algunos g r u p o s paramilitares v las milicias q u e en los c e n t r o s u r b a n o s ofrecen proteccieín y otra serie ele servicios a la c o m u n i d a d . Ver p o r ejemple) C o r p o r a c i ó n Región (1997). T a m b i é n vale la p e n a r e c o r d a r q u e a la fecha n o se sabe en el país del sepelio de algún r e b e l d e q u e haya sido tan c o n c u r r i d o p o r el p u e b l o c o m o lo fue el de Pable) Escobar.
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Rebeldes y criminales De los dos principales grupos guerrilleros colombianos, las Farc y el ELN, étnicamente del primero de ellos se puede decir que surgió como una respuesta a las injusticias del régimen político colombiano. En sus inicios, las autodefensas campesinas lideradas por Manuel Marulanda Vélez, de d o n d e más tarde surgirían las Farc, fueron en efecto una reacción casi de supervivencia a la violencia oficial. Las bases campesinas del ELN son más discutibles. La falta de arraigo popular de los grupos guerrilleros colombianos en sus etapas de emergencia y consolidación ha sido reconocida por analistas de dichas organizaciones. Con relacieSn al segundo punto del apoyo popular —el de las transferencias voluntarias y espontáneas hacia los rebeldes—, ninguno de estos dos grupos parece encajar dentro de la tipología. Existen testimonios sobre cómo, en sus orígenes, los rebeldes que acompañaban a Marulanda y que luego cemstituirían las Farc robaban para su sustento. J Hacia fines de los setenta, al parecer seguía siendo escaso el apoyo campesino a las Farc. ' Para el ELN, las historias de relaciones amigables con comunidades campesinas que los respaldan económicamente son tal vez más escasas y hay reconocimiento explícito de ejue, en los 49
" Ver al respecto Pizarro (1992).
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Aunque según Medardo Correa, exmilitantc de este grupo, en sus orígenes había un esfuerzo explícito por constituir un movimiento a favor de los campesinos, aparecen en su relato repetidas alusiones a la dcsce)nfianza que ci líder del grupo Fabio Vásquez les tenía a los campesinos. Por otro lado, y como detalle revelador de la total desvinculación de este grupo con la población que supuestamente defendían está la denominación eme los integrantes del grupo utilizaban, los ciudadanos, para diferenciarse ele los campesinos. Correa (1997), «Nunca la clase obrera ni el campesinado, en cuanto tales, se sintieron representados por el móvilmente) guerrillero». Pizarro (1991) p. 395. Ejecutando acciones conjuntas con otros grupos, esos sí criminales, ejue no tenían las intenciones correctas. «Hasta ese momento, los ejue andábamos con Marulanda no teníamos quedadero y vivíamos de parte en parle. En cambio, los Loaiza y los García vivían en las veredas y hasta en sus propias fincas, y seílo nos veíamos para hacer acciones conjuntas. Eso cree) una diferencia grande, porque ellos querían sacar partido de cada operación, hacer botín para llevar a sus propias casas. Nosotros no teníamos para dónde cargar. Sí le echábamos mano a una res era para comérnosla, no para echarla en el corral. F?sta diferencia se fue agravando porque eran maneras distintas de mirar la guerra y sobre todo de hacerla». Molano (1996) p. 72. 46
«Dormíamos en el destapado porque era un peligro confiar en la población civil; era poco amable y solidaria. Llegaba uno a las fincas y no le ciaban ni aguadepancla». Ibid, p. 118. 47
De acuerdo con el testimonio de (jabino, solamente en la región del Opón, (continúa en la página siguiente)
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Mauricio Rubio años sesenta, el básico de la subsistencia del grupo habría sido el producto de asaltos y robos. Se reportan, por el contrario, desde las épocas iniciales de la organización, incidentes que reflejan un escenario muy diferente al del bandido social de la literatura. Posteriormente se ha llegado a situaciones de verdadero enfrentamiento con las comunidades.' Con lo anterior no se pretende negar de plano el entronque que p u e d a n tener las organizaciones subversivas con ciertas comunidades. Se ha señalado cómo el resurgimiento del ELN luego de su derrota militar en Anorí estuvo en buena medida facilitado por el reconocimiento d e n t r o de la organización de que unos buenos vínculos con la población campesina eran vitales para la supervivencia del grupo.'' Esta reorientación hizo indispensable un cambio en la estrategia financiera, bajando la presión económica que se reconoce era forzada'' sobre los campesinos para trasladarla a los enemi-
después de la muerte de Camilo Torres, se dieron las bases para una buena relación del grupo con las comunidades campesinas. Según el misme), esta relación fue fugaz y lleve), come) reacción extrema a unos operativos militares en la zona, a una completa desvinculaciém y desconfianza en los campesinos. Ver Medina (1996). 48
«[...] acciones como la de la Caja Agraria de Simacota y la expropiación de una nómina de Bucaramanga». Medina (1996), p. 102. 49
Son reveladores, por ejemplo, algunos pasajes del relato de Gabmo sobre la toma de Simacota a principios de 1965. «En medio de la multitud ejue estábamos deteniendo, se nos fue una señora de las detenidas. Esa señora dio aviso al sargento de la policía [...] Eabio y Re)vira fueron los encargados de asaltar la Caja Agraria, de recuperar el dinero [...] Todo el mundo amontonado en una casita. Les hablábamos de la lucha, pero la gente sin entender. Pase) a ser mayor el número de campesinos retenidos que de guerrilleros, y empezeí a generarnos eso una primera situación difícil». Ibid. p. 53. Une) de los casos más extremos es el del Carmen de Chucurí, municipio situado en la región donde nació el ELN. El pueblo es tristemente célebre por las minas quiebrapatas que dejaron mutilados a cerca de 300 campesinos y que, según algunas versiones, fueron puestas por el ELN como represalia por la decisión ele los pobladores de rebelarse contra la guerrilla. Este extraño escenario se complementa con acusaciones según las cuales los campesinos, y algunos periodistas, son paramilitares y unas insólitas diligencias judiciales en donde, según algunos habitantes del pueblo, había guerrilleros actuando como policías. Ver por ejemplo Peña (1997). : '' Péñate (1998). " «La forma vertical en que se trazaban las orientaciones e) se hacían llamados al campesinado para que colaborara con la guerrilla, muchas veces infundía más temor que respeto». Carlos Medina, Violencia y lucha armada. Citado por 'continúa en la página siguiente)
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gos de clase, casi definidos como aquellas personas susceptibles de ser secuestradas. Una segunda fuente de apoyo popular, también bastante ajena al rebelde idealizado, fue la adopción por parte de la guerrilla de una de las prácticas más reprobables y criticadas de la clase política colombiana: el manejo de recursos públicos con fines privados.' De todas maneras, el problema de las relaciones entre los rebeldes colombianos y las comunidades es algo que está lejos de ser entendido a cabalidad y que requiere mucho más trabajo •
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empírico. La práctica del secuestro, reconocida y aceptada por la guerrilla como una forma de financiar la guerra desde hace tres décadas," es uno de los elementos de la realidad del conflicto colombiano que resulta más difícil de encajar en las tipologías idealizadas del rebelde, y que en mayor medida demuestra las estrechas interconexiones que se dan en el país entre el delito político y el delito común. Varios puntos llaman la atención sobre este fenómeno. Está en primer lugar lo fundamental que ha resultado esta actividad para la consolidacie'm y expansión de los grupos subversivos colombianos. A diferencia del rebelde de texto, que vive de los campesinos con emienes comparte sus valores morales positivos, en la realidad colombiana los rebeldes viven de uno de los crímenes que más temor y daño personal pueden causar. Está en segundo término la indiferencia de los técnicos de los rebeldes con relación a un feneSmeno tan característico de los grupos nacionales. Este desinterés podría explicarse por dos aspectos. Primero, por las concesioPeñate(1998). 53
Es lo que Péñate (1998) denomina el clientelismo armado y Bejarano y otros autores (1997) las «técnicas de la delincuencia de cuello blanco adoptadas por la guerrilla». 54
Vásquez (1997) reporta, con sorpresa, el tratamiento radicalmente distinto que, en el municipio de la Calera recibían por parte de las Farc, los habitantes de las veredas y los del pueblo. Un indicador típicamente económico —pero medible— de aceptacieín de la guerrilla podría ser la variación en el precio de la tierra resultante de la entrada de un grupo a una zona. El mismo Vásquez reporta cómo, en ciertas veredas de La Calera, los precios se redujeron hasta el 30% de lo observado anteriormente. «Me parece importante reseñar que es a partir del 69 que la Organización comienza a hacer retenciones con fines económicos [...] Esto ha sido muy cuestionado sobre todo últimamente. Nosotros tenemos una argumentación política que la hemos dado a conocer en varias ocasiones». Medina (1996) p. 103.
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nes conceptuales que habría ejue hacer para tratar de distinguir analíticamente, dentro de los secuestros extorsivos, un acto político de un acto criminal. Segundo, por la imposibilidad de ignorar —si se analiza con seriedad el secuestro— modelos de comportamiento tan típicamente individualistas como la negociación de un rescate. Los argumentos orientados a la recomendación de no penalizar a los rebeldes a favor de la conveniencia de negociar con ellos perderían mucha fuerza con tan seílo aceptar la realidad de unos rebeldes cuya solidez financiera depende en buena medida de esta práctica contra la cual tanto algunos teóricos" como la experiencia de las naciones civilizadas y aun el más elemental sentido común aconsejan la adopción de severas medidas punitivas. Los practicantes de esta actividad han sugerido —en perfecta concordancia con el guión de las teorías— como diferencia entre el secuestro y la retención con fines económicos el hecho de que en el primero se busca satisfacer un interés personal mientras la segunda responde a intereses colectivos? La carencia de un referente normativo exe')geno, es decir, no sujeto a la voluntad de los actores, le quita mucho piso a cualquier discusión sobre criminalización de la guerrilla. Los relatos de los rebeldes colombianos revelan la extrema flexibilidad del marco normativo al que han estado sometidos. En sus inicios el ELN, por ejemplo, parecía haber adoptado un estricto Cekligo Cuerrillero, cpic estaba escrito y que fue fundamental para la justificación de \os primeros fusilamientos." Este Código se complementaba con Ver p o r ejemplo Shavell, Steven. .4» Economic Analysi.s of Threats and l'heir 11legality: Blackmad, Exlorlion. and Robbery. Universitv of Pcnnsvlvania F \ \ \ REVIE'W, Vol
141,
1993.
«Existe u n a diferencia e n t r e el secuestro y la r e t e n c i ó n ejue es preciso aclarar: el secuestre) es u n acto criminal realizado p o r la delincuencia c o m ú n eme tiene p o r finalidad el interés personal d e quienes c o m e t e n el delito; la retención f u n d a m e n t a l m e n t e es u n a acción política, cuya finalidad está d e t e r m i n a d a p o r objetivos de bienestar colectivo, en el m a r c o de u n p r o v e c t o histórico d e t r a n s f o r m a c i ó n social liderado p o r u n a organización revolucionaria». Medina (1996). p. 236. F?sta c ó m o d a definición n o sólo es difícilmente verilicable sino q u e p o n e de p r e s e n t e , de n u e v o , el gran c o m p o n e n t e n o r m a t i v o de tales enfoques. En el fondo, el carácter político ele los delitos está muy ligado a la valoración d e los objetivos del actor, bajo u n o s p a r á m e t r o s éticos q u e ese m i s m o actor, o el analista, a r b i t r a r i a m e n t e define a su a c o m o d o , a veces ex pos!, v d e aeiierdo con su ideología 5S
«En el Código C u e r r i l l e r o se c o n t e m p l a b a la deserción c o m o una traición y, (continua en la página siguiente)
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Rebeldes y criminales una especie d e derecho natural.' 1 ' Un marco normativo tan rígido pronto sería superado. Hay un relato interesante sobre el impacto que produjo en ese grupo primitivo de rebeldes el primer acto de justicia, un fusilamiento que se apartaba de los procedimientos establecidos en el Código Guerrillero.' Posteriormente, empiezan a aparecer conductas arbitrarias, y criminales, ejue se justifican a posterior!," reglas de comportamiento interno adecuadas a la personalidad del líder y que se salen de la esfera militar," - ajusticiamientos p o r razones baladícs ' y unas normas penales para los campesipor lo tanto, quien desertara debía ser fusilado [...] Desertar es un delito y al que cae en este tipe) de infracción grave se le aplica la pena máxima. Eso estaba establecido, legítimamente definido en las normas internas». Ibid. pp. 68 y p. 90. 59
Que también es peculiar puesto que lo correcto depende fundamentalmente de la naturaleza del actor «había un grupo... no se sabe hasta dónde tuvieran un entronque directo con el bandolerismo de ese tiempo, pero la tendencia ejue mostraba era la de estructurarse con esc carácter, incluso, por esos días hicieron un asalto a un bus intermunicipal, lo desvalijaron y robaron a los pasajeros; Fabio y los otros compañeros aprovechando esta situacieín le dicen a la gente de las veredas: Vea hombre, eso no es correcto, eso no se puede hacer». Ibid. p. 31. «El caso de Heriberto no se trate') en el grupo, nadie sabe qué fue lo ejue pase') realmente. Lo sabía la dirección: Medina, Fabio, y Manuel, pero no se dio ningún debate interno, siendo una situación grave [...] La dirección determina que hay que fusilar a Heriberto. No sé qué contradicciones habría, pero el grupo queda con la idea de que Heriberto se va a la ciudad a curarse, pero en realidad la comisión que lo debe acompañar le asignan la misión de fusilarlo, ¡y se le fusila sin hacerle juicio! [...] El fusilamineto de Espitia fue un hecho muy grave, e independientemente de que haya o no motivos, la forma, el método, la manera como se produce es completamente lesiva a la formación, a la educación y a los principios políticos de una Organizaciém». Ibid. p. 91. «Un grupo de cinco guerrilleros, con la orientación de Juan de Dios Aguilera, ha asesinado a José Avala [...] Le preguntamos que come) habían ocurrido los hechos [...] Juan de Dios inmediatamente reunió el personal y les echó un discurso en el que dice que José Avala es un corrompido, un sinvergüenza, un mujeriego, un irrespemsable, un militarista, que es un asesino, ¡bueno! un poco de cargos». Ibid. p. 94. ti9
«Manuel va generando, a través de su práctica y en la definiciém de sus decisiones, transformaciones sustanciales de algunas costumbres guerrilleras, por ejemplo, oficialmente estaba prohibido en la Organización los matrimonios dentro de esa concepción de que uno debía ser un asceta para entregarse por entero al servicio de la revolución». Ibid. p. 120. «Por ahí algún compañero en una ocasión me preguntaba que si era cierto que en la guerrilla había llegado a fusilarse alguien por comerse un pedazo de panela, yo le decía, no exactamente por comerse el pedazo de panela sino por (continúa en la página siguiente)
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Mauricio Rubio nos que responden simplemente a la situación coyuntural del grup o a r m a d o . ' ' Cuando el ELN decide adoptar el secuestro como mecanismo de financiación recurre, para legitimar esa decisión, a la idea de una tradición establecida en América Latina. ' Al parecer, tal decisión fue muy debatida en el interior del g r u p o . " Se sugiere e n el testimonio de u n o de sus actuales líderes que aún ciertos elementos esenciales del discurso político habrían aparecido para justificar, a posteriori, actuaciones delictivas del g r u p o . " Algunos analistas" consideran que el derecho guerrillero ha evolucionado positivamente. En particular, que ha disminuido el rol determinante que tuvieron los líderes entre 1964 y 1974, que d u r a n t e los noventa los fusilamientos han sido excepcionales y que tanto las bases guerrilleras como la población civil han endurecido y fortalecido su posición con relación al m a n d o de la guerrilla.'' Al aumentar la todas las circunstancias que se vivían en ese momento y en el marco de una concepción política específica, ejue en últimas el comerse el peciazo de panela era el hecho que motivaba unos análisis que hacían a la persona merecedora de la pena de muerte». Ibid. p. 133, 64
«De ahí en adelante nosotros afianzamos la actividad clandestina, iniciamos un trabajo de relación individual con el campesino, donde era delito que un campesino le dijera a su vecino ejue él era conocido de la guerrilla». Ibid. p. 89. O por lo menos así lo relata uno de sus dirigentes en forma retrospectiva. «Cuando los movimientos guerrilleros de América Latina, en Venezuela, Guatcmala y Argentina, ven en la acción de retener personas un medio de conseguir finanzas para la lucha revolucionaria, entonces el ELN entra en esa dinámica». Ibid. p. 10.3, hí> Ver Péñate (1998). En efecto, parecería ejue el interés del ELN por la política de manejo del petróleo surgió, o poi lo menos se fortaleció, a raíz, de los imj)uestos que ya le cobraban a las comj)añías petroleras. «En la Asamblea se abordó cómo manejar algunos recursos económicos adquiridos por impuestos a las petroleras [...] a partir de entonces le damos imj)ortancia a levantar propuestas de carácter nacionalista en las que se ubiquen al centro de la discusión los intereses de los colombianos y el concepto de la soberanía. Allí nace nuestra propuesta sobre política petrolera». Medina (1996). p. 215. ( 8
' Mohíno (1997).
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Un incidente que tiende a confirmar la visión de unos rebeldes menos paranoicos con los desertores y más tolerantes con las disidencias es el de la aceptación, j)or parte del ELN, del abandono de la lucha armada por una buena parte (730 de unos 2.000) de los miembros que, en el grupo C'orriente de Renovacieín Socialista, se reinsertaron para dedicarse a la actividad política. Ver De la guerrilla al Senado, prólogo de Francisco Santos al libro de Leeín Valencia, publicado en las LECTURAS DOMINICALES de EL TIEMPO. I a de Febrero
(continúa en la página siguiente)
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Rebeldes y criminales presencia regional —y reconociendo el hecho que en muchos lugares son la autoridad— los guerrilleros se habrían visto en la necesidad de avanzar en la elaboración de códigos y procedimientos. Una segunda vía de interrelación entre los rebeldes y el crimen tiene que ver con las conductas que son aceptadas como inapropiadas, o delictivas, por ellos mismos. Entre estas conductas la más pertinente jíara Colombia sería la participación de la guerrilla en actividades relacionadas con el narcotráfico.' Con relación al secuestro, se ha señalado que algunos frentes guerrilleros, conscientes del desprestigie) social que genera esta práctica, han optado por «subcontratar la primera fase de los plagios —bandas comunes se encargan de secuestrar a las víctimas a cambio de un porcentaje del rescate— mientras la guerrilla se encarga del cautiverio y la extorsión». También entrarían en este grupo los incidentes delictivos en el interior de los grupos.' Algunos testimonios señalan cómo las conductas de un líder p u e d e n llevar a la lumpenización total de
de 1998. Según el mismo Molano (1997), los guerrilleros estarían en plan de formular un código para la poblacicín civil. Teniendo en cuenta los criterios con que ellos juzgan se ha ido constituyendo un derecho consuetudinario muy ligado a la vida campesina. Parece tener gran importancia la figura del conciliador, por lo general escogido entre los viejos campesinos reconocidos por su autoridad moral. El término narcoguerrilla, acuñado en la primera mitad de los ochenta parece sci' algo más que un artificio de la propaganda oficial y tener algo de realidad, y relevancia. Las imj)licaciones de este feneSmeno tendrían que ver con el impuesto ejue la guerrilla cobra, el gramaje, con la protección que le ofrece a los cultivos y laboratorios y con el tráfico de armas. La prensa extranjera ofrece como evidencia de esta alianza los numerosos ataques contra las aeronaves encargadas de la erradicación de los cultivos. De acuerdo con Molano (1997) los guerrilleros reconocen que el narcotráfice) es un delito pero, dada su generalización, se niegan a ser los policías del sistema. Actualmente parece haber acuerdo en que si bien las guerrillas colombianas no constituyen un cartel de la droga propiamente dicho si han tenido y tienen vínculos de distinto tij)o con tales actividades. Un corto resumen del estado actual del debate se encuentra en CORRAL, Hernando "Narcoguerrilla, emito o realidad?" en LECTURAS DOMINICALES, El Tiempo, U de Febrero de 1998. 72
Bcjarano et. al. (1997) p. 50. 73
«[...] hice una retención económica [...] logramos recibir por él un rescate de dos millones de pesos, que en ese entonces [ 1974 ] era una buena cantidad de dinero, pero que no pudimos utilizarlo porque dos desertores se lo robaron». Medina (1996) p. 130.
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Mauricio Rubio un g r u p o . ' Un p u n t o que vale la pena destacar es el del reconocimiento por parte de los mismos guerrilleros de los riesgos que pa= ra el grupo representan las tentaciones económicas de los agentes individuales." Así, el rebelde real reconoce algo que los técnicos de los rebeldes p r e t e n d e n ignorar. Tanto los criterios sugeridos por Radruch y reportados por Orozco (1992) como los propuestos por este último para la definición del rebelde d e p e n d e n de manera crítica de información que está sólo al alcance de los rebeldes y que jjuede ser fácilmente ocultada, distorsionada o m a n i p u l a d a . ' ' Es notoria la idealización que en estas teorías se hace de los sistemas estatales de investigación criminal, sobre todo en lo relativo a su efectividad' y a su in74
Tal sería el caso de Lara Parada, mujeriego empedernido que «para tapar sus desviaciones comienza a impulsar a compañeros a que busquen compañeras de otros, esto genera una situación muy difícil en el interior del grupo y también con la base campesina» o el del grupo de Rene, que «cae en unas actitudes muy similares a las del grupo de Ricardo Lara, las mismas cosas, maltrato a los campesinos, acostarse con sus mujeres, es decir prácticas cuatreras que realizan aprovechando la situación de guerrilleros». Ibid. pp. 115 y 132. Eos recursos económicos adquiridos por impuestos a las petroleras «si bien nos ayudaban a consolidarnos, eran un componente peligroso para la descomposición si no se administraban bien». Ibid. p. 215, Lar caso diciente sobre las variadas posibilidades de manipulación de información, reportado por Gabina, tiene que ver con el secuestro de Jaime Betancur por parte del Grupo 16 de Marzo. «El grujx) de compañeros, estaba planteando retener a un dirigente político de reconocimiento nacional al que la j)oblación le tuviese credibilidad y afecto, eliminar esc personaje y luego hacer aparecer ese hecho ante el pueblo como una acción realizada por la derecha porque consideraba esa j)ersona peligrosa por sus inclinaciones a favorecer a los sectores más desprotegidos». Medina (1996) ¡). 149. Es sensata y realista al respecto la reflexión de una guerrillera: «En la guerra la informacitín secreta sirve más ¡)ara manejar a los amigos que para luchar contra los enemigos, al punto que a la larga todo se confunde. La gana de mandar no es una causa sino un modo». Molano (Í996). j). 178. Parece haber consenso en la actualidad en que la prindj)al debilidad de la justicia penal colombiana tiene cjtie ver con su baja caj)acidad para aclarar los delitos e identificar a los infractores. Ver Rubio (1996). El aumento en la capacidad estatal j)ara recoger evidencia parece haber sitie) fundamental en el desarrollo de los sistemas ])cnales modernos. Contrariando postulados de Foticault, en el sentido de que las exigencias políticas fueron la principal causa de la transformación en los procedimientos penales, algunos historiadores han sugerido recientemente que, por ejemplo, el abandono de la tortura fue más el resultado del desarrollo de los sistemas de investigación criminal —que la volvieron innecesaria— que el temor a los levantamientos, como jtropone Foucault. Ver Langbein, Torture and the lene of Proof, citado por Garland (continúa en la página siguiente)
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Rebeldes y criminales dependencia de las organizaciones rebeldes. También es en exceso optimista, e irreal para Colombia, el supuesto implícito sobre la infinita capacidad que tiene el Estado para recopilar información sobre lo que realmente está o c u r r i e n d o . " La manipulación de la información j}or parte de los rebeldes puede hacerse con dos objetivos: ocultar incidentes que ocurrieron y hacer aparecer como reales hechos ficticios. El caso que puede considerarse de extrema interferencia en los flujos de información se da cuando los rebeldes pretenden, mediante amenazas, controlar la opinión de algunos sectores.'' La tercera vía de conexión entre los rebeldes y el crimen tiene que ver con sus reacciones a las conductas o conflictos entre terceros, o sea con su tarea de administrar justicia. En términos del debate sobre si, en sus territorios, la guerrilla controla la llamada delincuencia común o por el contrario la estimula, parece claro que los rebeldes están más a favor del primer escenario. El problema (1990), p. 158. 7S
Sería ingcnue) desconocer que en algunas zonas del país la presencia de actores armados ha afectado incluso los mecanismos tradicionales de recolección de informacieín oficial —registros, encuestas, censos—. Lo más preoe:uj)ante es que la interferencia en los flujos de información es va corriente atin en asuntos que uno pensaría son ajenos al conflicto. Las firmas encuestadoras con las que he discutido este tema dan por descontadas tres cosas: 1. Que en buena parte del territorio nacional hay que pedir permisos no oficiales para realizar encuestas y que es necesario tener contactos para obtenerlos; 2. Que hay ciertos temas que es mejor no tratar en las encuestas; y 3. Que en algunas zonas sencillamente no se pueden emprender tales tarcas. Un caso diciente de la gran desinformación asociada con la presencia de los actores armados es el de los tres ingenieros agrónomos que realizaban una encuesta para el Dañe, fueron retenidos por la guerrilla en julio de 1997 y cuyos restos, al parecer, fueron hallados varios meses después. El case) es diciente pe)r tres razones: la encuesta era para el Sistema de Información del Sector Agropecuario, cuando se hallaron unos restos descompuestos los familiares aún no sabían si correspondían a los ingenieros secuestrados y en un Ferro de Derechos Humanos y el lanzamiento del Mandato por la Paz en Montería se criticaba la negligencia y falta de solidaridad del Dañe. Ver El, TIEMPO, 24 de septiembre de 1997, p. 6A. 7C)
Un comunicado del F^stado Mayor de las F'arc a los periodistas como tespuesta a la difusieín de las opiniones del comandante de la FF.AA. no deja muchas dudas al respecto: «No creemos, ni queremos periodistas ejue ingenuamente sean apologistas del militarismo, necesariamente debemos advertirles que declaramos objetivos militares a quienes así obren». LA PRENSA, 4 de abril de 199.3. P. 25. Haciende) referencia a un cuatrero que. en la región de Guayabito a finales (continúa en la página siguiente)
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que surge aquí, adicional al de la disponibilidad o calidad de la información es, de nuevo, el de la falta de un marco normativo externo a la voluntad o arbitrariedad de quien aplica la justicia. iCómo se define lo que constituye un delito en un territorio en donde no opera la justicia oficial? Parece claro en primer lugar que, en la lógica de los enemigos, la condena de un delincuente por parte de la justicia oficial equivale a su asimilación a la clase de los oprimidos del sistema y le otorga legitimidad al acto de liberarlo de tal condición. También aparece como una jjosibilidad real el que un juez rebelde, de veras promiscuo, armado, omnipotente, y restringido únicamente por él mismo, pueda excederse. Un aspecto interesante de la evidencia testimonial disponible es el de las méiltiples interrelaciones entre la justicia guerrillera y la justicia oficial. De acuerdo con Molano (1997) los guerrilleros a veces apelan a los leguleyos locales, sobre todo para los problemas de linderos y una posibilidad que se contempla como sanción es la de remitir el caso a la otra justicia. También, según el mismo autor, en ocasiones los mismos miembros de la Policía acuden a la justicia guerrillera. de los sesenta abandona la zona cuando llegan las Farc, Gabina afirma ejue «la guerrilla, donde llegaba, limpiaba la zona de delincuentes y creaba, de alguna medida, una atmósfera de seguridad». Medina (1996) p. f 02. 81
Al respecte) es interesante el relato de Gabina sobre la toma de Simacota en 1965. «A la cárcel fue un comando con la intención de liberar a los presos; esa era otra tarca. Tal vez desentonaba un poquito con el carácter de ese ¡)tieblo, pero la idea era hacer justicia. Los compañeros van y los presos no quieren salir. De todas maneras los soltaron al otro día porque no había guardianes, ni armas, ni nada.» Ibid. j). 54. Tal como ocurre en las historias relatadas por seis guerrilleros amnistiados del EPL ejue operaban en Dabeiba, lugar en donde aparecen miembros de las Farc que hacen de jueces como una extraña mezcla de dictador, consultorio jurídico y doctora corazón. «Los domingos se ven las oficinas que denominan Casa del Pueblo llenas de camj)esinos citados verbalmentc o por boletas para dirimir pleitos entre vecinos o entre marido y mujer. Los servicios son pagos. Muchos de los pobladores se j)rcguntan por qué las autoridades permiten esto. Nos acordamos de un parcélelo en la vereda Cadillal del municipio de Uramita, que en 1989 tenía un problema de linderos con su vecino [...] Oímos cuando le decían ejue cuánto iba a dar j)ara arreglar el problema. Y el que más dio, ganó y al otro lo pelaron porejue no quiso ciar más j)lata ni salirse de la finca. En noviembre del año pasado se presentó allí [en San José de Urama] otro caso que chocó mucho a la gente pero nadie pudo decir nada por la lev del silencio: el asesinato de una señora porque era muy chismosa». LA PRENSA. 26 de mayo de 1992, p. 8.
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Aunque es probable que la influencia de los grupos guerrilleros sobre el sistema judicial y el régimen penal colombiano haya sido inferior a la ejercida por las organizaciones vinculadas al narcotráfico, también es cierto que se trata de un fenómeno que ha recibido menor atención y está menos bien documentado. ' A pesar de lo anterior, no parece prudente ignorar este canal, probablemente el más nocivo, de interrelacie'm entre el delito político y el delito común en Colombia. La última vinculación que se puede señalar para Colombia entre las actuaciones políticas y las delictivas sería el llamado clientelismo armado, o sea la interferencia, mediante amenazas, en la asignación de recursos públicos con fines electorales o como mecanismo para lograr el apoyo popular. "' Una vertiente aún más sorprendente de estas conductas es la relacionada con el sabotaje a la infraestructura petrolera, que se presenta siempre como un acto p u r o de rebelieSn, pero que en ocasiones n o pasa de ser un buen arreglo económico entre los guerrilleros, los contratistas del sector público, los jjolíticos locales, y la poblacicSn que recibe empleo en ,
•
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las reparaciones. 83
Una recopilación de las coincidencias que se han observado en el país entre las acciones de los grupos de narcotraficantes y las modificaciones al régimen penal en la última década se encuentra en Saiz (1997), 84
Al respecto pueden citarse, a título de ejemplo, dos casos. Primero, el secuestro de una Comisión de la Procuraduría por el frente 44 de las Farc en el Guaviare en julio de 1997 cuando, paradójicamente, investigaban la masacre de Mapiripán, cometida por los grupos paramilitares. Ver El Tiemjx), 2 de agosto de 1997. El segundo sería el asesinato, reconocido por el ELN, en noviembre de 1993, del senador Darío Londoño Cardona, ponente del proyecto de Ley de Orden Público y la carta conocida por el diario El Espectador en la ejue se declaraba como objetive) militar al (Jongreso por su apoyo a la tramitación de proyectos relacionados con dicha Ley. Ver por ejemplo el relato de Péñate (1998) sobre las amenazas de las Farc a los funcionarios del Incora en la región del Sarare para favorecer ciertas veredas, sobre el manejo de la clientela electoral de colonos, por parte del mismo grupo, y el posterior enfrentamiento con el frente Domingo Laín del ELN aliado con los caciques locales no aliados a las Farc. Ver al respecto las referencias de Péñate (1998) a sus trabajos anteriores y Bejarano (1997) p. 50. Ver también, para corroborar estas imaginativas actuaciones rebelde-empresariales, las investigaciones adelantadas por la Fiscalía a tres funcionarios de la empresa Tecnicontrol que, al parecer, negociaban con el ELN los atentados al oleoducto para sacar provecho de los contratos de reparación. Ver "^Atentados por contrato al oleoducto?" El Tiempo, 26 de noviembre de 1997.
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En síntesis, los testimonios disponibles muestran para los rebeldes colombianos una realidad muy alejada de las tipologías idealizadas del actor colectivo que responde a la dinámica de la lucha de clases y está totalmente aislado del crimen. Una de las paradojas más interesantes de estas organizaciones, cuya ideología hace énfasis en la opresión y la dominación del Estado por la vía de la autoridad, es su estructura interna vertical, monolítica y autoritaria, en donde se da en la práctica un enorme apego a la obediencia ciega e incondicional. Fuera de las ya mencionadas presiones psicológicas que llevarían a una dinámica perversa de escalamiento de la violencia y del enfrentamiento contra lodo lo que no hace parte del grupe), parecería que las decisiones claves en estas organizaciones las toma un grupo reducido de individuéis. En el pasado algunos de estos individuos tomaron decisiones que resultaron ser críticas para la evolución posterior del conflicto: participar o no en unas negociaciones de paz, independizarse de las fuentes internacionales de financiación, aliarse con el narcotráfico, etc. El punto que se quiere destacar aquí es ejue el análisis basado en la consideracic'm exclusiva de actores colectivos puede ser insuficiente, y hasta inadecuado, para entender o predecir el desarrollo del conflicto. Son numerosos los testimonios de miembros y exmiembros de las organizaciones subversivas colombianas que revelan situaciones en las eme sus líderes —y detrás de ellos los combatientes rasos bajo su mando— hacen, literalmente, lo que les place, en forma independiente de que se trate de un acto político o de un crimen. En este contexto, la separación tajante entre rebeldes políticos y delincuentes comunes parece demasiado fuerte, inocua, e irreal: fuerte, porque equivale a suponer que los miembros de los grupos subversivos son seres incorruptibles, que pertenecen a una casta superior a
Probablemente el caso más extremo de arbitrariedad y de comportamiento criminal de un rebelde fue el de las matanzas de Tacueyó en donde cerca de un cenlenar ele guerrilleros fueron abatidos por su jefe, Delgado, ejue «en una época fue el consentido de Jacobo. Le gustaba la plata y con ella lo compraron: le gustaba el poder y con él lo conquistaron. Tan pronto vio la papaya de lomarse el mando lo hizo. Plata y poder. Vendió a todos sus amigos y traicionó al resto. Se envicie') a la sangre, ejue es la medio hermana del dinero y del poder, y cuando vio que no le resultaban sus planes se enloqueció. Comenzó a matar a sus enemigos v luego el círculo se le amplié) hasta que abarcó a sus amigos, uno por uno. Pero tanto muerto coge fuerza v para vencerla se necesitan más muertos y más muertos. Así hasta que acabe') con medio movimiento... Molano (1996) p. 188.
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la de los humanos —en el m u n d o de los no rebeldes— en la cual surgen los criminales; inocua, porque en las zonas de influencia de los rebeldes, y al interior de los grupos armados, los límites de la criminalidad los definen las mismas organizaciones, o sus líderes, y es difícil no pensar que esta definición se hace de acuerdo con intereses privados o jaersonales; e irreal, p o i q u e los vasos comunicantes y de retroalimentacieSn entre unas y otras conductas son para Colombia numerosos y difíciles de ignorar. Lo que sí parece ser una constante, es que esos mismos líderes rebeldes utilicen recurrentemente la retórica del delerminismo de los fenómenos sociales para justificar tanto sus actuaciones públicas como sus desafueros privados. AGENTES ARMADOS Y DELINCUENCIA: LOS DATOS DISPONIBLES 89 El análisis estadístico de las relaciones entre la presencia de agentes armados y la delincuencia en Colombia se enfrenta, de partida, con u n serio problema de información. En el país los datos sobre la llamada criminalidad real se limitan a las once ciudades cubiertas por la Encuesta Nacional de Hogares para las cuales se han realizado cuatro módulos de victimización. Para el resto del país las cifras sobre delincuencia se basan en los registros policiales, o del sistema judicial, que presentan dos inconvenientes. El primero es que dejan por fuera los incidentes criminales que no llegan a conocimiento de las autoridades. Se sabe además, de acuerdo con las encuestas de victimización, que la proporcicSn de delitos que no se denuncian —la llamada criminalidad oculta— no scSlo es alta sino que además varía significativamente por regiones, dependiendo de Uü
Adquiere así plena vigencia, en términos de este nuevo poder, lo que Orozco (1992) denomina el correlato necesario entre criminalidad y criminalización, que convierte «la relación entre el hombre de bien y el hombre desviado, en un verdadero juego de espejos». Orozco (1992), p. 45. Hay un relato interesante de un consejo de guerra que se le siguió a una guerrillera y al jefe de su grujx) que trató de violarla y recibió un dis¡)aro de ella al defenderse. «Lo que no podían aceptar, con o sin intención, era que yo o cualcjuiera de las mujeres tratara de volver a repetirlo y a generalizarse. Si cada vez que alguien se lo pide a una compañera ella saca el fierro, las cosas se ponen delicadas en una guerrilla». Molano (1996) p. 148. Buena parte de los puntos tratados en esta sección se encuentran expuestos en forma más detallada en Rubio (1997) y Rubio (1997a),
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factores que aún no se conocen y que sólo recientemente se están empezando a investigar? Algunos ejercicios estadísticos' sugieren que uno de esos factores puede ser, precisamente, la influencia de agentes armados. El segundo inconveniente de las cifras oficiales de delincuencia es que presentan jnc)bleinas de confíabilidad que se podrían explicar o bien por las peculiaridades del sistema penal colombiano,'" o bien por el hecho, incontrovertible, que dado que estas cifras se utilizan para evaluar el d e s e n s e ñ o de la organización responsable de su manejo, es razonable pensar en la posibilidad de sesgos sistemáticos en el registro. Un temor similar se puede expresar con respecte) a la información disponible sobre presencia de agentes armados, información que no es independiente de los intereses de la organización responsable de su recopilación y divulgación. Una vez hechas estas salvedades vale la pena, de todas maneras, analizar lo que muestran las estadísticas, sobre todo las relacionadas con la violencia homicida, que es claramente la conducta criminal con menores problemas de registro. Con las cifras judiciales agregadas a nivel nacional se puede identificar una asociación entre la violencia, medida por la tasa de homicidios, la presencia de grujjos armados y varios de los jndicade^res de d e s e n s e ñ o de la justicia penal. En las últimas dos décadas, la tasa de homicidios colombiana se multiplicó por más de cuatro. En forma paralela, se incremente') la influencia de las principales organizaciones armadas: guerrilla, narcotráfico y grupos paramilitares. En el mismo lapso, la capacidad delsistema penal para investigar los homicidios se redujo considerablemente. Ver un esfuerzo preliminar en estas líneas, realizado con los datos de la Encuesta de Hogares del 95, en Santís (1998). Ver más adelante los resultados obtenidos con la información judicial por munici¡)ios. En particular, la información policial sobre delincuencia parece haberse contaminado por uno de los grandes vicios del sistema judicial colombiano: el desinterés por los incidentes sin sindicado conocido. Esta sería una de las posibles explicaciones para la incompatibilidad que se observa entre las cifras sobre denuncias de la Policía Nacional y lo reportado por los hogares en las encuestas de 1985, 1991 v 1995. El descenso en la criminalidad que muestran las primeras es no sólo inconsistente con la tendencia creciente que reflejan las segundas sino que, además, está sospechosamente correlacionado con la evolución de los aprehendidos que lleva la misma Policía. Ver un desarrollo de este argumento en Rubio (1998). 13
La proporción de homicidios que se llevan a juicio, que en los sesentas al(continúa en la página siguiente) 146
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Estas asociaciones permiten dos lecturas. La tradicional de una aproximación de escogencia racional sería que el mal desempeño de la justicia ha incentivado en Colombia los comportamientos violentos. En el otro sentido, se puede argumentar que uno de los factores que contribuyeron a la parálisis de [ajusticia penal colombiana fue, precisamente, la violencia y en particular la ejercida por los grujios armados. Una particularidad de la justicia penal colombiana —que ha sido sugerida como explicación de su incapacidad actual j)ara aclarar los homicidios— es su tendencia a ocuparse de los delitos inocuos y fáciles de resolver en detrimento de los más graves, los difíciles de investigar y aclarar. La investigación de los incidentes penales en Colombia, en la práctica, se limita a aquellos con sindicado conocido o sea, a los delitos básicamente resueltos desde la denuncia j)or parte de las víctimas. Por otro lado, los datos de las encuestas de victimización muestran cómo las actitudes y resjmestas de los ciudadanos están contaminadas tanto por las deficiencias de la justicia penal, como por un ambiente de amenazas e intimidación. La se)ciedad colombiana se caracteriza no sólo por los altos niveles de violencia, sino por el hecho de que los ciudadanos no cuentan con sus autoridades para buscar soluciones a los incidentes criminales. ' Dentro de las razones aducidas por los hogares colombianos para no denunciar los delitos vale la pena resaltar la importancia de dos de ellas. La primera, peculiar y persistente en las tres encuestas de victimización, es la de Vá falta de pruebas, que es sintomática de la forma como el sistema penal colombiano ha ido delegando en los ciudadanos la responsabilidad de aclarar los crímenes. La segunda es la del temor a las represalias que en la última década duplicó su participación en el conjunto de motivaciones de los hogares para no denunciar. canzó a superar el 35% es en la actualidad inferior al 6%. Mientras que en 1975 por cada cien homicidios el sistema penal capturaba más de 60 sindicados, para 1994 ese porcentaje se había reducido al 20%. Las condenas por homicidio, que en los sesenta alcanzaban el 11% de los homicidios cometidos no pasan del 4% en la actualidad. Rubio (1996), 9 4
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Ibid. Aun para un asunto tan grave como el homicidio más de la mitad de los hogares víctimas manifiestan no haber hecho nada v únicamente el 38% reporta haber puesto la respectiva denuncia. Rubio (1996a).
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Del análisis de la información municipal para 1995, un primer punto que vale la pena destacar es ejue la presencia ele agenlei-arz.. mados en los municipios aféela negativamente la calidad de la información sobre violencia homicida. Un indicador elemental de calidad de las estadísticas sobre muertes violentas se puede construir con base en las diferencias ejue se observan entre los datos de distintas fuentes. Para una fracción importante de los municipios colombianos —más del 25%— se observa un fáltame en las cifras judiciales: los homicidios registrados por los médicos legistas, o por la Policía Nacional, superan la cifra reportada por el sistema judicial. La probabilidad ele ocurrencia de este fenómeno de subregistro judicial ele la violencia se incrementa en forma significativa con la presencia de guerrilla, narcotráfico o grupos paramilitares en los • • •
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municipios. En los municipios donde se presenta este feneSmeno de subregistro de homicidios, por lo general lugares violentos, se observa que las denuncias por habitante, en todas las categorías de delitos, son en promedio inferiores a las de los municipios en donde las cifras judiciales son consistentes con las de otras fuentes. La asociación ejue se observa entre el subregistro de muertes violentas, la presencia de agentes armados y los bajos niveles de denuncias se jjuede explicar de varias maneras que reflejan, todas, deficiencias en el funcionamiento de la justicia penal. Estas explicaciones son consistentes con un escenario bajo el cual los agentes armados venden servicios privados de protección... o de justicia. Este feneSmeno de desjudicializaciem de la violencia afecta no se')lo los niveles de la criminalidad registrada en las denuncias sino ejue, además, distorsiona la percepción ejue se tiene sobre el efecto ele los grupos armados sobre esa criminalidad. ' Para hacer estas estimaciones se utilizaron m o d e l o s logit. Ver los detalles de la estimación en Rubio ( 1997). Sin hacer un control de calidad de las cifras judiciales, se p o d r í a inferir de los datos ejue la llegada ele la guerrilla, o de los g r u p o s paramilitares. a u n municipio n o tiene mavor efecto sobre la criminalidad. Si se excluyen de la m u e s t r a los m u n i c i p i o s en d o n d e se p r e s e n t a el subregistro d e homicidios cambia esta percepción: la llegada ele los g r u p o s a r m a d o s afecta p o s i t i v a m e n t e la criminalidad q u e se d e n u n c i a , ver Rubio ( 1997). La c o m b i n a c i ó n de los efectos que se acaban de describir hace q u e , p o r ejemplo, en el m u n i c i p i o típico c o l o m b i a n o la presencia de algún a g e n t e a r m a d o reduzca e n t r e u n 139? v u n 259? el núm e r o d e d e n u n c i a s puestas a n t e la justicia. Eos detalles d e las estimaciones se e n c u e n t r a n en Rubio La violencia en Colombia, dirnensionamienlo y políticas de (continúa en la página siguiente)
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La influencia de los agentes armados sobre las cifras judiciales no se limita a su impacto negativo sobre los delitos denunciados. También se percibe en los datos un efecto sobre el número de investigaciones que emprende el sistema judicial y sobre las prioridades de la justicia penal, que pueden aproximarse por la composición por delitos de las investigaciones. Es precisamente en los municipios menos violentos, o sin presencia de agentes armados, en donde la participación de los atentados contra la vida de los casos en los cuales se ocupa la justicia es mayor. Así, en forma consistente con el escenario de unas organizaciones armadas poderosas ejue impiden que se investiguen los homicidios, se encuentra una asociación negativa entre la violencia en los municipios y el interés del sistema judicial por aclarar los atentados contra la vida. También se encuentra que la presencia de más de un agente armado en un municipio tiene un efecto demoledor sobre las prioridades de la justicia, en contra de los delitos contra I
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la vida. Para resumir, el análisis de los datos sobre desempeño judicial, violencia homicida y presencia de los grupos aliñados en los municipios colombianos sugiere una historia interesante. El efecto inicial de los actores armados sobre el desempeño de la justicia penal colombiana se estaría dando a través de la alteraciejn, en ciertos municipios vieílentos, en el contco de los homicidios por parte de los fiscales y los jueces. La información disponible es bastante reveladora acerca de la génesis del misterio alrededor ele las muertes violentas en el país: el sistema judicial. Losjnuertejs emjnezan a desajjarecer de las estadísticas en las cifras que remiten los juzgados. Difícil jiensar que si existe desinformación en cuanto al número ele homicidios habrá alguna claridad acerca de las circunstancias en que ocurrieron las muertes, o acerca de los autores de esos crímenes. Este primer desbalance entre lo que el sistema judicial registra y lo que realmente está ocurriendo estaría afectando las jjercepciones de los ciudadanos acerca de la justicia oficial y su voluntad para control. Informe final de investigación presentado al Bid y aún no publicado. 98
Para tener una idea de la magnitud de este impacto baste con señalar que la presencia de dos agentes armados en un municipio colombiano tiene sobre las prioridades de investigación de la justicia un efecto similar al ejue tendría el paso de una sociedad pacífica a una situación de guerra civil. Ibid.
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Mauricio Rubio r e c u r r i r a ella jaara d e n u n c i a r o t r o t i p o d e i n c i d e n t e s . El f e n ó m e n o d e baja d e n u n c i a q u e se o b s e r v a a n t e la p r e s e n c i a d e a g e n t e s arm a d o s ¡mecle, e n p r i n c i p i o , d a r s e e n f o r m a p a r a l e l a c o n u n a reducciém o c o n u n i n c r e m e n t o e n la d e l i n c u e n c i a . Los d a t o s n o s o n c o n t u n d e n t e s al resjjecto j^ero s u g i e r e n m á s u n e s c e n a r i o d e aum e n t o e n la c r i m i n a l i d a d . La p r e s e n c i a d e m á s d e u n a g e n t e arm a d o en u n a l o c a l i d a d t i e n e va u n efecto d e v a s t a d o r s o b r e la justicia ejue p a r e c e c o n v e r t i r s e e n t o n c e s e n u n a v e r d a d e r a justicia de guerra bajo la cual el m a y o r n ú m e r o ele m u e r t e s violentas c o n d u c e a u n m e n o r i n t e r é s d e la j u s t i c i a j i o r investigarlas, y m u c h o m e n o s p o r aclararlas. En síntesis, los d a t o s m u e s t r a n q u e es p o r la desinf o r m a c i ó n a l r e d e d o r d e la violencia p o r d o n d e p a r e c e iniciarse la influencia d e los a g e n t e s a r m a d o s s o b r e la justicia jaenal colombiana. A p a r t i r del m o m e n t o e n q u e la justicia —en sus estadísticas y s e g u r a m e n t e e n su desemjDeño— se e m p i e z a a alejar d e la r e a l i d a d , se clan las c o n d i c i o n e s p a r a ese c í r c u l o vicioso d e d e s i n f o r m a c i ó n v oferta d e servicios p r i v a d o s d e proteccie'm e n el ejue, n o s dice la teoría, s u r g e n y se c o n s o l i d a n las o r g a n i z a c i o n e s a r m a d a s p o d e r o 191)
sas. SUGERENCIAS PARA AVANZAR EN EL ANÁLISIS DE LOS REBELDES COLOMBIANOS P a r a c u a l q u i e r a ejue viva en C o l o m b i a es e v i d e n t e la d i f e r e n c i a q u e existe e n t r e u n d e l i n c u e n t e c o m ú n y u n g u e r r i l l e r o . La s a b i d u r í a p o p u l a r h a c e énfasis e n el e m j j a q u e , o e n los m o d a l e s . " P e r o c a b e m e n c i o n a r o t r a s d i s c r e p a n c i a s . El p r i m e r o ele estos p e r s o n a j e s p u e d e ser u n infractor ocasional, a c t u a r e n f o r m a i n d e p e n d i e n t e y Fas respuestas ele los hogares acerca de los laclóles que se cree afectan la delincuencia en sus regiones tiende a dar apeno a la idea de que los agentes aunados contribuyen a la inseguridad. Testimonios disponibles en el país permiten sin embargo sospechar ejue en algunas localidades los grupos armados entran a poner orden, reduciendo las tasas delictivas. Ver por ejemplo Gambetta (1993). tul
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«I.a delincuencia común no suele tener el Upo de armas y vestimentas que utiliza el grupo [guerrillero] ni siquiera su apariencia personal [...] su ])¡el [la del guerrillero| es la de una persona que ha estado expuesta por largo tiempo a la intemperie». Testimonio de un habitante de La Calera en Vásquez (1997), I'. 12. 10''
«Porque la delincuencia común saquea v destruve» pero los muchachos, como los llaman en la región, «no se comportan así». Ibid. p. 12.
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no tener dentro de sus planes la transformación de la sociedad. El guerrillero claramente ha escogido un modo de vida, jíertenece a una organización y, como tal, responde a las directrices de un plan, de un provecto político, defendido por su grupo. Estas diferencias, observables y concretas, no jjarecen ser suficientes para propemer un modelo de comportamiento específico jaara cada uno de estos personajes y muchísimo menos para sugerir ejue la ley les dé un tratamiento diferencial. Discrepancias ccjmo estas o aun más marcadas se pueden observar, por ejemplo, entre un microempresario y un empleado de una multinacional. A nadie se le ocurriría por esto sugerir un tratamiento analítico, o judicial, para el microempresario y otro para los asalariados de las graneles empresas sobre la base de sus intenciones, de su conviccicSn, o del hecho ejue ellos sí hacen parle ele un proyecto empresarial —y eventualmente político— más ambicioso, mientras que los primeros enfrentan el desafío más banal de ganarse el sustento. El diagnóstico del conflicto armado colombiano se ha quedado estancado en consideraciones idealistas, como la intención de los actores, que pensadores lúcidos de hace dos siglos ya habían sugerido superar. ' Parece conveniente sacar la discusión del área délo que cada uno, incluyendo los actores del conflicto, piensa sobre cómo debería ser el m u n d o para llevarla al jjlant} de entender el m u n d o real y concreto que nos rodea. En este sentido, se pueden hacer algunas sugerencias más con el propósito de suministrar elementos para tratar de mejorar el entendimiento que se tiene sobre los actores del conflicto colombiano, que con el ele sugerir salidas. A nivel conceptual, la recomendación más general iría en las líneas de extender los avances que en las últimas décadas se han logrado en la comprensic'm de los comportamientos individuales y colectivos en el análisis de quienes actúan al margen ele la ley en Colombia.
«La única y verdadera medida de los delitos es el daño hecho a la nación, y por eso han errado los que creyeron ejue lo era la intención del que los comete. Esta depende de la impresión actual de los objetos y de la interior disposición de la mente, ejue varían en todos los hombres v en cada uno de ellos con la velocísima sucesión de las ideas, de las pasiones y de las circunstancias. Sería, pues, necesario formar, no solo un códice j)articular para cada ciudadano, sino una nueva ley para cada delito». Beccaria (1994), p. 36.
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Una sugerencia, típicamente económica, sería la de no seguir desconociendo los fundamentos de la teoría de la escogencia racional que, a pesar de sus grandes limitaciones, ha mostrado ser una herramienta útil para el análisis de un buen número ele fenómenos sociales. Del modelo económico del comportamiento se han derivado unas pocas verdades básicas que parecen tener validez universal. Una de ellas es ejue los individuos escogen su ocupación buscando la satisfaccieSn de sus intereses personales, por lo general un ingreso monetario. FJna consecuencia agregada de esta proposición es que las actividades económicamente rentables tienden a persistir en una sociedad. Una segunda gran verdad ele la economía es la llamada ley de la demanda: al incrementarse los jareaos, disminuye la cantidad demandada. Si se le quita a esta ley su disIfraz monetario se puede reíórmular de manera más general: al '•aumentar lo que los individuos perciben como un costo para una , conducta, disminuye la incidencia de esa conducta. Los testimo. ,,b nios disponibles sobre los rebeldes colombianos permiten considerar razonable el supuesto de que ellos, como los delincuentes comunes, como el ciudadano del montón, también„jLCJ¿aaj£am^íl propósito de satisfacer intereses particulares. La realidad colombiana parece además corroborar la impresión ele que una vez la subversión, como cualquier otra organización armada, encuentra una buena fuente de ingresos cconeímicos —secuestro, gramaje, imjDuestos a las petroleras, compra de tierras, venta de jmotecdém— tiende a conservarla, y a defenderla. Además, trata de adaptar su discurso jíolítico para hacer ajiarecer tal actividad como algo inevitable en su lucha por unos ideales superiores. También es sólida la evidencia a favor de la idea ele que los esfuerzos por controlar las acciones de los rebeldes, cuando son efectivos, imponen mayores costos a esas acciones y por esa vía reducen su incidencia. No puede ser otra la leSgica detrás de todas las poemas de lucha que se han dado en el J3aís en contra de cualquier medida tendiente a imponer un mayor control estatal sobre las actuaciones de los rebeldes. Una segunda recomendación tiene ejue ver con la necesidad de conciliar en un punto intermedio el modeles de escogencia racional con la visión sociológica del m u n d o . En la vida real, los individuos aparecen estar en un punto intermedio entre el agente racional de la economía y el actor que sigue reglas o normas típico de la sociología. Recientemente han aparecido esfuerzos en las líneas de conciliar estas visiones rivales extremas, proponiendo un modelo de comportamiento basado en actores ejue, con cierta racionalidad.
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adoptan de manera cambiante reglas y normas para algunas de sus conductas. Esta literatura se insinúa particularmente éitil jsara entender los actores del conflicto colombiano. Resulta difícil de digerir la visión económica simple y extrema de ejue rebelarse es algo así como una serie cotidiana de decisiones racionales que se toman luego de una evaluación exhaustiva de los costos y los beneficios ele cada situación. Los testimonios disponibles muestran que el acto ele rebelarse se ajusta más al guión de ciertas decisiones críticas, que se toman una, o dos, pero no muchas veces en la vida, y que implican la adopción de unas reglas o normas —de compromiso, de obediencia— ejue determinan las conductas posteriores. Lo ejue tampe)cc^j)arece jjrzonable es, en el ejtro extremo, el modelo de la sociología clásica segrtn el cual rebelarse no sería una decisión individual sino el resultado inevitable de una situaciém social. Tal visión también riñe con la evidencia de innumerables obreros y campesinos ejue han decidido aceptar el orden social sin rebelarse o con la de los rebeldes que han decidido dejar de serlo sin ejue se haya presentado una mocliílcaciém de las causas objetivas. En el m u n d o de los rebeldes colombianos, y en el de e)tros grupos armados, la dedsie'm crítica a nivel individual jjarece ser la de unirse o no a un grupo armado. J Además, siendo realistas, cabe argumentar que el carácter político ele una organización armada dejaende más de su poder relativo dentro de la sociedad ejue de las intenciones de sus miembros. Cualquier organización exitosa crece y se consolida y en ese proceso sus objetivos iniciales cambian. Existen empresas privadas, legales c ilegales, cuyo jx)der económico se transforma a partir ele un punte;) en verdadero poder político. ' Con cualquier organizacicSn armada suficientemente poderosa un Estado débil tendrá eventualmente que negociar. Así ha ocurrido en Colombia. En este contexto, se podría jalantear una diferenciación de los delincuentes, pero no basada en las intenciones o la conviccic'm de los actores sino, primero, en su dedsie'm ele organizarse o actuar por cuenta propia y, segundo, en el poder real de la organización. Parecería razonable reemplazar la dicotomía delito 194
Ver al respecto Vanberg (1994). Tan crítica ejue sem comunes los testimonios sobre los ritos de iniciación. No sobra recordar aquí que un microempresario del delito común, un pequeño ladrón de lápidas, Pablo Escobar, termine) afectando en forma significativa la Constitución y el régimen penal colombianos. En buen romance, eso es un actor político.
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político-delito común por una, más observable, delito organizadodelito individual y, obviamente, adecuar tanto el análisis como las recomendaciones ele acción pública a la realidad de cada organizaciém. Una vez se reconoce la posibilidad de que los individuos responden a incentivos, y que en alguna medida sus decisiones son racionales, parece conveniente profundizar en la comprensión cielos mecanismos que agregan, en resultados colectivos, estas escogencias individuales. En otras palabras, se trata de reconocer que — y empezar a investigar cernió— en el m u n d o al margen de la ley sedan interrelaciones entre los individuos, las organizaciones y las instituciones. ' El estado del arte en términos de la comprensiém del funcionamiento interno de las organizaciones, o de por qué ciertas actividades se realizan al interior de una organizade'm y otras en mercados abiertos, es aún incipiente. ' A pesar de lo anterior, aceptar ejue tanto en las organizaciones como en los mercados algunos individuos tienen un mayor poder de dedsie'm que otros, jjarece ser un supuesto realista y útil. Dentro de las organizaciones, la distinción entre el principal, que toma las decisiones, y el agente, ejue en principio signe las instrucciones del principal, ha permitido una mejor comprensiém de su dinámica. Parece cada En la terminología de North (1990) las instituciones se asimilan a las reglas del juego y las organizaciones a los jugadores. Uno de los planteamientos básicos de North es el de la endogcneidad de las instituciones: en un proceso evolutivo, las organizaciones más exitosas bajo ciertas reglas del juego las amoldan a sus intereses, para ser así cada vez más poderosas. Pata las reflexiones de los economistas sobre estos lemas ver, por ejemplo, los trabajos de Ronald Coase, o de Oliver Williamson. F'.s necesario reconocer ejue los modelos disponibles sobre los determinantes del comportamiento de los agentes son más adecuados, y han recibido un mayor respaldo empírico, que los que se tienen sobre los principales. Para estos últimos se dispone de alguna teoría cuando ellos mismos son, a su vez, agentes de instancias superiores o participan en un juego, económico o político, muy competido. El conocimiento —y la capacidad de predicción— que, por ejemplo, la teoría económica tiene sobre la conducta de los empleados asalariados es mayor que aquel sobre la conduela ele los empresarios, que a su vez parece ser inversamente proporcional al tamaño y al poder de mercado de sus empresas. Con relación a las burocracias estatales dos cosas parecen claras. La primera es ejue el modelo de comportamiento de los actores individuales es más precario que en la esfera privada. Es claro que para el grueso de los funcionarios públicos, aún en sociedades corruptas, los incentivos económicos particulares constituyen tan seílo una parle de los determinantes de sus conductas. No existen, por ejemplo, modelos razonables de comportamiento de (continúa en la página siguiente)
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Rebeldes y criminales vez m á s claro ejue la e s t r u c t u r a i n t e r n a d e las o r g a n i z a c i o n e s está m u y ligada a la definición ele los d e r e c h o s d e p r o p i e d a d y a la man e r a c o m o se jDiotegen d i c h o s d e r e c h o s . La e v i d e n c i a ce)lombiana i n d i c a q u e al i n t e r i o r d e los g r u p o s subversivos y ele las d e m á s o r g a n i z a c i o n e s a r m a d a s existe la figura del l í d e r q u e juega u n rol decisivo e n la definición d e las estrategias del grujjo jsero t a m b i é n existe la figura del a s a l a r i a d o , b u e n a [jarte ele c u y o c o m p o r t a m i e n t o p a r e c e r í a fácil ele e x j m c a r c o n her r a m i e n t a s cconennicas t r a d i c i o n a l e s . En f o r m a a n á l o g a a lo q u e o c u r r e e n el á m b i t o e m p r e s a r i a l , es p o c o lo q u e f o r m a l m e n t e se sabe s o b r e los d e t e r m i n a n t e s d e la e s t r u c t u r a i n t e r n a d e las o r g a n i zaciones al m a r g e n d e la ley. H a b r í a u n factor crítico r e l a c i o n a d o con la p r o p i e d a d ele las a r m a s . " T a m b i é n p a r e c e h a b e r e l e m e n t o s familiares, ele n e p o t i s m o , religiosos, ' ele s i m p a t í a s d e clase, de grujjos d e presiém o d e s i m p l e s g o l p e s d e s u e r t e .
los jueces, o los policías, o los militares. El segundo aspeete) es que, de nuevo, la conducta de los funcionarios subalternos es más explicable y predecible que la de sus superiores y que, entre estos últimos, la capacidad de comprender o anticipar sus acciones es inversamente proporcional a su poder dentro del aparato estatal. Ver por ejemplo las declaraciones de Carlos Castaño sobre las escalas salariales en los grupos paramilitares en El Tiempo, 28 de septiembre de 1997. En el fondo, la llamada Teoría Económica del Calmen, no es más que la extensión de los modelos de decisión ocupacional de la economía laboral aplicados a situaciones en donde no todas las variables son monetizablcs. Ver al respecto los trabajos de Gary Beckcr, o de Isaac Ehrlich. En los orígenes de las Farc, «Marulanda fue muy claro desde un principio en advertir que nadie podía retirar ni una pistola ni un fusil ni una carabina una vez que la pusiera a disposición del movimiento. Tampoco aceptaba cíñelas armas ganadas en combate fueran de quien les echaba mano... F?s más: las armas tampoco eran del jefe de los alzados, penque así como había sido elegido podía ser destituido cuando la tropa quisiera; la garantía era, de lógica, cíñelas armas fueran de todos». Molano (1996) ]). 66, El relato de Correa (1997) hace mucho énfasis en este punto. 114
En el testimonio de Gabina, en Medina (1996), son recurrentes las alusiones a la posicieín privilegiada eme dentro del grupo siempre tuvieron los intelectuales, los ciudadanos, frente a los campesinos. También es claro que los Vásquez Castaño, hermanos del líder, entraron a la guerrilla con posiciones de liderazgo. En Péñate (1998) se señala la influencia que tuvieron sobre la estructura interna, y la definición de la estrategia, del ELN tanto los antiguos miembros de Fecode que se vincularon en 1975 —grupo de presión— como el acierto econeímico del frente Domingo Laín al ordeñar al sector petrolero — golpe de (continúa en la página siguiente)
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Para la economía ha sido títil reconocer ejue las instituciones — las reglas de juego— no son siempre exógenas, ni contractuales, ni eficientes, ni orientadas por el bien público sino ejue, por el contrario, son bastante sensibles a la dinámica de las organizaciones más poderosas —los jugadores exitosos bajo esas reglas de juego— que buscan amoldarlas a sus intereses, ' Estas ideas ¡xirecen sugestivas |3ara entender las organizaciones armadas en Colombia, y su relación con las instituciones estatales —como los organismos de seguridad, la justicia y el régimen j)enal— que pretenden controlar sus acciones. No se jjuede desconocer el hecho de que las reglas dejuego colombianas, en su sentido más general, son más favorables hoy {jara las organizaciones subversivas ejue las ele hace dos o tres décadas, y que esta evolución institucional no ha sido independiente de los esfuerzos ejue, en diversos frentes, han hecho los grupos alzados en armas j)ara acomodarlas a sus intereses. El avance más significativo de estas organizaciones en términos de supeditar las reglas del juego a sus objetivos, ha sido probablemente el virtual bloqueo que han alcanzade) para las acciones judiciales en su cernirá. La evidencia tanto testimonial como estadística jjarece corroborar una nueva versión del viejo adagio colombiano la justicia es para los de ruana. Parecería ejue la justicia no loca a los alzados en armas o ejue jien lo menos a los líderes los trata en forma un tanto peculiar. En casi todas las esferas ele la realidad social, los límites entre lo privado y lo público se están re-definiendo. ' Así, el viejo paradig-
suerte—, " Ver en particular North (1990). El mejor ejemplo en este sentido sería el de rebeldes que, como Galán elel ELN, parecen seguir despachando sus asuntos normales desde la cárcel, con protección oficial, con gran despliegue ele medios y con contacto permanente con la clase dirigente, I 18
F?n el área del suministro de bienes y servicios esta redefinición ha llevado a la privatizacicín ele actividades que hasta hace poco tiempo se consideraban ele resorte exclusivo del Estado. En la actualidad, es un hecho ejue empresarios privados toman ciertas decisiones que es difícil no considerar como cuestiones públicas. Por otro lado, la generalización del fenómeno de la corrupciein ele los funcionarios del Estado ha ¡tuesto en evidencia la realidad de unos actores que, apartándose de los objetivos explícitos v manifiestos de las organizaciones a las ejue pertenecen, actúan desde el sector público tomo dice la teoría económica que actúa cualquier empresario privado: buscando el lucro personal.
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ma que separaba en forma tajante la fundón prtblica de las actividades privadas parece haber perdido vigencia. Hoy se acepta que el Estado siempre juega un papel determinante en la forma como se configuran y evolucionan los mercados, dinámica ejue a su vez determina el perfil esjjedfice) de cada Estado. Para las organizad o n e s que actúan al margen ele la lev no son convincentes los argumentos para postular que allí sí subsiste una línea nítida que separa lo público de le) privado. Por el contrario, la probabilidad deque esta interferencia ocurra parece mayor puesto que tales organizaciones, al enfrentar menos restricciones legales, cuentan con vías ele acumulación de riqueza o ele poder político más rápidas que las disponibles para las organizaciones restringidas por un marco legal. Además, en el ámbito interno, la estructura vertical y autoritaria de las organizaciones subversivas, también reforzada por la intimidación, y factores como la escasa rotación ele los líderes, permiten sosjíechar la existencia de una gran simbiosis éntrelos objetivos de las organizaciones y los intereses personales de ejuienes las dirigen. En síntesis, parece recomendable superar el paradigma basado en la dicotomía delito político-delito común y por el contrario, reconocer que los grupos subversivos, al igual que cualquier otra organización armada con suficiente jx)der, siempre juegan un papel decisivo en los niveles de delincuencia y violencia puesto que, por un laclo, definen dentro de su territorio una nueva legalidad —su propia legalidad—, y por lo tanto determinan autónomamente los límites entre el crimen v las conductas aceptadas. Por otro lado, porque parece cada vez más claro ejue el delito común y el delito político —ejue se financia con el primero— se complementan v ref
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tuerzan mutuamente. A nivel metodológico, vale la pena hacer dos recomendaciones. La primera sería la ele darle prioridad en el análisis a lo ejue ocurre y se observa sobre lo ejue debería ser. Para el diagnóstico del conflicto armado colombiano, y con mayor razón jDara la olisquéela ele sus soludemes, es indispensable avanzar cu la línea ele restarle importancia a lo ejue los individuos, o las organizaciones, dicen que hacen, para concentrarse en averiguar cjué es lo ejue hacen y por qué ll!
'Block (1994). Ver Daniel Pécaut. Présenl, passé el futur de la vióleme. Mimeo. 1996. Citado por Bejarano et.al. (1997) pág. 44.
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Mauricio Rubio lo h a c e n . " La s e g u n d a r e c o m e n d a c i ó n m e t o d o l ó g i c a t i e n e q u e ver c o n la n e c e s i d a d d e a b r i r l e c a m p o a las tecnias b a s a d a s n o e n prejuicios y a f i r m a c i o n e s ideoleSgicas, sino e n hipeStesis y p r o p o s i ciones e m p í r i c a m e n t e c o n t r a s t a b l e s . La m a n e r a m á s a d e c u a d a d e b u s c a r e n las ciencias sociales esa n e c e s a r i a retroalimentacieSn e n t r e la t e o r í a y la e v i d e n c i a n o es ciara y r e q u i e r e m u c h a i m a g i n a c i ó n . En t é r m i n o s ele r e c o m e n d a c i o nes la m e j o r salida p a r a u n n o v a t o e n estas lides c o n s i s t e e n recurrir a los c o n s e j o s d e u n a r t e s a n o q u e logre') e n ese s e n t i d o u n o s res u l t a d o s satisfactorios: La verdad —observaba Karl Deulsch— reposa en la confluencia de flujos independientes de evidencia. El científico social prudente, como el inversionista inteligente, debe confiar en la diversificado!! para magnificar su fortaleza, y superar las limitaciones de cualquier instrumento particular... Para entender como funciona una instilucie'm —v con mayor razón, cernió distintas instituciones funcionan de manera distinta— recurrimos a una variedad de técnicas. De! antropólogo v el periodista serio tomamos la técnica de la observación de campo disciplinada y del estudio de caso. Esta inmersión afila nuestras intuiciones y provee innumerables pistas acerca de ccímo funciona la institución y cómo se adapla a su entorno. Las ciencias sociales nos recuerdan, sin embargo, la diferencia entre intuición y evidencia. Las impresiones, no importa qué tan agudas, deben ser confirmadas, y nuestras especulaciones teóricas deben disciplinarse, con un cuidadoso conteo. Las técnicas cuantitativas pueden dar una señal de alerta cuando nuestras impresiones, basadas en u n o o dos casos muy llamativos, son engañosas o no representativas. El análisis estadístico, también importante, al permitirnos comparar muchos casos diferentes al tiempo, frecuentemente revela patrones más sutiles, pero más importantes. Como con cualquier historia de detectives, resolver el misterio del desempeño institucional nos exige explorar el pasado. No somos historiadores de oficio, y nuestros esfuerzos en esta dirección son rudimentarios, pero para cualquier análisis institucional serio las herramientas del historiador son un
Un gran paso en esa dirección se daría, simplemente, si se aplicaran criterios uniformes de rigurosidad, v escepticismo, a todos los actores del conflicto. De la misma manera que, en los últimos años, se ha avanzado en el reconocimiento de que en los organismos de seguridad del Estado hav serias inconsistencias entre las conductas de algunos individuos y los objetivos explícitos de las organizaciones a las que pertenecen, parece impropiado no aceptar un escenario similar para las organizaciones cinc1 actúan al margen de la lev.
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complemento necesario de los métodos antropológicos y comporlainenlales. Por último, a nivel de las recomendaciones de acción pública, es poco lo que puede decir alguien sin mayor exjjeriencia en el campo ele la política del conflicto armado colombiano. Parece pertinente simplemente transmitir algunas sugerencias hechas por un analista con vocación empírica. ' La dedsie'm de negociar con los rebeldes es claramente una decisión política que dejjende no tanto de consideraciones técnicas como de la evaluación de una situación específica. Es claro que si el aparato rejnesivo del Estado no reacciona ante ninguna actuade'm de los rebeldes habrá una pérdida de confianza en tal aparato y algunos segmentos de la población buscarán sustitutos privados ejue pueden agravar el conflicto. Al respecto la evidencia colombiana es abrumadora. También es cierto que si la respuesta represiva es exagerada se jmeden presentar problemas serios de pérdida de legitimidad. El balance negociadón-represiém adecuado es un problema práctico, no teórico. Es una respuesta a unas condiciones específicas. En todo caso, resulla indispensable evitar el ambiente de intimidación alrededor ele las eventuales negociaciones. En éiltimas, la lucha contra los rebeldes por parte del Estado, más que una guerra militar es una guerra de inteligencia. Se debe tratar de evitar que crezca el número de simpatizantes que puedan ser reclutados. Se debe mostrar la conveniencia y la sujjerioridad de los mecanismos democráticos tanto para tomar decisiones al interior ele un grupo como para transformar la sociedad. Parece sensato mantener siempre procesos de paz en marcha, tratar de atraer a las negociaciones a los moderados con tendencias democráticas, pero ajDÜcar sin titubeos la justicia penal a los más radicales, a los guerreros. Los historiadores del crimen " le han dado creciente importancia a la idea de que el proceso de civilización europeo estuvo muy 199
Traducción no literal de un ¡xtsaje de Putnam, Roben. Making democracy loork. Civic tradilions in Modern Italy. Princeton: Princeton Universa} Press, 1993. 1°3
Las recomendaciones que se j)iesentan están basadas en la conferencia de Paul Wilkinson en el Seminario sobre Violencia, Secuestro y Terrorismo organizado en la Universidad de los Andes en marzo de 1997. 124
Retennando ideas de Norbert Elias —ejue, al ser expuestas hace cuatro décadas parecían un despropósito pues iban en contraría de las teorías sociológicas predominantes— hav una relación entre el incremento de la violencia (contimía en la página siguiente) 159
Mauricio Rubio atado al desarrollo del control, JJOI parte del Estado, de los impulsos individuales —ejue podían ser violentos—. Este proceso se facilite) por «la transformación de la nobleza ele una clase de caballeros armados (knights), en una clase de cortesanos» "' y por el hecho de que los comportamientos impulsivos y violentos lentamente fueron controlados por los tribunales ele los siglos XVI y XVII. Los señores de la guerra no abandonaron voluntariamente las armas, fueron sometidos por la justicia.
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como resultado de la modernización v de la represión estatal ejue la acompañaba. Ver Johnson y Monkkonnen (1996). Cita de Elias en Johnson y Monkkonen (1996),
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La violencia política y las dificultades de la construcción de lo público en Colombia: una mirada de larga duración 1 Fernán E. González
En una ponencia para el VI Congreso de Antropología que recogía las líneas generales de una investigación interdisciplinaria realizada por el equipo Conflicto social y violencia del Cinep,' señalaba cómo la tendencia a la solución privada y violenta de los conflictos podía mirarse como la contrapartida ele la inexistencia o precariedad de un ámbito público de solución de las tensiones sociales. Así, se decía que las diferentes violencias tenían siempre un referente político común: la no aceptación del Estado como detentador del monopolio de la fuerza, como tercero en discordia en medio de los conflictos de la sociedad. Esto implicaba que los límites entre lo privado v lo público se hacían muy difusos, jmes acudir a formas Una versión preliminar de este artículo se publicó en Carlos FlGUEROA IBARRA (compilador), América Latina. Violencia y miseria en el crepúsculo del siglo. México: Universidad Autónoma de Puebla v Asociación Latinoamericana de Sociología, Alas, 1996. Historiador político y politólogo, subdirecte>r del Cinep y profesor de la Universidad de los Andes. " "Esj)acio público y violencias privadas", en Mvriam JIMENO (comp), Conflicto social y violencia. Notas para una discusión, Memorias del VI Congreso de Antroj)ología. Bogotá; Ican-lfea, 1993. Colombia: conflicto social y violencia, ¡980-1988. 'Lernas para una investigación, DOCUMENTOS OCASIONALES No. 48. Bogotá: Cinep, 198S.
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de justicia privada u organizar grupos de guerrilla o ele paramilitares supone asumir una función pública y desconocer el monopolio estatal de la fuerza. A partir de esa afirmación un tanto tautológica se emprendía una reflexión ele largo jílazo sobre las relaciones entre la Sociedad y el Estado cu Colombia, a partir ele los procesos de poblamiento, de configuración de las distintos tipos de cohesie'm social y política, relacionadas siempre con los procesos de construccicSn de las instituciones nacionales y expresadas en los imaginarios políticos, desde los cuales se perciben, juzgan y valoran los acontecimientos ele la vida política. En esa reflexión sobre las relaciones entre Estado y Sociedad se decía que la llamada precariedad del Estado expresaba cierta renuencia de la sociedad para verse y sentirse expresada en y por el Estado y se traducía en la debilidad de las instituciones estatales de corte moderno, como aparece en la inoperancia de la justicia y la dificultad de instaurar eficazmente una carrera administrativa. La contrajxirtc de esta inoperancia es una sociedad abandonada a sus propias fuerzas, que solo exige la jnesencia del Estado como dispensador de servicios y creador de infraestructura, pero le niega el carácter regulador de la convivencia ciudadana y de la vida económica de la nación. Por ello, hablar de la inexistencia del ámbito público y de la precariedad del Estado nos obliga a una rcflexic'm sobre el funcionamiento de la sociedad donde se genera ese Estado, que lo cemforma de cierta manera y luego se niega a verse reflejada en él: el Estado y el régimen político no son entidades autónomas e independientes, sino que ele alguna manera responden a la sociedad que lo conforma. Para esta reflexión, conviene acercarnos a una mirada comparativa de nuestro [proceso con relación al desarrollo político y social de Occidente. HACIA LA SEPARACIÓN PÚBLICO PRIVADO Y EL AUTOCONTROL
Según Norbert Elias, el proceso civilizatorio de Occidente y el surgimiento ele la autoconciencia individual sujjone que las funciones Norbert ELIAS, El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenélicas (México: Fondo de Cáiltura económico, 1987) y La sociedad de los individuos (Barcelona: Ed. Península, 1990).
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de protección y control sobre los individuos pasan de grupos endógenos (clanes familiares, comunidades rurales, latifundios, gremios y grupos étnicos) a ser ejecutadas por agrupaciones estatales, de carácter urbano y centralizado. En esta transición, los individuos salen de grujios locales y reducidos de protección, empiezan a depender más de sí mismos y aumentan su movilidad social y espacial. Esto afecta su seguridad básica v la cohesión interna de sus grujios e implica una creciente separación entre lo público y lo privado, lo mismo que una progresiva diferenciación del individuo frente a sus grujios ele control: familia, clan, vecindario, grupo étnico, etc. Así, para Elias, el jnoceso civilízateme) se da como aspecto subjetivo de este proceso global ele diferenciación e integración, en el ejue la sociedad va jíerfcccionando su control sobre las condiciones necesarias para su supervivencia y su organización interna. En esc proceso subjetivo, van surgiendo modelos ele autocontrol y autorregulación cada vez más estrictos, que cubren a un mayor número de personas y penetran en la estructura psíquica de los individuos. Esta autorregulación se expresa, por ejemplo, en el uso generalizado del reloj, que permite sincronizar y coordinar las actividades eleindividuos y grupos jDor medio de la aceptación de una medida común de tiemjDO. Lo misme) ocurre con la dimensión espacial jíor medio de la obediencia a las señales ele tráfico, semáforos y normas de regulación urbana. Y con la aceptación de la necesidad ele obedecer a la ley, como norma impersonal y objetiva, que regula la interacción de los individuos. Todas estas regulaciones introyectadas simbolizan la pertenenencia a una sociedad mayor, donde se articulan las actividades individuales. El contraste de la realidad social colombiana con los ejemplos señalados evidencia lo lejos que estamos de aceptar estas autorregulaciones y el control estatal del espacio y tiempo en el ejue nos movemos. La impuntualidad generalizada, la no observancia ele las normas de tráfico, la permisividad frente al contrabando y la evasión fiscal, la desconfianza frente- a los aparatos de justicia, la manera como se urbanizaron nuestras ciudades, expresan la no aceptación de un espacio público al cual se articulen nuestros espacios privados.
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Obviamente, como señala Nora Rabonikof, 0 la apelación a la dimensión jmblica dista mucho ele ser unívoca: inicialmentc, la cscisión entre la dimensión pfiblica y privada aparece vinculada a la construcción del Estado moderno y la aparición del mercado, cuando el poder público se consolida como algo sejDarado de la sociedad, encarnado en el Estado. Luego, gradualmente se va pasando a entender lo jjúblico como lo social entendido como el conjunto ele los individuos, que se enfrenta a los Estados autocráticos. En la actual coyuntura de América Latina, la invocación a la esfera pública jDarece estar asociada con el agotamiento del modelo estadocéntrico y la conciencia de la ingenuidad de un llamado abstracto a la sociedad civil para buscar la creación de una esfera autónoma, escenario ele la participación ciudadana: allí, algunos se refieren a la integración sodetal frente a la atomización producida jaor la modernización, que expresaría la necesidad de afirmar una identidad colectiva que integre las individualidades en un movimiento ciudadano a través del reconocimiento recíproco de las diferencias. Pero tanto estas precisiones sobre la apelación a lo público como sus expresiones en la vida cotidiana nos muestran la necesidad de un análisis concreto de las relaciones entre sociedad colombiana y Estado: una sociedad donde no se pasa a las solidaridades abstractas, basadas en la ciudadanía, ni se introyectan formas de autocontrol, ni se dan referencias a una normatividad impersonal, y donde la solución de la mayoría de los problemas no jaasa por el Estado. Todo ello nos obliga a acercarnos a la particularidad del proceso colombiano de construedém del Estado, más allá de los modelos teóricos establecidos.
EL DOMINIO INDIRECTO DEL ESTADO COLONIAL En vailas de sus obras, Charles Tilly' ha venido planteando la necesidad de un acercamiento diferenciado a los procesos de construcNora RABONIKOF, "La n o c i ó n ele lo público y sus p r o b l e m a s : notas p a r a u n a reconsideración'", en REVISTA INTERNACIONAL DE FILOSOFÍA POLÍTICA, No. 2, n o v i e m b r e d e 1993. Charles Tll.l.v, " C a m b i o social y Revolución en Europa, 1492-1990", en HISTORIA SOCIAL, No.15, 1993. Para u n a visión más amplia del p e n s a m i e n t o de Tilly, cfr., Coerción, capital y Estados europeos. 990-1990. Madrid: Alianza editorial, 1992.
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ción del Estado al mostrar que los modelos teóricos del Estado supuestamente moderno no son sino una abstracción de algunos desarrollos históricos concretos, en particular de Francia e Inglaterra. El proceso de estos países dio lugar a lo que Tilly denomina un Estado consolidado, muy distinto de los desarrollos históricos de España y Portugal, heredados de alguna manera por Iberoamérica. No se trataría entonces, como decíamos entonces, de que Colombia hubiera vivido un proceso incompleto de formación de Estadonación sino ejue su evolución refleja más bien un caso particular de dicha formación. En los Estados plenamente consolidados, de acuerdo con este autor, el Estado posee un dominio directo de la sociedad, a la que controla a través de un aparato burocrático de funcionarios directamente pagados por él, un aparato de justicia impersonal y un ejército profesional con pleno monojjolio de la fuerza. Esto implica una separacicSn entre Estado y sociedad civil, j u n t o con una clara delimitación entre los ámbitos público y privado de la existencia. En cambio, el Estado español controlaba las sociedades coloniales indirectamente a través de la estructura de poder local y regional: cabildos de notables locales, de hacendados, mineros y comerciantes, ejercían el poder local y administraban la justicia en primera instancia, en nombre del poder de hecho que poseían de antemano. Solo en una segunda instancia, la administración de justicia pasaba a la Real Audiencia. Tampoco había un ejército colonial en sentido estricto, fuera de las guarniciones de Cartagena y Panamá y la pequeña guardia virreinal, sino que el poder militar era ejercido principalmente por milicias ciudadanas, generalmente bajo el mando de los notables locales.' Pero, además, desde los tiempos coloniales, las ciudades, haciendas, encomiendas y resguardos, integradas a la sociedad mayor y al Estado colonial, coexistieron con espacios vacíos, de tierras insalubres y aisladas, donde el imperio español y el clero católico tenían una escasa presencia. Algunas de estas zonas, como las selvas del Darién o los desiertos ele la Guajira, estaban pobladas por indígenas bastante reacios a la soberanía española y poco dispuestos a Sobre estos aspectos, especialmente lo relativo al fracaso de las reformas militares del período borbónico en la Nueva Granada, cfr. Alian KUFTHE, Military Reforrn and Society in Nnu Granada, 1773-1808, University of Florida Press, 1978. Existe traducción española, publicada por el Banco de la República, Bogotá, 1993.
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integrarse en la economía colonial. Otros territorios, en zonas selváticas y montañosas, sobre lodo en las zonas de vertiente y en los valles interandinos, eran de difícil acceso y de condiciones poco saludables: se convirtieron en zonas de refugio de indios indómitos, ele mestizos reacios al control de la sociedad mayor; de blancos ¡Jobees, que no habían tenido acceso a la jmojiicdad de la tierra en las zonas integradas; de negros y mulatos, libertos o cimarrones, fugados ele las minas y haciendas. Pero este modelo de sociedad empezó a modificarse, a mediados del siglo XVIII, por un proceso ejue sigue caracterizando hasta el día de hoy la historia colombiana, el ele la colonización campesina casi permanente, donde no se da ninguna regulación ni acompañamiento por parte ele la sociedad mayor ni del Estado, sino que la organización de la convivencia social y ciudadana cjueda abandonada al arbitrio y libre juego ele la iniciativa ele personas y grujios? Esta colonización permanente es producto de tensiones estructurales de carácter secular en el agro colombiano, ejue están continuamente exjjulsando poblade'm campesina hacia la periferia del jiaís, donde pronto se reproduce la misma estructura de concentración de la propiedad rural que forzc') a la migración campesina, que coexiste con la colonización de terratenientes, de carácter tradicional o empresarial. Esta coexistencia y comjictenda por la tierra y la mano de obra será frecuentemente conflictiva? Además, esta colonización permanente evidencia ejue omnipotente el control que las haciendas, las estructuras de los pueblos rurales y el clero católico ejercen sobre la rural. Muestra también ejue, desde la segunda mitad
no es tan de poder poblade'm del siglo
Cfr. F e r n á n GONZÁLEZ, "Espacios vacíos y control social a fines d e la Colonia", en Análisis. Conflicto social y violencia en Colombia. No. 4. DOCUMENTOS
OCASIONALES # 60. Bogotá; Cinep, 1990. Fabio ZAMBRAXO. " O c u p a c i ó n del territorio v conflictos sociales en Colombia" v [osé [airo GONZÁLEZ, "(láminos ele O l i e n t e ; aspectos de la colonización c o n t e m p o r á n e a del O r i e n t e c o l o m b i a n o " , en Un país en construcción. Pablamiento, problema agrario y conflicto social, CONTROVERSIA No. 151-152. Bogotá: Cinc-]), 1989. Cfr. Basilio DE O V I E D O , Cualidades y riquezas del Nuevo Reino de Granada. Bogotá: Biblioteca de Historia Nacional, 1930, págs. 255-257, y Virginia Gl 11ÉRREZ DE PINEDA, 1.a familia en Colombia. Trasfondo histórico, yol. I. Bogotá: Universidad Nacional, 1903. Págs.340-343. Las consecuencias políticas d e estas tendencias han sido señaladas en mi artículo "Reflexiones sobre las relaciones entre i d e n t i d a d nacional, b i p a r t i d i s m o e Iglesia católica", V C o n g r e s o de Aní continúa en la página siguiente I
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La violencia política y las dificultades... XVIII, se h a n r o t o los vínculos d e c o n t r o l y d e s o l i d a r i d a d i n t e r n a s d e las c o m u n i d a d e s rurales, c a m p e s i n a s o i n d í g e n a s , c o m o lo evid e n c i a n los i n f o r m e s d e M o r e n o y Escanelón. lo m i s m o ejue o t r o s i n f o r m e s d e la é p o c a .
EL PAPEL DEL BIPARTIDÍSIMO A mi mexlo d e ver, esta situación fue h e r e d a d a p o r la r e p ú b l i c a n e o g r a n a d i n a y c o l o m b i a n a , cuye) sistema político b i p a r t i d i s t a p e r m i t i ó articular a los p o d e r e s locales y r e g i o n a l e s con la n a c i ó n , al ir v i n c u l a n d o las s o l i d a r i d a d e s y r u p t u r a s d e la s o c i e d a d c o n la j i e r t e n e n c i a a u n a u o t r a ele estas especies d e s u b c u l t u r a s políticas, q u e se c o n s t i t u y e r o n e n ck)s f e d e r a c i o n e s d e g r u p o s d e p o d e r e s , r e s p a l d a d o s p o r sus respectivas clientelas. P e r o este tipo d e p o d e res d e h e c h o coexistía c o n e s t r u c t u r a s formales s e m e j a n t e s a las ciclos E s t a d o s m o d e r n o s , ejue d e b í a n estar e n n e g o c i a c i ó n p e r m a n e n te c o n los p r i m e r o s . P o r esto, las d i f e r e n t e s bases sociales d e la vida política se van a h a c e r e v i d e n t e s e n la c o n t r a p o s i c i ó n , a n t e s s e ñ a l a d a , e n t r e colonización c a m p e s i n a , e s p o n t á n e a y aluvional, y e s t r u c t u r a latifundista, t r a d i c i o n a l o e m p r e s a r i a l . Este c o n t r a s t e se va a reflejar e n d o s tijjos d i f e r e n t e s d e adscripdc'm política y d e c o h e s i ó n social, ejue van a t e n e r c o n s e c u e n c i a s p a r a las o p c i o n e s violentas. U n a va a ser la cohesieSn y j e r a r q u í a sociales en las zonas d o n d e predomine') la hac i e n d a colonial con su e s t r u c t u r a c o m j n c m e n t a r i a d e m i n i f u n d i o y tropología, 1990. Francisco Antonio MORENO Y EsCANDCix, Indios y mestizos de la Nueva Granada a finales del siglo XVIII. Bogotá: Banco Popular, 1983. " La existencia de situaciones semajantes en otras zonas del país está coi roben acia por los informes de Mon y Velarde para Antioquia, De Mier para la región del Bajo Magdalena y el franciscano Palacios de la Vega para las Sabanas de Sucre y Córdoba. Lo mismo ejue por estudios más recientes como los de Osear Almario y Eduardo Mejía sobre los orígenes del cainpesinado vallecaucano y los de Francisco Zuluaga sobre clientelismo, guerrilla y bandolerismo social en el valle del Palia. Fernán GONZÁLEZ, Claves de aproximación a la historia política colombiana (mecanografiado, inédito). Cfr. Fernando GLILLÉX MARTÍNEZ. El poder político en Colombia (Bogotá: Ed. Punta de Lanza, 1979) y Fernán GONZÁLEZ, "Poblamiento v conflicto social en la historia colombiana", en Territorios, regiones, sociedades (Bogotá: UnivalleCerec. 1994).
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mano de obra dependiente (aparceros y peones de zonas donde fueron antes muy importantes las encomiendas y los resguardos indígenas) y los pueblos organizados jerárquicamente, desde los primeros años de la Colonia, en torno a los notables locales y sus respectivas clientelas. Así, la población dependiente de la estructura hacendataria va a alinearse políticamente con los dueños de las haciendas, sean éstos del partido que sean. ' Así, peones, arrendatarios y aparceros van a seguir a sus hacendados como soldados en las guerras civiles y como votantes en la lucha electoral. Otros campesinos serán reclutados forzosamente, pero la participadém en la vida de campamento militar y en las acciones bélicas van creando luego ulteriores lazos de cohesión social entre ellos, basados en la camaradería de la lucha común. Estos lazos serán luego reforzados por la llamada venganza de sangre, ejue hará más o menos hereditaria la adscripción partidaria, puesto que cada guerra civil se convertirá en la ocasión del desejuite o venganza del camarada o pariente muerto en la contienda anterior. Así, se va produciendo una cadena de odios heredados, que reproducen las violencias cuando se presenta una ocasión propicia. Otra muy distinta es la cohesión social que se va construyendo en las zonas ele colonización campesina aluvional, proveniente de diversas regiones del país, con diversos componentes étnicos {los pueblos revueltos), que ocupan las vertientes cordilleranas y los valles interandinos. En estas áreas ele colonización marginal, la población estará más disponible a nuevos discursos y mensajes políticos, culturales o religiosos. Hay que notar que en las regiones de la llamada colonización antioejueña, se dan formas ele colonización que varían en el csj)acio y el tiempo: en las primeras etapas y reglones, se produce un transplante de las estructuras jerarejuizadas y patriarcales de los pueblos de origen (casi siempre del Oriente antioqueño). Pero, en las etapas posteriores, en regiones más marginales, se produce otro estilo de colonización más esjiontánco, más libertario y casi anarquista. En estas zonas de colonización aluvional, la participación en las guerras civiles y contiendas electorales es de carácter más voluntario y anárquico: los campesinos se reúnen bajo el Para las relaciones entre hacienda v adscripción bipartidista, se puede consultar a Fernando C U I T E N MARTÍNEZ, El poder político en Colombia. Bogotá: Ed. Planeta Colombiana. 1990.
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La violencia política y las dificultades... m a n d o d e u n caudillo salido d e sus filas, al m a r g e n d e la e s t r u c t u r a d e p o d e r d e la h a c i e n d a y d e los p u e b l o s c o n s o l i d a d o s . F r e c u e n t e m e n t e , los d o s tipos d e a d s c r i p c i ó n coexisten, p e r o los m i e m b r o s ele u n o y o t r o s u e l e n m i r a r s e c o n d e s c o n f i a n z a m u t u a . ' Esta desconfianza es p r o d u c t o del tipo d e a r t i c u l a c i ó n q u e el b i j i a r t i d i s m o i n t r o d u c e e n t r e las e s t r u c t u r a s locales y r e g i o n a l e s del p o d e r y la o r g a n i z a c i ó n c e n t r a l del E s t a d o n a c i o n a l . Estos d o s tipos d e p o b l a m i e n t o y c o h e s i ó n social se reflejan en movilizaciones políticas d e diversa í n d o l e : e n las g u e r r a s civiles del siglo XIX, c o m o la d e los Mil Días (1899-1901), los ejércitos m á s reg u l a r e s se van a r e c l u t a r e n los altiplanos, m i e n t r a s q u e la g u e r r a d e guerrillas va a h a c e r m a y o r p r e s e n c i a e n las z o n a s d e colonizac i ó n d e las v e r t i e n t e s c o r d i l l e r a n a s . T a m b i é n las guerrillas d e la Violencia d e los a ñ o s c i n c u e n t a y las actuales van a e n c o n t r a r su esc e n a r i o privilegiado e n ese t i p o d e r e g i ó n . P e r o t a m b i é n a p a r e c e n g r u p o s d e reales v o l u n t a r i o s , q u e se vinc u l a n a la l u c h a civil p o r m o t i v o s m á s i d e o l ó g i c o s y cuya adscripción política c o r r e s p o n d e a lazos m á s m o d e r n o s d e sociabilidad. Estos e l e m e n t o s d e política m o d e r n a v a n a coexistir casi d e s d e el c o m i e n z o d e n u e s t r a historia política c o n los lazos d e s o l i d a r i d a d t r a d i c i o n a l a n t e s d e s c r i t o s . C o m o a n o t a Fabio Z a m b r a n o , d e s d e el c o m i e n z o d e la vida r e p u b l i c a n a se p r e s e n t a n i n t e n t o s d e movilización política ele grujios d i s t i n t o s d e las élites en u n estilo m á s m o d e r n o d e socialización política: e n 1822, el g e n e r a l S a n t a n d e r trata d e vincular a los a r t e s a n o s a la S o c i e d a d P o p u l a r , m i e n t r a s ejue ent r e 1848 y 1849 se c r e a n 120 s o c i e d a d e s d e m o c r á t i c a s e n t o d o el país p a r a movilizar a los a r t e s a n o s u r b a n o s e n r e s p a l d o d e las ref o r m a s liberales d e m e d i a d o s d e siglo. P e r o la e x p e r i e n c i a d e la p a r t i c i p a c i ó n ele estos g r u p o s e n el g o l p e militar d e Mc-lo e n 1854 c o n d u j o a los d i r i g e n t e s del l i b e r a l i s m o radical a o p o n e r s e a la org a n i z a c i ó n y movilización p o p u l a r . A d e m á s , la existencia ele o t r o s tipos d e sociabilidad política m á s m o d e r n a c o m o la m a s o n e r í a , los c l u b e s y o r g a n i z a c i o n e s políticas El caso que mejor ilustra esta coexistencia es el de la guerra de los mil días. Para ello, se pueden consultar las obras de Carlos Eduardo JARAMII.LO, LOS guerrilleros del novecientos (Bogotá: Ed. Cerec, 1991) y Charles BERGQUIST, Café y Conflicto en Colombia, 1886-19II) (Medellín, Eaes, 1981). Fabio ZAMBRAXO. "El miedo al pueblo. Contradicciones del sistema político colombiano", en Análisis 2. Conflicto social y violencia en Colombia, Doce MENTÓ OCASIONAL No. 53. Bogotá: Cinep, 1989.
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nos llevaron a la necesidad de superar el enfoque excesivamente dualista e n d e modernidad y tradición y buscar formas intermedias entre los dos polos. Por ejemplo, rescatar el jaapcl de intermediación de gamonales y caciques políticos, estudiados por Frane:oisi o
Xavier Cuerra. ' A la vez, hay que tener en cuenta el i n t a c t o de las reformas modernizantes inducidas desde el Estado y las élites, ejue logran ciertos avances selectivos en la búsqueda de un mayor control directo del Estado sobre la sociedad. IDENTIDADES POLÍTICAS EXCLUYENTES
Estos procesos ele migración y cohesión social, este estilo de construcción estatal y estas articulaciones de identidades locales y regionales con la nación, tienen su expresión simbólica en los sentidos de pertenencia ejue se van creando alrededor de ellos. Estos marcos de referencia o imaginarios colectivos se constituyen cu un conjunto de pie-concepciones, preintelecdones y prevaloraciones con los cuales la población se acerca al m u n d o de lo político, para determinar a quién se incluye o excluye ele su comunidad o colectividad política. En general, las a d s o r c i o n e s bijiartidistas se caracterizaban por un alto grado ele intolerancia mutua, que reforzaba, desde el nivel nacional, las exclusiones en que se basaban las identidades locales y regionales. Además, el hecho de haberse tomado la relación con la institución eclesiástica como frontera divisoria entre los partidos reforzó el elemento pasional ejue ya tenían las identidades previas de carácter local. Además, estas identidades se fortalecen más con las experiencias de luchas compartidas en las guerras civiles, con la vida común de campamentos y batallas, junto con los correspondientes odios heredados y las venganzas de sangre, pendientes de generación en generadc'm. Pero todo este conjunto de adscripciones, modernas o tradicionales, confluye en socializaciones políticas maniqueas y excluyentes, que definen un nos-olros, los ejue están adentro de nuestro grupo de referencia, frente a los otros, que están afuera de nuestro marco. En estas configuraciones se juntan identidades y solidaridades primarias ele tipo local y regional, fruto de los procesos ele cois FVancois-Xavier CIERRA. México: del antiguo régimen a la revolución. México: Fondo de Cultura Econcímico, 19S8.
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Ionización antes descritos, con adhesiones más abstractas y solidaridades secundarias. Pero el resultado es siempre la exclusión del otro, del diferente: el habitante del barrio vecino, de la vereda de enfrente, del pueblo cercano, de la región vecina, queda por fuera de mi universo simbólico, porque no pertenece a mi comunidad homogénea. Esta exclusión del otro en el nivel primario se refuerza con la exclusión del otro en el nivel nacional. Todo lo cual exjalica el carácter maniqueo y sectario de nuestras luchas políticas: matar liberales no era pecado para los curas conservadores, porque el liberal comecuras era el otro, por fuera de la comunidad de fieles católicos. Y viceversa, los curas godos (españolizantes, no-patriotas) eran enemigos del progreso y de las ideas democráticas. Pero, estas contraposiciones permitían articular la sociedad nacional con las solidaridades locales y regionales.
EL NO MONOPOLIO ESTATAL DE LA FUERZA Todos estos procesos de poblamiento, organización partidista y creación de imaginarios de pertenencia subyacen al proceso de formación del Estado por la vía del poder indirecto. Este dominio indirecto del Estado implica que el poder estatal no se ejerce a través de instituciones modernas de carácter impersonal sino mediante la estructura de poder previamente existente en la sociedad local o regional, basados en los lazos de cohesión previamente existentes en esos ámbitos. Pero este estilo de poder dificulta la consolidación! del Estado nacional como detentador del monopolio de la fuerza legítima y come:) espacio público general de resolución de conflictos, lo que se expresa en la proclividad a la solución privada o grupal de los problemas, frecuentemente por la vía armada. Esto se traduce en la poca presencia política y el escaso tamaño del Ejército Nacional, que en otros países latinoamericanos vehículo la unidad nacional y sirvió de elemento cohesionador de la sociedad nacional. Esto incide en el no monopolio de la fuerza en manos del Estado nacional, cuyo aparato militar coexiste, durante el siglo XIX, con cuerjios de milicias regionales y grupos armados de carácter privado, al servicio de hacendados y personajes importantes en la vida local.
19 Cfr. F e r n á n GONZÁLEZ. Claves de aproximación a la historia política (inédito).
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En ese sentido, estas carencias del Estado nacional fueron suplidas por los partidos políticos tradicionales, que se construyeron sobre la base social de las jerarquías y cohesión social previamente existentes en las sociedades locales y regionales. Esto produjo un reforzamiento de las identidades locales y regionales desde el nivel de las identidades políticas nacionales: así, la identificación básica de la población con sus grupos primarios ele referencia (parentesco nuclear o extenso, vecindario, paisanaje) se hizo más fuerte por la adscripción a las dos subculturas jiolíticas del liberalismo y conservatismo. Estas subculturas, como federaciones de grupos de notables y comunidades ele sentido, canalizaban y expresaban toda suerte de tensiones sociales y econc'nnicas. El análisis de este proceso ele formación del Estado colombiano muestra que los aparatos estatales no se distancian suficientemente de la sociedad ni logran penetrarla por medio de una administración directa y autónoma, sino que se hace presente en el territorio de manera indirecta, a través ele los mecanismos de poder ya existentes en la sociedad, dejando por fuera a las regiones y grupos periféricos de la sociedad. Este dominio indirecto del Estado sobre la sociedad explica el papel que los partidos tradicionales, el liberalismo y el conservatismo, han venido jugando en la historia política y social de Colombia lo mismo que las dificultades que afrontan actualmente. Estos dos partidos, como dos federaciones de grupos locales y regionales de poder, sirvieron de articuladores de localidades y regiones con la nación, lo mismo que de canalizadores de las tensiones y rupturas que se daban en esos niveles: la pertenencia a uno u otro de los partidos pasaba así por la identidad local y regional. Así, las contradicciones entre regiones y localidades vecinas, los conflictos étnicos, los enfrentamientos intra e intcrfamiliares, los conflictos entre grupos de interés, las luchas de cimarrones contra sus antiguos amos, los conflictos ele resguardos indígenas contra los terratenientes vecinos, las luchas de nuevos grupos sociales y generacionales por el ascenso social, las confrontaciones entre pueblos recién fundados y los pueblos dominantes en cada regiém, fueron desembocando en las adscripciones políticas excluyentes y hereditarias que antes hemos descrito. Así se articulaban los vínculos de solidaridad primaria y tradicional, basados en el parentesco, vecindario, compadrazgo, etc, con los vínculos más abstractos de la ciudadanía y la nación. Pero esteestilo de articulación se muestra cada vez más incapaz de expresar las tensiones y conflictos ele nuevos grujios y regiones: en el pasa-
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do, fracciones del liberalismo lograron expresar escás intereses. Pero, a partir de los años veinte, empiezan a aparecer luchas sociales y movimientos sociales, en las ciudades y los campos, al margen del bijDartidismo. Sin embargo, esta articulación, desde arriba hacia abajo, funcionó, aunque con problemas, durante todo el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX." Es más, donde persiste la cohesión social interna de los poderes locales y regionales y su control sobre la sociedad, no se producen altos niveles de violencia en los años cincuenta, porque estos poderes suplen al Estado. La violencia generalizada estalla cuando se combinan crisis en la estructura nacional de poder con tensiones en las estructuras regionales y locales, a través de las cuales se presenta el dominio indirecto del Estado sobre la sociedad.
LOS PROBLEMAS DEL DOMINIO INDIRECTO DEL ESTADO Este estilo de presencia indirecta permitía que este Estado fuera relativamente barato, y que respondiera bastante bien a la escasez de recursos fiscales del país, que nunca tuvo una gran articulación al mercado mundial, ni grandes booms de exportaciones, que pudieran configurarlo como un Estado rentista: nunca h u b o demasiado oro ni plata, ni guano, cobre, petróleo, trigo o carne de exportaciem, así que la debilidad del Estado respondía a su pobreza fiscal. Por otra parte, el Estado colombiano tampoco tuvo que afrontar las grandes movilizaciones de corte populista, ni grandes migraciones europeas, ni poderosos movimientos sindicales de corte anarquista, ni la ampliación de las capas medias, que caracterizaron a otros países. Por ello, no se produce una masiva ampliación de la ciudadanía, ni grandes presiones de las masas populares y de las clases medias sobre el gasto público, lo que permite un manejo bastante ortodoxo de la economía, sin grandes presiones inflacionarias. Además, la falta de un movimiento populista de carácter indusionario hizo innecesarias las intervenciones militares en la vida política: la vida política colombiana se caracteriza por la casi total ausencia de dictaCfr, Fernán GONZÁLEZ. "Aj)ioximacie)n a la historia política colombiana", en Un país en construcción, val II, Estado, instituciones y cultura política, CONTROVERSIA No. 153-154. Bogotá: Cinep, 1989 (reproducido en Para leer la política. Bogotá: Cinep, 1997).
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duras militares (excepto un corto período en el siglo XIX y la dictadura del general Rojas Pinilla entre 1953-1957, que fue, durante la mayor joarte ele su período, instrumentalizada jior sectores de los partidos tradicionales). Consiguientemente, tampoco se configura un Estado intervencionista e industrializador, ni tampoco u n Estado de bienestar de amplia cobertura: jjor lo tanto, tampoco hay una gran ampliación de una burocracia estatal que produjera un aumento de las capas medias. Por todo ello, la fragmentación existente del jx)der y de la riqueza, que se da en la sociedad civil, la no aparición de un mercado nacional que integrara las diversas economías regionales y la escasez de recursos fiscales se refleja en la llamada precariedad del Estado. Tampoco se produce la aparición de una administracicSn pública jíor encima de los intereses particulares y partidistas, ni un aparato ele justicia, objetivo e impersonal, por encima de los grupos de poderes privados y grupales. El resultado ele este proceso se expresa en la imposibilidad de separar claramente los ámbitos público y privado, y en la dificultad para estructurar instituciones estatales de carácter moderno, lo mismo que para realizar las reformas necesarias para responder adecuadamente a los cambios de la sociedad colombiana. El problema de este tipo de presencia del Estado en la sociedad es que se basa, esencialmente, en la no distinción entre los ámbitos privado y público, que se refleja en la proclividad de la sociedad colombiana a la búsqueda de soluciones privadas a los conflictos. Por ello, para autores como Daniel Pécaut, la violencia colombiana tiene menos que ver con los abusos ele un Estado omnipotente y omnipresente, y mucho más ejue ver con los esjiacios vados que deja el Estado en la sociedad, que queda así abandonada a sus propias fuerzas. En ese sentido, este autor señala que el Estado colombiano signe manteniendo rasgos del siglo XIX, al no estar suficientemente emancipado de las redes de poder privado de la sociedad civil.
Daniel Pécaut. Crónica de dos décadas de política colombiana, 1968-1988. Bogotá: Ed. Siglo XXI, 1988. Págs. 22-23.
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La violencia política y las dificultades... LA D I F I C U L T A D D E EXPRESAR NUEVOS GRUPOS Y PODERES
Por esta carencia de la dimensión pública y esta presencia indirecta del Estado, además del aspecto referente al jDoblamiento, las violencias colombianas tienen ejue ver con la dificultad esencial ele este modelo para integrar y articular los micropoderes y microsociedades en proceso de formación- de las regiones de colonización, con la sociedad mayor y el Estado, dado que éstos hacen presencia en esas regiones indirectamente, a través de las jerarejuías sociales existentes, articuladas en el bipartidismo. La misma dificultad existe para exjnesar en el nivel simbólico, la pertenencia de estas microsociedades al conjunto de la nación, puesto que se consolidan por fuera del sistema bipartidista: lo que está afuera es criminalizado y reprimido. El macartismo anticomunista refuerza el sectarismo excluyeme, jmopio de la cultura política bipartidista. Así, el final de las violencias del año cincuenta y el tránsito a otras formas más ideologizadas de lucha guerrillera muestra la d e ciente incapacidad del sistema político bipartidista para coexistir con grupos locales de poder que escapan a su ámbito de jx>der. Las políticas encaminadas a la reinserción de los guerrilleros y la rehabilitación de las zonas de conflicto de los años cincuenta eran de alcance muy limitado, como muestra Gonzalo Sánchez." Además, tendían a concentrarse en las zonas controladas por el bipartidismo: incluso en ocasiones, como aparece cu uno de los relatos de Alfredo Molano,' beneficiaban más a los amigos de los jefes políticos que a los propios exguerrilleros liberales. Por su parte, las autodefensas influenciadas por el partido comunista emjnezan a evolucionar hacia formas de poder local por fuera del bipartidismo, ejue son criminalizadas como repúblicas independientes por ¡eolíticos conservadores y las fuerzas armadas. La incajDacidad del régimen político jeara asimilar fuerzas políticas ele- carácter local, con una base soda! de colonos camjjcsinos de zonas periféricos, junto con el trabajo ideológico ele activistas del partido comunista, da lugar al surgimiento de las Farc. "" Gonzalo SÁNTHEZ. "Rehabilitación v Violencia bajo el Frente Nacional", en ANÁLISIS POLÍTICO, No. 4, mayo-agosto de 1988. Alfredo M O L A N O . "Vida del capitán B e r n a r d o Giraldo", en Siguiendo el Corte. Relatos de guerras y tierras. Bogotá: El A n c o r a editores, 1989. Págs. 111-113. ') t
[osé ¡airo GONZÁLEZ. El estigma de las Repúblicas Independientes. 1955-1965. (continiia en la página siguiente)
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Por otra parte, los acelerados cambios de la sociedad colombiana producen un debilitamiento del monopolio que lees partidos políticos tradicionales y la Iglesia católica tenían sobre la vida cultural del país. Para ello se combinan factores internos como la rápida urbanización, la ampliación de las capas medias, el aumento de la cobertura educativa, el cambio del rol de la mujer en la sociedad y la acelerada secularización de la sociedad con factores externos como el influjo de las revoluciones del Tercer Mundo (especialmente la cubana), la mayor presencia de las masas pojeulares en la escena política, la mayor apertura del país a las corrientes del pensamiento mundial, el influjo de las varias tendencias del marxismo y los cambios internos de la Iglesia católica. Todos estos cambios fueron haciendo obsoletos los marcos institucionales por medio de los cuales el país solía expresar y canalizar los conflictos y tensiones de la sociedad.""' Scge'm Daniel Pécaut"' v Jorge Orlando Meló,"' los cambios sociales, culturales y económicos de estos años contribuyeron a debilitar las redes de solidaridad tradicional y los correspondientes mecanismos de sujecicSn individual, pero sin construir nuevos mecanismos de convivencia, ni tampoco nuevas formas de legitimidad social. En este contexto de cambios profundos, se presenta la radicalizaciém de los movimientos obrero, estudiantil y campesino. El influjo de la revolución cubana es muy fuerte en las capas medias urbanas y cu la juventud estudiantil, cuyas perspectivas de integración al aparato productivo y al sistema ¡eolítico no son muy claras: surge allí una nueva inlelligentsia, influida por las varias líneas del marxismo y de las ciencias sociales, lo que muestra la pérdida del
Espacios de exclusión (Bogotá: C i n e p , 1992) y E d u a r d o PIZARRO LEOXGÓMEZ, Las Farc (¡949-1966). De la autodefensa a la combinación de todas las formas de lucha (Bogotá, Ed. T e r c e r M u n d o e Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, U.Nacional, 1991). Fernán GONZÁLEZ. "Tradición v M o d e r n i d a d en la política colombiana", en Violencia en la Regiém Andina. El caso Colombia. Bogotá: C?inej) y A p e p , 1993. Daniel PÉCAll. " M o d e r n i d a d , niodernizacicín y cultura", en GACETA, Instit u t o C o l o m b i a n o d e Cultura, Colcultura, # 8, agosto-septiembre de 1990. Jorge O r l a n d o M E L Ó . "Algunas consideraciones globales sobre modernidad y modernización en el caso c o l o m b i a n o " , en ANÁLISIS POLÍTICO No. 10, mayoagosto 1990.
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monopolio que ejercían los partidos tradicionales y la Iglesia católica sobre la vida cultural e intelectual del país."' Por otra paite, los problemas sociales, tanto en las ciudades como en el campo, seguían configurando un caldo de cultivo para las opciones violentas. En ese sentido, las limitaciones de la reforma agraria oficial y la criminalizadón de la protesta campesina acentuaron el divorcio entre movimientos sociales y partidos políticos tradicionales. Además, este divorcio fue profundizado por la presencia de variados movimientos de izquierda, interesados en la radicalización del movimiento campesino. Así, la instrumentalizad ó n ele los movimientos sociales (sindicalismo, movimiento estudiantil, movimientos barriales, cívicos y populares), al servicio de la opción armada, también influye') en la criminalización de la protesta social y en la lectura complotista de la movilización social. Esa instrumentalización ele los movimientos sociales por la izquierda armada, junto con problemas internos, impidió la consolidación de una fuerza democrática de izejuierda, que canalizara el descontento creciente tanto ele las masas populares de la ciudad y del campo como de las capas medias urbanas y articulara a los sectores descontentos con el bipartidismo, ejue comenzaron a proliferar en los años sesenta entre intelectuales, sectores medios y grupos jjopulares. Por otra parte, la criminalización del descontento social, leído desde el enfoque complotista, llevó a la respuesta meramente represiva por parte de los organismos del Estado. Todo lo cual hace que los grupos radicalizados perciban al sistema político como cerrado y como agotadas las vías democráticas ele reforma del Estado, lo que condujo a muchos de estos disidentes a la opción armada. Esta opción se veía favorecida por la escasa presencia estatal en vastos territorios del país (o, su estilo indirecto de presencia, a través de las estructuras locales de poder, todavía en formación) y polla existencia de una tradición de lucha guerrillera, presente en numerosos grupos sociales y antiguos jefes guerrilleros de los años cincuenta, no plenamente insertos en el sistema bipartidista del Frente Nacional. Esto era muy visible en las zonas de colonización, adonde seguían llegando campesinos expulsados por las tensiones del agro y la violencia anterior. Sobre todo, cuando desaparecen el Fabio Lé)PEZ DE LA ROCHE. Izquierdas y cultura política. ¿Oposición alternativa? Bogotá: C i n e p , 1994.
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Movimiento Revolucionario Liberal, MRL, y la Alianza Nacional Popular, Anapo, movimientos ele oposición, ejue de alguna manera canalizaban y articulaban políticamente este descontento social. Así surgen el ELN en 1965 y el EPL en 1967: en el ELN confluyen nuevos actores sociales, salidos de los radicalizados movimientos estudiantil y sindical, influidos por el foquismo castrista, con los viejos protagonistas de- los conflictos rurales del Magdalena medio saniandcreano, resultantes de un proceso aluvional y heterogéneo de colonización campesina, de diverso origen étnico o regional." El proceso de surgimiento del EPL muestra algunas similitudes, con las naturales diferencias regionales: surge en las regiones del Alto Siin'i v Alto San Jorge, como brazo armado del Partido Comunista Marxista Leninista, de inspiración maoísla, cuyos cuadros proceden ele clases medias urbanas, muchos de ellos ele origen antioqueño. Estos cuadros urbanos se encuentra con núcleos ele exguerrilleros liberales de los años cincuenta, ejue habían sido lideraclos por lulio Guerra. Estos exemerrilleros no habían logrado inseriarse plenamente en el sistema bipartidista y seguían motivados por el sentimiento de retaliación producido p o r la violencia anterior: venían huyendo ele la represión de los gobiernos conservadores de entonces y llegaron a colonizar las selvas limítrofes entre los departamentos de Córdoba y Antioquia. Otros guerrilleros de este grupo provenían ele una movilización social más reciente, pues habían sido líderes de las luchas campesinas d e esas regiones, en los primeros años ele la Asociación Nacional ele Usuarios Campesinos, Aune, entre 1969 y 1973. La existencia ele- estas bases sociales de la guerrilla, tanto en estas zonas como en las de colonización campesina donde las Farc tienen presencia, hace ejue la violencia guerrillera no pueda reduAlejo VARGAS. Colonización y conflicto armado. El Magdalena Medio santandereano. Bogotá: C i n e p , 1992. Claudia STEIXER y Gerarcl MARTIN. "El EPL: reinseí c ion política y social", en C U A D E R N O S PARA LA DEMOCRACIA, No, 3, julio ele 1991, y María Victoria URIBE,
"Apuntes para u n a sociología del p r o c e s o d e reinserc ion del EPL" e n La paz: más allá de la guerra. D o c t MEN i o s OCASIONALES # 68. Bogotá: C i n e p , septiemb r e ele 1991 y Ni canto de gloria ni canto fúnebre. El regreso del EFE a la vida civil. C O L E C C I Ó N PAPELES DE PAZ, C i n e p , 1 9 9 4 .
Mauricio ROMERO, Pohlamienlo, conflicto Social y violencia política en el Caribe colombiano, 1950-1986. Estudio de caso sobre el departamento de Córdoba (inédito, copia mecanografiada).
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cirse a una dimensión exclusivamente militar. V, muelle) menos, a formas de delincuencia organizada, así muchas de sus actividades de fínandamienlo (secuestros, apoyo a narcocultivos, robo de ganado) manifiesten tendencias hacia ella. En muchas zonas, los grújeos guerrilleros suplen la ausencia manifiesta de las autoridades estatales, delimitando linderos, protegiendo la jeosesión precaria cielos colonos campesinos, dirimiendo los conflictos familiares y vecinales, c imponiendo normas ele convivencia social. " Por ello tienen cierlee ámbito de poder en el ámbito local, ejue compite con los gamonales y caciques locales, pero el hecho de ejue su presencia sea tan dispersa y periférica limita mucho su capacidad de expresarse políticamente. Pero, en estos años se producen cambios en el actuar y en la naturaleza de la lucha guerrillera: las guerrillas van dejando de moverse solo en las zonas de colonización más o menos periférica y se encaminan más al control de zonas con recursos económicos,' tanto mineros (petróleo, oro, carbón y ferroníquel) como ganadero y agrario (zona bananera de Urabá, palma africana), llegando a expandir su presencia en zonas deprimidas del campesinado andino e incluso en las zonas cafeteras, aprovechando la crisis del grane). El acceso a los recursos del petróleo, a la vacuna y al secuestro de ganaderos y empresarios agrícolas, la vinculación al negocio de la cocaína y heroína, y otras fuentes de financiaciém, han ido permitiendo un aumente) progresivo de frentes y combatientes. Pero, al mismo tiempo, han venido desdibujando la frontera entre la violencia política y la no política y cambiando la naturaleza de la relación entre actores armados y población civil. La necesidad de mantener el control territorial, fíenle a otros actores armados, sean militares o paramilitares, ha llevado a la guerrilla a adoptar medidas de coerción y retaliación sobre la población civil, que cada vez más la distancian ele ella. ''
~ Cfr. los diversos libros sobre zonas ele colonización de Alfredo MOLANO. Daniel PÉCACT, Presen!, passé, futnr de la vio/erice (mecanografiado). Daniel PÉCAUT, "De la Violencia banalizada al t e r r o r i s m o " , en p r e n s a ( p r ó x i m o a a p a r e c e r en la revista CONTROVERSIA). Cfr. los testimonios ele los desplazados en Urabá, recogidos p o r Carlos .Alb e r t o GlRALDO, Urabá. acaban de sentenciar tu destierro. Conflicto armado y desplazados en Colombia. Bogotá: C i n e p , 1997.
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Todos estos procesos rurales se dan en un contexto de éxodo masivo del campo a la ciudad, ejue se inician en los años veinte del presente siglo y se profundizan con los procesos de la Violencia de los años cincuenta. Incluso, los jerocesos de la segunda ola del movimento guerrillero inciden no poco en la aceleración de lees procesos migratorios hacia las ciudades y la consiguiente metropolización de las principales ciudades del país. Esto va a incidir en las modificaciones de los marcos de referencia de los pobladores y en la descomposide'm y recomposición del llamado tejido social de las ciudades grandes e intermedias, donde se va creando un clima proclive a otro tipo de violencia.
LA MIGRACIÓN ALUVIONAL A LAS CIUDADES
Un conjunto similar de problemas se presenta, cuando las mismas condiciones estructurales del agio colombiano, reforzadas por las violencias rurales de los años cincuenta y de las décadas recientes, producen un aceleramiento de la migración campesina a las ciudades grandes c intermedias, cuya cajeacidad de infrastructura y servicios públicos ejueda rebasada por la población creciente. Inicialmentc, esta poblade'm migrante reproduce los sistemas internos de cohesión social y de relación cliente-lista con los partidos tradicionales y la burocracia del Estado. Pero las siguientes generaciones, más socializadas en la vida urbana y más debilitados sus vínculos ele cohesión interna y de relación con el sistema cliente-lista de los partidos, se encuentran más disponibles a nuevos discursos, políticos o religiosos? ' Sobre todo, cuando la población de los barrios no tiene homogeneidad social o regional, sino ejue es producto de olas diferentes de migración. Y, cuando las transformaciones de las ciudades y la crisis económica de algunos sectores produce un deterioro constante de las condiciones de vida de sus barrios y un debilitamiento de los lazos tradicionales o modernos, que constituían el llamado tejido social. En estos barrios, donde el tejido scecial se está apenas construyendo o se está ya debilitando, los diversos grupos o pandillas juveniles (que expresan los primeros pasos de una socialización inciAlfonso TORRES. 1.a ciudad en la sombra. Barrios y luchas populares en Bogotá. 1950-1977. Bogotá: Cinep, 1993.
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piente) pueden servir de espacios de reclutamiento para las guerrillas, rural o urbana, y para las bandas armadas del narcotráfico. ' O, para formas de delincuencia común, pequeña o mediana, y, de manera correspondiente, para el reelutamientee de grupos de vigilantes o milicianos populares, que responden, desde la sociedad civil en formación, a los grupos anteriores. O, más simplemente, las nuevas formas sociales y culturales de estos grupos pueden resultar incomprendidas para las generaciones más viejas. Por todo esto, los grupos juveniles son fácilmente criminalizados y señalados como los otros, distintos de y ajenos a la sociedad mayor, lo que los hace las víctimas principales de formas de limpieza social, por parte de la policía o de grupos privados de autodefensa barrial, muchas veces con la complicidad o apoyo de los grupos dominantes de los mismos barrios. También son frecuentemente víctimas de los enfrentamientos entre grupos de delincuencia común y de éstos con la policía? Estos problemas se agravan en el caso de la migración de campesinos y pobladores desplazados por las actuales violencias: estos pobladores se refugian en ciudades intermedias, cuyas condiciones no les permiten asimilarlos en términos de oportunidades de trabajo ni de prestación de servicios. Estos factores y tendencias a la violencia se profundizan recientemente con la presencia del narcotráfico: la precariedad del Estado y la crisis de los marcees institucionales que suplían a éste, evidencian una fragmentade'm y difusión del poder en la sociedad, cuyo tejido social es un amasijo contradictorio de poderes privados. Ambas, la fragmentadc'm del poder y la precariedad de la presencia estatal, van a facilitar la inserción social y política de poderes privados de nuevo cuño, como los carteles de la droga y los paramilitares de derecha, que distan mucho de ser grupos internamente homogéneos, pero que se mueven en la misma dinámica de poderes privados fragmentarios. La competencia por el poder local en zonas periféricas explica muchos enfrentamientos de estos grupos con las guerrillas, lo mismo que la guerra sucia contra las supuestas o reales bases sociales de la guerrilla. En estos enfrentamientos in-
El c:aso de Medellín ha sido estudiado en varios trabajos por Alonso SAI.AZAR y Ana María JARAMILLO, de la corporación Región. El Cinep ha publicado el libro de ambos, Las subculturas del narcotráfico. Medellín v Bogotá: Cinep, 1992. Carlos ROJAS. La violencia llamada limpieza social. Bogotá: Cinep, 1994.
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terviencn también autoridades del orden local, formales o informales, lo mismo que algunos cíe lees mandos ele la fuerzas de seguridad del mismo ámbito. En este espacio de poder local, aparece también la acción de las guerrillas sobre las autoridades locales de sus zonas de influencia, donde tratan de ejercer una especie de veeduría seebre la administración pública y el gasto social. Según Francisco Thoumi, la principal ventaja comjearativa deColombia para la inserción económica, social y política del narcotráfico tiene que ver con el debilitamiento del Estado, la creciente ilegitimidad del régimen político y la precariedad del control estatal sobre varias zonas del país, junto con los altos niveles de violencia, que redujeron implícitamente el valor de la vida humana y profundizaron la proclividad de los colombianos para recurrir a la violencia para resolver sus conflictos. Además, opina Thoumi, el efecto más imjeortantc del narcotráfico en la economía colombiana fue su efecto catalizador que condujo a un mayor desprecio por la ley y las normas sociales y produjo un clima de rápido enriquecimiento, lee que lleva a aumentar el clima proclive a la violencia ele todo género. Este clima se hizo visible en los barrios periféricos de las ciudades, como las comunas nororientales de Medellín, donde el narcotráfico redutaba sicarios y agentes, lo que producía un auge de la delincuencia comém, la consiguiente formación de grupos ele autodefensa barrial y la corrupción de los cuerpos policiales, que eran percibidos como otro grupo involucrado en esos conflictos, nunca como una fuerza legítima por encima de ellos. El resultado de esta combinación de conflictos de tan diversa índole, donde se combinan nuevos y viejos actores, es la creciente autonomía y difusión de las formas violentas: la guerra pierde la racionalidad de medio político para convertirse en una mezcla inextricable de protagonistas declarados y ejecutantes oficiosos, ejue combinan objetivos políticos y militares con fines econeémicos y sociales, lo mismo ejue iniciativas individuales con acciones colectivas y luchas en el ámbito nacional con enfrentamientos ele carácter regional y local.
Francisco Thoumi, Economía política y narcotráfico. Bogotá: Tercer Mundo editores. 199 1, especialmente las pp. 177-179 y 259-260. 40
Daniel Pécaut, Crónica de dos décadas..., op. cit., págs. 32-33.
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Además, en una etapa ulterior, estas apelaciones a la violencia por motivos políticos, económicos y sociales se difunden ¡ecer todo el tejido de la sociedad colombiana: la violencia se convierte así en el mecanismo ele solución de conflictos privados y grupales. Problemas de notas escolares, enfrentamientos en el tráfico vehicular, problemas entre vecinos, peleas entre borrachos, tienden a resolverse jeor la vía armada, porque no existe la referencia común al Estado ceemo esjeado público de resolución de los conflictos.
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¿Ciudadanos en armas? Francisco Gutiérrez Sanín
Llevo el hierro en las manos, porque en el cuello me pesa Epifanio Mejía
Difícilmente se podrá encontrar un período de la historia de Colombia en el que la figura del ciudadano haya adquirido mayor relevancia que en el inmediatamente anterior y posterior a la Constitución de 1991. La ciudadanía se presentó entonces como una construcción social asociada a dos motivos fundamentales (y fundacionales): como dique de contención a la expansión de la violencia, y como emancipación ele la vieja política (o de la política tout court). La vitalidad de uno y otro motivo tuvo seguramente que ver con la plasticidad semántica de lo civil (o, alternativamente, de lo cívico o lo ciudadano). Se trata de una palabra ejue, por ejemplo, pasa por antónimo ele lo militar (sociedad civil como aquella no involucrada en el conflicto armado). Pero también representa, como en la tradición gramsciana, un espacio diferenciado de la política (sociedad civil como la contraparte ele la sociedad política). Por ello, se jeucle) preservar la connotación ele lo ciudadano como renoProfesor del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional. El artículo presenta algunos resultados de investigación del proyecto "Justicia, ciudadanía y oligopolio de las armas", cofinanciado por Colciencias. Agradezco a César Rocha, a Joséjoaquín Bayona de la Universidad del Valle v a Hernando Roldan y demás colegas del IPC' de Medellín, sin cuyo invaluable aporte no hubiera sido posible adelantar la investigación. Naturalmente, las ideas expresadas aquí sólo me comprometen a mí.
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¿Ciudadanos en armas?
vador, a la vez no dientelista y no violento (Gutiérrez, 1996; Fals Borda, 1996). El diseño, con todo su valor, no estaba exento de riesgos. Si después de Rousseau y de la revolución americana las constituciones han pasado de ser pactos de paz a manifiestos de la voluntad general (Piolines, 1988), la colombiana es una compleja combinación de ambos aspectos. El puente que unía uno y otro y subsanaba sus posibles incompatibilidades era la imagen de una sociedad civil, o de ciudadanos, linealmente separable de los actores violentos; se trataba de dos mundos, para usar la expresic'm dickensiana. Sólo en esa medida el pacto de paz coincidía precisamente con la voluntad —o el clamor— general (dar fin a la guerra). Pcrce la separabilidad lineal entre lo cívico y lo violento constituye un supuesto eminentemente discutible (como lo subraya, entre otras cosas, el creciente desencanto de una porciém de la intelectualidad con categorías como sociedad civil). Por cierto, tradiciones muy largas —tanto en el sentido temporal como en el espacial— privilegian la figura del ciudadano armado (Maquiavelo, 1991; Bookchin, 1995), cuya función militar no se')lo es el cimiento sobre el que reposa la república sino la fuente principal ele virtudes cívicas, comenzando por aquella central e imprescindible del amor a la libertad." A la república, para Maquiavelo, la defienden ciudadanos en armas; al despotismo, mercenarios. La vinculación lógica voluntariado militar de los ciudadanos-solidez de la república obliga en las dos direcciones. Seílo hombres libres, educados en la soberbia independencia de la autonomía, son capaces de comprender el valor fundacional de la libertad como bien público que supeme a todos los demás. Y sólo la república puede delegar la fuerza sin temores. El pueblo en armas es la síntesis republicana de deber y derecho, de resultado y prerrequisito de la educación cívica. La frugalidad del campamento no es una negación de la república y de la libertad; antes la supeme. No sobra recordar que estas tradiciones anidaron con particular fuerza en nuestro país. La expansic'm de la ciudadanía en sus dos procesos
María Eugenia Querubín lo plantea en estos términos: «Si entendemos ciudadanía como la caj)acidad que tiene una persona de construir, con otros, el orden social que él mismo quiere vivir, cumplir y proteger para la dignidad detodos, es claro que ni el provecto de nación, ni el de productividad ni el de ciudadanía j)tieden desligarse del provecto ele convivencia social» (en Sanín, Díaz v Borda, 1997, p. 159). " Y a esto hace alusión el epígrafe de don Epifanio Mejía.
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Erancisco G utiérrez
constitutivos —la sucesiva incorporación de más y más capas sociales a nuevos derechos y titularidades (Marshall, 1965) y la. formación en un conjunto de virtudes y responsabilidades (Boeekchin, 1995; Jacger, 1994)— estuvo íntimamente vinculada a instituciones como las guardias nacionales y a eventos como las guerras civiles? De hecho, la cultura material de la guerra estuvo durante largos períodos asociada a una poderosa imaginería cívica, en donde objetos comee el sable simbolizaban el honor y la valentía; el cuchillo, el disimulo y la traición (impropios de un ciudadano,); y el látigo, la emancipación ce el desorden social (Gutiérrez, 1995). Como herencia en tono menor de esta sobrecarga de sentido, hoy miles de colombianos salen el 20 de julio a las calles a presenciar el desfile de las armas de la república, sacralizadas como patrimonio de la democracia (y no como instrumentos de destrucción y muerte). Si la separación lineal entre lo violento y lee cívico es imposible, comee acabo de sugerir, entonces no sólo tenemos una clave de cxjelicadc'm para entender algunas de las dificultades de los diseños constitucionales del 91, sino que además aparecen diversos argumentos para polemizar con interpretaciones tales como las de la existencia de una cultura del terror que en Colombia se articularía lógicamente con una versión tropical del m u n d o hobbesiano (Taussig, citado en Suárez Orozco, 1992). Por el contrario, una jearte muy significativa de nuestra violencia contemporánea, tanto en su factualidad como en su génesis, está asociada a configuraciones sociales que muestran claras regularidades e importantes niveles de institudonalizadón (Uribe, 1997), y que por consiguiente ni se pueden reducir a la simple anarquía ni se pueden caracterizar coUn buen ejemplo son las promesas de emancipación a los esclavos negros que partici¡)aran en uno u otro bando. Por eso es que nuestras guerras decimonónicas, aunque carentes en su mayoría de propósitos y discursos sociales, tuvieron en cambio grandes efectos sociales. Por eso tuvo tanta resonancia el célebre voto de Mariano Ospina Rodríguez por José Hilario López en 1849. Al decir que se inclinaba por el candidato liberal ¡)ara que no lo acuchillaran, retrataba una chusma cercana al mundo de lo natural y carente de las virtudes mínimas (responsabilidad, respete) a la majestad de las instituciones iej)ublicanas) para acceder a la condición de ciudadano, tema en el ejue después insistiría el periódico "La Civilización". La potencia evocadora de la metáfora moral del cuchillo queda resaltada por el hecho de ejue los artesanos también la pusieran en primer lugar en su repertorio argumenta! en contra del mismo Ospina: aprovechando la condición de conspirador septembrino de éste, lo pintaron como un siniestro parricida armado de un cuchillo.
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ino estrictamente hobbesianas. En particular, algunos actores violentos cifran su apuesta sobre valores (proto)cívicos, en el crucial de>ble sentido al que me referí en el párrafo anterior. Por una parte, la violencia y el terror ajearecen como recursos ejue permiten sucesivas v rápidas incorporaciones, como un atajo eficaz para obtener reconocimiento v bienestar ejue de otra forma serían inalcanzables. Es decir, la expansión ele titularidades y derechos a través del chantaje, una modalidad que sin duda hubiera sorprendido a Marshall. Típicamente, el chantaje permite —en realidad obliga a— estar al mismo tiemjeo adentro y afuera. Por otro laclo, la violencia se pone al servicio de una jeedagogía moralizadora: [...] de un tiempo para acá ejue entré a trabajar con la emganizacieín me gustaron mucho los festivales, hermano, por ejemplo cuando hube) un feliz fin de semana cultural, ahí con papayeras, en todo el día concursos de los niñets en bicicletas, en costales con un juego por aquí engrasando un plástico y los niños todo el que llegue al que no se caiga, todos entusiasmados, lodo es hermano es lo más rico, ahí es donde uno pilla la sonrisa de toda la gente, por ejemplo los viejitos jugando por allá domine') y cartas, tomando guarito por allá, las viejitas molestando y haciendo el sancocho. Si me entiende hermano, eso para mi qué nota [...] Quien crea ejue tales discursos imjelican una buena dosis de cinismo, el silenciamiento de la voz ele las víctimas o una pastoralización de las prácticas violentas, con seguridad tiene razón. Pero, a menos de que esté cegado por el horror (sentimiento legítimo, si lo hay) no dejará de notar esta inflexión ele (proto)ciudadanos y pedagogos en armas, ejue quisiera mirarse a sí misma parcial o princijealmente como una ¡eolicía cívica. «Nosotros vinimos en plan de seguridad y trabajo social», afirma un miliciano ele Cali, y éste enunciado es un excelente resumen ele múltiples prácticas armadas dentro del Estado (los frentes de seguridad propiciados por la policía en las grandes ciudades, por ejemplo) y fuera de él. En este artículo, exploraré brevemente —apoyándome ante todo en entrevistas a profundidad a milicianos y guerrilleros de Bogotá, Medellín y Cali, y en el registre) de eventos como juicios, debates y conciliaciones protagonizados por tales actores— algunos de los perfiles de esta eventual (proto)ciudadanía en armas. No pretendo ejue las prácticas y discursos descritos aejuí sean únicos ni ejue estén generalizados, a pesar de que parece haber evidencias ele ejue sí lo están; me basta con mostrar que la violencia extra y paraestatal
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puede afirmarse en discursos afines a los ele una policía cívica, y ejue esto habla elocuentemente acerca del carácter ele la construcción y la naturaleza de cualquier forma de ciudadanía posible en nuestro país. En la primera parte discuto algunas nociones de virtud y territorio que están íntimamente relacionadas con las funciones de policía cívica. Los entrevistados, con pocas excepciones, hacen hincapié en que su dominio territorial actúa como la instauración de un orden específico, que se ancla en las nociones de reciprocidad, educacieén cívica, defensa de valores tradicionales (como cierta moral sexual, por ejemplo) y estados ele ánimo (tranquilidad) perturbados desde afuera. En la segunda parte disculo las diferentes acepciones de estar adentro y estar ajuera, las diversas topologías de inclusión y exclusión, asociadas a estas prácticas armadas. Se muestra que la fragmentación territorial es la otra cara de un proyecto integrador y —a menudo— explícitamente incorporador, en el que la voz de la víctima se silencia, o se pone en sordina, al convertírsela sea en recursos para obtener la integradém, sea en sacrificio necesario para los objetivos del bien común (entendido en clave tanto macro como micro). Q u e d e claro que describir y analizar la racionalización de la violencia ni la justifica ni la redime. Al contrario de lo que establece el aforismo francés para la vida privada, en este tema entenderlo todo no es perdonarlo todo (Suárez Orozco, 1992). En cambio, entender constituye una tarca ¡eolítica y académica de la mayor importancia; permite, entre cetras cosas, poner de relieve las opacidades y líneas de fractura de nuestro adentro cívico ejue se ven reflejadas en ese espejo tan deforme como el afuera armado. GOBIERNO, VIRTUD Y TERRITORIO Los discursos sobre el dominio territorial ejue analizamos coinciden en tres aspectos. En primer lugar, dichas fronteras permiten delimitar diversas nociones de un nosotros depositario de ciertas características, en contraste con un otros desprovisto de ellas. Nótese que esta paleta de nosotros está construida sobre un m u n d o de muchas dimensiones; nosotros los de la cuadra, los del barrio, los de la ciudad (o de una parle de ella; en Bogotá nosotros, los del Sur), los del país, pero también los del pueblo en contraste con, por ejemplo, los delincuentes o la oligarquía. En segundo lugar, en el conjunto de derechos y ele atribuciones que el dominio territorial establece. El nosotros ejueda bajo un 190
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manto ele protección fíente al cual el habitante debe responder ceen reciprocidad, por ejemplo no dando información al enemigo o, en el extremo, participando de las acciones armadas. «Nosotros hemos establecido una relación con los civiles que es muy buena — reprocha un guerrillero a un poblador al que se le está haciendo un juicio en una localidad de Bogotá—. Nosotros los protegemos. Nada les falta. Yo no sé por qué algunos se la pasan soltando la lengua. Nosotros les aseguramos una vida tranquila y en paz. Nunca hemos querido meterlos en la lucha. Algunos se nos han integrado, pero nosotros no se los hemos pedido, con los que somos basta... Nadie puede poner en peligro a la organización. Eso es además una deslealtad. Uno no puede hacer eso con quien lo está protegiendo». Aceptar la acotaciem territorial establecida por el actor armado da a los miembros del nosotrces un conjunto de derechos y títulos que antes no poseían. Por ejemplo, la tranquilidad y la seguridad. En el caso de las milicias de Medellín, aquellas fueron el resultado de la expulsión a sangre y fuego de las bandas y su arbitrariedad («las bandas eran la ley», dice u n miliciano; en cambio ellees establecen reglas de juego públicas, conocidas por todos). En otros casos, nos encontramos con que la tranquilidad dependía de la dificultad (imposibilidad) de que las autoridades del Estado penetraran el territorio. De todas formas, la lucha armada se ve como un proceso de crecimiento personal para el miembro del aparato; aquí tiene un peso indudable el factor clareo (los promedios de edad de quienes participan en estas organizaciones es bastante bajo), pero también ejerce su influencia una clara asodade'm entre práctica de la guerra, superioridad moral y adquisición de derechos. El actor armado sabe más y tiene más virtudes que el poblador, a quien instruye y enseña (volveremos sobre esto más adelante). En tercer lugar, en un conjunto ele teorías sobre el nosotros inmediato, sobre sus perfiles morales. Tales teorías folk acerca de la comunidad, el barrio, la comuna y la gente hacen énfasis sobre todo en dos imágenes: el violento y el egoísta involuntarios, producto por tanto de ciertas condiciones. Varios milicianos de Medellín, por ejemplo, sostienen que «el pueblo está cansado de la violencia... pero es violentce». Se forman vecindarios de dezplazados con particular proclividad a la violencia. Esto se traduce en —y se relaciona con—, la descomposición tanto de la familia y la comunidad solidaria como de los valores que las sustentan, lo que da origen a más violencia. «Hay hogares, hermano, que no han tenido estos
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problemas que han tenido los demás, que de pronto el papá sí se toma unos tragos pero no le pega [al hijo] ni se le pasa a la cama a la hermana, y de prontce tienen con qué ciarle estudio y saben cómo enseñarle a su hijo los valores éticos y morales ele una familia, de un hogar, y de pronto es gente con una mentalidad más abierta. En estos barrios, hermano, se caracteriza mucho el bruto, usted sabe que el ignorante es una persona que no sabe las cosas pero con la mente abierta, pero no es sino enseñarle las cosas y él aprende, en cambio el brutee peer mucho que usted le enseñe no aprende, ahí se queda. En estos barrios por la mala alimentación, hermano, por no tener recreación...». Otra versiem: «Esta comuna, hermano, es producto de la violencia; o sea, los cuchos todos, hable que el 99% son desplazados ele la violencia liberal conservadora, así de sencillo... o sea, esto hermano es producto de la violencia». Vale la pena señalar que una exposición a la que asistí de u n oficial de la policía de Bogotá en un vecindario de estratos 1 y 2 transcurrieé, casi textualmente, sobre las mismas líneas de argumentación: el vecindario estaba constituido por desplazados (también de los años 40 y 50), proclives por tanto a la violencia. El problema se agravaba con la descomposición familiar y la pérdida de valores. La solución ofrecida en ambos casos, tanto del miliciano como del policial, era someterse a la pedagogía armada; es decir, la organización armada se reivindicaba como educador cívico en condiciones particularmente difíciles. Algo similar ocurre con argumentos tejidos alrededor de la necesidad de superar el egoísmo y los rezagos y de formar "verdaderos líderes" emancipados de la politiquería e, incluso, de la política. De hecho, en las sociologías folk de los actores armados (incluyendo cada vez más a las fuerzas armadas oficiales)/' la política aparece como una desgracia fundacional o, en el mejor de los casos, como una modalidad estorbosa de autismo. Estas tres dimensiones de sentido plantean varios problemas: la relación entre individualismo y pertenencia territorial, los posibles ' Un punto de inflexión en el "registro público" (Scott, 1985) colombiano ha sido el creciente espíritu crítico de altos oficiales del Ejército con resjeecto del bipartidismo tradicional, apenas velado en generales como Bonnet y Bedoya. Lái buen ejemplo se encuentra en Lara y Morales, 1997. De manera más capilar, en las campañas de seguridad local de la policía en Bogotá la política (éste no es necesariamente un efecto consciente) se convierte en el fundador de todos los males, al haber provocado la migración, la contaminacieín violenta y el maleamiento (por ejemplo, a través de la corrupción) de los pobladores.
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contenidos anticiudadanos de la acción armada (por ejemplo, ¿no es la reciprocidad simplemente mañosa?), y la tensión dinámica entre el noseelros territorialmente delimitado como referente moral y las teorías folk scebre la violencia y el egoísmce generalizados pero involuntarios. Comencemos con el primero. Varios autores hacen hincapié, a mi juicio erróneamente, en que la generalización de un individualismo desconsiderado (Waldman, 1997) haría las veces ele causa o al menos de catalizador de la violencia. Peer el contrario, nos encontramos conque el individualismo se encuentra atenuado por una verdadera pulsión gregaria entre los actores armados que, además de constituir una visión más o menos articuladora, tiene un claro correlato en actores civiles.' Puede ocurrir frecuentemente que la pulsión gregaria se presente como una dinámica radicalmente fragmentadora: los míos son de esta cuadra, mis enemigos están en la siguiente. Pero el reverso de la medalla es que la roturación del territorio se construye desde un proyecto intensamente unificador y homogeneizador, que busca «que haya justicia en los barrios y que donde no hay orden lo haya». Un proyecto, pues, basado en una ideología de armonía social,' en donde los particularismos se construyen como visiones diferenciadas de cómo construir totalidades morales. Dicho de otree modo, si la economía de consumo unifica a los ciudadanos a través de la aspiración común a ser diferentes, algunas de nuestras violencias parcelan a los ciudadanos a través de formas diferentes de aspirar a ser iguales. De aquí se puede inferir que la fragmentación armada del territorio no significa la anulación de cualquier nocieSn posible de la ciudadanía, no sólo jeor la constatación histórica de que una y otra (fragmentación 1
Como he tenido ocasión de establecer escuchando decenas de reuniones y entrevistas estructuradas y abiertas de líderes comunitarios y políticos de Bogotá. El egoísmo es uno de los valores más severamente castigados y desj)rcciados, al menos en ampliexs sectores sociales de las grandes ciudades del país. Tengo la imj)resión de que Waldman ha confundido individualismo con incapacidad de resolver adecuadamente dilemas sociales a través de la mutua cooperación, dos cosas que no necesariamente tienen que verse como equivalentes. Nótese, a propósito, la similaridad de los esquemas interpretativos del "individualismo desconsiderado" y el "hobbcsianismo tropical". ' Nuestros entrevistados estuvieron expuestos en su gran mayoría al marxismo de manual, del que recordaban más bien poco, pero a medida que se desideologizaban muchos bascularon hacia autores como Kalil Cabrán y Deepak Chopra, cuyos libros describían como un descubrimiento espiritual.
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y ciudadanía) han convivido bajo diversas modalidades, sino por el hecho empírico ele ejue los particularismos territoriales se consideran sobre todo como un active) para poderse incorporar en mejores condiciones a unidades mayores (dudad, región, nación). El gregarismo tiene no sólo una ideología sino una metcedología, no sólo una gramática sino una dramática, en las que se ponen en escena los espacios en común a través de diversas modalidades de fiesta e integración. «Resulta que, por ejemplo, digamos montábamos un operativo a las seis ele la mañana, y a las dos de la tarde estábamos organizando la acción comunal». Trabajo social y seguridad, como ya vimos. Tales servicios son imitables por parte de los adversarios armados, que compiten por tanto entre sí en ambos terrenos. Las actividades ele integración (partidos de fútbol, fiestas, reuniones sociales, juegos, talleres), han sido (re)descubiertas paulatinamente por muchos de los actores en conflicto, y está demostrado que pueden convivir con las espirales de violencia. Pero esto nos lleva directamente al segundo problema. ¿Hasta qué p u n t o valores como la reciprocidad, la armonía, el gregarismo y la moralidad pertenecen al m u n d o ciudadano y hasta qué p u n t o hacen parte de nostalgias premodernas? La reciprocidad, por ejemplo, constituye un operador típicamente mafioso o dientelista (Gambetta, 1996), pero también ciudadano (como lo demuestra 8
En varias ciudades-estado italianas, la columna vertebral de la república estaba constituida por milicias barriales que vigilaban celosamente su autonomía. Algunas de ellas tenían incluso sus propios dialectos, y "los propietarios urbanos estaban tenazmente aferrados no scílo a una ciudad sino a una calle, a una cuadra, a un ambiente -- con un radio de quizás 150 metros" (Martines, 1980, p. .39). En muchas naciones contemporáneas, la fragmentación cultural es ciertamente mucho mayor que la nuestra; por ejemplo, en la India en una misma ciudad pueden convivir decenas de religiones tradicionales, lenguas, sentirlos de identidad de nacional; "una provincia particular puede contener varias naciones o partes de ellas" (Gomen 1997, p. 149). Tales constataciones contrastan con la convicción generalizada de muchos intelectuales y tomadores de decisiones de ejue la palabra "fragmentación" sirve de explicación rutinaria a todas nuestras violencias, y de que "somos marcadamente diferentes unos de otros" (Carta de Civilidad, 1997, j). 11). En realidad, en muchos sentidos Cx)lombia seguramente sea un país comparativamente muy poco fragmentado y regionalizado. 1
Un interesantísimo debate público sobre la relación entre ciudadanía, virtud y rejmblica se ha llevado a cabo alrededor ele la lealtad, motivado por la constancia con la ejue Horacio .Serpa defendió a Ernesto Samper. Para algunos, la lealtad es un valor ele corte mafioso, más o menos sinónimo de complicidad. Para otros, es el símbolo de los valores ejue se deben recuperar en el j)aís.
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elocuentemente Riesenberg, 1992). Si tomáramos de patrón ele diferenciación (weberiano), entre una y otra modalidad la despersonalización de la ley y en general ele las reglas de juego, nos encontraríamos con que la mayoría de las personas con las que dialogamos se encuentran en un punto intermedio entre los dos extremos del espectro. Por un lado, está la personalización absoluta de la ley, que se resuelve en formas ele arbitrariedad también absolutas. Es contra esta modalidad de dominación, encarnada ne) solamente en delincuentes sino también en representantes de los cuerpees armados del Estado, que se crea la organización armada y su correlativo dominio territorial. Por otro lado, está el Estado de derecho, al cual ni guerrillas ni milicias aspiran, ni siquiera discursivamente. Seguramente pesen razones ideológicas para que ello sea así, aunque las evidencias no son claras. En cambio, una razón profunda para que se produzca un bloqueo tan intenso como el que se nota frente al Estado de derecho es que la información es uno de los grandes recursos de guerra en ciudades militarmente parceladas; en un contexto semejante, es imposible acceder a niveles mínimos de garantismo y de libertad de expresión. La logística se superpone a la noción de derecho. La escala misma de lo delictivo queda por tanto asociada a la información: «En el marco de eso, son amigos los que están al lado tuyo, tus aliados, los que te clan información; son neulrets los que no te dan información, pero pasan desapercibidos, ni van, ni vienen; y hay otro tipo de personas ejue es el enemigo, que es el que atenta contra tu organización, contra tu trabajo y que le pasa información al oponente o contrario, eso es catalogado como enemigo. Ese tipo de enemige)s puede desarrollar tareas e informaciones que pueden atentar contra toda una organización, contra toda una comunidad. Dentro de esa cuestión miras qué solución le vas dando; llamada de atención, persuasión, desalojo de la zona, destierro, y en última instancia, la muerte». Posiblemente lo que estemos presenciando sea la construcción " Y no sólo en el terrene) de la reciprocidad, sino también en el de la protección. «Un ciudadano es alguien que disfruta de la libertad común y ele la protección de las autoridades» afirmaba Bodin (citado en Riesenberg, 1992, p. 220), y tras él muchos otros pensadores. Por supuesto, la protección también se puede leer en clave mañosa. Es decir, si aceptáramos que una reciprocidad concreta sobre bienes públicos, mediada por lo personal y resuelta en el mundo de lo privado es esencialmente prernodema, mientras que una abstracta mediada por las nociones de responsabilidad, compromise) cívico y respeto a la lev es moderna.
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de una fcerma específica de SS de comunicación, del marxismce de manual y de la Nueva Era, de la religión y de la economía de mercado, de los thrillers norteamericanos y ele los manuales de operaciones del Ejército, " para forjar su identidad y orientarse en el mundo. Esto se revela claramente en los meandros del discurso moral de los particularismos territoriales (tercer problema). La moralidad que de alguna manera pretende ser representativa de lo que quiere la comunidad, pone un gran énfasis en valores tradicionales ccemo la defensa de la familia, la lucha contra los delitos sexuales — que constituyen el epítome de la peí versieén— y la integración de la comunidad. Hay cierta obsesicén de corte tradidonalista con estos motivos. Pero esto es apenas parte de la historia. Por ejemplo, la integradc'm de mujeres a la actividad armada, la restricción a las posibilidades del uso de la fuerza bruta dentro ele la familia y el aconductamiento de los jeSvenes frente a sus mayores («los jóvenes ya están más aplacados, ya saben qué hacer y qué no hacer», dice un miliciano) pueden haber cambiado de manera irreversible e imprevisible las relaciones entre los géneros, sobre todo ahí donde los particularismos han tenido un dominio más intenso. El discurso que venimos describiendo tiene tres grandes cimientos. Primero que todo, los valores morales como columna vertebral del orden social. La asociación permanente entre moral y seguridad adquiere una ceennotadém logística pero también otra francamente tradidonalista. Las narrativas acerca de la imposideén de la pena de muerte van asociadas ccen bastante regularidad a crímenes sexuales en donde se patenta la posibilidad de la disolución comunitaria. Segundo, y en directa relación con lo anterior, un discurso centrado en el autocontrol y en lo que Foucault (1991) llamó la gubermentalidad (autogobierno), la capacidad de manejar y ordenar las pasiones. Así, pues, Cicerón en el trópico en lugar de Hobbes en el ' Ea lectura ¡)referida de Tirofijo, scgi'tn la biografía que hace de él Alape (1989). 13 Matar violadores y delincuentes sexuales se presenta como un acto legitimador por excelencia. «Hasta el cura nos apoyó», dice un miliciano. Un caso extremo: una j)ersona que migró de Medellín a C?ali y que se reconoce malo, delincuente y no presenta ninguna motivación política, sin embargo explica que se granjee) un amplio aj)oyo en el barrio de Cali donde o¡)eraba porejue «empezamos a matar incluso gratis a los violadores del barrio».
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trópico. Las teorías joIk sobre la comunidad o la gente, cnfatizan el doble aspecto de su carácter fundador (todo se hace para la gente y con la gente) y su falta de educación, autocontrol y civilización que les imjeiden ser verdaderamente ellos. La participación en la lucha armada también se representa como la adquisición de destrezas superiores ele autocontrol. Peer eso, el término limpieza, tan común en la jerga del terror en América Latina, adquiere aquí una inflexión jeedagógica. Se limpia, y se enseña, no a alguien externo, sino a la propia base social que aún no sabe comportarse. Ella se constituye en principal referente de sentido de la lucha armada y factor logístico indispensable, y a la vez en objeto de un riguroso control (que a menudo adquiere un empaque nostálgico: para ser como debieran tienen que volver a ser como eran). En este contexto, el hecho de la muerte se scemete a una neutralización pedagógica, ejue se sintetiza poderosamente en la expresión se murió para narrar un ajusticiamiento. Fueron sus propios errores, su incapacidad de aprender, los que lo mataron; no hubo ni agente ni víctima. El terror y la intimidade'm se recubren con u n manto de pedageegía, lo que implica también tener a disposición una serie de teorías y visiones del Estado. El énfasis en la culjeabilidad del Estado y los de arriba reposa ahora sobre su autismo, indiferencia e incapacidad ele empatia: «De esa realidad [nuestra] no habla ni la burguesía ni el alcalde, poique esos güevones viven en cetro mundo». Es un Estado ejue no es gobierno y que ha renunciado a la implantación del orden; por omisicén, pero también peer accicén, puesto que actúa tantee en el adentro legal como en el afuera dclincuencial. Hay toda una casuística a partir de la experiencia directa de los bandidos de uniforme. Así, pues, una doble renuncia del Estado: moral y pedageégica, que justifica y a la vez crea los particularismos territoriales. En los territorios excluidos no existe ley, por lo tanto, hay que refundarla.
En un primer momento heroico, los particularismos territoriales se construyen en permanente combate contra otros actores armados. Al producirse una relativa estabilización, los enfrentamientos caen en picada y el énfasis se pone en el control sobre los civiles.
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Francisco Gutiérrez T O P O L O G Í A S DE LA EXCLUSIÓN Y LA I N C O R P O R A C I Ó N
Estar afuera invoca dos acepciones diferentes. La primera, portar un estigma, pertenecer involuntariamente a un grupo al que por una razón u otra se le niegan parcial o totalmente tanto sus derechos como las formas elementales de respeto y reconocimiento. Por consiguiente, estar sometido, abajo. La segunda, tener también el estigma pero por haberse salidee, de alguna manera voluntariamente, como sucede en los procesos de incorporación, D y da origen al menos a dos formas de formular una definición de nosotros y los oíros alrededor de las líneas divisorias de la exclusión. En la medida en ejue estar abajo y al lado se encuentran unificados por un mismo concepto (nosotros, los de afuera), hay relaciones de solidaridad, empatia y similitud entre todas las ilegalidades. Por ejemplo, se puede criticar al narcotráfico por sus errores (como cuando se critica a un compañero de lucha que ha perdido la senda) y se le puede elogiar por su inteligencia, pese a haber sido su adversario armado. Por otro ladee, en la medida en que estar arriba y al lado se encuentran unificados por un mismo concepto (los otros, los que no son de abajo), la delincuencia se presenta como un objetivo militar, o como una característica indeseable patrocinada por acción u omisión por el Estado. La plasticidad de esta dialéctica permite presentar en un mismo marco argumental las mil maneras de pasar alternativamente del adentro cívico, al abajo excluido, al afuera delincuendal, sin perder —o perdiendo sólo parcialmente— la ruta de la identidad propia ni la legitimidad. Lo curioso es ejue se imputa (y creo que con razcén) al Estado y a sus agentes un comportamiento similar. El Estado no juega limpio, puesto que fluctúa entre el adentro y el afuera, cuando se supone que debería estar, por definición, plena y totalmente adentre). A la vez, el Estado no juega limpio porque se parece en su comportamiento amista al arriba, cuando peer definición debería ser plena y totalmente de todos. Nótese que esta crítica al Estado tiene dos propiedades importantes. Primero, no parece consistente. Una cosa es pedir ejue el Estado se vava, otra (ojeuesta) que esté aquí. Pero la inconsistencia
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desaparece si pensamos los particularismos territoriales como una forma de acopiar activos para presionar incorporaciones que ele otra manera hubieran sido imposibles. Es decir, la violencia se ejerce afuera y abajo, pero para estar adentro (y eventualmente arriba). «En Colombia hay que ser rico ce hay ejue ser peligroso», dice una miliciana a Alonso Salazar (1993), y posiblemente no haya aforismo más potente jeara poner de relieve lo ejue está e n j u e g o para muchos actores cuando tratan de construirse sodalmente como peligrosos. ' Pero su relación con el Estado no se agceta en la dinámica presencia-ausencia. Igualmente importante es el segundo aspecto: la existencia del Estado-faltón crea una amplia familia de estructuras de oportunidad (Tarrow, 1994) para adelantar la actividad armada. Es decir, las fallas, en el sentido geotógico, de nuestro Estado motivan la lucha, pero a la vez la alimentan. En el plano discursivo, que es en el que principalmente nos hemos movido aquí, la arbitrariedad estatal estimula simultáneamente la indignación y la imitación. Es lo que en otra parte llamo la gran metonimia: como el todo (el Estado) se comporta arbitrariamente, ¿por qué no la parte (yo o mi grupo)? «Aquí se ve gente que hace las peores cosas, hasta las más sanguinarias. Vea la ley: es el gobierno con licencia para matar. Entonces, ¿uno por qué no puede hacer sus cosas?» (Salazar 17
y Jaramillo, 1992). La gran metonimia crea toda un efecto de dote y una economía moral (Thompson, 1995), un sistema de expectativas sobre cosas a las que naturalmente tengo derecho (comenzando por lo principal y más paradójico, el derecho de transitar entre la legalidad y la ilegalidad) y que no me pueden ser arrebatadas. Por eso, en un giro perverso, la economía moral creada por el Estado-faltón conecta con las nociones de ciudadanía vivida de los actores armados. Permite articular la violencia en un lenguaje de derechos e incorjeoradones; simula por tanto el lenguaje de los ciudadanos (Marshall, 1965). Ofrece un repertorio argumental muy potente (la gran meteminúa) para legitimarse. Increíble, trágicamente, en un bizarro juego ele espejos el Estadce imita a su imita-
' Un ejemplo reciente (y atioz) del uso de este mecanismo lo ofrecen las masacres de los paramilitares, cometidas supuestamente para que se les reconociera como actor político. ' Se puede comprobar con relativa facilidad que la gran metonimia es un recurso argumental utilizado prolíficamente por muchos actores, no solo el narcotráfico o los grupos armados (Gutiérrez, en preparación).
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clor, y justifica sus ilegalidades, atropellos y violencias sobre la base ele que los otros también lo hacen. CONCLUSIONES La mayoría de las personas que hablan en este breve relato están convencidas ele ser, ele una ti otra manera, cívicas. A veces, protagonistas de la vida ciudadana: «Somos la oficialidad de la civilidad», comentaba un miliciano sobre sus perspectivas de reinserción. Véase esta otra declaradém: Como milicias nos consideramos el resurgir del movimiento cívico y de reinv indicaciones sociales en favor de la calidad de los servicios públicos, de la vivienda, de la educación y en general ele lo ejue tiene que ver con el bienestar social. Como va lo dijimos, las milicias son la comunidad organizada, no somos guerrilla, lo más aceptado ejue podría decirse es que las milicias somos el brazo aliñado del movimiento cívico y de las comunas pobres que no aguantan más (Téllez, 1995, ¡). 68). Hemos mostrado aquí que este tipo ele autodeílnidón no se puede equiparar ni a simple cinismo ni a pura exjeresicSn de resistencia. Es, por el contrario, algo ejue se parece a la ciudadanía: habla el lenguaje de los derechos, de las virtudes y de la pedagogía, ('lama contra la injusticia y las formas extremas de asimetría, pero toma ele ellas sus recursos. Tampoco se trata sólo de marginamiento y desesperación. No nos enfrentamos aquí al esterecetipo de no futuro; aún más, todas las personas a quienes se les preguntó explícitamente, podían imaginar su futuro dentro de la legalidad, algunos como administradores, otros como ingenieros o, como en el caso ele miembros de diferentes pandillas de Bogotá, como agentes de cuerpos de seguridad del Estado. Estamos hablando, pues, deuna ruta para ir hacia adentro. Ser peligroso constituye una forma dehacerse a una semántica, anómala por supuesto, de la incorporación. Pero la anomalía no es casual. Es imitativa —de parte y parte—. El estatus privilegiado del informante v el policía sobre cualquier otro tipo de figura cívica: la tutela pedagógico-militar sobre las prácticas ciudadanas, y por tanto la negacieén del papel civilizador del disenso; la porosidad contumaz entre el adentro v el afuera; el silendamiento ele la voz ele la víctima como sacrificio en aras del orden; el énfasis en la obediencia y los valores tradicionales; las 20(1
¿Ciudadanos en armas? m a n i o b r a s d e r e d i s t r i b u c i ó n d e la culpa, q u e p i n t a n a los ( p r o t o ) E s t a d o s c o m o víctimas del a t r a s o d e los c i u d a d a n o s ; la defensa i n d i g n a d a d e lo q u e se c o n s i d e r a i r r e n u n c i a b l e m e n t e m í o : t o d o estce se e n c u e n t r a a los dees l a d o s del espejo, y c o n s t i t u y e la m a t e r i a p r i m a d e las f o r m a s h e g e m ó n i c a s d e vivir y c o n c e b i r n u e s t r o civismo.
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TERCERA PARTE
Guerra y castigo
Etnia y guerra: relación ausente en los estudios sobre las violencias colombianas Jaime Arocha Rodríguez
ETNICIDAD Y DISCRIMINACIÓN SOCIAL, DIMENSIONES INVISIBILIZADAS ¿Por qué los analistas ele las violencias colombianas se han ocupado poco de las dimensiones étnicas y socioraciales de los conflictos políticos y territoriales ejue se extienden de manera acelerada por todo el país? Ilustro mi preocupación mediante un suceso reciente. El 2 de febrero ele 1998, uno de los noticieros de la franja de las siete de la noche se refirió al reclutamiento de niños jeor parte de las Farc en el departamento de Antioquia. El video mostraba un escenario selvático, donde figuraban menores portando armas, y el aurlio se refería a la forma como habían sido utilizados contra su voluntad para formar la vanguardia de choque en varios asaltos. Sin excepción, todos los retratados eran niños y niñas de piel negra. Trato de recordar estudios sobre la afiliación scedoradal de los llamados actores de la violencia o de las víctimas de masacres v desjelazamientos, v no se me viene a la mente ningún nombre. Desde el punto ele vista de la historia, el interrogante sobre el vínculo que puede unir etnicidad, discriminación y violencia mereProfesor Asociado, Departamento de Antropología y Centro ele Estudios .Sociales, Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia.
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Jaime A roe ha
ce responderse. A partir de la colonia, tal relación ha coexistido con la formación de dominios territoriales, la extracción del trabajo y la producción de riejueza. Por una jearte, la inijeosidón acelerada de la hegemonía colonial se debió al uso del terror como mediador de casi todas los nexos entre la minoría blanca y los llamados irracionales, fueran ellos gente india o negra (Taussig 1991: 5). Por otra parte, el comercio triangular que a partir del siglo XV ligó a Europa con América y África se fundamente') en la usurpación de los territorios indígenas y en la desterritorializadón simultánea de las sociedades del África occidental, central y centroccidental (Maya 1993). Los pueblos de ambos continentes desplegaron una amjelia batería ele modos de resistencia ccentra la jeérdida de la libertad y el exterminio físico, incluyendo la rebelión abierta, el cimarronaje, el saboteo a las explotaciones agrícolas, ganaderas y mineras de los eurojeeces, y la automanumisic'm, entre otros (Arocha 1998: 343). La reacción de los colonizadores también fue diversa; abarcó la represión militar, la evangelizadc'm o el juzgamiento de los rebeldes por parte de tribunales civiles o eclesiásticos como los de la Inquisición (ibid.). Sin embargo, la imposición cjuizás más incidiosa consistió en un sistema de clasificación y escalafonamiento social por castas raciales (Andrews 1996). Éste se concretó mediante denominaciones precisas de los fenotijeos, para dar cuenta ele las distintas formas de mezcla racial y reglamentar las conductas admisibles para cada estrato (ibid.). Dentro ele este ordenamiento, pese a tener que ser bautizados y evangelizados, los cautivos africanos tenían el carácter de bienes muebles, cuya insumisión lees amos podían controlar ajelicando castigos físicos y torturas (Comisión de Estudios sobre la Violencia en Colombia 1995: 105-107; Maya 1996a). Los llamados códigos negros especificaban ejue esas formas ele represión eran jeunibles tan scSlo en caso de que el esdavizador pusiera en peligro la vida del esclavizado o su capacidad de reproducción (Friedemann y Arocha 1986: 13-16; Comisic'm de Estudios sobre la Violencia en Colombia 1995: 106). Algo similar sucedió con los indígenas, antes de que les fuera reconocido su carácter de seres humanos (ibid.). Funcione'), pues, un aparato que; (i) Escalafonaba la gravedad de la violencia ejercida contra miembros de pueblos étnicos del África y de América (Taussig 1991); (ii) Dejaba cu la impunidad conductas que sí eran sancionadas con severidad cuando se ejercían en contra de los europeos (ibid.); (iii) Materializaba formas de segregación 206
Finia y guerra...
espacial, laboral y social, cuya contravención era punible (Friedemann y Arocha 1986: 185-197); (iv) Recibía refuerzos y legitimidad mediante el sistema educativo; (v) Mantuvo su vigencia hasta finales del siglo XVIII, cuando las reformas borbónicas fueron desmontando la terminología pigmentocrática (Andrews 1996); y (vi) Sumando los factores anteriores, fue creandce hábitos de discriminación socioradal, tanto en lo que se refiere a la percepción de los miembros de las castas inferiores, como en lo tocante a la conducta apropiada de los europeos hacia ellas. Cuando hablo de hábitos, me refiero a patrones en el tiempo, cuya reiteración saca a las conductas que dependen de ellos de la esfera del proceso consciente y las ubica en los terrenos del automatismo V mecanicidad similares a los de las reacciones dominadas por el instinto (Bateson 1991: 70-71, 88-101; 196). Hipotetizo que de esa habituación depende la persistencia actual de patrones de discriminación e impunidad que la Comisión de Superación de la Violencia identificó del siguiente modo, al referirse a las Causas y manifestaciones de la violencia ejercida por funcionarios oficiales (1992: 145-146): [...] Admitir ejue todos los colombianos sin excepción tienen los mismos derechexs [...] ha sido traumático v difícil de asumir en la práctica de las relaciones cotidianas, salj)icadas de notorias diferencias de cultura y de fisonomía, diferencias que a veces se repugnan. Esta mentalidad de discriminación [...] existe también en los agentes del Estado encargados de velar jeor la seguridad ciudadana. Imbuidos de esa concepcicín en el uso de las armas oficiales, su actitud discriminatoria se ve reforzada al enfrentarse a diario con individuos provenientes de sectores desvalidos de la población, que estadísticamente constituyen el gruese) de personas capturadas en actos de delincuencia [...]. No obstante las huellas que esta historia deje') en la estratificación social latinoamericana y, por lo tanto, en la formación de los Estados modernees (Andrews 1996), los violentólogos contemporáneos han desdeñado el estudice de las relaciones entre cultura y violencia ce entre etnicidad y conflicto (Arocha Í998: 352-355). El menosprecio del jeensamiento social hacia los fenómenos objeto de esta reflexie'm también es inconsecuente con el protagonismee que las fricciones étnicas han tenido en el contexto mundial a partir cicla caída del muro de Berlín (Croucher 1996).
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Dentro de la Comisión sobre Movimientos Sociales y Políticos que sesionó en Cartagena el 2 de junio de 1997 como parte del Cuarto Congreso de Investigación-Acción Participativa, el africano Asafa Jálala hizo énfasis en que en el escenario actual de globalización, quienes fueron catalogados por las ciencias sociales como pueblos sin historia resucitan en calidad de jearlicipantes y protagonistas en la creación de la sociedad del futuro (Jalata 1997). Resalte') que en todos los puntos del planeta se están concretando las fases culminantes de luchas y resistencias inconclusas en pro de la autodeterminación y en contra de la dominación colonial (ibid.), y cjue el resultado de ellas se hace realidad ya sea en la constitución de Estados jeluriétnicos y mullinaculturales ce en el rompimiento cielos Estados dominados mediante la coerción por una sola etnonación (ibid.). Esta figuración renovada de lo étnicte en el contexto mundial también debería suscitar el interés del pensamiento social por la forma como ha falseado las predicciones de académicos marxistas y liberales. De acuerdo con Jalata, ambas escuelas de pensadores elaboraron conocimientos que llamaron universales y aplicaron para ocultar o distorsionar la historia de las etnonaciones o para reducir su presente a una prolongación indeseable ele la barbarie (ibid.). Peer si fuera poco, también juzgaron el disenso cultural como atributo transitorio, propio de pueblos atrasados, premodernos o arcaicos, superable mediante el desarrollo o la revolución (ibid.). Hoy no sólo se constata el aumento de la intensidad y el número de revitalizacicenes de identidades étnicas y nacionales, sino reelaboraciones de ellas mediante aportes contemporáneos (Croucher 1996), ele particular relevancia en el campo ele las luchas para ojeonerse a la reiterada expulsión de territorios ancestrales y a la también reiterada incorporación desventajosa en los mercados laborales (Jalata 1997). Sin embargo, lees movimientos de reconstrucción y revitalización étnico-territorial no siemjere desembocan en nuevas formas ele democracia y jeaz. Esta paradoja se debe a factores complejos, entre los que figuran: (i) El debilitamiento de los Estados nacionales, como respuesta a nuevas reglas que el capital transnacional crea ¡eara aumentar la permeabilidad fronteriza y, ele ese modo, acceder con más facilidad a los recursos naturales y humanos de los países del sur (Lins Ribeiro 1997); (ii) La irrupción simultánea de Organizaciones No Cubernamcntalcs, ONG, cajeaces de sustituir tanto poderes estatales, como políticos partidistas (Gianoten y de Wit 208
Finia y guerra... 1997); (iii) El s u r g i m i e n t o ele n u e v a s élites en c a m p o s c o m o el tráfico d e e s t u p e f a c i e n t e s y a r m a s , cuya c o n c e n t r a c i ó n del p o d e r econ ó m i c o p a r e c e r í a n o t e n e r a n t e c e d e n t e s y estar ligada al a c c e s o y control de una tecnología de comunicaciones que ha c o m p r i m i d o la d i m e n s i ó n e s p a c i o - t e m p o r a l (Lins R i b e i r o 1997); y (iv) La p é r d i d a ele i m p o r t a n c i a d e la g e s t i ó n n a c i o n a l p o r la f o r m a c i ó n d e n u e vos tijeos d e o p i n i ó n y accicén i n t e r n a c i o n a l d e b i d o a la i n t e g r a c i ó n —vía Internet— ele r e d e s d e c o m u n i d a d e s virtuales a g l u t i n a d a s alrededor de temáticas de género, participación ciudadana, derechos h u m a n o s y d e f e n s a del m e d i o a m b i e n t e (ibid.).
FUNDAMENTALISMO CULTURAL D e n t r o d e este p a n o r a m a , y p a r a el caso e u r o p e o , \ r e r e n a Stcelcke (1995) ve c o n p r e o c u p a c i ó n comee la r e t ó r i c a del fundamentalismo cultural s u p l a n t a al d i s c u r s o racista c o m o m e d i o d e e x c l u s i ó n étnica. R e t o m o la a p r o x i m a d e ' m d e ella, p o r enante) c r e o q u e e n n u e s t r o m e d i o s o m o s testigos d e la p o p u l a r i z a c i ó n d e esa f o r m a ele e s e n d a l i s m o , p e r o ya n o d e s d e la d e r e c h a : En vez de hacer énfasis sobre los legade)s ele las diferentes razas humanas, el fundamentalismo cultural contemporáneo [..,] resalta las diferencias culturales y su inconmensurabilidad [...y además exhalla] identidades y lealtades nacionales primigenias [... Proponela] resurrección aparentemente anacrónica, en el m u n d o moderno, globalizado económicamente, de u n resallado sentido de identidad primordial, diferenciación cultural y exclusividad. Lo que distingue al racismo de esta forma de fundamentalismo cultural es el m o d o como éste último percibe a quienes supuestamente amenazan la paz social de la nación [... En] el discurso eulluralista, más que las ideas sobre diversidad cultural infranqueable o algo así como un cttlturalismo biológico, [sobresale el presupuesto] de ejue las relaciones entre diferentes culturas son [atávicamente] hostiles y mutuamente destructivas, porque hace parte de la naturaleza humana el ser etnocéntrico; entonces, por el propio bien de ellas, diferentes culturas deben mantenerse aparte (Stolcke 1995: 4, 5. Traducción del autor).
Hécte>r Díaz Polanco se vale de la noción de cuartomundi.srno para hacer la crítica del indianismo excluyeme en América Latina (Dinand 1987),
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Por contraste, y con el propósito de aclarar la discución que sigue, defino cultura como epistemología local y epistemología en términos de «[...] agregado de presupuestos que subyacen a todas las interacciones y comunicaciones entre personas [...]» (Bateseen y Bateson 1988: 97). Considero, además, a la etnicidad como el conjunto de rasgos particulares que evoluciona un pueblo a lo largo de su historia de interacciones con otros pueblos, con la nación y con el ámbito del cual deriva su sustento. Dentro de esos rasgos, son preponderantes: (i) El fenotipo —la raza— debido al papel discriminatorio y excluyeme que los grújeos dominantes le han otorgado; y (ii) La autoccensciencia étnica porque cuando se la convierte en circulante [eolítico da jeie a que el fundamenialisme) la considere como el marcador por excelencia de- la identidad histórico-cultural, y a que le desconozca esa identidad a quienes no ejercen la militand a étnica (Stavenhagen 1988, 1989). Sin embargo, también es posible identificar y describir otros rasgos que permiten documentar — desde afuera— qué tan diferenciado es un pueblo y cómo su autoconsciencia étnica puede no tener valores constantes, sino estar sujeta a desactivaciones, reformulaciones e innovaciones, según momentos de rejeresión, discriminación o particijeadón democrática (ibid.; Croucher 1996). En apoyo de mis argumentos, presentaré datos etnohistóricos y etnográficos provenientes del jeroyecto titulado Los baudoseños: convivencia y poliponía ecológica,' cuyo objetivo princijeal consistió en combinar los métodos de la historia natural con los de la historia cultural, para comprender, describir y, de ese modo, reforzar los ¡eatrones de convivencia interétnica y ambiental ejue los afrodescendientes venían evolucionando en el Choce') biogeográfíco por lo menos durante los últimos 2.50 años.
Esta investigación tuvo sus orígenes en dos expediciones etnográficas al alto Batido ejue se llevaron a cabo en 1992 con el auspicio de la Asociación Campesina del Baudó (Acaba), Codechocó v la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia. A partir de enero de 1995, comenzó el trabajo investigativo con apoyos de Colciencias, el Centro Norte Sur de la Universidad de Miami, Unesco y el Chulee de la Universidad Nacional de Colombia. Además de la coinvestigadora princijeal, la historiadora Adriana Maya, el equipo contó con los etnógrafos Javier Moreno v fosé Fernando Serrano, los historiadores Orián Jiménez y Sergio Mosquera, y la bióloga Stella Suárez.
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El mu y guerra.
Litoral Pacífico Colombia
Tomado de: Friedemann, Nina S. de. Críele, críele son: del Pacifico negro. Bogotá: Planeta editorial (Espejo de Colombia), 1989, p. 183.
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¡aune Arocha
Dibujo de Dolly Ramírez L,
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Finia y guerra... VIOLENTOLOGJA E INVISIBILIDAD D E LAS DIMENSIONES ÉTNICAS
Hechas estas aclaraciones conceptuales, retomo la propuesta central de este ensayo: en sus investigaciones, los violentólogos quizás deban apersonarse con más firmeza de las relaciones entre etnicidad, discriminación sodoracial y violencia. Hago esta proposición, en primer lugar, porque aún diez años después de jeublicadas las recomendaciones del informe que la Comisión de Estudios sobre la Violencia en Colombia titule') Colombia: violencia y democracia, la violentología tiende a desdeñar, entre cetros aspectos ele la relación cultura-violencia, el estudio de las dimensiones étnicas de los conflictos territoriales y políticos, así como el influjo ejue la discriminación racial puede tener sobre la impunidad. En segundo término, jeorque cuando esa disciplina no desestima tales dimensiones, continúa inclinándose a reducir lo étnico a lo indígena. Trataré cle demostrar que estos vacíos corresjeonden a un patrón de fundamentalismo cultural ejue estereotipa la realidad y jeor lo tanto reduce la capacidad predictiva del pensamiento social, como jeuecle apreciarse en una obra, Pacificar la paz, la cual no atinó a prever las jerobabilidades de que —en menos de u n lustro— el litoral Pacífico dejara de figurar en el mapa de los refugios de paz y pasara a la cartografía de la guerra. Este tijeo de limitaciones resulta preocupante en vista de la forma como el Estado sigue acercándose a los intelectuales en busca de recomendaciones para impedir o detener la proliferación de agresiones armadas. Una demostración! empírica ele la pertinencia de los sujeuestos de esta reflexión requeriría un estudio cuantitativo que —dentro délos análisis acerca de las violencias en Colombia— detállala, entre En Colombia con este término se designan los especialistas en analizar la violencia. Fue introducido en 19S7 por la periodista Constanza Bautista a raí/ de una entrevista que le hizo a los miembros de la Comisión de Estudios sobre la Violencia en Colombia acerca de trabajo de eonsultoría ejue adelantaban a petición de los entonces presidente de la Rc-])ública, Dr. Virgilio Barco y Ministro de Gobierno, Dr. Fernando Cepeda. El equipo al cual hago referencia fue coordinado por el historiador Gonzalo Sánchez e incluyó a los soc iólogos Alvaro Camacho, Alvaro Gu/.mán. Carlos Eduardo faramillo, Carlos Miguel Ortiz y Santiago Peláez. al politólogo Eduardo Pizarro, al general retirado Luis Alberto Andrade v a los antropólogos Darío Fajardo y Jaime Arocha. Su informe se titule) Colombia: violencia y democracia v fue reeditado por el Instituto de Estudios Políticos v Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia en noviembre de 1995.
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otros temas, el peso de estudios sobre temáticas como exclusión e inclusión racial y étnica; composición sociceracial de los distintos conjuntos de actores violentos; desplazamientos forzados de territorios ancestrales y la negación de derechees individuales y etnonacionales. Sin embargo, un repaso de los números ejue en sus diez años de existencia han publicado revistas como Foro o Análisis Político, muestra que ese tipo de temas ha sido más bien insignificante. Esta característica también se deduce al revisar panoramas generales como el que trazó Carlos Miguel Ortíz (1992) para dar cuenta de las tendencias fundamentales que tomó el campo de la violentologia entre 1962 y 1992. Otra de esas visiones consiste en la presentación que aparece en la edición de 1995 del libro Colombia: violencia y democracia. Su autor, Gonzalo Sánchez, se pregunta peer los resultados del esfuerzo de los académicos convocados por el Estado para p r o p o n e r vías hacia la paz, reseñando el papel ele la Comisión de Estudios sobre la Violencia en Colombia, ejue él coordinó y es autora del libro en mención, así comee el de la Comisión de Sujeeración de la Violencia. Sin embargo, omite el trabajo de equipos comparables que abordaron lees tópicces de interés jeara este ensayo. Entre ellas figuran la Comisión de Violencia y Televisión, creada por el Ministerio de Comunicaciones para profundizar aspectos desarrollados en el capítulo "Violencia y medios ele comunicación" de la obra citada, mediante el libro Televisión y violencia, cuya segunda edición fue publicada por Colciendas en 1989. También, el de la Subcomisión sobre Igualdad y Derechos étnicos que operó entre octubre y diciembre de 1990, dentro de la Asamblea Preparatceria de la Constituyente de 1991 y vincule') académicos indianistas y affoamericanislas con activistas, asesores y miembros de las organizaciones de la base de ambos jeueblos, en un intento por desarrollar jeropuestas de articulado constitucional que jeusieran a la nación en el camino hacia una amplia inclusión étnica (Jimeno 1990-1991). Por último, menciono la Comisión Esjeecial para las Comunidades Negras cuya resjeonsabilidad consistió en darle vida al artículo transitorio 55 de la Constitución ele 1991, mediante lo que en 1993 sería la Ley 70 (Arocha 1994). Esta ley reconoce y legitima la identidad afrocolombiana y especifica los derechos étnicoterriioriales y ¡eolíticos que se derivan ele esa identidad (ibid.). Estas omisiones son paradójicas si se tiene cu cuenta que hicieron parte de un jeroceso hacia la inclusión étnica, entre cuyos hitos figura una de las recomendaciones del grupo de expertos que Sánchez coeerdinó en 1987: «El Estado deberá reconocer que la nación
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a la cual sirve es multiétnica [...]» (Comisión de Estudios sobre la Violencia en Colombia 1995: 131). Cuatro años más tarde, esa lucha en contra de la exclusión por razones de identidad sodoracial recibió un enorme hálito con la transformación de la naturaleza d e la nación colombiana, según se lee en el artículo 7 a de la Carta del 91: «El Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de la nación colombiana [...]» (República de Colombia 1991: 2). Y se apuntala en otros artículos constitucionales, entre los cuales merecen citarse los 286, 287'' sobre territorialidad y autonomía política de los pueblos indígenas y transitorio 5 5 ' sobre derechos comparables paralas comunidades negras (ibid.: 108, 109, 166). Desde el punto de vista de la etnicidad y el conflicto, el esfuerzo de la Comisión para la Superade'm de la Vicelencia, resaltado por Sánchez, representa un retrocesce si se lo compara con el del equipo que él presidicé. Fue creada durante la administración del presidente Gaviria para hacer el seguimiento de los acuerdos de paz con el Ejército Popular de Liberación y con el Quintín Lame. El libro que publicó, Pacificar la paz, se enmarca en un fundamentalismo cultural ejue marcha en contravía del pluralismo de Colombia: violencia y democracia. Mientras que éste reccenoce la etnicidad de los indígenas, los afrocolombianos y de otros grupos campesinos 4
«Artículo 286. Son entidades territoriales, los departamentos, los distritos, los municipios y los territorios indígenas. La ley podrá darles el carácter de entidades territoriales a las regiones y provincias que se constituyan en los términos de la Constitución y de la Ley» (Rejrública de Colombia 1991: 108), «Artículo 287. Las entidades territoriales gozan de autonomía para la gestión de sus intereses, y dentro de los límites de la Constitución y la Ley. En tal virtud tendrán los siguientes derechos: 1. Gobernarse por autoridades propias. 2. Ejercer las competencias que les correspondan. 3. Administrar los recursos y establecer los tributos necesarios para el cumplimiento de sus funciones. 4. Participar en las rentas nacionales» [ibid.: 109). «Artículo 55 transitorio. Dentro de los dos años siguientes a la entrada en vigencia de la presente constitución [4 de julio de 1991], el Congreso expedirá, previo estudio por parte de una comisión especial ejue el gobierno creará para tal efecto, una ley ejue le reconozca a las comunidades negras que han venido ocupando tierras baldías en las zonas rurales ribereñas de los ríos de la Cuenca del Pacífico, de acuerdo con sus j)rácticas tradicionales de producción el derecho a la propiedad colectiva sobre las áreas que ha de demarcar la misma lev [...]» {ibid.: 166).
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(1995: 105-133), Pacificar la paz tan sólo lo hace para los amerindios. Arcas ele confluencia étnica como la zona plana del norte del Cauca (Comisión de Superación de la Violencia 1992: 83-92; 195-212), el Chocó biogeográfico risaraldense (ibid.: 66-75; 217-224), Urabá (ibid.: 32-43; 233-244) y secciones de la llanura Caribe (ibid.: 21-31; 212-217) figuran sin que sus pueblos ancestrales de afreedescendientes sean denominados siquiera como negros, gente negra o comunidades negras. El problema no radica tan sc>lt> en el Acuitamiento de la identidad de esos pueblos, sino en el velo que el informeele- esa Comisión tiende sobre: (i) Historias de construcción territorial protagonizadas jeor los afrodescendientes, las cuales habían sido identificadas en Colombia: violencia y democracia (1995: 116, 119120; 121-123; 123-124); (ii) los mecanismos de coexistencia no violenta ejue desarrollaron en su interacción con los indígenas (Arocha 1989, 1990; Sánchez et al. 1993: 183), y (iii) las franjas territoriales biétnicas ejue como consecuencia de esa interacción pacífica habían constituido (ibid.). En reemplazo de una complejidad trazable con la información disjeonible entre 1991 y 1992, Pacificar la paz subsume a los afrodescendientes en las categorías genéricas de campesinos y colonos. Esta última es una denominación problemática ejue, o no ha debido de emplearse, o hubiera jeodido aplicarse con cautela. Cuando ajearecicé la obra que comento, va estaba en vigencia el artículo transitorio 5.5 citado antes. Así, los paisajes creados por los afrodescendientes no podían tratarse- como invasiones por parte de colonos, ya lucra de tierras de la nación o de resguardos indígenas, susceptibles del llamado "saneamiento". Para entonces, ya se había hecho el debido reconocimientos de la profundidad histórica délas formaciones territoriales afrocolombianas y, por lo tanto, dado jeie para ejue sus creadores demostraran su carácter ancestral. De ellas, destaco dos: primero, las que se remontan al cimarronaje protagonizado en la llanura Caribe desde mediados del siglo XVI por los cautivos recién desembarcados de África y el cual se extendió por los valles del Cauca y del Magdalena v el litoral Pacífico durante cien años más (Comisión ele Estudios sobre la Violencia en Colombia 1995: 119, 120; Friedemann y Arocha 1995: 54-56). Segundo, las ejue nacen desde los finales del siglo XVII, cuando aumenta el número de esclavizados ejue compra de sus amos cartas de libertad v emigran desde las minas de los distritos auríferos ele Novata, Catará y Barbacoas hacia refugios exentos ele esclavistas (Atocha 1998: 341-348; Friedemann v Arocha 1995: 58-62).
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Etnia y guerra...
Desde una perspectiva exclusivamente indianista, los cambios ejue introdujo la Constitución de 1991 en cuanto a la territorialidad de los pueblos étnicos merecía un enfoque ejue jamás apareció en Pacificar la paz. Desde julio de 1991, eran previsibles puntos ele choque que no figuran en la obra ejue comento: (i) El "saneamiento" de resguardos se complicaba, si los afiocolombianos podían demostrar la ancestralidad de su dominio territorial: v (ii) La ampliación o creación de nuevos resguardos no podría seguir realizándose en la ausencia de consensos sobre los linderos cielos territorios ancestrales afrocolombianos.
HÁBITOS EXCLUYENTES A diferencia del fundamentalismo cultural europeo, la versión colombiana no surge como reacción al incremento en olas de inmigrantes extranjeros, sino ejue se ha ido construyendo desde la Colonia y hoy, aun desjeués de aprobada la Constitución ele 1991, sigue siendo un hábito inconsciente que afecta la forma como se percibe a los afrocolombianos o como se les invisibiliza (Arocha 1998: 348-355). Mientras ejue los pueblos indígenas han sido relativamente visibles, los afrodescendientes o han permanecido ignorados, o han sido ocultados (ibid.: 348-355). La presencia asimétrica de estos dos jeueblos se remonta al siglo XVI, cuando se nombraron corregidores de indios y d e n años más tarde se les permitió a los indígenas vivir en sus territorios ancestrales y gobernarse mediante sus autoridades tradicionales, con la intendcSn ele protegerlos en calidad de tributarios de la Corona Española (ibid.). Otro siglo más tarde, la lucha de ellos por convertir a los resguardos v cabildos en espacios para el afianzamiento étnico recibiría un hálito gubernamental con la aprobadc'm ele la Ley 89 de 1890 (ibid.). En el marco inlegracionista, cuya consolidación consistía en la Constitución de 1886, la Lev 89 fue la excepción ejue permitió el derecho a la diversidad indígena (ibid.). A su vez, ella despertó el interés cielos científicos evolucionistas de finales del siglo XIX v ele los activistas del socialismo (Pineda Camacho 1984). Para los primeros, el estudio de conductas que se creían extintas, permitiría ejue los indios ayudaran a construir una teoría sobre el desarrollo ele la humanidad (ibid.). Para los segundos, la cuestión de las minorías étnicas entró a formar jearte de la utopía nacional ejue formularon desde el decenio de 1920, excluyendo a los afrocolombianos. Para esos socialistas, las reivindicaciones étnicas ele la gente negra fueron des-
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fu i me Arocha
calificadas como racismo al revés ce, en el mejor de los casos, embelecos revolucionarios (Friedemann 1984). La profesionalización de la antropología iniciada en 1943, también contó con un protagonismte indígena ejue hasta mediados del decenio de 1980 se mantuvo con el 80% de los aportes de esta disciplina (Arocha y Friedemann 1984). Este acervo dio bases para la consolidación de las ONG comprometidas con el freno de olas de aniquilamiento físico y cultural asociado con la expansicSn capitalista de los decenios de 1960, 1970 y 1980 (Arocha 1998: 375-381). Sin menospreciar el ímpetu del propio movimiento indígena, esas entidades iniciaron la interlocución con los organismos internacionales que se ocupan de la preservación de la elnodiveí sidad y sentaron las bases para convertir al conocimiento exjeerlo en una conexión entre el movimiento indígena y el Estado (ibid.). Por esta vía se fue logrando la traducción de «[...] necesidades politizadas en objetos potenciales ele administración estatal [...]» (Escobar 1992: 45), conforme jeuede ajereciarse estudiando la constitude'm y expansión de resguardos que en el litoral Pacífico inicie') su auge desde finales del decenio de 1970. INVISIBILIDAD CON EFECTOS TERRITORIALES Veinte años después de esc comienzo, los embera del resguardo ele Juradó solicitaban la ainpliadc'm de su territorio, en medio de crecientes tensiones con los aíí ochocoances de la misma región y con los madereros paisas. Fundamental para esa solicitud era el documento denominado Eorrnas de uso, dominio y posesión territorial de los indígenas de Jurado de Alberto Achito Lubiaza. Fue jeresentado al Incora por la Organización Regional Embera-Waunán Orevva, como jearle del estudio socioeconómico que se requiere ¡eara iniciar una reclamación de tierras. Sus páginas atestiguan la forma como esc adalid indígena se apropió de los métodos y técnicas desarrollados ¡ecer la investigación antrojeológica. Achito transcribe varios mitos que nombran el alma embera y los conocimientos indígenas en cuanto al manejo ele aejuella variedad ele animales y jelantas que lien llamamos biodiversidad. Sin embargo, lo más imjeortante son las referencias, primero, a los mojones que los embera utilizan para demarcar su territorio; segundo, a los no indígenas ejue habitan dentro de ellos; tercero, a las épocas en las cuales llegaron estas eíltimas perscenas, v cuarto, a aquellos años cuando los indios tuvieron ejue irse de allá. Todo esto está sustentado mediante urajeas
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Finia y guerra...
que no se anexan al documento ccensultado, pero cuyo texto dice que datan de 1940. Recibido el documento de Achito, el llamado profesional de indígenas del Incora hizce la traducción de los hilos territoriales que figuraban en las narrativas de los embera al lenguaje de los cartógrafos y topógrafces, formulando a renglón seguido peticiones para expandir la territorialidad india. Sin embargo, en los documentos preparados por ese funcionario, no se evidencia un profesionalismo apto para identificar la problemática de la gente negra. No cotejó la información de la mítica embera con otras fuentes, ni enunció pregunta alguna a los señores Ballesteros para ver si de verdad ellos coincidían con Achito en que fueron las primeras personas negras en aparecer por allá. Tampoco indagó documentos notariales o de archivo para ver si a Achito lo asistía la razón al afirmar ejue gente de esa afiliacieén étnica tan sólo había llegado a J u r a d o durante La Violencia. Este período va de 1948 a 1965 y es muy tardío con respectce a los datos que siguen arrojando los archivos Ínstemeos consultados por nuestro proyectee sobre el Baudó, en su tarea de esclarecer las fechas del poblamiento llevado a cabo por los descendientes de los esclavizados (Jiménez 1996; Maya 199,3, 1996). El fundamentalismo cultural que evidencia la solicitud de expandir el resguardo de J u r a d o no es excepcional, sino que resjeonde al hábito de someter a los afrodescendientes a la invisibilidad, según una tradición a la cual ya hice referencia y recibe refuerzos del sistema universitario. En Ices programas curriculares de antropología, historia, sociología, trabajo social ce psicología que ofrecen universidades como la Nacional de Colombia, la de Anticequia, la del Cauca, o privadas como Ices Andes, la afroamericanística y la africanística' son insignificantes o inexistentes. Dicho de otro modo, es probable que los funcionarios que tienen que ver con lo étnodiverso, ya sea en los ministerios del Medio Ambiente (antes Inderena) o del Interior, hayan sido dotados de u n aparato perceptual que no scélo les imjeide captar lo afrocolombiano, sino que no los faculta para apreciarlo en calidad de étnico, es decir, de diverEl Laboratorio de Comunidades Negras que hace tres años puso en marcha la Universidad del Valle es la excepción institucional. Vincula profesores y estudiantes alrededor de la problemática afrocolombiana de la zona plana del norte del Cauca y de varios barrios de Cali y hoy cuenta con el refuerzo que le da la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de Marsella, dentro de un gran programa de investigación auspiciado por Ostrom.
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Jaime Arocha
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sidad nacida de la interacción entre historia, cultura y contexto ambiental. De haber sido de otro modo, no estaríamos ante conflictos como el del Alto Andágueda. Según informaciones del Procurador para Asuntos Agrarios y Ambientales del Chocó, el resguardo fue constituido a finales de los años 70 con tres pueblos afrochocoanos metidos en sus entrañas. Hoy sus habitantes llegan a las 5.000 almas, superando así el número de indígenas del resguardo. Precisé el sentido de las palabras del Procurador, examinando la resolución Ny 185, mediante la cual en 1979 el Incora dio vida al resguardo. El documento muestra cómo los peritos que visitaron el área sí tomaron nota de la existencia de los pueblos afrochocoanos de Piedra Honda, San Marino y Churima. Sin embargo, no los describieron mediante la batería de técnicas elnohistóricas, demográficas y etnográficas de las cuales se valieron para realizar el estudio socioeconómico sobre los indígenas que figura en la resolución. En consecuencia, no dicen cuántos campesinos o mineros afrochocoanos había, ni cómo ni cuándo habían sido introducidos para explotar las minas de oro. Se limitaron a afirmar que allá confluía «[...] una importante población negra dedicada a la minería rudimentaria [...]».
Mis entrevistas con el doctor Julio César Vásquez tuvieron lugar el 15 de agosto de 1995 y el 23 de enero de 1997. Se refirieron a los casos del resguardo que intenta constituir el Incora sobre la carretera Panamericana, cerca a Chachajo, en el Alto Baudó, al de Jurado y al del Alto Andágueda, así como al otorgamiento de títulos colectivos a comunidades negras que entonces se anticipaba para marzo de 1997, en la región de Domingodó, sobre el bajo Atrato, donde el orden público se hacía cada vez más complicado.
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Etnia y guerra... OCULTAMIENTO Y "SANEAMIENTO" DE RESGUARDOS 9
Es evidente que el ocultamiento de los afrochocoanos no depende de una carencia en el saber de técnicas de investigación científica, sino más bien de la infrancjueabilidad que el fundamentalismo cultural le atribuye a los paisajes construidos desde la supuesta primordialidad indígena. Estas asimetrías étnicas influyen sobre la creciente tensión que rige las relaciones interétnicas de esos pueblos coníluyentes. A medida que se aproximaban los términos que las nuevas leyes emanadas de la Constitución de 1991 definían para el "saneamiento" de resguardos, los afrochocoanos exjeloraban alternativas distintas a la emigradém del área. El procurador agrario me informó ejue durante tres años, los misioneros que han trabaj a d o en la región propiciaron una concertadón que le permitiera a la gente negra retener los territorios construidos durante dos siglos. Me explicó que inclusive los indígenas se meestraron partidarios de que se redefinieran los límites de su resguardo, teniendo en cuenta la territorialidad conformada por las personas con quienes habían comjeartido el espacio durante ese lapso. Empero, la División de Asuntos Indígenas permanecía aferrada a la normatividad referente a que los resguardos son inalienables, inembargables e imprescriptibles. De ese modo, una legislación concebida jeara defender los intereses de los indígenas, en este caso, se convertía en obstáculo para ejue tomara forma una solución ideada por ellos mismos, en aras de disminuir la tensión creciente en sus relaciones con los afrodescendientes. Entonces, para éstos últimos, tan sólo cjuedaba un callejón con la salida usual, la compra de mejoras.
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El uso de comillas cada vez que aparezca este término obedece a mi desacuerdo con su permanencia en la jerga legal. Ya han pasado ocho años desde que la Comisión de Estudios sobre la Violencia en Colombia (1995: 132) demostró que muchas de las personas calificadas de invasores de resguardos de indios no habían procedido con intensiones perversas, sino que por lo general se desj)lazaban a esas tierras huyendo de la violencia que los exj)ulsaba de las propias. Entonces, resulta aberrante mantener una palabra que asocia a estas víctimas de la guerra con lo anormal y malsano. Las intervenciones ejue han hecho diferentes adalides afrocolombianos en diversos foros coinciden en la condena a la designación que critico.
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Jaime Arocha LAS TRES Í E S
La fórmula legitimada para indígenas y afrodescendientes por la Constitución de 1991 (articulo 63), referente a la inembargabilidad, inalienabilidad e imprescriptibilidad de los territorios étnicos es incuestionable cuando el Estado ha obrado con justicia. Sin embargo, cuando la delimitación de uno de tales espacios excluye a una de las partes interesadas, comee sucedió en el Alto Andágueda, la imprescrijetibilidad de la actuación legislativa parecería convertir en infalibles a las determinaciones de los funcionarios estatales. Entonces, surge el interrogante de ¿cómo objetar esa normatividad cuando hay casces que comprometen mecanismos interétnicos de convivencia pacífica? También podría objetarse el absolutismo de la norma de las tres íes cuando el reconocimiento de la territcerialidad indígena se hace en áreas sobre las cuales los afrochocoanos han ejercido un dominio anterior. Conforme lo informó la Dirección de la regional chocoana del Incora, hay indígenas que durante los últimos ocho años han llegado a las selvas y riveras del litoral provenientes de diferentes lugares del país. Nuestra investigación sobre el Baudcé indica cómo esos inmigrantes han establecido relaciones de compadrazgo con los campesinos negros en áreas como la de la carretera Panamericana, cerca de Chachajo. De ese modo, han accedido a franjas del territorio afrobaudoseño para, después, reclamar la conversión de esos globos en resguardos indígenas. Como el paso siguiente ceensiste, de acuerdo ccen el Procurador Agrario del Chocó, en el "saneamiento", quienes le brindaron la oportunidad a los indios de inglesar a la regicén, pasan a enfrentar el futuro incierto que define la fórmula de la compra de mejoras y la subsiguiente emigración forzada.
Estas olas inmigratorias también han sido fuente de conflicto homoétnico. En abril de 1992, antes de que tuviera lugar la primera expedición etnográfica que patrocine) la Universidad Nacional en el Baudeí recibí sendas llamadas de la entonces estudiante de antropología de la Universidad de los Andes, Natalia Otero, v el presidente de la Asociación Campesina del Batido para comunicarme su preocupación ante los hechos de sangre de los cuales habían sido testigos en el alto Batido debido a enfrentamientos territoriales entre pobladores tradicionales indígenas e inmigrantes también indígenas. Hubo un muerto y varias personas, incluyendo una mujer, resultaron gravemente heridas a machete.
Etnia y guerra... LOS PRIMEROS POBLADORES: H I S T O R I A INTERROGADA
El proceso que lleva a los afrochocoanos de ser artífices de actos de solidaridad interétnica a víctimas de ella, se justifica alegando que los indígenas fueron Ices primeros pobladores del continente. Sin embargo, esa argumentación hace caso omiso de la compleja historia de la Colonia en el Chocó. En efecto, para 1720, las emigraciones de libres desde los distritos mineros de Citará y Nóvita comenzaron a aumentar. Libre es el etnónimo que adoptaron los afrocitareños y afronoviteños a medida que, mediante lees ahorros logrados mazamorreando domingos y feriados, compraban de sus amos las cartas que los acreditaban como libertos (Jiménez 1996; Maya 1996). Una vez lograban esa condidc'm, buscaban refugio en riberas no auríferas, como las del BaudcS (ibid.). Es importante relievar que —al mismo tiempo— lees españoles avanzaban en su política de reducir y trasladar indígenas para que se ocuparan del transporte de mercancías y de la prceducción agrícola que requerían las explotaciones auríferas de los distritos que he mencionado (Maya 1993; Vargas 1993). Entonces, ocurrían dos movimientos jeoblacionales ele rutas similares, pero de signo eepuesto: desde Nóvita y Citará hacia refugios ribereños y selváticos, por parte de libres, y desde estos refugios hacia NeSvita y Citará, por parte de indígenas (ibid.). Teniendo en mente esos dos desplazamientos, surge la pregunta referente a la responsabilidad ético-política que le puede competir al funcionario o al asesor indianisla al hallar que los libres pudieron llegar a territorios que en su momento estaban vacíos de indígenas. Esa persona, ¿aceptaría el argumento referente a que en tal contexto histórico los libertos pudieron haberse percibido a sí mismos como primeros pobladores de esa área específica? Esto de que los primeros pobladores de lo que hoy es América fueran los descendientes de la gente del norte de Asia se sigue cuestionando. En una reunión académica que patrocinó la Unesco con el título Contribución Africana a la Cultura de las Américas, el académico afrobrasileño Abdías Do N a d m e n t o volvicS a reseñar la evidencia empírica sobre las migraciones desde África hacia América que tuvieron lugar antes del siglo XV. Por su parte, Nina S. de Friedemann (1993) en su libro La saga del negro: presencia africana en Colombia hace un inventario de los aportes de la historiografía y la historia oral africanas en cuanto a temreranas expediciones desde
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África hacia este continente y en cuanto a la resultante mitología que elaboraron quienes se quedaron atrás. Faltan, eso sí, pruebas arqueológicas que permitan demostrar hipótesis como la ejue lanzó Donald Lathrap (1989) a propósito de tempranas migraciones transatlánticas, atadas a proyectos de colonización realizados por agí icultures-pescadores africanos en las selvas amazónicas. Lathraje tejió este jeunto de vista alrededor de tres plantas de origen africano, cuya importancia no sólo sobresale en los jardines sagrados de los indígenas de la Amazonia, sino en la mítica y simbólica de esas mismas jeersonas: calabazos, algodones y barbascos (ibid.). El m u n d o posible que inauguró este pensamiento facilita optar por versiones ele la historia que reconozcan la ancestralidad del poblamiento afroccelombiano del litoral Pacífico. Por lo tanto, puede ser un paso hacia la adopción de lentes que permitan percibir otro fenómeno que tiene poca cabida dentro del fundamentalismo: las construcciones biétnicas en ámbitos territoriales y sirnbcélicos. LOS ZAMBO RENTERÍA Y ACHITO Don Orlando Rentería vive en el río Amporá, afluente del Baudó. El antepenúltimo día que actuó comee presidente de la Asociación Campesina del Bandeé, Acaba, al instalar la asamblea anual de sus miembros, saludó en embera a los indígenas que habían sido invitados al evento. El escenario era un recinto comunitario en el corregimiento ele Boca de Pepe. Las fechas, 20 a 22 de julio de 1995. Me sorprendí ante el bilingüismo del adalid, pese a que yo sabía que, en calidad de nieto ele una mujer indígena, él se ha preciado del legado cultural embera que porta y de haberle insistido a sus hijos en que practiquen el idioma de su bisabuela. Personas como don Orlando habrían figurado como zambos, en la terminología jeigmentocrática de la Colonia. Enseñan que índices y negrees han creado lazos ele convivencia dialogal, no sólo haciendo alianzas de fraternidad espiritual, como el compadrazgo, sino estableciendo nexos matrimoniales. Por eso, un mes más tarde, en la misma localidad de Boca de Pepe, fue predecible encontrar a un hombre ele cabello ensortijado y piel negra, jeortador del apellido Achito, unce de los más reconocidos entre la gente embera. También se identificó) el caso contrario de unos embera apellidados Manyoma. Estas familias están ligadas al resguardo ele Quera, el cual tiene que incorporarse al mapa de las entidades territoriales 224
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susceptibles de "saneamiento". Dentro de esa cartografía figuran otros lugares, como San José ele Pato, cuya confluencia interétnica está documentada en el Archivo General de la Nación, desde mediados del siglo XVIII. Ante el avance del "saneamiento" de resguardos indígenas, ¿qué jeodrá pasar con las familias que menciono v con los territorios construidos jeor ellas? ¿cómo aplicar las leyes sin desmembrarlas? En el Choce» biogeográfico, la bietnia no scSlo es un fenómeno territorial, sino espiritual, conforme lo atestigua el culto a la Virgen de la Pobreza, santa patrona de Boca de Pepe. El lienzo sobre el cual se ajearedó su figura fue encontrado por emberas de Quera y hoy es adorado jeor ambos pueblos (Serrano 1996). Dos cañones y una campana acomjeañaban a la aparición (ibid.). Como la deidad controla las tempestades, para amainarlas o arreciarlas, es difícil no percibir un posible parentesco con Ochún, máxime si se tiene en cuenta que la fiesta de la Pobreza coincide con la del día en que los afrocubanos celebran a ese oricha del relámpago y la tempestad, encarnado en la Virgen de la Caridad del Cobre (Murphy 1993: 4243). En la misma aldea está don Juan Arce, médico raicero, hijo de d o n j u á n Nemecio Arce, un afrobaudoseño a quien los jaibanaes le enseñaron a cantar jai, y quien fue reconocido peer su ptecler espiritual. Si indios y negros no fueran hermanos espirituales, los primeros jamás le habrían soltado a los segundos los secretos que, precisamente, se salvaguardan ele los enemigos. La figura de esa esjeede de jaibaná negro no era imjeredccible. Desde 1992, el proyecto del Baueló venía recogiendo testimonios de la forma como los dos pueblos tienen fronteras flexibles en cuanto a sus conocimientos se refiere. Los indios se dejan permear jeor el saber afrochocoano y viceversa. Lees intercambios no son siemjere armoniosos; hay momentos cuando los jaibanaes le mandan a los negros toda clase de madres ele agua y que, en respuesta, los negros traban ' a los indios mediante conjuros que complican Este es el n o m b r e d e las máximas c e r e m o n i a s médico-religiosas d e los embera, para convocar v vencer espíritus del mal. m e d i a n t e el uso d e bastones tallados en m a d e r a . Para los a f r o c h o c o a n o s , u n a c u l e b r a no ofende a un cristiano p o r voluntad propia, sino p o r q u e o t r o le ha h e c h o una traba a esa p e r s o n a s , llevado a cabo los ritos necesarios p a r a q u e o c u r r a el insuc eso. Q u i e n cura la p i c a d u r a de culebra n o p u e d e d e t e n e r s e en la neutralización del v e n e n o , ofreciéndole a la I continúa en la página siguiente)
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las curaciones ele picadura de culebra y otros males. Pero no se matan, ni expresan el querer matarse. Por eso han tratado de alcanzar consensos, como el que buscaba la Asosiación Campesina del Medio San Juan, Acadesan, para que el Estado reconociera el territorio biétnico waunán-negro (Sánchez et. al. 1993: 71-75, 183). Esta clase de alternativas permitiría reducir las jeosibilidades de que elesajearczcan las fronteras fluidas que a lo largo de la historia se han reteñido o atenuado dependiendo de la éjeoca del año o los años (Loscenczy 1993), las cuales comienzan a ser sustituidas por las que rigen desde el siglo XVIII jeara la gente india de los Andes. El tendido ele cercas que hoy se impone, no ha sido del Chocó y se ha hecho con tales asimetrías, que, cuando la Lev 70 esté reglamentada en su totalidad, la gente negra tan sólo podrá reclamar títulos colectivos sobre menos del 10% del Choce'), pese a que su población suma casi el 90% de los habitantes (Sánchez et al. 1993: 124125). Hasta ahora, la repartición de las tierras ha favorecido a los indígenas, a los jearques y reservas naturales y a los particulares, con cerca del 90% de las extensiones (ibid.). EL RIO SAN JUAN, ¿AFLUENTE DEL CAUCA? Volviendo al libro Pacificar la paz, uno lee en el párrafo 4 de la página 217 que el río San Juan es afluente del Cauca y uno dice pero ¡qué error! Para, luego, darse cuenta de ejue sí hay un rio San Juan que muere en el Cauca. El haberse fijado cu ese rio y no en el que desemboca en el Pacífico es congruente con la forma como la Comisión ele Sujeeradón de la Violencia leyó la cartografía colombiana. No resalta los nexos entre Urabá y Chocó (Comisión de Sujeer a d ó n de la Violencia 1992: 232-43). En el Cauca se concentra en la región andina e ignora el litoral Pacífico (ibid.: 83-92). Y en el departamento de Risaralda enfoca a esa región como parte del eje cafetero, sin hacer mención de su pertenencia al Chocó biogeográfico (ibid.: 66-75; 217-224). Pueblo Rico, un jeueblo de Risaralda, al cual el libro les concede imjeortancia, está en la vertiente occidental de la cordillera occidental, sobre la carretera que llegará al puerto que también se construye en Tribugá, e interaclúa con Santa Cecilia, puerta ele entrada a la región aurífera y selvática del río San Juan, afluente del océano Pacífico.
víctima el c o n t e n i d o de una botella rezada o balsámica, sino hallar al responsable del conjuro y d e s h a c e r la traba ejue causó el mal.
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Sugiero que al no haberse fijado en el Pacífico, como lo venían haciendo los presidentes colombianos, desde el gobierno de Belisario Betancur, la Comisión cuyo trabajo analizo no predijo factores contrarios a la superación de la violencia: la modernización del Chocó biogrecegráfíco y la apertura económica (Losonczy 19911992, I: 9; Machado 1996). A la expansión de carreteras, puertos, expleetaciones madereras, mineras, camaroneras, agroindustriales y ganaderas que venía desde 1982 (González 1990), durante los últimos cincce años se agregaron el interés mundial por la explotadc'en genética ele la biodiversidad selvática y ribereña (Redacción EE 970209, Presidencia 1996), el programa de integración con los países de la cuenca del Pacífico (Ministerio de Relaciones Exteriores 1996, Presidencia 1996), el relanzamiento del proyecto de construir una conexión interoceánica uniendo al río Atrato con el Pacífico por la vía del río Truandó (Fonade 970216; Redaccicén EE 970209) y la propuesta de prolongar la Carretera Panamericana por el llamado Tapón del Darién (EFE 970216). Al mismo tiempo que se propagaba el modelo neoliberal, al sur del Litoral lo hacían los cultivos de palma africana y camarones, así como las expulsiones violentas de indígenas y afrocolombianos. Por su parte, en el norte aumentaba la inmigración paisa y chilapa, ' y con ella las presiones scebre la territorialidad ancestral de ambos pueblos. Por el lado de la violencia, las acciones que desde tiempo atrás venían realizando las Farc en el área de Riosucio, para los chocoanos eran problema de Urabá y no de su departamanto, y las del ELN en el San Juan no hacían parte de una imagen de crisis, quizás porque la poblacicén civil no había sido afectada seriamente (Mosquera 1997). Por eso, cuando a finales de 1994, un grupo disidente del EPL irrumpió en el alto Batido, para muchos chocoanos había comenzado el principio del final, incluyendo ajusticiamientos públicos, desapariciones, boleteo, vacunas y el desplazamiento de familias enteras que buscaron refugio haciendo barrios de invasión en QuibelcS. Si bien es cierto qete esa agrupación guerrillera salió del área a mediados de 1995, seis meses más tarde apareció el Benkos Biojó en el bajo Baudó y heey peer hoy, grupees paramilitares figuran como lees causantes ele operaciones de
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Etnónimo chocoano para referirse a las poblaciones triétnicas provenientes del departamento de Córdoba.
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la llamada limpieza social y, en consecuencia, de la imposición de más formas de terror y destierro (ibid.).
EL MAÑANA Otro evento que marca el p u n t o de no retorno ha consistido en los cientos de familias quienes, entre diciembre de 1996 y enero de 1997, despavoridas por los enfrentamientos entre el ejército y la guerrilla, huyeron del bajo Atrato hacia Mutatá, Pavarandodto y Panamá (Padilla y Várela 1997: 16-19). Además de la tragedia implicada por la emigradem forzosa, la severidad de estos hechos tiene que ver con la proximidad entre la zona ele combate y el curse) medio del río Truandté. Allá, con todo y que hay puntos de incalculable interés para las emjercsas madereras, en marzo de 1997, el Incora otorgó los primeros títulos «electivos a comunidades negras sobre cerca ele 70.000 hectáreas. A los pocos días, cayeé abatido pollas balas el presidente de uno de los consejos comunitarios que había iniciado los trámites de titulación (Villa 970220, 970303). Es posible que miembros de este grupee excepcional de propietarios colectivos no hubiera hecho parte de los desplazados del bajo Atrato (Arocha el. al. 1997). También que sea cierto el alegato del gobierno en el sentido de estar haciendo todo lee posible para que los desplazados puedan volver a sus lugares de origen, y de estar dándole un nuevo balitee a la litulaciem colectiva para las comunidades negras (García 1997). Sin embargo, la irrupción ele formas de agresicSn armada que no tenían antecedentes en esa parte del país, así como de las crónicas de terror que se elaboran y difunden alrededor de ellas, pueden: (i) Hacer que la gente considere la jeosibilidad de buscar en la ciudad la seguridad que las selvas y los ríos comienzan a negarle; (ii) Disuadir a los afrodescendientes ele seguir haciendo las diligencias a las cuales la Ley 70 de 1993 les da derecho, para legitimar los espacios comunitarios humanizados y legados por sus antepasados; y (iii) Incorporar de manera irreversible al Chocó biogeográfico al mapa de las regiones cuyos jeoleladores padecen los ceenflictos armados. El curso de estos eventos, ¿era previsible en 1991? Quizás este ensayo le haya pedido al libro Pacificar la paz predicciones sobre el logro de la paz en regiones que no figuraban dentro del objeto de estudio de la Comisión de Superación de la Violencia. Sin embargo, en la carátula del volumen se lee el subtítulo Lo que no se ha negociado en los acuerdos de paz, y el capítulo "Causas v manifestado228
Finia y guerra...
nes de la violencia ejercida por funcionarios oficiales" contribuye a que el lector se (orine expectativas, por lo menos, sobre un ¡eosible abordaje de la relación entre impunidad y discriminación socioradal. Sin embargo, la ilusión se desvanece debido a la exclusic'm que ese trabajo hizo ele pueblos afrodescendientes con una larga y bien documentada tradicicén de luchas étnico-territoriales, comjearable a las de los indígenas ejue la obra sí resalta. Me refiero a gente negra, como la de la zona plana del norte del Cauca, entre las áreas acerca de las cuales no jeuede haber ambigüedades en lo que respecta a su pertenencia al objeto de análisis de esos expertos. He sostenido que esa manera de editar la realidad corresjeonde a un arraigado jealrón de fundamentalismo cultural, generoso con los amerindios, pero exlnyente del panorama étnico aííocolombiano. Me he ocupado ele ese patrón, más allá del informe de la Comisión de Superade'm de la Violencia, porque tiene potencial para escindir a pueblos étnicos confluyentcs, como sucede en el Chcecó biogeográfíco. De hecho, su ajelicación jeor parte de oficiales gubernamentales y las ONG vinculadas a las organizaciones de la base étnica tice ha coadyuvado a que ambos pueblos converjan en una unidad ele intereses territoriales. La conformación de un blocjue común permitiría contrarrestar la usurpade'm de territorios ancestrales a manos de inmigrantes caribeños y andinos, de nuevos monopolios agroindustriales, mineros, madereros y pesqueros y ele esjeeculadores de finca raíz ejue proliferan a medida que avanzan la interccenexieSn de esa parte del jeaís con los Andes, el proyecto de construir el canal interoceánico Atrato-4 ruando y la prolongación de la carretera Panamericana hacia Panamá. A la aplicación del fundamentalismo cultural jeor parte de funcionarios estatales y las ONG, debe agregarse el interés ele ambos jeor entrenar a los miembros de las eerganizacieenes de base para que se conviertan en interlcecutores eficientes ante las agencias del Estado, ele modo tal que agilicen la prestación de servicios. Descuidan así lees diálogos horizontales que permitirían mejorar los vínculos ele civilidad ejue ambos pueblos han construido a lee largo de la historia, y pueden contribuir a quebrar los mecanismos ele convivencia dialogal que la gente negra e india venía desarrollando durante los últimos 250 años. Una de las exjeectativas ejue existían con resjeecto a la legitimación del derecho a la etnodiversidad, por jearte de la Constitudém de 1991, consistía en las opciones ejue se abrían para la consolidación de tales patrones, ele manera tal que surgiera un antídoto contra una tendencia mundial cine hace un lustro Eric
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Jaime Arocha Wolf (1994: 1) identificó del s i g u i e n t e m o d o : «[...] A h o r a u n a d e las m a n e r a s d e m a n i f e s t a r la e t n i c i d a d consiste e n vestir u n i f o r m e defatiga y p o r t a r u n K-47». El s u r g i m i e n t o d e guerrillas indianistas, c o m o la F a r i p e n el B a u d ó , y n e g r i s t a s , c o m o la del B e n k o s Biojó, e n el San J u a n y luego e n el B a u d ó , p o d r í a n d a r l e la r a z ó n a Wolf. Sin e m b a r g o , la i r r u p c i ó n d e los p a r a m i l i t a r e s r e p r e s e n t a u n c a m b i o p r o f u n d o . La r e a c c i ó n d e los a f r o d e s c e n d i e n t e s p a r e c e c o n c e n t r a r s e e n la emig r a c i ó n hacia las g r a n d e s u r b e s , d o n d e h a n d e m o s t r a d o adaptaciones exitosas. La d e los i n d í g e n a s , d e p e r m a n e c e r e n sus t e r r i t o r i o s , m e t a p a r a la cual el m i s m o f u n d a m e n t a l i s m o cultural —vía Internet— c r e a r á u n a o p i n i ó n i n t e r n a c i o n a l q u e sí jeercibirá la u s u r p a ción ele sus t e r r i t o r i o s c o m o u n a violación ele los d e r e c h o s h u m a nos.
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Víctimas y sobrevivientes de la guerra: tres miradas de género 1 Donny Meertens
INTRODUCCIÓN Nos p r o p o n e m o s aquí desarrollar la relación entre el conflicto armado en Colombia, las consecuencias sociales de ésta, particularmente el desplazamiento forzoso de la población civil durante la última década, y el género. Utilizamos el términee género como una categoría de análisis que nos permite analizar la diferencia sexual comee una construcción cultural y, simultáneamente, como u n a relación social asimétrica entre hombres y mujeres.' Podemos distinEste artículo se basa en dos investigaciones realizadas en 1994 (Donny Meertens, patrocinada por el Programa por la Paz de la Compañía de Jesús) y 19951996 (Nora Segura Escobar en asocio con Donny Meertens, ])atrocinada j)or la Embajada de Holanda, la Consejería Presidencial para los Derechos Humanos y la Universidad Nacional de Colombia). Se recogieron entrevistas, testimonios c historias de vida en Córdoba, Sucre, Santander. Meta, Caquetá y Quindío a hombres y mujeres afectadas por la violencia. Antropóloga de la Universidad de Amsterdam; Doctora en Ciencias Se)ciales de la Universidad de Nijmegen, Holanda. Docente de la Universidad de Amsterdam, Departamento de Geografía Humana, 1989-1993. Desde 1994 profesora c investigadora de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia y asesora por la cooperacieín holandesa del Programa de Estudios de Género, Mujer y Desarrollo de la misma Facultad. Co-autora (con Gonzalo Sánchez) del libro Bandoleros, Gamonales y Campesinos, el caso de la Violencia en Colombia (Bogotá, primera edición 1983); autora del libro Tierra. Violencia y Género (Nijmegen, Holanda 1997) y con Nora Segura Escobar, de varios artículos en inglés y español sobre el tema de género y desplazamiento forzado por la violencia. "" Seguimos aquí en graneles rasgos la definición de género elaborada por la (continúa en la página siguiente)
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guir tres áreas ele atención comprendidas en lo que hemos llamado la mirada de género sobre las dinámicas actuales de la guerra en Colombia v sobre las secuelas que varias décadas ele violencia política han dejadee para hombres y mujeres, no seílo en su calidad de participantes en el conflicto armado sino también como integrantes de la población civil, vivientes ele la violencia. Esas tres miradas son, en primer lugar, las representaciones simbólicas de la masculinidad y la feminidad presentes en las manifestaciones de la violencia [eolítica. En todo acto de violencia se expresan, implícita o explícitamente, las representaciones culturales de quien es definido como el enemigo y de las relaciones sociales ele las cuales agresor y víctima forman parte. El género, como une) ele lees principios estructurarlores básicos de la sociedad, siempre está presente en ellas, perce la violencia de género se configura con intensidades y manifestaciones variadas según el momento histórico y la modalidad del conflicto. La segunda mirada es la participación diferenciada entre hombres y mujeres en la violencia como actores v comee víctimas de ella. En esteartículo nos limitamos a analizar los —escasos y no muy precisosdatos sobre víctimas ele la violencia política reciente, ya ejue un análisis ele género de los actores, es decir, de la participación en los grupos armados, merece una elaboración más amplia que no jeoelemees desarrollar aquí. La tercera mirada se enfoca hacia los se) brevivientes de la guerra, esjeecííicamente aquellos ejue han tenido ejue huir de la violencia de los campos e internarse en las ciudades. Con el desplazamiento forzado por violencia abordamos lo que se ha considerado la problemática sodojeolítica y psicológica ele mayores proporciones de las últimas dos décadas del siglo XX. Intentaremos descifrar algunas especificidades ele género a lo largo de lo que consideramos un proceso de desplazamiento, ejue incluye varias etapas que van desde la destrucción hasta la reconstrucción! de la vida individual y ele los lazos sociales. En los momentos cruciales
historiadorajoan Scott. (Scott 1988:42-44). La combinación de esas dimensiones invita a dar cuenta de las variaciones culturales y la historicidad de las j)rácticas sociales; se articula con los procesos de individuación, autonomía y construcción de identidades v permite abordar la construcción y las prácticas ele género en términos de relaciones ele poder. ' l'na primera referencia a ese tema se presente') en mi artículo "Mujer v violencia política en los conflictos rurales", ANÁLISIS POLÍTICO no. 24, enero-abril 1995, 36-49. Será también el tema principal de un próxime) trabajo.
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ele ese proceso, hombres y mujeres se ven afectadas de manera diferenciada.
PRIMERA MIRADA: LAS REPRESENTACIONES SIMBÓLICAS DE GÉNERO EN LA VIOLENCIA Desde finales de los años ochenta, y por segundo jeeríodo en este siglo, la violencia política en Colombia es noticia de lodos los días. Pocas veces la información suministrada en esas noticias va más allá del ceenteo de los muertos, el registro de algunas características mínimas ele las víctimas, la expresión de indignación por la sevicia del acto y, si acaso, una hijeótesis sobre los presuntos autores. Frecuentemente encontramos relatos de prensa, o informes de los organismos ele derechos humanos, que nos hablan ele asesinatos o masacres indiscriminadas contra la población civil, entre cuyas víctimas se cuentan mujeres, niños o ancianos. Carena preguntarnos si aquellos rcamicntc son actos indiscriminados. ¿Cuáles han sido las construcciones de la feminidadmasculinidad presentes en las acciones violentas? Resulla casi imposible obtener información en torno a las subjetividades de un conflicto armado que domina todavía diariamente la vida política y social del país. Por ello recurrimos a una reflexión histórica sobre las representaciones del género en la Violencia de los años cincuenta y sesenta, para llegar, a partir de allí, a una breve y todavía hijeotética mirada sobre la dinámica actual. Sobre el período ya "clásico" de la Violencia durante los años cincuenta y sesenta, cuando inicialmentc las fuerzas públicas del Gobierno conservador arrasaron las tierras jeobladas por camjeesinos liberales, y las guerrillas campesinas de filiación liberal atacaron la población conservadora, se han hecho varias referencias a la enorme carga simbólica presente en las acciones bélicas. Pero antes de mirar más a fondo las jeosibles representaciones de género en ella, hay ejue destacar una dimensiem nueva ejue diferencia ese período del siglo XX de las guerras civiles del siglo XIX: mientras cu éstas últimas se trataba predominantemente ele confrontaciones entreejércitos de hombres que arrojaban víctimas masculinas, durante la Violencia de éste siglce, se atacaba en mayor medida a la poblacicén civil y jecer jerimera vez las victimas se distribuían sistemáticamente en am1
laramillo, 1991: 60-74.
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bos sexos. Una de las expresiones más frecuentes y horripilantes en las que se involucre') a la poblade'm civil eran las masacres ele familias campesinas enteras, incluyendo mujeres y niños, pertenecientes al bando político opuesto, fuera éste liberal o conservador. En esas masacres, las mujeres no eran simplemente víctimas jeor añadidura, sino que su muerte violenta —v frecuentemente su violación, tortura y mutilación cuando estaban embarazadascumplía un fuerte ¡eajeel simbólico. «A todos los mataron, los trozaron, poco a poco, los cortaron en pedacitos y los pedacitos brincaban. Cuando amanéele') había muertos por todas parles. A una señora embarazada le habían sacado el muchachito y le habían metido un miembro en la boca. Yo lloraba mucho, y no sabía que hacer». ' Al instrumentalismo de aquellos actos violentos (ya ejue en ellos se conjugaban motivos políticos y económicos, además de que las partes cortadas de los cadáveres cumplían funciones probatorias) se agregaba un profundo odio, alimentado por una filiación política arraigada en la tradición familiar y constitutiva de la identidad social. Fas torturas más coinunes eran amarrar a las víctimas con los brazos por detrás y violar a las mujeres de la casa delante de los hombres (...) El útero se vio afectarle) por un corte que se practicaba con las mujeres embarazadas, por medio del cual se extraía el feto y se localizaba por fuera, sobre el vientre de la madre.' En el primer y clásico estudio de la violencia jeor Ctizmán, Fals y Umaña se hacen recurrentes referencias a esas prácticas, acompañadas de la expresión A'o hay que dejar ni la semilla de los representantes del partido ojeuesto. A las mujeres, pues, se les veía exclusivamente en su condición ele maches, es decir, como actuales o potenciales procreadoras del enemigo odiado. La violación era también una práctica frecuente y en ella se expresaba no sólo el deseo de máxima dominación masculina sobre el géneio ojeuesto, sino
Entrevista a mujer tolimense en Armenia (Quindío), 15 de junio de 1994. ''Uribe 1990:167,175. Guzmán Campos,Fals Borda y Umaña Luna, 1977 (8a edicic'm). Tomo 1:340,344; Tomo 11:226-234.
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también, como en muchas otras guerras, la máxima humillación y la expresión del más absoluto desprecio hacia el enemigo y toda su colectividad. Contaba un campesino del Quindío: «Los bandoleros amenazan a las gentes diciéndoles que hacen lo que hacían en Córdoba, amarrando los esposos y hombres de la tasa v en presencia de ellos violar las mujeres v desjmés el consabido corte de franela...».
La violación también podía cumplir funciones de terror y silenciamiento. «Decían que nos hacían todo esto jeara ejue no habláramos de tanta vergüenza y para mostrar de lo que eran cajeaces» cennentaba una joven mujer. Pero éstos motivos más bien jearecían haber sido secundarios en comparación ceen la función simbólica ele dominación del enemigo y la vulneración de lo ejue podríamos considerar el aspecto más constitutivo e íntimo de su identidad. Cuando los grupees alzadces en armas realizan sus actos de violación fuera de ese marco simbólico impulsados por apetitos sexuales o afanes de asegurar su dominio total, es decir, cuando lo aplican, no a las mujeres del enemigo sino a las de su propia zona o comunidad de apoyo, firman su propia sentencia de muerte. En efecto, el hecho de haber recurrido a esas prácticas al final de su existencia en el monte, constituyó uno de los factores que mermaron seriamente el apoyo de la jeobladón campesina a bandoleros como "Desquite" y "Sangrenegra", que ojeeraban a finales de la década de los cincuenta y comienzos ele los sesenta en el norte del departamento de Tolima. Desde una mirada de género del conjunto de las exjeresiones de violencia en ese período, podríamos afirmar que a las mujeres se las vicelaba jeor torturar a sus padres o esjeosos; y que a las mujeres se las mataba, no jeor su pajeel en la danza de la muerte —ya que en ello no eran jerotagonistas— sino, contradictoriamente, por ser generadoras de la vida.
Sí
El corte de franela consistía en cortar la cabeza v colocar un miembro en la apertura del cuello. Sumario Asociación para Delinquir', Radicación no. 26, iniciado en los municipios de Obando, La Victoria y Cartago, 1960 y 1961. folios 6 v 99. (atado en Hobsbawm. 1981:135.
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Este carácter ele la Violencia ha dejadce u n impacto en la sociedad colombiana mucho más allá de ser un antecedente histórico de los conflictos políticos actuales: su cruel penetración en las esferas más íntimas de la familia campesina ha generado una reproducción de la violencia en las historias personales. Hijos e hijas de la Violencia convirtieron la violencia en un mal inevitable, en un modo ele vivir. Las referencias al pasado aparecen recurrentemente en los estudios de las violencias modernas, sean ellas rurales, urbanas, o domésticas. Esas referencias al pasado violento no sólo establecen continuidades y reproducciones del fenómeno, sino también diferencias en cuanto a la especificidad simbólica de género en las manifestaciones de la violencia actual. Hemos encontrado algunas comparaciones implícitas en los relatos de vida de mujeres colonizadoras de las zonas de selva húmeda del Guaviare y del Caquetá (al oriente de las cordilleras andinas) quienes durante los ochenta sufrieron las consecuencias de los enfrentamientos entre ejército y guerrilla, los bombardeos, las persecuciones y los desplazamientos hacia la capital provincial Florencia. Las de mayor edad, generalmente oriundas de los departamentos de Tolima y Huila que habían sido fuertemente azotadces por la Violencia anterior, la de los cincuenta, recordaban vivamente ese viejo período. I M Violencia de aquel entonces apareció como el primer y principal referente vital que afectó profundamente el transcurrir de su niñez, además de ser la causa principal de migracicén hacia la zona de colonización. Más aún, la palabra violencia para ellas se refería solamente a ese período de los años cincuenta y sesenta, cuando era envolvente, difuso, omnipresente y dirigido a las mujeres y niñas, n o sólo por indiscriminación sino también por su condición de género. En cambio, los episodios violentos posteriores de los años ochenta, tuvieron otra connotación psicológica. De estos últimos hechos, las mujeres hablaban en otros términos, utilizando la palabra guerra —una guerra entre dos bandos adversarios—, en que la población civil se había visto mezclada. También en esta ocasión las mujeres se contaban entre las víctimas: como parte de la población civil afectada por los bombardeos indiscriminados; como viudas ce como detenidas y torturadas para sacarles información acerca de sus familiares guerrilleros o activistas campesinos. Pero al parecer no fueron víctimas
Ver por ejemplo los diversos relatos en Salazar, 1990 y 1993.
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sistemáticas a causa de su condición de género, representada fundamentalmente por la maternidad, como ocurría durante el propio período ele la Violencia; entre ellas tampoco encontramos referencias a la violación como una práctica sistemática de guerra. Lo anterior de ninguna manera quiere decir que las construcciones de género nce estén jeresentes en las acciones de la guerra actual. Sólo necesilamees pensar en el poco interés de reconocer jee'iblicamente la autoría de una masacre ejue involucra a mujeres: hay resistencia a definirlas como jearle del conflicto armado al igual que los hombres; a dcsjeojarlas de su condición ele seres indefensas, madres, cuidanderas, generadoras ele vida y paz. Pues son jerecisamente estas representaciones de la feminidad que más apelan a la sensibilidad pública acerca de la violación del Derecho Internacional Humanitario, DIH, (el cual, desde luego, tiene la misma vigencia tanto para hombres como para mujeres). También la maternidad y la sexualidad —sobre todo la femenina—, puntos claves en las relaciones ele género, son temas candentes en el manejo cotidiano de la guerra, pero más en la organización interna de los grupos armados ~ que en la definicicén de quien es el enemigo o en el ejercicio ele la violencia sobre el otro. Intuimos aquí un cambio no scélo en las representaciones sociales de las nitijeres —en creciente medida actores sociales y ¡eolíticos—, sino también en las dimensiones culturales de la guerra. En la dinámica actual del confliclee armado interno, donde se jeresentan procesees de desideologización y los enfrentamientos entre proyectos políticos se mezclan con las defensas de intereses económicos y de dominios territoriales, hasta los actos de retaliación y venganza están dominados jeor una alta dosis ele instrumentalismo. En esa dinámica, la identidad cultural, política y social del enemigo pierde importancia frente a otros determinantes: su ceendición socioeconómica, su efectivo apoyo a uno u otro bando o simjelemente su ubicación geográfica del momento. Igualmente pierde vigencia la idea del exterminio hasta la semilla del otro, jeara dar lugar a un interés en amedrentar, sujetar y conquistar la población y su territorio, o causar el desjelazamiento de la gente para ajeropiar.se de sus tierras. Entrevistas en Florencia y Belén de Andaquíes (('aqueta), mayo de 1994. " En otro artículo hacemos breve referencia a estos aspectos (Meertens 1995a). Ver también el interesante estudio sobre las guerrilleras salvadoreñas de Vásquez, Ibañez v Murguialdav (1996).
242
Víctimas y sobrevivientes de la guerra...
En ese contexto, acabar con la maternidad como generadeén de vidas enemigas, o humillar profundamente el honor sexual de una comunidad, ha perdido sentido como práctica ele guerra. La violación sexual, sin embargo, no está ausente como práctica de guerra, como ejercicio máximo del poder sobre el otro, como violencia de género subterránea y pocas veces públicamente reconocida. Las denuncias son escasas y dispersas, abarcan desde el sur del país hasta la Costa Atlántica c involucran a todos los actores armados: ejército, guerrilla, grupos paramilitares. La precariedad de la información y la continuidad del conflicto armado impiden un análisis sistemático que vaya más allá de la denuncia.
SEGUNDA MIRADA: LAS VÍCTIMAS DIRECTAS DE LA VIOLENCIA Durante la década ele los ochenta confluyen varios procesos políticos ejue aumentan e intensifican la dinámica de violencia, sobre lodo en zonas rurales, donde se registra un incremento en las fuerzas guerrilleras, en los movimientos cívicos y, a la vez, en la influencia del narcotráfico y con ello de los grupos paramilitares. En efecto, a partir del año 1988 se dispara el número de muertos por homicidio y asesinato, llegando, y manteniéndose a partir de ese año, a una tasa anual promedio de 74 peer 100.000 habitantes. Detrás de estos hechos políticos protagc'micos, se ocultan realidades sociales dramáticas en las que cada vez más, no sólo los hombres, sino también las mujeres se ven involucradas. En cuanto a cifras generales (no específicamente de violencia política), la muerte violenta ha dejado de ser monopolio de los hombres, manifestándose ahora como la segunda causa de mortalidad entre las mujeres ele 15 a 39 años. En cuanto a la participación relativa de hombres y mujeres como víctimas directas de la violencia política, ésta diferenciación por sexo ha sido sc'do escasamente registrada. El primer intento de diferenciación lo encontramos en las estadísticas del Cinep de los años 1989, 1991 y 1993. Luego, en su Informe Anual de 1996, la Comisión Colombiana de Juristas incluye por Ver, entre otros, Deas y Gaitán 1995 y Comisión Colombiana de Juristas 1997. 14
Ver: Presidencia de la Rej)ública, Consejería para la Juventud, la Mujer y la Familia 1993:24.
243
Donny Meertens
primera vez dalos específicos sobre mujeres y niños, víctimas de las diferentes modalidades de violencia política. A continuación realizamos un primer intento de análisis de lo que se podría llamar la cuota femenina de las víctimas directas de la guerra de las últimos dos décadas. Cuadro no. 1. N ú m e r o y porcentaje de mujeres como víctimas de hechos políticos violentos, años 1989, 1991, 1993. MODALIDAD
Asesinatos Desapariciones O t r o s hechos ota
ecos
1991
1989
1993
Total
Mujeres
%
Total
Mujeres
%
Total
Mujeres
%
1.978
!73
8.7
560
61
10.8
890
72
8.0
137
13
9.4
1 17
8
6 8
64
4
6.0
1.741 3 g 5 6
284
i 6.3
2.422
^
^
3 Qgg
135 2Q4
5.6 6 J
1.960 2 g | 4
153 22g
7.8 J Q
roMticos violentos Fuente: cuadro elaborado con base en estadísticas del Cinep, Para 1989 y 1991 se sumaron hechos políticos y hechos presuntamente políticos; para 1993, se sumaron violación del derecho a la vida y a la integridad personal por agentes políticos estatales y no-estatales. Para I 993, el término asesinatos cubre las categorías de ejecución ¡legal (por agentes estatales) y homicidio (por agentes no-estatales). Incluye: Secuestrado, torturado, herido, detenido, atentado, amenazado; para 1993 también ncluye allanamiento ¡legal.
En el primer cuadro ' se destaca la intensidad de la violencia política en 1989, tanto para hombres como para mujeres. La más alta participación de las mujeres como víctimas de los hechos violentos es ele 10.8% en los asesinatos (1991), 9.4% en las desapariciones (1989) y 16.3% en otros hechos (1989), con un promedio a través ele los años y de las categorías, de 8.8%. Resulta interesante comparar 1989 y 1991 en cuanto a tendencias generales v presencia de mujeres entre las víctimas. En 1989, el año de más violencia, se registró también la más alta cifra de mujeres asesinadas y ele mujeres víctimas de otros hechos (secuestros, torComo todas las estadísticas de violencia, éste v los siguientes cuadros no registran sino una parte ele la realidad: la que ha sido denunciada públicamente. Para efectos de este estudio, nos interesan no tanto las cifras absolutas sino la participación porcentual de mujeres v hombres.
244
Víctimas y sobrevivientes de la guerra...
turas, detenciones, amenazas, etc.). En 1991, la violencia en general y particularmente los asesinatos políticos disminuyen en cantidad, pero la participación femenina en sus víctimas aumenta (10.8%). Una posible exjelicadón para esas tendencias serían los cambios en las modalidades de la violencia, sobre todo en las ele la represión oficial: de acciones indiscriminadas hacia la población civil a unas persecuciones más selectivas, acompañadas de una actitud más radical (de eliminadc'm) hacia mujeres sospechozas de pertenecer o apoyar a los grújeos subversivos. Otros datos del Cinep indican que la presencia femenina entre los muertos pertenecientes a grupos guerrilleros se eleva por encima del promedio mencionado y as-
C u a d r o n o . 2 . Violación de derechos humanos y violencia sociopolítica I 996. Víctimas hombres y mujeres p o r modalidad de acción MODALIDAD
VICTIMAS Hombre
%
Mujeres
%
Total
% Muje-
s Homicidios políticos y
1.219
res 43.8
142
77.2
1.361
10.4
6.5
152
7.9
ejecuciones extrajud. Desapariciones Homicidios
contra
140
5.1
12
289
10.4
25
13.6
314
8.0
1.132
40.7
5
2.7
1.137
0.4
2.780
100.0
184
100.0
2.964
6.2
marginados sociales Muertes en acciones bélicas TOTAL
Fuente: elaborado con base en Comisión Colombiana de Juristas 1997, cuadros 2 y I I, p. 6 y 23. * Porcentaje de mujeres sobre el total de víctimas por modalidad de acción
ciencle a 15.5% en 1989 y 10.3%; en 1991. El siguiente cuadro, ejue registra las víctimas hombres y mujeres jeor modalidad de acción violenta en 1996, nos permite hacer algunas comparaciones. Los cuadros 1 y 2 resultan sello eomjearables en cuanto a sus primeras dos categorías: la primera se refiere a asesinatos en 1989-1993, que luego se denominan homicidios políticos y ejecuciones exlrajudidales en el 1996; y la segunda remite en ambos cuadros a las desapariciones. En 1996, la presencia femenina entre las víctimas de homicidios ¡eolíticos y ejecuciones alcanza el 10.4% del total, con el cual se vuelve al mismo nivel del año 1991, el más alto del primer cuadro, pero en una situación de mayor vio-
24?
Donny Meertens
leuda ya que las cifras absolutas arrojan ahora el doble de víctimas. La presencia de mujeres entre las víctimas de desaparición se mantiene estable. Mientras que la guerra nuevamente se intensifica, el nivel de particijeación femenina en las víctimas ele la violencia se ha C u a d r o n o . 3. Violación de derechos h umanos y violencia sociopolítica 1996. Víctimas mujeres, según presuntos autores Presuntos Víctimas de acciones violentas
autores Hombres
%
Mujeres
%
Total
%
580
19.5
80
41.7
660
12.1
746
25.0
17
8.9
763
2.2
697
23.4
54
28.1
751
7.2
Guerriiias
757
25.4
33
17.2
790
4.2
Casos
201
6.7
8
4.2
209
3.8
2.981
100.0
192
100.0
3.173
6.2
Mujeres" Sin identificar Agentes del Estado Paramilita res
en
estudio Total
Fuente: elaborado con base en Comisión Colombiana de Juristas 1997, cuadro 2, p.6. Comprenden: homicidios políticos y ejecuciones extrajudiciales; desapariciones; homicidios contra marginados sociales y muertos en acciones bélicas. Porcentaje de mujeres sobre el total de víctimas por categoría de presunto autor.
sostenido. En cuanto a las modalidades ele acción, la gran mayoría (el 77.2%) de las muertes femeninas se ¡eroducen jeor homicidios políticos y ejecuciones extrajudiciales, mientras que en el caso de los hombres, éstas se reparten predominantemente entre los homicidios jeolíticos y las muertes en acciones bélicas. Aparentemente, la creciente participación femenina, desde la década pasada, en las filas de los grújeos armados, ' n o ha significado igual incorporación en el combate y las acciones de alto riesgo. Esa creciente participación ha sido señalada puede inferir también de la información sobre mente una cuarta parte de los reinsertaelos del v CRS entre 1988 y 1994, eran mujeres. (Datos Rehabilitación, 1995).
246
en mtiltiples testimonios y se los re-insertados: aproximadaM-19, EPL, Quintín Lame, PRT de la Oficina Nacional de
Víctimas y sobrevivientes de la guerra...
En el cuadro no. 3 se relacionan víctimas hombres y mujeres con los presuntos autores de las acciones violentas. Cabe señalar que en la autoría de los asesinatos {eolíticos se han producido importantes cambios durante los últimos años. Se ha observado una disminución de los casos atribuirlos a la fuerza pública (de 54.26% en 1993 a 10.52% en 1996), y un aumento en los casos atribuidos a los paramilitares (de 17.91% en 1993 a 62.69% en 1996). Paralelamente, se ha incrementado notoriamente el número de casos con autor conocido: de 28.14% en 1993 a 65.6% en 1996, lo cual se debe en buena parte, según la Comisión Colombiana de Juristas, «al notorio incremento ele hechos atribuidos a grupos paramilitares, para los cuales el conocimiento de dicha autoría puede hacer parte del propósito ele amedrentar a la población». A pesar de la reducción de los casos de autoría desconocida, son éstos los que mayor importancia tienen entre las muertes femeninas. En el 41.7% de las víctimas mujeres no se ha podido identificar el autor del delito —dos veces más que en el caso de las víctimas-hombres—. Estas cifras remiten probablemente a la modalidad de las masacres, en las cuales una mayor jeroporción de mujeres cae como parte de la jeoblación civil indiscriminadamente asesinada. Como jelanteamos antes, aunejue la población amedrentada suele conocer los autores y entender la advertencia, éstos no asumen públicamente una acción que involucre a mujeres o niños entre las víctimas, para no dañar su imagen. Así mismo, congruente con su importante papel en las masacres, la autoría ele los paramilitares es relativamente más alta en las muertes femeninas que en las masculinas, con rcsjecctivamente el 28.1 y el 23.6%. En resumen, según la información recogida por la Comisión Colombiana de Juristas: Cada dos días en promedio uniere una mujer como consecuents da de la violencia sociopolítica. Entre octubre de 1995 y septiembre de 1996, 172 mujeres fueron muertas, v 12 desaparecidas. Durante el mismo período, 35 fueron torturadas y 33 fueron víctimas de amenazas y atentados. Miembros de la fuerza pública causaron la muerte de 15 mujeres (el ejército a ocho v la policía a siete), y la Comisión Colombiana de Juristas, 1997, p. 5 y 7. Según la misma fuente, casi 9 hombres (8.7) mueren diariamente por la misma causa.
247
Donny Meertens desaparición de dos. Los grupos paramilitares dieron muerte a 47 mujeres y desaparecieron a siete; y las guerrillas fueron causantes ele la muerte de 33 mujeres. En enfrentamientos armados entrefuerza pública y guerrillas murieron cinco mujeres. En una cuarta parte de las masacres jeerpetradas en 1996 se encontraron mujeres entre las víctimas, y el número de muertes femeninas alcanzó el 6.7% del total de víctimas en esa modalidad de violencia. La presentación numérica ele las víctimas según su sexo brinda sólo limitadas posibilidades de un análisis de género. Hay otro ámbito, el de los sobrevivientes de la violencia, en cuya trayeetceria de desplazados detectamos importantes diferencias entre hombres y mujeres, las cuales analizamos a continuación.
LOS Y LAS SOBREVIVIENTES: EL DESPLAZAMIENTO FORZADO POR VIOLENCIA (TERCERA MIRADA) 21 El fenómeno del desplazamiento interno jeor razones de violencia, si bien estaba siemjere ¡éreseme en la segunda mitad del siglo XX, comenzó a sentirse en lóela su magnitud a partir de los años 1988 y 1989. En esos años, como vimos en la primera sección, se dispararon las cifras de asesinatos políticos y masacres esjeedalmente en aquellas zonas donde confluyeron varios factores: luchas campesinas en el jeasado; posteriores enfrentamientos entre guerrilla y ejército; compra de tierras jeor narcotraficantes y llegada de paramilitares a limpiar la región de guerrilleros (y también ele organizaciones campesinas). Una jerimera investigación a escala nacional sobre el fenómeno, desarrollada jeor la Conferencia Ejeiscopal de Colombia, arrojó un resultado de ajeroximadamente 600.000 desplazados en 1994, repartidos en zonas como Urabá, Córdoba, Magdalena Medio, los Llanos Orientales, Arauca y CaucaPutumayo principalmente."' En 1996 y 1997 se incorporaron nue-
Ibidem, p.23,24. Ibidem. p.57. Algunas parles del texto de este capítulo han sido tomadas ele publicaciones anteriores con Nora .Segura Escobar, Conferencia Episcopal 1995.
248
Victimas y sobrevivientes de la guerra...
vas zonas a la dinámica de la violencia y sus secuelas ele desplazamiento masivo de la población; de ellas mencionamos dos jeor sus características particulares; el Chocó desde donde se produjo un movimiento temporal de refugiados internacionales hacia Panamá (devueltos por ese país), y Cundinamarca, donde se han hecho sentir los paramilitares ya en las goteras de la capital. Las últimas estimaciones (1997)" llegaron a una cifra entre un millón v un millón doscientos mil desplazados, lo cual representa más del 2.5%' de la población total ele Colombia (38 millones). Según los jerimeros datos de la Conferencia Episcopal, el 58.2% de los desplazados son mujeres (7 puntos por encima de la jeroporción de mujeres en la población total ele Colombia) y el 24.6% de los hogares desplazados es encabezado jeor una mujer. Consideramos, con base en las experiencias regionales, que esta última cifra es una subestimación y que el porcentaje de 30.8% ele hogares encabezados jeor mujeres, mencionado en el estudio ele Coclhes, es más ajustado a la realidad del desplazamiento forzoso. En el más reciente estudio ele desplazados en Bogotá, la ¡eroporción encontrada de jefatura femenina del hogar es del 38%. De esas jefes de hogar mujeres, el 40% son viudas que huyeron con sus hijos tras la muerte violenta ele sus maridos, y el 18% fue abandonado desjeués del desplazamiento a la ciudad."' Aunque el desplazamiento es un fenómeno nacional, se estima que Bogotá es uno de los más graneles receptores de migrantes jeor violencia, que llegan directamente o en varias etapas. En 1996 su número alcanzó alrededor ele 50.000 personas, integrantes de Consejería Presidencial para los Derechos Humanos v Codhes. L
Í
1
Conferencia Episcopal 1995:43 y Consejería para los Derechos Humanos v el Desplazamiento, Codhes, 1995. La subestimación puede tener relación con los temores de las mujeres de cjuedar registradas como jefes de hogar v madres solteras, lo cual, en las zonas rurales, todavía representa un estigma social propagado por la Iglesia (los datos de la Conferencia Episcopal fueron recogidos a través de las parroquias), o el temor a ser registradas como viudas desubversivos, lo cual tampoco les convenía en medio del clima de zozobra reinante. Jorge Rojas, ponencia presentada al Seminario sobre Desplazamiento forzado y Conflicto Social en Colombia, Universidad Nacional de Colombia, noviembre de 1997. La cifra más alta de jefatura femenina del hogar. 49%, ha sido proporcionada por un estudio de familias desplazadas en Cali (Comisic'm Vida, Justicia v Paz y Arquidiócesis de Cali. 1977: 42).
249
Donny Meertens
9.700 hogares, lo cual da un ritmo de llegada de 27 hogares clesplazados por día."' En las regiones más lejanas de la capital que han sido afectadas por la violencia, las corrientes ele migración forzada se dirigen hacia las ciudades intermedias en proximidad de las zonas de expulsión — ciudades cercas pero suficientemente grandes para garantizar cierto grado de anonimato para las familias desplazadas—. Peer ello, las mismas capitales dejearlamentales de las regiones de expulsión constituyen los sitios ele recepción ele la población desplazada: Meelellín y Montería para los desplazados de Urabá y de la Costa Atlántica; Barrancabermeja jeara los del Magdalena Medio; Villavicencio para los Llanos Orientales; y Florencia para los de Caquetá. Durante los años más duros de asesinatos, masacres, desajeariciones y bombardeos de zonas campesinas, el desplazamiento fue ele comunidades enteras. Lees éxodos más organizados se desarrollaron en el Magdalena Medio durante una primera época (mediados de los años ochenta, cuando se extendieron los grupos paramilitares), y en el Cacjuelá a ¡erincipios de los años ochenta, con la llegada del grupee guerrillero M-19 a la zona. En cambio, las masacres ejue se perpetraron en la costa en los años 1988-1990 ("El Tomate", "Los Córdobas" y otros) dieron lugar a éxodces de muchas familias que buscaban refugio cada una por su cuenta. En el Magdalena Medio y en la Costa Atlántica, a los éxodos más visibles ha seguido un período de hechos violentos más selectivos y, por consiguiente, de llegadas a cuentagotas de familias que se ubican silenciosamente donde conocidos en las ciudades. En Barrancabermeja la violencia se internó en la ciudad misma, provocando desplazamiento de las familias de barrio a barrio, de calle a calle, en una desesjeerada carrera por escapar de la muerte anunciada."' En Villavicencio, la jeobladón desplazada ha sido marcada por la presencia de gran número de viudas de líderes del movimiento Unión Popular, UP, acusarlo ele ser enlace con la guerrilla de las Farc. Estas diferencias regionales del desplazamiento, que se expresan en diferentes grados de colectividad, de organización y ele conciencia política, influyen enormemente en el papel ele las mujeres en el desplazamiento, jeues son estas condiciones que determinan, en buena medida, la ¡eosibilidad que tienen las mujeres campesinas Arquidiócesis de Bogotá v Codhes 1997:39. Entrevista a mujeres de la Organización Femenina Popular.
250
Victimas y sobrevivientes de la guerra...
para anticipar el desplazamiento, para resistir los traumas psicológicos y enfrentar el desafío de supervivencia y construcción de un nuevo proyecto de vida. Es sobre todo en los éxodos espontáneos e individuales donde podemos percibir los efectos diferenciados por género de la violencia y del proceso de desplazamiento. Los hemos agrupado en torno a dos graneles momentos: el ele la destrucción de vidas, de bienes y de lazos sociales; y el de la supervivencia y la reconstrucción del proyecto de vida y del tejido social en la d u d a d . Para el siguiente análisis, combinamos los ejemplos de las historias de vida recogidas en las diferentes regiones, con una mirada más cuantitativa, de datos nacionales sobre hogares desplazados, en el cual comparamos los hogares con jefatura femenina y los con jefatura masculina."' El cuadro no. 4 se basa en un estudio reciente de escala nacional que reporta que los hogares con jefatura masculina representan un poco más del doble de los con jefatura femenina: de una muestra de 796 hogares, 551 (69%) están encabezadees por hombres y 245 (31%) por mujeres."' El volumen mayor de hogares desplazados está encabezado por personas entre los treinta y los cuarenta años, ele los cuales dos terceras partes corresponden a jefes hombres y una tercera parte a jefes de hogar mujeres. Esa proporción de dos a uno entre jefatura masculina y femenina de los hogares se mantiene en todas las categorías etáreas, con excepción del grupo 9
8
—
Según lo planteado en un artículo anterior (Meertens y Segura 1997), el esfuerzo por establecer continuidades y rupturas en el examen de los hogares desplazados según su jefatura y mediante el análisis comparativo del antes (destrucción) y el después (reconstrucción) plantea una distancia respecto de los análisis convencionales sobre jefatura femenina. Estos, asociados al postulado de- la feminización de la pobreza, proceden del análisis de tendencias estructurales a la exclusión económica y social de amplias masas de la población, que en virtud del genere) actúan selectivamente sobre las mujeres y sus hogares monoparentales. En el caso del desplazamiento se trata de condiciones coyunturales de violencia, que eventuahnentc conducen a las mujeres cabeza de familia y a sus hogares a la exclusión, pero por vías propias inherentes a la violencia v al desarraigo. El estudio trabaja con una muestra nacional de 796 hogares y fue realizado por la Consultoría j)ara los Derechos Humanos y el Desplazamiento, Codhes, con miras a la creación de un Sistema de Información de Hogares Desplazados por la Violencia-Sisdes I. Cubre un período de 15 meses, entre julio de 1994 y octubre de 1995 y pretende ser una puesta al día del estudio de la Conferencia Episcopal anteriormente mencionado.
251
Donny Meertens Cuadro N o . 4. Hogares desplazados según sexo y edad del/la jefe (%) . 1994-1995 Edad
Hombre %
Mujer %
Total %
Menos 20 años
l.l
i.5
2.6
21 - 3 0
16.5
9.0
25.5
31-40
24.5
12.4
36.9
41 - 5 0 "
16.0
5.0
21.0
51 y más
10,5
2.9
13.4
Sin Información de se-
0.6
0.0
0.6
Total
69.2%
30.8%
100.0%
N=796
(551)
(245)
(796)
xo
Fuente: Codhes -Si!ides-l.
jefes d e h o g a r m e n o r e s d e 20 a ñ o s d o n d e las m u j e r e s jefes t i e n e n m a y o r jeresencia. Esa i n f o r m a c i ó n n o s r e m i t e a la existencia ele u n grujeo e x t r e m a d a m e n t e v u l n e r a b l e , la ele m a d r e s a d o l e s c e n t e s desplazadas jeor violencia. D e s d e el m o m e n t o d e la destrucción y del desarraigo, se e n c u e n tran e l e m e n t o s diferenciales e n t r e , jeor ejeinjelo, los m o t i v o s q u e h a n llevado a h o m b r e s y m u j e r e s jefes d e h o g a r a h u i r d e su región. Los h o m b r e s a d u c e n las a m e n a z a s c o m o la r a z ó n d e t e r m i n a n t e del d e s p l a z a m i e n t o . Al m i s m o t i e m p o , las m u j e r e s m e n c i o n a n el a s e s i n a t o c o m o la causa p r i m o r d i a l ele h u i d a . Así se identifica u n a d e las fuentes q u e a l i m e n t a la jefatura f e m e n i n a del h o g a r : la viudez. «A mi esposo lo llevaron a matarlo v m e dieron lies horas para desocupar... llegame)s a la carretera sin saber para achínele íbamos a llegar... ye) recuerdo ahora que cu el m o m e n t o yo veía oscuro, no veía claro, era ejue estábamos con una linterna y yo no veía claro... yo le pedía a mi Dios que me mostrara claro el camino donde iba v ejue encontrara personas que me ayudaran... cuando abrimos los ojos, ejue llevábamos como cinco minutos de estar [tarados, ahí vimos como un campero... vea señor, y me puse a contarle a él, y le salían las lágrimas de lo que yo le estaba contando y ahí... nos subieron al carro» (Entrevista a mujer desplazada en Montería, Córdoba, mayo de 1994). P e r o los p r o b l e m a s específicos ejue e n f r e n t a n las m u j e r e s desplazadas n o sólo r a d i c a n en su viudez. T a m b i é n t i e n e n q u e ver c o n
252
Victimas y sobrevivientes de la guerra...
las diferentes trayectorias de vida que mujeres y hombres habían recorrido al momento ele producirse los hechos violentos. La mayoría de las mujeres campesinas desplazadas habían sido criadas en un esquema cultural rural de rígida separación de esferas masculina y femenina, donde la última se centraba casi exclusivamente en la gestión doméstica, la maternidad, el espacio del hogar y aquellas actividades agrícolas (la huerta, el jerocesamiento) cercanas al recinto doméstico, y una indudable sujeción al mandatee del hombre. Todas ellas, pues, tuvieron una niñez y una adolescencia caracterizadas por el aislamiento geográfico y social. Con enorme frecuencia las relaciones con el mercadee, la economía monetaria, la información, las instituciones formales eran jeatrimonio exclusivo o predominante del hombre, y aún el contacto con organizaciones o entidades cívicas o comunitarias eran ajenas a muchísimas esjeosas desplazadas. En otras palabras, los límites del mundo, del contacto con la sociedad, eran dados por los jefes de hogar, rerimero el padre y luego el esposo? El desarraigo de ese m u n d o ha significado destrucción de la identidad social, en un grado mucho mayor para las mujeres que para Ices hombres cuyo libertad de movimiento, acceso a información y disposición de tiempo libre se ciaba por supuesto y ejuicnes solían manejar un espacio geográfico, social y político más amplio, A partir de esas especificidades de género anteriores al momento de la destrucción y el desarraigo, se jeodría considerar a las mujeres desplazadas triplemente víctimas: jerimero, del trauma que les han producido los hechos violentos (asesinatos de ccényuge u otros familiares, quema de sus casas, violaciones); segundee, ele la pérdida de sus bienes de subsistencia (casa, enseres, cultivos, animales), ejue implica la ruptura con los elementos conocidos de su cotidianidad doméstica y con su m u n d o de relaciones primarias; y, terceree, del desarraigo social y emocional que sufren al llegar desde una apartada región campesina a un medio urbano desceenocido. Entonces, desjettés del asesinato, cuando yo estaba durmiendo en un corredor aquí en la ciudad, agachadita con mis hijos, llegeí la Las únicas excepciones las encontramos en las mujeres que de una u otra forma habían llegado al liderazgo en su organización o comunidad: sus historias de vida revelaban diferentes caminos para escapar al confinamiento del hogar de la típica familia campesina, por migración independiente, colonización o servicie) doméstico en la ciudad.
253
Donny Meertens policía a preguntar que hacía, y yo les dije: estoy esperando que llueva para irme a tirar del puente pa'bajo, al agua con todo y pelado; yo estaba ejue no sabía ejué más hacer, estaba como un barco sin bahía... (Entrevista a mujer desplazada en Montería, Córdoba, mayo de 1994). La d e s t r u c c i ó n , e n o t r a s jealabras, va m u c h o m á s allá d e sus efectos m a t e r i a l e s : se t r a t a d e u n a p é r d i d a d e i d e n t i d a d c o m o individuos, ele u n a p é r d i d a d e i d e n t i d a d c o m o c i u d a d a n o s y sujetos p o líticos y d e u n a r u p t u r a del tejido social a nivel d e la familia y d e la c o m u n i d a d , q u e p r o d u c e la s e n s a c i ó n d e e s t a r c o m p l e t a m e n t e a la deriva: Como u n barco sin bahía. De las e n t r e v i s t a s realizadas a las m u j e r e s jefes d e h o g a r , i m p a c ta la m a g n i t u d del c h a m a p e r s o n a l q u e les afecta y s i m u l t á n e a m e n t e la e n t e r e z a p a r a a s u m i r la s u p e r v i v e n c i a d e sus hijos y la reccenst r u c c i ó n d e sus vidas y lazos sociales. La o b l i g a c i ó n d e b u s c a r los m e d i o s d e s u p e r v i v e n c i a d e ella y d e sus hijos n o les deja tiemjeo p a r a e n t r e g a r s e a las e m o c i o n e s . La s u p e r v i v e n c i a i n m e d i a t a se c o n v i e r t e e n la ú n i c a m e t a q u e las m u j e r e s d e s p l a z a d a s se ven obligadas a cumplir. A los cinco días yo dije: «Yo, echarme a morir ya no puedo, tengo ejue seguir luchando por los seis hijos que me ejuedaron... pero no puedo seguir viviendo en los recuerdos de esta casa d o n d e ocurrieron los hechos, porque la sangre no la borraba yo, yo lavaba y lavaba el piso y no la borraba, entonces, esa tarde tomé la decisión de venirme» (Entrevista a mujer desplazada en Bucaramanga, marzo de 1994). «Yo tenía los ojos hinchados de llorar... A los cinco días de haber llegado a la ciudad, me llame') la señora que me había dado alojamiento y me dijo: "A usted no le queda bien ponerse a llorar porque usted ahí no va a conseguir nada y usted tiene que pensar en levantar a esos niños... Póngase el corazón duro y mañana se baña bien y ya por allá, así no conozca, que hable con personas, ejue vea ejue la j)ueden ayudar y si le toca pedir, pida, no tenga pena"» (Entrevista a mujer sobreviviente de una masacre, Córdoba, mayo de 1994).
/>i
Simbolizada a veces por la falta de documentos de identidad, que frecuentemente se pierden en la huida.
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Víctimas y sobrevivientes de la guerra...
Para esas mujeres desplazadas, viudas, cabezas ele familia, severamente afectadas por la muerte de su cónyuge y sin más pertenencias que los hijos, estos mismos constituyen casi el único motivo para superar su desdicha y emprender una nueva sujeervivencia en la ciudad, porque morir ya no se puede. Otras mujeres se convierten en jefes de hogar en el lugar de exilice, ya que se presenta una tendencia a que las relaciones de pareja se rompan jeor las tensiones, el miedo, las dificultades de la supervivencia en el nuevo medio, las respeensabilidades invertidas, e incluso por la desconfianza y las inculpaciones en los casos en que la mujer desconocía las actividades políticas de su comreañero. Y aún cuando no se rompen las relaciones de pareja, muchas mujeres desplazadas terminan siendo las responsables de la sujeervivencia económica y emocional de la familia, mientras que los hombres se distancian o se refugian en el alcohol. La misma necesidad de supervivencia inmediata lleva frecuentemente a la prostitución como único recurso disjeonible y en medio de un total desconocimiento sobre, y supresión de, su propia sexualidad. Las mujeres generalmente utilizan canales más informales que los hombres y son más recursivas para encontrar mecanismos de supervivencia. Es notorio que las mujeres buscan ante todo solidaridad con mujeres (familiares, comerciantes ele la plaza de mercado, maestras), más que con los hombres, frente a los cuales muestran cierto pudor e inhibición. Pero a la vez es importante señalar que nunca buscan solidaridad con otras viudas o desplazadas del mismo lugar. " Ese rechazo a compartir la misma historia deja manifiesta la necesidad de olvidarse del trauma sufrido, pero también remite al miedo y al ambiente ele clandestinidad que rodea a las sobrevivientes de una masacre. El apoyo mutuo entre madres e hijas resulta ser un elemento importante para la supervivencia eccenómica y emocional:
" Al menos espontáneamente; para las ONG que trabajan con mujeres desjrlazadas, esta actitud es un obstáculo para la organización y requiere una labor psicolcígica previa.
25,5
Donny Meertens
C u a d r o 5. Ocupación de los jefes de hogar según sexo, antes y después del desplazamiento, ( N de hogares = 796) Ocupación
Horr bres
Mujeres Despu és
Antes
%
Después
Antes No.
%
No.
%
34.5
16
6.5
47
19.2
52
9.4
13
5.3
4
1.6
40.3
17
3.1
32
13.1
5
2.0
34
6.2
26
4.7
17
6.9
9
3.7
Comerciante
37
6.7
62
1 1.3
9
3,7
17
6.9
Funcionario/a
3
0.5
3
0.5
7
2.9
6
2.3
No.
%
No.
34
6.2
190
126
22.9
222
Educador/a
Ninguna Asalariado agrícola Productor/a agropec
Públ. Empleado/a
63
1 1.4
92
16.7
II
4.5
12
4.9
Vendero/a ambulante
II
2.0
88
16.0
6
2,4
24
9.8
Servicios profesionales
10
1.8
5
0.9
1
0.4
1
0.4
Hogar
4
0.7
4
0.7
123
50.2
66
26.9
Servicio domés-
0
0.0
2
0.4
10
4.1
49
20.0
Otros
2
0.4
5
0.9
0
0.0
5
2.0
Sin información
5
0.9
5
0.9
0
0.0
0
0.0
551
100.0
100.0
245
100.0
245
99.8
tico
Totales
55
Fuente: Elaborada con base en cifras de la Consejería para los Derechos Humanos y el Desplazamiento, Codhes, 1995?''
Publicado por primera vez en Meertens y Segura 1996.
256
Víctimas y sobrevivientes de la guerra...
«Nos tocó de pronto del totazo empezar a trabajar en cosas tan mínimas, o sea come) nosotros llegamos que no sabíamos qué hacer lino, y mi mamá no hacía sino llorar y desesperarse porcjue la situación cómo la iba a resolver, entonces yo me fui a una tienda... y entré a la tienda y dije que me fiaran, ejue me fiaran unas cositas para yo empezar a trabajar, y me fiaron el arroz, el aceite, entonces eni[)ezamos a tener una mesa de fritos, a vender patacones, empanadas, quesos, de pronto también chicharrones, esas cosas, en una esquina» (Entrevista a mujer líder de barrio de desplazadas en Montería, Ce')rde>ba, mayo de 1994). El contraste más fuerte entre mujeres y hombres se da en las oportunidades que tienen para insertarse nuevamente en el mercado laboral y asegurarse la supervivencia y la reconstrucción de sus vidas de una manera más permanente en la dudad. En el cuadro 5 (p. 256), resaltan las diferencias de género en cuanto al tipo de ocupaciones antes y después del desplazamiento, pero más que todo en cuanto al enorme incremento del desempleo entre los hombres después del desplazamiento (más de cinco veces), en comparación con un aumento mucho más modesto del desempleo de mujeres jefes de hogar. Los hombres trabajaban antes en la agricultura y la ganadería, que son oficios de poca utilidad en su nuevo entorno urbano. Mientras que el 63.2% de los hombres había trabajado antes en la agricultura, scélo el 12.5% lo hacía desjeués (como trabajador transhumante y dejando la familia en la ciudad); en el caso de las mujeres el declive fue de 18.4% a 3.0%. Por consiguiente, en la ciudad les esperaba a los hombres la inutilidad y el desempleo. Pero para las mujeres, quienes antes del desjelazamiento si bien trabajaban en la agricultura dedicaban la mayor parte del tiempo a las labores domésticas, la migración forzarla no significaba igual ruptura de labores. Emplearse como aseadora, planchadora o sirvienta doméstica les ayudaba, después del desjelazamiento, a insertarse de una manera más fácil aunque precaria, en el mercado urbano del trabajo doméstico pagado. En efecto, el desemjeleo de las mujeres aumentó, jeero en menos de tres veces y la ocupación de ellas en el trabajo doméstico pagado se amplió ele 4.1 a 20%.
257
Donny Meertens
La jefatura de hogar y la responsabilidad de la supervivencia de la familia en manos de la mujer se reflejan también en la incidencia de la ocupación ama de casa: entre las mujeres del campo más del 50% reportaba ser ama de casa; entre las mujeres campesinas radicadas en la ciudad ese porcentaje descendió a menos de 27%. Por ende, el empleo en alguna forma de venta ambulante se incrementó para ambos, aunque más fuerte para los hombres que para las mujeres desplazadas. Enfrentarse al desempleo en la ciudad y aceptar a las mujeres como proveedores económicos principales no era cosa fácil para los hombres. En ese sentido, el desplazamiento podría incrementar las tensiones entre la pareja. La autoestima de los hombres sufría un serio golpe con la reorganización de la división del trabajo por género, como expresó uno de los hombres entrevistados en Villavicencio: «Uno que ya está enseñado a vivir en el pueblo y se sabe defender... pero el que es propiamente campesino llega a la ciudad... ¡eso es cosa terrible! Hay familias que se han desbaratado... después de que el uno o el otro se salgan de lo normal... hay mucho libertinaje para la mujer. Hay veces que toma las decisiones la mujer, y eso es delicado porque la mujer abusa más de la libertad que el hombre...» (Entrevista a un hombre desplazado en Villavicencio, diciembre de 1995).
Por otro lado, encontramos grandes diferencias entre las mujeres mismas en cuanto a su capacidad de enfrentar la situación de desplazamiento: entre mujeres que previamente habían participado en actividades organizativas de la comunidad campesina y las que siempre habían estado marginadas de ellas; entre mujeres que participaron en éxodos organizados y las que huyeron por su cuenta y riesgo con los hijos, sobrecogidas por una repentina viudez; entre
En el Informe de Investigación, Segura y Meertens 1996:46.
258
Víctimas y sobrevivientes de la guerra... las ejue tenían alguna trayectoria de líder y las que nunca salieron del solar de su casa. D Son las mujeres las ejue más se sienten afectadas en su diario quehacer de la supervivencia, por la imagen que la sociedad proyecta de sus familias como subversivas y culpables de su propia desgracia, aumentándose así la confusión sobre su propio ser social y, dada la repetición de hechos violentos y la impunidad de los mismos, sobre el camino a seguir para construir un nuevo proyecto de vida. Al respecto dice Bertha Lucía Castaño, psiquiatra especializada en asistencia a las víctimas de la violencia: «Como resultado encontramos que la mujer desjelazada presenta alteraciones mentales con mayor frecuencia que el hombre, quien con frecuencia encuentra una mujer que lo apoya afectiva y económicamente». 1 También el desconocimiento del trabajo cívico o político que había desarrollado su marido o compañero ha influido en la adopción de actitudes negativas y de miedo frente a las posibilidades de organización en su sitio de llegada: «Me junté a vivir con él, hicimos el rancho y a él lo mataron en el 92, en una masacre ejue hubo ahí frente al Comisariato, en un restaurante, hicieron una matanza y mataron a tres. Él trabajaba en Usuarios Campesinos, j)ere) yo no sé qué cargo tenía. Yo no participaba en ese trabajo, porque a él no le gustaba, a él le gustaba que yo me mantuviera aquí en la casa... Casi no voy a las reuniones con otras mujeres... porque soy la que tengo ejue enfrentar la vida sola» (Entrevista a mujer desplazada en Barrancabermeja, junio de 1994). Sin embargo, en las regiones donde la experiencia organizativa de las mujeres rurales ha sido más abierta, se consolidaron ONG femeninas,' ' que han logrado una importante labor de asociación y apoyo mutuo como estrategias de sujeervivencia de las mujeres desplazadas (tiendas cooperativas, restaurantes, empresas asociativas ele carpintería y zapatería, ollas comunitarias). Uno de los grandes dilemas del desplazamiento forzoso es precisamente la jeerspectiva al futuro en una condición que todos los 35
Entrevistas a mujeres desplazadas en Montería, Barrancabermeja y Florencia, abril-mayo de 1994. 36 Castaño, 1994:62. Entre otras, la Corporación María Cano en Montería y la Organización Femenina Popular en Barrancabermeja.
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Donny Meertens
involucrados (desplazados, Estado, comunidad receptora) definen como transitoria.'' Pero, ¿transición hacia dónde? Ante la disyuntiva de retorno al sitio de salida o permanencia en la ciudad de llegada, las propensiones expresadas se inclinan claramente a la permanencia (el 60% ele los hombres y el 70% de las mujeres). Es que el miedo y la continuación de los conflictos en las zonas de expulsión hacen que, para muchos, el retorno no sea una opción realista. Para algunos hombres se resuelve ese dilema con la persjeectiva de regresar al campo, pero a cetro lugar. Sólo algunos querrían regresar y reclaman el acceso a la tierra como una condición de retorno. Las mujeres jefes de hogar, en número aún menor optan por la alternativa ele retorno: sólo el 12% reclama el acceso a la tierra como condición jeara volver. Recordemos que los asesinatos constituyen un motivo imjeortante ele exjeulsión para ellas, de modo que no sólo la imposibilidad económica sino también las razones de seguridad y lees impedimentos emocionales están presentes en el rechazo a la idea de retorno. Hay una segunda razón que inclina a las mujeres jefes de hogar h a d a la permanencia en el medio urbano: el predominio de las responsabilidades maternas ejue coinciden con un proceso adaptativo más rápido de los hijos e hijas y con sus jeosibilidades escolares. Pero también una veta muy importante aparece en la experiencia propia en el medio urbano. En efecto, pese a las múltiples difícul tades y carencias y al cúmulo de responsabilidades, para muchas mujeres la jeosibilidad de insertarse en el mercado de trabajo urbano a través del servido doméstico les ha dado una garantía de supervivencia de la cual carecen los hombres. Esa rápida inserción laboral, jeor más jerecaria que sea, les proporciona nuevos horizontes vitales que no existían en el campo: el contacto directo con la economía monetaria y el acceso a una nueva sociabilidad les permiten romper el aislamiento, encontrarse con y en otras mujeres, ampliar sus relaciones con el exterior y redefinir su posición en la estructura familiar. Por ello, un número considerable de las desplazadas (25.6%) jeercibe las actividades urbanas —como la mi-
El retorno se incorporó como primera alternativa en los objetivos de la política oficial: -Atender de manera integral a la población desplazada por la violencia para ejue, en el marco del retorno voluntario o el reasentamiento, logre su incorporacieín a la sociedad» (Departamento Nacional de PlaneacieínMinisterio del Interior, 1995:13.
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Víctimas y sobrevivientes de la guerra...
eroempresa y el trabajo asalariado—, como sus estrategias prioritarias en la generación de ingresos. DE VÍCTIMAS Y SOBREVIVIENTES A LA CONSTRUCCIÓN DEL FUTURO La violencia ¡eolítica y sus consecuencias sociales han afectado de manera diferenciada a mujeres y hombres. La violencia de género como dimensión de la violencia política ha cambiado de contenido e intensidad, a la par con el creciente instrumentalismo de las acciones de guerra. La presencia relativa de mujeres entre las víctimas directas se sostiene al mismo nivel desde los peores años de guerra (1988,89,91). Refleja tanto la creciente participación de mujeres en los grújeos armados insurgentes, como la intención de los agresores ele intimidar a la población civil con asesinatos de todos sus miembros. Entre los sobrevivientes de la guerra, las mujeres camjeesinas desjelazadas han sido especialmente trastocadas jeor una trágica paradoja: siendo las más afectadas en su identidad social, las menos preparadas para emprender nuevas actividades, y las más aisladas tradidonalmente de una vida organizativa son, sin embargo, quienes deben enfrentarse a la sujeervivencia física de la familia y a la reconstrucción de una identidad social en un medio desconocido y hostil. Los hombres, por su parte, parecen equipados con más experiencia social y psicológica para enfrentar los efectos destructivos ele la violencia y las rupturas con el tejido social de su entorno rural, debido precisamente a su mayor movilidad geográfica y social y sus conocimientos de los espacios públicos. Pero en la fase de reconstrucción ele la vida familiar, las oportunidades para hombres y mujeres parecen invertirse: el impacto del desplazamiento se concentra para los hombres en su desempleo, situación que les despoja del rol de jeroveedores económicos. En contraste, las mujeres parecen mejor eejuijeadas para continuar las rutinas de las labores domésticas —tanto en el servicio a otros como en su propio b o g a r en pos de la sujeervivencia familiar. A pesar de los traumas, la pobreza, los obstáculos a la organización, para las mujeres desjelazadas también se presentan nuevas posibilidades y espacios de desarreglo personal. En los tímidos jeroyectos ele gcnerade'm de ingresos, o de organización comunitaria, en torno a los comités de desplazados o ele derechos humanos, el rol ele víctima ele la violencia comienza a mezclarse con el ele nueva ciudadana.
261
Donny Meertens La dinámica d e la guerra, p u e s , n o sólo implica caos y t r a u m a , sino t a m b i é n u n inevitable r e o r d e n a m i e n t o del tejido social, e n cuya reconstrucción se p r e s e n t a r e p e t i d a m e n t e la disyuntiva e n t r e la criminalidad y la solidaridad, p e r o t a m b i é n se a b r e n posibilidades d e nuevos proyectos d e vida d e h o m b r e s y mujeres, q u e impliquen u n a transformación d e las tradicionales relaciones d e g é n e r o .
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Diario de una militancia María Eugenia Vásquez P.
INTRODUCCIÓN Hace casi diez años comencé a elaborar mi autobiografía como uno de los medios a mi alcance para adaptarme a vivir dentro de los parámetros de legalidad o institudonalidad que había abandonado cuatro lustros antes para hacer parte de un grupo insurgente, el Movimiento 19 de Abril, M-19. Por más de dieciocho años, la militancia constituyó la razón fundamental de mi existencia. La decisión de renunciar a ella me dejó frente a la vida como si ésta fuera una hoja de papel en blanco. En medio de ese vacío, encontré un asidero en la decisión que me llevó a buscar sentidos para vivir en una profesión como la antropología. Hoy más que nunca creo que opté por un camino acertado. De otra manera, ejuizás no hubiera jeodido enfrentar un cambio tan radical. Hoy considero imprescindible el apoyo que me brindaron las herramientas de análisis propias de esta disciplina.
LA ANTROPOLOGÍA: UN PUNTO DE PARTIDA El trabajo autobiográfico jeresentado como moneegrafía de grado resolvió algunos jeroblemas imposibles de identificar plenamente v de vincular desde el comienzo. El primeree —y ejuizás el más claro—, María Eugenia Vásquez Perdomo ha hecho parte de los equipos de trabajo comunitario que la Fundación Social ha auspiciado en ciudad Bolívar. También ha tomado parte en los programas de reinsersión y paz de la misma Fundación, de la cual hoy es profesional operativa.
26)6
Diario de una militancia
se relacionaba tanto con la búsqueda de un oficio diferente al que había ejercido durante casi la mitad de mi vida, como al abordaje de la comprensión de una realidad bastante compleja desde otras perspectivas que enriquecieran el punto de vista meramente político. El segundee, tenía que ver con la obtención de u n título universitario, desechado en el pasado, que cobró importancia por la necesidad de tener un sustrato institucional para ubicarme en la sociedad con un carácter propio y distinto al del pasado. Es preciso aclarar que para el momento en el cual tomé esta decisión, tcedavía no se concretaban las negociaciones de paz. El tercero, comprende el proceso de reccenstrucción o de resigniílcadón del proyecto de vida, que al no ser intencional —y tal vez por ello— tan sólo se hizo consciente, en mi caso, después de más de tres años del ejercicio. Para comenzar, realicé un trabajo etnográfico sobre mi propio ciclo vital, incluyendo la forma como fui socializada en la cultura desarrollada por la militancia del M-19, así como la reflexión sobre los hitos educativos que marcaron mi ingreso y pertenencia a ese grupo insurgente. Estos esfuerzos me permitieron comprender algunos de los elementos que me hacían diferente a la mayoría de personas de mi entorno y, de esa manera, trabajar sobre las estrategias necesarias para disminuir la angustia generada por el proceso de retorno a la vida civil. Mientras escribía sobre mi vida, y aún hoy todavía, no dejo de sentir cierto recato al colocarme como objeto de estudio p o r q u e implica hacer pública mi intimidad. Estas dudas y este recato provienen de los silencios a los cuales nos acostumbramos en la clandestinidad, de la poca importancia ejue concedíamos a lo cotidiano en los espacios políticos y de una formación académica dentro de la cual no era usual que una autobiografía tuviera legitimidad como documento antropológico. La intención de este artículo no es precisamente describir la manera de vivir dentro de un grupo guerrillero urbano tal como lo presenta el texto autobiográfico, sino revisar la metodología utilizada para llegar a las fuentes del recuerdo y para construir el relato, sin dejar de laclo el proceso interno de quien, en este caso, representa el doble rol de investigadora e informadora, y el papel del Diario Intensivo comee instrumento insustituible para calibrar a quien se observa a sí misma.
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María Eugenia Vásquez
NARRACIÓN AUTOBIOGRÁFICA Y SENTIDO DE VIDA En enero de 1989, después ele más de una década de lucha armada, el M-19 firmó un acuerdo mediante el cual renunció a las armas para concertar un nuevo pacto social que pudiera servir como base a la jeaz. Ese nuevo j)acto se concretó en la Constitución de 1991. El lapso transcurrido entre la firma de los acuerdos y la convocatoria de la Constituyente fue un tiempo difícil para el Movimiento y cada unce de sus integrantes. Ni el país, ni la gente de lees bandos hasta el momento enfrentados, podían comprender a cabalidad las implicaciones de un cambio tan profundo. Me adelanté un año al Eme en la decisión de abandonar la vía armada, y desde 1988, inicié un retiro gradual de la militancia política. Esto implicó buscar una opción de vacia diferente y un oficio distinto al ele la guerra. También a comienzos de 1989, cuando entré en la oficina de profesor Luis Guillermo Vasco en la Universidad Nacional, tenía un deseo y una única certeza. Mi deseo era el de retomar la antropología como un lugar desde el cual abordar el estudio de la realidad, y la única certeza, aquella de que en mi pasado reposaba una fuente de experiencias para explorar los caminos de una jeaz que se hacía cada vez más urgente para el país. Desde el primer semestre universitario, y a lo largo ele mi carrera, el profesor Vasco fue un referente académico fundamental. Gracias a él, durante mi estadía en prisión (1981-1982), había retomado los estudios de antropología e indusee jeresentado un proyecto de moneegrafía que debí ajelazar, una vez. más, por las exigencias de la clandestinidad. Siete años más tarde, volver a la antropoleegía era no sólo una alternativa, sino una necesidad vital que me permitía situarme en una jeersjeectiva ele análisis para entender esa realidad a la cual me enfrentaba con el retornee a la civilidad. Después de escuchar los difusos objetivos de la propuesta para trabajar mi projeia exjeeriencia, buscando aportar a la reflexión que se hacía en el momento, Luis Guillermo Vasco me remitió al profescer Jaime Arocha, quien había participado en la Comisicén de Estudios sobre la Violencia, cuyo informe se jeublicó en 1987 bajee el título Colombia: violencia y democracia. Cuando conocí a Jaime Arocha, ya el profesor Vasco lo había enterado de mi idea. Me costaba tanto hablar, ejue jeor poco salgo de su oficina sin decirle nada. El gran secreto ejue había constituido mi vida se me atoraba en la garganta. Por fortuna, Jaime Aree-
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cha tenía una propuesta: realizar un trabajo etnográfico en el cual yo fuera sujeto y objeto de estudio. Se trataba de buscar la información dentro de mí misma a partir del recuerdo. Para ello contaba con un instrumente) metodológico: el Diario intensivo, una práctica de autoanálisis desarrollada jeor el sicólogo Ira Progoff (1984). En entrevistas posteriores me instruyó en el manejo de algunos elementos para iniciar el trabajo. Comencé lees ejercicios del diario intensivo en febrero ele 1989. A partir de esa práctica el recuerdo se fue liberando y adquirió, con el paso de los días, u n ritmo propio e incontenible que desbordaba la rigurosidad metodológica. Ya las imágenes del pasado n o esperaban a ser convocadas en un ámbito especial al terminar el día o en las madrugadas antes de salir para la oficina, ni ciaban la oportunidad de ser ordenadas en fichas. Me asaltaban con cualquier pretexto. Lees recuerdos me tomaron ventaja, e invadieron como una avalancha mis días y mis noches. Así, decidí escribir cuando tomaban vida en mi memoria, y como las fichas resultaron estrechas, entonces lo hice en lo ejue tuviera a mano: agendas, libretas y cuadernos, servilletas, reversos de recibos o papeles sueltos. También —siguiendo indicaciones de mi t u t o r grababa mis sueños apenas despertaba, sin dar tiemjeo a que se borraran, tratando de atrapar y describir las sensaciones que los acompañaban. Era un proceso que me causaba algunos segundees ele alegría, mientras retenía lees momentos vividos, pero instantes después, m e encontraba frente al dolor ejue deja el vacío. Más de la mitad de las evocaciones se convertían en fantasmas porque eran muchos mis muertos. Mi pasado se parecía a los caminos del jeaís después de los años cincuenta, con una cruz señalando d o n d e había caído uno u otra. Recordaba, escribía y lloraba. Lloraba y recordaba... así obtuve la información básica. Sobre el material producido, el profesor Arocha hacía preguntas que guiaban emotividad y memoria hacia reflexiones más profundas. Una de esas primeras preguntas, fue «¿Cómo enterraban a sus muertos?». El profesor se interesaba, básicamente, en comjerender el posible ciclo vital dentro de una cultura creada para la conspiración. Tardé en responderle que yo nunca había vistee lees cadáveres de mis muertos, ni siquiera el de mi hijo. Tamjeoco presencié ceremonias fúnebres en la guerrilla, ni enterré a mis compañeros. Tan sólo tenía memoria de los actos conmemorativos, durante los cua-
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Alaría Eugenia Vásquez les se rendía homenaje a los muertos o héroes caídos. En estas efemérides, recordar los nombres, las acciones destacadas durante la vida o las circunstancias ele la muerte ele algunos personajes era algo muy importante para la construcción y consolidación del imaginario épico guerrillero. Entonces comencé a leer sobre ceremonias y rituales en torno a la muerte y entendí que quizás me rondaban los fantasmas porque no tomé parte activa en ninguna ceremonia fúnebre por mis seres tjueridos y, jeor lo tanto, no di alguna forma de trámite personal al dolor. Entonces, seguí a h o n d a n d o en mi relación con la muerte y lees muertos, conforme muestro a renglón seguido, t o m a n d o el aparte de mis diarios que aparece en letra cursiva: En abril de ese mismo año, la policía asesinó a mi mejor amigo, Afranio Parra. De nuevo el zarpazo de la muerte me sorprendió y al comienzo me pareció imposible sobreviviría. Un frío intenso entre el Jjecho y el estómago me hizo sentir que moría otro pedazo de mí. Caminé sola por la calle, lloré imhot.ente, maldve el hroceso de paz que desarma mentalmente ci los guerreros pero no a los asesinos. Me dolió la vida, me pesó la soledad, lluego quise oír música y fui a tina taberna. Necesitaba llenarme de sonidos, ya no podía más con el silencio de mis muertos. Pasé la noche despierta, apretando entre mis manos el cuarzo que Afranio me regaló como protección, invadida de imágenes en blanco y negro sobre vida y muerte. Al amanecer había tomado una decisión. Me acompañaba una extraña fuerza como surgida de mis propias cenizas. El dolor me exigía convocar la vida para exorcizar la muerte que me tenia haría, iría al velorio de "El Viejo" para llorarlo y entender su ausencia. Para vivir el luto a fondo y no eternizar este nuevo dolor al dejarlo en el aire. Por primera vez quería ver el rostro de la muerte para poder encontrar la vida. Busqué a Iván, uno de mis compañeros de lucha, como cómplice para realizar el ritual. Fuimos a la Casa Gaitán donde estaba el cadáver. Entre la multitud encontré a sus hijos, a la Chacha su mujer más permanente, a sus viejos, a nuestros amigos, a la gente del pueblo, su gente. A él no pude verlo al comienzo, era imposible porque todos se agolpaban en torno al ataúd. Cuando pude acercarme, lo miré despacio, con miedo a afrontar por primera vez su silencio. Y le hablé: «Afra, viejo, aquí estoy. Te voy a llorar. Me quedo en el velorio para entender que estás muerto, de tanto verte inmóvil en esa caja. Para aprender a no esperar más tu abrazo fraterno... porque si no entierro contigo esta tristeza y a todos mis muertos no sepultos, me muero». Allí a los pies del féretro me sentí más serena. Estuve largo rato rontemplándolo sin dejar de hablarle como si aún pudiera oír. Hasta me dio
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Luego de este proceso, que resistí gracias a las reflexiones iniciadas dos meses antes en torno a la muerte, jeurle escribir un primer borrador de diez páginas sobre el tema. Para hacerlo, llamé a uno por uno de mis fantasmas, medí su ausencia e indagué por la importancia de su recuerdo en mi vida. Luego de inventariarlos, los clasifiqué, les di su lugar. Fue la parte más dolorosa; yo quería estar con ellos. Deseaba morir y, a la vez, sólo viviendo podía recordarlos, que era una manera de re-vivirlos, de tenerlos conmigo. Creo que por fin aprendí a convivir con ellos. El mismo ejercicio de preguntar sobre la información recopilada se repitió muchas veces con diferentes temas, como el amor, por ejemplo. De esa manera, comencé a entender algunas cosas, a encontrar ciertas lógicas o cadenas relaciónales, a reconocer mis diferencias y mis puntos comunes con los otros. Sin embargo, la vida continuaba su recorrido sin rumbo fijo y yo, a duras penas, manejaba una realidad todavía arisca a mi comprensión. No podría hablar de tiempos precisos. Los jerocesos son tan caprichosos. Pero más o menos cuatro años después de haber iniciado el trabajo, encontré que una manera de ordenar el material era dándole una secuencia temporal, y así nació un texto coherente. El relato de mi vida tiene los claroscuros propios de una construcción de memoria hecha desde el presente y basada en una serie de recuerdos y olvidos, de distorsiones que obedecen a ciertos patrones, y que finalmente, constituyen una imagen elaborada arte-
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sanalmente. Una artesanía que ofrecer a quienes leen la narración, los abstractos compañeros de viaje que interactúan conmigo jeor medio de sus preguntas al texto o sus discrepancias. Esa imagen recreada, seguramente re-tocada, contiene un amasijo de identidades que permitieron armar a la mujer que soy' en la actualidad, e hicieron posible que yo renaciera mientras la confeccionaba. En mí, la memoria actuó como fuerza vital. Describirme, hacer etnografía sobre varios segmentos de mi vida, me permitió reconocer paulatinamente mi condición social, reconciliar pasado y presente, comprender la vida como jerceceso y rechazar la imposición ele un ex militante y guerrillera que fracturaba mi identidad, visibilizar las múltiples mujeres que me habitaban, aceptar mis miedos, mis debilidades, y aprender a convivir con mis amados fantasmas sin que dolieran tanto. Pero también en esa actividad oscilante, como la llama Mónica Espinosa en un aparte de su Diario (1994), al acercarme y alejarme del pasado, jeude reflexionar sobre algunas concepciones, prácticas y hábitos aprendidos y al hacerlo, transformar los que dificultaban mi convivencia inmediata. El escrito y yo nos influimos mutuamente, nos afectamos permanentemente. Gracias a ese ejercicio, encontré sentidos y explicaciones antes invisibles. Supe que la vida tiene razones y sinrazones y que en eseuniverso inmenso de la existencia humana, vale la pena cualquier intento jeor comprender una fracción. Por ello, considero que la narración autobiográfica arroja algunas luces sobre la manera de ser de un sector de- ciudadanos y ciudadanas que apostaron, ayer con las armas y hoy sin ellas, a la posibilidad de una real apertura democrática en el jeaís y al que muchos no perdonan la transgresión. Pero, también quiero decirles, ejue realizar este trabajo cumplió un objetive) inesperado: me ¡eermitió vivir.
EL DIARIO INTENSIVO COMO RECURSO ETNOGRÁFICO Una jeropuesta del profesor Jaime Atocha (1989) integra los ajeortcs del antropólogo británico Gregory Bateson con el recurso del Diario intensivo de Progoff. Lees jelanteamientos de Bateson, a la vez que enriquecen el método etnográfico con su aproximación a teorías del discurso sobre la comunicación no verbal, buscan
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«terminar con la escisión, creada por Occidente, entre mente y cuerpo, palabra y gesto, razón y corazón» para hacer jeosible una mirada más integral sobre las culturas. Y el Diario intensivo, instrumentó metodológico diseñado para el autoanálisis, no solamente facilita el registro y sistematización de las observaciones del etnógrafo, sino sus percepciones más profundas ele la realidad y las confrontaciones permanentes entre su ser y el ser del otro. Combinando estas elees miradas, el profesor Arocha encuentra una alternativa de investigación etnográfica que destaca la interacción entre quien investiga y quienes son investigados, y se esfuerza en mantenerse alerta frente a la eomjelcjidad del proceso intersubjetivo que implica una permanente negociación cultural interna. La propuesta en mendc'm se jeuso en práctica dentro del Observatorio de Convivencia Étnica en Colombia (1989) y con ella se han realizado varios trabajos de investigación. Entre ellos, figuran los de Tomás Eduardo Torres (1989), Mónica Esjeinosa (1994) y José Fernando Serrano Amaya (1994), así como u n o derivado de ese esfuerzo, el que Mónica Espinosa realizó con el pintor indígena Benjamín Jacanamijoy (1995). En el trabajo titulado Neguá: música y vida, Tomás E. Torres incursiona en su pasado jeara mostrarnos su alma cultural, comee llama Jaime Arocha en la introducción a la herencia naguaseña que hizte de Torres un músico virtuoso. Mi autobiografía tuvo la misma intención de buscar en las experiencias pasadas, con especial atención en las representaciones iconográficas, esos rasgos específicos que constituían la manera de volverse Eme y tejerlos en un relato. Fui tomando conciencia ele que volverse Eme implicaba un proceso de aprendizaje gracias al cual adquiríamos aquellas destrezas, conocimientos y formas de actuar ejue nos permitían realizar con éxito las tareas subversivas y sobrevivir en la sombra de la clandestinidad. Ese conjunto ele elementos constituían nuestra cultura clandestina. Una cultura creada para actuar contra el establecimiento, una cultura instrumental, diseñada por quienes eran nuestros jefes y tutores con un fin determinado. Dicha cultura involucraba una serie de conductas ejue se transmitían a la militancia cu la práctica cotidiana y se legaban ele unas generaciones a otras. Nuestro adiestramiento fue similar a cualquier proceso de enculturaJaime AROCHA. "Gregory Bateson, reunifitador ele mente v naturaleza". En revista NÓMADAS, No. 1.
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d o n , pese a que se daba en campos muy particulares: adoctrinamiento político, entrenamiento militar, normas de seguridad, conciencia permanente sobre alertas de peligro, técnicas para realizar observaciones utilitarias sobre el entorno, y un manejee gestual y corporal que además de simular o disimular la actividad soterrada, nos permitiera comunicarnos con códigos preestablecidos. La puesta en marcha de esa manera de actuar requería u n esfuerzo consciente para no ser detectada, para conspirar sin delatarse. Permanentemente, la cultura clandestina y la cultura ciudadana se superponían en un juego de hacer sin que se notara, adquiríamos conductas que no peedían ser evidentes y nos permitían sobrevivir. En el relato autobiográfico es posible diferenciar tres momentces de socialización: el primero, en la cultura propia de una familia colombiana de clase inedia que vive en la ciudad; el segundee, en la cultura clandestina del M-19, u n movimiento guerrillero urbano; el terceree, un momento de deconstrucción de algunos hábitos aprendidos para la clandestinidad que obstaculizaban el retorno a la civilidad. Esta última parte puede dar algunas luces sobre la complejidad de Ices procesos llamados de reinserción. La lente cultural aplicada —permanentemente— por el profesor Arocha sobre mis fichas y escritos de reconstrucción de memeeria, confirieron al relato subjetivo un interés antropológico. A continuación, hago un recorrido por el proceso metodológico. P R I M E R O FUE EL RECUERDO
Para iniciar una expedición en la memoria, como lo requería este trabajee, se comienza por crear un ámbito adecuado para la tranquilidad y el silencio. De otra manera, no es fácil llegar a sentirse y preguntarse ¿cómo estoy? en ese momento de la vida. Así se estimula una lluvia espontánea de imágenes que posteriormente da paso a cadenas de asociaciones y evocaciones. Es lo que se denomina la retroinformadón, durante la cual se llegan a recordar los eventos importantes ele la vida jeorque ellees, a su turno, estimulan nuevas asociaciones. Las asociaciones iniciales y las sensaciones amjeliadas con las imágenes logradas en sueños y ensoñaciones van construyendo el ahora. Logrado ese primer reflejo de sí mismo, el diarista jeasa a elaborar entradas simples referidas a lees sucesos ele cada día y las consigna en una bitácora. Una vez realizados los ejercicios so-
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bre el ahora y el recuerdo, luegce de tener quizás veinte entradas en la bitácora, se llevan a cabo arqueos mediante lecturas de los sucesos, siempre tratando de alcanzar un estado similar al de la vigilia. Se trata de dar rienda suelta al conjunto de destellos e imágenes que puedan resumir el sentido de ese primer momento de autoobservación y autonarración. Estos ejercicios de recapitulación, también pueden llevarse a cabo tomandee como base un punto climático de la propia existencia. Progoff los considera como mojones ejue pueden incluir las encrucijadas de la vida, cuando el diarista optó por un camino, dejando de lado cetro. Como es lógico, en mi casce una de esas encrucijadas la constituyó el ingreso a la militancia y la clausura del camino profesional. Otra, el abandono de la militancia y el intento por reencontrar mi ser antropológico. Así, la suma de arqueos, mojones e intersecciones permite ir encontrando hilos conductores entre pasado y presente, coherencias y disociaciones entre sentir y actuar, lógicas que accempañan las decisiones, en fin, se camina hacia el conocimiento de uno mismo y de su relación con los otros, con el entorno, con el oficio y con lo escrito, inclusive. La utilización del Diario implica una disciplina, en especial mientras el diarista se adiestra en los tres ejercicios básicces: narrar sueños y ensoñaciones, suscitar las lluvias espontáneas de imágenes y sistematizar el resultado de las dos primeras prácticas (Arocha 1994, sobre Bateson). Y logra integrar en la bitácora las diferentes dimensiones: vida y tiempo, profunda y ele diálogo, proceso descrito por Benjamín Jacanamijcey (1995). Estas tareas para mí no fueron fáciles. Al comienzo, estuve a punto de abandonar tanto rigor, pero me mantuve sorprendida por la avalancha de recuerdos, la nitidez de imágenes y evocaciones, así como por la activación de mi capacidad onírica. Pronto encontré mis propios ritmos y fui adaptando el Diario a mis necesidades. Los ejercicios habían dado con la clave para pulsar el recuerdo a partir de lluvias de imágenes y las asociaciones que de allí surgían. Fue como si la cadena del recuerdo comenzara a rodar y pusiera en marcha el engranaje complejo que conforma la memoria. Las imágenes del pasado ya no esperaban a ser convocadas de manera juiciosa, simplemente me desbordaban, se activaban con cualquier apoyo sensorial, olores, música, sonidos de la ciudad, colores, formas y parecidos perscenales, sitios, nombres, sabores, texturas, también ante las sensaciones de soledad, miedo o emoción, placidez, afecto, frío o calcer, y lo hacían en cualquier momento. En ese 275
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tiempo yo vivía como alucinada con mis recuerdos. Entonces abandone las fichas y comencé a escribir en cuanto tenía a mano, c so dificultaba mis arqueos periódicos porque debía acudir a cuadernos, agendas, servilletas, pajeelitos de todo tipo y tamañee. Julio 20 de 1989. Sentada en mi escritorio áe funcionaría en la empresa constructora donde trabajo finjo ser la que no soy. Nadie adivina hacia dónde van mis pensamientos mientras llueve... Lluvia, árbol. Las gotas de agua resbalan por las hojas hasta la tierra, suena la lluvia al caer sobre el suelo. Más allá, las calles mojadas. Sensación de melancolía, todo se moja. Recuerdo mi paso por el río Mira... Todavía me siento a la deriva... Hace ocho años, la lluvia me caía a tórrenles sobre el cuerpo cansado y entumecido. Cerraba los ojos para dormitar y el agua se metía por todas las rendijas de mi cuerpo. Ya no estaba a rni lado Alfredo y el vacio formaba lagunas en el alma. Con él todo era más fácil, el amor da fuerza. Sin embargo, confiaba, éramos muchos y entre lodos podíamos salir de ese atolladero, de la manigua, de la maldita selva que nos engullía con todo y armamento. Cuando desembarcarnos en la ribera de! rio, ya estábamos empapados y así permanecimos durante el tiempo interminable en que caminamos la selva. Llovía, era el mes de marzo. Dr día calor pegajoso, de noche frío pegajoso... barro, sudor, cansancio, hambre. Rabia... ¿cómo parar la maldita lluvia, cómo guarecerse de ella? Finalmente me abandonaba... Estábamos tan solos frente a la naturaleza. Estábamos perdidos, pero éramos muchos y nos queríamos. Hojas verdes, humedad, conformábamos un ejército que iba a ganar batallas soñadas... Pero cuando llegó la hora, las bala/las no eran como las pensarnos y las diseñamos en maquetas. El monte esconde a los unos de los oíros mientras se pelea. Durante el combale lodo se figura. Se siente el mido de los tiros y hay que adivinar de chinde provienen, quién dispara. Inventar el soldado que está del otro lado, imaginar su posición y lo que jiiensa, lo que ve... su miedo es nuestro propio miedo. Fo tínico en lo que no se piensa es en la vida. La vida se suspende durante el combate. El dedo acciona el gatillo, la mano parece de hierro como el arma. Huele a pólvora, a tierra, a palo podrido, a árbol herido... La selva es húmeda, nunca se seca. Ed agua cania, suenan las gotas al caer, las ranas croan, silba el silencio. La noche es oscura, oscurísima y llena de ruidos. 'Poda clase de ruidos que impulsan la imaginación hasta el delirio, uno puede enloquecer. La noche engaña. En el monte se pierde el principio de realidad cpue uno acostumbra establecer con el entorno en las ciudades. Quizá para un campesino es diferente. Huelo a tierra mojada, a musgo... rni abuelo me enseñó cuando aún era muy pequeña a disfrutar de la naturaleza. La imagen del abuelo lograba tranquilizarme... pensaba en las mariposas, las quebradas y los renacuajos, nuestras incursiones bosque adentro... el olor a madera recién
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Diario de una militancia aserrada, lodo era acogedor. Observaba los insectos e imaginaba que yo era uno de ellos...hilaba historias, me iba tras el mundo de la fantasía. La niebla me gustaba muchísimo, fijaba mis ojos en ella, mientras pasaba frente a mí y veía figuras, corno si fueran nubes. Pasaba largo ralo... Un día hice lo mismo mientras estaba de guardia en un páramo, cuando entrenábamos con Iván Marino. Tuvieron que venir a buscarme, mi turno se pasé) sin darme cuenta, por estar jugando. Fue en una de mis primeras prácticas, como en 1971.
Durante ese tiempo en el cual se activaron los recuerdos atropelladamente, me permití sentir todas las emociones que llegaban con las imágenes del pasado. Un período de mucha exaltación, porque en la alegría de re-vivir momentos tan intensos también estaban la añoranza y la ausencia. FJn proceso angustioso porcjue más de la mitad de mis recuerdos terminaban en llanto. En 1989 ya eran muchos los muertos y desaparecidos de nuestro movimiento. Por eso, la muerte era un tema recurrente en los primeros escritos. El profesor Arocha revisaba los materiales y hacía preguntas que me llevaban a reflexionar sobre nudos temáticos, alrededor de los cuales escribía utilizando la información recopilada y así retroalimentaba el proceso ele construcción de memoria. Al año de utilizar de manera sistemática la técnica del Diario intensivo, los ejercicios de evocación y los arqueos todavía eran dolorosos. No podía distanciarme del todo, ni dejar de conmoverme ante la información, porque eran mi vida ese montón de fichas y papeles esparcidos sobre el escritorio. Pero seguía consignando todo el ir y venir, la oscilación de la cual habla Mónica Espinosa, como el fluctuar dentro ele imjeulsos contradictorios al acercarme y establecer distancias con varios segmentees de mi vida pasada. Para entonces, el profesor me sugirió entrar ele lleno en la fase ele ordenamiento de los datos. Con ese fin, propuso un esejuema etnográfico que me permitiera trabajar temáticamente —el entorno, la gente, el vestido, los instrumentos ele trabajo, el ciclo vital—. Lo intenté en múltiples ocasiones v no resultó. Releía una y otra vez los escritos y los ubicaba en el fichero bajee un título temático, pero como cada ficha o papel contenía información múltiple, terminaba sin saber dónde colocarlo. Mi jeroblema era ¿cómo armar el rompecabezas? Caco ejue el esquema etnográfico, como yo lo concebía, dificultaba la fluidez del relato. Sin dejar de escribir, desistí de ordenar y me dediqué a entender el proceso ejue vivía y que se había evidenciado cuando rompí
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el silencio y el secreto ejue rodeaba mi vida. Escribir, contar, hablar con el profesor primero, y luego con otras personas, permitía que contrastara mi vida con otras vidas, con otras concepciones de la existencia, que entrara en interrelación, que interlocutara con el entorno inmediato y me entendiera en las diferencias y cercanías con los demás. Entonces, comprendí la insistencia de Jaime Arocha cuando preguntaba «¿Qué me hacía distinta de otros? ¿cómo había ajerendido a ser así?» ce quizás, ¿cómo había llegado a ser comjeetente en la cultura de la clandestinidad? Era evidente que sin establecer las diferencias y cómo las había aprendido, no podía desaprender, y esto me condenaba al limbo de no ser ni de allá, de donde había salido, ni de acá, donde intentaba llegar. Continué sin prisa buscando material en los recuerdos e hilvanando la vida. La pregunta de cómo había aprendido rondaba mi cabeza día y noche. Un sueño me dio la clave para empezar a entender: Me encontraba en el palio de una gran casa de campo rodeada con cerca de piedra, había mucha gente como recién llegada. Yo buscaba mi equipaje entre el gentío. De pronto, vi a Fayad, era él pero con la figura corpulenta de Bateman. Lo abracé y le dije cuanto lo quiero, sonrió sin mirarme. Su proximidad me hizo sentir muy a gusto. De pronto, hubo conmoción, una mujer colocó una bomba, todos gritaban que la detuvieran, se sentía el miedo. Fayad y yo nos miramos y corrimos hacia el mismo sitio, buscamos en un rincón de la cerca, entre las malas. Encontré una granada gigante de color naranja, la lancé con fuerza más allá de la cerca. Fayad continuó a mi lado, le pregunté por qué los dos reaccionamos de la misma manera, y supimos dónde buscar. ¿Será porque recibimos el mismo adiestramiento? El sonrió otra vez y me estrechó contra su costado. Me desperté con la sensación de su afecto.
Allí estaba un elemento fundamental que hacía efectivo nuestro ajerendizaje, la metodología del aprender haciendo iba acompañada por los lazos de alecto, de admiración y respeto entre el tutor y el principiante. Se comprende más fácilmente si se confía plenamente en el maestro. Luego, en el sueño se representaba también la imjeortancia del lenguaje gestual, bastaba una mirada para saber lo ejue el otro quería comunicar. En las comunidades cerradas, en medio del silencio y el secreto, el gesto colera una imjeortancia dave. Y por último, permanecer alerta implica agudizar la observación sobre el entorno, de manera que se captan movimientos ejue para otras ¡eersonas pasan desapercibidos, jeor eso sujeimos dónele buscar. Ambos vimos algo extraño en la acción de la mujer al colo-
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car la bomba. El sueño develaba elementos del aprendizaje para sobrevivir en la clandestinidad. Otro de esos elementos, el ejue más dificultades abonaba a mi cotidianidad, era la manera de resolver los conflictos afectivos o laborales. El mío era un esquema de guerra aplicado a las diferencias de la vida diaria. Cuando no se podían realizar acucíelos, fácilmente yo polarizaba las posiciones y aplicaba la táctica de aniquilamiento. Rompía, ejue era una manera de destruir al otro, ele acabarlo, de terminar de un tajo el conflicto. Desconocer, borrar, negar, echarlo todo por la borda era mi manera de solucionar una diferencia rápidamente. Efectivo pero doloroso. Me costó mucho, primero entender por qué actuaba de esa manera y, luego, transformar la actitud. El m u n d o ejue me rodeaba no estaba en guerra. También tuve que guardar las normas de seguridad en la despensa y dejar de pasearme con ellas bajo el brazo para superar la desconfianza en quienes no pertenecían al grupo. Hasta las preguntas que hacía el profesor Arocha llegaron a parecerme sospechosas: ¿Por qué se aproximaba al secreto, por qué deseaba descorrer el velo? Su interés en mi intimidad militante me causaba más pudor que si jereguntara sobre mi sexualidad. Indudablemente tenía bloqueos, pero poco a poco salí de mi concha para reconocer los alrededores hasta cobrar confianza. Hasta mucho tiempo después no comprendí la profundidad de los cambios que debía afrontar. Cambios en buena jearte positivos, otros, definitivamente insalvables, como ese de vivir sin un proyecto que subordinara todas las demás actividades vitales como lo hizo el que orientó nuestra actividad militante. La vida jearecía vacía, insíjeida y superficial, sin una misión clara.
DESPUÉS, EL T I E M P O
Un día, casi por azar, encontré que el tiempo podía ser un eje ordenador de la información. Sucedió cuando me vi obligada a convalecer durante veinte días en mi apartamento. El aislamiento y el encierro suscitaron los recuerdos que creía más perdidos, los de la cárcel. La narración cronológica, la secuencia temporal, no sólo facilitaba la labor, sino que permitía la construcción ele un relato con sentido, es decir, en él, yo podía re-construirme en la medida en que ceentaba mi historia.
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Así comencé a escribir mi historia ele vida, a hacer una autobiografía." (ion cierto rubor, porque no acostumbraba a hablar en primera persona. Para 1992, dos sucesos afirmaron mi decisión. El primero, contar a Alonso Salazar ajearles ele mi vida para su libio Mujeres ele fuego, publicado un año después, y el segundo, asistir al Seminario Internacional sobre el Uso de las Historias de Vida en las Ciencias Sociales: Teorías, metodologías y prácticas. Ambos hechos fueron decisivos, el primero, jeorejue aceptar que el testimonio apareciera con nombrepropio significó afrontar ele cara a lodos mi condición de transgresora de un orden establecido y entender que mi historia podía ser representativa de una colectividad ejue jugó un pajeel importante en la vida nacional durante más de una década. Frente a Alonso rompí el dique ele- silencios resquebrajado desde los primeros ejercicios del Diario y jeude reconciliar públicamente pasado y presente. Confieso que sentí mucho miedo, pero ya sin secretos la vida se hizo más liviana. El segundo, jeorque confirmó mi sospecha referente a que estaba al orden del día la utilización de las historias de vida como metodología ele investigación cualitativa en las ciencias sociales. El relato autobiográfico que yo confeccionaba cobraba vida jeropia y permitía una mayor distancia con mi pasado. La narración de un tiempo ele la vida, ele un fragmento pasado, objetivó, de cierta manera, una parte de mí. El tiempo me colocaba a distancia de los recuerdos ejue iban contribuyendo al entramado ele la memoria que elaboraba. Como explica Michael Angrosino (1989), el texto autobiográfico que hasta ahora ha sido tratado más a nivel literario, también tiene un lugar en las teorías y métodos de investigación social. Entre las narrativas personales, biografías o historias de vida, la autobiografía cuenta con un filón poco explorado todavía como documento de interacción entre el sujeto ejue cuenta sus experiencias y la audiencia: sus lectores. Esa audiencia intangible y siempre retésenle, juega un rol vital y creativo en la elaboración de la historia, de ninguna manera es un receptor pasivo de información (Angostillo " Según Michael ANGROSINO, la autobiografía es u n r e c u e n t o narrativo ele la vida d e u n a p e r s o n a , q u e él o ella, ha descrito o grabarle) p e r s o n a l m e n t e . En: Documenls oj Inleraclion: Biography, Autohiograpln. and Lije ¡ l i s i a n in Social Sriniee Perspectwe. Gainesville: L'niversitv of Florida Press., 1989.
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1989). El posible lector interviene en la rula de elaboración de la memoria y hace parte del proceso de interacción entre investigador e investigado. Es importante definir para quién o quiénes se narra. En mi caso escogí, primero, a los interesados en la comprensión de la problemática insurgente, luego pensé en mi hijo menor, para quien mi opción de vida es un estigma, y luego, crece que valdría la pena llegar hasta quienes nos excluyeron porque creyeron en estereotipos. En varios momentos del relalee tuve que utilizar la consulta bibliográfica y ele prensa para apoyar la memoria (Patricia Lara 1982, Olga Behar 1985, El Tiempo y El Espectador 1981-1989). También confronté mis recuerdos con los de otros compañeros y compañeras con quienes habíamos compartido eventos durante la militancia. Al contrastar versiones se evidenciaban las múltiples maneras de interpretar la realidad ejue tienen los sujetos. Opté por dejar mis relatos con la descripción parcial de los acontecimientos, porque, al fin y al cabo, era mi versión: mi memoria. Por ejemplo, Susana no recordaba que ella cantaba boleros mientras nos mantuvieron con los ojos vendados y las manos atadas a la espalda durante los interrogatorios en plena selva del Mira. Y para mí, ese suceso cobraba una importancia fundamental porque representaba una fuerza insólita, como un conjuro contra la muerte, un canto a la vida.
LA MEMORIA
C O M O ARTEFACTO CULTURAL En el relato autobiográfico la audiencia jeartidjea en la definición del uso de la memoria. La memoria tiene una intencionalidad, es manipulada, se construye con fines conscientes o inconscientes. La memoria es cambiante, negocia sentidos con los peesibles lectores. Contarme para otros, narrar mi vida con la intención ele hacer un buen cuentee, me llevó a buscar en los eventos pasados, más allá de la realidad, la construcción de un discurso con sentido. En torno a ese sentirlo, resignifiejué el ser guerrillera como un proceso complejo que implica muchas cetras facetas jeara ubicarme en el terreno político con una carta de jeresentación válida frente al futuro de convivencia democrática. La memoria rescata de lees recuerdos pasados una identidad o identidades en función del presente, jeor eso tiene potencial de cambio. Se recujeeran elementos del pasado (tradiciones) para legitimarse, para ser reconocido como grupo o 281
María Eugenia Vásquez
como individuo. Al decir de Todorov (1996): «Si se llega a establecer ele manera convincente que tal grupo ha sido víctima de injusticia en el pasado, esto le abre en el presente una línea de crédito inagotable». Yo agregaría que fundamentalmente en el terreno simbólico. Allí radica la fuerza de la memoria en la construcción de identidades individuales o colectivas que buscan posicionarse socialmente. En la autobiografía se elabora una memoria para algo o para alguien. En esc- sentido, no hay memorias ingenuas, la memoria cultural tiene una finalidad, un poder, en tanto reconstruye el pasado para exigir reparación a la exclusión. La construcción discursiva busca la potenciación del sujeto para entrar en una negociación que rompa las asimetrías sociales. En esa negociación, la fuerza de la identidad es uno ele los más importantes referentes mediante el cual el individuo o el grupo buscan reconocimiento dentro de un orden que los ha negado hasta el momento. En rni caso hay un aspecto que considero necesario mencionar, la memoria cultural no es homogénea, tiene fisuras, una de ellas en relación con la identidad de género. Ser mujer, en un campo evidentemente masculino como el de los ejércitos, es muy conflictivo. De alguna manera, al relatar mi vida fui descubriendo algunos elementos del ser mujer en una organización armada, que cuestionan el poder que dentro de la organización nos invisibilizó, negó nuestro protagonismo y, en el mejor de los casos, destacó virtudes compartidas con los loles tradicionales asignados a las mujeres. Las memorias oficiales manejan el olvido para ocultar a personas o a sectores sociales e imjeoner su versión legitimadora. Pero, desde los excluidos también se construyen memorias que interpelan al poder. Floy en día, las mujeres, los negros, los indios y los jóvenes, anteriormente invisibles para el conjunto del país, se han propuesto llenar de palabras sus silencios y recuperar sus historias como jearte del proceso de construcción ele identidad y de búsqueda ele reconocimiento social. El texto autobiográfico como recuento de la vida de una persona, es una construcción donde lo relevante no es reproducir exactamente los hechos sino indagar por los patrones ejue llevan a la distorsión de esos hechos, encontrar el significado del trabajo de la memoria. Como dice Pilar Plaño: «La memoria se entiende como un campo en renovación y construcción continua que está contro-
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Diario de una militancia
lado por la voluntad humana». La memoria está viva y se re-crea desde el presente en una relación dialéctica entre celvidce y recuerdo. Allí reside su potencial de cambio. El olvido realiza su trabajo en la memoria, puede ser fuerza devastadora, salvadora o renovadora, actúa como límite para el recuerdo, es a la vez sabio y cruel. Por eso, la memoria se muestra como espacio contradictorio y a la vez, creativo. En mi caso, elaborar una memoria autobiográfica implicó repensar mi identidad para enfrentarme a un presente hostil lleno de contradicciones entre la realidad y las expectativa implícita en el retorno a la vida legal. Aquí la memoria actuó como fuerza vital porque pude recuperar lo positivo, en medio de tantas pérdidas, para salir de la tristeza y la incertidumbre en que estaba sumida. La memoria tenía una primera demanda, hilvanar una etnografía. Creo que, entenderme como parte de una historia y heredera de una cultura le imprimió valor a una actividad como la subversiva, socialmente satanizada y, simultáneamente, le dio valor a mi vida. Memoria e identidad se interrelacionan en la narración autobiográfica de manera dinámica en ese proceso de potenciación que me impulsa a buscar un lugar en la sociedad sin renegar de mi pasado.
UN HILO QUE TEJE LA VIDA
La mayor dificultad consistió en dar por terminado el texto autobiográfico, poner un límite temporal, a riesgo de pasarme el resto de la existencia como Aureliano Babilonia en Cien Años de Soledad, cuando encontró los pergaminos de Melejuíades donde estaba escrito su destino y «empezó a descifrar el instante que estaba viviendo, descifrándolo a medida que lo vivía, profetizándose a sí mismo en el acto de descifrar la última página de los pergaminos, como si se estuviera viendo en un espejo hablado». Todo, p o r q u e el texto era algo vivo que interactuaba conmigo de manera distinta, cada vez que me aproximaba. Siempre lo retocaba, destacaba even-
Pilar RIAÑO. "Modelando recuerdos y olvidos". En la revista REOJO No. 3. Colcultura, Diciembre 1996. 4 Gabriel GARCÍA MÁRQUEZ, Cien Años de Soledad. Bogotá: Editorial Oveja Negra, 18a. edición cole)inbiana, diciembre de 1989. Pp. 325.
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Alaría Eugenia Vásquez
tos, suprimía otros, agregaba ccesas. Se había convertido en una historia interminable. Cuando puse punto final al relato autobiográfico con un tope ubicado en mi decisión de retirarme del Eme a finales de 1989, me sentí un peecce más liviana. Crece que esa sensación la debo a ejue elaboré buena parte de mi pasado, que me re-hice en él con alguna coherencia. Escribir fue como dibujarme en una sola hoja, como hilvanar la vida, encontrar la manera de reconciliar pasado y presente. Fue también una manera de romper la clandestinidad en la cual mantenía la mitad de mi vida, develar una memoria que estaba codificada en clave de silencios y asumirme como soy. En la autobiografía me entendí como jeroceso, en mis continuidades y discontinuidades, en mis contradicciones, en mis cambios y permanencias. En la memoria autobiográfica los olvidos, las incoherencias, las inexactitudes, las distorsiones o falsos recuerdos, como llama Buñuel en su autobiografía a la imaginación que invade la memoria sicrncn Mm'in tino A^ m i m n Vv, conclusión la na-.._ -_- „ .
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nación autobiográfica contiene una memoria elaborada con el fin de presentarse públicamente. Sin duda, el Diario intensivo juega un papel importante, no sólo al comienzo del trabajo cuando desata los recuerdos y pone sobre la mesa la materia prima para la elaboración del relato ele vida, sino durante el jeroceso de manufactura de la memoria. La imagen, el lenguaje iconográfico al que concede tanta importancia la metodología, también posee memoria. El Diario permite el autosondeo de la memoria cultural comee afirma Benjamín Jacanamijoy (1995) y es un instrumento reflexivo ¡ecer excelencia ejue mantiene la tensión entre experiencia y reflexión. El investigador se reconoce plenamente en la dimensión subjetiva y a la vez logra distanciarse en la interpretación de su propia experiencia jeorque el instrumento facilita la alteridad.
EL FINAL Con mi autobiografía intenté conjurar el olvido de una colectividad jeolítica o de unas ideas que dieron sentido a muchas vidas y que se ¡eierden en la memoria y en la historia oficiales. Pero tal vez, simplemente fue una manera de situarme frente a mí misma. Conté una vida anónima que relaciona una éjeoca, una sociedad ¡eercibida desde el m u n d o de la Universidad Nacional, una ojeción
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Diario de una militancia
juvenil, las costumbres y aprendizajes dentro de una colectividad política, el ser mujer entre las armas, la resistencia en la cárcel y las incertidumbres del retorno a la vida civil. Cuando una persona narra su vida y otra u otras la escuchan ce leen, la protagonista siente que existe: se siente. Ese, jeor sí sólo, es jeara mí un argumento que valida la autobiografía.
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El castigo a través de los ojos de los niños Ximena Tabares
Uno de los aspectos que frecuentemente se encuentra ligado a los procesos de seecialización infantil es el castigo, pero aunque en la literatura especializada existen numerosas investigaciones sobre el castigo o factores asociados, es reducido el n ú m e r o de trabajos interesados en permitir que los niños se expresen sobre la realidad ejue los afecta. Por esta razón este trabajo ofrece una visión general del castigo infantil, sus características y modalidades, y recoge la perspectiva infantil sobre el mismo. D O L O R Y CASTIGO
El concepto de castigo está mediado por las variaciones idiosincráticas culturales de los comportamientos considerados como aceptables por cada cultura y la concepción del daño social que debe recibir el ofensor. En el presente artículo me basaré en el sistema de creencias propio, entre otros, de sociedades occidentales, según el cual los símbeelos de dolor se consideran corno los mecanismos adecuados para la reposición del orden.
Antropóloga de la Universidad Nacional de Colombia. Asesora del Convenio Unicef-Defensoría del Pueblo j)ara la elaboración de un sistema de seguimiento y vigilancia de los derechos de la niñez. Un ejemplo claro de las creencias que demandan dolor es el Palacio de la Inquisición en Cartagena: el infierno era asumido como una realidad, y los sacerdotes buenos en su deseo por rescatar almas impartían el dolor con un propósito preventivo (Nills, 1984).
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El castigo a través de...
El castigo se puede ubicar como parte de un suceso que aparece como respuesta a la comisión de una ofensa o de algo que se considera una alteración del orden colectivo preestablecido. Este enfoque del castigo se apoya en la teoría ccensecuendalista de Feinberg (1975). Según el autor, el castigo se equijeara con la terajeia moral: el culpable al quebrantar los principios de su grupo social se halla en deuda moral ceen éste, y la única vía de satisfacción de la reparación es la sumisión al castigo.' Para que exista el castigo el individuo ofensor debe reconocerlo como una restricción compulsiva impuesta a sus derechos en el colectivo social, y no como una afección a sus intereses particulares.' Desde el punto de vista externo, el castigo es considerado como una restricción en la capacidad de elección de quien lo recibe. Esta condición es diferente de la interpretación subjetiva que hace el ofensor sobre cómo el castigo lo puede afectar. El dolor corresponde entonces a la manifestación ccencreta de la restricción de los derechos sociales (Nills, 1984). Para que un castigo cumpla con la característica de ser doloroso debe tenerse en cuenta lo que el grupo social particular considera como doloroso; además deben tenerse presentes las connotaciones morales del infractor y de su grupo social y las características de la situación en la cual se da el castigo. De esta forma, en la concepción consecuencialista del castigo, el dolor impuesto simboliza la reprobación moral del grupo social y la indignidad del individuo. La eficacia de este símbolo es la que permitirá finalmente al individuo restablecer el eejuilibrio moral y reincorporarse a la vida cotidiana, porque radica precisamente en la prevención de futuras transgresiones y en la reaflrmadón del orden social.
CASTIGO VIOLENTO Las diferentes modalidades de imposición de dolor, que corresponden a las diferentes manifestaciones de la restricción de los deJ. FriNBLRG. Legal phdosophy. Dickenson. Encino, i975; citado por BETEGON (1992:70-7 Ip). Las manifestaciones cerncretas de la restricción de los derechos sociales impuestas al ofensor corresponden a las diferentes modalidades de imposición de dolor (Nills, 1984).
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Ximena '¡'abares rechos seeciales del ofensor, marcan en principio distinciones en los castigos. Otro elemento que establece distinciones es la variación de intensidad a la cual está sometida la correspondencia entre sanciones e infracciones. Entre las diferentes clases de castigce existe una modalidad caracterizada por la no correspondencia de la imposición de dolor con la existencia de una falta u ofensa. El castigce, al transgredir el patrón de control y sanción colectivo, se torna incomprensible e ilegítimo para quien es objeto de la acción agresora. Este carácter transgresor e ilegítimo del castigo es el que permite distinguirlo y calificarlo como acto violento. La noción de castigo violento se basa en la concepción de Piches (1988) sobre la violencia. Según el auteer, la violencia es un concepto de carácter polisémico que adquiere contornos singulares de acuerdo con la realidad de cada sistema social, es decir, son los valores y las normas sociales las que dan significado y legitimidad al M Í A
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expresiones de víctimas y espectadores de actos ilegítimos que transgreden el orden social, aunque para el ejecutor los actos puedan n o ser necesariamente violentos.' i
Bradley en su texto Ethical studies (citado por Betegon, i992:99p) establece un cjuantum equivalente de dolor y culpa moral, de modo ejue se pueda entender que la comisicín de la infracción reportó, a la víctima del mismo, idéntico valor al que con la imj)osición del castigo sufre su autor. Señala entonces la necesidad de los colectivos sociales de establecer un orden de prioridades respecte) de los valores sociales comunes: los actos más severos de violación a estos valores recibirán en concordancia castigos más severos, igual ejue si son cometidos intencionalmente o con conciencia de su carácter transgresor. El castigo cumple así la función de declaración moral. «El tratamiento de la violencia ejue hacen los antropólogos tiene que centrarse en la manera en que, en la sociedad en general, su práctica se encuentra mediatizada por las constricciones y valores sociales... Tras la perspectiva ciclos antropólogos se encuentra el su{)uesto de que los actos sociales tienen la intención de causar impacto sobre el ámbito social más amplio y ejue cierto grado de acuerdo compartido entre el ejecutor del acto y sus receptores y testigos es una condición j)revia del efecto intencionado del acto ejue se produce. Los valores sociales soportan de forma importante ese acuerdo compartido» (Riches,1988:33p). Riches (1988) menciona un caso ilustrativo del carácter polisémico de la violencia tomado de Leach al hablar de la violencia de los terroristas: «Lcach encuentra un notable paralelo entre los terroristas dentro de una sociedad y los líderes (autoridades) de dicha sociedad, señalando que en un sentido extremo ambos pueden considerarse como intrusos que compiten para imponer su vo-
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El castigo a través de... DINÁMICA DEL CASTIGO Una situación de castigo existe potencialmente desde el m o m e n t o en que un patrón de normas y sanciones es aceptado jeor u n colectivo social. La norma es una prescripción general que regula la conducta y se aplica particularizándola para cada situación. En la visión clásica durkheimiana, el comportamiento que está acorde con las normas es un comportamiento moral en cuanto corresp o n d e a lees requerimientos de una organización social específica. Las normas se transmiten intergeneracionalmente y su cumplimiento se impone por un principio de autoridad ajeno a la voluntad del individuo? Por esta razón cuando u n acto se sale de la prescripción de la norma, la infringe, desobedeciendo a la autoridad, y sobreviene u n estado de desorden colectivo que d e m a n d a la aplicación de una sanción. El castigo implica, bajo esta perspectiva, la previa comisión de una ofensa, p e r o para ejue algo pueda considerarse como ofensa, la norma infringida tiene que poder ser obedecida. Si un individuo luntad al pueble). Encerrados dentro de una oposición absoluta, cada parte describe los actos de fuerza física del otro como barbarie, pero considera heroicas las suyas propias» (Leach, Edmund. Cuslom, law and terrorist violence. Edinburgo University Press, 1977; Citado por Riches, 1988:16p). 7
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«Portarse moralmente significa actuar en conformidad con una norma ejue determina la conducta que hay que observar en un caso determinado, incluso antes de que uno se encuentre en la necesidad de tomar una decisión. El campo de la moral es de deber y el deber es una acción prescrita» (Durkheim, 1976:188p). «Una norma no es un simple modo de obrar habitual, sino que es también una manera de obrar que no nos sentimos con la libertad suficiente de modificar a nuestro gusto, En cierta medida y en cuanto norma esta fuera de nuestra voluntad. Hay en ella algo que nos resiste, que nos supera, que se nos impone y nos obliga» (Ibid, 193p). Ese algo al que se refiere el autor en el ajrarte anterior corresponde al principio de autoridad el cual lo explica en función de la obediencia: «Por autoridad hemos de entender el ascendiente que ejerce sobre nosotros tercio poder moral que reconocemos como superior a nosotros. Debido a ese ascendiente, obramos en el sentido que se nos prescribe no ya porque nos atraiga el acto que se nos requiere ni j)orque nos sintamos inclinados hacia él por alguna disposición interna natural o adquirida sino porque hay en la autoridad que nos lo dicta algo que nos lo impone» (Durkheim, 1976:193p). i) «Un acto no es punible cuando no ha sido prohibido por una ley instituida, tampoco es inmoral cuando no va en contra de una norma establecida» (Durkheim, 1976:189p).
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Ximena '¡'abares
va a ser castigadee debe ser primero declarado culpable, sin embargo la declaración formal de culpabilidad no implica la existencia de una culpabilidad efectiva (caso del castigce violento), de igual forma aunque el acto infractor haya sido voluntario, la voluntad está determinada jeor factores ele jeresión externa incluyendo la amenaza del castigo como agente generador ele ansiedad. La perspectiva durkheimiana no tcema en cuenta que la norma se difunde en contextos móviles y ambiguos, atravesados por dinámicas interactivas igualmente ccemjelejas. Existe, nce obstante, un límite que es trazado precisamente jeor la acejeladón cultural de la norma e imjelídtamente ele la transgresión del castigo. Ese límite es el que va a permitir a las personas, en este caso a los niños, diferenciar entre castigce y castigo violento. Betegon (1992) analiza la dinámica del castigo a partir de la declaración de culpabilidad. Al culjeable se le impone el dolor en presencia de la autoridad y preferiblemente de testigos para que el acto sirva como declaración moral y para que el grupee aprenda las sanciones que jeueden afectarlos si imitan actos similares. Finalmente, el individuo es marginado de las relaciones ctelidianas y el símbolo del dolor actúa declarando la gravedad del acto cometidee y disuadiendo futuras reincidencias. LOS NIÑOS COMO PROTAGONISTAS Señalados ya algunos concejetos jereliminares con los que se ha abordado el estudio del castigo, en este ajearte se realiza una ajeroximación a la vivencia del castigo a jeartir de las categorías con las que el niño lo interpreta y distingue. Fa exjecricncia partió de la definición ele cuatro variables (noción de castigo, noción de castigo violento, ambiente situadonal y ambiente cultural familiar) con sus resjeectivos indicadores para contar con un marco de referencia que permitiera luego colicuando los actos son voluntarios pueden establecerse responsabilidades. La conducta voluntaria es libre, pero hay que tener en cuenta que la voluntad esla determinada j)or la cultura. De esta forma considerar a un individuo resj)onsable de su acción significa emitir un juicio acerca del valor moral de ésta, Foueault señala que la utilidad de un castigo será determinada no en función de la falta cometida sino en la capacidad de evitar o reducir a través eleactos simbólicos los desordenes que fomenta esa falla: «Castigar será por lo tanto un arte de los efectos» (Foueault, 1990:97p).
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El castigo a través de...
írontar y organizar la información. Se delimitó un universo de estudio comprendido por niños preadolescentes " y se establecieron como unidades de observación efectivas dos grupos de niños jecrtenedentes a dos sectores socioeconómicos diferentes. El primero (grupo 1) estaba conformado por niñas de sectores socioeconómicos medio altee y alto. El otro grujeo (grupo 2) estaba conformado jeor niños y niñas pertenecientes a un secteer socioeconómico medio bajo. Ambos grupos diferían no solo en sus condiciones económicas, también lo hacían en sus características sodoculturales. Esta circunstancia permitió apreciar variaciones en la conceptualizadón y manifestación del castigo y del castigo violento evidenciando la incidencia de los factores familiares y culturales. Para obtener los datos se diseñaron tres fases de trabajo. En la primera fase se efectuaron entrevistas estructuradas a partir de los indicadores contemplados para cada variable. En la segunda fase, o fase de situación sugerida, se realizó la representación gráfica de los indicadores a partir ele relatos semiestructurados; además fueron sugeridos a los niñees los temas sobre los cuales se requerían sus vivencias y opiniones. En la tercera fase ce fase de situación propia los niños representaron, peer medio de elementos plásticos y testimonios jeersonales, vivencias significativas relacionadas con el castigo. El principal recurso instrumental fue el dibujo, jeorque en él se reflejan jerocesos de análisis, diferenciación y comparación, que son propios de la capacidad de abstracción infantil y además pueden observarse los referentes de interpretación cultural con los que cuenta el niño. Existe una relación estrecha entre las posibilidades de representación del niñee y los recursos culturales con los ejue cuenta. ' La ~ Piaget afirma ejue el niño antes de los siete años res])eta las normas provenientes da la autoridad del adulto, considera justos los comjxmamientos que le evitan el castigo; mientras que a partir de los siete años adquiere criterios de juicio que le permiten interpretar intenciones ajenas y ponerse en el lugar de otros, razón que le permite tomar posición activa en situaciones de conflicto. (Citado por Carillo, 1991). Margaret Mead (1962) empleó la técnica del dibujo en su experiencia con los niños de la sociedad Manus en las Islas de Almirantazgo. Ella e)bservó que las interpretaciones elaboradas por el menor a partir de la exjjeriencia están enmarcadas en el cuerpo de significaciones culturales al cual pertenece. Calando a un niño se le pide representar un feneímeno, no solo estará proporcionando su vivencia del mismo sino también la valoracieín social respectiva. Si (continúa en la página siguiente)
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manifestación gráfica contiene la idea que posee de la realidad a partir de sus elementos esenciales y significativos, y también revela la importancia que le otorga a la misma. 1.a realidad, en conclusión, se dibuja no en la forma como se ve, sino en la forma como se interpreta. El investigador frente a un dibujo debe interpretar la interpretación del autor. Su tarea es explicar el sentido ele la imagen y traducirlo en códigos verbales. Widlochcr (1988) indica el jeroceso de interpretación gráfica. El primer paso para acercarse a un dibujo es desjeejarse de todo prejuicio y limitarse a lo que el dibujo manifiesta. Se procede a identificar lees objetos, sus relaciones y particularidades estilísticas (línea, color, forma del objeto) que revelan lo ejue el niño tiene ccencienda de representar. Sigue la interpretación simbólica del dibujo. En este nivel se indaga por el sentido oculto del dibujo, jecrce no a través del conocimiento de un código infantil, sino obteniendo, en diálogo con el niño, las asociaciones de pensamientos y su reiteración en las representaciones. Ea imagen, en consecuencia, contiene dos registros de expresión: constituye el signo del objeto y de sus relaciones con lo que lo rodea, y manifiesta el poder expresivo en su clisjeosición formal; su función es abreviar la acción al representar el momento simbólico de una escena.
el niño desconoce el fenómeno sugerido procederá a dotarlo de sentido dentro de sus posibilidades de significacieín cultural, a imaginarlo a partir de lo ejue ya conoce. En el siguiente aparte Mead señala la utilidad del dibujo para evidenciar el papel de la rcpresentacieín en función de la cultura: «El dibujo llegó a convertirse para ellos en una pasión dominante. Llenaban una hoja de papel tras otra con representaciones de hombres y de mujeres, de cocodrilos y de canoas. Pero no estando habituados a escuchar leyendas, carecían de la fantasía para levantar edificie>s imaginarios. Los temas de sus dibujos eran bien simples... No dibujaban de acuerdo con un plan. De igual modo cuando yo les mostraba ciertas manchas de tinta y les pedía su opinión acerca de lo que tales manchas representaban recibía solo respuestas precisas: "Es una nube" o "es un pájaro". Scílo uno o dos de los adolescentes, cuya actividad mental había sido estimulada por las cosas que aprendieron en tierras extrañas, donde trabajaron como jornaleros, respondieron con interpretaciones tales como: es un casuario ( tipo de avestruz ejue jamás habían visto), un automóvil, un teléfono» (Mead, 1962:83-84p). ]4
«El conocimiento de un hecho no garantiza de por sí su presencia en el dibujo; también debe ser valorada su importancia» (Goodenough, 1951:94])).
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Por esta razón la interpretación se produce en dos niveles y ofrece dees clases de información. En el primer nivel se interpretan los signos manifiestos para comprender los valores expresivos, proyectivos y narrativos del dibujo. El carácter expresivo de los gestos y particularidades gráficas revelan el estado emocional del niño. El valor pi ovectivo permite analizar los conceptos relacionados con las percepciones, revelando la visión infantil del mundo. Finalmente, las características narrativas —ligadas al tema representado— evidencian el interés por significar con imágenes una realidad y reproducir esejuemas gráficos habituales. En el segundo nivel se interpreta el sentido simbólico del dibujo para detectar alegorías, es decir, para encontrar el sentido metafórico a partir de las cosas que fueron evocadas por la percepción ele otras cosas (Widlocher, 1988). Siguiendo las pautas metodológicas exjeuestas se reconstruyó con ambos grupos ele niños las representaciones de los procesos y situaciones asociadas al castigo y su modalidad violenta. EL CASTIGO A TRAVÉS DE LOS OJOS DE LOS NIÑOS Los niños representaron el concepto de castigo por medio de episodios ejue contenían diferentes momentos que ocurren durante la situación ele sanción. Los momentos representados fueron: imposición ele dolor, sometimiento, aislamiento, amenaza, infracción, evasión e imposición de la norma. Los lies primeros y la infracción fueron los más representados. La imposición ele dolor en sus diferentes modalidades contó con el mayor numero de representaciones, es el más significativo y el que más se identifica con el concepto de castigo en ambos grújeos. La condición dolorosa ejue lo caracteriza como una exjeeriencia indeseable es representada bajo los diferentes métodos de imposición de dolor. Es importante anotar que el grujeo 1, a diferencia del grupo 2, hizo referencia principalmente a métodos de imposición de dolor que no requieren de agresión física. Lees dibujos muestran, por citar algunos ejemplos, ejeisodios de padres gritando a sus hijos o restringiendo diversiones y gustos de lees menores. En los dibujos del grupo 2 es mayor el número de escenas en las que lees adultees golpean a los menores.
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Los dibujos también reflejaron conflictos de lees niños por situaciones de abuso. Algunos niños en la figuración ele la imposición de dolor personifican a la víctima en niños diferentes a ellos, inclusive del sexce opuesto, o dibujan a los personajes en forma minúscula mientras llenan el resto de la hoja con cebjetos y escenas completamente ojeuestas al castigo, ce se dibujan a sí mismos recordando un episodice ele castigo. Este tipo de actitudes gráficas reflejan el deseo del niño peer no tocar el tema del castigo, su temor y rechazo al mismo, actitudes confirmadas en las entrevistas y testimonios personales. Otro ele los momentos del castigce más referido es el sometimiento, aunque con una importancia sujeerior jeara el grujeo 2 y menor para el grupo 1. El sometimiento consiste en la aceptación de la imposición de dolor sin acudir a instancias de evasión como el arrepentimiento, la súplica, la confrontacicén, la excusa, el inculpamiento, la huida, entre cetros. En el grupo 1 se registraron actitudes de sometimiento a la imposición de dolor acomjeañadas ele cuestionamicnto o intento de evasión de la aplicación de dolor. Esto se debe a la preferencia peer las formas de sanción verbal, instancia favorable para reclamar, jeedir exjelicacioncs o dar justificaciones. En el grupo 2, como el modelo de sanción suele ser de carácter físico, las oportunidades de defensa ante la agresión del adulto son menores. El aislamiento fue otro m o m e n t o representado con mayor importancia en el grupo 1 y menor en el 2. Esta etapa del castigo se caracteriza por la marginadón del niño ele las relaciones cotidianas familiares como condición posterior a la imposición de dolor o una modalidad de ésta. El grupo 1 suele identificar el castigo con el encierro en la habitación, coincidiendo la etapa de imposición de dolor con la etapa de aislamiento. El grupo 2, por el contrario, suele representar la imjeosidón de dolor con la agresión física, y el aislamiento como una etapa posterior a esa agresión. Los testimonios identificaron conductas de aislamiento jeor iniciativa propia o por orden del adulto. «Me da rabia cuando mi mamá me castiga, me encierro en el cuarto v boto los juguetes». «Yo me quedo callada, yo no dejo sino que ellos hablen no más y entonces al momento a mí me da tristeza, me salgo, me pongo a llorar, o me- baño y me pongo a llorar en el baño».
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Finalmente fueron representados los momentos de la infracción v la amenaza. En el grupo 1 fueron dibujadas las pruebas de la infracción que inculpan al menor o se introdujeron parlamentos del adulto que clan cuenta de la infracción. En el grupo 2 no se registraron alusiones a la infracción. En las entrevistas se aclare') ejue la ausencia obedece a una concepción del castigo limitada a la imposición de dolor aunque ne¡ corresponda necesariamente a la existencia previa de una infracción (castigo violento). Los niños del grupo 2, a diferencia del grupo 1, rejeresentaron la amenaza como antesala de la imposición ele dolor. La amenaza indica la indecisión del adulto para aplicar el dolor; es en eecasiones una oportunidad ofrecida al menor para modificar su conducta a partir del temor al dolor. Analizados los datos suministrados jeor la expresión gráfica, se procedió a analizar la expresión verbal. Cuando se les solicitó a los niños ejue exjelicaran sus dibujos y que mencionaran lo que entendían por castigo, la condición de dolor apareció ligada al carácter sancionatorio del castigo y a su valoración moral y emocional; también lo asociaron con finalidades pedagógicas. Para establecer las variaciones en los conceptos de castigo señalados verbalmente se tomaron comee criterios de clasificación la presencia o ausencia de la valoración moral y emocional, la imposición ele dolor, la infracción y la justificación pedagógica, obteniendo finalmente cuatro categorías ele análisis. La primera categoría comprende le>s conceptos ejue contienen la valoración moral v emocional, la clase ele imposición ele dolor v la infracción. El castigo es; «Una cosa terrible porque me pegan cuando no bago caso», «algo aburrido porque si uno le pega al hermano, llega la mamá v no lo deja a uno hacer lo que a uno le gusta», «feo porque lo ponen a hacer oficio si no bate tareas». La segunda categoría comjerende los conceptos que contienen algunos de lees criterios jerojeios de la primera categoría y una justificación pedagógica. El castigo es: «Algo doloroso para portarse bien», «un ejemplo bueno para no ser grosero», «pegar por mi bien cuando sea grande», «una cosa para aprender a obedecer». «El castigo es una forma ele ejue uno no se porte mal ton nadie, que no vaya a alzar la voz, cine cuando una persona esté hablando
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Ximena Tobares con alguien no se meta, o sea ejue no interrumpa el hablamienlo délos mayores; entonces a une) le da cosa, entonces uno se porta bien porque uno piensa que le van a jec-gar». La tercera categoría comprende conceptos ejue sólo hacen referencia al valor moral y emocional. El castigo es: «Una cosa fe-a», «malo», «algo horrible que da rabia», «terrible», «es una cosa así como si fuera una persona inhumana, lo castigan a uno muy mal». La cuarta categoría abarca las diferentes modalidades de imposición de dolor con las ejue los niños identifican el castigce. Esta categoría es la que contiene el mayor n u m e r o de testimonios en ambos grújeos, es decir, es la más referida y significativa a la hora de definir el concepto de castigo. «Lo castigan a uno dándole, no le dan comida a uno, lo encierran, lee tratan mal, lo ultrajan y muchas cosas que le pueden hacer a uno en el castigo. A mí me- castigan y a veces no me dejan salir a la calle, no me dan plata jeara irme a comj)iar algo a la tienda. Me jeegan cachetadas, me empujan, me hacen cualquier cosa pero me pegan ele todas maneras. El ¡)eor castigo es que me jeeguen en la cara». La mayoría de los niños en ambos grupos identifican el castigo con las diferentes modalidades de imposición de dolor, resultado que corresponde con el obtenido en la representación gráfica. LOS GRUPOS Y LOS CASTIGOS DIFERENCIADOS A partir de las expresiones gráficas y verbales se evidenciaron ciertas distinciones en las modalidades de castigo aplicadas para cada grupo. Las sanciones más frecuentes en el grupo 1 son: el regaño, el encierro en la habitación, las amenazas de castigos severos (generalmente físicos) y las restricciones en lees gustos. Los niños del grupee 2, jeor el contrario, ubican en primer lugar la imposición de dolor físico como el pegar. También son sancionados con las restricciones en los gustos, el encierro y las amenazas de castigos severos. La jereferenda, en el grupo 2, jeor los métodos de imposición de dolor físico obedece a diferencias culturales en los patro-
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nes de socialización de los padres y eventualmenle a factores ele presión externa que favorecen la pérdida de control. A partir de las exjeresiones gráficas y verbales, los niños de ambos grupos clasificaron los castigos coincidiendo en algunas categorías y señalando otras específicas para cada grupo. Categorías generales para ambos grupos Pegar o golpear. Comprende los actos agresivos infligidos al niño por parte de un adulto sin mediacicén de objetos. En esta categoría se ubican la palmada, los pellizcos, halar el cabello o las orejas y lees empujones. La patada, el cabezazo, los puños y los bofetones fueron además mencionados por niños del grupo 2. Pegar con cosas o lanzarlas. Comprende los actos agresivos infligidos al niño por parte de un adulto con mediación de objetos bien sea por impacto directo del objeto sobre el m e n o r o por lanzamiento del objeto hacia el menor. En esta categoría se ubica el pegar con correa y pantufla. Los niños del grupo 2 comentaron además haber sido golpeados con palo, tabla, bate, tubo, cremalleras de ropa, ladrillo, escoba, pringamosa, J látigo, cable, rejo y cuerda; también han sufrido quemaduras con cigarrillo o plancha, les han lanzado zapatos, platos, piedras y ollas; y los han zambullido de cabeza en albercas. Rechazo. En esta categoría se ubican las prácticas ejue impiden o limitan la interacción social del niño. Ambees grupos señalaron el encierro, la indiferencia ante las necesidades afectivas del niño, la ausencia de caricias, las comparaciones denigrantes con otras personas o los tratos discriminatorios y la indiferencia frente a los estados anímicos del menor. «Mi mamá no se deja tocar. Una vez yo la iba a acariciar y me acerqué un poquito, y ella me iba a pegar, entonces como me quité y ella no alcanzó, se quitó el zapato y me lo tiró». Algunas actitudes de los padres también suelen ser interpretadas por niños de ambos grupos como una muestra de desamor motivada por alguna inconsistencia en su comportamiento. Los niLa pringamosa, según la explicación de un niño del grupo 2, es «una hoja larga ejue tiene muchos chuzos y si eso lo toca a uno se le encona».
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ños a f i r m a r o n s e n t i r s e seelos y r e c h a z a d o s ¡eor r a z o n e s c o m o las siguientes: «Me dejan encerrada mucho tiempo», «a mi mamá casi no le gusta verme», «no tengo amigos ni hermanos y mis papas no me ponen atención porque- soy muy cansona». «Me siento solo porejue mi jeapá quiere más a mis hermanas que a mí, o yo no sé si él me quiera también así a mí. Él las consiente más que a mí porque yo soy un hombre, y él me dice que- a los hombres no se les puede dar tanto cariño porque se vuelven tórridos. Ye) creo que eso no es cierto jeorque desde que uno quiera ser volteado uno lo es, y si no, ¡enes no». E n esta c a t e g o r í a se incluye a d e m á s el d e s c o n o c i m i e n t o d e la calidad d e m i e m b r o e n la familia y la exjeulsión del h o g a r , a m b o s referidos jeor el grupee 2. «Si yo le contesto mal a mi ¡eapá, él me dice que no le importa porque yo no soy su hija. Mi marni me cuenta ejue ella estaba embarazada y él le decía "Esa no es mi hija, esa no se va a parecer a mí", y empezaba a decir un poco de beebadas y salí idéntica a él. Yo soy parecida a él, tengo el mismo lunar y la misma estatura; ahí estoy haga de cuenta él; le traigo una foto y verá que somos los dos idénlicos, v tanto ejue me ¡)egaba». Q u i t a r las cosas favoritas. C o m p r e n d e la j e r o h i b i d ó n p a r a desar r o l l a r actividades jeredilectas jeor el n i ñ o r e l a c i o n a d a s c o n sus inclinaciones p a r t i c u l a r e s . En esta c a t e g o r í a n o se p r e s e n t a r o n diferencias significativas e n t r e los g r u p o s . Los n i ñ o s m e n c i o n a r o n m o d a l i d a d e s ele castigo c o m o las jerohibiciones d e j u g a r , salir a la calle, ver televisión o asistir a cine, m o n t a r bicicleta, salir al r e c r e o , ir a visitas, p a s e a r el d o m i n g o , salir con a m i g o s , h a b l a r ¡eor t e l é f o n o , oír música, j u g a r fútbol, e n t r e o t r a s cosas. «Si me mandan una nota para mi pa¡)á porque no hice las titeas, des¡)ués no me dejan jugar fútbol sino que me ponen a estudiar». El regaño. C o t n j e r e n d e las s i t u a c i o n e s e n ejue se jeresentan actos verbales agresivos y a m e n a z a s d e castigos. Esta meedalidad jeuede p r e s e n t a r s e sola o en c o m p a ñ í a ele o t r a s m o d a l i d a d e s d e imposición ele d o l o r . El r e g a ñ o es c o n s i d e r a d o p o r los niñees c o m o u n castigo si a c u d e al e m p l e o de* insultos y frases d e n i g r a n t e s a c o m p a ñ a -
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das ele amenazas. En los testimonios las niñas del grupo 1 comentaron ejue sus padres cuando las regañan gritan frases como éstas: «¡Eso le pasa jeor desobediente!», «¡Cállese-!», «¡No le vuelvo a comprar nada!», «¡Para qué le) hizo!». En el grupo 2 las palabras empleadas por los padres son más agresivas y humillantes. Las amenazas en este caso logran intimidar al niño y obligarlo a adoptar una conducta cu contra de su voluntad porque la reacción del adulto, como persona más fuerte que puede hacerle daño, le producen angustia y miedo. «¡Mentirosa inmunda, no le vuelvo a dar estudio!», «¡Siga chillando v le pego!», «¡Eso es lo ejue se estaba buscando, carajito!», «¡Animal!», «¡No lo vuelva a hacer ejue- le doy más duro!», «¡Largúese, idioia, que no lo quiero ver!». «El regaño es un castigo porque a uno lo reprenden con gritos para que entienda qué cosas debe hacer v qué cosas no». El regaño, jeor el contrario, no es considerado ¡eor los niños como un castigo si se caracteriza jeor el llamado de atención seguido del diálogo entre adulto y menor para comprender los motivos que condujeron a la acción incorrecta y la importancia del cambio de actitud. En este caso los niños, al no asociar la puesta en evidencia de una transgresión con la imposición de dolor (binomio culturalmente identificado como castigo), no interpretan la sanción como un episodio de castigo. Categorías propias del grupo 1 Las peleas. Comprende las situaciones de tensión a las ejue es sometido un niño jeor parte ele un adulto, esjeecialmcnle jeor el conflicto conyugal. Las niñas del grupo 1 se sienten responsables ele las jeeleas de sus padres jeorejue perciben que los desacuerdos comienzan cuando ellas han cometido algún error y sus padres cuestionan responsabilidades. «Mi mamá a veces no está y deja encartado a mi pajea, v una vez que me pusieron amonestación por la tarea, mi mamá le dijo "¡Usted no le ayudó con la tarea a la niña, por eso es que le va mal en el estudio!" v se pusieron a pelear».
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Categorías propias del grupo 2 No dar las cosas que se necesitan. Comprende las prohibiciones que obstaculizan la satisfacción de las necesidades básicas del niño. En esta categoría se ubica la prohibición de estudiar, no facilitar el dinero para el transporte o el refrigerio, y negar la comida. «Yo no puedo gastarme- toda la plata de la semana porque si me gasto lo de la lonchera y le pido a mis papas, se ponen bravos y no me clan plata para la otra semana». Hacer trabajos pesados. Comprende las exigencias del adulto para la realización de tareas no atractivas para el menor. En esta categoría se ubica el sometimiento a oficios domésticos permanentes, el ingreso al mercadee laboral, los horarios rigurosos, y la adopción ele posturas incómodas. «Como no pasé el año, no me dejaron hacer el tercero y ese año me tocó ahí ayudarle a mi papi». Las diferentes modalidades de castigce exjenestas para cada grupo, suelen corresponder en su aplicación a determinadas faltas que violan las normas de comportamiento familiar. Los motivos de los castigos mencionados son principalmente los accidentes, el incumplimiento de prohibiciones del hogar y de lees deberes académicos, los comportamientos inadecuados con los ¡eadres, la comisión de faltas que afecten personas no familiares, la comisión de actos cotidianos mal inlerjerelados peer el adulto, las peleas con los hermanos o amigos y el dar quejas. Lees menores identifican las sanciones y las infracciones ejue las provocan jecro no pueden garantizar ejue siemjere que rompan un vaso reciban una jealmada; ellos conocen, por experiencias previas, unas modalidades de castigos que les jeueden ser aplicadas, pero la elección de un castigo para una falta es difícil de establecer porque varía según las condiciones de la infracción y el estado anímico del adulto. Lo ejue sí se puede precisar es la variación de intensidad de los castigos, es decir, para infracciones graves los castigos pueden ser los mismos que para infracciones menores pero son más intensos, revisten mayores restricciones y dolor. Otros elementos que influyen en la variación de la intensidad del castigo, son las advertencias jerevias desatendidas jeor los niños y las ofensas cometidas contra tercerees (vecinos, familiares o maestros).
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CASTIGO Y VIOLENCIA Al explorar las diferentes clases de castigos los niños mencionaron la presencia de castigos sorpresivos e injustos caracterizados por el desconocimiento ele los motivos en el momento ele la imposición de dolor. Lees niños manifestaron no comprender este tipo de actitud hacia ellos pues se salía del patrón de sanción familiar y el acto resultaba incoherente y desconcertante; pero para poder superar el impacto del castigo y poder comprenderlo se ven en la necesidad de atribuirle una posible explicación. Este tipo de castigos, cu cuanto son rcconcecidos como transgrcsores de un orden establecido (patrón de normas y sanciones familiares), se denominan en este trabajo bajee la categoría castigo violento. Sin embargo, en primera instancia era necesario establecer lo que los niños entendían jeor violencia para saber si la asignación de la categoría castigo violento era correcta según el punto de vista infantil. La violencia fue definida por ambos grupos estudiados como el conjunto de actos delictivos que afectan la seguridad y el bienestar social. Esta idea encierra una valoración moral que condena la violencia en tanto constituyen actos malos, ilegítimos, que vulneran las normas de la convivencia social. Los dibujos ele los niños ele ambees grupos, alusivos a la violencia, mantienen ciertos rasgos comunes. En primer lugar todos establecen la relación víctima-victimario identificando al último como alguien malo. La relación victima-victimario refleja un esquema que es muy difundido por los medios de comunicación, el cual se conforma ele una víctima indefensa y un victimario poderoso e insensible. Los personajes rejeresentados ccemo victimarios y las víctimas en los dibujos establecen una relación especial de género. Los hombres son considerados como los principales protagonistas de los actos violentos; son ellos los fuertes, los poderosos y los malos. La mujer y los niños, por el contrario, aparecen como las principales víctimas por su condición de debilidad. En segundo lugar, reproducen escenas condenadas scedalmente y los efectos e¡ue logran esas acciones bien sea en la víctima o en el victimario. Finalmente las escenas se encuentran ubicadas en espacios específicos que culturalmenle se ase)dan con el peligro. l o s actos violentos representados con mayor frecuencia son entre cetros el atraco, el asesinato, las violaciones sexuales, el conflicto
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armado, los atentados a personajes públicos, los actos ele maltrato infantil, la violencia conyugal y el secuestro, siendo los cuatro últimos los más importantes en el grupo 1. Según los niños de ambos grupos estos actces violan las normas de convivencia social y, en los casos ele maltrato y violencia conyugal, también violan las normas de convivencia familiar. La condición transgresora ele estos actos es la que les da el carácter de actos violentos condenados socialmente, son ilegítimos. La representación del maltrato como acto violento permitió aclarar ejue los niños lo perciben como la violencia ejercida contra el menor. Los testimonios resaltaron el carácter injusto de los actos violentos y algunos hicieron énfasis especial en esta condición afirmando que jeuede tratarse de cualquier acto ejue cumpla con la característica de ser injusto. Violencia es: «Agredir injustamente a otro que no ha hecho nada», «hacerle mal a una persona sin merecerlo», «malar inocentes», ,.;,.i..,^.;..
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•\iwiuin_ia es m_ii. IIJJ ptiijti \ IV7IL. íi IÍIÍ inania \ i na »e ponga ,1 iioiai». Para ambos grújeos la ejecución del acto violento esta acompañada por el emjeleo de instrumentos para intimidar a la víctima y conseguir más fácilmente el objetivo. Los niños dibujaron principalmente armas de fuego, seguidas de armas blancas como cuchillos v puñales. En los actos ele maltrato el grupee 1 dibujó correas y palos acompañados de insultos contra el menor. Las imágenes del grupo 2 incorporan el uso ele armas blancas contra el menor. Los dees grupos ubicaron los actos ele violencia en escenarios particulares ejue brindan las condiciones necesarias para su ejecución. Los espaciees referidos son culturalmente asociados con el peligro. Los sitios oscuros y desolados como potreros y callejones, jeor ejemplo, son para ambos grújeos le)s escenarios principales délos atracos, asesinatos, atentados, secuestros y violaciones. Estos escenarios comparten la condición ele ser espacios aislados, ele poco movimiento, en los ejue a la víctima le será muy difícil solicitar y conseguir ayuda, razón ejue los hace espacios adecuados para conseguir los objetivos ele los victimarios. En el grupo 1, a diferencia del grupo 2, se hizo referencia a la calle comee escenario ele violencia debido en parte a la escasa familiarizado]! de las niñas con estos esjeacios urbanos. Analizadas las características ejue los niños asocian a la noción de violencia, la categoría castigo violento está correctamente asigna-
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da p o r q u e afirma el c a r á c t e r ilegítimo ele la acción al n o corresp o n d e r al r e s t a b l e c i m i e n t o del o r d e n jereestablecido. La s a n c i ó n n o se c o r r e s p o n d e c o n u n a infracción d e l i b e r a d a del m e n o r . Las exjeeriencias ele castigo v i o l e n t o r e l a t a d a s p o r los n i ñ o s elea m b o s grújeos se d i f e r e n c i a n sólo e n las m o d a l i d a d e s d e imposición d e d o l o r y su i n t e n s i d a d . Las d o s visiones se c a r a c t e r i z a r o n jeor el d e s c o n o c i m i e n t o del m o t i v o d e castigo p o r p a r l e del m e n o r e n el m o m e n t o ele la i m p o s i c i ó n ele d o l o r . A l g u n o s n i ñ o s , princip a l m e n t e del grttjeo 2, se e n t e r a r o n ele los m o t i v o s desjeués d e hab e r sido c a s t i g a d o s s o r p r e s i v a m e n t e . «Una vez a mí me castigaron y yo no sabía jeor qué, y llegaron v me j)egaron v me pegaron. Yo estaba en la sala viendo unos muñequitos ahí, v llegó mi mami v me apage') el televisor, y yo : "¿Qué [rasa niami, por qué me lo apaga? Ya hice las tareas", v ella : "Pues ¡no es eso!". Yo me jeasé al comedor v ella me empezó a pegar, v yo era llorando, y le decía : "-Por qué me pega?". Yo sin saber qué había hecho v por qué me pegaba. Pero ella no me tjuería decir nada, no quería hablar nada. Vo me tenía que dejar porque yo nunca le he alzado la mano ni a mi papi ni a mi mami. Al otro día le dije a mi papi : "Papi, ¿por qué me pegt') mi mami?" Y el dijo "Porque dizque una vecina le inventó el chisme ejue dizque usted se había entrado y le había robado una crema dental", siendo ejue yo ni siquiera entro a las casas de nadie, vo la mantengo es solo por la ralle». Sin embargee, la m a y o r í a d e los m e n o r e s n u n c a se e n t e r a r o n cielos m o t i v o s v a t r i b u y e r o n el castigo al d e s a m o r q u e los p a d r e s sient e n hacia ellos o a la d e s c a r g a d e las t e n s i o n e s v p r o b l e m a s ele los jeadres, «Mi papi nos dice que nos quiere, pero vo le digo : "Papi. ¿cómo nos va a querer si usted nos pega lodo el tiempo?", él no responde nada y se va a dormir». D u r a n t e la investigación s u r g i e r o n d o s m o d a l i d a d e s d e castigo violento: el castigo p o r i n c u l p a m i e n t o y el castigo p o r h a b e r c o m e t i d o algo sin culpa. Los n i ñ o s m a n i f e s t a r o n h a b e r sido c a s t i g a d o s jeor acciones q u e ellos n o h a b í a n c o m e t i d o o q u e n o h a b í a n 1 cuide) la i n t e n c i ó n ele c o m e t e r . El p r i m e r caso es el m á s c o m ú n en a m b o s grupos. «Una vez mi hermanita le daño el botón al televisor y me echó la culpa a mí. entonces mi mamá me pegó hasta ejue me sacó san-
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gre, y yo después no pude hacer educación física ¡)orque me daba pena quitarme la sudadera y ejue me vieran lodo marcado». Los niñees se sienten maltratados porque nee comprenden las violaciones normativas del comportamiento familiar por parle de sus padres al perder el control; sienten rabia peer la injusticia del acto cometido, por la falta de confianza de los padres en ellos y por no permitirles explicar lee sucedido. «Pienso que mi mamá no me comprende, ni mi papá, porque a veces yo hago algo malo y ellos no me comprenden; por ejemplo, yo rompo un vidrio sin culpa y ellos no me justifican, no entienden que fue sin culpa». Ante la carencia de una explicación del acto peer parte ele los padres, los niños en su afán de encontrar un motivo que les permita comprenderlo encuentran en el desamor la principal razón. Los niños en ambos grupos explican el castigo violento como respuesta a la falta de afecto que sienten los padres jeor ellos. «Mi jeapá nos odia, solo deja lo mejor para él y nada para nosotros, por ejemplo él se come lodo nuestro almuerzo y sólo nos deja el arroz; también le gusta pegarnos cuando quiere, así nosotras estemos juiciosas». Los menores que manifestaron haber experimentado castigos violentos coincidieron en afirmar que tras el castigo asumen una conducta dócil, encubridora de rabia contra los padres. La rabia se manifiesta en agresividad, sentimientos de venganza ¡eor la injusticia cometida, resentimiento, y provoca el deseo de huir del medio agresor. Pero los recursos y la posibilidad de sobrevivir son prácticamente nulas; se ven entonces en la necesidad de superar el conflicto, atribuirle una supuesta exjelicadón y continuar su vida familiar.
LAS SITUACIONES DE CASTIGO Para establecer la secuencia de momentos que contiene una situación de castigce se les solicitó a los niños de ambos grupos dibujar paso a paso la secuencia ejue lleva al castigo y ordenarla en diferentes episodios.
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El grupo 1 estableció la siguiente secuencia: 1. Infracción de una norma familiar que provoca desaprobación en los padres; 2. Imposición de dolor en sus diferentes modalidades; 3. Aislamiento ele las relaciones cotidianas familiares; y 4. Huida del hogar para evitar nuevas confrontaciones con los padres. Los niños del grupo 2, por otra parte, señalaron que el castigo está precedido por una etapa de miedo a la sanción y comienza en el momento en que es aplicado el dolor. El sometimiento fue ubicado como segundo m o m e n t o pero en realidad es simultáneo con la imposición de dolor. Según los niños, durante el m o m e n t o de la imposición de dolor hay dos alternativas: escapar del dolor o permanecer sumisos ante el mismo. La opción más elegida es la segunda por el temor a una reacción más fuerte del adulto. Finalmente, en un tercer momento, los menores afligidos se aislan temporalmente de sus relaciones cotidianas mientras se restablece el equilibrio familiar. Las diferentes etapas del castigo fueron dibujadas con relaciones espaciales particulares. Existen momentos que son más importantes para los niños, porque producen un mayor impacto, y son dibujados en espacios más llamativos por su tamaño y trazos. Esta relación gráfica fue confirmada con los testimonios explicativos de los dibujces. El momento representado en mayor número y con mayor importancia en el grupo 1, es el aislamiento. En algunos trabajos se representaron, ocupando toda la hoja, escenas que narran la forma de proceder de las niñas durante el aislamiento: las niñas permanecen marginadas por un tiempo mientras asimilan y superan la situación de castigo. Suelen llorar escondidas en su cuarto o en un lugar reservado, donde nadie las moleste, jecerque son invadidas por sentimientos de soledad. Algunas asumen actitudes de rebeldía como no comer, no hablar, o dañar los juguetes, conductas que pueden contribuir a la aparición de nuevas represalias de los adultos. Lees niños del grupo 2, por el contrario, le otorgaron mayor importancia a la etapa de imposición de dolor. Representaron diferentes modalidades de imposición de dolor y comentaron que en el momento en que scen sancicenados los niños piensan que sus padres son malos y no los quieren. Se sienten tontos, tristes, con deseos de huir, arrepentidos de haber cometido un error y con cle-
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seos de venganza y rabia hacia los padres cuando el castigce es injusto. El espacice físico en el que ocurre el castigo y el castigo violentee está asodadce con la gravedad de la falta, con el estado de irascibilidad del adulto y con la importancia otorgada a la sanción social del castigo. En caso de faltas menores los niños de ambos grupos afirmaron ser castigadces en el mismo lugar donde cometieron la falta. Si la falta es grave el castigo se aplica preferiblemente en un espacio reservadce como la habitación del menor ce la de sus padres, o en el baño, siempre y cuando el adulto nce pierda el control y lee castigue en el sitio donde cometió la falta. Cuando las faltas se cometen en la calle o en presencia de personas ajenas al núcleo familiar los padres suelen dar un aviso gestual a los hijos y castigarlos al llegar a la casa porque se cohiben por la reacción que puedan tener otras personas por su acción. «A mí me pegan en cualquier parte, pero cuando estoy afuera me entran y me pegan porque a mi mamá no le gusta que comiencen a chismosear».
FINALIDAD DEL CASTIGO La finalidad del castigo es identificada por ambos grupos principalmente con objetivos pedagógicos de los padres, y en segundo lugar con descargas de rabia producto del descontrol. La segunda posición es más frecuente en menores del grupo 2. Cuando se trata de prescribir comportamientos, los niños comprenden comee finalidad del castigo el aprendizaje de hábitos y la adquisición de determinadas actitudes. «Un castigo sirve si no es tan fuerte, es que algunos niños piensan que no los quieren porque les pegan, pero eso no es verdad, porque los papilos los cjuieren, es ejue ellos deben pegarles para que puedan aprender». Pero cuando se trata de prohibir conductas los niños identifican la finalidad del castigce con la necesidad de reprimir ciertos comportamientos. «No volver a hacer males», «no coger malas mañas», «no gamincar», «no portarse mal», «no ser así».
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Si la finalidad del castigo es descargar la ira del adulto contra el menor, los niños entonces identifican el castigo con la represalia y su utilidad con actitudes ccemo las siguientes. «Dar un merecido», «hacer sufrir», «para que mi papá se sienta más macho». Los niños reconocen la utilidad del castigo en su proceso educativo, en especial la utilidad de la imposición de dolor. Sin embargo, declararon preferir formas de educar que no impliquen dolor pues para comprender no es necesario sufrir, ellos pueden entender los deseos del adulto si éste se toma el trabajo de explicarlos.
CONCLUSIONES
El castigo en el proceso de socialización del menor actúa comee mecanismo de control en cuanto disuade, por medio del dolor, comportamientos transgresores de las normas sociales a la vez que las reafirma. Pero esta función no obedece a la conciencia sobre su pertinencia, sino al temor frente a las restricciones de los derechos sociales. Al niño se le está enseñando a interactuar adecuadamente en sociedad bajo el temor que le generan las sanciones. Estas condiciones han servido de marco para la socialización de los niños, razón por la cual ellos las han incorporado en su perspectiva. La socialización por medio del dolor presenta variaciones de acuerdo con las características culturales de cada grupo social. En la experiencia de esta investigación se encontré) que Ices mecanismos de socialización propios del grupo 1 no comprenden la aplicación del dolor físico pero son numerosas las estrategias de agresión emocional en la educación de las menores. En el grupo 2 se presenta la situación contraria. Esta diferencia cultural en Ices parámetros de socialización se evidencia en las variaciones de interpretación elaboradas por cada grupo. El castigo, por ejemplo, fue identificado por los dos grupos de niños estudiados como la imposición de dolor, motivada peer una falta valorada moralmente, y justificada con argumentos pedagógicos. Sin embargo, el grupo 1 hizo referencia a modalidades de imposición como el aislamiento y las restricciones en los gustos y el grupo 2 señaló como principal modalidad el pegar con o sin mediación de objetos.
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Otro asjeecto en el que la variación aparece es en el orden secuencia! de los diferentes momentos del castigo. El castigo comienza para el grupee 1 con la infracción o falta (incumplimiento de deber académico), seguida de un intento de evasión (excusa) y de la imposición de dolor (restricción en gustos). Luego pasan por un periodo corto ele aislamiento y finalmente se reintegran a la cotidianidad. En el grupo 2 el castigo comienza principalmente en el momento de intento de evasión de la falta (huida o inculpar a un tercero) porque frecuentemente las faltas (accidentes) no son intencionales y la precipitada reacción del adultee no da tiempo a una explicación. Prosigue la imposición de dolor (pegar o golpear), el aislamiento de duración variable y el reintegro o la rebeldía que puede desencadenar nuevas faltas. Las interpretaciones de los niños no presentaron mayores diferencias a la hora ele definir la violencia y caracterizar el castigo violento. La violencia treuérica fue asociada oor ambos «ruóos con la o
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vicelencia social nacional. La violencia contra el menor fue asociada con el maltrato. Se denominó injustos a los actos violentos, condición que permitió establecer el reconocimiento del carácter de ilegitimidad de la violencia que en sí misma es transgresión de la convivencia pese a que sea aducida como sanción por los padres. La modalidad de castigo que transgrede la correspondencia entre sanción y falta, propia del patrón normativo familiar conocido por el niño, fue denominada castigo violento. Meneeres de ambos grupees afirmaron haber sido castigados sin conocer el motivo de la acción agresora del adulto, condición que les impide eetorgarle a esa acción una finalidad, funcionalidad o coherencia y reconocer una intención de sanción o corrección. Ante la carencia de exjelicaciones por parte del adulto, los niñees se ven en la necesidad de imaginar un pcesible motivo del acto para comprender y superar la situación. Existe una variación en las modalidades de imposición ele dolor aclojetadas en el castigce violento. En el grupo 1 la imposición ele dolor incorpora la agresión física propia de las sanciones corrientes del grupo 2 (pegar o golpear). En el grupo 2 la imposición ele dolor también es de carác ter físico pero reviste mayor intensidad en comparación con los castigos no violentos. El castigo violento es para lees niños de ambos grupos un acto sorpresivo e injusto. Quedaría por determinar en qué medida este
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acto obedece a un patrón de comportamiento de los padres que los niños desconocen; se comprobé') que ese patrón es desconocido jeor los menores porque aunque la acción existe no pueden asociarla con razón causal alguna. Sería interesante indagar sobre esc patrón, en cjué consiste y por qué no es captado por el menor. Hasta el momento se ha ilustrado la correspondencia entre categorías conceptuales y recursos de interpretación cultural ele la realidad. Dotar al castigo y a las prácticas relacionadas con la socialización infantil de significados que no impliquen la presencia de la violencia o del dolor está en función de las necesidades que sean creadas p o r la sociedad. Nuestra sociedad bien puede crear la necesidad de violencia y dolor ce no, y esto dependerá del material cultural que se les blinde a los niños en el proceso de socialización. El material cultural es el que les permite imaginar y crear alternativas frente a la realidad, abandonar o fortalecer ciertos comportamientos. El niño no puede imaginar algo que no ha conocido, nee lo puede resignificar creativamente, por ejemplo si el menor no ha conocido la tolerancia y la concertación le será muy difícil construir alternativas de vida ejue incluyan tales principios. A los niños se les debe hacer partícipes de la cultura para que cuenten con el material suficiente para poder generar, de lo contrario su tarea transformadora carecerá de sentido y más tarde se encontrarán con la necesidad de asumir los valores tradicionales incluyendo sus disfunciones. Si se desea transformar un tejido de relaciones sociales el cambio debe iniciar en los adultos.
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Corrección y respeto, amor y miedo en las experiencias de violencia Myriam Jímeno
LA H I S T O R I A DE LA MONJA BUDISTA Y LAS VIOLENCIAS
Unni Wikan, en un reciente artículo, n a n a la historia de una mujer, hija de una madre alcohólica y padre desconocido, cjuien muy joven entra al monasterio con el propósito de hacerse religiosa. Sin embargo, violada por un monje, es expulsada del monasterio por su embarazo. El niño muere al nacer, pero poco después es de nuevo violada por cetro hombre. Da entonces a luz un niño, que cría enfrentando el repudio de la comunidad a las madres solteras. Poco después se casa y tiene cetros hijos. Cuando sus hijos ya son adultos retoma su ideal de vida consagrada a la meditación religiosa, pero inesperadamente su nuera abandona a sus nietos y debe posponer de nuevo su ideal. La historia aún no concluye, pues hace poco, cuando ella ya tenía 75 años, el gobierno expropió su casa para hacer allí una cancha de voleibol (Wikan, 1996). A lo largo de sus infortunios esta mujer prosigue trabajando arduamente para Antropóloga de la Universidad de los Andes. Profesora asociada e investigadora del Centro de Estudios Sociales, C^ES, de la Universidad Nacional de Colombia. Ha dirigido en dos ocasiones el Instituto Colombiano de Antropología. Obtuvo el Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanas de la Fundación Alejandre) Ángel Escobar de 1993 por sus investigaciones sobre la violencia en Colombia.
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salir adelante con su familia, elabora explicaciones, medita y actúa sobre lo que le ocurre y aún saca tiempo jeara la vida espiritual, como es el deber de una buena budista. La historia de esta mujer del Bhutan sirve a Unni Wikan para mostrar ejue la vida humana está sujeta a periódicas desintegraciones y el dolor no tiene una distribución uniforme en la sociedad. Pero también le sirve para enfatizar los modelos culturales que ayudan no sólo a vivir a través de las desgracias personales, sino a sobreponerse a ellas y ejue ofrecen el marco para su comprensión. Este relato llama la atención sobre las formas comee la sociedad y la cultura crean condiciones — por ejemplo, la necesidad ele seguir trabajando— que ayudan a mitigar las situaciones críticas y proveen nuevas tareas y propósitos jeara las personas (ibid). Nos recuerda también ejue la comprensión sobre el sentido de la vida, la manera de ordenarla, el significado de los actos sociales «no desaparece bajo horribles condiciones» (Peacock, 1986). Buena parte de la reflexión sobre la violencia en Colombia asume que la intensidad y frecuencia de hechos ele violencia lleva a la indiferencia o, aún más, supone su incorporación a la cotidianidad por la aceptación cultural de la violencia. Sin embargo, esta perspectiva deja de lado la comprensión de las relaciones sociales y los significados culturales presentes en los actos violentos. Un cierto sesgo normativo escjuiva detenerse en la violencia como construcción particular y deja de laclo el entramado de significados ejue le jeermite a los actores superar el sufrimiento y orientar sus acciones cotidianas. Se opta por un cierto tremendismo ejue achaca a la cultura colombiana los aspectos crueles y extremos de las formas ele violencia. Las variadas formas de violencia se hacen una sola, I^a Violencia, producto de una tendencia macabra del colombiano. Queda así de ladee la comprensión de lees mecanismos propios de cada expresión de violencia y la identificación de ¡eosibles hilos comunes entre éstas. Todo indica que este enfoque confunde la explicación de los sucesos violentos que ofrecen los actores de la violencia y los mecanismos culturales y psicológicos de superación del sufrimiento, con indiferencia y hábito. Es probable que sea efecto de la proximidad al fenómeno y justamente por el amplio impacto de los hechos de violencia sobre la conciencia individual. Lees analistas, como cualquier nativo cultural, nos desplazamos con nuestro sistema de referencia de manera que los conjuntos culturales externos no nos son fácilmente jeerceptibles, comee dijera LéviStrauss (Lévi-Strauss, 1983). Pero en este caso no ocurre por lejanía
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y contraste, porque otros viajan por una vía y a una velocidad diferente a la nuestra, sino justamente por lo contrario, porque estamos tan involucrados que la cercanía nos impide encuadrar la mirada. Si nos alejamos ele los estereotipos más corrientes ejue exjelican la violencia cu Colombia comee una jeatología social, para algunas atávica, originada en la historia o en otros rasgos de nuestra configuración, y si tomamos distancia sobre una cierta fascinación por reiterarnos como país violento, el más violento, podremos avanzar en la comprensión de la violencia que efectivamente nos golpea a diario. LA VIOLENCIA COMO EXPERIENCIA1 Entre 1993 y 1994 se llevó a cabo una indagación sobre los hechos considerados experiencias de violencia por personas de sectores populares de Bogotá y la manera como ellos los explicaban. Se trató de entender su dinámica ele ocurrencia, las relaciones interpersonales presentes, los puntos de referencia psicoculturales y su relación con determinadas configuraciones institucionales. La metodología apuntó a comprender la significación psicocultural de las experiencias de violencia para la población urbana de bajos ingresos y no tan sólo la de los extremos violentos. Se entendió la violencia como un hecho social ejue discrimina escenarios, cadenas ele situaciones, relaciones, actores y aprendizajes culturales. Existen así, personas, creencias, valores, expectativas, formas de comunicarse, acciones individuales e institucionales, especialmente asociadas a la violencia. La violencia no es, entonces, un fatum inexorable que nos persigue desde siempre; es posible conocer sus expresiones, ubicar campos críticos, actores críticos, percepciones y relaciones críticas y evcntualmente actuar sobre ellos. Si la violencia es una forma particular de interacción entre personas y grupos humanos en un contexto ambiental específico, determinada por la intención de hacer daño a otros, podenices reEste texte.) resume los resultados del Estudio exploratorio de comportamientos asociados a la violencia, realizado conjuntamente con los doctores Ismael Roldan (médico psiquiatra), David Ospina (Ph.D. en Estadística), Luis Eduardo Jaramillo (médico psiquiatra), José Manuel Calvo (médico psiquiatra), piofesores de la Universidad Nacional de Colombia, y Sonia Chaparro, antropóloga. La investigación contó con el apoyo de la Universidad Nacional, Colcieneias y la Asociación Colombiana para el Apoyo de la Ciencia, Acac.
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lacionar su ocurrencia con ciertos elementos de la orientación cultural y la organización de la sociedad. La violencia, como otras formas de interacción humana, puede verse como la unidad de situaciones constituidas por una serie de eventos observables, por los marcos culturales cognitivos que le asignan un significado, y por unas motivaciones específicas de los actores sociales (ver Campbell y Gibbs, 1986; Barth, 1992; Bateson, 1991). Así, la interacción violenta se forja en la confluencia de conjuntos socioambientales, de estructuras circunstanciales que ofrecen o guían la ceportunidad de interacción violenta y de conjuntos cognitivos, culturalmentc elaborados. En esa confluencia se hacen presentes dinámicas más vastas que rebasan y estructuran las circunstancias y los códigos perceptivos. Los factores sodoestructurales o los psicológicos no monopolizan el poder explicativo de las interacciones violentas, éstas no se reducen a carencias sociales, a desequilibrios psicológicos o al acceso a recursos materiales, al poder o al prestigio. Se trata, más que de entender la violencia como entidad abstracta, de precisar las violencias en cuanto tienen de específico y particular. A partir de la identificación de los atributos distintivos de formas particulares de violencia y los contextos circunstanciales materiales, cognitivos y emocionales a los cuales se asocia, es posible encontrar rasgos comunes entre ellos e identificar los elementos que los estructuran.
SITUACIONES D E VIOLENCIA
Las personas estudiadas (264 adultos), resultaron ser en su mayoría mujeres, con más de cinco años de residencia en Bogotá. Las pasadas décadas trajeron para ellos cambios sociales importantes: más bajee nivel ele analfabetismo, menor número de matrimonios formales, menos hijos por pareja, disminución de la práctica de la religiosidad y mayor número de mujeres empleadas fuera del hogar. Buena parte proviene de fuera de Bogotá (62%, princijealmente del oriente colombiano), y llegaron en busca de oportunidades económicas y de acceso a la educación. Para ellos, las razones económicas fueron las más importantes para su migración. Cabe destacar la gran movilidad de vivienda dentro de la ciudad y la debilidad de redes de soporte e integración social, el bajee nivel de ingreMavores de 14 años.
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sos' y el alto desempleo que sufren. De cada cinco personas, cuatro han vivido en varios barrios de la ciudad y casi la mitad carece de vivienda propia. Una tercera parte son trabajadores independientes no profesionales y la mayoría no tienen salario fijo ni tampoco seguridad social. Un 80% no alcanzó a concluir la educación inedia. En cuanto a lo que ocurre en el hogar, la mitad de los hombres y el 44% de las mujeres, dijeron haber sufrido maltrato en su hogar de origen y, entre los maltratados, el 13% narró castigos brutales. En más del 76% de los casos de maltrato, los hijos fueron las víctimas. Las personas adujeron diferentes desencadenantes circunstanciales de la violencia sufrida, pero llama especialmente la atención que en el 37% de los casos, no encontraron motivo claro alguno; «No sé», «no me explico», «por nada». La desobediencia y la incapacidad de cumplir con las labores asignadas le siguieron en importancia; estos tres factores aunados cubren el 80% de las respuestas. Otras causantes circunstanciales fueron el frecuentar amistades y novios prohibidos, salir de la casa sin permiso, el consumo de licor por el maltratante y su descontrol, ebrio o sobrio. En cuanto a las razones posibles del comportamiento del agresor, principalmente lo relacionaban con que éste había sufrido maltrato, era irascible o enfermo (22%) y por su ignorancia y envidia (21%), o porque «era el estilo de corregir en ese tiempo» (16%). El 72% de las mujeres casadas manifestaron haber sido víctimas de maltrato por parte de su cónyuge. Para el 83% de los hombres entre 18 y 49 años las experiencias más significativas de violencia habían ocurrido fuera del hogar, mientras para las mujeres del mismo grupo ctáreo fue el hogar el principal sitio de la agresión (55%). A pesar de ser conocido el causante de la agresión, para el 48% de los hombres y 63% de las mujeres víctimas, sólo el 38% en el caso de los hombres y el 47% en el caso de las mujeres, recurrieron a la policía. El porcentaje de adultos atracados al menos una vez alcanzó el crítico valor del 48%, que llegó al 57% en los hombres. El 18% de ellos consideraron los atracos como el hecho de violencia más importante ocurrido por fuera del hogar. Sin embargo, es notorio
Oscilaban entre uno y tres salarios mínimos como ingreso familiar; el salario mínimo en 1996 es de L'SSl.eO.
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que la segunda respuesta en importancia (15%) sobre el principal hecho de violencia fuera del hogar, fueron los atentados y bombas de los últimos años, evento que en ningún caso los había afectado personalmente. Las mujeres colocaron como exjeeriencias sobresalientes de violencia fuera del hogar, las referidas jeor los medios masivos de comunicación (18%), especialmente en la televisión. Seguramente esto guarda relación con la proporción de mujeres dedicadas al hcegar (43%), lo cual las coloca en contacto más permanente con la radio y la televisión, pero ante lodo indica una sensibilidad amplia sobre lee que ocurre en la sociedad colombiana. Otro aspecto de la violencia en la calle está directamente relacionado con el maltrato a las personas por parte de las auteeridacles. Nuevamente lees hombres son los más afectados; más de la mitad de ellos afirmó haber recibido maltrato por parte de las autoridades, representadas principalmente ¡eor la policía, el ejército, la policía de tránsito y, en menor número, peer los profesores, los religiosos y los jefes inmediatos. Para el sexo femenino este maltratee sólo alcanzó un 10%. A nivel global, podría afirmarse que una de cada tres personas se ha sentido maltratada de alguna manera jeor algunas de dichas autoridades. La atención hospitalaria (70% de confianza), la educación (65% de confianza) y la iglesia (52% de confianza), son las tres únicas instituciones que merecen la confianza de las personas. La justicia como institución, presenta resultados casi tan desoladores como la policía y los políticos (más del 80% de desconfianza). En términos generales, algo más de la mitad de las personas que habían sufrido maltrato significativo en el hogar, no presentaron denuncia contra el agresor. Lo mismo ocurre con los casos de abuso sexual (14%), en donde la mitad no son denunciados, aun cuando en el 70% de los casos este abusce fue ocasionado por personas allegadas ce conocidas. FJna quinta parte de las personas (18%) consideró el atraco como la principal experiencia de violencia fuera del hogar, jeero cuatro de cada diez aludieron a los atentados y bombas ocurridos en Colombia en los últimos años. Destacaron en esjeecial, el asalto al Palacio de Justicia y la información televisada sobre hechos vicelentees en Colombia tales como las masacres. Pocas menciones se hicieron del período de violencia ocurrido en los años cincuenta, a pesar de ejue jeor el rango de edad, la gran mayoría la conocieron en una u otra forma. Por otra ¡earte, sucesos como las torturas, el secuestro, la extorsión, fueron peeco tenidos en cuenta, con excep316
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ción de algunos dramatizados a través de lees medios ele comunicación. En contraste con lo anterior, en la narración de sus historias de vida las personas identificaron principalmente las experiencias sufridas en forma directa, o las que afectaron a familiares o allegados. Puede influir en las primeras respuestas la dramatización de la televisión del actee agresivo. Dado el aislamiento relativo de estesector social, especialmente de las amas de casa, es probable que la televisión juegue un papel importante en la construcción ele modelos de representación de la violencia y en la creación de imágenes sobre hechos de violencia, ejue pueden dar lugar a una visión polarizada de la sociedad y a simplificaciones de sus conflictos. Sin embargo, ejuizás el mismo instrumento ele investigación induce al cambio de plano de reflexión, desde lo social a lo personal. Aun más, lo que se evidencia en el conjunto es una distinción cognitiva entre violencia instrumental —como el robo o el atraco—, y violencia emocional, aquella en la cual los sentimientos y relaciones entre las personas determinan el curso ele las acciones. Tal es el caso ciclas riñas y también de los glandes hechos de violencia nacional como las masacres y los alentados personales. La violencia delincuencia! no parece tan significativa, tan impresionante como la segunda, sobre todee para las mujeres. Así, todo indica que la violencia emocional, con intencionalidades jeersonales, es la más significativa. Incluso se personalizan ciertos agentes institucionales — especialmente la policía— para hacerlos responsables de un cúmulo de males, culpabilizándolos de actos perversos y brutales, de corrupción, soborno y dientelismo. La violencia delincuencial remite a una forma de ver la sociedad como ente abstracto que se jeadece, mientras la emocional al resultado de las relaciones intei jeersonales. La expresión tan recurrente entre los entrevistados AV) temo pues no tengo problemas con nadie, alude a esa distinción y a una idea del eerigen de la violencia significativa en la confrontación personal. Una razón reiterada por muchos para eludir las actividades ele vecindario, fue Evitar meterse en problemas, derivación posible del acercamiento a los vecinos. Otra manifestación se encuentra cuando las personas comentan sobre una víctima de la violencia no delincuencial, Por algo sería... La violencia delincuencial en la sociedad, en cierto sentido, se ve como inevitable: La sociedad, es decir, las sociedades son así. Por ello, una proporción importante (la mitad) no considera a Colombia como un país peligroso, pese a cine muchos habían sufrido atracos
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y robos y otras formas de violencia callejera. La otra mitad consideró que es peligroso vivir en Colombia porque es violento e inseguro, pero sólo un porcentaje modesto desearía vivir en un país diferente, y básicamente por otras razones. Quienes consideran al país violento tienden a personalizarlo en las figuras de autoridad institucional, a quienes culpan del estado de cosas. En lodos los casos, el individuo temeroso, carente o desconfiado de medios institucionales de protección, se percibe como inerme y huérfano frente a los conflictos y su desenlace peligroso. Debe por tanto precaverse, prevenirse permanentemente y eludir las situaciones que puedan desembocar en violencia. Esto, a su turno, alienta la pasividad e inhibe a la persona para denunciar o acudir en auxilio de quienes padecen formas de violencia. En resumen, las personas identifican con claridad las experiencias de vieelenda y las clasifican según su importancia, tanto para sus propias vidas como para la vida social. La violencia no les es indiferente, ni para ellos es un patrón aceptable de comportamiento. Atribuyen la violencia, como experiencia dolorosa, a un conjunto de razones circunstanciales, de las condiciones de vida y las características del agresor y del mismo agredido, lo que crea la posibilidad de comprenderla y también de superarla. Pese a que u n número elevado ha sido víctima de violencia hogareña o callejera, seleccionan ciertas experiencias como más relevantes y las vinculan con rasgos más generales de la sociedad colombiana. Pero a diferencia de lo que acontece con las analistas, ésta no les parece más violenta que otras sociedades.
LOS S I G N I F I C A D O S : C O R R E C C I Ó N Y RESPETO, AMOR Y M I E D O EN LAS VIOLENCIAS
Ahora bien, las situaciones experimentadas están recubiertas de significación. Las nociones de maltrato y violencia sirven para designar repertorios determinados de comportamiento social. No son para ellos conceptos tan vagos que se vuelvan inoperantes en la vida diaria, ni tan borrosos que no sirvan de distinción conceptual y moral. Ambas nociones, maltrato y violencia, son para algunos intercambiables y similares o aún idénticas, mientras para la mayoría los distingue básicamente la intensidad y la situación social de los hechos. La violencia tiende a asociarse más con el asesinato y la agresión física grave y suele nombrar los actos con lesiones graves, ocurridos fuera del hogar. El maltrato resume las experiencias del 318
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hogar, infancias e historias personales caracterizadas por golpes, fuetazos y manos puestas al fuego. Distinguidas o asimiladas, ambas nociones descansan en la referencia a interacciones donde existe la intención de causar daño a otros y contienen una dimensión valorativa explícita. Esta dimensión moral sanciona a los actores de hechos violentos, si bien simultáneamente se intenta encontrar razones de sus comportamientos para hallarlas en ciertas circunstancias, internas o externas, a las personas involucradas. Un grupo importante de los entrevistados (casi la mitad) calificó su propia infancia como un período hostil y de sufrimiento por el maltrato recibido de sus jeadres. Al confrontar las experiencias de maltrato infantil con la descripción de estados de ánimo actuales, se encontró una asociación significativa entre sufrir maltrato de niño y describirse a sí mismo como persona frecuentemente nerviosa o triste. Existe también una estrecha relación estadística entre la descripción del estado anímico, el admitir la necesidad de recurrir al maltrato en el hogar actual, y el haber sufrido maltrato en el hogar de origen. Los sentimientos de tristeza, desconfianza y pérdida de control parecen así enraizarse en las condiciones violentas de la vida familiar. A pesar de que para todas las personas el maltrato infantil implicó sufrimiento y daño, algunos lo atribuyen a situaciones especiales tales como la tensión por la pobreza o por carencias, a la infidelidad, la desobediencia o el consumo de alcohol. Otros destacan los atributos del agresor mismo: irascible, nervioso, malgeniado, malvado, impredecible. Unos y otros, sin embargo, se encuentran en la idea común de la búsqueda de la corrección, dadas las necesidades paterna y materna de mantener el ccentrol de la vida familiar e inculcar patrones de comportamiento. En los casos más extremos, las víctimas juzgan con claridad, no obstante, que el maltrato sobrepasó ese propósito e incluso tuvo una intención destructiva. Todo el conjunto cultural indica que se entiende la vida familiar como una entidad vulnerable, amenazada por el desorden y por el desacato a la autoridad. En este contexto actúa la corrección paterna de manera preventiva; quizás de igual manera se concibe al individuo, siempre propenso a desbordarse. La noción de búsqueda de la corrección de la persona tiene además un efecto emocional importante. La corrección está estrechamente ligada con la idea del respeto debido a lees padres y secundariamente al cónyuge varón. Esto permite comprender mejor la contradicción de la mayoría de los maltratados quienes juzgan su experiencia como dolorosa e indusce injusta y carente de motivo
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claro, pero simultáneamente consideran ejue, pese a todo, existía afecto en la relación y era el propósito correctivo el que movía al padre y la madre. Precisamente corrección y respeto obran como mecanismos de intermediación, como mitigantes para la comprensión de experiencias que ponen gravemente en cuestión el amor y equilibrio de los padres frente a sus hijos. Así, el exceso se entiende como un desvío de la intención correctiva debido a causas circunstanciales o personales. En este contexto, se rcubica el atribuir el maltrato a la ignorancia, como dice la mayoría, al consumo de alcohol, al nerviosismo o al mal genio, y aún la misma creencia de que se debió a la forma de corregir de ese tiempo. Todces estos se convierten en mallas de protección ante el sufrimiento. La aceptación de la intención correctiva da lugar al respeto, que en modo alguno hace moralmcnte legítimo el empleo de la violencia, pero permite integrar la experiencia en un código esencialmente ambivalente. Lograr el respetee se convierte en el propósito de la corrección, de manera que aparenta ser la finalidad de la interacción violenta y se oculta como su producto cognitivo. Respeto es amor y miedo simultáneamente, y en las memorias de los maltratados amor y miedo se encuentran encadenados, ambos presentes, contradictorios. Un grupo minoritario, sin embargo, consideró una intención destructiva en el maltrato y lo achacó al desafecto. Para éstos, detrás del maltrato se escondía el odio, el desamor y la envidia. Los padres odiaban a la persona por su sexo, su manera de ser, su relación con el otro padre o con padrastros, o envidiaban sus cualidades o posición en la familia. Aquí la experiencia dolorosa es más cruda y simple en la memoria de las personas, pero algunos continúan interrogándose el porqué de ese odio. También unos pocos dentro del conjunto, se mostraron partidarios del empleo del castigo violento para obtener la corrección, y lo justificaron abiertamente. Sería de interés realizar seguimientos posteriores sobre los efectos emocionales y de comportamiento en estos últimos. Los escenarios privilegiados para las interacciones violentas en el hogar, ya sea entre padres y niños o entre la pareja, son aquellos 4
Ver el trabaje) de grado en antropología Maltrato infantil y castigo físico de Sonia Liliana Monlañez, para optar por el título de antropóloga. Bogotá: Programa Curricular de Antropología, Universidad Nacional de Colombia, septiembre de 1996. Este trabajo se basó en casos extremos de maltrato infantil que llegaron para evaluación del Instituto de Medicina Legal.
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en los cuales se hacen presentes, de manera real o ficticia, elementos situacionales en los cuales entra en juego el control social del grupo familiar, bien frente a conductas de los miembros de la familia, o frente a su modelaje futuro, tales como desobedecer, incumplir labores o prohibiciones. No sólo importan las conductas manifiestas sino también las que pudieran ocurrir y se aspiran a normatizar. De allí el apreciable n ú m e r o de casos en los cuales el maltrato ocurrió sin motivo aparente. A veces éste estuvo ligado a situaciones en las cuales se desafió en forma muy sutil el ejercicio del control del grupo hogareño, por ejemplo ligeras tardanzas en llegar a la casa, respuestas apenas descomedidas o incluso pequeños gestos de supuesto desacato. En la dinámica de las interacciones violentas es central la obediencia y su reverso, la desobediencia. Por ello actos triviales en apariencia, juzgados como irrespeto a padres o cónyuges, desencadenan respuestas excesivas, tales como redamos o aún preguntas, sobre la conducta del padre o del cónyuge. Se espera la obediencia frente a tareas excesivas u órdenes absurdas, cumplir en rigor los tiempos establecidos, consultar sobre las relaciones fuera del hogar, en fin, no desafiar con gestos, palabras, actos u omisiones, el ejercicio del control hogareño y dar muestras expresas de acatarlo. La corrección cepera como interpretación cognitiva del propósito último del maltratador y como tal, guía las percepciones sobre las interacciones específicas. El respeto, por su parte, apunta a las conductas del maltratado, inhibiendo sus respuestas, pero ofrece al mismo tiempo u n marco valorativo amplio, con el cual juzgar las relaciones ccen los padres y entre los cónyuges, en fin, las del conj u n t o familiar. Ambos informan y estructuran el conjunto situadonal. La ira, el miedo y la tristeza, asociados a las situaciones y presentes en sus efectos, son modelados por el conjunto cognitivo corrección-respeto, de forma tensa y relativa. Corrección y respeto pautan (puntúan en los términos de Bateson, 1991) las dinámicas de las situaciones de violencia, en un juego de acciones y respuestas. Ahora bien, se detectó un cambio generacional, aún incipiente, en la valoración del conjunto corrección-respeto como aval del empiece de la violencia en el hogar. Fueron precisamente los mayores de 30 años quienes más sufrieron los castigos brutales y, en contraste, entre lees más jóvenes se encontró una mayor influencia de un sistema de referencia que sanciona el uso de los castigos brutales y otorga u n mayor reconocimiento al derecho de los hijos a no ser maltratados. Algunos de los entrevistados ven este cambio 321
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con desconcierto, pues para ellos se plantean dudas, antes inexistentes, sobre el castigo a los hijos y los derechos paternos. Incluso algunos atribuyeron a este cambio la existencia de delincuencia y violencia en la sociedad: «Es que como ya no se puede corregir...». Para la gran mayoría, estos cambios en los patrones de referencia se viven con ambivalencia. Por un lado, la mayor parte consideró el diálogo como el medio apropiado para corregir y resolver conflictos interpersonales en el hogar. Por otro, pese a que pocos justificaron el uso de la violencia como correctivo, muchos la utilizan en su hogar, a veces sin motivo, y no se reconocen como maltratadores. La condición de víctima y blanco de maltrato es fácilmente reconocida, mientras que la de maltratador nce sólo trata de ocultarse peer la sanción socialmente difundida, sino principalmente por una incorporación aún insuficiente de formas correctivas alternativas. El marcee cognitivo más general apunta a un modelo de referencia para las relaciones interpersonales entre miembros del grupo con desigual posición en su seno, (padres-hijees, hombre-mujer) y, por ello, entreteje y conforma un concepto más amplio, con el cual se aprehende la experiencia personal hogareña pero también una amplia gama de relaciones con otros, especialmente aquellas sujetas a desembocar en conflicto abierto.
EXPERIENCIAS, SITUACIONES, REPRESENTACIONES
La conexión entre las experiencias, los escenarios materiales, las situaciones y las representaciones sobre experiencias de violencia no es lineal. Sin duda no se trata de que quien ha sido maltratado en su infancia será necesariamente un adulto maltratador o violento. Más bien, distintos factores de mediación inciden en la forma como las experiencias de violencia son traducidas en acciones, cogniciones y emociones posteriores, en un abanico múltiple de posibilidades. Éstas van desde la identificación con la agresión ccemo medio de resolver conflictos y diferencias y su utilización frecuente, hasta la pasividad o la evasión sistemática del conflicto. Se sabe que un niño agredido puede identificarse con el agresor y su compon s tamiento violento (Huesmann, cit.). Pero por el contrario, si en la Ver una interpretacitín diferente, usando un modelo psicocultural y psicodinámico, en Ross, 1995,
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relación median atributos tales como la ternura y el afecto, éstos le permiten distinguir al niño entre el uso de la agresión en sí misma y el uso de la agresión como medio ligado a un fin correctivo o disuasivo. El niño nce adopta, en estos casos, la agresión como patrón para reproducir y podría decirse que no se identifica con el comportamiento agresivo sino con el fin correctivo (ibid). La noción misma de corrección actúa como explicación sobre el comportamiento paternce y va mucho más allá de legitimar el uso de la violencia, para convertirse en mediador que matiza la identificación con el uso de la violencia. En términos amplios, quienes han sufrido violencia cuando niños, independientemente de que reproduzcan o no comportamientos violentos, comparten un marco cognitivo, resultado de sus experiencias y de los significados culturales asociados al uso de la violencia. Ese marco aprendido, empleando los términos de Bateson (1991), es un marcador de contexto, es decir, una señal que ubica a la persona en el escenario social, le indica lo que puede esperar en determinadas situaciones y la forma como debe guiar la relación con otros en ellas. Es un aprendizaje dasificatorio, aplicable en un conjunto de situaciones sociales de interacción, que descansa en la noción de autoridad, se construye en las interacciones violentas sufridas en la niñez y se refuerza en cetros escenarios e interacciones sociales que se le asemejan y le sirven de retroalimentación. Ese conjunto cognitivo sobre la autoridad, tiene efectos, como en general lo tienen las representaciones culturales, sobre las acciones cotidianas humanas a través de sus cualidades performalivas (Jodelet, 1984). ¿Cuáles son ellas en este caso? La autoridad es aprehendida como una entidad impredecible, contradictoria, rígida y propicia a volverse en contra de la persona por pequeñas circunstancias. No es confiable, no se puede acudir a ella en casos de conflicto; es entendida ante todce por sus aspectos de sanción y represión, y no por los de protección o mediación. Esto de por sí, no lleva necesariamente a acudir a la violencia. Sin embargo, la configuración socioinstitucional, su funcicenamiento en relación con las personas de menores ingresos, convierten a la noción de autoridad en el sustrato cultural y emocional para las interacciones violentas. Actúa como escenario cultural por la significación que asume, pollos atributos con los cuales se reconoce y con los cuales se asocia: arbitrariedad, impredecibilidad. En el campo emocional, auspicia miedo, prevención y desconfianza. Unos y otros socavan la con-
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fianza personal en el entorno y las bases de convivencia y tienen efecto sobre la manera como se piensa y se vive en la sociedad. Miedo y desconfianza son términos reiterativos de las jeersonas para calificar situaciones muy disímiles, en el hogar y fuera de él, y se usan para describir el vecindario, cómo eluden relacionarse con él, comee ven la ciudad, el país y ciertas instituciones. Perce no sólo son formas de expresarse, sino guías de acción cotidiana. Si la autoridad y sus diversas representaciones locales —policía, juez— no son de fiar, y más bien pueden ser amenazas, me lo scen menos las figuras más lejanas y abstractas: la justicia, el gobierno, los políticos, el Estado. En esta forma de representar la autoridad, bien sea la del Estado o la de la familia, se encuentran al menos dos puntos críticos en relación con sus efectos sobre la vida ciudadana: uno es la asimilación cognitiva entre autoridad, coacción y violencia. El cetro, sus efectos sobre la {labilidad, sustrato de las relaciones en las sociedades contemporáneas. La autoridad —insiste Harina Arendt en su texto clásico sobre la violencia—, supone el reconocimiento indiscutido de aquellos que le deben obediencia y no precisa ni coerción ni persuasión, pero requiere respeto hacia la persona o hacia el cargo (?Vrendt, 1970:42). Si la autoridad es entendida como coerción externa y el resjeeto se deriva del emjeleo de la violencia, la autoridad misma se encuentra socavada. Un puntee crítico de esa representación social sobre la autoridad es que sólo la introducción de los preceptos eleva la autoridad a ser reconocida, legitimada, acatada. A largo plazo, ningún precepto se puede imponer si no es obtenido por convicción, mediante el consentimiento. Entre las jeersonas del sector social estudiado, poder y autoridad ejercen débilmente la función de mediación de conflictos. Tampoco ejercen la intimidación en forma de leyes o de sanciones contra los criminales o los violentos, ni restablecen un orden alterado ¡eor la transgresión de la norma. Se encuentran así debilitadas las bases de la autoridad en la sociedad y su expresión específica en el poder gubernamental. La autoridad se convierte, como concepto, en poderío, es decir, en una entidad que no obra en nombre del grupo sino que es jecetcstad del individuo, es personal (ver Arendt, cit.) y se basa en la fuerza. Lo crítico de esta rejeresentadón sobre la autoridad es que la debilidad del consenso social favorece e incita al recurso a la violencia en la solución de conflictos. La habilidad, concepto crucial para la vida moderna, hace que las personas esperen una adecuada actuación del sistema y tengan 324
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una d e r l a fe, si bien relativa, en la corrección de los principios abstractos. Un elemento importante para esa fiabilidad son las señales que perciben las personas sobre la marcha adecuada del sistema, y ejue para A. Giddcns (1994), son reanclajes que conectan la confianza en los sistemas abstractos. Las relaciones de fiabilidad son «esenciales al amplio distanciamiento espacio-tiempo asociado a la modernidad» (c¿í:88). La fiabilidad es sustrato ele las relaciones en las sociedades modernas que ya no se soportan en los vínculos de la tradición y del conocimiento personal. Supeene un conjunto de reglas compartidas de comportamiento y de comunicación que orientan las interacciones entre las personas y descansan en una cierta confianza en lo que nos rodea, pues de lo contrario, se dificulta enormemente manejar los asuntos cotidianos, incluso, como lo dijo Goffman, casi n o tendríamos asuntos que manejar (Geeffman, 1991). Se supone que las personas han aprendido a fiarse de la equidad, igualdad y continuidad de los agentes externos, lo cual es también aprender a fiarse de uno mismo (Giddens, cit. con base en Erickson). ¿Qué sucede cuando se debilita esa confianza básica de las personas? El riesgo deja de ser calculado y se pierde el equilibrio entre confianza y cálculo de riesgo. Toda la vida social contemporánea implica cierto escepticismo y la noción de riesgo es inherente a la vida humana. No obstante, lo que aquí acontece es la generalización de lo que Giddens llama ambientes de riesgo y, en cierto sentido, es como aprender la desesperanza. Cabría preguntarse qué relación existe entre la ausencia de credibilidad, la desconfianza y la ilegitimidad de las figuras e instituciones de autoridad y las violencias en Colombia. La no credibilidad y la desconfianza sobre las relaciones en la vida social abonan el campo para acciones de violencia. No las provocan de manera inmediata, en relación directa. Lo abonan a través del miedo, la desconfianza y la prevención, en la vida social y en especial frente a las autoridades (personas e instituciones que la representan), de manera que frente a situaciones eventuales o efectivas de conflicto, la persona se siente inerme y solitaria. Por ello muchos rehuyen lo que a su juicio los pueda colocar en una posible escalada de conflicto. Eluden interacciones cotidianas como las del vecindario, rehuyen reaccionar frente a acciones violentas presenciadas o conocidas, delincuenciales ce de otro orden y permanecen pasivos. ¿Por qué callan quienes presencian crímenes? ¿Por ejué claman los agentes oficiales sobre la falta de colaboración con la justicia} ¿Es esa falta de colaboración igual en otros países? ¿No son el silencio tc-
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meroso y la pasividad, resultado de la desceenfianza en la autoridad, aliados peederosos del florecimiento de formas de violencia? ¿No scen mecanismos de adaptación a las condiciones de la vida social en Colombia? ¿No tiene que ver una cierta ambigüedad frente a quienes rcempen las normas, muy extendida en Colombia, ccen la idea de que la autoridad no transmite con claridad normas, ni sanciones justas para todos, y peer el contrario, es circunstancial, comprable, maleable? Además, no sólo es inútil denunciar una transgresión; es pcetencialmente peligroso, pues la acción de la autoridad es impredecible. ¿No deja esto el campo abierto para la impunidad en su sentido más general, impunidad que a su turno refuerza a los grupos extremos violentos? ¿No son la pasividad, la desconfianza y el miedo adaptativos a ese contexto social? Es sabido, por otra parte, que el miedo puede inducir también al ataque. Recurrir a la violencia es anticiparse a un ataque del otro. Dado el estado de desprotección de la persona, es decir la incapacidad o el desinterés de la autceridad en proteger o intermediar en los conflictos, ¿no se vuelve el ataque una forma de defensa y de protección, así como el recurrir a formas privadas de justicia, basadas por lo general en el uso de la violencia? ¿Por qué en la sociedad colombiana actual vienen creciendo grupos especiales de justicia privada, si no porque la autoridad no merece confianza ni credibilidad? Por supuesto que una vez iniciados los conflictos, éstos adquieren su propia dinámica interna y tienden a reforzarse en círculo. La violencia comee medio, somete y devora los fines para los cuales se emplea. LAS EXPERIENCIAS DE VIOLENCIA, CONCLUSIÓN En conclusión, no parece cierto que a fuerza de ver y padecer hechos de violencia, los colombianos, o por lo menos los pertenecientes a sectores de menores ingresos de las principales ciudades, sean insensibles o no sepan distinguir la violencia de otras relaciones sociales. Por el contrario, ellos trazan distinciones sutiles, reconocen las experimentadas por ellos mismos en la casa o en la calle, y se conmueven ante las que otros jeadecen. Los hechos de violencia sufridos, o los dramatizados en la televisión, en forma alguna les son indiferentes. Más bien, les afecta que la violencia y el crimen, como rupturas y afrentas a la conciencia colectiva, como diría Durkheim, nce cuentan con la sanción institucional adecuada.
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Puede pensarse para el caso colombiano, ejue la debilidad del poder es la otra cara de la autoridad arbitraria y a su sombra prosperan las violencias. En las experiencias y en las nociones de las personas del estudio, en la síntesis de los conjuntos ambientales y perceptivos, no se reconoce la autoridad legítima porque ésta no media frente a la agresión, antes bien, la ejerce de manera oscura y ambivalente. Esta es reconocida como poderío, como coerción externa, como potestad personal. De allí el origen personal asignado a la violencia significativa, y la desconfianza de las personas ante la autoridad y ante los otros, huérfanas de mecanismos de mediación y protección. En este sentido, no son la ausencia del Estado o su debilidad, las causas por las cuales la autoridad no es reconocida. La ausencia estatal es parte del conjunto social en el cual la autoridad se afirma por medio del autoritarismo, en el hogar, en la calle, y en la sociedad en general. Por ello la autoridad en la sociedad, al menos con respecto para el sector estudiado, no puede trascender y ganar una legitimidad profunda. En este contexto social, las tensiones psicológicas derivadas de la falta de trabajo, de los bajos ingresos, de las privaciones, de las jornadas laborales prolongadas y todas las generadas por la desigualdad social, permiten articular una justificación verosímil jeara las acciones violentas en el hogar y fuera de él. En esas condiciones la intimidación o el ataque anticipado o, por el contrario, la pasividad, la evasión, pueden volverse mecanismos adaptalivos. El aprendizaje sobre el manejo de los conflictos marca las formas ele abordar las interacciones futuras, donde un círculo autcerreforzado de agresión acerca las respuestas váolentas a las autodefensivas (Bateson cit., en Linger, 1993). La vida familiar se percibe como entidad frágil, al borde del desorden de sus miembros, si la autoridad no se reafirma en el empleo de la fuerza y se anticipa a su desacato. Corrección y respeto son sus medios que, como construcciones cognitivas, emocionalmente densas, explican las experiencias dolorosas. Ofrecen a sus víctimas una guía de acción y comprensión y permiten afrontar y superar los sufrimientos, pero su naturaleza ambivalente, hecha de miedo y amor, debilita la credibilidad y el acatamiento de la autoridad. ¿Es extensiva esta idea sobre la vida familiar a la vida social en su conjunto? T o d o apunta en ese sentido. Los sistemas sociales reiteran en forma diversa, ritual y secular, que la aceptación del orden social va mucho más lejos que la obediencia (Fortes y Evans-Pritchard, 1979:100), porque en ello cifran su permanencia. La validación ideológica, el arte de la teatralidad,
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Myriarn fimeno comee lo denomina G. Balandier, no es un simple mecanismo de subordinación o un recurso instrumental, sino que los muy diversos medios de escenificación representan la sociedad gobernarla (Balandier, 1994). Representan también su capacidad para tratar con el desorden, con el conflicto inherente a las relaciones humanas. La validación fallida es grieta entre las personas y su ambiente social v es invitación a la violencia.
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