MANUEL PÉREZ VILLANUEVA
El viaje eterno
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Manuel Pérez Villanueva
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Pérez Villanueva...
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MANUEL PÉREZ VILLANUEVA
El viaje eterno
El viaje eterno
Manuel Pérez Villanueva
El viaje eterno
Pérez Villanueva, Manuel El viaje eterno - 1a ed. - Córdoba: Ediciones del Sur Córdoba, 2005. 174 p; 21x14 cm ISBN 987-22001-3-0 1. Poesía Española I. Título CDD E861
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede reproducirse, almacenarse o transmitirse de ninguna forma, ni por ningún medio, sea éste eléctrico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la previa autorización escrita por parte del autor.
© 2005, por Manuel Pérez Villanueva. © Primera edición virtual y en papel, Ediciones del Sur, abril de 2005. Impreso en Buenos Aires. ISBN 987-22001-3-0 Distribución gratuita. Visítenos y disfrute de más libros gratis en: http://www.edicionesdelsur.com
ÍNDICE
Retorno .................................................................... Cabalguemos ........................................................... El salobre envolvimiento ........................................ Premonición ............................................................ Tarde de estío ......................................................... El dulce esplendor .................................................. La muerte de los hombres ..................................... Pájaros dormidos .................................................... Nostalgia .................................................................. Vagabundo ............................................................... La vana palabra ....................................................... Las migas ................................................................. El perfume ............................................................... La infinita pretensión ............................................ El rostro de los muertos ........................................ Ese hombre .............................................................. Añoso árbol .............................................................. La añadidura ........................................................... Bajo los arcos oscuros ............................................. Silencio en la tarde .................................................
9 11 13 15 17 19 21 23 25 27 29 30 32 35 37 39 41 43 45 47
El tiempo ................................................................. 50 Días vendrán ........................................................... 52 Universos extraños ................................................. 54 Vuelvo a casa ........................................................... 57 El muerto ................................................................. 61 Matar el tiempo ...................................................... 63 Conchas pulverizadas ............................................. 65 Este amor ................................................................ 68 Descendidos ............................................................ 70 El camino recto ....................................................... 72 Frontera ................................................................... 75 El galope .................................................................. 77 La campana............................................................... 79 La ardilla .................................................................. 80 Las casas descampadas .......................................... 82 Los grandes ríos ...................................................... 84 Vivir ......................................................................... 86 Voces ........................................................................ 88 ¿Dónde estabas? ...................................................... 90 La hora ..................................................................... 92 La sed ....................................................................... 94 Los anillos de la serpiente ..................................... 96 Las barcas ................................................................ 99 La casa del amigo .................................................... 102 Lento va el río ......................................................... 107 Saberse aquí ............................................................ 109 La cumbre ................................................................ 111 Los muertos ............................................................. 114 El armario ............................................................... 117 Juegos de vida y muerte ........................................ 119 De una altura .......................................................... 122 Cansancio ................................................................ 126 Las olas .................................................................... 129 El viento .................................................................. 131 6
¿Por qué? ................................................................. 133 La mosca .................................................................. 135 Sensaciones ............................................................. 137 Soledad .................................................................... 142 Cuando muera ......................................................... 145 Primitiva luz ............................................................ 147 Polvo de huesos ....................................................... 150 Escalando ................................................................ 152 Harto estoy .............................................................. 154 Ser hombre .............................................................. 155 La cárcel .................................................................. 158 Grávido atalaje ........................................................ 161 Navegación .............................................................. 163 Cuánto se ha ido ..................................................... 166
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«Partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos y llegamos al tiempo que fenecemos». JORGE MANRIQUE
RETORNO
Cuando hayamos navegado todos los ríos y sentido en los dedos el contacto de las aguas diversas que cruzan la tierra, cuando hayamos embalsado el líquido perfume de todos los bosques de las riberas y ensartado la pupila abierta, como un pequeño coleóptero al acecho, en los puntos invisibles de la espesura, entonces remontaremos de nuevo la corriente y volveremos a sentir la mano que riza la ola, el céfiro negro asomándose hipnótico desde el pasado, y la delicuescencia ocre de las horas deslizándose de nuevo por las mismas arboledas. Entonces sabremos que nunca nos vamos; los confines se harán esferas, los prados celestes cunas y el quedarse de las casas en la orilla, quietas y sentadas cayendo hacia el pasado
como niños tristes tras el ramaje vencido, no será sino un beso largo de gente que se conoce y se sabe que de nuevo se volverá a ver. Entonces comprenderemos que todo vuelve, que se sacuden de otra forma los colores, se escancian los vinos de otra manera y se forman con las ramas dinteles diferentes, pero que nada concluye en la gran escena de los limbos que se abren con avaricia a la caricia de la gran señora de las mareas. Un rumor de jarcias pasando suave por cada embarcadero, un quedarse de las gentes en la orilla, allí estables para siempre, la mirada extendida hacia el barco que pasa y las va dejando, una destilación dulce y agria que lenta se desploma, un borbotón que del fondo viene, la lluvia que de arriba cae, unos ojos que nos miran como nunca nos miraron, como si nos miraran por primera vez.
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CABALGUEMOS
De día y de noche se nos ve ir al compás de dulzainas que el viento esparce, cubiertos de polvo de oro y de insectos de plata, encenagados en el propio sudor y en la sal perfecta, lejos de toda habitación que aguante el peso, la vista en la humedad de las fiestas antiguas y el cuerpo estragado por la nostalgia de las conchas absolutas que las playas vomitaron. Un vaho de castillos se levanta contra el cielo, tabletea en la distancia el brillo de los esponsales cual bandera que los vientos sobre azul /enarbolasen, suenan las horas y suena engarzada la eternidad, y siempre la distancia que se interpone, siempre este helor de los pueblos abatidos, siempre la esperanza de encontrar amparo en lejanas arquitecturas de piedras almohadilladas.
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Como las hojas de un libro que ya va gastado, como el terciopelo raído de palacios en ruina o los oropeles de los tronos humillados, así, con el agrio sabor del vino corrupto, cabalgar día y noche a donde quiera que se enfile la montura, dejarse ir por teóricas esquirlas de provecho, sombras que lamen el cuero inconsistente, dolor que dibuja fundaciones en la arena, eterna soledad estirada y fría amasada con los soles de poniente y con esa agua lechosa y amarga que se escapa a borbotones de los ábsides del pecho. Día tras día cabalgamos huérfanos, fugaces caballeros de los campos oníricos con el hastío de la noche a cuestas, el acero sucio de sangre, la tez quemada y el dulce veneno de los reptiles socavando el herraje a toda hora. Ir tirando. Apretarse con encono a la larga comitiva que alguien lleva sin saber muy bien adónde ni para qué; tan sólo cabalgar y cabalgar: ese lento resonar de la pisada contra la piedra ese peso mortuorio de la cal vertida, esa fósil nervadura de la voz gastada. Tal vez hacia un río que nos purifique, tal vez a una estrella que no mengüe tras el humo, tal vez a ese brillo que se atisba por momentos. Pero ¡cabalguemos, hermanos!. Cabalguemos al menos un día más.
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EL SALOBRE ENVOLVIMIENTO
No siento del mar el salobre envolvimiento que arranque con su espuma los postigos, retumbe de la casa en toda puerta y barra con resacas los cimientos. No lo siento todavía. Pero llega por las cuestas que lo anuncian y que húmedas platean bajo el sol, un aroma rugidor e impreciso que revoca los sentidos y me hace perder pie. No lo siento todavía. Años ha que se me acerca. Años ha que se insinúa más allá del horizonte. Te digo, compañero, que si tal es su pregón en la distancia, olas vendrán que habrán de tomarme en su seno
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y, borrando de los libros cualquier nombre que /tuviera, derrumbarán esta débil estructura que me ampara como se derrumba el granito desde los peñascos en la blanca molienda de los arenales. Y te digo también, pues tal lo siento, que vendrán esas fechas esperadas en que el agua finalmente me acometa y me lleve, con su estrépito bramante, a ese reino de galernas desmedidas donde ceden los bastiones estrujados. Entonces palparé del azogue su textura, ese velo sideral del cielo abierto, la salvaje osadía de las olas y del mar, que ahora ronda mis fronteras, el salobre y postrer envolvimiento.
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PREMONICIÓN
Llegará un tiempo en que el agua dejará de correr de continuo y se quedará serena. Dulces destilaciones descansarán para siempre en amplia redoma de cuarzo y de amatista. Miríadas de hombres, en marfil heroico, poblarán una colina sin tiempo a la sombra pacífica de los sauces. Y habrá una alegría de besos sin fondo y de frutos abriéndose maduros sobre la yerba. Regresarán por las lomas todos los muertos, la larga fila de los guerreros, los padres de los padres de nuestros padres y todo cuanto oculto sacrificio se tragó la historia. Cronos volverá a vomitar lo que Zeus le solicita. La mano buscará la mano amiga, el rostro aquel rostro, la luz de los ojos una luz mantenida en la memoria y toda consolación se habrá terminado 15
porque reinará por las tardes en adelante el carnoso contacto de lo presente que todo lo explica y lo da por bueno. Entonces se pasearán con indolencia por los caminos estiradas siluetas de brillante arena, polvo de siglos, un fuego purificando el eco de las voces recordadas. Y aquellos que evocamos en tercas revelaciones insidiosas y sentimos cabalgar por las cuevas del corazón, a hurtadillas, nos besarán en la frente con la palma del perdón y ese abrazo del hermano que todo lo olvida.
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TARDE DE ESTÍO
En la tarde de estío me detengo en el camino cuando la luz inflama las cosechas, cuando sube el vaho de las torrenteras y va resecando las verdes nalgas de la tierra, cuando las semillas crepitan bajo el sol proclamando el fruto, y al fondo, en la fraga, reverbera la calígine dormida.
Siento así, en las íntimas trincheras no corruptas, primitivos incendios que acrisolan mercurio, circulares aspavientos que muelen el cereal y me gritan tentadores que suelte amarras; grata sensación de abandonarse, metal fundido, fuego compasivo que el cuerpo arrasa. Viene el silencio y desciende cálido, y se queda oloroso junto a mí; 17
quietos permanecen a partir de entonces los antiguos lagartos sobre las piedras, paralíticos aquellos pájaros de siniestra envergadura y ahuyentadas las aves de mal agüero que rondaban insidiosas el cercado. Los campos chirrían con cien mil gritos como sólida protesta; un cortejo de habitantes que antaño obtenía privilegios quiere estorbar. Pero ya no escucho porque ya no estoy; puertas que se abren a un jardín selecto, tarde que se llena con la luz profusa, aguas que se avenan de la memoria, huellas que se borran, nombre que se olvida: un vacío que se inflama bajo el sol de agosto.
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EL DULCE ESPLENDOR
Había antes un rumor de pájaros todo el día, la luz era siempre amanecida y tenían las manos el suave calor de la sorpresa entre surcos olorosos a manzana. Mansa era la extensión de los senderos, pródigas las horas, cual fruta madura, y caían las noches barajando el oro hilvanadas de misterios y de asombros. Pero vino esta larga sequedad de la medida con la llaga donde escuece la palabra, vino el yugo que se unce por ser hombre y enturbió de los ojos la mirada, vino el tejedor de vana urdimbre y se puso a tejer tapicerías escapándose las luces cual proscritas a esconderse más allá del horizonte. Me siento ante la ventana y llamo al que fui, errante repito su nombre por la espesura, 19
pero el valle se ha llenado de conceptos, merodea los oteros el perfil de un silogismo y fulgen las abstracciones en el cielo negro mientras el silencio se retira por los intersticios riéndose ausente de los perdedores. ¿Quedará el sabor del vino antiguo en maderas que ya crujen de resecas? ¿Vendrá la alondra, el tordo, el jilguero si me atrevo a llamarlos a media voz? ¿Podrá recogerse todavía el agua derramada, el polen que los dedos no supieron retener o aquella caricia que fuera un regalo de bodas y sellaba el amor sin contrato alguno? ¿Cómo devolver a la mirada lo que la mirada tuvo y ahora ya no tiene orgullosa de perderlo? ¿Cómo recoger las cuentas del rosario del tiempo para acariciarlas de nuevo con aquel mimo, como las rosas que se caen del regazo de los santos o las monedas que a las turbas arroja un rey? Me siento ante la ventana y espero al que amo, aquel que poseía la llave de los amaneceres y de las lloviznas, el que sabía del clarear de los cielos y de las aguas ocultas, carne de la carne que yo tenía, sangre de estrellas que por mí circulaba gratuita, que esculpía la rosa de los vendavales e inundaba todo mi cuerpo con el dulce esplendor de los sentimientos.
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LA MUERTE DE LOS HOMBRES
Como el descanso de los segadores que bajo la encina, al caer la tarde, sienten el aroma del tomillo y de la jara, al que apenas atendieran afanosos, y contemplan en silencio y abandono el avance de las sombras por el río, así debe ser la muerte de los hombres: de celeste violeta sus portales, de cereal caliente el perfume de su artesa y de grato acogimiento su íntima bodega donde al fin se sirva el vino que aligere y del cuerpo por el aire lleve el peso. Como ese tenderse del guerrero sobre el césped, palpitante todavía el corazón tras el esfuerzo, húmeda el alma de gloria y de sensaciones, lasos por fin el músculo, la fibra y el sordo golpeteo de la sangre por las venas, mientras la calma va inundando los confines y se lleva entre sus pliegues el fragor de la batalla, 21
así debe ser la muerte de los hombres: un dormirse complacido tras el peso de los hierros, recordar uno a uno los envites del combate, notar como se acallan los gemidos y las voces, el rugir de los cañones, los galopes, sentir como se viene la total serenidad y se apagan los tambores que conminan a luchar. Como el sol que se retira del incendio a sus hogares, como el día que se duerme silencioso y violeta o los campos que se embalan a sus noches misteriosas, así debe ser la muerte de los hombres: un descanso que no sabe de rupturas, el suave diluirse de contornos ya sabidos, el sentido remansado y al acecho de perfectos escenarios que se mueven, un fundirse con el humus de las cosas, embozarnos con la capa de los sueños y dormir por un rato entre las flores para nuevas expansiones de la luz.
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PÁJAROS DORMIDOS
En la incertidumbre de la noche me despierto: obscuridad y vacío, profundo silencio, calma. Pienso en esos pajarillos que vienen a comer al alféizar, los imagino acurrucados en sus nidos y veo sus diminutos ojuelos cerrados, yendo y viniendo el plumón con dulce parsimonia al compás de su pequeño corazón libertario. Tuvimos aquel calor de nido, aquella sensación de envoltura que quedó para siempre soterrada y marcó indeleble nuestro espíritu. Pero hemos sido expulsados de la misma por razones extranjeras, y, por eso, la buscamos; la buscamos como niños extraviados, hijos pródigos que recorren los caminos, pájaros desorientados que perdieron su bandada 23
y vagan inciertos bajo el aguacero, empedrados los caminos de nostalgia. Era tal vez este mismo silencio de la noche, esta calma del callado pensamiento, esta oscuridad plena de amables presencias la que entonces reunía mis latidos con la extensa vibración del orbe entero. La misma que en la noche resurge y confunde mis anhelos más arcanos con los de todas las aves del bosque, mis dedos en contacto con sus débiles cuerpos, mis alas desplegadas en un cielo sin mácula, mi cuerpo abandonado en el cálido reducto que la carne añora, los nidos evocan y repudia el tesón que me conforma.
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NOSTALGIA
Caminos flanqueados por los árboles desnudos, estirada pradería verde y ocre, sin precisa frontera, lluvia cayendo gris sobre un tiempo violeta que se clava funeral contra los muros y llama desde allí al caminante con lágrima inmensa y desparramada. Se cerraron las puertas del cementerio, ya nadie se alarga por los pastizales, las aguas calladas, en sólido cristal impasible, las fuentes mudas, el ganado ausente de lo que era suyo y aquellas banderolas de la ermita, de fiesta antigua, en patéticos jirones convertidas que el viento mece. Cosas que debieron cincelarse en la piedra dura y ser el tesoro que la mano acariciase tras los cristales, 25
cosas que danzaron como los tordos inquietos en blandas presencias, que arrullaron fechas y se fueron y que ahora desearíamos sentir: la piel tocando la piel, la mano tocando la mano, los ojos mirando lo por siempre establecido contra la razón natural de cuanto existe, aquí y ahora, bajo los nimbos henchidos de llanto, sobre el sueño mineral de esos granitos que el sigilo carcome incontinente, llevada el alma por una de esas torrenteras que de pronto se desbordan en las íntimas cisternas y nos ahogan en dolientes charcos que dejan las lluvias en la memoria.
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VAGABUNDO
Los rebaños se pierden por los campos entregados al afán de cada día, el mar lanza su espuma contra las playas para el gozo de infinita bichería que confía que de nuevo volverá. Se derrumba el sol cada poniente, se hunde la semilla y se destroza, se marchitan las flores en la enramada; mas el sol se recrece con las albas, nuevos frutos resucitan en verano y las flores no se cansan de aromar esa brisa verde malva que suave lleva a la vida a través del aire. ¡Si te hicieras vagabundo para siempre! Si pudieran tus desvelos detenerse, cantar esas canciones que se cantan por los cruces pararte en el camino sin tener urgencia, lanzar al arroyo las contraseñas, 27
y tener del viento la mismísima osadía que lo lleva de rondalla por las cumbres, ¡Si te hicieras vagabundo para siempre! Porque, dime, amigo mío, ¿qué es la vida sino esto?: esparcir la mirada en sementera, lanzar las palabras contra las piedras, entregar la mochila al señor de las renuncias, volverse nadie, perder peso, y volando cual un pájaro ligero respirar a la ventura y ser feliz.
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LA VANA PALABRA
Me has mirado por tantos rostros... me has acariciado con tantas manos... has brizado mi cuerpo con tu aliento y sorprendido mis ojos con tu halo brillante, has llenado mi cesto con doradas monedas y extendido canciones de boda a los pies de las albas, pero jamás te he visto, jamás a solas contigo, jamás se termina esta desgracia de la vana palabra que me aleja de ti.
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LAS MIGAS
Cual un perro abandonado a su destino, con el hambre de los siglos a la espalda, merodeas por las puertas de los templos al acecho de las migas que caer puedan, pordiosero de ese pan que no llegó. Tan sólo una miga por algún descuido, la mínima sobra del regio convite, un soplo robado que fugaz saliese de los aposentos de la gran mansión y al alma llenase con la misma hartura que adentro se goza cuando las nupcias. Mueres por ser santo y no lo alcanzas, penas por salvarte y no te salvas, lloras por ser bueno y te derrumbas, estás al pie del monte y no te atreves. Pero sabes que los perros se hacen dignos de las migas que el señor del gran palacio 30
abandona por descuido en su pasar; y por eso merodeas por los atrios y te acercas a los plácidos cenobios, pues los cielos de la noche negros son, las cadenas de la mente muy tenaces y los vanos del sentido oscuridad. No cejes en tu empeño, alma querida, ni quiebres tu esperanza en la negrura: la música del coro se ha dormido, los sones de la fiesta ya concluyen, se enciende ya la luz en las alcobas, tal vez llegue la hora en que los siervos, abriendo las troneras del servicio, lancen a los aires los despojos, con restos y migajas del festín.
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EL PERFUME
Transportando a cuestas la rumia artera camino ausente del lugar que encaro; mas, de pronto, un perfume se distiende y al punto va surgiendo de la entraña la doliente evocación de lo vivido. Apenas si puedo recordarlo; veo calles que ya no existen, trémulas luces de una mística ciudad en la hora embrujada que precede a la noche, voces antiguas, la cálida mano de una joven contra la mía, el amoroso contacto de la piel de un abrigo cerrando un reducto de amor en torno a los rostros que se acercan para besarse bajo los porches en medio del trepidante discurrir de los días perfectos. Siento la expectación que antes propiciaba la tarde ciudadana enrojeciendo, plena de posibilidades y de sueños, de luminarias y de encuentros furtivos, 32
visitada por el soplo de la juventud en cálidos sucesos que el neón transfiguraba. Pero nada queda definido; todo es sedeño, nostálgico, apenas la vaguedad de unas formas difusas, una escena que se escapa del cofre oculto y sobrevuela turbadora puntos sensibles que el alma tiene desprotegidos, no hay fecha, lugar, nombre o figura, tan solo un perfume revolando y la cruz a cuestas de lo olvidado. Sin duda, aquella tarde, entre la vorágine de los días gloriosos, fueron las sensaciones claras e intensas, frutos en la mano que pudieron tocarse y debieran ser mordidos para no soltarlos. Tal vez entonces este perfume pasara inadvertido, un simple rizo sobrevolando la dicha vertida, un adorno sobre los vasos sacramentales del amor joven de metal intacto. Mas ahora, doblados los días enhiestos, sólo el perfume permanece claramente en la /memoria, pues sólo él, lo más efímero de aquel instante, se mantuvo agazapado, como a la espera, con la insidiosa capacidad de resucitar de /improviso estas sensaciones dulces y amargas, afiladas y sutiles, trozos del ayer que, de pronto, 33
se apoderan por completo del espíritu, se visten con el malva resplandor de lo ya ido y extienden por el alma escoceduras y chispazos de un dolor insoportable.
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LA INFINITA PRETENSIÓN
He tentado las noches y las alboradas, el rocío sin mácula de las mañanas y la destilación violeta crepuscular, pero no ha sido suficiente. He atisbado la curva de cien mil horizontes, el estirarse del cielo en campana inmensa y el deslumbre de las mieses en los campos de oro regalando el fruto, pero no ha sido suficiente. He vivido la canción de los ríos hacia el valle, las calles luminosas habitadas por el hombre, el sonido de las flautas y el bullicio del mercado, he circunvalado por el corazón ajeno, absorbido los rostros y las miradas, bebido el néctar y plantado la miel en los altos panales de valientes geometrías conquistadas, pero no ha sido suficiente. No ha sido suficiente. No lo ha sido.
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Pues el hambre continúa todavía insatisfecha en carne abierta, la llaga no cauteriza, el frío hiela, y sabe el corazón que todo le es extraño, como venta de camino que pronto pasa, como cuerpo abrazado que jamás se funde y deja siempre a un lado lo que alcanza y al otro la infinita pretensión.
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EL ROSTRO DE LOS MUERTOS
Mirad el rostro de los muertos que parecen dormir en calma; atended a su pacífica sonrisa y a la suave complacencia que destilan sus facciones inmutables. Toda crispación se ha ido: las huellas del dolor, los zarpazos de la vida, la curva que los labios dibujaban como una súplica indeleble se han ido del semblante para siempre. Mirad el rostro del ser que amabais retozando libre en su dulce sueño de cera virgen. Entonces comprenderéis que jamás alcanzasteis su misterio ni bajasteis siquiera al secreto manantial de su heredad.
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Y será la sonrisa con la que duerme cual el reproche velado de un ave que al fin se escapa; blanco ser que se fue de vuestro lado sin apenas conocerlo, amasijo de delicias interiores que no llegaron a ser gozadas cual se debiera. Los muertos…. pasos furtivos que rozaron el alma y la omisión sofocó.
38
ESE HOMBRE
Quiero ver a ese hombre que se tiende satisfecho sobre la grata pastura y sólo veo un caminar de doliente servidumbre cruzando la tierra de arriba abajo en terca caminata que sin fin se estira, su alma embutida con poderes venenosos, su cuerpo ceñido con corazas negras y un líquido amargo que se viene al paso como un coágulo denso que cubre los horizontes y deja ensangrentada cuanta aguja corona los bosques y las catedrales. Quiero ver a ese hombre que se alza en el otero con su sombra pacífica y violeta, mas se viene a la memoria el recuerdo de los gritos que abrieron los vientres innumerables poblando las curvas de cada noche, la desidia de las estrellas sobre tanta fosa, el espino florecido en roja cosecha de vino amargo, los mecánicos insectos plantados en las calles 39
con su geometría de imbatibles coordenadas y el sucio aguijón de lo imprevisto, jugando a la muerte, apostando duro, reclamando holocaustos para la historia. Quiero ver a ese hombre que destila realeza sobre la cumbre incorrupta y veo pupilas cristalizadas oteando amaneceres que no se alzan, pálpitos de piedra indócil, océanos abiertos al miedo innoble, un gasto de corazones revolviéndose terco en el liquen de las selvas terrenales, obeliscos plantados en cada campo de viviente lava alzados una y mil veces con designios de fuego, rebaños infinitos que fecundan los mares y se estiran triturados sobre las playas entre las cruces de sal. Quiero ver a ese hombre que sin duda llevo dentro estirado contra el pecho como un amigo, el que siempre tenía las palmas abiertas y el secreto de los cielos en la boca, pero veo un gran dolor que no termina, un grito de socorro adornando las esquinas, el cansancio expuesto en tediosas hornacinas, la impotencia florecida contra los muros, estertores sofocados con legajos y martillos y la derrota adornando con sus cintas la cabeza, mientras las manos se juntan y se aprietan y se tornan hacia el rostro de un extraño que se viste con jirones de mi piel.
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AÑOSO ÁRBOL
¿Puede ofrecer el añoso árbol que la galerna no respetó esa flor blanca de dulce cáliz que raras veces florece? ¿Pueden anidar libremente los jilgueros en las comisuras del ramaje envejecido? ¿Puede la yerba crecer en los campos arrasados por el tedio de las noches circulares? Vientos, borrascas, vendavales, terca persistencia de la vida castigando sin cesar las altas copas que a despecho se movían en el aire. Y ahora esta nostalgia, este peso del silencio inesperado, este indómito deseo de la nada que tienta acerbo los postigos viejos y extiende sus lienzos como un sudario.
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¿Puede la acequia arruinada, cuyo embalse más secreto los lodos profanaron a placer, dar cabida de nuevo al agua virgen: el murmullo del frescor entre las piedras, la caricia del aire por los corredores, una mariposa que, de pronto, surge, que viene con sangre de cañaverales y alcanza por fin en el sol que nada un poco de fuego y de salvación?
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LA AÑADIDURA
Tierra y cielo, montes y estrellas, todos los acontecimientos que se aglomeran sobre la faz de la tierra, esa terca sucesión de cada cosa en pautada armonía de fantasmas y ese filo de hermosura que se cuelga de las nubes y se estira por el llano en flagrante maravilla, no son sino la anunciada añadidura. Todo cuanto me rodea y contiene, este cuerpo que me conforma y que toco, estos rostros conocidos que me llaman, este nombre que me dice y me subyuga y estas formas que recorro y denomino, no son sino los aspectos singulares de la dúctil y cambiante añadidura. «Buscad primero el reino —fuera dicho— y todo lo demás se os ha de dar como simple añadidura.” 43
Habladme pues del reino que pretendo, ese reino que por veces casi intuyo y entre sueños y vigilias me persigue; ese reino al que a tientas vamos todos y que tengo por seguro que algún día ha de ser por los hombres encontrado. Reino que no puede con palabras ser descrito, que no puede ser medido con los números de /siempre ni pudieran contener nuestras cuatro dimensiones; reino que por sí calma al punto y desenreda este nudo de cansancio que se hace en la garganta cuando solo se nos queda entre las manos un brillante resplandor de añadidura.
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BAJO LOS ARCOS OSCUROS
Bajo los arcos oscuros de un templo arcano dicen los viejos su nombre como un susurro; el llanto se ve que habita tras sus pupilas, el miedo hace que tiemblen sus flacas manos. Esas voces que se incrustan como vetas en la piedra pareciera que vinieran de los valles de ultratumba porque tejen silabeos de venganzas y castigo; son un cántico monótono que cansino me conturba, obsesiva cantilena que me hiere en lo profundo y me aparta de las naves en que reina la penumbra. Me hastían los rosarios de ancestrales abalorios que lentos se deslizan entre pálidos sarmientos, las palabras de la muerte, del dolor y del oprobio y la flor de la carcoma que florece entre los labios de la gente circunspecta y, sin duda, responsable, detenida a contemplar los pequeños miramientos.
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Me hastía el runruneo de los días fenecidos que llevaron en sus aguas el naufragio de las luces, deserciones del viaje a los ámbitos sagrados en sombrías procesiones de lamentos y de cruces. Me hastía la cizaña a las puertas del palacio, todo pálpito vencido sin derroche de centellas y este horrible desespero por lo íntimo perdido, pues la noche que se acerca ya no brilla con luz /blanca ni se adorna con fulgores que naciendo en las estrellas en la sombra iluminaran cada afán y cada huella. Todo es mármol derretido, inmensa playa, reseca piel ya vencida en plazas de catedrales, saber que nada contienen tantos libros principales, tanta docta habladuría por los cultos pregonada, tanto púlpito esparciendo las salmodias funerales, tan terribles amenazas sobre las almas cansadas. Saber que estamos a solas con terrible soledumbre, que pasamos nuestros días entre cántaros vacíos y dormimos por las noches en la nada recostados, sin nadie que nos consuele, sin nadie que nos alumbre, a solas con el tumulto de los huesos ya vencidos entre vagos sentimientos que nos tienen asustados, a solas en la morada en la que habitan los muertos donde las voces no llegan de los que dicen /despiertos, lejos de toda salmodia, lejos de todo convento, sin pupilas que nos lloren ni temblor que nos dé el viento. 46
SILENCIO EN LA TARDE
Como perro cansado la tarde se va, puertas y ventanas están cerradas, por las rendijas se filtran cuchillos de luz que iluminan la agitación del polvo en el aire y tiñen de rojo los orbitales de la penumbra. Un repique de relojes taladra el silencio. No hay hora cierta. Sonidos ocultos invaden la vida, las maderas rechinan y se agrietan, el roer de la carcoma se adivina e insinúa desvelando los rincones invisibles, los muebles del salón se retuercen en dilatadas escalas del tiempo, un silbido aciago que vive diluyéndose en el éter, como pasmo al acecho, ronda los vericuetos de la escucha y se atreve a penetrar. Por el aire, como una nevada consuntiva de lo caduco, 47
las desconchaduras del techo se deslizan perezosamente. El cuerpo se puebla también de sonidos extraños. El susurro de la sangre tras la oreja, el ronquido que dormita en la laringe, la marejada del viento que sube y baja pecho adentro, el rumor de sutiles habitantes que parecen deambular por las calles del vientre y el corazón que angustioso late y late y sigue latiendo para vivir con terco empuje de agonizante. Son los fatídicos rumores, sofocados antes por el tráfago del día, que la pausa deja oír ahora que la tarde claudica. Los murmullos del camino de las cosas hacia su destrucción final; la guadaña del tiempo que impasible acerca con su marcha inexorable el postrero acabarse de cada presencia; el beso permanente que la muerte da a la vida, la nada que, inflexible, pide a gritos lo que es suyo. Por un instante nos sentimos acariciar por la mano de un terror cósmico que todo lo apretuja. Nos invade una soledad metafísica, un miedo indefinible. Tiembla el cuerpo amenazado en sus cimientos, vibra la base que asentaba la soterrada angustia y se vacían los tanques de toda consolación. 48
Definitivamente el sol se aleja para que el día fallezca y tengamos así, en fugaz instante, cabal noticia de lo profundo del desamparo en que buceamos como bucean los peces bajo las aguas sin darse cuenta. Pero las luces se encienden y el funesto instante concluye. Se va sin duda en buena hora. Se va con prisa tras los murciélagos que surgen en la noche para llevar prendida en la fría seda de sus alerones la misma sensación, el mismo terror, semejante testimonio, a los residentes de otras casas desconocidas que el silencio toma al caer la tarde.
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EL TIEMPO
Siempre el tiempo silbando alrededor; el tiempo que tiene que pasar segundo a segundo para que algo sea, termitero que surge del centro mismo del instante y relame pegajoso cualquier bastión hasta su ruina; el tiempo que se aleja en hilachas de vida y, sin embargo, persiste en su terco acoso, devoto de su presa a la que no suelta con su rumia de incesantes y bullentes ilusiones. El tiempo que se hace largo hacia atrás y hacia delante, cansancio que va cayendo, empeño vano, efímero fulgor de todo presente y de toda pretensión de realidad. Y en la grupa de ese tiempo, a caballo del suplicio, la otra burla del espacio; el tener que estirarse para ser, 50
conjugar el verbo ir y el venir por sostenerse, querer abarcar el quimérico espejeo estar aquí, entre un hoy y un mañana, entre un este y un oeste, norte, sur, qué más da si están afuera, si no son ni pueden ser lo que pretendo: un cesar de existir siempre en momentos, terminar con el largo esparcimiento de las cosas y quedarme en ese punto sin medida que no tiene ni pasado, ni presente, ni futuro, ni puede ser ubicado por ninguna coordenada del sistema cardinal.
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DÍAS VENDRÁN
Días vendrán en que el hombre se moverá suavemente sobre la tierra como los grandes rebaños que habitan las praderas deshabitadas. Habrá acabado entonces la agitación y la angustia, las horas discurrirán con pausa, como lo hacen los nimbos en estío, los soles tardarán mucho en caer sobre las aguas y los días se harán largos en la hartura, dulces en el amor y serenos y vastos en su pasar. Entonces, los hombres, detenidos en el instante como sólidos peñascos bien anclados, marcarán hitos sobre la extensión de la tierra con el simple destello de su propia luz. Brisas sin mácula serán las que los mezan, vientos desconocidos envolverán el prodigio 52
de la carne resucitada, y será la grey finalmente abastecida en los campos interiores de la dicha, bien aprendidos el arte del pastoreo y la pesca silente en los mares del fondo.
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UNIVERSOS EXTRAÑOS
Mientras el tiempo y el espacio te posean y te lleven errante por universos extraños, mientras el ansia eclosione pordiosera a cada instante en un cosmos infinito que no puedes abarcar, mientras llamen los temores a tu puerta y se asomen los deseos por los vanos, tu alma será un cauce transitado por la angustia, un grito sin final, un desamparo, un lastimero atisbo de lo que juega a ocultarse y no llegas a alcanzar. Mientras sientas en tu carne la punzada sutil de lo caduco, el efímero pasar del aquí y del ahora, la continua destrucción de las mareas, el viento que sopla y lo lleva todo, el tedio, el cansancio, la agonía y el delirio existencial que persiste en contumacia tras la mínima intención, 54
tu noche seguirá siendo tal noche y tus días en la tierra semejantes se te harán a la triste soledumbre del ciprés de cementerio. Cuando atisbas los frescores de un silencio que resume en su quietud cuanto se estira, cuanto intuyes un estado que navega por las curvas siderales sin tener forma ninguna, cuando sabes que hay un punto al que van las coordenadas como olas a romperse y se lanzan las pasiones tras la muerte convertidas en magníficas estatuas, no hay regato que te sacie con sus aguas, ni alboradas de belleza que te basten, pues regatos y alboradas que tu ser al pasar ha acariciado de tortura se vistieron cuando fueron por las noches evocados, esqueletos fugitivos que se fueron, lacerantes espejismos que sangraron, escalpelos que punzaron encendidos e impidieron los acordes del concierto de la paz. Esta danza sin sentido es un frágil pabellón de dimensiones, es andar a través de una cárcel de imprecisas ecuaciones, un rosario de sucesos que se escapan resbalando, abalorios calcinados que, avariento, en sus entrañas, rememora con tristeza cada ser que viene al mundo, un errante mantenerse en el borde del abismo, 55
una espuma que se escapa, una vida que anhelosos con las manos apretamos, cuando aquella de la hartura que destilan los oscuros recovecos, la ignoramos, la que planta su armonía de los filos de la nada, la perdemos, y viviendo la que es muerte, y es angosta, y es tristura, la cubrimos de ternuras y de nombres armoniosos y de himnos laudatorios que nos llevan de rondón.
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VUELVO A CASA
Largo tiempo he caminado a través de los círculos impalpables. Brillantes planetas quedaron reducidos a ceniza por la huella de mi paso. Fúlgidos cometas me llevaron en su seno llenando mis ojos con el brillo de los boreales espejos y el iónico vaho de las cabelleras evanescentes. Ensayé infinitas formas de vestirme de nuevo, eché los dados sobre los campos moleculares e hice señales que tuvieron su momento de esplendor y sus éxtasis de gloria. Fueron los días resbaladiza espuma de acantilado deslizándose subrepticia por la escala periódica. Rumiaron las horas los fragores de la lucha y del espanto cuando fue necesario, y no se huyó de la dolorosa dentellada 57
ni del cósmico empuje de la libido, oculta y enardecida, lanzando los productos en disparo. Todo tipo de sonidos percutió en los ábsides de la carne; se establecieron caracolas a la puerta de los cuerpos y se dejó que la belleza y el pasmo universal los visitaran. Cantos del ave del paraíso, la parsimonia de las fastos naturales, el frío aullido del lobo al asedio de las bambalinas, martillos subordinando las magmas en calentura, los mecánicos artilugios conquistando la libertad, las aguas concitando los prodigios líquidos, pariendo galaxias, vomitando furiosas el polvo de los caminos, las lavas conformando los interiores incendios de la materia que los ojos tallaban así, caliente y dúctil a la vena imaginaria, y los soles, atravesando las hechuras de las manos con fuego espinoso y vapores envenenados que hacían más terrible el crepitar de su hermosura y más cautivador el hechizo del carnal incendio. Pero ahora, vuelvo a casa. Ahora, cuando cae la tarde y los médanos se /agrandan teñidos por el dulce amaranto de las cosas idas, cuando los picos del horizonte se agrisan hirsutos
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y todo caparazón, toda ala, toda ingrávida pluma y /todo hueso laminado muerden la tumba fósil que les estaba esperando, vuelvo a casa. Vuelvo añorante de la agridulce sombra de las /higueras, de la olorosa mancha de los vinos, del contacto de /los lienzos y del sudor de la tarde cabe las fuentes perdidas. Vuelvo con los ojos tintados de maravilla, con el cuerpo que aún me sangra de portentos y las manos que recuerdan todavía aquellos cálices de la cárcel religiosa de la piel alzándose avaros de paroxismo. Vuelvo con el tesón domado y el asombro en flor, con el ánimo quieto de las aguas embalsadas y una estrella que relumbra y condecora al brillarme su ironía en pleno pecho. Vuelvo con la ambición burlada por la gloria que no basta, con la evanescente corona de los círculos de viento que dijeron traer más y no lo hicieron, con la efímera diadema de hielo cayendo sobre la frente, discurriendo viscosa sobre un cuerpo insatisfecho. Vuelvo a través de los efímeros rodales que circundan las espinas y sombrean los laureles; pedrería de un mercado de alquimistas voy dejando, caduceo que incesante gira y gira 59
es lo que llevo, parabólica curva de los filos de la noche que en lo oscuro brillaban tentadores y asediaban a toda gota de sangre y a tanta linfa hambrienta y mendiga de la cortadura absoluta. Lujo que no basta, esplendor que no llega, gloria que fue tan sólo un delirio de cristales, un anárquico correr por un campo sin fronteras, un desenfreno querido, un tentador espejismo, una estallante luminaria en el mórbido reducto de la fiebre que borró los senderos con gran sigilo, anegó los vados, selló los portones, cambió las cruces y cansó el espíritu de terrible forma y de cruel manera.
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EL MUERTO
Te ven por la calle, te saludan, te cuentan y tú sigues la rutina del juego que no acaba con el lagarto subido a los hombros, su invisible escama de hojas de calendario, sus uñas de carbón de mina que buscan las /carótidas y su lengua que relame las innobles fechas y las enristra ante ti como cruces negras. Te ven por la calle, te saludan, te cuentan. ¡Cómo no se percatan de que ya estás muerto!, de que todo hombre muere pronto si es tal hombre y luego extiende la piel sobre cualquier muro y allí se queda, por completo a la intemperie, una duermevela de culebra astuta, un sometimiento a la inerte roca, rechazada la prestancia de las drusas y recogida la mano de pedir limosna.
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Y abres la pupila al plomo manifiesto, respiras el aire que reparten los relojes, ves la tinta discurriendo a goterones en el silencio de las cosas que se alejan y sientes el tintineo de las multitudes, banderolas errantes envolviendo espejos que ya no tienen utilidad y tan sólo evitan el vacío absoluto de las plazas de piedra. ¿Cómo ellos no saben que también murieron? Navegan en discretos ataúdes de cloroformo, miran hacia fuera y tragan las monedas bajo el tedio de los andamios y la usura de lo pequeño, y bullen complacidos en recámaras fósiles estirando las redes en las aguas turbias. ¡Cómo pesa esto que llaman la danza de las horas!. Las antiguas hornacinas rechinan y se agrietan, los despojos se aglomeran en los aluviones, la memoria se pone a rezar patéticas letanías y nadie mora realmente allí, donde de verdad se muere, en ese hueco terrible que la carne rechaza y se traga la sal de las aguas del cuerpo sin solución de continuidad.
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MATAR EL TIEMPO
Cualquier bestia se distiende conseguido tras la lucha su alimento, cualquier ave sabatiza amodorrada tras el vuelo en pos del grano que el sol dora para ella, cualquier mecanismo se desconecta y puede quedar así, estable, inerte a la espera de su función sobre su base asentado. Pero el hombre no. El hombre ha de estar de continuo actuando, de continuo maquinando, de continuo haciendo algo. Y así pena por matar el tiempo. Conozco a un jubilado que lanza al aire pequeños artilugios para que se rompan y así poder ocupar sus horas muertas recomponiéndolos. Otro hay que se sube al autobús y se pasa el día dando vueltas y vueltas 63
en la misma línea, yendo y viniendo día tras día para matar el tiempo. Pero estarse quietos, quedar silenciosos como un mecanismo en espera, valientes ante la guadaña del aburrimiento y la caída inexorable de los minutos, estarse simplemente ahí cual las rocas impertérritas enfocando pacíficos el panorama que se despliega ante los sentidos constructores, eso no podemos soportarlo, eso nos duele sobremanera, y por eso somos el amasijo de dolores que somos, destructores inquilinos de la tierra, inquietos maquinadores de constante rumia e indeclinable perturbación.
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CONCHAS PULVERIZADAS
Caídos de un cielo de concéntricos luceros, expulsados de la primitiva llama, expuestos al latrocinio de todos los médanos, sin evitación de marea alguna, sin ahorro de curvas ni exoneración del mínimo meandro. Así quedó escrito en el fósforo y la cal que sostiene los bastiones de la memoria. Y habrá de ser el fruto picoteado a mansalva por los pájaros implumes y nocturnos, lacerada su carne, retorcida su forma, exprimido su jugo, hasta que salgan las subacuáticas voracidades con ahogo infinito del fondo del alma y se atraganten en su propia sangre, y sea cada segundo un clavo ardiendo sobre todo nervio, y sea cada día una desolación de pasto quemado derritiendo a la mirada los intentos de la materia.
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Probado el licor de las copas sin número, escupida su causa con la fuerza de un ataque que pretendiera repoblar los aires, allí, en recovecos inciertos, destilando el siguiente veneno, ensayando liturgias de paciencia infinita, siempre el cuarzo llagando la ojival tersura, siempre a la espera de la hora punzante, y la prueba resurgente de la sal definitiva. Y entonces, vaciado el contenido de todo corazón, escarnecida en hiel la esperanza de cada habitante, apretar los dientes contra los filos del sumidero y dejarse ir, corriente abajo, al albur de los grandes predadores y al designio de los sumos sacerdotes, que pronto devorarán su presa y echarán a los vientos el despojo de un festín de provectos mutilados. Ardiente quedará todavía nuestra historia derramándose por los confines del pensamiento, ardientes las pilastras de los regios capitolios ardientes como ardieran las espinas de una zarza inconsumible o como debió arder aquel ímpetu primero que apretó los pólenes contra la tierra. Tal vez entonces callarán las constantes percusiones que no abandonan sus trofeos al secreto de las /noches,
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tal vez entonces será el silencio un derrame de /linfas llevándose tras él la fuerza de los sentidos, el ansia de las cuevas frontales y ese nudo que aprieta toda garganta y restriega por el suelo la infinita pretensión de los insectos nonatos. Tal vez entonces renacerán los élitros sacrificados y se rasgará la concavidad de la seda encapullada; tal vez entonces podrá dictaminarse la bondad de la herida y se hablará de la justicia de este escarnio /descendido que en todo tiempo y en todo lugar llamó a las puertas de su víctima, asaltó unánime las sólidas columnas y se mantuvo fiel hasta su muerte en prestigio de conchas pulverizadas.
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ESTE AMOR
Si del mundo su fragor te insatisface y un refugio de ilusiones vas buscando, no te preocupes, mi dulce amada, que entre tanta rutinaria adversidad jugaremos a ese juego de perdernos, a fingir que tan solo por decirlo pasaremos a ser dos en uno mismo y también a esta herida y soledad de saber que, aun así, entre tú y yo ha de haber de ese dos el cruel abismo. A tal cosa llamaremos el amor, y alzaremos a los vientos cual bandera esta forma tan selecta del dolor que los sabios declararon espejismo. Y a esta pena de las almas limitadas que apenas tienen capacidad para verse y despedirse, a esta hambre y desespero 68
y a esta sed nunca saciada con que se viste la dualidad, honraremos con los nombres más hermosos, sellaremos con cantares religiosos y daremos en conspicuas ceremonias toda la pompa y solemnidad. Pero siempre ha de estar a flor de lecho, o escondido como un áspid tras el pecho, el saber de la críptica frontera que me impide tu corriente traspasar y dejar para siempre en tu rivera, con sosiego de ternuras y con calma, todo mi ser en tu alma y todo mi anhelo en tu altar. Y, por tanto, entre ambos y al acecho ha de alzarse este muro como un hecho sin que puedan las palabras destruirlo ni las manos que se juntan derribarlo, sin que puedas tú perderte y yo acabar cual un río en torbellino y sin descanso que con hambre de reposo y de remanso se fundiese finalmente con el mar.
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DESCENDIDOS
Descendidos al tiempo y descendidos al espacio. Hoy así, mañana tal vez de otra manera. Hoy es bueno el violeta sabor de la nostalgia, esas flores de ausencia que caen en el salón y el ver extendida la vida en yardas y en metros, siempre lejos de la mano y de los brazos abiertos, como la marea que se estira hasta que acaba o ese chorro que se encona y va fluyendo tras ignotas torrenteras que no alcanza; las distancias verde-azules apretándose en el /pecho, la ceniza diluyéndose en el aire, y ese lento proseguir de la obra pretendida que ladrillo a ladrillo se levanta. Dulce ha de ser el dolor de lo pasado, polvo que se filtra por los cristales de la memoria, dulce ese amargor de sentir la ausencia porque fue deseado con la fuerza decisoria que nos trajo a las puertas de la noche 70
y a este andar como hormigas por el suelo; todos descendidos al tiempo y al espacio, todos presos de la geometría y del terco filo de los cartabones, todos con la marca indeleble de esa noria, que se nutre de minutos y segundos, esa arruga de la frente que dobla la vida y extiende las sábanas sobre los muertos.
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EL CAMINO RECTO
Todos los libros se abrieron para hablar de mí y todas las bocas se pusieron a cantar mi nombre. Estaban bien trabados los argumentos y los dogmas eran firmes como la roca, en la carne y en el hueso establecidos. Sin embargo, ahora que el viento arrambló los muros y los sólidos bastiones fueron todos abatidos sobre la tierra desnuda, te digo, amigo, que no sé quién soy; no sé en absoluto de dónde vengo, ni sé tampoco lo qué pueda pasar. Se llenaran los senderos con pregones pertinentes, todos los cruces se encontraban señalados y todas las celdas tenían su nombre y su dirección. La explicación era clara y coherente y era firme la salmodia que se enroscaba en sí misma
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como se enroscan las cobras a su propio bulto para infundirse valor. Seguro me sentía en la trama urdida; y, cuando millonario me sentaba a medirlo todo, pareciera que los contornos se engrandecían de claridad para dar justa noticia de mi única presencia. Mas ahora, si me observo, no sé quién soy. Tampoco conozco mi procedencia, ni mi destino, y, como antes te dije, en absoluto adivino lo que pueda suceder. Llegan los instantes sin que yo los llame, pasan los momentos sin que los despida, las cosas circunvalan ante mí desde el filo de los tiempos, aparecen, desaparecen, danzan por un rato y se retiran y siguen ya sin mí por los siglos de los siglos, despedido para siempre de los campos de la tierra, de los aires del cielo y del fuego eterno. Anoche descansaba bajo un manto de estrellas y no había preguntas. Ahora estoy en la alcoba, rumbo a la noche, y no hago preguntas, y mañana, si el día amanece, me verás bullir de nuevo sin la mínima pregunta. Tampoco te podría decir si estoy vivo o si estoy muerto, o si fuera preciso este cuerpo para tal presencia, la sombra que me acompaña y que ya no conozco 73
o incluso este empeño de contarte tales cosas a media voz. Sin embargo, compañero, estoy seguro de una cosa y de ello no tengo la menor duda, seguro de que ahora es cuando al fin comienzo a enfilar de veras el camino recto.
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FRONTERA
Ya no iré tras las flores de exótico nombre, ya no buscaré los efluvios de las plantas invernadas que atrapan el sentido y ofrecen melifluas consolaciones. Se apagaron las luces. Los rumores de los que saben quedaron lejos. Alguien fue quitando las señales del camino y borró las huellas que marcara contumaz el grávido paso del pensamiento. Todas las posadas negaron la residencia, todas las habitaciones se fueron cerrando; se apagó la lumbre que calentaba y en solo ceniza se quedó el rescoldo. Ahora se acercan las primeras invasiones del alba como un pregón de aguas que van subiendo y amenazan de inundación. Ahora es el caminar sobre dunas movedizas, filos de arena que se derrumban, flores de viento que caen a dos aguas y se columpian sin red alguna 75
ligeras de todo peso; hilos de araña que de lo alto vienen henchidos de gotas de pálida luz, sumideros que arremolinan viejas historias, espuma que se bate y que al fin se queda convertida en onda de tan solo mar. Es grato el cansancio que viene tras la derrota si el combate se cubrió de flores negras y de lacios crespones de intento vano. Vacío absoluto es lo que se acerca, nombre que no tiene quien no tuvo origen, vacías alforjas que en la senda quedan repletas de mundos que se hicieron nada, una cola de cometa que se diluye, un fuego que asciende, se agranda, se inflama, explosiona y al fin se apaga.
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EL GALOPE
Como un caballo al galope entré en el templo ansioso por alcanzar la sagrada reliquia que en la hornacina se aposentaba. Sacrílego tal galope, zafias mis maneras, por doquier arrasé los dorados ornamentos, se clavaron los cascos en el áureo cortinaje, salté sobre los bancos donde oraba la multitud y causé heridos al paso que olvidé pronto dedicada mi atención al resplandor. Los velones por el suelo, el sagrado aceite chorreando sobre mármol impoluto, todo el incienso echado a perder en estériles fogatas que los vientos sofocaron, y de esas naves donde habitan tus electos, de ese decoro discreto, de esa cauta sensatez, de esa prudencia, nada supo mi montura exagerada que tus huellas con denuedo perseguía y de ti sin saberlo se alejaba. 77
Si te alcanzo, mi Señor, todo ha valido, que ladrones obtuvieron paraísos, los mendigos recibieron su limosna, y en tu mesa se acomodan pecadores por el toque de tu mano arrepentidos. Mas, si yerro, qué tremendo desperdicio, qué fogata avariciosa y desmedida, qué locura de saberte y no alcanzarte, presentir que tú sólo interesabas, embalarme por las plazas tras tus huellas, abatir impaciente los tenduchos y olvidar que tus panes se vendían en los puestos que el galope destruía y los ojos del galope no miraban.
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LA CAMPANA
Suena una campana en el valle dormido, lentos, de camino, vuelven los ganados, las sombras le hacen al pradal un nido, las luces se apagan con fulgor dorado. Cayendo la noche se olvida lo amado, el alma se duerme, se calla el sentido, con cada silencio se borra el pasado, con cada repique se cierra un postigo. Cosas de la vida sofoca el sonido, los días lejanos se van deshaciendo, los ecos disuelven todo lo vivido, las cosas que fueron se van así yendo. Serenos, los sones, se pierden benignos y barren la carga de tanta procura, son las campanadas cual sagrados signos que marcan la senda de la noche oscura.
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LA ARDILLA
Tal vez alguien, en alguna parte recóndita del tiempo aposentada en la urdimbre escurridiza que va distendiendo los universos, encuentre este poema sin querer, pase su mirada distraída sobre él y se pregunte quién lo escribió. Y no sepa ese alguien que fue su propia mano quien dejó así cada letra establecida en pespunte de palabras y sentires hominales; huellas difusas de inexhaustos presentes, esparcidas para ser de nuevo encontradas sin tener la sospecha de que es uno mismo quien recorre al leerlo lo que ayer anotó. Peregrina eternidad que vaga en torno a sus propias y antiguas construcciones, recurrentes círculos de hallazgos y de olvidos, sementera infinita 80
que va dejando las nueces como la ardilla en pequeñas madrigueras a las que retorna sin saber cómo, ni cuándo, ni quién las construyó.
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LAS CASAS DESCAMPADAS
Un camino solitario, una paisaje sin figuras, una tristura de campos sin el mínimo habitante y en la tristura una casa, así mismo solitaria como la roca en el páramo o la ermita abandonada. Un portal cerrado y noble con la puerta decorada, escalones con balaústres sombra, musgos, una parra y los oros que se duermen sobre el tiempo amodorrado. Siempre añoro la presencia del amor tras esa puerta, puerta que surge de pronto en viajes vagabundos 82
por lugares ominosos que la tornan fantasmal. Siempre la amada tras ella en la incierta soledad, los ojos con que me mira, el rostro con el cual sonríe, el calor que de ella emana tras el portal que me acoge, a mí, que de lejos vengo y navego la tristura de estos campos de resol. Peregrino que al templo llega y lo encuentra así habitado, dos nostalgias que se unen, dos almas que se consuelan; ella aguarda, yo la extraño, desde siempre la conozco, de otra vida la recuerdo, jamás mis ojos la vieron y sin embargo la saben; destilada soledumbre de amores que nunca fueron, recuerdos de lo posible y añoranzas de la nada rondando por los portales de las casas descampadas.
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LOS GRANDES RÍOS
He descendido con la corriente de los grandes ríos que llevan a los hombres bajo las luces del día. Curva tras curva, a través de los salones quietos, he visto el ponerse de los soles magníficos, el salir de las lunas mordidas por el frío, un sonar de pasos por calles desiertas de ciudades desconocidas, un ritmo inquieto de hojas que caen, de frutos que llegan, del agua que todo lo recoge y todo lo perdona, de turbulencias subterráneas que circulan de los pies a la cabeza y nunca nos abandonan. He sentido el flujo de los vientos y mareas que percuten, desde allá, desde la mar, sobre el curso inexorable de la humana especie: los afanes, los presentes, los futuros el efímero bullicio
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de los nuevos habitantes de la tierra mendigando la belleza. He visto la invasión de los días perfectos la soledad de los palacios visitados, el estruendo de las horas en que fueron los sucesos y el asedio de las aguas nuevas resucitando la vida con geométrica invasión de cruces vegetales y de ocultas fermentaciones. He descendido con la corriente de los grandes ríos y nada ha pasado verdaderamente desde que el viaje comenzó; nada se ha aposentado en el hueco de mis manos, ni nada me ha hecho más rico, ni más sabio, ni más certero o más libre que el primer día. Una redoma de huesos cansados va quedando, un cáliz de deseos insatisfechos, un sabor antiguo de nostalgia no saciada que ahora, al sucumbir el día, es un aroma de rosas sobre las aguas, un vapor de antiguas presencias en penumbrosos tornos con meandros repentinos y vados inciertos, un rumor de airones insondables en la extrema quietud de los remansos, una querencia que fue siempre herida desparramada, inefable curvatura de la nada, ansia dormida, hambre que jamás podrán saciar las pletóricas corrientes con que se deslizan los grandes ríos sobre tierra.
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VIVIR
Siento que vivir es danzar en un baile incomprensible abrazados a mil cosas que no tienen importancia, añorando la presencia de otras tantas intangibles y hechizados por el eco de quimeras incorpóreas. Siento que vivir es un juego mal jugado, un fracaso de los días pululando a la deriva, un hacer una y mil cosas que jamás hemos querido por la mera circunstancia de este río que nos lleva y esta danza que se torna imposible de parar. Quiero el néctar de la flor sin arrasarla, quiero el tiempo detenido, las distancias aquí mismo, quiero un alto en el camino, conseguir un armisticio y que algo se quedase para siempre retenido para palpar su mentira y así dejarlo de amar.
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Quiero el jugo de mil cosas que en el fondo ya no quiero y quiero lo que se oculta en todo cuanto no quiero. Quiero una paz de acampada y un silencio en el bullicio. Acaso quiero la muerte si en la muerte se consume el tumulto de estas aguas que no cesan de fluir, la corriente que en sus ondas nos mantiene prisioneros y esa fiebre que nos quema día y noche pretendiendo que haya un sitio al que llegar. Eso quiero, y si es la muerte, con muerte quiero vivir.
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VOCES
Oigo voces de niños bajo la almohada tableteando en un tiempo de sol estable. Circunvala el susurro las negras oquedades del pensamiento y se gritan en voz baja los secretos esenciales en recoletas plazas que fueron perdidas o que tal vez aún se ocultan en exactos cruces de los veneros que circundan el pálpito de la memoria. Esa voz de niña está desgranando sabidurías que largos años de rumia no establecieron. Parte el alma presentirla, atisbar lo que el viento se ha llevado y la pétrea contumacia de las torres alzadas con el plomo que cincelaron las manos prudentes.
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Hay un campo de luz perenne que nunca se ha ido, un regato fresco que no ha parado de manar; y las voces de los niños, a lo lejos, en los patios, en jardines nebulosos, en el centro verdadero de la grata querencia, tal vez afuera, tal vez adentro, lo van estirando como se estiran las telas para las bodas de antemano concertadas. Pero acaso ni existan tales voces, tal vez el tiempo ha querido tan solo detenerse y tirar hacia sí de la red invisible desde arbóreas floraciones; puede que al abrir la ventana no haya nadie por los /prados ni nadie jugando alrededor de la casa, esta casa que no está sino cercada por el silencio y los calendarios; o pueden también ser esas voces de los niños la rebelión interna de las flores castigadas que así introducen sus pétalos bajo la almohada en la soterrada venganza de las cosas muertas.
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¿DÓNDE ESTABAS?
Amigo mío, ¿dónde estabas? ¿dónde la vida regalaba tu presencia? Yo te he buscado por todas partes; te he buscado en el silencio mortecino de las tardes con su pausa de oro, en ciudades donde el agua rompía indiferente contra los muelles, en jardines donde las hojas caían melancólicas en discretas agonías y en la noche cerrada, cuando el mundo empequeñece y se aprieta como un fardo a la propia historia. Indiferente fue el alma a las cosas que miraba, los años se desplomaron lentos y dejaron como estigmas sobre la piel huellas de ingrávida ceniza y de mostos desperdiciados, los días se tiñeron de nostalgia y ésta, como el velo de una novia,
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se prendió de las horas y las hizo suyas para tristes nupcias. Pero Tú sin aparecer, desterrado Tú de mí y yo de ti, viviendo cada minuto sin saberte, en ausencia ominosa y en lenta escocedura; imaginación de lo perfecto, efluvios de lo posible, el presentimiento de tus maneras y el sonido de tu voz, la delectación de infinitas glorias que pudieron ser vividas en la cancha transfigurada. Amigo mío, ¿dónde estabas? dónde estabas Tú, así, tan largamente escondido que no te dabas cuenta de que yo languidecía y de que iba así, sin ti, acercándome a la muerte.
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LA HORA
Es hora de volver a casa. Un vuelo de alondras estiró el horizonte desde el alba y lanzó el aviso; aladas formas surcaron los cuatro vientos y esperaron en las enramadas el florecer de las azucenas, hubo eclosión de frutos, dispersión de semillas dehiscentes, hubo el requiebro de los aromas dispersos que el aire repartía gratuitamente por los caminos y hubo un néctar difuso que confortaba por dentro como el vino de las fiestas esponsales. Las mordeduras cristalizaron como huesos del cuerpo, la añoranza, que no cesó de azuzar con su filo certero,
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se plegó a las parcas escudillas y fue consumiéndose al calor del sol. Supusimos entonces que alguien nos llamaba entre el fosfórico brillo y el aullar de aquellos vientos que los días estiraban generosos sobre la tierra. Pero no era cierto. Ahora es la hora de volver a casa. Las caléndulas han perdido su tersura, navegan los pétalos hacia las aguas perdidas y el otoño se embaraza de ocres tonalidades que pregonan soledumbres. Bello ha sido el espectáculo mientras duró, brillante el lucerío que asomaba por los montes jubiloso y nos convencía, grato, sin embargo, es el cansancio grata la querencia que se duerme, grato el sentido remansado, el silencio de la casa a oscuras, la sed intacta que en el agua se detiene y por fin se apaga.
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LA SED
Aunque hubiese bebido al completo el agua que brota de todas las fuentes habría de seguir con esta sed. Aunque hubiesen vaciado en mi redoma belleza y placer, la salud y el amor hasta el borde, habría de seguir con esta sed. Desgarradme si queréis y esparcid mis entrañas con el viento, percataos de que he muerto, rodead cada hueso con ajorca de plomo y lanzadlo al mar para que nunca se le ocurra regresar por este mundo. Aun así, habréis de ver que rondando surgiré por otra parte y habré de seguir con esta sed. Dime, tú, si también sientes por veces esta escocedura que socava en lo profundo, 94
dime si descubres cada vez que acaba el día una brasa que te quema muy adentro la garganta y se acuesta por la noche en tu propia habitación. Dime, tú, si también la vida tuya es sentir que se está siempre sediento, es un hambre que sabemos que no mengua, una ausencia inconcreta que planea sobre todo cuanto el mundo zarandea con la hiel y la sal sobre la lengua. Dime, tú, si conoces la tortura de saber que tal danza no abastece, sospechar que se vive a contrapelo, que todo nos cansa y nos envilece y que el alma va perdiendo en su desvelo de las aguas primigenias la frescura.
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LOS ANILLOS DE LA SERPIENTE
Terca ebullición del pensamiento que nos daña, ávido pulso que a vivir nos impele y nos tensa en elásticas cimbras victimarias, un escaparse hacia la vida por el filo del /sentimiento como se escapan las hojas que el otoño zarandea hacia las fauces del río, un crujir de la doliente hechura del universo que contiene en su interior otro universo y las zarpas nocturnales no respetan. Dejarse llevar por un juego de sonidos y de luces y de extrañas reverberaciones del tiempo que dejen posos de gloria y dulces emanaciones de perfume ignoto; avanzar como niños por un bosque de maléficas secuoyas, 96
erigir altares en la penumbra, rituales de aceite que adormezcan el alma, verter la semilla en las sólidas tinajas de la tierra para el agrado de todos los señores del universo, presentirlos confabulados bajo el tronco aleve, adornados con las togas y los libros, escupiendo coágulos contra las mariposas, insidia contra el vuelo de las luciérnagas y emplomadas sentencias contra los élitros del que se atreva a la oscuridad. Doloroso estiramiento de animal herido, temblor al que nada consuela, incansable amor que se entrega a la turbia mirada; un bosque habitado por los grandes cazadores, un veneno esparcido que el aire lleva; las puntas afiladas contra los cráneos, repleto de argumentos el carcaj y de oscuras parsimonias sapienciales las bocas que ignoraron el silencio y se abrieron dispuestas a tragarse el mundo. Sacrilegio de las alas que se baten contra la piedra, sacrilegio de la pupila que olvida campos vacíos, sacrilegio del que atrasa la estampida, del que teme distanciarse del fantasma floreado blandidor de licores enervantes y de anzuelos, del que tiembla al escurrirse de la esfera 97
o al rondar por el aire que la envuelve y se esparce indivisible hacia la nada. Pequeños insectos acribillarán golosos el esqueleto de los durmientes, vainas frutales caerán sobre la tierra umbrosa para ser comidas, habrá nueva floración sobre los campos de mayo, el alma sentirá el beso palpable del mundo y la carne será de nuevo crucificada en el centro de la vida, ultrajada exánime bajo los muros por los verdes anillos de la serpiente.
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LAS BARCAS
Siempre estarán las barcas sobre la arena esperando la llegada de los hombres; siempre los antiguos papiros aposentados en arcanas oquedades de mármol negro, siempre las piedras enhiestas, carcomidas por los siglos de sal, apuntando singladuras imprevistas e inocentes: las nuevas navegaciones de la materia que le ciñan amorosas la cintura y la desnuden, las luces y sonidos que percutan rotundos sobre la faz de la tierra como las plantas de un dios, los nuevos reflujos del cielo, cincelados a cada segundo por la pupila del navegante, palacios de viento, edificados sobre incólume alabastro 99
con preciosos metales que no conozcan la salobre consunción. Lejanas estrellas, fríos rescoldos de cuerpo fósil y de fuegos acallados hace tiempo, verán a quien las ve con su brillo inicial de biótica esfera incandescente y glorificarán la presencia del que esparce la vida en la distancia eléctrica del universo donde ellas fulgen sobre los mares. Porque siempre habrá una barca que acepte la llamada batiente del agua infinita, un lienzo que dance al compás tentador de las ondas del aire, siempre el día de hoy, construido de nuevo sobre la arena cada vez que el sol despierta, siempre un canto esperando marineros en azules bahías desconocidas, una luz emboscada en cada horizonte y un mar de espumas abriéndose al paso, estirándose dócil y magnífico bajo el filo del señor que lo navega: el piloto de la nave indetenible, el que otea indómito procelosos mundos y aventa con sus velas las cenizas de los muertos y los cuerpos funerarios de los que claudican. Y vosotros, cortadores de moneda indivisible, guardianes fronterizos de la cara y de la cruz, que escapabais a las cuevas cuando el aire embravecía 100
y echabais los dados sobre las desgracias, seguiréis desgranando lastimeras peticiones cuando pase el nauta que preside el tiempo, el que amasa la piedra con su propio aliento, el que planta los nombres como campanarios, e inclina su cuerpo contra el vendaval, aquel a quien esperan las barcas cada día y establece las cosas como deben ser en el filo impreciso de la luz del alba.
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LA CASA DEL AMIGO
Estuvimos toda la tarde desflorando ontología en el cerrado recinto filosofal. Realismo, Idealismo, Existencialismo. El ser en sí y el ser para sí, el ser en el mundo, el ser necesario y el ser contingente. En algún momento parecieron quedar los hilos de la vida claramente manifiestos sobre lógicas bandejas; casi podíamos coger con las manos los secretos más profundos del universo: la inquebrantable presencia del sujeto que nos daba poder, la contumaz prosecución de los objetos, diseccionada cual aguijón de abeja, y la clara certidumbre de que el mundo, que no existía, culebreaba ante nosotros cual una embaucadora danzarina.
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Ansiábamos anidar en el vacuo regazo del puro ser, y ese ser, silencioso e intangible, impreciso y vago, nos invadía por un rato hasta el mareo como el vapor de un vino caliente que elevase nuestros cuerpos sobre la tierra levitando sobre vaharinas de ingravidez. Pero, poco a poco, surgían de nuevo las preguntas, preguntas que nunca se detenían, preguntas y preguntas de amébica reproducción que punzaban aceradas las conquistas y abrían el camino para nuevas crispaciones del cansado pensamiento indetenible. Después visité a un amigo que yo tengo, allá en el campo, y me fui con él hasta su casa de hortelano por un sendero entre frondas. Al llegar acarició a su perro y yo hice lo mismo, y sentí aquel calor animal que se alegraba, aquella certidumbre de cosa viva que enfilaba dos ojos cautivadores sobre los bultos humanos. Y me senté a la mesa para cenar junto a la llama olorosa: pan cortado con un gran cuchillo, desmigajado sobre la franca madera como un rito de maternas ceremonias bajo la luz de los mundos; gastados cuencos de barro viejo, pesados cubiertos de cobre oscuro, 103
el aroma fermentado que venía de la artesa, el vino que danza con su mínima marea carmesí, el color insolente de las frutas, la blandura entregada de los quesos, la parsimonia de modales al servir lo que se daba, oficiada por mi amigo con precisos movimientos y religiosa concentración. Y vinieron los hijos a su llamada: seis pupilas que auscultaban avizoras a lo nuevo, seis cálidas manos pretendiendo lo tangible, abriéndose ávidas a explorar la mesa; deliciosa ternura del cabello indómito, corazón latiente que se olvida de la altura, dulce turbación que nos causa la inocencia cuando nos mira de frente y nos llena de respuestas sin decir palabra. Caía la tarde sobre los vasos concretos del vino corriente, sobre la mesa concreta del pino corriente, corriente regreso de un hombre a casa, corriente colación de un campesino, ese aroma diferente que cada hogar posee, esa conversación que se atiene a lo discreto y no pretende elucubración, la luz que declina, la oscuridad que va abrazando poco a poco a la vida, la calma que late de instante en instante en la atmósfera frugal y conocida, el tranquilo abandono de la gente trabajada que no hace preguntas ni precisa contestaciones 104
y celebra santas misas cada vez que corta el pan. ¿Dónde estaba entonces el esencial existente? ¿Dónde el nuomeno y el fenómeno? ¿Dónde aquel hervor de la frente que cegaba los cauces de toda caricia y teñía de luto tanta luz atardecida? ¿Por qué, de repente, aquel ser me parecía lo artificial y sólo lo observable, lo terreno, lo conocido, lo que nuestra andadura había establecido poco a poco en dolientes elípticas de encono, aquellas grandes manos, aquel pacífico rostro, aquel ir y venir cotidiano por la trenza de lo efímero, se me antojaba el talón de Aquiles de los altos edificios y el solaz que se escapaba de las mentes peregrinas? Ya era de noche cuando me despedí. El aire era frío al cerrarse la cancilla tras mis /pasos. El camino estaba a oscuras. Acechaban grandes árboles negros como jueces burlones e interrogantes. En el cielo, tachonado de estrellas, o tal vez en el centro mismo de la cabeza, resurgía la epidemia de preguntas, preguntas y más preguntas, preguntas insidiosas como el baile de las luces en el bosque, 105
preguntas que cercenan el sosiego de los doctos y se alejan, sin embargo, de los perros, de los niños, de los hombres de trasiego rutinario y del rato en que se cena simplemente en la mesa de un amigo de verdad.
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LENTO VA EL RÍO
Lento va el río al caer la tarde, surcado en silencio por las últimas gaviotas, llevándose el peso de las ciudades como llevan sus conchas los peregrinos con el polvo todo de la vida a cuestas. Calla el río lo que sabe, despide la soledumbre de los vacíos embarcaderos, peina la ingrávida caída de los álamos de octubre, recoge el llanto insonoro de las grúas sobre el /muelle y se aleja sin decir palabra con sigilos ondulantes. Lento, muy lento, va el río al caer la tarde, estirado de platas adormecidas y de sombras, roto el cielo en luces que se disuelven, frías las riberas que los trinos van dejando; el agua nunca para ni nunca comunica lo que lleva, todo lo calla y lo guarda para sí misericorde como un secreto de confesión clavado en el pecho, 107
recogido en acuáticos deslizamientos sobre el /mundo y llevado hacia los mares del profundo olvido, al igual que esos árboles náufragos que al pasar alzan sus ramas y se alejan gritando desolaciones. Los hombres ven cómo el río fluye y se van en sus aguas por un rato, pero surcan la corriente hacia la altura, hacia arriba, hacia todo lo pasado y que ahora viene y camina ante los ojos con tristeza desfilando indetenible y fantasmal. Sin embargo, nada vuelve; todo escapa de nosotros como el agua de los ríos, todo huye indetenible como un líquido asustado sin que pueda fuerza alguna anclarlo a tierra ni viento rebelde alterar su curso: un corcho que flota y al pasar nos llama, una hoja que navega sin saber adónde, una rosa que suplica lo imposible, que se vuelva el discurrir a la fontana y de nuevo sea puesta en su rosal. Nos brotan las lágrimas sin causa aparente, un peso de plomo nos ancla a la orilla, el agua nos llama, los ojos se encelan, las ondas columpian la serenidad y el alma del sueño la gran paz implora, dormirse en el centro del río que pasa y ser otro árbol que hacia el mar se va cuando, de la tarde, el fulgor se cae. 108
SABERSE AQUÍ
¿Es bueno hablar de colores a los ciegos, regalar sonajas a los pobres sordos o poner el campo abierto e inmenso ante los tristes ventanucos de las cárceles alzadas? ¿Es bueno saberse aquí, ver las luminarias deslizándose por el cielo, presentir el murmurio de las fuentes invisibles, haber entrevisto el secreto salón deshabitado y seguir estando aquí, siempre a la espera, siempre el bastón percutiendo en la piedra, siempre pies y manos contra el frío monolito que los tiempos alzaron en la encrucijada. Saberse castigado por el día con el largo perfume de la ausencia, saberse prisionero por las noches en tercos capullos de gasa negra, saberse asediado a cada instante 109
por el recuerdo que nos conturba de las veces en que fueron, de repente, por el soplo abatidos los portones, aires que arrasaron a capricho los cimientos todos de la casa entera y los costillares de la creación. ¿Es bueno —te pregunto— sentarse en el porche bajo flores muertas, oler en los campos primaveras idas, escrutar el cielo añorando luces si luces y flores, dulces primaveras, incompletas fueron, por dejar de ser?
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LA CUMBRE
Hace tiempo que dejamos el refugio y nos hemos empeñado monte arriba tras dejar sobre el llano el pensamiento. Nuestro peso se hace leve al caminar, las palabras se desploman sobre el suelo como insectos asustados del ascenso, abejorros que cayesen cuerpo a tierra y zumbantes contra él se destruyesen entre muertes indoloras y benditas. Y entretanto, se descorren los celajes y las luces se levantan por el este mientras cae el silencio sobre el alma como cae el rocío en la mañana, verde y brillante, sin culpa alguna, llorando pecados que no cometió. Vemos nubes que se sientan en el cielo y contemplan a la vida desde el borde disfrutando complacidas en sus tronos del sigilo que hace tiempo surca el aire; 111
voladizos caminamos tras el viento, perdemos la edad y la historia propia, perdemos los extraños apetitos de la tierra, a la vez que se distienden las esferas en el cuerpo y del alma se desprenden las escamas amarillas. Afilados son del monte los tozales que allá arriba brillan torvos y erectos cual la daga de un antiguo sacerdote que se alzase ritual para alcanzarnos. Atrás queda de las aguas el concierto, un reguero de abalorios que se cae de la mochila, un torrente que desciende y se engrandece, un rumor de arcanos pájaros que vibran con antiguas y rasantes emociones. Larga, muy larga es la andadura, lento, muy lento es el avance, un latir de mariposas en los labios, una cortina de polvo que se descorre en el pecho, un murmurio de dulzainas esparcidas y de fórmulas difusas que van quedando mudas, quietas para siempre en un sueño de alturas y de eremíticos reinos glaciares. ¿Por qué hemos de tener un cuerpo? Un cuerpo óseo de carnal envoltura que nos cansa el alma inmisericorde, en reptante existir a ras de tierra. ¿Por qué los cerebrales lepidópteros lamiéndonos la frente a cada instante, el sudor de cinc y de yodo, el hastío de estaciones y de huecos por llenar, el peso insoportable de las anclas de plomo 112
y el mentiroso envolvimiento de los nombres aplastándonos funesto en los rediles con la meta siempre lejos y en la altura, ¡Aire que comienza a ser extraño!, ¡cumbre que me empeño en alcanzar! cancha que no tenga ya horizontes, silencio donde estallen los lenguajes con el ruido de las piedras desplomadas, rumor al que vine al mundo atado pululando por las cárcavas ingratas como un hijo que se viera castigado por desdenes que con él hace la luz. Dulce nieve que allá arriba fosforece inmaculada y silente me convida a sus palacios olvidando el llagar que los crampones en su flor azulosa provocaron. Cansancio de vivir que pudiera disolverse en la cima que se alza entre la bruma, hambre de alerones y de eterna ingravidez que recibe su alimento en soledumbre, allá, donde estallan reventados los sentidos, donde el dedo roza ingrávido la esfera y las aves migratorias se coaligan venturosas con los vientos silbadores; allá, en la desolación de los mundos petrificados, donde tragan los abismos la más bella vestimenta, se deshecha el equipaje, se borran las credenciales y se entregan las entrañas al ansiado vendaval.
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LOS MUERTOS
La habitación está a oscuras. Los relojes quietos. Débilmente se filtra el sol a través de las rendijas pintando de rojo las caras de las fotos. El aire retiene todavía aquel aroma que ellos tenían, las cosas guardan el perfume que las tocara, pero ellos ya no están. Nadie puede hacer volver a los muertos. Esos muertos que me miran desde las esquinas, que acarician mi mano si la poso sobre la cómoda, que corren con sigilo las cortinas para ver qué hago o cómo lento envejezco, y que ya no están.
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Imposible observarlos, aunque sólo fuese una vez, o abrazarlos en su etéreo mundo de polvo circunvalante, imposible volver a sentir el cálido efluvio de su presencia o escuchar el repique de sus pasos en las alcobas; a cada hora cosas nuevas y cosas viejas que ellos traían, los ojos contra los ojos, la palabra que contesta a la palabra, el cuerpo que se desliza tangible y glorioso en carnal textura, la vida asomándose a cada instante a través de los rostros familiares como el regalo más natural de este mundo que, por ello, fue pasando inadvertido. Porque ya no están y ya nada puede hacerse porque vuelvan. Pulso una tecla en el piano y el sonido sale lánguido en su búsqueda, como un llanto congelado; revuelvo antiguas cartas, olvidados papeles, cintas violeta, guardapelos que ennegrecen, cajitas de música que suenan triste, doy cuerda a los relojes, limpio el polvo de los muebles, abro uno a uno los cajones a la caza de sus días
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y aspiro ese aroma retenido entre las cosas que estuvieron en sus manos. Pero todo es inútil, porque ya no están. Y cada hueso del cuerpo, casa gota de esta vida que discurre y aún perdura por la casa recorriendo habitaciones, se retuerce cual lo hace la madera de los muebles o los pétalos marchitos que en el vaso amarillean. Cuerpo denso encarcelado, fantasmal tristura al acecho, inmenso hueco, silencio de plomo donde el alma llora despilfarros de aquel tiempo en que el sol brilló.
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EL ARMARIO
Comienza el día. Me despierto. Corro al armario y me visto. Me enfundo la camisa de los recuerdos, abotono minucioso los prejuicios y me pongo el traje de las ofensas sobre el chaleco de las culpas. Luego calzo los zapatos de la imagen olvidando retirarles la etiqueta, dejo caer sobre el cuerpo el pesado abrigo de mi historia y por fin cubro la cabeza con mis señas y salgo a la calle como sale un preso. Comienza el día pero ya estoy muerto. En ataúd me paseo entre las gentes, el aire se enrancia en tan poco espacio y veo por las rendijas cómo van pasando otras sepulturas con el nombre a cuestas y otros cargamentos sobre cuerpos viejos.
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Comienza el día. ¿Por qué me visto? ¿No será mejor salir desnudo y dejar que la vida me adivine sin señal alguna de identidad? ¿No será mejor quemar los armarios y dejar que el humo se lleve por los aires tanta ropa usada que a rancio huele, tantas cintas, botones, ojales, cremalleras, tanta bufanda que ahoga, sayal que arrastro, capirote estrecho que me impide ver?
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JUEGOS DE VIDA Y MUERTE
Cansado vas ya de jugar a estos juegos de la vida y de la muerte que hace tiempo que perdieron su interés. Cansado ya de ser lanza que se hiende y herida que se desangra, amante y amado, torrente que fluye y arena que se desliza; de surgir del fondo de la tierra subrepticio y las playas de la forma cien mil veces conquistar. Cansado vas de la rueda de disfraces que tú mueves, de ese anhelo de alcanzarte por los valles que no habitas, de ese susto de perderte por capricho a cada paso, del baile que tú insuflas con fugaz evanescencia y de la larga aventura que tan bella ha sido, fértil en simularte ante tus ojos, en profuso dividirte y concebir.
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Hacia ti mismo un hambre extraña te incita, de regreso cabalgas desesperado y reclamas tu cobijo con silente aldaba. El reducto matricial de tus prístinas entrañas, eso anhelas, el glorioso centro que todo expande, el arcano silbido de la oscuridad, cadencia vacua de tu pálpito interior. Los blasones, de momento, abandonas sobre el campo, el céfiro inflamado te succiona y te reduce, no hay alforja, pues es larga la noche, sereno el palidecer de tanta estrella e infinito el descanso que se tiende más allá, en los prados sin frontera que no tienen dimensión. Tal vez mañana, cuando el día rompa telarañas de cristal y el sol se esparza avasallante gritando albas, en sombra o nube escondido, en batiente mariposa, en carcajada de niño o en pena de mujer transfigurado, al mismo sendero regreses y de nuevo la fiesta se distienda efímera en rumor de batientes arquitecturas. Entonces, como antaño, opulentos aluviones de tu cauce, espumante derroche de tu cósmica armadura, los juegos de la vida y de la muerte otra vez /renacerán y del baile de disfraces se escucharán de nuevo, 120
en la fronda arcana, las gloriosas músicas helicoidales. Mas hoy te alejas y cansado al fin del relumbro que sofoca, las cortinas de la casa vas corriendo una a una; los chorros de la vida retroceden ante ti y en lo oscuro quietamente te diluyes, estallándote en el rostro la gran pompa de jabón. Es el fulgor de un ojo negro que atisba inmenso el vacío, el suspiro de un mendigo que está llamando a la puerta, el reducto más oculto de la más secreta cueva que se alarga y desvanece y atrapa, y se hace sima sin fondo, lago sin playas, y pozo sin oquedad. De allí renaces y surges como surge sin quererlo el respirar, De allí los juegos y danzas, las fiestas, las mascaradas, de allí los vientos sonoros, las fustas, las estampidas, ave fénix diamantino que en la noche de los tiempos aletea, magnífico polen que los campos siderales acaparan, canto de las horas que tiene su deleite en superficie y esos juegos de la vida y de la muerte que se alargan y que pierden con los días lentamente su interés. 121
DE UNA ALTURA
De una altura de luces provenidos, así vamos. Huérfanos por el bosque de fosfóricas lianas, selecta flor que el pedernal lacera, flexible pulpa que se empereza al reptante pálpito de los ojos complacidos, dócil materia para el dominio de las ilustres bitácoras que esconden los destinos más allá del cielo y nos llevan sin rumbo por un mar de estrellas y de tercos esquistos afilados. De una tierra de atávica penumbra protectora; llama que el viento no doblega, torrente indeciso, melifluos cantos de sirena en lontananza con los frutos negados en la mesa de los siglos y un agua cenagosa para la sed del extraño. Una burla que llamó a las puertas del género y de la especie con la bolsa en la mano que todo lo pudiera pagar 122
y fue cerrada por los plomos y las cintas de la palabra. Palabras que no quedan, jornadas que no duran; no se da descanso al pasajero en covachas al paso, no se extienden los cuerpos sobre la yerba para ser gozados, no se esparcen las semillas de los frutos túrgidos en la tierra agraz donde pasta el árnica y los tojos apretujan su agostada espina. De un selecto lugar reservado únicamente a la flor de nieve, cumbrera altiva que el cristal imita. Un galope más y las torres principales se divisan, la tentación de los manzanos en flor está a la vista; y de esas moradas de complacidos habitantes, que doran almidones bajo el prestigio de las almenas y se dejan cercenar por insectos diplomados, nos hemos de acordar cuando el aire reverbere en las glaucas salcedas del otro mundo, cuando silbe de placer tras miríficos escombros y recorran nuestras venas los almagres torrentes cincelándonos en oro desde la punta del pie. De un lugar cuyo nombre nadie sabe con certeza, un lugar del que llegan los destellos de los grandes pasturajes, la cadencia de los troncos amansados 123
que nos llaman al reposo, la generación espontánea de presentes de vino, la delicia de las altas siluetas acuchilladas en el aire añil. Viento de extremidades, cadencia de barcos en el pecho, los infinitos dedos apreciando la tersura geométrica en la vibración cúbica de la materia, esos posos envolventes de la nada, ese atómico zumbido, los deseos mendicantes que poblaron antes los callejones, los lamentos que se escucharon en el atrio de los calendarios y que alfombran ahora, vencidos por la terca luz, el paso inevitable de la gloria que surge. De un lugar predestinado, de un lugar que no se puede decir, tras la sangre que huele a guijarro caliente y a regazo fecundo de húmeda cordillera, sangre derramada por los proscritos en las cruces de amapola que poblaron las decisiones, sangre resbalando por los meridianos del tiempo, corriendo insidiosa a buscar los libros de cada historia y la cuenta zanjada de los huracanes. Sangre goteando ese perfume que jamás claudicó, que enervó insidioso el aire de los ponientes 124
y no dejó de carcomer los selectos habitáculos del corazón; sangre esparcida por las equidistantes parcelas de los sentidos, siempre resurgente, como el sudor que la angustia incuba, siempre llevando al gozne molecular de la humana carnazón la nostalgia aciaga de esa procedencia y de ese lugar, ese hueco del vacío que se curva hacia sí mismo, aquella sentencia de arcana muerte, aquella condena de las curias celestiales que fue dictada y empujó a los hombres a pisar el mundo.
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CANSANCIO
Este cansancio de los días que se escurre por el cuerpo viscoso y penetrante, lento mercurio que pesa en el alma, esta infinita distancia de las cosas siempre ajenas, siempre otras, siempre solapadas entre espinas al acecho que ensucian la mirada, cantos de sirena me parecen difuminados en ceguera de sol, requiebros de las luces en el agua bajo el calor de la tarde, engañosa salmodia danzando como un fantasma por las copas de los pinos, sofocando, oprimiendo, estirando apetitos que no saben su alimento, viniendo desde la misma raíz de donde brotaron los huesos y brotó la carne y fueron surgiendo las inútiles palabras en incesante rumia y estiramiento. 126
Esta quemazón que nos hiere contra las piedras y nos aplasta sobre la tierra, esta rutina de noria que nos destruye día a día como a débiles figuras de cera manchada, que se muestra inaccesible a todo acecho del sentido ansioso y del pensamiento que terco la circunvala con alones enfermizos, esto que gira incesante como rueda de molino, que muele y que muele sin que el orden aparezca ni se llegue el paradigma que nos traiga solución, esto digo, cansa al alma, apaga la vida, entibia todo ardor y sofoca toda esperanza, dejando por las noches un detritus de molienda en la linde de los días ensartados. Y es que vamos muy cansados, compañeros. Vamos en la hilera de los presos con la propia solución enarbolada como un pobre salvavidas de juguete en plena mar, tejemos consolaciones, urdimos los paraísos, aceptamos la ceguera y enfilamos cada día bulevares inconclusos y plazas por habitar. Mas ya es hora de tirar por la borda el vano empeño, es la hora de dejar la osadía que nos pesa, el tesón que candente nos fulmina, la fiebre que sin tregua nos consume; es la hora de dejar que se batan las arenas de la /playa, que se quede toda peña triturada por un relumbre de sal 127
y que muestren las espumas sus etéreas construcciones: el paisaje que sus hilos entretejen, de continuo evanescente, imposible de fijar, un paisaje que nos lleva en sus entrañas a repelo y nos grita realidad. Tal vez así, ensartada la vista en los lienzos que se saben ilusorios, enfilada la tramoya y esparcido el maquillaje, deje de rondar hacia dentro la intangible mariposa, caigan los tenaces andamios de la noria, se derrumben los sistemas que se alzaron magistrales y se quiebren los mecánicos encastres que el pasado estipuló entre la frágil cordelería de la memoria. Tal vez así abandonemos esta terca recurrencia de pedir explicaciones, este afán por definir con palabra material y aclaratoria, concreto bulto que amalgama soluciones, fortaleza a proteger del pletórico exterminio que se lanza de continuo sobre toda escena y desteje por las noches las telas urdidas a la luz del día; tal vez así pueda una gran ola destragar tanta pihuela y se disparen las alas de una vez contra los cielos, libres de todo peso, de todo nombre y de toda pretensión, suicidas casi, sin temor ni empeño, a pesar del viento. 128
LAS OLAS
Una a una las olas pretenden conquistar la playa; una a una amenazan, retumban, estallan, y luego, una a una, languidecen, abandonan, y se van. La playa impasible las deja avanzar y sin verse afectada en lo más mínimo, asiste a su muerte en la retirada. Tras cada invasión la blancura resplandece, tras cada cubrimiento más purísima se queda la perfecta superficie del arenal. Y luego, al atardecer, cuando las aguas se estiran para dormir y el oro y la plata se distienden húmedos, las olas se olvidan de su batalla y un susurro de burbujas y de arenas musita al oído que todo está bien.
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Un día ha de llegar en que en mí se apacigüe la marea, pálido fulgor de la luna en acuáticos espejos veré entonces, el vacío percutiendo al compás del corazón, el silencio repoblando derruidos farallones y la sangre sosegada, predicando por las venas que ya todo se ha /cumplido y que ya todo está bien.
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EL VIENTO
El viento en la ventana llora impotencias. Días ha que corroe el intersticio; hora tras hora merodea la casa blandiendo los cristales, rasca bajo las puertas, deambula como un loco por los balcones y pide a grito partido que se le deje pasar. Él no sabe que conozco su alma, su fanfarria de alboroto inofensivo, su lamento de perro, la manera que tiene de ulular mi nombre y el frío de su lomo alzado que tan solo pretende que cualquiera lo acaricie. Tiempo hace que lo tengo a raya. Insensible a sus voces voy y vengo, leo, estudio, busco y rebusco, lo ignoro, y pretendo día y noche descansar en lo certero, o al menos alcanzarlo con la punta de los dedos 131
antes de esa fecha que, en el caos de los tiempos, se dice que fue un día señalada en cada ser. Pero a veces el sonido se hace intenso y se retuerce como la auditiva caracola de dónde se dijera que está manando. Y entonces me pregunto con sospecha: ¿No será tal vez mejor hacerse a un lado y quedarse quieto, quedarse como la dura piedra que se establece en preciso basamento, como la espuela que cae o la brida que se abandona, partir en dos toda forma geométrica, repudiar la sentencia y la palabra y dejar así que el silencio invada el juicio, que se agolpe repentino en la palma de mi mano y que acuda a acariciar con ella al viento tras saberme por su fuerza al fin vencido?
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¿POR QUÉ?
¿Por qué me habéis dado un nombre al nacer? ¿Por qué habéis definido mis contornos, lo que soy, lo que no soy? ¿Por qué me habéis ocultado este hecho pasmoso de los infinitos vendavales que me recorren, esta revelación del difuso horizonte de mi carne, del amasijo de florestas que se aprieta en mis /entrañas con exóticos perfumes, del céfiro invisible, del ancho espacio y de la imposibilidad absoluta de que un cuerpo me contenga o pueda establecerme la mejor definición? ¿Por qué fuisteis escribiendo la menuda letra la precisa norma y el aviso consiguiente en cada recoveco de la fronda cerebral? ¿Por qué cegasteis el decurso sideral de los /torrentes, la inundación fecunda de praderas que eran mías 133
y el tenaz percutir de los alados habitantes que asaltaban toda noche y toda premonición? ¿Por qué me miro al espejo y señalo lo que veo y lo nombro con el nombre que me disteis y veo allí sus miedos, su querer, su desamparo y me olvido de la estirada configuración del aire, del polvo germinal de los caminos, del almagre basamento y de tanta algarabía que pregona mi existencia por los campos? ¿Por qué teníais que ponerme un nombre al nacer? ¿Por qué nombrarme si no sabíais lo que yo era? Si atabais y desatabais, hacíais y deshacíais marcabais y demarcabais ignorando por completo y para colmo vuestra propia identidad.
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LA MOSCA
Veo, Señor, a la mosca que danza junto a la luz a la que hipnótica tiende, veo su dar vueltas y más vueltas y su seguir dando vueltas en un baile de monótono compás. Si tocase la llama, arderían sus alas; si alcanzase lo que la atrae, se convertirá en la chispa de un instante que haría absurdo su tenaz empeño, su dar vueltas y más vueltas y su seguir dando vueltas atraída sin remisión por esa luz que la atrapa y, finalmente, la mata. Cansados vamos, Señor, como la mosca de esta danza horizontal que no te alcanza, de sabernos vulnerables al calor de tu presencia e incapaces de afrontar los destellos de tu albura. 135
Cansados de escapar, en tu busca, de lo oscuro, de sufrir esa brasa que se torna inescrutable y amenaza el acomodo con fulgores imprevistos y con fuego los reductos llevaderos de la sombra. Heridos vamos por la zarpa inevitable de esta hambre que nos sume en agonía, este anhelo de fundirnos en tu lumbre que nos tiene dando vueltas y más vueltas, como moscas al quinqué que las deslumbra. Juguetes somos de volares imprudentes, purpurina que se mide con el polvo estelar, alas de hojalata que infantiles pretendieran alcanzar en su centro al mismo sol. Deseamos, Señor, que te muestres claramente, que tu excelsa envergadura, por milagro, soportemos, que la aurora boreal con su luz no nos destruya, que seamos como vergas enfilando el fuego fatuo, por la llama en azul bellamente estremecidas y en sí mismas mantenidas sin estrago. Que sea nuestra carne transformada y se vista cada dedo, cada fibra y cada nervio con ignífugo poder para tocarte y con largo resistir para gozarte.
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SENSACIONES
El canto de la alondra que la brisa trae, la luz de la tarde peinando los pinos, pétalos de flores en la senda húmeda, su dulce aroma, su agonía lenta, perros que ladran o campanas que repican en la distancia, sucesos repentinos, a veces baladíes, siempre imprevistos, evocan en mi alma el recuerdo imposible de arcanas fiestas en que nunca estuve, prolijas venturas, momentos felices o de gran tristura que debí de palpar en alguna parte y son ahora pasmo difuso que transita el mundo. Pueblan mis sueños rostros de amigos que no conocí, me sumerjo en parajes donde nunca estuve, habito casas no visitadas, 137
piso senderos que jamás pisé, y, tras eso, por las noches, como un rito necesario, tejo y destejo las oníricas escenas fantasmales con su hilo de placeres, de angustias y de terrores que mi alma no pudo experimentar y, sin embargo, conoce como conoce el vencejo su nidal pasado. ¿De dónde, me pregunto, le vienen a la mente tan efímeras imágenes? ¿De dónde esas mariposas que sobrevuelan el corazón con fantasmal atractivo? ¿Son acaso las perdidas viajeras de una existencia eterna en la voy danzando por los siglos de los siglos en continua pasada de polvoriento pájaro agazapado al acecho en las psíquicas entrañas? ¿De quién es ese rostro que contemplo en el espejo, esa presencia asida cual un náufrago a las cosas que conoce, que a la mínima invasión de los ágiles intrusos se hace extraña a sí misma, se transporta a un paraje evanescente, se puebla de nostalgias, de tristuras, de visiones y sospechas, y se torna tan antigua como el mundo en doliente peregrinación de espíritu deportado? ¿Por qué añoro resonancias de otras voces que debí de escuchar a caballo de otra carne?
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¿Por qué huelo, siento y veo, los aromas, los contactos, las figuras que no puedo definir con la inválida palabra? ¿Por qué hieren tan cruelmente si se muestran siempre fuera del alcance que ahora tiene mi persona? ¿Por qué nada es novedoso o me sacia por completo, por qué nada es suficiente o tiene al menos final? Presiento que cualquier gozo posible, o cualquier dolor que en el mundo exista, ya se ha cruzado en mi camino alguna vez. Presiento que de nuevo volverá la juventud con su manto de oro, el primer amor, la primera sorpresa, de nuevo esta nostalgia que decora los días, de nuevo la primera rebelión que en preciso momento se niegue a sufrir más bajo nombre y forma determinada y de nuevo la larga caminata circulando en torno, rindiendo tributo en crueles norias por el hecho apabullante de haber nacido. Adivino que en esta fugaz duermevela a la que llamo vida estoy gritando por dentro, sin que lo capte el sentido, todos los cantos y todos los lamentos de la humanidad. Lucho en todas las guerras, beso en todos los amores, entierro millones de seres queridos 139
a cada instante, y me envuelvo cien mil veces en sábanas blancas y crespones negros. El alma se hace eco y corea a mis oídos estos hechos que palpitan en la mínima parcela de materia /vibrante, profundiza, desentierra, aventa y entremezcla y llora los ultrajes de estulticias olvidadas o de acciones infernales que aún habrán de suceder. El cosmos infinito, sin tiempo que lo registre, ni espacio imaginable que lo pueda contener, habita replicante en pequeños átomos que el aire lleva y esos átomos penetran a gritos a través de los poros, se llegan a los aledaños interiores de la querencia, se entremeten en cada latido, en cada víscera; se aglomeran en los sensibles vértices del corazón y se asoman escandalosos a las pupilas insatisfechas. El eterno viajero mira tales cosas a través de mi persona, y por nada se perturba, bien lo sé. Sólo yo me descompongo. Él deja simplemente que esas cosas que ahora ve, esas sensaciones que lo acarician, sigan su viaje por los sutiles vericuetos del polvo /estelar para qué, al igual que mi mente, que se siente de repente cabalgada, 140
así otras mentes puedan sentir semejante invasión de imaginaria, acaso grata o triste, turbadora o sorprendente, invasión de los hechos que gravitan cual vapores impalpables cada vez que un pétalo de rosa cae sobre el camino o cuando la tarde se desploma como una fruta madura y se esparce caliente sobre un mundo en llamas.
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SOLEDAD
Soledad de andén vacío, de muelle sin buque en él, de casa que nadie habita y de barrio que en la noche nadie quiere atravesar. Soledad de los despachos, de las salas de la espera, de los grifos que gotean y de calles sin murmullo en las que a nadie se ve. Soledad de cementerio, de salas de un hospital, de todas las oficinas que se cierran en domingo y quedan abandonadas a un silencio artificial, de gente que apenas pasa por la vuelta de la esquina 142
y que vemos sin oír a través de la ventana. Ese péndulo obsesivo que no quiere descansar, esos ruidos intestinos de la casa avejentada, las figuras empolvadas, los armarios rechinantes, esas fotos que nos miran sin decir palabra alguna, las flores que se marchitan en la oscura habitación, esas cosas que se callan y que siempre están ahí y ese perro que se escucha en el centro de las horas que no acaban de pasar. Siempre solos, día a día, de un momento a otro momento, de un minuto a otro minuto; siempre queriendo llenar ese hueco que no acaba, siempre viendo de escapar de esa especie de condena con gran ruido alrededor y la gente limosneada. Siempre en esta soledad que al acecho nos vigila, siempre viva su presencia, embutida en agujeros de que el alma es millonaria; 143
siempre su terca atracción, su rumor de sumidero, cautelosa como el amo que en la noche hace la ronda por los campos que son suyos. ¿Y qué podemos hacer para evitar que nos venga desde el fondo de la nada esa rumia de serpientes, ese ruido de mordida, que sin tregua nos devora con letal aburrimiento? ¿Y qué podemos hacer para evitar que se escuche ese eco de un comer que nos va sacrificando a pequeñas dentelladas, que nos palpa las entrañas como a víctimas sagradas de banquetes interiores y aprendemos a aguantar y a sufrir sin decir nada? ¿Y qué podemos hacer si solos nos encontramos desde el día en que nacemos? Solos cuando somos niños, solos cuando somos viejos solos cuando al fin morimos y en el centro de la vida, en plena fiesta, también solos, con fatal conocimiento de esta inmensa soledad. 144
CUANDO MUERA
Y cuando muera, ¿a qué forma de absoluto habría de ir?, ¿a qué ser impersonal de rostro inmóvil, o a qué reino o que paraje, que no fueran estas altas columnas de la tierra, este removerse de las brillantes láminas, esta gloria que me sostiene en cada juntura y que da testimonio de mi eternidad? ¿A qué vacío, a qué silencio, o a qué océano de calma apetecible podría yo dirigirme entonces, si no hay vacío alguno que pueda contenerme, si los músicos seguirán tocando por los caminos y de nuevo se recogerán los frutos en agosto; si los campos amarillos se estirarán solemnes para recibirme y los vasos desbordarán rojo zumo de tardes bien pisado, deslizándose por las mesas de alabastro, 145
aromando allí, en las umbrosas arboledas que me constituyen? Allí, allí he de irme, a los evanescentes parajes de la fronda amiga, al rumor de los ríos con la historia virgen, a los llanos por venir con los vientos nuevos, plenos de semillas para ser nombradas, al centro mismo de esa puras caracolas resonantes que van tras la estela de la barca del tiempo y llenan los mares con los ecos pregoneros de su fortuita navegación.
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PRIMITIVA LUZ
Y tú, primitiva luz, sagrado mantillo parental, secreto espacio indiviso: ¿podrás acoger todavía al que antaño se hurtó al lienzo sin mácula de la noche eterna y al selecto perfume del pradal arcano para deambular proscrito por el mar de las /tinieblas pisando el vaho caliente de las fumarolas y el hierro y azufre de los campos malditos? Divisiones del aire que antes no había, recorte de las aguas infinitas en pequeñas parcelas de triste yodo, geométrica pretensión de las alambradas clavando los aires con terco espino de metal alzado, dolorosa succión de cuanta savia insuflaste en esta hechura, que ahora cae lenta y fría como cae la niebla, o como caen las losas en los cementerios. 147
He visto los nidos de la serpiente bajo las piedras, pegajosos ovillos retorcidos sobre sí mismos, la cal y el azufre goteando sobre la herida, siempre disponible el aguijón contra el propio cuerpo, siempre ávido de la viscosa calentura, del tacto sólido, de la hipérbola medible y de la rumia de las glándulas de la memoria. He visto el propagarse de las graves infecciones de la vida cerrando los horizontes con el obsceno bulto del nombre y de la palabra, he sentido la insoportable preñez de cualquier argumento, caparazones obsedidos por el hambre de saber, fuegos fatuos sobre las hélices indetenibles cortando el espino en los campos agraces. El testimonio de mi alta procedencia me fue arrebatado; aquella forma de ver, aquel aroma en las manos, aquella percusión de lejanos horizontes, todo aquello me fue arrancado del alma. Hicieron jirones con la aurora y la estiraron a placer, quebrantaron los cristales de la memoria, cincelaron el pensamiento y tejieron cintas negras sobre las alas abiertas; pero estaban dentro y eso era lo terrible, porque el rollo de tortura, en el centro de la plaza, llevaba mi nombre en dura piedra marcado 148
con terca repetición de historias grises y dolosa /entrega. Mas, ¿cómo podía, con mi nombre allí escrito, abandonarlo? ¿Cómo dejar de rendir a sus pies mi absoluta pleitesía, día y noche si ello fuera necesario, por la honra y refulgencia aquel nombre sobre el cual, a traición, me cincelaron? ¿Podrás tú, aún, primitiva luz, agua franca de incógnito murmullo, original frescor de las aguas intangibles, podrás tú enjugar la sólida dentellada que tanto pesa, esta mordedura de los límites estrechos y de las cuerdas numeradas en carne fósil; serás capaz de restaurar el aroma de la tierra que abonaste, encontrar del tendón y la osamenta el gozne clave y traer aquel fulgor de la estampida que era tuyo y en los tiempos de la luz me regalaste?
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POLVO DE HUESOS
Polvo de huesos que navega los aires ululando asombros y libertad, polvo libre al fin del viscoso manto de la carne que habitaba lo pequeño y era inerte para los vuelos y para el saco del sembrador. Marejada de semillas y de aromas terrestres, vapores de ocultas maceraciones estirando andamiajes sobre la vida como una cruz señalera de los puntos cardinales, penetrando así el polvo por las ventanas, cayendo amigo sobre las gentes, 150
entrando en sus bocas a invadir lo íntimo, mezclándose con los secretos percales, con el hálito de las voces, con la flor del alimento y con la tierra, esa tierra húmeda que así lo recibe y lo va disolviendo por veneros líquidos, siempre el ojo abierto a la maravilla, siempre el gozo de la molienda, siempre esta borrachera de la perdición.
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ESCALANDO
Escalando el tiempo y el espacio tras ecos de luz que deslumbran el sosiego. Manchando el recorrido con jirones de belleza extrema e invisibles hilaturas de inteligencia. Rezumando un légamo de plata, un sudor de brillante pedrería que ilumina los contornos y abre las genéticas heridas en hermosa difusión de acontecimientos. Tanteando, añorando, recordando, dejando la huella en la vasta arena: aquí un fallido proyecto, allí una especie desconocida, la insolente espiral de la caracola, la planta que surge zoófaga y se traga al mundo en sagrada libación, la fuerza repentina que se alza roja 152
y dibuja los cuerpos con la tinta planetaria, las coordenadas del pensamiento resbalando aceitosas sobre la vida, esa cóncava pretensión del hueso que alberga en su mínima cámara los secretos todos de la puerta santa o esa destilación de negros jugos que corroen cuanto tocan y se llevan al silencio las palabras. Siempre escalando, escalando siempre escalando por barrocas columnas, clavando las uñas en perfumada greda, despreciando a las estrellas, evitando el cielo, siguiendo sólo los mojones enhiestos, de la blanca caliza que duerme en paz, descifrando las flechas punteras que señalan el origen, manteniendo de continuo el rumor de ese galope que enturbia los horizontes y que no ha de cesar en su estampida hasta que llegue la noche y con ella el fin.
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HARTO ESTOY
Harto estoy de lo ilustre y lo erudito, brillantes mariposas que el aire quiebra, certidumbres que se escapan de la mano, rosarios de la espuma que se desvanecen sobre la frente del mar. Harto estoy de agrandar el inútil cargamento, de jugar a este juego en el cual jamás descanso, jadear tras el brillo de ilusorios espejismos y correr tras los ecos que tan sólo causa el viento. Las vocales del silencio son las metas que persigo, esa danza de moscarda que susurra en lo secreto, esa voz que apenas suena o, si acaso, suena adentro. Borrar las definiciones de toda ciencia al pasar y cuando ya nada sepa ni pretenda comprender, sentir tu mano en mis ojos, volver el rostro, mirar, y ver tu calma absoluta estirada por doquier. 154
SER HOMBRE
Y esto de ser hombre, ¿ha sido bueno…? ¿Ha valido la pena tal intento o ha sido cual la fiebre de una cruel enfermedad? Cada día, se balancean las cañas en el estanque acunadas majestuosas por la brisa que viene sedienta robando aromas; el ganado sestea a lo lejos inmerso en no sé que mundo de campos que lo mantiene estático e indiferente; la yeguada estoica, allá en la altura, con los negros cristales en la mirada y la mansa quietud que no pregunta, se deja visitar sin recato alguno por las oleadas cambiantes de la luz y el capricho montañero de los cielos; los gorriones van y vienen de árbol en árbol, de piedra en piedra y de aire en aire, henchidos todos por la gloria del sol ebrio, que pasa dando tumbos monte abajo, establecido para siempre en su fuego inmenso; 155
los reptiles son de piedra y las moscas, esas moscas que pululan sin destino, parecen atender tan solo al milagro de estar vivas, disparándose raudas en el puro silencio que el azul distiende con desmedida. A todos les pregunto. A todos miro. Pero nadie sabe decirme si esto de ser hombre ha sido bueno o supuso un tremendo despilfarro que a la vida afligió sobremanera. Si al menos, esta canción que venimos cantando por los caminos asciende a los cielos como asciende el destello de los campos de trigo, la tibia humareda de los pajares o el triunfo de las charcas, de repente absortas y carmesíes. Si las fraguas vomitarán algún día entre la escoria un residuo de brillantes amatistas de fulgor claramente incomparable o si este rezumar de palabra batiente, de pulso que no cesa de percutir sus tambores en profunda entraña de oquedad sonora, por diversas procesiones visitada, no dejará de ser un país alcanzado por las flechas, un campo de ambulantes prisioneros, una patética concentración de seres infractores, una línea de fósforo esparcida en nombres que demarca lo que es bueno y lo que es malo y se enreda a los cuerpos con cordel muy fino. ¿Cómo podrán las garzas estarse quietas cual blancas estacas, horas y horas a la plena intemperie de la claridad, sin ser molestadas por la avaricia? 156
¿Cómo las gaviotas, dueñas de los estirados médanos, gozadoras de lo que son en la despanzurrada presencia de los días, podrán vivir huérfanas de todo orgullo? ¿Como podrá la barca, que se columpia como un labio sobre la mar, repetir una y otra vez ese límpido sonido de acuático beso y luego quedarse quieta atisbando las cosas que pasan con su proa erguida, eterna en su arrumaco, rechoncha de bienestar en el seno perfecto de la plata vertida con ausencia notoria de objetivo alguno? ¿Cómo podré saber, amigo mío, si, en definitiva, esto de ser hombre, hombre así enfilado hacia dentro, como un embudo, así llagado por continua angustia, carcomido en su celda de huesos, torturado en su potro de carne, es algo bueno o es algo malo, es algo aciago que vamos llevando resentidos como podemos, caminando huérfanos a través de un país de maravillas, o es ganancia que se diera y que perdimos y que ya nunca volveremos a alcanzar?
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LA CÁRCEL
No hablaré ya de martillos ni de cinceles con sumisos compañeros de mazmorra; en silencio quedarán las secretas discusiones sobre el ancho de los muros de cemento o el forzoso material de imposible adquisición; callaré sobre mis planes, sellaré toda alusión y ocultaré a los rendidos mis ladinas intenciones, porque la charla disipa y la palabra entretiene. Cada día me uniré a la cuerda de los presos dócilmente y con ellos cantaré esas lúgubres canciones del /presidio. Mi celda estará limpia, mi servicio será correcto, la disciplina sin nota alguna, el canon será pagado y aun habré de ayudarles a embaldosar el patio, a arrastrar los pesados carromatos de la ropa y a pulir los enormes peroles de nauseabunda sopa que cada día aguardamos con el ansia esclava. 158
Pero en silencio, a escondidas y de forma indetenible, sin conocer el descanso de una sola dejación, seguiré horadando la pared noche tras noche, gastándome los dedos en la greda y los cascotes quemándome la vista que se afila en la tiniebla. Será placentero escuchar la tenaz socavación, dejar que se caiga en sucias bolsas ese muro /ceniciento que de antiguo me circunda a toda hora con su /pringue y pretende zaherirme con soeces inscripciones. Jamás claudicará esta fiebre que me empuja, jamás el alba ha de encontrar en mi lecho a algún durmiente, ni asustarán las porras contra las barras un sueño largo; jamás me acomodaré al contento de los dados, a la modorra de las cuerdas trenzadas o al sopor artesanal, jamás a esa melopea de los naipes que ya van de sí gastados o a esos resignados chismorreos que al crepúsculo adormecen. Ya no puedo desistir de esta zapa que me ocupa, de esta larga minería que tan sólo ha de parar cuando esté la celda libre de mi bulto de persona, cuando campos de lavanda se me metan por los ojos, se aprieten contra mi cuerpo todas las flores del /valle y en el rostro sienta arder ese sol que me /aguardaba; 159
cuando quede mi uniforme en la cárcel sobre el /suelo, como la piel opresora que abandonan los reptiles, cuando remonte su vuelo este impulso que fue preso mientras las alas batían contra fúlgidas aristas entre hierros afilados y tan pútridas mazmorras.
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GRÁVIDO ATALAJE
Grávido atalaje de neuronas engarzadas que vencido se tiende para el sueño eterno y que tú llenas entretanto contigo mismo pasando a su través sin darte cuenta como pasa el viento por una lira o la luz de la tarde por la arboleda. Juego de nostalgias, de amores y de muerte, de ser onda y ser brisa al mismo tiempo para así discurrir por cañadas y torrentes en tiempo breve que se cierne cónico hacia el borde de la chispa inesperada. Cuenca que se colma con tus aguas, siempre exigua, siempre desbordada, ebria de los tercos filtros que insinúas, señalando, fuera de sí, tus paradores y las órbitas extensas de tu dicha divinal.
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Sufra quien se aferre a esta gema cercada que la sangre anega, sufra quien reniegue del libre batirse de la inmensidad entre los juncos caducos, quien merodee los cauces delimitados y defina o troquele o circunscriba, cabalgando sobre el hueso y la memoria, lejos del ámbito que el silencio habita y la luz no acaba de recorrer.
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NAVEGACIÓN
Por veces navego hasta las ocultas marismas que el tiempo borra y me descubro allí, niño en escenas de niño, diferente mundo, diferente entorno, diferente todo, y, sin embargo, yo, este mismo yo de viento y de aire, asentado en un hueco profundo del pecho, esta misma sensación de pervivir inalterable en cualquier escena, limpio del pasado en cualquier embarcación e ignorante del futuro en cualquier derrota. Otras veces navego hasta el fondo del sueño, estrambótico mundo que de noche me sorprende, cambiados los cimientos de cuanto considero en su sitio, trastrocada toda lógica y coherencia singladuras extrañas por paisajes que no conozco 163
y que me llevan a su antojo, sorprendido, cambiado el traje, cambiadas las raíces y la peripecia y, sin embargo, yo, el mismo yo de siempre con otro rostro, cual si fuera eterno e indestructible, cual si fuera el punto certero que sostiene el universo y sin el cual nada en el mundo se pudiera mantener. Pero otras veces me asalta el fugaz recuerdo de mares mucho más desconocidos; ese sueño sin sueños que me sumerge y me acuna, eso que soy cuando ya no soy, lo que sin duda fui antes de nacer, eso que seré si, después de muerto, se tragara mi persona la acechante nada, al igual la noche devora al día o engulle el olvido las vividas fechas en las deserciones de la memoria. Entonces me digo a mí mismo que debo seguir navegando océano adentro, que los mareajes deben ser todavía más certeros y profundos y que los mares ignotos, que la bruma oculta, sin duda existen y guardan entre sus aguas ese sabor de la sal definitiva, esa espuma que todo lo disuelve, ese último bastión donde el yo se ancla. No hay negrura que allí aceche relamiendo el basamento, 164
no hay ya vida que interrumpa pululando /alrededor, no hay estado que se iguale al vacío de tal mar, ni bahía más segura, ni mejor navegación.
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CUÁNTO SE HA IDO
No sé dónde está aquella tarde de trigo que revoló diferente los campos de agosto, no sé dónde está el aroma que la casa tenía cuando las cosas pequeñas me narraban su historia, el triunfo en las mesas de la fruta madura, el romero emboscado en manteles blancos, siempre en la pared aquel sol encarnado, siempre en los rincones los cien mil planetas. El calor de aquella mano, no sé dónde está, el crisol de aquellas horas, no sé dónde está, ni el rumor de las brisas contra los sauces, ni el chirrido del agua sobre las peñas que esparcía palabras trascendentales. No sé dónde se oculta la figura ausente, no sé adónde fueron los gloriosos días, los cantos, las danzas y tantas personas, las flores perdidas por los pliegues del tiempo cual monedas al aire que lanzara un loco. 166
Pero sé con certeza, y con fino olfato que jamás pregunta, que en alguna parte todo está a la espera y puede ser por los ojos visto con saber del alma su navegación: ojos que se acerquen al salón sellado, ojos ya sin tiempo, de estelar materia, que acaricien del pasado su terciopelo y aventen de nuevo los percales viejos que se guardan íntimos en los arcones. Nada deja de existir, lo sé bien cierto. Lejos del orín y la carcoma lo vivido se aposenta y en materia indestructible, bien cincelado, permanece protegido a buen recaudo, como las reliquias en las hornacinas o el viejo perfume en los guardapelos. Volveremos a ver la sonrisa perdida, volveremos a escuchar la palabra amada, volveremos a decir lo que ya dijimos y a habitar los paisajes que nos contuvieron. Un secreto protocolo de ceniza ha de ser nuestro algún día, una llave que abrir pueda los sagrarios escondidos ha de sernos entregada al pasar la muerte. Y entonces, en el último confín de la materia, donde pierden las pupilas su invidencia y el viento nos libera de todo peso, cerraremos los ojos, perderemos el cuerpo, estiraremos nuestro anhelo por la esfera sideral del universo y podremos observar cuánto se ha ido admirando del conjunto su magnífico esplendor. 167