EL OBRERO SONADO Ensayo sobre el paternalismo industrial (Asturias, 1860-191 7)
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JOSE
SIERRA ALVAREZ
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EL OBRERO SONADO Ensayo sobre el paternalismo industrial (Asturias, 1860-191 7)
por
JOSE
SIERRA ALVAREZ
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editores
MEXICO ESPANA ARGENTINA COLOMBIA
o editores, sa sialo veintiun 04310 MEXICO, D.F. "'!i
CER O DEL AGUA, 248.
d� espana editores, sa siglo veintiun.o ESPANA C/ PLAZA, 5. 28043 MADRID
, sa siglo veintiuno argentina editores de colombia, ltda siglo veintiuno A. COLOMBIA CARRERA 14, SQ-44, BOGOT
Para Isabel y Manuel, mis padres
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Primera edici6n, septiembre de 1990 © SIGLO XXI DE ESPANA EDITORES, S. A. Calle Plaza, 5. 28043 Madrid © Jose Sierra Alvarez FORME A LA LEY DERECHOS RESERV ADOS CON Impreso y hecho en Espana Printed"and made in Spain Disefi.o de la cubierta: . Pedro Arjona
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_, (__ ----.. r:>�iJ68li0.1egaCM. ·3 1.263-1990 ISBN: 84-323-0701-7
S. L. Fotocomposici6n: Fernandez Ciudad, Catalina Suarez, 19, 28005 Madrid ono Igarsa Impreso en Closas-Orcoyen, S. L. Polig Paracuellos de Jarama (Madrid)
INDICE
Agradecimientos
XI
EL PATERNALISMO INDUSTRIAL: EN
PRIMERA PARTE.
TRE LAS DISCIPLINAS INDUSTRIALES Y . . . . . .
LAS POLITICAS SOCIALES 1.
Y
EN LA FABRICA: DISCIPLINAS INDUSTRIALES OBRERO
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2. Las disciplinas industriales: un esquema de amilisis FUERA DE LA F ABRICA: POLITICAS SOCIALES DEL PROLETARIADO
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PRODUCCION DEL
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1. La habituaci6n del trabajador: atraer y fijar, disciplinar
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Y
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ci6n
Las politicas sociales: un esquema de analisis
3.
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5. Del hombre al obrero, del trabajo a la vida: un programa (e)ut6pico y total(itario) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
6. Del espacio a la moral: un programa de ordenaci6n territorial Y FAMILIA: LA PEDAGOGIA DE LO PUBLICO Y VADO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La familia obrera: entre el tugurio y el hogar . . . La vivienda obrera: entre lo publico y lo privado .
VIVIENDA
7.
8.
5.
36
L A REGENERACION DEL OBRERO: UNA OPERACION D E MODELADO SOCIAL
4.
36
51
LA INVENCION DEL OBRERO MODELO: UN PROGRAMA PATRONAL . . . . . . . .
SEGUNDA PARTE.
21
(RE)PRODUCCION
3. La domesticaci6n de los trabajadores: de la vida a la reproduc-
4.
7 7
.
77
96
LO PRI-
9. La propiedad obrera: entre la familia y la vivienda
EL PROGRAMA PATERNALISTA: UNA UTOPIA PATRONAL
10. Las variantes del programa paternalista: entre la asistencia y la prevision . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
1 12 1 12 1 22 1 38 143 143
Indice vm
organizaa paternalista: entre la auto 11. Los limites del program . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ci6n obrera y el Estado
TERCERA PARTE.
6.
LAS ESTRATEGIAS: DEL PROGRAMA A . . . . . . . . . . . . . ASTURIAS, 1860-1917 .
LOS PROBLEMAS
Y
O DE GESTION DE LA MAN LAS ESTRATEGIAS DE
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . o de obra lemas patronales: una man 12. Un trh1ngulo de prob ia . . . . . . . . etar prol ) ente ram ente ( escasa aut6noma y no al salario, del ias patronales: del trabajo 13. Un abanico de estrateg . . . . . . . . . . . . . . . . salario a la vida . . . . . . . . . . . . NO URIA AST RIAL UST 7. EL PATERNALISMO IND onales tituciones beneficas» patr 14. Las disciplinarias «ins o rian ismo astu 15. El colapso del paternal
1 57
1 65
179
OBRA
Nota bibliogr:ifica Indice de nombres
179 198 214 214 252 263 269
[ . J�1 1ector, el pensativo, e1 que espera e1 que ' ca11 eJea [ . . ] ..
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WALTER BENJAMIN, E/ surrea/ismo
AGRADECIMIENTOS
A excepci6n de algunos cambios en el texto, de unos pocos retoques bibliograficos y de una leve modificaci6n del subtitulo -tendente, esta ultima, a acentuar expresamente su condici6n ensayistica-, lo que sigue coincide en lo esencial con el texto de la tesis doctoral del autor, realizada entre 1 981 y 1 986 en el marco del Departamento de Geografia (hoy de Geografia, Urbanismo y Ordenaci6n del Territo rio) de la Universidad de Cantabria. En su composici6n el autor no disfrut6 de ninguna ayuda financiera, ni privada ni oficial. Ella tuvo la virtud de dejarle tiempo e independencia para hacer uso generoso -y q mzas no siempre respetuoso- de otro genera de ayudas, las de la amistad y el intercambio intelectual, que a la postre hubieron de resultarle considerablemente mas sustanciosas. No seria justa, pues, que el autor no las mencionase aqui. . A Jose Ortega Valcarcel, director de la tesis, y a Juan Jose Castillo Alonso el autor les debe la paciente lectura de los demasia dos borradores tentativos que, no siempre lo suficientemente claros, se encuentran tras el libra que aqui se somete a la consideraci6n del lector. Pero les debe, sabre todo, la inteligencia derrochada en esas lecturas y en las conversaciones subsiguientes, de las que el autor seguramente no acert6 a extraer toda su enjundia. Al ultimo le debe tambien su excesiva confianza en el texto definitivo -o su intacha ble honestidad intelectual, lo cual no es lo mismo-, hasta el punta de haber llevado a cabo las gestiones para su edici6n, no siempre faciles -y, en este caso, demasiado embrolladas hasta que Javier Abasolo, de Siglo XXI, las desenred6 finalmente. Otras personas llevaron a cabo tambien lecturas parciales de algunos borradores, y sostuvieron en el autor la creencia de que no eran enteramente irrelevantes: Teresa Rojo, Raquel Gonzalez y Manuel Frochoso. A todos ellos -lo saben- mi agradecimiento menos circunstancial.
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Agradecimientos
Julio Pozue ta y Fernando Alvarez-Uria, Esmeralda Gonzalez, sion en el tribunal Francisco Quiros tuvieron a bien acep tar su inclu academicamen te - la que bubo de ju zgar -in telec tual y no solo as observaciones tesis doc toral del au tor; sus tan a tinadas como cilid de es te libro. tiva i tuvieron no poco que ver con la redaccion defin un tex to no con ron Yolanda Gonzalez y Rosario Fuen te pelea tecas del biblio las de nal siempre facil de mecanografiar; y el perso ogico y Geol to tu ti Ins del Minis terio de Traba jo y, sobre todo, de Es ro Mine Geoico Tecn Minero de Espana -hoy Ins ti tu to en el veces s poca no tarse i tralim pana - no tuvo inconvenien te en ex e jercicio de sus funciones. debe algo mas A Isabel Tuda Rodriguez, finalmen te, el au tor le las referencias de acion talog ca la en te n que su profesionalidad, evide to, su inago table bibliograficas de las no tas; le debe tambien, en efec n a lo largo de generosidad y, sobre todo, su es timulan te pene tracio ella como necesaria horas y horas de conversacion, tan fa tigan te para in to. Sin esa tenaz para que el au tor reencon trase la salida del laber habria sido escri to Ariadna, es te libro, en mas de un sen tido, no nunca.
PRIMERA PARTE
EL PATERNALISMO INDUSTRIAL · ENTRE LAS DISCIPLINAS INDUSTRIALES Y LAS POLITICAS SOCIALES
1. En las primeras fases de esa tan larga como profunda mutacion social a la que solo por comodi dad hemos convenido en denom inar industrializacion, un segmento no despreciable de los patron os capitalistas, de los capitanes de la industria, clio en intervenir tenaz y duraderamente en la vida -y no solo en el traba jo- de los obrero s, de sus obreros. Viviendas de iniciativa empresarial, almacenes patronales, economatos y cooper ativas, escuelas, templos, orfeone sy drculos obreros son algunas de las puntas de un iceberg que no cesara de agrandarse a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX para, luego, desmoronarse y frag mentarse en las calientes aguas de las dos • primeras decadas del siglo XX. Cartografiar ese pai sa je submarino, seiialar el trazado de sus paredes maestras, observar sus desplazamientos : he ahi el via je que proponen estas paginas. Lo hacen a partir de una sospech a, ya apuntada : la de que ese iceberg ha existido como tal, que las diversas puntas observables -q ue todavia empiricamente pue den ser reconocidas como «obras sociales» patronales- traban soli damente ba jo la linea de flotacio n; que ese con junto de practicas patr onales que se dieron a si mismas por ob jeto la vida del traba jador para me jor alcanzar a su traba jo constituyen -por encima de su disp ersion, de su desigual desarrollo segun ramas de la produccion y regi ones- un programa de co'!funto de
formacitn f y gestion de Ia mano de obra indu strial.
Esa hipotesis puede resultar parado jica -si es que no excesiva a la vista del caricter aparentement e marginal de esas pricticas en el marco de las formidables, sordas y oscuras tempestades de la primera industrializacion. Es cierto que, desde un punto de vista cuantitati vo, todo parece indicar que no son mas que un puiiado de patronos (menos, ciertam ente, de lo que un vulgar estereotipo ha llevado a suponer) los que pueden ser adu cidos al respecto. Es cierto tambien que una buena parte de ellos se nos aparecen hoy tocados de un
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El paternalismo industrial
mesianismo de excepcion que se aviene mal, por su caracter estadi sticamente aberrante, con el gusto actual por los grandes fenomenos y procesos sociologicamente masivos. Pero no es menos cierto que, pese --o, tal vez, debido - a su caracter un tanto patologico -o, para decirlo en terminos de Jarry, «patafisico»-, se trata de un fenomeno de relevancia historica di flcilmente negligible, que permite observar en su imbricacion algunas de las mas profun das corrientes que configuran la produccion de sociedad a lo largo de la segund a mitad del siglo XIX. Y ello es asi por cuanto el paternalismo industrial parece constituir una -y tal vez la prime ra- respuesta estrategica de la burguesia decimononica a los problemas y tensiones de un regimen liberal que, �ecesario para �1 despliegue del capital en el ambito de la producc.lOn, le vetaba sm embargo toda incursio n de conjunto --estatal, por tanto - en el ambito de la gestion masiva de la reposicion flsica y de la reproduc cion social de las poblaciones 1 • Esa respuesta no deja de ser paradojica si se considera lo que parece caracterizar a las politicas de mano de obra �e los patron �s paternalistas, a saber: la continuidad entre trabajo y vtda y, correlatl vamente, entre existencia privada y vida publica que instauraron en los alrededores de sus fabricas. Paradojica porque es precisamente lo contrario --es decir, la separacion entre esas esferas- lo que especifica al orden social de las sociedades industriales capitalistas, lo que instaura un corte esencial respecto de ordenes anteriores. Pe �o se _ mdad trata de una paradoja solo aparente, por cuanto aquella contm parece ser, en el caso de las practicas patern �lis �as, m�s pol�tic � que funcional: si en este caso fabrica y no-fabnca, vtda pubhca y existencia privada aparecen reunidas bajo el unico poder patronal -reunion que, como se vera, debe asegurar su separacion formal-, ello es debido ante todo a que la burguesia en su conjunto - �o sera preferible decir el conjunto de los burgueses? - �? disponia a�n, en el marco del regimen liberal, de instrumentos legttlmO S lo sufictent� mente poderosos como para garantizar por via estatal la necesana t Antonello y Massimo Negri acerca de Ia colonia paternalista -instrumento esencial, como se vera, de las estrategias paternalistas: «el poblado obrero es tal vez el primer signo de una voluntad de intervenci6n ? lobal �e Ia clase dominante sobre Ia . fistca que -en nombre de Ia realidadl en el sentido de una reestructuracton product vidad- se acompaiia de una refu�da�i6n de lo� modos de v.ida Y. de comportamiento [de los trabajadores)>>. A. Negn, M. Negn, L , archeologra. zndustrrale, Messina [etc.): G. D'Anna, 1978, p. 1 5 1 .
E l paternalismo industrial
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separacion entre vida y trabajo. La obsolescencia del regimen liberal :-que lo �s tambien del paternalismo industrial- y las generalizadas en las politicas de tratamiento de las pobla 1�tervenc10nes estatales . ctones desde comtenzos del siglo XX no seran otra co sa, desde este punto de vista, que una formidable redistribucion de poderes tendente a extender al conjunto social la reordenacion funcional que ya los patronos paternalistas, esos realizadores del sueiio totalizante de Saint-Simon, habian intentado consumar, a microescala, en el entorno de sus fabricas y minas. El paternalismo industrial, entonces, permite observar en ger men Ia topologia existencial que aun hoy, a otra escala, habitamos; permite considerar cruzada y oblicuamente, como en un transecto Ia (des)articulacion de estratos y de esferas que constituye Ia vida so�ial toda de las socieda des decimononicas. Ha �erlo equivale a huir de toda consideracion del paternalismo . . mdu stnal como fenomeno «espontaneo» y, por tanto, impensable. . Eq mva!e, por el contrario, a considerarlo como programa y como 2.
estrategza, como momenta voluntario e historicamente determinado de un proceso que relaciona Ia reflexion con Ia accion, el discurso con Ia prdctica, el diagnostico con Ia ferapia: como dispositivo z.
En tanto que tal, el paternalismo industrial no puede ser prudentement.e considerado, en una primera aproximacion, si no es como programa y estrategia de contornos imprecisos; como los del . hielo, es �abroso � y r �sbaladizos . Tanto que apenas se deja cercar por �cerca �tentos stmphficadores: las «obras sociales» de los patronos mdustnales de Ia segunda mitad del siglo XIX han podido escapar, por �llo, a traves de los agujeros de las someras redes interpretativas �endtdas para atrapar su logica. Reducidas, de un lado, a simples mtentos de prolongar Ia explotacion obrera en el trabajo mas alia de ·
2 Para Ia noci6n de , en E. P. Thompson, Tradicion, revueltay consciencia de clase: estudios sabre fa crisis de fa sociedad preindustrial, Barcelona: Critica, 1984, p. 241, cursiva mia (ed. en ingles del articulo: 1 967). He aqui >, en A. Gorz, Crftica de Ia . dzvmon del trabqjo, Barcelona: Laia, 1977, p. 46 (ed. en frances : 1973· escrito en 1971) ' 33 Marx, Miseria ... , b. cit., p. 161. En o � _tro Iugar (carta de Marx a Engels de 7-VI; . 1866).• «[. nuestra teona de Ia determmacwn de Ia organiza : cion del trabqjo por los medios de producczom>. , en La . . dzvzszon capztalzsta del trabqjo, Buenos Aires: Cuadernos de Pasado y Presente, 1972, . pp. 1-40 (ed. en Italiano : 1966); y en Gaudemar, L'ordre ... , ob. cit., pp. 11-18. . 34 Marglm, ob. cit., p. 96. Braverman: «dentro de los limites hist6ricos y analiticos
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recientemente, ha retomado parcialmente la idea: «el determinismo tecnologico es la idea de que toda sociedad, independientemente de sus preferencias politicas, que desee producir bienes industriales, debe adoptar ciertas estructuras de organizacion, pautas de autoridad y modo de trabajar. [... ] La objecion al determinismo tecnologico consiste en que generalmente los niveles de rendimiento se pueden satisfacer de varias formas» 35, Por lo demas -y en otro contexto solo aparentemente diferente al de las disciplinas industriales, el de la disciplina militar-, ya Weber habia apuntado que «la clase de armas fue una consecuencia y no una causa de la disciplina» 36• Situado en el terreno de los principios, el debate acerca de las relaciones entre tecnologias y disciplinas no puede sino seguir abierto. Su desarrollo operativo no puede provenir mas que de la investigacion historica: «el problema puede ser fructuosamente atacado solo por el camino del analisis concreto e historicamente especifico, de la tecnologia y de la maquinaria -por un lado-, y de las relaciones sociales, por el otro; y tambien del analisis de la del capitalismo, de acuerdo con el analisis de Marx, Ia tecnologia, en Iugar de producir simplemente relaciones sociales es producida por Ia relacion social representada �or el capital>>. Braverman, ob. cit., p. 20 y, en general, cap. 9 (�p. 216-271). Marx m1smo: «el periodo manufacturero simplifica, perfecciona y mulnphca los mstrumentos de trabajo, adaptandolos a las funciones especiales y exclusivas de los operarios parciales. Con esto, Ia manufactura crea una de las condiciones materiales para el empleo de Ia . . maquinaria>>. Marx, El capital ... , ob. cit., I, pp. 276-277. . . 35 C. F. Sabel, Trabqjo y politica: Ia division del traba;o en Ia mdustrza, Madnd: Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1986, pp. 22-23. 36 M. Weber, Economia y sociedad: esbozo de sociologia comprensiva, Mexico: Fondo de Cultura Economica, 1983, p. 884 (ed. en aleman: 1922; Ia definitiva: 1956). En otro Iugar: «Ia "disciplina militar" ha sido el patron ideal [ ...] de las empresas industriales capitalistas modernas>>, ibid., p. 889. Resulta cuando menos sorprendente comparar Ia afirmacion de Weber con Ia posicion de Marx, a proposito de Ia misma metafora militar: . K. Marx, Trabajo asalariadoy capital, Madrid: Castellote, 1971, p. 42. El texto utilizado es el revisad? por Engels para Ia edicion alemana de 1 891 , diferente :n algunos aspectos de Ia . �nmera edicion alemana de 1 849. La algo mas que metafora que pone en relacwn a Ia disciplina de fabrica con Ia disciplina militar ha sido sabiamente empleada por Mumford: . L. Mumford, Tecnica Y civilizacion, Madrid: Alianza, 1971, p. 1 12; vease tambien p. 125 (ed. en ingles: 1 934, Ia definitiva: 1963).
En Ia jdbrica
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manera en que ambos se unen en las sociedades existentes» 37, En esa perspectiva, un camino particularmente fecundo parece ser el de �nvestig�r las eventuales relaciones entre innovaciones disciplinarias, mnovactones tecnologicas y movimientos de resistencia de los trabajadores a la norma de trabajo y a la relacion social capitalistas. Un camino que ya Marx habia apuntado: «desde 1 825 casi todas las nuevas invenciones fueron resultado de colisiones entre el obrero y el empresario, que intentaba a toda costa depreciar la especialidad del obrero. Despues de cada nueva huelga, aunque fuese poco importan te, surgio una nueva maquina» 38 . El origen de la manufactura debe ser buscado en esos movimientos de resistencia, tal y como ha sugerido Perrot: «es ante todo para luchar contra los robos de materias primas [ ... ], para veneer los cuellos de botella y estrangula mientos de los productores familiares -hiladoras y tejedores-, para apropiarse los saberes envueltos en los secretos, para lo que se crea la manufactura» 39• Por lo demas, no parece ser otro el origen de la fabrica misma: un historiador tan poco sospechoso de oponerse al determinismo tecnologico de las disciplinas de trabajo como Landes seiiala que «los fabricantes de tejidos introdujeron los equipos automaticos de hilado y el telar mecanico de forma espasmodica, en gran medida como respuesta a las huelgas, las amenazas de huelga y otros peligros para la autoridad empresarial» 40 , Asi pues, la tecnologia productiva, lejos de ser la causa de la disciplina de la fabrica, parece haber sido, mas bien, su producto: la disciplina de fabrica, en efecto, «contenia en si misma las semillas del
37 . Braverman, ob. cit., p. 29. Vease tambien B. Coriat, Ciencia, tecnica y capital. Madnd: H. Blume, 1 976, p. 171; y C. Durand, El trabqjo encadenado: organizacion del trabajo y dominacion social, Madrid: H. Blume, 1979, p. 171 (ed. en frances: 1978). 38 Marx, Miseria ... , ob. cit., p. 201. Vease tambien, casi literalmente, en Marx, E/ capital..., ob. cit., I, p. 361 . Tambien Mumford: >. Mumford, ob. cit., p. 1 94. 39 M. Perrot, >, otras. Vease J. J. Castillo Alonso, «El taylorismo hoy: Arbor, num. 483, 1 987, p. 13. 49 Coriat, E/ taller ... , ob. cit., p. 8. 5o Ibid., p. 16. 47
En Ia fabrica
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ticamente- puede decirse que arranca de una situacion en la que «el cerebro del patron esta debajo de la gorra del obrero», para llegar a otra en la que «la oficina de estudios fabrica y el taller copia» 5 1 . En el origen de esa secuencia, los patronos de la primera industrializacion parecen haber intentado poner en practica dos disciplinas esenciales: de un lado, la generalizacion del putting-out system; de otro, en aquellas ramas en las que el primero no pudo ser instaurado, los sistemas de subcontratacion yfo de pago a destajo. Por medio del primero, el trabajador se veia privado del control sobre el producto de su trabajo: el patron, en contrapartida, se hacia a si mismo un hueco irremplazable entre aquel y el mercado, al _ tlempo que se aprovechaba de las condiciones de aislamiento en las que habitualmente tenia lugar el trabajo 52, Por medio de la subcon tratacion, ademas de ello, el patron introducia una fina, sutil y duradera cuiia en las filas de los poderosos sindicatos de oficio: «a falta de poder quebrantarlo o eliminarlo, se trata de utilizar al oficio contra si mismo» 53, Perfectamente ignorante de los saberes precisos para llevar adelante el proceso concreto de trabajo 54, y apenas capaz 5 1 La primera de las citas es de W. D. Haywood, F. Bohn, Industrial socialism; cit. en Montgomery, ob. cit., p. 21. He aqui Ia segunda in extenso; «en Ia industria contempor:inea, Ia producci6n --en aquello que tiene de esencial- se elabora desde arriba, y no en funci6n de los cuidados del obrero. Este no hace mas que acabar lo que otros han concebido para eJ. Son los hallazgos de estos los que vibran basta el extrema de los dedos del primero. "La oficina de estudios fabrica, el taller copia", tenia costumbre de decir un gran industrial frances, y no hay nada mas cierto que esta paradoja». G. Crespin, J. Wilbois, La direction des ateliers et des bureaux, Paris: Librairie Felix Alcan, 1927, p. xi. 52 Vease Marglin, ob. cit., p. 59. La pervivencia del putting-out rystem parece haber sido muy larga, sabre todo en algunas ramas: Ia combinaci6n de trabajo a domicilio, subcontrataci6n y pago a destajo conducira en algunas de elias -confecci6n, juguetes, etc.-, a! sweating rystem, de triste -y por cierto renovada- memoria. Veanse, por ejemplo, T. Cotelle, El sweating rystem: estudio social, Madrid: Saturnino Calleja, [190-?); y G. Meny, El trabqjo a domicilioy el trabqjo barato, Madrid: Saturnino Calleja, [190-?). 53 Coriat, E/ taller ... , ob. cit., p. 21. 54 Un informe frances de Ia segunda mitad del siglo X I X no deja de tener cierta gracia en su justeza a! respecto: «[ ...) los muy escasos conocimientos que Ia mayor parte de los fabricantes tienen de su oficio. Casi todos se encuentran entregados a Ia rutina de sus obreros; Ia ignoran basta en sus mas sencillos aspectos». G. Defaud, Memoire sur l'etat des forges de /'Empire; cit. en G. Noiriel, . A. Gramsci, «Racionalizaci6n de Ia producci6n y del trabajm>, en A. Gramsci, Antologia, Mexico: Siglo XXI, 1984, p. 476 (escrito entre 1 932 y 1935). 69 Lansburgh, ob. cit., pp. 9-10. Para un acercamiento a! debate acerca de Ia (des)cualificaci6n del trabajo, vease Sociologia del Trabqjo, num. 2, 1 980. Veanse tambien las discusiones sobre tecnologia y descualificaci6n en Sabel, ob. cit., pp. 92107.
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El paternalismo industrial
realmente especializados. El noventa y cinco por ciento restante son peones o, mas exactamente, obreros especializados en una sola operaci6n, de tal modo que hasta el individuo mas estupido puede aprender a ejecutarla en dos dias» 70. El examen de las estrategias patronales tendentes a producir la habituaci6n del trabajador desde la unica perspectiva de las tecnicas de disciplinamiento del trabajo presenta el interes includable de que permite ordenar esas tecnicas segun una secuencia que finaliza, inexorablemente, en Taylor y en la «organizaci6n cientifica del trabajo». Segun ese esquema, a partir de comienzos del siglo XX, y particularmente a partir de la primera guerra mundial, el taylorismo habria pasado a convertirse en paradigma disciplinario de aplicaci6n «universal» 71. Sin embargo, ese esquema parece simplificar excesivamente las cosas: apenas si permite examinar concretamente, en su complejidad hist6rica, los muy diversos modos reales de disciplinamiento emplea dos por los patronos antes -jy despues!- de Taylor, en las ramas en las que los «principios» tayloristas no fueron -�no pudieron ser?- aplicados. Ello es asi por cuanto ese esquema reposa sobre una reducci6n del campo de analisis. Una reducci6n que convierte a las disciplinas industriales en disciplinas de trabajo, en disciplinas de fabrica, olvidando que «los nuevos metodos de trabajo son insepara bles de un determinado modo de vivir, de pensar y de sentir la vida» 72. Olvidando, en definitiva, que la habituaci6n del trabajador reposa, a Ia vez, sobre tecnicas que son aplicadas en la fabrica y fuera de ella, sobre el trabajo y sobre el trabtljador. El taylorismo mismo no puede ser enteramente comprendido si no es sobre esa base, mas amplia, que hace de ei una relaci6n social 73. Una base que lo pone en
7.
Ya Marx habia 70 H. Ford, Ma vie et mon oeuvre, Paris: Payot, 1 924, pp. 98-99. seiialado que «a mediados del siglo xvm habia manufacturas en las que, para ciertas operaciones sencillas, pero que encerraban secretos fabriles, se daba preferencia a los operarios medio idiotas», Marx, El capital... , ob. cit., I, p. 295. Sobre los origenes del fordismo, vease tambien Sabel, ob. cit., pp. 56-58. formas y 71 «[ ... ] Ia aplicaci6n universal del taylorismo al trabajo en sus variadas etapas de desarrollo». Braverman, ob. cit., p. 106. 72 Gramsci, «Racionalizaci6n ... », ob. cit., p. 475. es el de 73 «El marco general en el cual creemos que ha de estudiarse el taylorismo una contribuci6n a! estudio de problemas y cuestiones sociales mas generales. ]. Estudiar el dentroyfuera de Ia fabrica [... ] a partir de Ia organizaci6n del trabajo». J. no se Castillo Alonso, ob. cit., p. 12. En el mismo sentido: , cuya as�gnacton reposaba sobre mv�sttgacwnes de equipos de soci6logos acerca de Ia vida . pnvada de los trabaJadore�. Veanse Mo�tgomery, ob. cit., p. 58; y Coriat, El taller. .. , . . o�. ctt., PP· 57-58. Dubreuil mega Ia reahdad de esa injerencia; vease H. Dubreuil, Mi vida e obrero en os Es:ados Unidos, Madrid: Editorial Espana, 1930, p. 148 (ed. en frances: 1930). Vease, sm embargo, R. Vrinat, L'effort industriel et social aux Etats-Unis' Paris: Albin Michel, 1927, pp. 93-94. 75 Ure, ob. cit. AI respecto, veanse las muy atinadas observaciones de Thompson en Thompson, La formacion... , ob. cit., 11, p. 253.
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El paternalismo industrial
mas bien, la forma de una panoplia, de un abanico de modos alternativos de disciplinamiento del trabajador, que cada patron adoptara -y adaptara- en funcion de factores historicos concretos. Considerar ese esquema abierto equivale a abandonar las comodas playas de la teleologia -y de la fascinacion de Taylor que conlle van- e ingresar en la historia. La propuesta de «ciclos disciplinarios» de Guademar parece situarse en esa direccion: «una vez admitido el papel de la disciplina de fabrica y de los modos de control del proceso de trabajo que la caracterizan, queda por plantearse el tipo de disciplina puesto en practica en cada tipo de empresa capitalista, en cada tipo de formacion social; plantearse el tipo de disciplina, es decir, la adecuacion de las formas disciplinarias a los objetivos productivos fijados en materia de acumulacion de capital y de reproduccion de las relaciones sociales de dominacion. La disciplina de fabrica no es una ni en el tiempo ni en el espacio» 76. Al respecto, Gaudemar ha propuesto una hipotesis que «intenta menos fundar una periodizacion del desarrollo capitalista que indivi dualizar una especie de largos ciclos de las tecnologias de domina cion capitalista y de sus aplicaciones en la organizacion de la produccion» 77• Esos ciclos se inician con el ciclo panoptico: «eS mas una tecnica de vigilancia que una tecnica de aplicacion de los cuerpos al trabajo»; «se manifiesta fundamentalmente como modo de obser vacion del trabajo del obrero, pero modo exterior al desarrollo del trabajo propiamente dicho, sin incidencia real sobre la forma en que el trabajador utiliza su fuerza de trabajo» 78. La radical debilidad de una forma disciplinaria tal plantearia, en algunas ramas particular mente, «la necesidad de renunciar a los viejos metodos disciplinarios e innovar» 79. Siempre segun Gaudemar -que retoma en este punto buena parte de las elaboraciones de Braverman-, esa innovacion abre dos grandes ciclos. Uno de ellos, el de disciplinamiento extensivo, remite a «una voluntad de disciplinar la fabrica disciplinando su exterior, [ ... a] una voluntad de reducir toda resistencia obrera mediante una doble estrategia de modelamiento, en el taller y en la casa» so. El otro 76 77 78 79 80
Gaudemar, «Preliminares. .. », ob. cit., pp. 1 14-1 15. Ibid., p. 99. Ibid., pp. 100-101. Ibid., p. 102. Loc. cit. Braverman, por su parte: «en este metodo de dominaci6n total,
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ciclo, diferente al anterior en tanto que paradigma, es el denominado por Gaudemar de disciplina maquinica, que reposaria, por su parte, sobre la maquina «en tanto que instrumento de objetivacion del proceso de trabajo» 81• Este ultimo ciclo, en su desarrollo extremo, conduciria al taylorismo. Hasta aqui Gaudemar. Su aportacion esencial reside, no tanto en el esfuerzo de sistematizaci6n que conlleva, cuanto en el hecho de sefialar -demasiado someramente, tal vez- que las disciplinas extensivas, de un lado, y las disciplinas maquinicas, de otro, se han desarrollado -en funci6n de la desigual incidencia de una serie de factores- de forma parale!a 82; las arenas movedizas de la locomoto ra de la historia pueden asi ser conjuradas, evitadas. Se trata, sin duda, de un esquema 83. Pero de un esquema fructifero por cuanto invita al analisis historico de las condiciones concretas (pais, rama, empresa, periodo) que conducen a los patronos cada patrono- a adoptar estrategias disciplinantes de uno u otro signo, en la hipotesis de «la existencia de una relacion esencial entre el modo de disciplinamiento y el modo de valorizacion del capital» 84. -a
8. Un analisis historico del tipo del que propone Gaudemar puede -y debe- ser abordado a diferentes escalas. A escala de formacio nes sociales, el estudio de Ia division internacional del trabqjo y de sus relaciones con los modos dominantes de disciplinamiento parece constituir un terreno particularmente fructifero: «el analisis compa rativo de las formas de disciplina y de organizacion del trabajo debe
econ6mica, espiritual, moral y fisica, reforzada por las constricciones legales y policiacas de una servil administraci6n de Ia justicia en un area industrial segregada, vemos Ia trayectoria de una compaiiia-pueblo [...] como uno de los sistemas mas ampliamente utilizados de control total antes del surgimiento del sindicalismo industrial>>. Braverman, ob. cit., p. 86. 81 Gaudemar, , ob. cit., pp. 102-103. Gaudemar propone un cuarto ciclo, el de disciplina contractual, en el que Ia interiorizaci6n de Ia disciplina provendria de una delegaci6n formal de poderes en manos de los sindicatos y organizaciones obreras. 82 Tras el ciclo pan6ptico, >. Ibid., p. 102. 83 Matizado, sin embargo: Ia noci6n de ciclo disciplinario >. Gaudemar, L'ordre ... , ob. cit., p. 147. 84 Ibid., p. 138.
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ser remitido a las condiciones de dominacion, de hegemonia y de competencia que estructuran al mercado mundial» 85. Gaudemar ha podido apuntar asi algunas de las hipoteticas razones que podrian explicar el predominio de los modelos panoptico y de disciplina miento extensivo en la Gran Bretaiia de la primera mitad del si glo XIX. Del mismo modo que ha podido mostrar en que forma el afianzamiento de Gran Bretaiia como «taller del mundo» a partir de los aiios sesenta del siglo XIX, y la constitucion del «nuevo sindicalismo» de masas ingles, han debido traducirse en un movi miento de transicion desde esos modos dominantes de disciplina miento hacia formas de disciplina contractuaJ 86. A esta misma escala, el estudio de las caracteristicas ideologicas y culturales de los diferentes paises no debe ser subestimada. Al fin y al cabo, esas caracteristicas constituyen uno de los espacios privile giados en los que se mide Ia legitimidad social de unos y otros modos de disciplinamiento . En esta linea, Gaudemar ha seiialado que el predomi no de formas de disciplinamiento extensivo, paternalista, en la Italia de 1 860 a 1 900 encuentra una de sus razones de ser en «el arraigo de la ideologia cristiana filantropica en los medios burgueses» 87. Lan des, por su parte, ha seiialado algo similar en lo que se refiere al conjunto de los paises europeos continentales a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX: «en sociedades con una fuerte tradicion feudal y seiiorial, el propietario de una empresa prospera tendia a considerarse a si mismo como seiior a la vez que patron, con los derechos y deberes que esta posicion lleva aparejados. Se sentia in loco parentis, trataba a sus obreros como menores de edad que necesitaban un tutor firme, y sentia cierta responsabilidad por su seguridad en el trabajo y su bienestar [ ... ] . En resumen, de lo que se trata es de un fenomeno habitual de legitimacion basado en la adopcion de un rol aceptable por la sociedad en conjunto» 88. Con todo, el analisis comparativo a esta escala dificilmente puede ir mas alla de un bosquejo simple, de grandes trazos. Otras vias, otras escalas, otros problemas parecen revelarse mas adecuados. Y en particular los que se refieren a la desigual division del trabajo por ramas y a las caracteristicas regionales y locales del mercado de 85 86 87 88
Ibid., p. 1 5 1 . W:ase ibid., pp. 133-136. Ibid., p. 139. Landes, Progreso ... , ob. cit., pp. 210-21 1 .
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trabajo. Esto es asi por cuanto uno y otro ambitos permiten abordar el estudio de los modos de disciplinamiento en relacion directa -y no ya mediada- con los problemas esenciales y concretos a los que los patronos habian de hacer frente: la movilizacion-fijacion de los trabajadores, de un lado, y su adecuacion productiva, de otro. La importancia que por separado tienen cada uno de esos factores ha sido seiialada ya 89. Pero su consideracion combinada -que es, no lo olvidemos, la forma en que se aparecen a cada patrono- no puede producirse si no es por la via de trabajos monograficos a escala de rama yfo region. AI respecto, Veltz ha propuesto un esquema de articulacion de las dos series de problemas. Una articulacion -y ello es su principal aportacion- de naturaleza historica, capaz de combinar secuencias temporales de analisis de rango diferente. Siempre segun Veltz, en tiempo largo, el desigual desarrollo de la division del trabqjo y, con el, el desigual peso entre ramas de los trabajadores de oficio y de los trabajadores no cualificados, consti tuiria la variable explicativa principal en el analisis de la adopcion por parte de los patronos de unos u otros modos de disciplinamiento y, particularmente, de unas u otras politicas de reclutamiento y estabilizacion de los trabajadores 90. El caso de la siderurgia es bien significativo al respecto: «la siderurgia del siglo pasado [ . . . ] se caracteriza por una division del trabajo muy polarizada entre el obrero de oficio de un lado, cuyo saber hacer no se adquiere mas que al cabo de un periodo largo de tiempo, y, de otro lado, los ayudantes, peones y obreros de fuerza de todo tipo, que gravitan alrededor del primero, y que pueden ser rapida y facilmente sustitu!dos. Asi pues, existe una mano de obra altamente estrategica, [ ... ] y de otro lado una mano de obra banal cuya movilidad no tiene mas que un impacto mny reducido. De tal modo que resulta evidente que unicamente la primera fraccion constituye -al menos al comienzo- el objeto de politicas de 89 Asi, por ejemplo, Topalov en lo que se refiere a Ia division del trabajo por ramas: «en tanto que el obrero de oficio sea el centro del proceso de trabajo, su movilidad sera para ei un medio esencial de resistencia a una patronal que intenta estabilizarlo. Por el contrario, cuando Ia mecanizaci6n progresa en una rama, elimina los oficios antiguos y constituye unos nuevos, Ia estabilidad se convertira en un objetivo de lucha de los obreros de oficim>. C. Topalov, «Para una historia "desde abajo" de las politicas sociales: invitaci6n a Ia investigaci6n comparativa internacio nah>, Ci11dad y Territorio, 1984(3), p. 48. 90 Veltz, ob. cit., p. 29.
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fijacion de tipo paternalista» 91 . Las transformaciones que la mecani zacion introduce -en tanto que sintoma de una mas avanzada division del trabajo- en la estructura de cualificaciones de las plantillas, en el sentido de una aceleracion de la tendencia hacia la uniformacion del trabajo productivo, haran innecesarias estrategias de ese estilo y plantearan la necesidad de su sustitucion por otras mas sesgadas hacia el control del proceso de trabajo en sentido estricto 92. Algo hasta cierto punto similar parece ocurrir en el caso de la mineria subterranea. Tambien aqui, una debil division del trabajo -y, correlativamente, una estructura de cualificaciones fuertemente contrastada, entre los obreros del interior y los del exterior- explica en lineas generales el fuerte desarrollo de practicas disciplinarias de corte paternalista extensivo 93. La diferencia respecto de la siderurgia reside en su desigual evolucion. Porque en el caso de la mineria subterranea -y exceptuando aquellos yacimientos de bancos y filones de excepcional potencia y regularidad-, las dificultades tecnicas de mecanizacion de las labores de arranque han impedido hasta epocas muy recientes el desarrollo de una profunda division del trabajo. El trabajador de oficio ha podido mantener, por tanto, una buena parte de sus saberes profesionales y, con ellos, de su autonomia funcional. Eso explica en buena medida Ia pervivencia generalizada en la mineria, hasta muy bien entrado el siglo XX, de estrategias patronales de corte paternalista, con debil interferencia en el proceso de trabajo. En cualquier caso, en tiempo corto, el peso explicativo de la desigual division del trabajo por ramas pierde operatividad analitica, por cuanto que, a esa escala temporal, el nivel de division del trabajo en cada rama puede ser considerado como practicamente invariante. A esta escala temporal, son las caracteristicas del mercado de trabqjo local y regional y «el estado general de estabilidad o de inestabilidad de la mano de obra que se deriva de sus modos de vida historicamente 91 92
En Ia ftibrica
determinados», los factores que pasan a presentar una relevancia explicativa de primer orden 94. Abundancia o escasez de mano de obra, y mayor o menor control de unas empresas u otras sobre el mercado de trabajo, se convierten en variables definitivas a la hora de entender las practicas concretas de disciplinamiento. Por encima de todas estas escalas y de todos estos factores, cortandolos oblicuamente a todos ellos, Ia resistencia obrera -consi derada en tiempo largo y en tiempo corto, a escala de formacion social y a escala regional y local- constituye, por cuanto modifica al resto de los factores, el last but no least factor de explicacion de la adopcion patronal de unos u otros modos de disciplinamiento.
Ibid., p. 35. Vease ibid., p. 36. Un esplendido trabajo acerca de las consecuencias que sobre
las cualificaciones de Ia siderurgia lorenesa tienen las transformaciones tecnol6gicas puede consultarse en G. Noiriel, «>. Marx, El capital... , ob. cit., I, pp. 480-481 . Vease tambien Marx, Trabajo... , ob. cit., pp. 27-28. 3 Para Ia cultura obrera Ia taberna parece haber sido. algo mas y algo menos que un simple Iugar de consumo de alcohol. Vease por ejemplo D. Evrard, F. Portet, , Milieux, num.1 8, 1 984, pp. 9-14. 4 Herencia en muchos casos de las organizaciones gremiales, las sociedades de socorros mutuos tuvieron sede durante mucho tiempo en tabernas: , Estudtos de 1984(3), p. 8. . . el nacimiento de Ia 36 J. L. Peset, , los de fundado en buenos reglamentos y dirigido por personas amigas en Espana obreras nes asociacio las y mo pauperis >, Estudios de Historia Social, nums. 1 0- 1 1 , 1979, p. 351
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llamados "protectores" -de extracci6n burguesa- viene a ser Ia regia implicita» 39. Nada esperaban los obreros, pues, de esas filantr6picas iniciati vas; su resistencia es buena prueba de ella. Como tampoco parecen haber esperado mucho de Ia intervenci6n estatal: «Ia posibilidad de pedir una colaboraci6n al Estado no se suele evocar ni entre elias [las sociedades de socorros mutuos] ni en Ia prensa obrera radical» 4o. La resistencia de una parte de las organizaciones obreras a las primeras normativas de lo que, andando el tiempo, constituiran los sistemas de seguridad social es igualmente significativa. En Francia, ni las medidas de politica social de Luis Napoleon parecen haber alcanzado «Ia colaboraci6n de los interesados» 41 , ni Ia instauraci6n en 1910 del seguro obligatorio, y en 1930 del seguro de enfermedad, podran evitar Ia resistencia de fracciones importantes de las organizaciones obreras 42• Alga similar parece haber ocurrido en Gran Bretaiia con la Old Age Pensions Act de 1908, y con Ia National Insurance Act de 191 1 43, para no hablar de Alemania, en donde los socialistas, durante mucho tiempo, se manifestar:in publicamente en contra de todas y cada una de las medidas de politica social dictadas par Bismarck, que constituian el «mas avanzado programa de seguridad social conocido hasta entonces» 44. Con esa indiferencia 'y resistencia generalizadas, las organizacio nes obreras expresaban su voluntad de autonomia en la gestion de sus problemas de vida -e, indisolublemente, de lucha- y en la definicion de sus propias necesidades. Asi lo expresaban, par ejemplo, los representantes obreros comisionados para visitar la exposicion universal de Paris, en 1 867: «existen compaiiias o socieda des industriales que parecen haber hecho alga en intere:s del obrero, organizando par ejemplo economatos en los que se encuentra todo tipo de alimentos, [ . . . ] o cites obreras, o iglesias ( ... ] . Aun reconocien-
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Raile, ob. cit., p. 1 1 . . J. Donzelot, >. S. Buder, Pullman: an experiment in industrial order and communiry planning, 1880- 1930, Nueva York: Oxford University Press, 1967, p. 44 (cursiva mia). Vease tambien Watkins, ob. cit., p. 578. 1 4 , Murard, ob. cit., p. 103. 18 E. Prat de Ia Riba, Leyjuridica de Ia industria, 1 898; cit. en Terradas Saborit, ob. cit., p. 29. Prat de Ia Riba era un firme defensor del >, variante catalana del paternalismo industrial. . Reid, ob. cit., p. 582. 1 9 C. Cestre, L'usine el /'habitation ouvriere aux Etats-Unis, Paris: Ernest Leroux,
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moralizacion, en suma. Porque era precisamente ese ti�rmino, el de «moralizaciom>, el que en el discurso paternalista servia para desig nar la segunda meta del programa: Ia produccirin de un hombre nuevo 20• A su modo, los patronos paternalistas participaban de esa frenetica produccion de eutopias que seiiala el pasaje de un mundo en descomposicion a un orden nuevo 21 • Por medio de las «obras sociales» patronales, el obrero, encarnacion de toda inhumanidad, se veria elevado a la condicion de hombre: domiciliado, laborioso,
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1921 , pp. 133-134. En relaci6n al proyecto de >, Espaces et Sociitis, num. 40, 1982, p. 72. 44 «En Saint-Colombe domina un tipo particular de relaciones, que se encuentra tambien en Le Creusot y en otras pequefias ciudades concentradas en torno a una sola industria. [. .. ] Las relaciones jerarquicas y las relaciones profesionales se confundem. F. Loux, Le passe dans I'avenir: conduites economiques ouvrieres en milieu rural, Paris: G. P. Maissonneuve et Larose, 1974, p. 3 1 . Vease tambien Terradas Saborit, ob. cit., p. 1 64. 45 «En Ia company town [ ... ] existe algo asi como un tono intangible que [ ... ] debe ser descrito como Ia completa saturaci6n de Ia ciudad, sus habitantes y alrededores por Ia empresa>>. Allen, ob. cit., p. 106. 46 «La caracteristica central de las instituciones totales puede describirse como una ruptura de las barreras que separan de ordinaria estos tres ambitus de Ia vida [ dormir, jugar y trabajar]. [En elias] todos los aspectos de Ia vida se desarrollan en el mismo Iugar y bajo Ia misma autoridad unica>>. E. Goffman, Internados: ensqyos sobre Ia situacion social de los enfermos mentales, Buenos Aires: Amorrortu, 1 970, p. 1 9 (ed. en ingles: 1961). 47 Ello es lo que ha permitido a algunos autores comparar las comunidades paternalistas con las comunidades rurales campesinas. Veanse, por ejemplo, Remy, ob. cit., p. 99, y Allen, ob. cit., p. 105. 48 «Si las cites obreras reactualizan Ia relaci6n entre espacio de Ia prod1.1cci6n y
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puertas, simbolo de la censura entre trabajo y vida, se convertian en filtro, en valvula. En torno a ese punta nodal, que separa y reune, se constituia el edificio paternalista. Ahi anidaba su mas vital latido: «he aqui el secreta de Le Creusot ( ... ]; la ciudad y la fabrica son dos hermanas que han crecido bajo la misma tutela» 49. Una hermana mayor y otra pequena, sin embargo: con la constitucion de un poder unificado sabre el trabajo y la vida de los trabajadon;s, esta se convertia en escenario del despliegue de aqu€:1 50; en reproduccion, en suma. AI tiempo, la no-fabrica devenia capital fijo 51 • Curiosa forma de capital fijo, exterior a la fabrica. Correlativa, ademas, de una no menos curiosa forma de salario; porque ese capital fijo que son las «obras sociales» paternalistas debia aparecer, a la vez, como salario indirecto 52 . Y debia hacerlo para no poner en peligro al edificio paternalista. Porque si, en el marco de la logica liberal, el salario sin mas, el salario directo, expresa el precio del trabajo, ella equivale a que, en consecuencia, ese salario consti tuye un derecho del trabajador; del mismo modo que el usa que el trabajador haga de ei. La relacion !aboral liberal se agota en ese
espacio de Ia reproducci6n, ello ocurre con el {mico objetivo de extender a! segundo el control aplicado a! primerm>. R. Butler, P. Noisette, De Ia cite ouvriere au grand ensemble: Ia politique capita/isle du logement social, 1815- 1975, Paris: Maspero, 1977, p. 54. La fabrica deviene . Guiotto, ob. cit. 49 Reybaud, ob. cit., p. 36. Acerca de los poblados y demas instituciones patronales en Le Creusot, veanse algunos trabajos recientes en B. Clement, B. Rignault, D. Sauvageot, >. Gaudemar, L'ordre ... , ob. cit., P· 1 1 . 56 Vease L. Urteaga, «El pensamiento higienista y Ia ciudad: Ia obra de P. F. Monlau (1 808-1871)>>, en Urbanismo e historia urbana en el mundo hispano. Segundo Simposio. 1982, Madrid: Universidad Complutense, 1 985, 1, pp. 397-412. 57 Por ejemplo, en el IX Congreso Internacional de Higiene y Demografia (Madrid, 1898) figuran como asistentes los siguientes ingenieros de minas espanoles: Lucas Mallada, Eusebio del Busto, Horacio Bentabol, Ramon Alonso, Angel Herrero de Tejada, Rom:an Oriol. Vease «El Congreso de Higiene y Demografia>>, Revista Minera, 1898, p. 137. Los arquitectos, sobre todo, se sentiran fascinados por Ia higiene: «siendo indiscutiblemente un hecho que el titulo de arquitecto lleva consigo aparejado el de higienista [ ... ]>>; . M. Bertran, , Arquitectura y Construccitin, 1 906, pp. 330 y 334. La corriente de los arquitectos higienistas, representada en Espana por Mariano Belmas, arquitecto y secretario, durante sus anos iniciales, de Ia Sociedad Espanola de Higiene, constituye una buena muestra de esa confluencia. 58 >, Debats, num. 1 3, 1 985, pp. 52-69. 84 «La fabrica no inventa nada. Imita a !a manufactura, !a cual combina ella misma !a herencia del convento o del cuartel con sus propias necesidades>>. Perrot, «De !a manufacture...>>, ob. cit., p. 4. 85 L. Simonin, Les cites ouvrieres de mineurs, Paris: Librairie de L. Hachette, 1867, p. 1 5.
86 La imagen de !a fabrica-fortaleza ha saltado, de !a mano de Julio Verne, a! terreno literario: !a Stahlstadt de Los quinientos mil/ones de Ia Begum no es otra cosa que una transposici6n literaria de las fabricas Krupp. Una lectura inteligente de esta novela, en lo que se refiere a aspectos tratados en este trabajo, en C. Kazmierczak, «Du bon usage des cinq cents millions de !a Begum>>, Milieux, num. 22, 1 985, pp. 4853. Otra descripci6n novelesca de las fabricas Krupp y de su organizaci6n, en G. Leroux, Rouletabille en las ftibricas Krupp, Madrid: M. Aguilar [1 92-?]. Sobre las instituciones patronales de los Krupp, veanse Meakin, ob. cit., pp. 364-372; y M. Geitel, «Alfredo Krupp y !a fundici6n de Essem>, La Ilustracion Moderna, 1 893, pp. 583-589, 609-613, 641-645 y 673-677.
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catalanas, los capataces-sargentos y los ingenieros-oficiales de la fabrica-fortaleza se veran sustituidos por los capataces-hermanas y los ingenieros-madres. Por su parte, la arden se vera relegada en beneficia de la regia 87. El poblado paternalista, Ia fabrica-ciudad, no sera ni una cosa ni otra. Sin embargo, ambas, la fabrica-fortaleza y la fabrica-convento, lo masculino y lo femenino, alientan en ei, en su genealogia 88. Aun despojados de sus aspectos mas evidentemente regimentados, ambos modelos continuaban siendo utiles al programa paternalista. Con razon, ya que ambos reposan sabre dos procedimientos que tenian interes para este, que constituian sus bisagras espaciales fundadoras: de un Iado, el establecimiento de una cesura respecto del mundo exterior; de otro, la organizacion interior del espacio con arreglo a rigurosos principios de reunion y separacion. El poblado paternalista, en efecto, instauraba una definida relacion entre el dentro y el fuera, una relacion de naturaleza esencialmente defensiva. Considerado el exterior como venera de todo mal, de lo que se trataba era de preservar del contagia a los trabajadores, a los internos 89. Resultado de la ampliacion del poder patronal mas alla de las puertas de la fabrica, el poblado paternalista extendia al espacio de vida el ritmo regulado de aberturas y cierres que caracterizaba a aquella: «las cercas de las fabricas no deben presentar mas que una o unas pocas aberturas; estaran dispuestas de tal modo que durante el trabajo toda comunicacion clandestina entre
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87 Una descripcion del reglamento de algunas de las fabricas-convento de Ia zona de Lyon, en Simon, L'ouvriere, ob. cit., pp. 54-59. La reproduccion de uno de ellos en P. H. Dejean, >, Le Mouvement Social, 1 983 (4), p. 1 62. Para una descripcion de los dormitorios y refectorios de Ia fabrica-convento de los hermanos Scrive, en Marquette, vease E. Muller, Habitations ouvrieres et agricoles, cites, bains et lavoirs, societis alimentaires, Paris: A. Morel, 1 855-56, pp. 191-194. A comienzos del siglo XX todavia existian -y se construian- fabricas-convento: Ia descripcion de una y los pianos, en Maniguet, ob. cit., pp. 21 1-215; o tambien en R. Llatas y Riera, >. R.
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paternalista se proyectaba tambien -por ello mismo- fuera de la historia: «se ha escrito que los pueblos felices no tienen historia· de la poblaci6n Colonia Giiell se podria decir que no tiene ni much� ni poca» tot. Lugar sin espacio, instante sin tiempo, el poblado paternalista se convertia en una quimera, en un juguete toz , en una entidad radical mente aparte: «Le Creusot no es meramente una fabrica' es un verdadero mundo apartn> to3 . Una heterotoe_ia 104, en fin. En tanto que tal, el poblado paternalista aspiraba a contenerlo todo, a co�figurarse com? un mundo completo, circular, replegado sobre s1_ m1smo, autosufictente: «un pequefio universo», en suma to5 . �n universo ordenado, sin embargo; hacia dentro, ese mundo en . ese diorama, se organizaba con arreglo a un principio mtmatura, reg�lador, de acuerdo con una racionalidad que, a Ia vez, agrupaba y _ y separaba. analtzaba, reunza Reunia, en primer lugar, los espacios de vida y trabr.ljo de los obreros 106• Pero ya no la manera antigua. En la fabrica-fortaleza 0 en �a fa�rica-conv.en�o amb os espacios aparecian reunidos por su _ en ocasiones, por su agrupaci6n m �edtata prox1m1dad e mcluso, . baJo un m1smo techo; desde este punto de vista, esas formas no eran 29.
Owen, A catechism and the new view of sociery and three adresses' 1 81 7· recogido en Owen ' ' Vida ... , ob. cit., p. 136. 101 M. d'Esplugues, E/ primer comte de Giiell, 1912; cit. en Terradas Saborit ob. . Cit., p. 13. La misma aspiraci6n en las utopias: «del mismo modo que Ia clausu�a es ms�parable �e Ia idea de perfecci6n, Ia perfecci6n es inseparable de Ia destrucci6n de Ia tdea de ttempo. En Utopia se vive tambien en Ucronia». M. Nembrado «Les categories de l'imaginaire utopique», Espaces et Socii/is, num. 32-33 1980 p. 27 . 102 Los pobiados mmeros . de Anztn «se parecen de lejos a esas casitas 'de madera que los co�erciantes alinean en sus escaparates». G. Michel, Histoire d'un centre ouvrier: (les concesstons d'Anzin), Paris: Librairie Guillaumin et Cie., 1891, p. 266. 103 V. T�rgan, �es grandes usines, 1 866, VI; cit. en Murard, ob. cit., p. 27, nota 18. «La coloma mdustrtal ha de constituir una sociedad aparte». Prat de Ia Riba, ob. cit.; cit. en Terradas, ob. cit., p. 31. 10� Vease Foucau!t, «Des espaces ...», ob. cit. Sobre Ia noci6n de heterotopia, esen�tal en el pensamtento de Foucault, vease G. Teysson, «Eterotopie e storia degli spacm, en II dispositivo... , ob. cit. 105 «C�nstru endo tod � partir de Ia nada, [Charles de Wendell] hizo surgir � alii ? un pequeno umverso!'· Sedtllot, ob. cit.; cit. en Murard, ob. cit., p. 2 1 . Saltaire aparece como «un microcosmos industrial y social, una unidad social e industrial completa». Dewhirst, «Saltaire», ob. cit., pp. 1 35 y 139. 1 06 «La residencia [del patron] en los lugares de trabajo constituye uno de los elementos esenciales del paternalismo». Perrot, «De Ia manufacture.... », ob. cit., p. 8. ·
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otra cosa que un desarrollo simple de la unidad espacial trabajo residencia que caracterizaba al taller artesanal. El poblado paternalis ta, por el contrario, procedia, mas bien a la separacion fisica de esos espacios. Actuaba, pues, funcionalmente, a traves de un zoning mas o menos estricto que aseguraba, en todos los casos, la inexistencia de promiscuidad y confusion entre espacio de la produccion y espacio de la reproduccion 1 07• Fisicamente separados, ambos espacios eran, a la vez, reunidos politicamente a traves de su gestion unificada. Espacialmente, esa reunion se expresaba como disefio de conjunto, como plan. Un plan curioso, sin embargo, muy diferente del plan escenografico que aseguraba la unidad de las manufacturas diecio chescas a traves de la produccion de un juego de miradas que condudan centripetamente a un punto. En el caso del poblado paternalista, por el conttario, el plan era, precisamente, su estudiada ausencia. El poblado paternalista, en efecto, muy raramente se expresaba como escenografia. La impresion que producia era, mas bien, la de desorden: «si hay que decirlo todo, nada se encuentra bien ligado en las diversas partes que componen esta aglomeracion [de Le Creusot]; cada una de elias ha sido dispuesta un poco al azar, como un cordon irregular en torno a los dominios de la fabrica» tos . Esa ausencia de escenografia, esa «falta de simetria» 1 09, desorientaba, en el mas estricto sentido del termino. Esa era, tal vez, su funcion: en el poblado paternalista el poder patronal se disolvia, no se exhibia --a no ser simbolicamente- a la mirada de los otros u o . El era, mas bien, el que, centrifugamente, miraba, observaba, vigilaba. Anonimo e inlocalizable, invisible, se encontraba, sin embargo, discreta y permanentemente presente 111• En el poblado paternalista, primer 107 En Ia cite del Grand Hornu, >, en La question du iogement et fe mouvement ouvrierJranrais, Paris: Les Editions de La Villette, 1981, p. 22 5 J. Siegfried, , en Congres International des Habitations a Bon Marche (1900, Paris), Compte-rendu et documents du Congres ... tenu a Paris les 18, 19, 20 et 21 Juin 1900, Paris: Secretariat de Ia Societe Frans:aise des Habitations a Bon Marche, 1 900, p. 1 83. Jules Siegfried, animador del movimiento internacional de casas baratas, sera el responsable de Ia ley francesa de 1894 sabre ese tema. 3
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amontonados infinidad de individuos; y ved:is en horrible e inmoral consorcio (aunque sea vergonzoso decirlo) dormir en un mismo . !echo al padre y a la madre, al robusto bracero y a_ !a J �Ven doncella, . al nifio de pocos meses y al anciano sexagenano» . El tuguno, ademas, estimulaba la imprevision y el gasto desordenad? : «�uando , dade se fuerza a un obrero a vivir en un medio malsano, sera_ mutt! un salario elevado: se puede estar seguro de que se converti�a en imprevisor, Iuego en derrochador, y finalmente en un pobre m� sera ble» 7. Desde un punto de vista moral, en fin, el tuguno se continuaba en la taberna: «aquel que al volver a su casa no encuentra mas que un miserable tugurio, sucio, desordenado, en el que no s� respira otra cosa que un aire nauseabundo y malsano, no podra encontrarse a gusto en el, y lo abandonara para pasar en la taberna una gran parte del tiempo del que dispone» 8• En la taberna, ese lugar privilegiado de la sociabilidad y de la cultura obr�ras, el , ya trabajador gastara el dinero que debia atender a su reproduccwn _ la de su familia afiadiri el alcoholismo a las enfermedades contra1das en la vivienda insalubre y -lo cual no es menos importante- hara planes contra su patron. En la taberna, en efecto, >, International Review of Social History, 1980(2), p. 152.
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en familias resultaba doblemente importante en condiciones de debil institucionalizacion de la transmision de los saberes profesionales. En el caso de la mineria, por ejemplo, la privilegiada posicion funcional del trabajador de oficio hacia que, en la mayor parte de las ocasiones, esa transmision se produjese de padre a hijo: «en las familias de mineros, el amor por el trabajo subterraneo [ ... ] se transmite de padre a hijo» 18. De ahi que, a efectos de reclutamiento, «apenas se pueda contar con otra cosa que los hijos de mineros» 1 9, La constitucion de la familia obrera debia asegurar, en esos casos, el control patronal sobre el reclutamiento de los trabr.ijadores y sobre la transmisirfn de los sabereS)).' «no se improvisan los mineros. Es preciso que se acostumbren desde jovenes a las duras fatigas y a la disciplina casi militar que reina en las labores subterraneas. El mejor modo para alcanzar este objetivo es fundar sobre la mina misma [ ... ] la honesta familia del trabajador» zo . Por diferentes motivos, pues, la ausencia de vida de familia concentraba, con razon, los dardos mas acerados de la critica paternalista. En el fondo, la «cuestion social» no era otra cosa: «existe en nuestra organizacion economica un vicio terrible [ ... ] que es preciso veneer a cuaquier precio si no queremos perecer: la supresi6n de la vida de familia» 21 , Arrancaba de esa consideracion la persistente y despiadada critica paternalista del obrero soltero: representante de la movilidad sin tregua, vagabundo del trabajo 22, el obrero soltero encarnaba la inestabilidad laboral, la predisposicion a 1 8 M. Gruner, Observations presentees... d Ia Commission d11 travail de Ia Chambre des dip11tis, 1901 ; cit. en Benoist, ob. cit., 1, p. 207. Algo similar parece ocurrir en el caso
de Ia siderurgia, todavia a finales del siglo XIX; veanse Noiriel, >, ob. cit., pp. 34-35; y 0. Hardy-Hemery, >. ]. Costa, , Boletin de Ia Instit11cion Libre de Ensenanza, 1 882, p. 166.
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la enfermedad -fisica y mental- 23, la imprevisi6n 24, la afici6n a la taberna, la sexualidad esteriJ ZS. A grandes males, grandes remedios. La politica familiar, la restauraci6n de la vida de familia, rota por la industrializaci6n capitalista, se convierte en medio privilegiado de fijaci6n y discipli namiento de las masas obreras, en matriz disciplinaria de moraliza ci6n. Esa estrategia de moralizacion, que trataba de reconstruir la familia obrera sobre bases nuevas, llevaba en si misma la soluci6n de los problemas sociales: «el medio mas seguro para triunfar sobre el pauperismo es el de habituar a los obreros a la vida de familia» 26. Hacerlo equivalia a redefinir el lugar de la mujer en relaci6n con la pareja producci6n-reproducci6n. Hacia mediados del siglo XIX, las contradicciones generadas en el ambito de la reproducci6n de la fuerza de trabajo conducia a que, cada vez en mayor medida, la mujer en tanto que trabajadora se enfrentase a la mujer en tanto que esposa, madre y ama de casa. La mujer, una nueva mujer, pasara entonces a ocupar un lugar central en las estrategias de familiariza ci6n 27. No en vano «la mujer es toda la familia, ya que es la que hace agradable a la familia, la que educa a los nifios en las virtudes y deberes de la vida domestica» 28. Situar a la mujer en el centro de la familia regenerada implicaba necesariamente arrancarla del trabajo fuera del hogar: «restab1ecer la vida de familia sin comenzar por reconducir a la mujer y a la madre a la vivienda es, sin duda, una
32.
23 Los higienistas disponian a! respecto de argumentos convincentes: «el matrimo nio es favorable a Ia salud y a Ia longevidad»; «el celibato voluntario, abrazado por egoismo 6 por libertinaje, es contrario a Ia longevidad». P. F. Monlau, «De Ia duraci6n de Ia vida>>, El Monitor de Ia Salud de las Familias y de Ia Salubridad de los Pueblos, 1 860, p. 135. . J. Gine y Partagas, Obras escogidas, 1903; cit. en Alvarez-Uria, Miserables... , ob. cit., p. 328, nota. 24 > L'Ar�hitettura, 1978, .PP · 467-474; R. Schezen, , en Jornadas sobre Ia proteccion y revalorizacion del patrimonio industrial (las. 1982, Baracaldo y Bilbao), I ]ornadas sobre fa protecciOn y revalorizacitfn... Bilbao: Departamento de Cultura del Gobierno Vasco, 1 984, p. 360. 83 Simon, L'ouvriere, ob. cit., pp. 374-375. «La intromision de un extraiio en Ia familia presenta inconvenientes y peligros demasiado graves como para que Ia 82
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lar de un extrafio por el espacio interior de Ia vivienda familiar. S� erradicaci6n se producira por dos vias. Una de ellas era de caracter normativo: en Mulhouse, «Ia Sociedad impone al inquilino -que declara someterse a ello- Ia prohibici6n expresa de no subarrendar ni en todo ni en parte de Ia cosa arrendada» 84, En el caso de que Ia vivienda fuese vendida -y no ya alquilada-, esa prohibici6n, aunque atenuada, seguia presente: el comprador, en efecto, debia aceptar Ia condici6n de «no poder arrendar a una segunda familia, sin permiso de Ia Sociedad vendedora, una parte de Ia casa vendida, a fin de que no haya nunca dos familias en la misma vivienda» 85 . AI !ado de Ia prohibici6n, el ajuste de Ia superficie uti! de cada tipo de vivienda al tamafio de las familias: «los organizadores de Ia cite de Mulhouse habrian podido hacer viviendas mas amplias sin demasia do gasto; pero no lo han querido asi, a fin de evitar las tentaciones del subarriendo» 86• aconsejemos>>. Muller, Les habitations... , ob. cit., p. 100. En Pullman City, Ia empresa veia con malos ojos Ia presencia de huespedes; vease Buder, ob. cit., pp. 78-79. Cuan do Ia costumbre o Ia necesidad obreras de subalquilar una habitacion se revelen excesivamente arraigadas, los ideologos paternalistas preconizaran separar una habita cion de Ia tasa con entrada independiente. Vease Donzelot, La policia... ob. cit., p. 44. 84 Art. 2.0 del contrato de alquiler; reproducido en Muller, Habitations... , ob. cit., p. 141. Lo mismo en las minas de Lens; vease Orientaciones... , ob. cit. 85 Condicion 8.• del contrato de venta; reproducido en Muller, Les habitations... , ob. cit., p. 144. Era esa una condicion impuesta por Ia comision imperial que debia informar acerca de los proyectos que solicitasen acogerse a los beneficios de los decretos de 22 de enero y 27 de marzo de 1 852: «debe ser impuesto a Ia Sociedad el que ninguna de estas casas pueda ser ocupada mas que por un solo hogar, formado por el padre, Ia madre y los hijos>>. «Rapport de Ia Commision des Logements d'Ouvriers, concernant Ia creation d'une Cite ouvriere a Mulhouse (Haut-Rhin), sur les plans et clevis presentes par M. Emile Muller, architecte de Ia Societb>; reproducido en ibid., p. 103. 86 Simon, L'ouvriere, ob. cit., p. 374. De lo que se trata es de «Concebir una vivienda lo suficientemente pequeiia como para que ningun extraiio pueda habitarla>>. Donzelot, La policia... , ob. cit., p. 44. La exclusion de los huespedes exigia de Ia concepcion de un habitat especifico destinado a los obreros sin familia y, en particular, a los solteros. La primera condicion de ese habitat ha de ser su aislamiento con respecto a las viviendas familiares: en Mulhouse, «Ia cite ha sido pensada ante todo para la familia. [ ... ] De lo que se trata es de apartar a las gentes desordenadas, a los habituales de las tabernas>>. Simon, L'ouvriere, ob. cit., pp. 375 y 376. Una vez segregados, el inmueble colectivo, contraproduce para las familias, parece ser -debidamente dispuesto-- lo adecuado para los solteros: en muchos lugares «se han construido para ellos grandes casas comunes, que han tenido a veces el inconveniente de los cuarteles [ ... ], pero inconvenientes menos grandes ya que aqui no hay ni mujeres ni niiios>>. Simonin, Les cites... , ob. cit., p. 33. El modelo de tales inmuebles
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Expulsados los extraiios, el espacio todo de la vivienda se constituia en territorio privado de la familia. En la organizacion de ese territorio nada sera dejado al azar. La distribucion de los espacios sera llevada a cabo con arreglo a estrictos principios de division, de separacion. Separacion de funcionesJ en primer lugar: frente a la promiscuidad y mezcolanza del tugurio, en el que se comia, se dormia, se hacia el amor y se leian folletones en un mismo lugar, un zoning riguroso. Los retretes, recuperados para el interior de la vivienda desde los patios y corredores de los inmuebles colectivos, seran separados de la cocina y, en ocasiones, de nuevo lanzados al exterior -si bien, ahora, privativamente: en las viviendas unifami Iiares de Crespi d 'Adda, «a la derecha de la casa hay un pequeiio soportal con un lavadero, y a continuacion la letrina, que se ve asi completamente separada de la vivienda» 87. Dormitorios y cocina seran cuidadosamente separados en beneficia de la higiene -y, para obreros solteros sera triple. El cuartel obrero mismo de los primeros tiempos, en primer Iugar: «Se han transformado los cuarteles de los primeros tiempos en habitaciones amuebladas para solteros». Simonin, La vie... , ob. cit., p. 266. Pero tambien el convento: en Mulhouse , en J. Maluquer y Salvador, Una campaiia e n pro del seguroy de Ia prevision popular: publicaciones y trabajos, Madrid: Sobrinos de Ia Sucesora de M. Minuesa de los Rios, 1930, II, p. 65. 1 1° Costa, Instituciones.. , ob. cit., pp. 12-13. . Ibid., pp. 93-94. 1 1 1 Simonin, Les cites... , ob. cit., p. 28. 1 1 2 Simon, L'ouvriCre, ob. cit., p. 382. 1 1 3 «La utopia burguesa y pequenoburguesa de proporcionar a cada obrero una casita en propiedad [ ... ]>>. Engels, ob. cit., p. 19. Para una discusi6n de las posiciones de Engels, a! respecto, vease M. Edel. . International Journal of Urban and Regional Research, 1982 (2), pp. 205-222. 1 14 Vease Miiller, Les habitations... , ob. cit., p. 215. En 1 899 una cuarta parte de las viviendas de Mulhouse habla sido revendida. Vease Engel, ob. cit., p. 358. 1 1 5 Veanse Delcourt, ob. cit., p. 149; y Miiller, Les habitations ... , ob. cit., p. 215. En 1 905 podia escribirse: >. Gide, Economie... , ob. cit., p. 204. Vease en el mismo sentido Schiavi, ob. cit., p. 1 39.
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«si yo hubiera vendido los solares a mis trabajadores al comienzo del experimento, yo habria corrido el riesgo de ver instalarse alii a familias no suficientemente acostumbradas a los habitos que deseo desarrollar en los habitantes de Pullman City, de tal modo que todo lo buena de mi trabajo se habria vista comprometido por su presencia» 1 1 6, De ahi que, por lo general, «la mayor parte de los industriales se contente con alquilar las viviendas a su obreros» 1 1 7 • �Por que, entonces, ese machacon discurso patronal sabre las bendiciones de la vivienda en propiedad? Porque no era la propiedad en si misma la que habria de moralizar al hagar familiar, sino mas bien el acceso a ella. Porque no era el final del camino lo que importaba, sino mas bien el camino mismo y la fascinacion que habria de generar el espejismo que se vislumbraba al final. Fijacion, ahorro, vida de familia, conservadurismo no eran productos de la propiedad, sino mas bien de > 1 1 8, No se sabe administrar adecuadamente una proptedad de la noche a la manana; la conversion del obrero en hombre exigia de un largo camino de iniciacion y de aprendizaje: «la propiedad del suelo es una tierra de Canaan a la que no se puede llegar si no es tras una larga serie de pruebas» 1 1 9 . Como en tantos otros extremos, el discurso y la practica patronales sabre la propiedad de la vivienda era, entonces, una padagogia de humanidad; el obrero, en consecuencia, un peregrina, un catecumeno. De ahi que fuese «sabio para el industrial actuar con precaucion si es que tiene el proyecto de convertir al obrer? e? propietario» 120. Esa precaucion debia ser doble. De un lad? , dtscr! minante: el grado de avance de cada obrero en el largo cammo hac1a la propiedad debia ser cuidadosamente vigilado, minuciosamente 1 16
Declaraciones de George M. Pullman, 1 890; cit. en Buder, ob. cit., p. 83. Miiller Les habitations... , ob. cit., p. 215. Tal es el caso en Ia region minera del norte de Fra�cia: . Delcourt, ob. cit., p. 149. >. Michel, ob. cit., p. 243. 1 1 8 J. Siegfried, La misere: son histoire, ses causes, ses remedes, 1877; cit. en Favardin, ob. cit., p. 58, cursiva mla. . 1 1 9 F. Le Play, La methode de Ia science sociale, 1879; cit. en Butler, ob. Clt., p. 122. 1 2o Miiller, Les habitations... , ob. cit., p. 214. 1 17
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medido. El final y efectivo acceso a la propiedad debia producirse como premia a un esfuerzo prolongado y, sobre todo, como ejemplo para los demas: las viviendas serari vendidas «a los mas meritorios lo que constituira un estimulo para los obreros» 1 21 . De otro lado: el acceso a la propiedad de la vivienda debia ser cuidadosamente dosificado, a fin de que el aprendizaje del obrero pudiese producirse paulatinamente; la solucion estaba «en el sistema de la propiedad diferida, que consistia en exigir del obrero una especie de periodo de formacion a lo largo del cual se habituase poco a poco y en etapas a los gozos y cargas de la propiedad. De esta forma, una vez que el obrero se convertia en propietario, «ha tenido tiempo suficiente para probar su perseverancia y para mostrar que era ahorrativo y previsor; ofrece ya todas las garantias deseables: se le puede conceder el derecho de usar y abusar» 122. Hasta ese feliz momenta, el patron debia reservarse, por su propio bien -que, sin duda, no era otro que el del obrero mismo-, el derecho a que esa propiedad diferida fuese, a la vez, una propiedad intervenida, una juridicamente incomprensible semipropiedad: en Mulhouse -que, tambien en este aspecto, constituia un modelo- los contratos de venta estipulaban todo un conjunto de limitaciones que hacia que «los obreros adquirentes de las casas [ . . .] no fueran apenas propietarios» 123 . Un espacio sabiamente diseiiado y una pedagogia moral adecua da: he ahi la soluci6n al problema de la vivienda, a la disolucion de la familia, a la «cuestion social» en suma. Pero no deja de ser sor prendente que del mismo modo que la condicion de emergencia de la vida de familia residia en el aislamiento de sus miembros la condicion para que la propiedad de la vivienda actuase beneficarr:en te sobre estos residia precisamente en su negacion. 1 21 Delcourt, ob. cit., p. 149. En 1890 Pullman concibi6 Ia idea -no llevada a Ia practica- de promover Ia construcci6n de otra ciudad en Ia que algunas familias aventajadas pudieran construir sus propias viviendas en Ia forma que estimasen conveniente. Vease Buder, ob. cit., p. 83. 1 22 Lemery, ob. cit., p. 70. 1 23 Godin, ob. cit., p. 1 09. Algunas de las limitaciones han ido siendo seiialadas mas arriba. Algunas otras: >, La Riforme Sociale, 1 892 (2), pp. 171-189. 13 La identificaci6n niiio-salvaje, de raigambre pre-roussoniana y cristiana, experi menta un renacimiento cientifico en Ia segunda mitad del siglo XIX. Los seguidores de Le Play acogeran estas posiciones, que coincidian basicamente con las de su maestro: >. Ibid., p. 146. Vease tambien Stearns, ob. cit., p. 1 0 1 . 1 7 Reybaud, ob. cit., pp. 272-274. Acerca de las reivindicaciones que los mineros de Saint-Etienne plantearon a sus empresas desde 1 865, en el sentido de exigir Ia fiscalizacion de las cajas de socorro y de retiros, asi como de Ia reunion de todas elias en una caja unica para el conjunto de Ia cuenca, independiente de cada una de las empresas, vease Hatzfeld, ob. cit., pp. 215 y 217. Para el caso de Carmaux, vease R. Trempe, Les mineurs de Carmaux, 1848- 1914, Paris: Editions Ouvrieres, 1 971, pp. 586606.
El programa paterna/isla
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consigue desdibujar el centro del asunto: lo que estaba en juego en este tipo de conflictos no era otra cosa que el desnudo y arbitrario poder patronal. Dos conflictos ilustran, cada uno a su modo, y a uno y otro lado del Atlantico, el final del paternalismo patriarcal y, con el, la aparicion de una nueva modalidad paternalista de disciplinamiento: el paternalismo liberal. Uno de esos hitos significativos es el de la sucesion de escaramuzas y combates que, entre 1880 y 1 884, enfrentara, en las hulleras de Montceau-les-Mines, a los obreros, de un lado, y a la familia de los Chagot, patronos de derecho divino, de otro 18 . Entre las reivindicaciones explicitas de los trabajadores figuraba la de control obrero sobre la caja de socorros, fundada unilateralmente por los patronos en 1 834 y basicamente financiada a partir de retenciones obligatorias del 3% de los salarios. Esos conflictos -que constituiran, por lo demas, el origen de los sindicatos mineros del area- conduciran a los Chagot a revisar, bajo la influencia directa de Cheysson y del empresario catolico-social Leon Harmel, los presupuestos de la politica social desarrollada hasta entonces. En 1 885 tenia lugar, en Montceau-les-Mines, una reunion de empresarios (en el marco de la asamblea general de la cato�i�o-social Oeuvre des Cercles), convocada por los Chagot y prestdtda por Harmel. En ella, el paternalismo de corte patriarcal sera valorado como una estrategia insuficiente y peligrosa 1 9, Mas tarde, y refiriendose a ese momento, la empresa acusara el golpe y manifiestara, todavia en un lenguaje patriarcal, los limites e inconve nientes de su politica anterior: el patron: «ha querido ser demasiado padre [ . . . ] en lugar de ensefiar a sus hijos y habituarlos a dirigirse a si mismos, los ha mantenido demasiado tiempo bajo su tutela; le ha ocurrido entonces lo que les pasa a los padres de familia demasiado autoritarios: al cabo de un tiempo, sus hijos, sus obreros se han emancipado y han cometido locuras que una educacion mas liberal podria haber evitado» 20• De lo que se trataba no era de otra cosa, en
18 Sobre los Chagot, vease C. Harmel, «Un grand patron modele: M. Leonce Chagot», La Riforme Sociale, 1 894 (2), pp. 299-31 7. 1 9 Veanse Martin, ob. cit., p. 156, y A. Savoye, >, ob. cit. 33 Cheysson, Le patron... , ob. cit., p. 24. . Cestre, L'usine. . . , pp. Vlll-IX .
1 .56
La invencion del obrero modelo
sera, precisamente, el lugar permitido a la participacion obrera en la gestion de las instituciones sociales: «en nuestros dias, y alli donde los obreros posean un sentimiento vivo y celoso de su independen cia, el patron los asociara estrechamente a las instituciones que organiza para ellos, e incluso podra cederles enteramente su gestion salvo en lo que se refiere a consejos discretos, subvenciones o creditos» 34. Gradualmente, los trabajadores deberan ser educados en la administracion de sus propios asuntos; el vicepresidente de la Cleveland Hardware Co. declaraba que «nuestra experiencia nos enseiia que lo adecuado es estimular a las personas para que promuevan y gestionen estas casas [las instituciones sociales de la fabrica] elias mismas. Parece haber siempre una pequeiia sospecha por parte de los trabajadores cuando los directivos de la compaiiia se taman un interes indebido por ellos. Nosotros creemos que todas las casas deben ser iniciadas gradualmente [ . . . ] , y que la asistencia debe ser una respuesta a sus demandas» 35 . La tutela coercitiva del· viejo paternalismo debia dejar paso a la concepcion, mas discretamente tutelar, del nuevo >. Loc. cit. 1 29 ] Falco, «>, Boletin Oficial de Minasy Metalurgia, 191 8, p. 32. •
EL PA TERNALISMO INDUSTRIAL ASTURIANO
7.
El paternalismo industrial asturiano
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menos largas: al analizar las causas del bajo efecto dtll de1 lftiftti'O asturiano, Albert Grand seiialaba, entre otras, la de 11111 ••n ocasiones, estos [ . . ] obreros se ven obligados a hacer 1\ pie \ll\1 0 dOl leguas por la manana, a traves de las montaiias, para llcgar 1 11 mlftl\1 y otro tanto por la tarde para volver a sus casas» Z, Si al hccho de CJUI el minero asturiano llegase cansado a la mina se anadc la dobit jornada -agraria y minera- que, en muchos casos, rcpollbl\ diariamente sabre el, resulta facil comprender la importancia atrlbuiM da por los ingenieros a la distancia entre vivienda y lugar de trabajo minero. Por lo demas, la no infrecuente practica del «endoble» (dos jornadas mineras seguidas, unicamente separadas por unas pocas horas de descanso), si bien permitia al trabajador mixto liberar un dia entero para las labores agrarias, no debia significar otra cosa, desde e1 punta de vista de los ingenieros, que un incremento de la fatiga y, consecuentemente, una disminucion aun mayor de su efecto util por bora de trabajo. Por otro lado, las propias caracteristicas de las viviendas del trabajador mixto, mas campesinas que industriales, no parecen haber sido consideradas por los ingenieros como las mas adecuadas pra favorecer una rapida y eficaz reposicion de aqueJ: «Se comprende que una poblacion industrial constituida en un 60 por 100 por individuos, que viven en casas mal situadas por lo general, con pocas luces y mala distribucion, en las que los humos proceden tes de la combustion de las leiias o carbones minerales en hogares descubiertos y las emanaciones putridas procedentes de la descom posicion de materias animales o vejetales invaden y se enseiiorean de todos los rincones, basta el ultimo dormitorio, de un efecto util tan pequeiio como acusan las estadisticas» 3. Es preciso, finalmente, no .
14.
LAS DISCIPLINARIAS «> PATRONALES
Como en otros lugares, tambien en Asturias las «instituciones beneficas» patronales parecen haber participado de una doble condi _ cto_ ? . En �an�o que instrumentos de una estrategia asentada sabre e1 esttmulo tndtrecto, las «obras sociales» de la empresa debian adoptar la forma de un� g�nerosa respuesta a presuntas necesidades objetivas de s�s benefictanos obreros. Al mismo tiempo, sin embargo, su functon en el marco de la economia disciplinaria de aquelia estrategia no podia ser otra que la de salir al paso de problemas patronales que _ que nada teman ve� con las necesidades reales -subjetivas, por tanto- de los trabaJadores, a no ser que cuestiones tales como la constituci�� de planti�las estables, la elevacion de la productividad y la produccton de relactones de deferencia puedan ser razonablemente pensadas como necesidad�s obreras. Mas alia de la forma asistencial de cada una de las «obras sociales» parece necesario, pues, sacar a la luz su funcion disiciplinante, su naturaleza de institucion patronal _ destmada a la transformacion completa de los modos de vida del trabajador, su conversion en medias de reproduccion. Sacar a la luz e� definitiva, lo que en el discurso paternalista significa la «educa� - de las necesidades» del cton obrero t . 55.
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��tre elias, Ia vivienda ocupaba un lugar privilegiado. Las condtctones de �abitacion del minero asturiano parecen haber preocupado con�t?erablemente a patronos e ingenieros. En primer _ lu�r, las condtctones de habttacion de lo"s trabajadores mixtos autocton?s. La distribucion dispersa de sus viviendas les imponia, muy habttualmente, la necesidad de recorrer a pie distancias mas 0 56.
1 A. de Albornoz, La instruccion, el ahorro y Ia moralidad con respecto d las cfases traba;adoras: folleto para obreros, Luarca: Impr. de Manuel Mendez, 1900, p. 56.
Albornoz parece seguir al respecto a Adolfo A. Buylla, que prologa e1 texto. .
2 Grand, ob. cit., p. 30. En 1 882, segun Gascue, el minero