LUZ ARCE
EL INFIERNO
PLANETA
AGRADECIMIENTOS
En Alemania y Austria: A Jan Philipp Reemtsma A Hamburguer Stiftung Zu...
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LUZ ARCE
EL INFIERNO
PLANETA
AGRADECIMIENTOS
En Alemania y Austria: A Jan Philipp Reemtsma A Hamburguer Stiftung Zur Fórderung Von Wissenschaft Und Kultur A Erick y Rene A Elke Mühlleitner y Johannes Reichmayr En Chile: A la Orden de Predicadores de la Provincia San Lorenzo Mártir A Pedro Alejandro Matta Lemoine A Lautaro Videla y su esposa A mi hijo Juan Manuel A Mili Rodríguez y Carlos Orellana
© Luz Arce Inscripción N° 87.574 (1993) Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el mundo © Editorial Planeta Chilena S.A. Olivares 1229,4o piso, Santiago (Chile) © Grupo Editorial Planeta ISBN 956-247-100-4 En la portada: Dibujo al acrílico de Guillemo Núñez Diseño de José Bórquez Diseño de interiores: Patricio Andrade Composición: Andros Primera edición: noviembre 1993 Impreso en Chile por Antartica Ninguna parte de esta publicación incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
Especialmente deseo agradecer a Cristian Asmüssen C. o.p, José Luis de Miguel o.p, y Félix Fernández R. o.p, y a todos los mencionados, porque con sus enseñanzas, apoyo y afecto hicieron posible que este libro sea una realidad.
SUMARIO
Prólogo, 15 Palabras preliminares, 19 PRIMERA PARTE •
1
Primeras vivencias, 23/ En el "GAP', 25/ Militante socialista, 28/ GEA (Grupos especiales de apoyo), 29
2
11 de septiembre de 1973, 34
3
La clandestinidad, 42/ La opción personal, 43/ Contacto en Av. Italia, 45/ Labores partidarias, 47/ Ricardo Ruz Zaftartu, 49
4
En el Cuartel Yucatán, 53
5
Tejas Verdes, 59
6
Hospital Militar (Hosmil), 65/ Otros detenidos en el "Hosmil", 69/ Conversación con el Subdirector, 73/ El capellán y la eucaristía, 75
7
Pesadilla en el baño, 111 Rodolfo, soldado de la Fuerza Aérea, 79/ Fin de la primera detención, 81
8
Libertad vigilada, 83
9
Segunda detención, 90/ Mi abuelo, 93/ Careo con el soldado Rodolfo, 99/ En la torre de Villa Grimaldi, 102
10
De vuelta a Yucatán, 106/ Ricardo Lawrence Mires, 109/ La colaboración, 112/ Cada vez más lejos, 121
11
Pesadillas, 124/ Marcelo Moren Brito, 127/ Otra vez a Yucatán, 129/ Un compañero de partido, 139/ Mario Aguilera Salazar, 131
12
Otro lugar de detención, 134/ Usted es luz, yo seré sombra, 136/ Osvaldo Romo, 141/ Cuatro Alamos, 145/ El no-nacido, 146
.•
SEGUNDA PARTE 1
Cuartel Ollagüe, 151
2
Traidora y puta, 160/ Palmira Almuna Guzmán la "Pepa", 164/ El teniente "Pablo", 165
3
Enferma del pulmón, 169/ Reflexiones en Ollagüe, 170/ Hambrede pan, 172/ Encuentro con mi familia, / Personal femenino en Ollagüe, 173
16
El coronel Contreras, 276
17
Ascenso de Contreras a general, 281 / Contreras es reemplazado, 284/ Michael Townley, 285/ Despedida en la casa del general, 287/ Incidente con el coronel Pantoja, 288/ Renuncia deWenderoth, 289/ Intermedio en San Antonio, 292
18
La CNI investiga a la DINA, 294/ Otra entrevista con Pantoja, 294/ El coronel Suau, 296/ Sumario e incidente con el coronel Concha, 298
4
Lumi Videla Moya, 176/ Sergio Pérez Molina, 182
5
El día que murió Miguel, 184/ Intento de suicidio de Alejandra, 186/ El capitán Ferrer, alias Max Lenou, 187
6
El cuartel Terranova-Villa Grimaldi, 191 / Otro regalo de Navidad, 194/ Navidad 1974,195/ Año Nuevo en Terranova, 196/ Sumario, 201
1
En la Unidad de Computación de la CNI, 303/ Tranquilidad e inestabilidad, 305/ Petición de renuncia, 310/ Las piezas de una identidad, 313
7
Mi hijo y los Tribunales de Menores, 202/ La creación del grupo vampiro, 202/ Rolf Wenderoth Pozo, 204
2
Operación Celeste, 316/ Un incidente en el "Munchen", 319/ En "Lo de Dolly", 320/ Visitas de Chile, 322/ Viaje a Santiago, 325/ De vuelta en Montevideo, 327/ Regreso a Chile, 328/ Muerte de Ricardo Ruz, 329
8
Un compañero: "Joel", 212/ Bill Beausire Alonso, 213/ Hugo Martínez, alias El 'Taño", 214/ Los ocho de Valparaíso, 216/ Cae Lautaro Videla, 218/ El sobrino de Marcelo Moren, 219/ La conferencia de prensa, 219/ La casita junto a la torre, 220
3
Encuentro con Juan Manuel, 332/ De nuevo a la clandestinidad, 335/ Pesares y alegrías de familia, 335/ La conversión y el padre Gerardo, 337/ El padre José Luis, 340
4
Declaración ante la Comisión "Verdad y Reconciliación", 342/ Carlos Fresno, 346/ Encuentro con Erika y Viviana, 348
5
En Europa, 352/ Por sobre todo, cristiana, 352/ Del odio y el reencuentro, 353/ La señora Gloria Olivares, 354/ Policía de Investigaciones de Chile, 356
TERCERA PARTE
9
El viaje del mayor Wenderoth, 222/ La muerte del general Bonilla, 224/ Detención de Alfredo Rojas, 224/ La señora Delia, 226/ Ariel Mancilla, 227/ Viaje de Pedro Espinoza, 228
10
La cigarrera, 230/ Leonardo Schneider, alias "El Barba", 235
11
Funcionaría de la DINA, 236/ Fuga de "Marcos", 237/ Detención de Ricardo Lagos, Exequiel Ponce y Carlos Lorca, 238/ En las Torres de San Borja, 238/ Los "119", 240/ Un incidente con Fuentes Morrison, 241/ Enfrentamiento en Malloco, 241
6
En cortes y juzgados, 358/ Careo con Rolf Wenderoth Pozo, 359 / Careos con Gerardo Urrich y Manuel Carevic, 361/ Basclay Zapata, alias "El Troglo", 363/ Fernando Lauriani, 365
12
Navidad en Terranova, 246/ Patricio, 247/ Hasbún y Contreras, 251/ Testimonio ante Naciones Unidas, 251
7
Miguel Krassnoff Martchenko,369/ Careocon Marcelo Moren Brito, 370/ Careo con Ricardo Lawrence Mires, 372/ Otras diligencias, 373
13
Analista del Departamento de Inteligencia, 253/ Edgardo Enríquez Espinoza, 255/ Reunión de la OE A en Chile, 256/ Carmelo Soria, 256/ La DINA tras hechos dclictuales, 257/ Encuentrode mi hijo con su padre, 258
8
María Alicia, alias "Carola", Alejandra y Luz, 375/ La señora Dobra Lusic Nadal, 378/ No he trabajado para mí solo, 378/ De la esclavitud y la libertad, 379/ ¿Cómo odiar al que mañana puede ser mi hermano? 381
14
Escuela Nacional de Inteligencia, 261
9
El puño de acero, 386
15
Período posterior a la ENI, 270/ La "Chatty", subteniente de Ejército, 271 / Identidad Uruguaya, 272/ Cambio de DINA a CNI, 274
índice Onomástico, 389
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PROLOGO ' ,
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Or-ubrn' a más mínima importancia lo que yo afirmara, que tenían una declaración redactada afirmando que me acostaba con Rodolfo en el Hospital Militar, que esa misma declaración la firmarían todos los guardias de la Escuela de Caballería y enfermeros, que no sacaba absolutamente nada con rehusarme a firmar, y cogieron mi mano y l a m p a r o n en el papel mi huella digital. a
Siguieron torturándome, diciendo que era para que aprendiera Portarme bien. Otra vez fui violada p o r lo menos por tres individuos. ma g i n o que perdí el conocimiento p o r q u e cuando reaccioné estaba 125
Luz Arce
El Infierno
en un rincón del primer piso, sobre una colchoneta, amarrada y vendada. Permanecí allí toda la noche, despierta y llorando. Sumida en un dolor inenarrable. Estaba deshecha, se repetían juntas una y otra vez las pesadillas, imagino que estaba fuera de todo centro, porque sentía que necesitaba asir unas manos, sentir que junto a mí había alguien, alguien que con su cercanía mitigara esa sensación de desamparo. Escuchaba las voces de Patricia Barceló y de Osvaldo Romo. Sabía que ella era médico, tal vez porque era una mujer, y una compañera, su voz me sonaba diferente. Nunca la escuché rogar o suplicar como otras muchachas, la verdad, no sé... No recuerdo exactamente qué dije, pero sí que Patricia se acercó a mí, y me tomó el pulso. Parece que ella dijo algo a Osvaldo Romo, porque éste le señaló a la guardia que esa noche me dejaran sola en la colchoneta. La mano de Patricia controlando el pulso en mi cuello la recuerdo muy pequeña y suave. No la vi, estaba vendada, pero la percibí así, casi como una caricia. Ese pequeño contacto de alguien que no era de la DINA bastó para que comenzara a llorar. No puedo decir si dormí o no, tal vez a ratos. Por la mañana sentí que estaban levantándose todos los detenidos y que a gritos la guardia movilizaba las filas hacia el baño. Recuerdo que no pude levantarme, o no quise... Me quedé quieta hasta que un guardia se percató de que estaba aún en el suelo. Comenzó a gritar que me pusiera en pie, y como no lo hice empezó a apilar las colchonetas sobre mí. Luego se paró encima y levantó la parte de las colchonetas que cubrían mi cara y me dijo: -¡Abre la boca, que te voy a dar café! Y colocando el cañón de su pistola tocando sobre mi paladar superior, gatillo el arma. No salió ninguna bala, aparentemente estaba descargada. Luego comenzó a caminar arriba de mí y las colchonetas, ordenándome que me levantara. Como no lo consiguió, se aburrió, y a tirones me dejó semisentada en la colchoneta. Parece que ése fue el momento en que comencé a hablar incoherencias, yo sólo recuerdo que me pareció estar con mi hijo en brazos, y yo le cantaba canciones de cuna y le describía unos paisajes hermosos que estaba viendo. Mi mente estaba lejos... Durante años se burlaron de mí en la DINA por lo que dije esa mañana. Nunca pude recordar qué dije..., pero por lo que Alejandra me contó meses después, parece que describía un lugar, unos cerros bordeando un hermoso valle, un riachuelo transparente donde nadaban unos peces pequeños y negros. Cuando ella me contó todo eso,
recordé que varios años antes había conocido un lugar así, cerca de Santiago... Tal vez recordé Ralún y volví a escuchar la melodía que el viento arrancaba por entre las púas de un cactus que estaba en la cima de una colina, tal vez en mi desespero volví a caminar por aquel pasto largo, tal vez volví a soñar con esos pájaros que planeaban en las alturas. Esa mañana, cuando mi hermano se dio cuenta, pidió hablar con Ricardo Lawrence, y le reclamó el trato que yo había recibido el día anterior y esa mañana. Yo no tuve miedo cuando gatillo el arma, deseaba tanto la muerte... El oficial Lawrence hizo que nos llevaran a su oficina y nos dijo que el jefe quería hablar con nosotros, y me pasó un teléfono. Por primera vez escuché la voz de Marcelo Moren Brito. Hoy me pregunto, ¿qué fue ese "sumario"?, ¿sólo una mascarada para intentar arrancarme una firma? ¿Acaso Rodolfo todavía estaba vivo? ¿Qué fue lo que la DINA le dijo a la Fuerza Aérea sobre el destino de Rodolfo Valentín?
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?
•
•
MARCELO MOREN BRITO Ese día de agosto, no sé si lo que me ocurrió duró dos o tres días, pero sí recuerdo nítidamente que escuché por el auricular una voz diciendo, corrijo, gritando, que es como Marcelo Moren se expresaba, algo acerca de que me mandaría a buscar para que conversáramos en su oficina. Horas después fui trasladada a Terranova. Yo seguía mal, estaba mareada y se me hacía difícil pensar. Me colocaron en una pieza con suelo de cemento, lejos de la casa patronal. Fue cuando vi a un muchacho moreno, bajo de estatura, de pelo oscuro liso, no recuerdo sus facciones pues estaba con los ojos vendados con un género que no permitía ver su rostro. Al pasar cerca de él, yo trataba de ver el suelo por un resquicio de la parte inferior de mi venda, y percibí con claridad su pelo negro liso y sus zapatos. Eran de esos que se usan como medida de seguridad en las industrias. Se encontraba sentado en el suelo, con las piernas extendidas. El guardia se hallaba dentro de la pieza, y me pareció que estaba aburrido o con instrucciones de indagar algo más de los detenidos, porque intentaba iniciar alguna conversación. Al poco rato simulé que me había quedado dormida. Estaba demasiado inquieta. No 127
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El Infierno
hubiera podido hablar ni explicar nada a nadie. Pero oí la conversación que sostuvo con el otro detenido a quien el guardia llamaba el "Huaico", y escuché que a la fecha del Golpe el "Huaico", cuyo nombre es Joel Huaiquiñir Benavides -detenido desaparecido-, trabajaba en el norte. En Cobre Salvador. Unas horas después de haber llegado, me llevaron vendada ante el "Jefe Ronco", o sea, ante Marcelo Moren Brito. En Yucatán había escuchado sobre lo terrible que era caer en sus manos. En ese momento, con excepción de su voz, no me pareció agresivo ni violento, al contrario, se mostraba de buen ánimo y bromeaba continuamente. Me preguntó detalles de la vida diaria en Yucatán y cosas de mi vida personal. La comunicación fue algo forzada, ya que no me era fácil hablar con él. Durante la conversación, reiteró que se haría lo que había prometido el oficial Lawrence. En ningún momento se habló específicamente de la forma que asumiría la colaboración con la DINA. Pensé que era mejor así, sabía que ellos esperaban una sola cosa: que entregara gente, y yo pretendía encontrar algún medio para derivar hacia otro terreno la colaboración y hacer el menor daño posible. La DINA quería lo que ellos llamaban "detenidos importantes": dirigentes y encargados de estructuras militares, de información o de comunicaciones. Lo que ellos llamaban "agarrar hebras que desarticularan estructuras". Durante la conversación con Moren Brito me quedó claro que una de sus principales motivaciones era justificar las medidas represivas en vigencia, además de legitimarse como "el órgano de seguridad" de mayor peso. Por esos días había especial énfasis en superar al AGA, Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea. Moren Brito partió de la base de que yo colaboraría, y dio garantías de que mi vida y la de mi hermano serían respetadas. Dio por finalizada la conversación diciendo que se había hecho tarde y que al día siguiente me enviaría de vuelta a Yucatán. ¡ Al salir de la oficina de Moren Brito, me llevaron a otra habitación dentro de la casa patronal. Pude darme cuenta de que había varios detenidos más. Entre ellos pude reconocer a la doctora Patricia Barceló. Como estaba tendida en el suelo y ella llegó después que yo a la habitación, pude verla por debajo de la venda. No la conozco personalmente, pero la recuerdo como una mujer de pelo negro, delicada, delgada, con una falda o un traje verde. Esa noche por primera vez no me amarraron con cuerdas, sino que me esposaron. Las esposas
tenían una suerte de dientes, y al mover las manos, éstas se cierran más. Tratando de no moverme para evitar que se cerraran, saqué una mano, así es que dormité sin hacerme daño. Cuando a través de la venda pude distinguir que estaba amaneciendo, y comenzó a movilizarse la guardia, con mucho cuidado volví a meter mi mano en ellas.
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OTRA VEZ A YUCATÁN Los guardias nos dieron café y luego me hicieron subir al vehículo. Por debajo de la venda, pude distinguir a alguien de espaldas en el piso de la camioneta. En ese momento, un guardia se acercó y gritó: -¡Ya, cabrita, apúrate, siéntate al final contra la cabina!-, al tiempo que agregó, dirigiéndose a otro, que pudo haber sido Paz, ya que Basclay Zapata iba conduciendo: -Tú "vai" atrás, no te "preocupís", que el otro ya se fue "cortao". -¿El "Emilio"? -Sí, se murió el huevón, y no habló. -¿Y no es ese el que están reclamando de Francia? -Sí, se va a armar, parece que el huevón es francés... Quedé por años con la idea de que Emilio, nombre político de Alfonso Chanfreau Oyarce, iba atrás, muerto. Se apoderó de mi alma el silencio. Imaginé era el único tributo ante un compañero que murió cuidando, protegiendo a los suyos, a su familia, a sus compañeros... Antes de partir de Terranova, los guardias dijeron que le habían pasado una camioneta por encima. Con el tiempo me fui dando cuenta que hablar de torturas atroces frente a nosotros, era parte del ablandamiento a que nos sometían. Aunque en ese momento me pareció que sí era verdad. Hoy no lo sé. No he podido aún situar con exactitud el día de agosto de 1974 en que vi a Alfonso Chanfreau -si era él- en el piso de la camioneta. Sólo sé que el último día que lo vio vivo su esposa, la señora Hennings, fue el martes 13. Cada vez que volvía a Yucatán, los guardias se divertían asignándome el mismo número de detenida: la 54. Cuando escuché pasar lista, me di cuenta de que se acercaban al NQ 150. Un guardia dijo que el conteo se había reanudado. Yo había sido la 54 de la primera "hornada" de presos de la DINA. Por años me quedó la duda de esa vuelta a Yucatán. Nunca he podido aseverar con exactitud la fecha; el resto del tiempo ahí en 129
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Londres 38 es muy incierto para mí, sólo poseo retazos del período más atroz de mi vida. Me sentía destrozada y en ese estado donde la conciencia parecía irse. Los instantes de lucidez eran pocos y sentía el fétido olor de nosotros. Yucatán era una permanente caja de horror y terror. Todo olía a sangre, mierda y muerte. Hoy sé que había instantes en que los compañeros incluso contaban chistes. Para mí esos momentos eran más tristes aún. Recuerdo que por las mañanas nos daban café si algún compañero tenía dinero para comprarlo. Entonces, preguntaban en voz alta si había dinero. Ese día los guardias insistían demasiado y costó reunir la cantidad que se precisaba. Los guardias hicieron el café insistiendo en que todos tomáramos. Era un café raro. Pero ahí estaba todo tan sucio que todo era extraño y viscoso. Lo tomé, estaba caliente y eso hacía sentirse mejor. A los pocos días, tenía la boca toda despellejada y rota. Otras compañeras que estaban cerca se quejaron de lo mismo. Muertos de la risa, los guardias nos contaron que el café lo habían hecho con la orina nuestra, la de todos. Por esos días el baño chico del primer piso estaba malo y nos llevaban a orinar en un tarro. Así fueron pasando los días. A fines de agosto eran tantos los compañeros del MIR que seguían cayendo detenidos, que me dejaron en paz un tiempo.
Guillermo me había prestado su departamento para que se realizaran reuniones en él. Guillermo aseveraba que me había prestado su casa para que yo me acostara con alguien... Yo, lo negaba, desesperada. Era tanto mi trauma por lo que me había ocurrido, que fui incapaz de ver que si hubiese dicho sí, podría haberle ahorrado mucho dolor. Me doy cuenta de cuan desesperada estaba. Fui incapaz de pensar en esos instantes, y no pude darme cuenta que era mil veces preferible que me dijeran puta a que torturaran al compañero. No sé qué pasó con Guillermo, hace un tiempo antes de viajar, supe que aparentemente, él habría colaborado, y que luego se fue del país. Yo tengo responsabilidad en la supuesta colaboración del compañero. Sólo quiero exponer acá que mucho de lo ocurrido está inserto en el terror. Yo, que me esforzaba en conservar ahí toda la racionalidad posible, ese día no pude ver que si hubiese dicho: "Sí, soy puta", eso habría atenuado los problemas de Guillermo...
MARIO AGUILERA SALAZAR
He recordado a fuerza de buscar dentro. Por todos estos años me fue imposible recordar que entregué además a otro compañero del partido. Tal vez como está vivo, al no encontrarlo en los listados de desaparecidos, nunca di con ese recuerdo en mi memoria. No voy a identificar al compañero, creo que si él decide salir a la luz pública, será un importante testimonio. Yo sólo quiero narrar cómo mi desesperación y la suya se cruzaron. Es mía la responsabilidad. Con posterioridad al Golpe, el compañero, que vivía en un departamento, me pasó un juego de llaves para que pudiésemos ocuparlo como lugar de reunión durante el día. Eso se lo dije a Osvaldo Romo Mena. No vi detener al joven, pero sí tengo nítido el momento en que me sacaron de la silla y en un rincón de Londres 38, junto a la oficina de Krassnoff Martchenko, éste y Romo Mena me hicieron repetir que
Además de los compañeros que están desaparecidos entregué a otros, que sobrevivieron. Recuerdo muy vivamente a uno de ellos. Durante años sólo fue el compañero que cayó detenido en Avenida Grecia, nunca supe su nombre hasta que al volver a Chile me encontré con él. Me acogió con afecto y verlo en los tribunales micrófono en mano me llenó de inmensa alegría. El es Mario Aguilera, periodista del Informativo "24 horas" del Canal Nacional. Conversamos una tarde completa tratando de reconstruir esas horas tan dolorosas. Volví a preguntarle si me perdonó. Dijo que sí. Por él me enteré de detalles que no conocí y otros que no recordaba, algunos se asoman a la conciencia, otros definitivamente no he podido rescatarlos -aún- de en medio del terror de ese mes de agosto de 1974. Cuando me dijo riendo: "¿Te acuerdas de las foquitas?" No pude evitar reír. Sí, ¿cómo no recordar al compañero que la guardia obligaba a hacer esos sonidos que le salían tan simpáticos? No sabía que era Mario Aguilera, quien en medio de ese infierno se las arreglaba para mantenerse activo, dar a los compañeros una chispa de aliento. Agradezco a Dios el no haber sabido ni siquiera el nombre de Mario en el año 74, ya que él era bastante más importante dentro del partido de lo que.la DINA imaginó y logró mantenerse íntegro y no entregar a sus compañeros, pudo conservar la vida y fue al exilio en Francia.
130
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UN COMPAÑERO DEL PARTIDO
y
Luz Arce
El Infierno
Mario fue hablando y así mi memoria fue rescatando trozos, me contó que eso de hacer las foquitas surgió a raíz de que la guardia lo sorprendió conversando con alguien, entonces le impusieron el hacer tiburones como castigo. Mario les dijo que no sabía hacerlos, pero sí unas foquitas. A la guardia les resultó divertido y como en medio de ese horror también existían momentos de algún relajo, sobre todo en ausencia de los oficiales, Mario hacía sus foquitas y Alejandro Parada cantaba tangos. Hasta el día que conversé con Mario no había logrado identificar a Alejandro Parada. En el testimonio ante la Comisión "Verdad y Reconciliación" yo hice referencia a un muchacho de ese nombre que yo supe que había sido detenido, ya que era hijo de un compañero de oficina de mi padre. Este hecho de la detención de Alejandro Parada lo supe hace pocos años. Pero hoy, luego de conversar con Mario Aguilera, llegué a la conclusión de que yo conocí y vi detenido a Alejandro Parada, sólo que para mí siempre fue "Cano" o "Jano" y así aparece mencionado en mi testimonio ante la Comisión Rettig. Otra de las cosas que Mario me contó y que yo no pude saber -porque en Cuatro Alamos las mujeres y hombres permanecíamos recluidos en habitaciones diferentes- y que me emocionó mucho, sobre todo porque ambos están vivos, es lo del correo clandestino. Cuando nos llevaron a todos los detenidos desde Londres 38 a Cuatro Alamos, a Mario y a Christian Van Yurick los encerraron en la pieza grande. Esta estaba separada del sector de Tres Alamos, el sector de prisioneros de libre plática, sólo por una puerta. Por debajo de ella, Christian y Mario pasaban mensajes que eran entregados a los familiares de los detenidos en Tres Alamos, y así montaron un correo clandestino. Los compañeros de Tres Alamos que recibían visitas y cosas, les pasaban cigarrillos, los que muchas veces llegaban a sus manos todos aplastados y rotos, después de pasar por debajo de la puerta. Cuando sacaban a Christian para ser llevado a nuevos interrogatorios, Mario se preocupaba de permanecer junto a la puerta para que el correo continuara funcionando. Un día hubo una revisión en Cuatro Alamos y cuando los agentes revisaron la pieza de Mario y Christian, se dieron cuenta de que esa puerta había estado siempre abierta. Podían incluso haber intentado fugarse. Pero ellos jamás se imaginaron que eso ocurriría y no la revisaron... Otro de los hechos que Mario me recordó fue el del "Taxista más huevón de Chile". Ese mismo mes de agosto de 1974, llegó un
detenido al que torturaron atrozmente y comenzó a circular el rumor de que era uno de los autores del primer robo a un banco ocurrido durante la dictadura. El asunto fue trágico, porque después de que el muchacho fue torturado, y apresadas su esposa y una amiga de él, se pudo establecer la verdad. El era taxista, casado, pero además tenía una amiga. Debido al toque de queda, no había podido usar la excusa de su trabajo para quedarse con su amiga. Una noche se le hizo tarde y cuando en la mañana iba a su casa pensando en qué cosa decir a su esposa, vio en el diario la noticia del asalto al banco. Al llegar a su casa y para evitar las recriminaciones de la señora, le dijo que él no podía permanecer ajeno a la situación de su país y que había sido uno de los asaltantes. Como prueba exhibió el periódico donde se mencionaba que en la huida habían usado un taxi. La esposa se sintió muy orgullosa y no pudo cumplir su promesa de no contarle a nadie. Y así la confidente le contó a otro, hasta que llegó a oídos de la DINA. Cuando se supo la verdad, el muchacho fue llamado "El taxista más huevón de Chile" durante todo el período que permaneció detenido.
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El Infierno
Parece raro, pero es verdad. Ni en los mayores instantes de lucidez se me ocurrió pensar o tratar de averiguar cómo desaparecían los compañeros. No lo entiendo. Me doy cuenta de que muchas cosas que me pregunto hoy o que me preguntan hoy, no estaban dentro de las formulaciones que entonces me hacía. Hay personas que me han dicho: ¿No se te ocurrió decir que no?, y yo me doy cuenta de que no. Y la razón es muy simple: ¿Decir que no a qué? No me violen, no me pregunten eso, no me torturen, no me transformen en basura... ¿No a qué?, ¿acaso alguna vez me preguntaron algo? Me refiero a que no hay nada que yo hubiera decidido en base a una pregunta y unos momentos para pensar. No, no fue así... No todo lo que ocurrió en esos días era claro para mí en el momento en que iban sucediendo las cosas. Con el tiempo, al ir escribiendo, he ido entendiendo. La perspectiva y situación distinta ayudan. En esos días no imaginé nunca que sería de alguna utilidad el que fuera interiorizándome de la estructura orgánica de la DINA. Nunca pensé, por ejemplo, que existiesen "Grupos de Exterminio". O sea, personas cuya misión fuera sólo matar o disponer de los detenidos condenados a muerte. Sabía que la muerte estaba ahí, en cada recodo, aguardándonos. Imaginaba que había quienes tomaban las decisiones. Pero nunca me dediqué a pensar en esos cómo. Creía que los que lograban llegar a Cuatro Alamos, sobrevivían. Pero no era así. Incluso compañeros que lograron llegar a Tres Alamos, en libre plática, luego desaparecieron. Hoy sé, por ejemplo, que ocurrieron cosas más insólitas aún, como los hechos que rodean la desaparición de John Mac Leod Trever, -aparentemente vinculado al MIR- y de su suegra María Julieta Ramírez. Ambos fueron de visita a Tres Alamos, el 30 de noviembre de 1974, para ver a la esposa del primero e hija de la segunda. John
y su suegra fueron detenidos por la guardia del recinto bajo el cargo de sacar documentación procedente de los detenidos desde ese cuartel de reclusión. Ambos están desaparecidos hasta la fecha. Sólo mucho tiempo después, a partir de 1991, comencé a suponer que había dentro de la DINA una organización más compartimentada aún y que se ocupaba de esa macabra "tarea" de eliminar a la gente en Chile y en el exterior. Una tarde de agosto, el "Troglo" me sacó de la silla donde estaba atada y me guió hasta un vehículo verde. Se sentó al volante y al mismo tiempo, a mi lado derecho se instaló un oficial que luego conocería como Juan Morales Salgado. (A la fecha del Golpe estuvo a cargo de la represión en Constitución y otras ciudades del sur de Chile; existe un testimonio que lo indica como responsable de numerosos delitos: secuestro, tortura y responsabilidad en la desaparición de personas en esa zona). El recorrido fue corto, no más de quince, máximo veinte minutos; el vehículo se detuvo y dobló a la derecha. Antes de entrar en un estacionamiento subterráneo con al menos una curva hacia la derecha; cuando la camioneta se detuvo, pude vislumbrar a través de la cinta adhesiva y de los lentes oscuros el reflejo de algo que en ese momento me pareció un aviso luminoso con colores rojo y verde. Al llegar a ese nuevo lugar de detención me bajaron del vehículo. Recuerdo una escalera, luego un ascensor. Ingresé en una habitación espaciosa; se escuchaban teléfonos y conversaciones de varias personas. Un hombre me preguntó si necesitaba algo. Le pedí algodón pues estaba sangrando mucho desde la última vez que me emparrillaron. Escuché que reclamó en voz alta: -¡Otra que viene sangrando!, estos milicos no saben hacer las cosasPensé que quizás eran civiles y sentí terror. ¿Quiénes eran? Me llevaron a otra pieza, me sentaron en una silla. Por la voz me di cuenta que era el mismo sujeto que me había recibido. Se sentó frente a mí y colocó en mis manos unas llaves; no alcancé a pensar en nada cuando sentí una descarga eléctrica que me recorrió los brazos y todo el cuerpo, y se me escapó un grito. Caí hacia adelante y escuché que el hombre decía: -Eso es para que no olvides lo que se siente...- Luego, ordenó que me sacaran la venda y pude verlo. Era un hombre joven, alto, de pelo corto y rubio, de ojos claros con lentes de marco metálico. Andaba en camisa y con unos pantalones de color beige. Había otros hombres,
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OTRO LUGAR DE DETENCIÓN
J\
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pero más jóvenes, todos en mangas de camisa y dejando a la vista las sobaqueras de cuero bajo la axila. Otra diferencia con los agentes de la DINA, que portaban las armas a la cintura.
USTED ES LUZ, YO SERÉ SOMBRA La sobaquera del hombre rubio era de color claro, de cuero de chancho. A pocos pasos en un sillón, vi a un muchacho con una metralleta pequeña. Con el cañón hacia arriba y el dedo sobre el guardamontes, le sacaba brillo al arma. Constantemente, echaba su aliento sobre el metal y le pasaba la manga de su camisa, luego la alejaba mirándola a distancia y complacido, repetía una y otra vez la misma operación hasta que el rubio que estaba frente a mí le gritó: -Deja en paz esa arma, ¡huevón! Me pones nervioso. El muchacho siguió mirando el arma con cara de estúpido. -Luz, perdone, a veces me parecen unos niños. Luego, como volviendo al momento anterior, agregó: -Pero no se deje engañar, están entrenados como perros de caza... Yo sólo ordeno, y ellos matan. Excelentes muchachos. Me llamo Javier, Luz; algunos amigos míos me la han recomendado. Por eso está aquí. Tiene usted algunas cualidades que yo admiro, sobre todo la obediencia. Por eso, yo creo que usted debe vivir. Porque es joven, sana y fuerte. Para usted, yo seré "Sombra". Repitió: -Usted es Luz, yo seré Sombra. No lo olvide, en el momento más insospechado me acercaré despacio y diré a su oído "Sombra". Usted sabrá que soy yo, y hará lo que yo le diga... Entró un hombre de rostro muy blanco, en el que destacaban unos grandes ojos oscuros, de pelo negro, liso, que le caía sobre la frente. Portaba un block de dibujo y muchos lápices. Comenzó a dibujarme. Yo trataba de entender qué hacía ahí cada uno de esos individuos. Todo me pareció muy raro. En un momento se acercó a mí, y cogiéndome de la barbilla, miró mi rostro. Adiviné un desprecio enorme en sus ojos y una extraña sonrisa cuando dijo: -Tienes cara de ciervo asustado oteando el aire, percibes el peligro y eso te eriza la piel. Lo veo en tus ojos. Todo parecía irreal, miré intrigada al muchacho, me pareció triste, algo estaba gritando en su mirada, sentí sangre en mi boca, me había mordido yo misma los labios. 136 )
Trajeron unos sandwiches, café, cigarrillos y lo más preciado para mí, un paquete de algodón. La oficina era sobria pero elegante. Poniéndose de pie, "Javier" me invitó a ocupar un sillón, tapizado con un chenil a rayas beige, café y blanco. Se sentó frente a mí, separados por una mesa de centro. Observé que había unas lámparas de bronce que armonizaban con el ambiente en unas mesas más pequeñas a los costados de los sillones. Mientras comía, miraba todo. El hombre tenía modales finos. Todo era desconcertante. "Javier" puso música clásica y sirvieron un segundo café. Pensé que debía ser alguno de esos sucedáneos con gusto a cualquier cosa. "Javier" derivó nuevamente hacia lo que había dicho al principio, aquello de que en la DINA no sabían trabajar, que eran unos brutos. Comencé a sentirme rara, algo mareada y dejé de comer. "Javier" me dijo: -Coma tranquila. Cuando terminamos con el sandwich y el café, sentí una voz detrás de mí. Escuché petrificada, sin atreverme a voltear la cabeza. Yo conocía esa voz. -¡Lucita!, qué sorpresa verla. Hace un rato vi a su hijo, andaba en bicicleta, está muy bien. Mi sorpresa era evidente. El hombre avanzó colocándose de pie frente a mí. Las dudas se disiparon; era Daniel, el contador de la fábrica que estaba al lado de la casa de mis padres. Recordé que en el barrio se rumoreaba que pertenecía a Patria y Libertad. No atiné a responder nada. El hombre continuó hablando cosas como: -Pórtese bien, "Javier" es un amigo, una excelente persona y comenzó a contarle que me conocía de pequeña, le habló de mi carrera deportiva, de mi hijo, de mis padres. De tanto en tanto, se dirigía a mí: -¿Ve, Lucita, lo que pasa? Tantas veces que le dije que no se metiera con esos comunistas. Eso era verdad, cada vez que nos encontrábamos, me decía que dejara de participar en política, que me iría muy mal. "Javier" observaba todo y preguntó: -¿Así es que tiene un hijo? Respondió Daniel: -Así es, un rubio inteligente y bien simpático. Sentí rabia, comencé a sentirme peor, extraña, como si estuviese adormilada. Sentí miedo. "Javier" seguía hablando. Yo estaba muy 137
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nerviosa, comencé a temblar, sentí frío... El hombre rubio hablaba y hablaba, no recuerdo qué. Trataba de concentrarme. Tenía los ojos ardiendo, se desdibujaban los rostros, las cosas, todo. Como si estuviese viendo doble. Nunca sentí nada semejante. Me dio miedo, debían haber puesto algo en el café, traté de convencerme de que no era cierto, sentí deseos imperiosos de orinar. Luego se transformó en una obsesión, y pedí que me dejaran ir al baño. Sentí que me salía más sangre, y recordé que esa mañana un guardia me había pasado un calcetín que encontró botado y que como estaba tan sucio, yo lo envolví en una hoja de revista que estaba en el suelo. Había puesto eso entre mis piernas... Me paré y dije "mancharé su sillón si no me deja ir al baño". Sentí la cabeza pesada y mi lengua enorme, como si estuviese creciendo. No me cabía en la boca. El muchacho del arma se puso de pie y me sostuvo. Me apoyé en él. "Javier" ordenó que me vendaran y me llevaron al baño. Una vez allí, el muchacho me hizo tocar con las manos el lugar donde estaba la taza y luego girar hacia la izquierda y comenzó a contar los pasos para indicarme dónde estaba el lavamanos. Creí que estaba sola, pero una voz me dijo: "Sólo estás autorizada para sentarte en el water y de ahí ir al lavamanos, luego llamas". -¡Señor! -exclamé, acostumbrada a llamar así a los de la DINA-. ¿Me puede prestar un jarro o una botella? -¿Y para qué? -Para lavarme, por favor... -¡No huevees!, agradece el algodón. -Por favor, un papel. -¿Para qué? -Señor, estoy sangrando y quiero botar lo sucio-. Sentí vergüenza y deseos de llorar... El muchacho dijo: -¡Cresta!, qué complicadas son estas mujeres... Espera, no quiero que dejes todo sucio-. Me pareció que no había salido, y volví a decir: -¡Señor!...- Me costaba hablar, sentí un ruido como de una radio mal sintonizada y una voz... -¿Vas a usar el baño? Contesté maquinalmente: -Sí, señor, disculpe. Bajé mis pantalones y pensé..."¿Disculpe?, ¿qué me pasa? ¿me están mirando?" La sangre seguía cayendo. Envolví todo lo sucio en un papel y lo dejé a un lado del water. Volví a sentir esa voz como de radio, con ruidos. -¡Párate.
Lo hice y casi me caí. Luego escuché otra orden: "Coloca el algodón entre tus piernas". Lo hice y traté de avanzar. Lo logré, pero tuve que afirmarme en el lavatorio. Volví a sentir la voz. -¡Date vuelta!, camina...- Lo hice mientras me decía "yo puedo, yo puedo desobedecer" y comencé a caminar. Mi pie chocó con algo en el suelo, retrocedí y la voz me dijo: -Agáchate y toca... Lo hice, y sentí como la primera vez que usé lentes, como si el suelo estuviese mucho más abajo de lo previsto, y me asusté, porque mi mano tocó algo que me pareció la pierna de un hombre llena de vellos, me quedé agachadaEra evidente que yo no estaba normal. Aparte de que ahí nada era normal. Yo podía pensar, pero me costaba. Sentí como si desconectaran un micrófono y alguien se acercó para llevarme afuera, a la misma oficina. Ahí me sacaron la venda. Recuerdo una música suave. Poco a poco iba subiendo el volumen, una voz resonaba dentro y fuera de mí. -Luz, ¿estás bien? -Sí, está todo bien...- Pensé, ¿bien? Sentí que cayó mi cabeza hacia adelante, mis brazos parecían colgar... Alguien preguntó: "¿qué piensas?" -Tengo pena, mucha pena... -¿Sólo pena? ¿Nada más? ¿Algo de rabia, quieres llorar? -No, no quiero llorar. No era cierto; yo quería llorar... -¿No te parece raro? Cuando uno tiene pena, llora. Cuéntame, Luz... Comencé a hablar. -Es como un sueño, un sueño de azul y de mar. Veo a alguien que se cubre con un enorme chai, es una mujer que suelta sus cabellos y camina, luego se sienta en la arena. Es otoño y hace frío, tanto, que hiere la piel. Esa mujer captura lo que ve y lo atesora dentro. El hombre cambió el cassette, sentí mucho cansancio, y antes que me siguiera preguntando dije: -Y usted, señor, ¿quién es, qué piensa, qué soy yo para usted? El hombre rió fuerte y gritó: -Llévala, que se vaya a dormir. Mañana sí trabajaremos, y temprano. Me llevaron a una habitación pequeña, sólo cabía un camarote y un sillón donde se quedó el mismo muchacho que antes limpiaba 139
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su arma. En la cama de abajo, fingía dormir María Teresa, una compañera del Partido Socialista que era del equipo de Toño. Su compañero, Claudio, era de mi grupo, del G.E.A. Cerré los ojos y traté de dormir. Pasó un rato y de pronto ocurrió algo que nunca he podido determinar si fue real o lo soñé. Si estaba despierta o dormida, pero sea como sea lo que ocurrió... lo viví, y quedé absolutamente destruida... Sentí un ruido y escuché unas voces. Eran "Javier" y un niño pequeño... -¿Cómo te llamas? -Rafael -Te voy a quebrar un dedo, Rafael -¡No, No! -y unos gritos atroces del niño... Luego súplicas y ruegos, llanto... Dentro de mí sentí deseos de pararme, tenía las manos atadas y la cabeza me daba vueltas. Traté de decirme no es la voz de mi hijo, me lo repetía una y cien veces, no es la voz de mi niño, no es mi niño, ni siquiera es un niño, es una grabación. Me pareció que cada cierto rato, todo se repetía igual... Trataba de convencerme que era una cinta... Todo seguía, y pese a mi intento de convencerme de que no era mi hijo, de pronto parecía que ese diálogo monstruoso se apoderaba de mí y oía: ..."Ahora te quebraré otro dedo..." Y más gritos, y yo tratando de levantarme, tratando de comprender, ¿por qué nadie más parece escuchar voces? Yo seguía diciéndome... No, no es; no, no es mi hijo, pero pronto estuve llorando, me parecía ver a mi hijo retorciéndose de dolor con sus manitos extendidas hacia mí diciendo ¡mamita!, mamita ayúdame, me duele, mamita. Yo me repetía, tranquila, Luz, es una cinta grabada. Quieren asustarte... No sé si duró horas, no sé si fue toda la noche. A pesar de que tenía por momentos la certeza de que era una grabación, porque todo se repetía una y otra vez, fue lo suficiente para sentirme toda escombros1... Supe que estaba amaneciendo cuando la luz se filtraba por el vidrio pintado. Las voces callaron y yo tenía en la garganta, en el pecho, un dolor muy fuerte. Angustia, necesidad de ver a mi hijo, de tenerlo en mis brazos, de acunarlo, de velar su sueño. Comencé a sentir ruidos, estaban llegando. Me sacaron de la pieza, pude ir al baño, me duché. El agua estaba heladísima, pero igual me pareció divina. Esta vez no hubo voces ni gente cerca, me saqué la venda, me miré al espejo y vi mi rostro demacrado y pálido. Pero peor estaba mi corazón. Cuando salí del baño, me llevaron a una oficina. Otra, más espaciosa, sin ninguna elegancia, con varios escritorios. Pronto apare-
ció "Javier", y comenzó a decir que le interesaba la información que yo le pudiera entregar del Partido Socialista. Volví a contar la historia de que llevaba seis meses presa, lejos del partido y que todo lo había entregado a la DINA. Me di cuenta que además de la chica que había visto la noche anterior, estaban haciendo diligencias para ubicar a Luis Peña, no sé si lograron detenerlo o no. No lo vi. Desconozco absolutamente cómo siguieron investigando pero tenían un punto para esa mañana donde se supone que llegaría Alejandro Parada, "Jano" y vi cuando lo trajeron vendado y amarrado, yo sólo lo ubicaba de vista, desconocía su tarea dentro del partido, sólo sabía que había efectuado algunos puntos con Toño. No me carearon con él. Llegó el capitán Juan Morales y le dijo a "Javier" que la DINA me reclamaba, que me llevaría de vuelta a Londres 38. Se produjo un diálogo áspero entre "Javier" y Juan Morales. Me llevaron de vuelta a Londres 38. Allí me volví a encontrar con María Teresa, quedamos sentadas juntas. Cuando pudimos hablar a escondidas de la guardia, me preguntó si yo había hablado de Claudio, su compañero. Le dije que no, y me pidió que por favor no lo hiciera, se lo prometí sólo para tranquilizarla, pues de todas maneras no sabía ubicarlo, ni siquiera conocía su nombre verdadero. Sé que María Teresa estuvo al menos una noche más en Yucatán y que sobrevivió.
OSVALDO ROMO Al día siguiente de haber vuelto a Yucatán, Ricardo Lawrence nos mandó a buscar a mi hermano y a mí. Dijo que comenzaríamos a "trabajar" cada uno con un equipo y me entregó a mí a Osvaldo Romo Mena, y a mi hermano a un teniente de Carabineros que dijo llamarse "Marcos". Más adelante sabría que su nombre es Gerardo Ernesto Godoy García. Lo primero que debo confesar es que me cuesta hacer leña del árbol caído, eso no significa que Romo Mena deba ser absuelto, sin duda lo será, todo parece indicar que los casos de detenidos desaparecidos irán siendo amnistiados, 3 al pensar en Romo Mena hoy 3
. 28. jul. 93. En menos de 24 horas, el segundo juzgado militar exculpó a Fernando Lauriani Maturana por falta de pruebas de su participación en el secuestro y desaparición de los hermanos Andrónico Antequera. 141
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puedo ver que en 1974 era el hombre con el poder de arrastrar hacia el infierno a quienes su jefe Miguel Krassnoff Martchenko le ordenaba, y hoy es el único que está en manos de la justicia. Me cuesta entender que Romo es responsable y que el resto no. Osvaldo Romo del año 74 y el de hoy difieren notablemente para mí. En mi mente Romo aparecía como una enorme mole grasicnta que se abalanzaba como perro de caza en contra de opositores y militantes, me causaba pánico. El año 1992 pude verlo pocos días después que fue traído a Chile. Me impactó. Me pareció más bajo que en mi recuerdo y cuando encorvado y arrastrando una pierna, con sus ojos llorosos me dijo ¿Me perdonaste?, supe que el hombre de mi recuerdo, ese asqueroso, sucio, grosero, de uñas roídas que me causó mucho dolor y repugnancia en el año 74, es una persona que en ese gesto me demostró que el Osvaldo Romo que todos conocen, y que sin duda fue un torturador y violador implacable, representa el "hombre desechable" que la DINA necesitó para sus propósitos de aniquilamiento. Desde que llegó a Chile, Osvaldo Romo fue sometido a un tratamiento médico adecuado y cada vez que lo vuelvo a ver está más delgado, más ágil, y conserva la astucia que lo caracterizó en el período que yo lo conocí en la DINA. Debo confesar que su gesto de pedirme perdón a mí, que hoy sea "el pato de la boda" sólo porque es un civil sin "prebendas especiales", me predispone a perdonarlo y lo he hecho. Siento que Osvaldo Romo con todas sus características es alguien que fue usado y abusado por la DINA, sin ninguna duda es responsable de muchas cosas, atroces, pero me cuesta aceptar que es el único que está declarado reo. Me es difícil aceptar que sus jefes queden impunes. Osvaldo Romo pese a sus habilidades, esa astucia innata que lo llevó a ser la mano derecha de Krassnoff, durante los años 74 y 75, fue reforzado por la DINA, distinguido como uno de los "mejores" agentes, su ferocidad respondió plenamente a las demandas de Krassnoff, Ferrer, Wenderoth, Moren, Espinoza, Contreras, de la DINA. Ese día de 1974 nos llevaron al cuartel Terranova a tres de los detenidos que estábamos colaborando. A Alejandra, a mi hermano y a mí. Yo fui en la camioneta con Osvaldo Romo, Basclay Zapata y el "negro" Paz. Mi hermano, en el Austin Mini del teniente (C) Gerardo Godoy García, que entiendo era el vehículo de un detenido. Ese día, el oficial le regaló a mi hermano un pantalón gris y una camisa verde, pues su ropa estaba destrozada y sucia en extremo y ambos tenían contextura similar. 142
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Durante el trayecto con Romo Mena y su equipo, supe que Alejandra estaría presente. Romo inició una conversación que me molestó mucho. No me atreví a opinar nada, sólo escuché. Recuerdo que se refirió de manera muy despectiva de Alejandra y de Muriel. Yo no podía hacer abstracción del olor que despedía ese hombre tan desagradable. Cada vez que estaba sin venda, no podía despegar mis ojos de sus dedos asquerosos, con las uñas sucias y comidas en extremo. Al llegar a Terranova, pude ver por debajo de la venda el lugar que meses después reconocería como el estacionamiento de la casa patronal. También reconocí a Alejandra. Ella estaba muy delgada y recuerdo que sentía mucho frío. Estaban presentes además de quienes nos habían llevado, los oficiales Lawrence Mires, Krassnoff Martchenko, Moren Brito. Sé que había más personas, pero no logré verlas, sólo pude oír sus voces. En esa oportunidad escuché por primera vez los nombres de las agrupaciones. Supe que Krassnoff Martchenko comandaba Halcón, que Lawrence Mires era el encargado de Águila, y que Godoy García comandaba Tucán. Se nos dijo que a partir de ese día comenzaríamos a "porotear", o sea, ir con los equipos a que habíamos sido asignados, a mirar por las calles de Santiago identificando militantes. Moren Brito dijo que eso era una nueva modalidad de trabajo y que de los resultados dependía lo que ocurriría con nosotros. Luego de ello, nos trasladaron nuevamente a Londres 38. Me sacaron varias veces. "Poroteando" un compañero cayó detenido en la calle Estado. Yo lo conocía como Walter Contreras, y durante años lo he buscado en las listas de detenidos desaparecidos. No lo he encontrado. Recuerdo que ese día, al volver con él al cuartel Yucatán, Romo Mena y Zapata Reyes me obligaron a decirle que yo trabajaba desde hacía años con el Servicio de Inteligencia del Ejército. Supongo que lo creyó. Tampoco volví a verlo. Mientras estuve en Yucatán, "Javier" fue dos veces, e hizo tal como había dicho. Se acercaba a mi lado y me decía "Sombra" al oído. Un guardia me sacaba de inmediato, y me llevaba a alguna oficina, me preguntaba cómo estaba y me regalaba cigarrillos. Otra vez puso un chocolate en mi boca. Cada vez me decía que estaba haciendo gestiones para sacarme de manos de la DINA. Yo le agradecía, pensando que ojalá no resultaran. Ese hombre me causaba más pánico aún que Krassnoff o Lawrence o Moren. Tal vez sólo era una maniobra para que yo colaborara más con Krassnoff, no lo sé... Recuerdo que en Yucatán había un guardia bajo, de tez blanca 143
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y cabellos oscuros y crespos. Siempre ofrecía a las mujeres llevarnos a un lavatorio donde, según él, podríamos lavarnos un poco. La primera vez "caí" y agradeciéndole, me dejé conducir por él. En cuanto me saqué la blusa para lavarme, él se acercó tomando mis pechos. Logré disuadirlo de que no continuara y me devolvió mi ropa. Como era de día, comencé a gritar, yo creo que temió ser sorprendido por algún oficial. Yo estaba vendada, eran situaciones muy deprimentes. Después de eso, no accedí nunca más a sus ofertas, y cada vez que pude alerté a las chicas recién llegadas sobre lo que hacía ese muchacho. Uno de esos días Basclay Zapata Reyes, el "Troglo", me preguntó si quería ducharme. Le contesté que sí. Me sacó de la silla y me llevó a una camioneta. En el camino me explicó que iban a hacer un allanamiento y que mientras ellos revisaban el departamento, yo podía usar el baño. Le agradecí. Hasta entonces no me constaba que él me hubiese agredido. Al llegar al lugar, pese a que iba vendada, si levantaba la cabeza un poco podía ver por debajo de la venda. Pude reconocer el sector, cerca del cine Providencia, en la calle Manuel Montt, no recuerdo exactamente el departamento. Cuando me estaba bañando, el "Troglo" entró y trató de comenzar a tocarme. Igual que de Moren Brito, hay testimonios de la brutalidad y crueldad de Basclay Zapata, pero yo no sé si él me torturó o no. Ese día me pidió que me acostara con él. Cuando me negué, insistió, incluso me llevó ropa de regalo que imaginé, y tiempo después tuve la confirmación, robó del departamento que estaba siendo allanado. Negándome a tener relaciones con él, le devolví el sweater y la blusa que me había pasado, pero se retiró sin volver a insistir. Ahora que recuerdo, me parece tan increíble la situación. Yo, ahí, desnuda, suplicándole que por favor no me violentara. El tratando de tocarme. De repente se quedó mirándome y dijo: -Está bien, puedes quedarte con la ropa igual- y salió del baño. Me saqué rápido el shampoo y el jabón y me vestí. Todo el resto del tiempo estuve tratando de desenredar mis cabellos, me habían crecido bastante, sin atreverme a salir del baño.4 A
. El año 1992 supe que el departamento pertenecía a la señora Adriana Urrutia y la ropa que me dieron era de ella. La señora sobrevivió y toda la ropa con excepción de un sweater burdeos la regalé a las compañeras de la pieza N Q 2 de Cuatro Alamos. 144
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No sé si los últimos días de agosto o los primeros de septiembre, me llevaron a Cuatro Alamos, al igual que a los demás detenidos. Estaban desocupando Yucatán, aparentemente porque ya estaba individualizado como un lugar de detención de la DINA y algunos familiares llegaron incluso a golpear las puertas del cuartel, preguntando por sus parientes.
CUATRO ALAMOS Cuatro Alamos era un lugar secreto de detención, ubicado junto al Campo de Detenidos en libre plática del Servicio Nacional de Detenidos -SENDET-, en calle Departamental. Este lugar era diferente de los otros cuarteles. Estábamos separados los hombres de las mujeres, en piezas donde había literas. Podíamos ducharnos y recibíamos comida de manera regular. Nos daban un día porotos, otro lentejas, y al tercero garbanzos. No recuerdo si había alguna otra comida. Permanecíamos encerrados, pero sin vendas mientras estábamos dentro de la pieza. En la época en que yo llegué a ese recinto, estaba a cargo de Carabineros, pero después la DINA comisionó como jefe de "Cuatro", como le decíamos en aquel tiempo, al oficial de Gendarmería Orlando José Manso Duran, quedando Carabineros sólo a cargo de Tres Alamos, con Conrado Pacheco como jefe de ese lugar. Quienes estábamos en Cuatro Alamos, teníamos aún la condición de detenidos no reconocidos como tales, o sea, que podíamos desaparecer en cualquier momento. Lo más terrible era la incertidumbre de saber que a cualquier hora podían ir a buscarnos, para ser llevados nuevamente a los otros cuarteles. Durante mi estadía en ese recinto quedé por mucho tiempo con la idea de que los detenidos que eran sacados de ese lugar eran distribuidos por diferentes cárceles del país, pues cuando iban los equipos de la DINA y sacaban a la gente, los formaban en distintas filas asignándoles a cada una el nombre de diferentes ciudades. Al llegar a Cuatro Alamos, varias de las detenidas manifestaron que presentaban síntomas de tener infecciones vaginales. Cuando fue el médico pedí que me llevaran, pues tenía aún malestares fuertes en el pie. El médico dijo que la cicatrización de la herida estaba avanzando bien, pero la hiperestesia se mantenía. Me molestaba incluso el roce de los pantalones o de la ropa de cama al dormir, sobre todo de los apatos. 145
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En la pieza de Cuatro Alamos tuve como compañera a Rosseta Pallini González, que era esposa de un dirigente del MIR. Ella murió en el exilio, en Méjico, y le sobrevive un hijo. Otra de las compañeras de la pieza N s 2 fue Mónica Chislayne Llanca Iturra, a la fecha detenida desaparecida. La conocí ahí. Ahora sé que ella tenía vinculaciones con el MIR, en esa época tal vez por temor nos dijo que era socialista y funcionaría del Gabinete de Identificación. Uno de los primeros días de septiembre de 1974, fue sacada de la habitación por el equipo de Halcón Uno. Osvaldo Romo Mena le asignó la clave "Puerto Montt"; hoy se sabe era una de las palabras que significaba muerte. No voy a ahondar en mayores antecedentes sobre Mónica, porque la causa por el secuestro de ella y su posterior desaparición se encuentra bajo secreto de sumario, en el Tercer Juzgado de Santiago. La juez que lleva este proceso es la señora Dobra Lusic Nadal. Durante muchos años no recordé los nombres de estas mujeres. En 1991, cuando estuve radicada en Europa, revisando prensa antigua, encontré una foto que reconocí y la historia de Olivia Monsalve de Becerra. Me di cuenta que yo la había conocido a ella, a Silvia y a Alejandrina, en Cuatro Alamos. Quedé profundamente conmovida.
guardia volvió a la pieza y vio el feto, reaccionó. Se llevaron a Silvia y días después supimos que la llevaron al Hospital de Carabineros. Al volver ella mantuvo un silencio empecinado que no nos atrevimos a interrumpir... Ese otro hijo de Miguel Ángel Becerra, el que no nació ni tuvo nombre, dejó su incipiente vida en una fría habitación de Cuatro Alamos. No dormí esa noche, nadie durmió esa noche. Durante la ausencia de Silvia, Alejandrina, en un momento de hondo pesar, mientras nos pasábamos de una a otra un cigarrillo, nos contó su historia. Me di cuenta que ellas en esos días, enfrentaban tan sólo el comienzo de una larga sucesión de estaciones de dolor. Supe que el agente DINA que me contó Alejandrina, que encontraron muerto en un camino vecinal adyacente a Parral, era Miguel Ángel Becerra Hidalgo, pariente político de ella y esposo de María Olivia Monsalve Ortiz y que el mayor de los hijos de este matrimonio, Miguel Becerra Monsalve, es el muchacho que permanece hasta ahora en Colonia Dignidad, separado de su familia por el dictamen de un juzgado de Parral, que entregó la tuición del muchacho a los alemanes de Villa Ba viera.5
m NO NACIDO Una noche, a comienzos de septiembre, Silvia comenzó a sentir agudos dolores en el vientre. Golpeamos fuerte en la puerta pidiendo un médico. Producto de las torturas que recibió la muchacha perdió al bebé que esperaba. En el closet de la pieza había una hoja de diario y las tapas de cartón de una caja. Ahí recibimos al que habría sido el menor de los hijos del agente de la DINA, Miguel Ángel Becerra Hidalgo. Fue estremecedor. Hacía frío, y de la masa sanguinolenta de no-hijo y de placenta salía una especie de humo. Lo puse en medio del pasillo pequeño que quedaba entre los dos camarotes y me senté en la cama de abajo junto a Alejandrina. No podía dejar de mirarlo. Todas estábamos conmocionadas. Hacía unas horas, apenas unos minutos, era un ser con vida. No figura en ningún listado, pero también lo (la) mató la DINA. No lloramos fuerte. Quizás, porque en ese momento nos preocuparnos de la madre, de calmarla, de ayudarla a vestirse, de abrigarla, de secar sus lágrimas. Cuando el muchacho que estaba de 146
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. Durante mi estadía en Cuatro Alamos pude ver que en otra de las piezas se encontraba Muricl Dockendorf Navarrcte, esposa de un dirigente del MIR, quien a la fecha se encuentra desaparecida. 147
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Al ser conducida desde Cuatro Alamos al cuartel Ollagüe, ubicado en José Domingo Cañas N2 1367, comenzó una etapa distinta, la DINA creció en recursos humanos y materiales, llegaron más oficiales y se hizo permanente la presencia de agentes femeninos. Para mí también hubo cambios. Permanecí en un lugar distinto de los demás detenidos, sin embargo lo reducido del local hizo más cercanos los sufrimientos de los compañeros que eran torturados de manera brutal. A pesar de que yo era una colaboradora de la DINA, continuaba como detenida no reconocida oficialmente. La DINA se convenció de que yo no pertenecía al MIR, y por esa razón dejé de ser una detenida del grupo Halcón de Krassnoff y pasé a depender del comandante del cuartel, el capitán Ciro Ernesto Torré Sáez.
Al día siguiente del primer aniversario del Golpe, poco antes del mediodía, fui sacada de Cuatro Alamos y trasladada a lo que después sabría que era el nuevo cuartel de la DINA de nombre Ollagüe, que reemplazó a Yucatán, y que estaba ubicado en José Domingo Cañas Na 1367. Hasta esa fecha, como detenida seguía dependiendo del grupo Halcón, cuyo encargado era Miguel Krassnoff. Cuando el guardia de Cuatro Alamos me entregó a los agentes de Halcón Uno de Caupolicán, Basclay Zapata Reyes se dio cuenta de que de tanto ponerme cinta adhesiva en los ojos ya no tenía cejas ni pestañas. Tuvo un rasgo de humanidad: sólo me puso las gafas plásticas muy oscuras y me hizo prometer que cuando ellos me lo indicaran, yo cerraría los ojos, y no los podría abrir por ningún motivo. Al cruzar Bustamante con Irarrázaval, me lo ordeñaron y cerré 'os ojos. Al ingresar al recinto donde me hicieron bajar, me llevaron a
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una habitación vacía y frente al guardia, Basclay Zapata Reyes simuló que me retiraba alguna venda de los ojos y con gestos de aparente dureza me gritó: -¡Quieta, mierda! Quedé sentada en un sillón, el único mueble de la pieza inmensa. Todo estaba lleno de polvo. Aparentemente la casa había estado vacía mucho tiempo, o nadie se ocupaba de la limpieza del lugar. Más o menos 15 minutos después, entró un guardia que me ordenó que lo siguiera. Era uno de los que había visto en Londres 38. Me saludó como quien se reencuentra con alguien conocido. Me miró con curiosidad, me encontró diferente. Le conté que en Cuatro Alamos había podido bañarme a diario y que me había cortado el pelo. -¡Ya se peló de nuevo!-. Recordaba el incidente con la peluca y mi pelo muy corto cuando caí detenida en marzo. Me hizo señas de que lo acompañara. -Mi capitán, aquí está la Lucecita. -Así es que ésta es la Lucecita. Asiento -dijo mostrándome una silla. El hombre seguía hablando. -Soy capitán de Carabineros, Ciro Torré es mi nombre. No es chapa. Y soy el comandante de este cuartel. A esas alturas había aprendido lo suficiente como para no confiar en nadie, aunque ese alguien exhibiese una sonrisa y una actitud como la de ese oficial. Era la típica imagen que uno se forma del comisario de una tenencia de campo. Figura obligada de celebraciones, bautizos y casamientos. Una especie de padrino, bonachón y buen conversador. -Vamos a hablar, Lucecita, porque usted trabajará conmigo. Cuénteme todo. ¿Quién es usted? ¿Cómo fue detenida? ¿Por qué? Comencé midiendo mis palabras. Hasta esa fecha, nadie me había encuadrado. El capitán Torré parecía disponer de todo el tiempo del mundo. No tenía o no manifestó una opinión propia respecto de cuestiones contingentes o de los partidos políticos. Constantemente me pedía aclaraciones sobre ellos y las palabras que yo seguía usando ex profeso. Presumió sí de que estaba enterado de la situación y de que su esposa era abogado. Sin saber si su actitud era real o no, aumenté el uso de palabras raras. Muchas improvisadas en el momento, o simplemente sinónimos rebuscados. Igual estaba en sus manos y en una situación muy extraña. Aunque hubiera querido entregar información, no podía. No sa-
bía nada. Habían pasado más de seis meses desde mi detención. A esa fecha era la detenida que llevaba más tiempo en la DINA. La más antigua, decían ellos. No tenía ninguna posibilidad de pasar a libre plática. Los había visto prácticamente a todos. De muchos, sobre todo de los oficiales, conocía el nombre real, y ubicaba varios de sus cuarteles. Debía de alguna manera seguir comprando mi vida minuto a minuto. Lo que estaba vislumbrando era una posibilidad remota, no se me ocurrió nada más y, después de todo, pensé, oficiales como Krassnoff y Lawrence ya manejaban -y bien- esa suerte de jerga marxista. Al menos la que usaban los militantes del MIR. Traté sutilmente de ir interesando al capitán. Mientras hablaba de mi vida, mis estudios... Trataba de suponer qué estaría pasando en el país. Recordé que en los días que estuve en libertad, supe que algunas religiosas ya se movilizaban tratando de apoyar a los familiares de los detenidos. De pronto el capitán mencionó algo acerca del trabajo de inteligencia. Decidí pasar a la "ofensiva" y le dije: -Capitán, ¿de veras usted cree que la izquierda es una "amenaza" para el Gobierno? ¿No cree que hay otras instituciones y partidos políticos que son bastante "intocables" y que les ocasionarán más de un problema? Usted sabe que hace meses que no leo la prensa ni sé nada. Sin embargo, me atrevo a opinar que la Iglesia y la Democracia Cristiana, al menos algunos sectores de ellas, deben estar haciendo "olitas". Era algo tan obvio para mí, que me sorprendí frente a la reacción del capitán y pensé: "Me está hueveando. Luego, cuando se canse me sacará cresta y media, y hasta ahí no más llegaré..." Pero parecía genuinamente sorprendido: -Es increíble, yo creo que usted algo leyó o escuchó noticias en Cuatro Alamos. ¿Cómo hace para saber? Seguí hablando, apelando fundamentalmente al sentido común, ya que era un tema que desconocía. Hablé de las cosas lógicas, de cómo los acontecimientos se, van desenvolviendo en el tiempo a partir de algunos hechos y sus relaciones de causa y efecto. Mi vida comenzó a depender de lo que en el pasado había aprendido, leído y pensado. Tenía una sola arma: mi cabeza. Y un hecho fortuito: el oficial era más ignorante que yo en esas materias. El capitán se dio cuenta que había pasado con mucho la hora de almorzar. Dijo que me pondría sola en una pieza, que me daría el
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material necesario para que escribiera cuanto sabía. Que él quería aprender todo. Estaba metida en un lío. ¿Qué iba a escribir?... Sin darse cuenta, el capitán me fue dando las pistas de cómo dar forma a lo que intuitivamente estaba haciendo. No pude evitar recordar lo que había estado pensando en Cuatro Alamos. Definitivamente vivir en ese clima de violencia agudizaba las percepciones. Decidí que intentaría aparecer como alguien en extremo racional. La alternativa era caer absolutamente bajo el dominio de la DINA. El capitán Torré Sáez interrumpió mis pensamientos cuando me comentó que estaba leyendo la "Orquesta Roja". Por unos segundos recordé a Ricardo Ruz y sentí ternura. Lo habíamos leído juntos. Sin pensar le dije al oficial: -Capitán, lo primero que haré para usted será un Vocabulario Marxista. Y luego un Manual de Comunicaciones. El capitán se veía contento y decidido a transformarse en un oficial de inteligencia. Lo alenté a seguir leyendo libros de espionaje, diciéndole que era una buena escuela. Torré Sáez me llevó a la que sería mi pieza los próximos meses. Había una colchoneta en el suelo. Llamó a dos guardias e hizo traer una mesa y dos sillas. Una máquina de escribir y material de oficina. Al salir dijo: -Le haré traer un catre y ropa de cama. Envalentonada por el aparente éxito de ese día, pregunté: -Capitán, ¿puedo ducharme? -¿Ducharse?, veremos. No sé si hay ducha. Pero lo veremos... Cerraron la puerta. Era un espacio pequeño. El sitio donde usualmente se guardan escobas, traperos y útiles de limpieza. Respiré profundo, me senté en la colchoneta y me puse a pensar en lo ocurrido. Sonreí. Sin duda era una suerte que ese capitán fuera el comandante del cuartel. Faltaba por ver qué pasaría cuando Krassnoff se enterara... Pronto volvieron los guardias con el resto de las cosas. Eran el "Jote" y el "Rucio". El "Jote" dijo riendo: -Le está creciendo el pelo, Lucecita. Ahora tiene hasta oficina. ¡Me alegro! Yo voy a tener que tratarla bien. A este paso, ligerito me va a estar mandando, ¿dónde quiere la mesa? Me reí, no había mucho espacio. -¡Claro! Sólo caben la mesa y la colchoneta. Pero si quiere las ponemos al revés, o sea la colchoneta y la mesa... Era un buen muchacho. Nunca me trató mal, al contrario.
-Gracias, "Jote". Hace mucho que no me reía, gracias. -Ya, ya, que ahora se me emociona y se pone toda triste. Ya pues, tranquila, y siéntese a la mesa que "altirito" le traigo la sopa y después, si quiere salir un ratito al patio, yo la dejo lavar los tachos y las ollas. Miré hacia afuera y me di cuenta que el día estaba muy lindo. -Y así como están saliendo las cosas, seguro que el capitán le da permiso para que la puerta esté abierta un ratito cuando estemos de guardia aquí afuera. Miré la piscina. Mire qué lindo, Lucecita. ¡Ah! y pa' que sepa, el "Rucio" y yo haremos guardia en su puerta día por medio. Tome, aquí tiene un Lucky. Se lo pedí al "Clavo" -Hugo Clavería Leiva-, que fuma los mismos petardos que usted. ¡Me hacían tanto daño mis sentimientos! No sólo un dolor moral. Me costaba respirar, era un dolor físico que me atravesaba como un cuchillo la garganta. No podía eludirlos, decidí que tenía que controlar mi expresión, aprender a mostrar siempre una misma cara, una actitud. Eso. Debía dejar de ser alguien y ser algo. El "Jote" esperaba una respuesta: -Sí, "Jote", lavaré los platos y las ollas. Tomé la sopa, partí el pan y comí una parte. Fumé el cigarrillo y escondí bajo la colchoneta los fósforos. Tuve la impresión que algo había ocurrido dentro de mí. Era tangible. Ya no sentía frío, ya no dolía. Pensé que las personas buscan relajarse en las situaciones difíciles, y en cambio yo debía aprovechar esa situación de tensión permanente. Del stress sacaría la energía que precisaba. El "Jote" me llevó hasta una llave de agua en el patio, y lavé las cosas. Se rió y mucho de mí porque le pedí detergente. Me enseñó a lavarlas con tierra. Servía: el barro sacó toda la grasa. Casi con alegría metía las manos en la tierra y froté las ollas. Esa pasó a ser una actividad cotidiana, una forma de disfrutar esa primavera que coqueta -como ella es- alternaba mañanas y atardeceres frescos con mediodías esplendorosos. -"Jote", ¿tú crees que podría lavar mi blusa aquí? -¡Eso!, ¡no digo yo! Así son las mujeres. Uno les da la mano y se toman el pie. Por mí, encantado, pero mejor le pregunta al capitán. Volví a la pieza y comencé el vocabulario marxista. Comenzaron a apilarse las hojas. Él capitán iba dos veces diarias a revisar el avance de mi trabajo. Pero pronto ocurrió lo que yo temía. Krassnoff dijo que eran "puras huevadas" y que yo -como de costumbre— me estaba mofando. Lo peor es que tenía razón. El trabajo era malo.
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Afortunadamente, Torré atribuyó la actitud de Krassnoff a lo que definió como una situación de conflicto entre los oficiales de Ejército y los de Carabineros. Rivalidad que según él se agudizaba por una suerte de "injusticia", por diferencias en el acceso a los grados en las dos instituciones. Es normal que la oficialidad de Carabineros -a esa fecha- demorara más en ascender a capitán, y a igualdad de grados, manda el oficial de Ejército, por ser la institución más antigua de las FF.AA. Entonces ocurre que un capitán de Carabineros que bordea o pasa los 35 años, queda subordinado a un capitán de Ejército que perfectamente -recién ascendido- puede tener 27 ó 28 años. Ciro Torré me hablaba de ello con el convencimiento de que los oficiales de Carabineros estaban más capacitados para el trabajo de inteligencia por haber mantenido un mayor contacto con la gente. Supongo que en ese comentario había implícita una crítica a los métodos de la DINA. Después que estuve instalada en la pieza, Krassnoff ordenó que llevaran a Alejandra al mismo lugar, dormiríamos juntas. Al parecer Torré se sentía responsable de mí. A su manera, ¡claro! Muchas veces viví esa desagradable sensación en ese mundo donde impera un machismo brutal. Los oficiales tienden a expresar su paternalismo en un amplio rango de cosas. Desde cambiarle el nombre a uno, hasta sentirse una especie de padre que nos ha dado la vida. Un día se quedó mirándome y dijo: -¡Diana!, eso es, Dianita es tu nombre. Eres igualita a una Diana cazadora en pelotas que tengo en un calendario. Al mirarlo sentí miedo. Ahí estaba. Frente a mí, mirándome con su cara encendida, los ojos vidriosos, los labios entreabiertos, su cara sebosa, de cerdo. Sentí repulsión. Deseos de salir corriendo, y estaba ahí, quieta... Muda. Sólo mirándolo con mi cara sin expresión, que era una de las cosas que más les molestaba. Había pasado por mí como una ráfaga, ese sentimiento de humillación. Pero escuché como si oyera a otra persona: -Capitán, le agradecería y mucho que busque otro nombre. Diana me suena a nombre de puta... Prefiero el mío. Mi nombre es Luz. - N o se hable más del asunto -respondió Torré-. Serás Diana. Dianita, eso es. Te queda mucho mejor. Comenzó a reír y se fue. A partir de ese día el capitán me llamó así. Los guardias siguieron llamándome Lucecita. 156
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A los pocos días de haber llegado a ese lugar pude darme cuenta de que en Ollagüe había por lo menos cinco oficiales más que los que yo había conocido en Yucatán. En Londres 38 había conocido a Krassnoff Martchenko, Lawrence Mires y Godoy García. En el cuartel Ollagüe, aparte de los encargados de agrupaciones, estaba el comandante del cuartel, de quien yo dependía, es decir Ciro Ernesto Torré Sáez, quien a su vez tenía un segundo hombre, Fernando Eduardo Lauriani Maturana, alias "Pablo". También dependían de él la subteniente de Carabineros Palmira Isabel Almuna Guzmán, alias la "Pepa", y el señor Jiménez Santibáñez. El último de los oficiales en llegar a Ollagüe fue el capitán Francisco Maximiliano Ferrer Lima, alias "Max". Todos los días Krassnoff Martchenko mandaba a buscar a Alejandra. Yo permanecía en la pieza escribiendo. El vocabulario iba creciendo. El capitán lo llamaba ahora su diccionario. Torré había autorizado a que me duchara cada mañana, pero imagino que por orden de Krassnoff Martchenko, o quizás como una medida de hostigamiento, igual debía pedirle autorización todos los días. Comenzó una especie de juego-burla de parte de Krassnoff. Yo pedía al guardia de la puerta que le preguntaran si podía bañarme al día siguiente. A veces me mandaba a buscar y en cada oportunidad el diálogo era más o menos el mismo. Me dejaban en la puerta de su oficina, con los ojos vendados. Luego de un rato, él decía: -¡Ah! Ahí está la Lucecita, perdón... Diana. ¿Así te llamas ahora? Yo permanecía callada. -¡Responde, mierda! Cuando yo te pregunto, ¡tienes que contestarme! ¿Sabes con quién estás hablando? -Sí, teniente, sé cómo se llama usted. -¡Ah! Sabes cómo me llamo, y ¿quién te dijo mi nombre? -Usted, teniente. Usted me dijo que se llama teniente Miguel Krassnoff. -Sí, mierda... Krassnoff. Krassnoff Martchenko... Ruso de los blancos. Ruso blanco, ¿entendiste? -Sí, teniente. -¡Qué bueno! y ahora que entendiste que los comunistas masacraron a mi gente, ¿qué quieres? -Permiso para bañarme, teniente. -¿A qué hora te duchaste hoy? -A las cinco de la mañana, teniente. -Autorizada, pero a las 4.45 ... ¿Sí o no? 157
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-Sí, teniente, está bien a las 4.45. No me importaba que autorizara el baño cada día 10 ó 15 minutos más temprano. Al final, Krassnoff Martchenko se aburrió o estaría ocupado, y logré ducharme cada día hasta que me llevaron a Villa Grimaldi. Yo desconozco si había otras razones. Pero para mí, era importante estar limpia. No quería darles la satisfacción de verme más doblegada en ese lugar donde no tenía ningún derecho. Aunque estuviese hecha trizas, la DINA me vería sólo de dos formas. En pie o muerta, y había elegido luchar por mi vida y la de mi hermano. Eso se grabó fuerte en mí. Desde entonces, siempre que estoy tensa, sin darme cuenta me ducho o me lavo el pelo, aunque lo haya hecho por la mañana. Recuerdo que en julio de 1975, cuando María Alicia, Alejandra y yo fuimos a vivir a la Torre 12 -Marcoleta 77, apartamento 54-, en cuanto pude me encerré en el baño y me duché. Más de una hora. No podía salir. No había jabón o shampoo, ni agua suficiente que me hiciera sentir limpia. La fetidez de los cuarteles de la DINA estaba dentro de mí. Seguía sintiéndola, estaba impregnada en mi mucosa nasal, en mi mente. Es una de las cosas que no me permitirán olvidar jamás. En esos días, en el cuartel Ollagüe, la ducha cotidiana tenía otros bemoles, pero aprendí a manejarlos también. Sólo el "Jote" y el "Rucio" me dejaban bañarme sola y con la puerta cerrada. Los demás guardias no sólo dejaban la puerta abierta, sino que se quedaban dentro del pequeño espacio molestándome. Aplaudían cuando me sacaba la ropa diciendo: -Yo la jabono, mijita-, y hacían ademán de acercarse. Yo me esforzaba por no demostrar temor. Sabía que un soldado está programado para obedecer a una voz de mando, así es que salvo uno que otro agarrón que no pude evitar, pero que siempre les salió caro, podía mantenerlos a raya. Decidida a no dejar de bañarme, les gritaba fuerte: -Acércate, huevón. Trata de acercarte. Ni siquiera necesito informar de esto al capitán. Puedo arreglarme sólita con ustedes. Atrévete a averiguarlo. Krassnoff Martchenko, desde los tiempos de Yucatán había prohibido a la guardia que hablaran conmigo. Delante de mí, le dijo a Lawrence: -¡Esta huevona es inteligente y tiene una labia que puede darnos vuelta a estos cabros!
Se decían muchas cosas de mí, eso de que soy muy inteligente era una exageración. Tal vez una astucia innata para sobrevivir, lo demás eran verdades a medias, como que era karateca o que tenía instrucción especial. Hice algunos cursos, claro, como casi todos los de mi generación, nada especial. Pero jamás aclaré esas cosas. De alguna manera esa imagen actuaba como freno en esos muchachos que de un día para otro se sintieron tan poderosos. Ellos estaban embarcados en su casi "divina" misión de sanear la patria de la lacra marxista... De mi actitud sacaban por conclusión que tenía alguna "instrucción especial", que seguro estaba ocultando algún viaje a Cuba donde me habrían capacitado. Que no sólo era una mujer con ideas de izquierda, sino una suerte de "computadora". Marcelo Moren Brito, aludiendo a mi capacidad para memorizar, me bautizó de esa forma. Todo ello detenía -un poco- a la guardia. Siempre hubo alguien que en esos momentos decía: -Déjala tranquila, esta huevona es karateca y en una de esas te capa. Y se reían. No sé si valió la pena o no. Desarrollé una enorme capacidad de actuar fría y agresivamente, aunque internamente estaba realmente deshecha. Tiritaba permanentemente, temblor que reaparece todavía cuando me siento tensa. En esos días pensaba que valía la pena. Mi objetivo era hacerles creer que sus métodos de tortura sicológica eran eficaces, necesitaba pensar que podía llevarlos al terreno del lenguaje, que podía hablar tranquila y serenamente incluso de mi muerte. Mi terror más grande era que me presionaran con aquellos a quienes amaba. Con mi familia, con los compañeros. Intentaba demostrar que los sentimientos para mí no existían, y ellos estaban dispuestos a creer cualquier barbaridad de quienes calificaban como delincuentes y putas marxistas.
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Una vez Krassnoff me dijo: -¿Sabes que eres una traidora? Era increíble cómo acertaban en su crueldad. Yo notaba que algo muy vulnerable podía estallar. No podía dejar que penetraran en ese nivel tan adentro. Permanecía de pie sin mover ni un músculo mientras oía gritos atroces, mientras veía retorcerse a alguien en la "Parrilla". Sólo Dios sabe cuánto me costó aquello. Porque sólo logré no expresar; los sentimientos adentro bullían cada día más. Necesité someterme a una disciplina extrema. De madrugada entraba decididamente a la ducha, que era horrible de fría, y yo estaba enferma del pulmón. Muchas veces los guardias decían: "Morirás sola, ni siquiera tendremos que matarte". Yo les respondía: -Pero si muero, iré limpia... Nadie pareció entender, salvo Lumi. Fue tal mi obsesión por evitar que me invadieran absolutamente, que llegué a dejar de sentir los efectos del frío o del calor. Eso duró años. Muchos años después de la DINA pude seguir viviendo al margen del entorno y sus efectos. Aparentemente, claro, porque todo ello tuvo un costo altísimo. Ese día, cuando Krassnoff Martchenko hizo alusión a la traición, me dije: Luz, tu verdadero triunfo es ser capaz de asumir lo que sea. No deben sacarte la verdad jamás...y sin pestañear siquiera le contesté: -Sí, teniente, lo sé. Es algo que decidí yo en un momento determinado. -Cuéntame, y qué siente un traidor? -¿Teniente, lo único que puedo decirle es que en esta guerra suya, estoy en el bando de los que perdimos. De vencido a vencedor, usted sólo me dio dos opciones: Vivir o morir. Elegí vivir. ¿Cómo me siento? Ese es mi problema, señor. Si desea saberlo, piense. Trate de
imaginarse esta misma guerra que usted menciona, pero al revés. Trate de ponerse en mi lugar y dígame usted ahora a mí: ¿en mi situación, qué habría hecho?... Me imagino que su respuesta inmediata será "¿Yo?... Jamás seré un traidor". También yo pensé así mucho tiempo. Le repito la pregunta. ¿Usted, qué habría hecho? Me miró, se echó hacia atrás en la silla. Mascó un lápiz con su típico gesto de enchuecar la boca. Cruzó sus ojos un chispazo de ira, se sacó el lápiz, lo miró, se acercó a mí y gritó: - N o me hagas reír... ¿Una puta marxista comparándose conmigo? ¿Con un oficial? ¿Qué sabes tú lo que es un oficial? Me tragué lo de puta y respondí, estaba en el terreno que yo quería: -Tiene razón, teniente. No sé qué es usted, o el teniente Lawrence, o el teniente Godoy o el teniente Lauriani o el capitán Torré. Pero yo estoy segura de que sé lo que el Ejército dice que es un oficial. Un hombre de honor... Un hombre que, con una profunda vocación de servicio, ha dedicado su vida a... De un grito me hizo callar y pidió a un guardia que sacaran a esta puta de su presencia. Caminé. El guardia me tironeaba de un brazo y me apuraba. Choqué estrepitosamente con el marco de una puerta. Me golpeé en la frente, vi un rayo de luz, sentí que me iba a caer y escuché la voz de Krassnoff que decía: -Sácala, tiéndela en alguna parte. Dale un café, un cigarro. Cuando el guardia me llevaba casi arrastrando se acercó el teniente y me habló: -No te dolió, ¿verdad? No lloraste. No, no vas a llorar ahora. Eres valiente. Yo sé que eres valiente... No dije nada, pero pensé: "Tiene razón, teniente. Ya no duele..." Mi alma estaba encerrada en una costra de cicatrices, desesperación, dolor y angustia, algo sólido como una coraza. Se me formó una enorme hinchazón que me acompañó por meses y pasó por una amplia gama de colores, morado, gris verdoso, amarillos y quedó hasta el día de hoy un porotito que se siente al tacto en mi frente. Imagino que Krassnoff no olvidó ese incidente; años después cuando ya era funcionaría de la DINA, el 16 de agosto de 1976, cuando Manuel Contreras ordenó que pasara de la categoría de empleado civil femenino a la de civil con categoría de oficial, este hecho fue comentario obligado, de casino. Casualmente me encontré con
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Krassnoff que salía de alguna reunión en el Cuartel General y me felicitó: -La felicito, y que conste que lo digo de verdad. De oficial vencedor a oficial vencido. -Me dio la mano. Recibí el saludo como si me hubiese golpeado algo. Le escuché agregar: -Aunque sigo pensando que para mi gusto tienes demasiadas reservas mentales... Al menos dos veces, entre el año 1974 y 1975, Krassnoff me increpó por lo que él llamaba mis reservas mentales y otra cantidad de veces me gritó... "Llévense a esta huevona. No está quebrada. Aún tiene reservas mentales..." Krassnoff sabía que me quedaban unas cuantas cosas propias aún. El no sabía cuan pocas... Me saludó militarmente haciendo sonar sus tacos, simulando que se cuadraba y sonrió con su boca chueca. Fui a la oficina, me copaba un sentimiento extraño, ambiguo. Algo pesado que sin dolor ni alegría se fue adueñando de mí. Acceder a la categoría de oficial, para diferenciarnos del personal femenino que desempeñaba funciones de secretaría y administrativas, había sido una de esas "conquistas sociales" que peleaba María Alicia -y que como todo lo que conseguía una, lo asignaban a las tres, María Alicia, Alejandra y yo, fuimos cambiadas al escalafón de personal femenino junto a las mujeres profesionales que trabajaban en la DINA. Seguíamos siendo "el paquete", aunque desempeñáramos el rol de analistas en los turnos de la Central de Operaciones, y además para nosotras era una suerte de defensa frente al personal de la DINA que cuestionaba nuestra presencia. Muchos seguían pensando que debían eliminarnos. En esos días yo creo que las tres sentíamos que la alternativa era ser funcionarías o morir. Al menos así lo percibía yo. Sin embargo, el saludo del entonces capitán Krassnoff, y su alusión a mis "reservas", me conmocionó. Me encerré unos momentos en el baño y pensé que por un lado era cierto. Tenía cosas propias. Unas cuantas. En ese momento me pareció que estaba en el límite del lugar de no-retorno. Cada paso, cada lucha, cada día, internamente me iban achicando, reduciendo. Sentía que como ser humano me estaba jibarizando. Mis sentimientos habían llegado a ser tan básicos, tan primitivos, como precarias mis respuestas, y de pronto crecían dentro de mí y a coro me decían: "Somos lo único que tienes, lo que eres, y nos estamos muriendo. Danos un espacio..."
Volví a la oficina. Estaba en tierra de nadie. Era como caminar por un desierto que tras cada loma y cima penosa y duramente alcanzada no develaba más que otro valle, más estéril aún que el anterior. No había caminos prefigurados. Sin barandas en las que apoyarme, sin precedentes, sin historia o guía a las que recurrir, me sentía perdida, huérfana. Sin saber qué caminos buscar ni cómo construirlos. Si los había, no los conocía. No lograba verlos. Me repetía sin cesar: Luz, Luz, no importa, si no hay caminos, tendrás que construirlos. Si no existen las condiciones para ello, tendrás que crearlas. Iba por una cuerda floja donde todo límite era tan sutil que sólo una extrema racionalidad podía permitirme seguir adelante... Eso pensaba. Algo interrumpió mis pensamientos. Tenía que seguir. No había llegado tan lejos para claudicar ahora. Volviendo a la realidad pensé: Es un tránsito. ¡Dios!, es sólo un tránsito... Necesitaba creer que lo era y acudí a mis defensas de siempre... Me dije: Tranquila, tienes un hijo, debes educarlo, alimentarlo. Debes huir de la Vicaría y los tribunales, y también de la DINA. Tienes mucho que hacer... Volviendo a los días de José Domingo Cañas, en el cuartel Ollagüe, recuerdo que el lunes 16 de septiembre, conversando con el capitán Torré, surgió el tema de la situación de los detenidos. -Sabe, "Dianita", que pasé por la habitación de los detenidos y había un olor espantoso. -Capitán, ¿no es posible que se bañen? Yo creo que usted como comandante del cuartel podría reglamentar esas cosas. -Sí, pero tú sabes cómo es la ducha. Claro, el baño era de un metro por un metro cincuenta. Sin desagüe para la ducha, viejo y destartalado. El agua se hundía en las grietas y se convertía en un lodazal. Sin embargo, insistí. -¿Y una ducha corta, voluntaria o que se laven en el lavatorio? -No, no hay personal de guardia suficiente. Derivamos al tema de las vendas con que nos cubrían los ojos. Ya me había dado cuenta que el capitán no haría nada que no pudiera respaldar con algún argumento frente a Krassnoff Martchenko o Lavvrence Mires. No quería aparecer como alguien "blando" con los detenidos frente a los "oficiales estrellas". Por eso agregué: -Igual vemos, pues a la larga o a la corta uno llora y la cinta adhesiva se desprende. Eso no es muy seguro para ustedes. El capitán llamó a la "Pepa", subteniente de Carabineros Palmira Isabel Almuna Guzmán. Ella compró género, hilos, y juntas hicimos
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nuevas vendas. No sirvió de mucho ya que pronto estuvieron tan sucias como los trapos anteriores.
CECILIA MIGUEUNA BOJANIC ABAD, JACQUELEME DROULLY JURICK, MICHELLE PEÑA HERREROS, NALVIA ROSA MENA ALVARADO, ELIZABETH DE LAS MERCEDES REKAS URRA, REINALDA DEL CARMEN PEREIRA PLAZA,
y ¿qué fue de sus
hijos? ¿Nacieron? ¿También los mataron...? PALMIRA ALMUNA GUZMAN, LA "PEPA" La conocí como "Pepa", supe su nombre verdadero a través de la prensa luego que fuera identificada durante las investigaciones realizadas por el ministro Bañados a raíz del caso Letelier. Palmira Isabel llegó al cuartel Ollagüe en septiembre como ayudante del capitán Torré Sáez. Palmira era subteniente de Carabineros. Su trato conmigo fue deferente. Palmira Isabel era una mujer joven, alegre, delgada aunque de estructura ósea ancha, lo que la hacía verse maciza; de pelo oscuro, usaba una melena lisa y chasquilla tupida que enmarcaba su rostro redondo, de facciones regulares y ojos almendrados. Una vez me pidió que la acompañara a una diligencia, me llevó una peluca casi colorína y salimos las dos con un conductor en un vehículo del cuartel. Me llevó a una casa, no recuerdo casi ningún detalle, pero sí me quedó grabado que fuimos a tomar el té a una fuente de soda. Mucho después, cuando la DINA descontinuó el cuartel Ollagüe y fuimos trasladados a Terranova, ella siguió como ayudante del comandante del cuartel, de Pedro Espinoza Bravo. En esos días ella iba con alguna frecuencia al sector de los detenidos. Incluso tenía un "regalón", un muchacho del MIR. La oficial lo sacaba del lugar donde estaba encerrado y le permitía sentarse al sol los días bonitos. En 1975 el mayor Rolf Wenderoth Pozo, me comentó que Palmira se había encargado de enviar a un pequeño que fue detenido junto a su padre a un hogar de menores. No me dio más detalles, pero creo es importante destacarlo pues se sabe hoy que un niño al menos fue encontrado por su abuela en uno de estos hogares, después que la DINA hizo desaparecer a su padre. Es el caso del hijo de Iván Montti Cordero. Quizás no fue el único niño separado de su familia y a propósito de eso, aún nadie responde qué ocurrió con los hijos de las mujeres que fueron detenidas en estado de gravidez. Yo quiero preguntar hoy a la oficialidad de la DINA de esos días: ¿Dónde están las mujeres que fueron detenidas por la DINA embarazadas?: MARÍA CECILIA LABRÍN SAZO, GLORIA ESTER LAGOS NILSSON, 164
EL 'TENIENTE PABLO" La mañana siguiente de haber llegado a Ollagüe, el capitán Ciro Torré llegó a pocos minutos de las ocho. Lo sé porque aún no terminaba el cambio de guardia. Lo acompañaba un oficial muy joven. Al verlo lo reconocí de inmediato. Había sido compañero de mi hermano en la Escuela Militar. -Buenos días, "Dianita", el oficial es mi ayudante. Es el teniente "Pablo". Torré me explicó que el teniente controlaría el avance de mi trabajo cuando él no pudiera. Una vez que lo reconocí, no miré más a Fernando Eduardo Lauriani Maturana. Hubiera querido evitar que me identificara. Una de las cosas que más cautelaba era el evitar mencionar a mi hermano. Quería que la DINA se olvidara de su existencia; ya habría mejores condiciones para luchar por su libertad. Las pocas veces que pude estar con mi madre me dijo que cuando pasó a libre plática podían ir a visitarlo. En cuanto se fue el capitán, el teniente se acomodó en la silla. Me llamó la atención su actitud festiva. Con todo lo que se veía ahí. Lo único que faltaba, un mocoso chico y desubicado. Yo, callada, puse una hoja en la máquina y me dispuse a escribir. El teniente seguía hablando. -¿Sabes? Yo te conozco. Sé que es lo que siempre se dice cuando se quiere abordar a una mujer hermosa. Pero estoy seguro que nos hemos visto... Lo miré. Era joven y con una coquetería que yo hubiese deseado en más de una oportunidad. Sonreí. No a él, sino porque vino a mi cabeza una imagen. Parecía un gallo en el gallinero, desplegando cada una de sus plumas, inflando el pecho, estirando sus patas, como diciendo: "Mírame, que soy yo el que está aquí..." Corregí mi imagen por la de un pavo real desplegando su cola. El tipo de hombre que necesita una mujer como espejo. No es a ella a quien ve, sino los efectos del abrir y desplegar sus atributos. No estaba mirándome a mí. Ese tipo de hombre no ve a la mujer, se admira a sí mismo. Se siente dueño de un atractivo que se supone 165
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debe fascinarnos. "Macho estúpido", pensé, dispuesta a cancelar esa situación rápidamente: -Sí, teniente Lauriani -dije llamándolo por su apellido real-, nos conocemos. En la Escuela Militar, el año 65 usted estaba en la Tercera Compañía, Tercera Sección, con el teniente instructor, Enrique Leddy, a quien usted y sus compañeros de curso llamaban el "burro Leddy". Continué habiéndole de hechos sucedidos en ese curso año por año. Me miraba a cada momento con más sorpresa. Respondí todas sus preguntas, total, mi hermano ya había dicho todo eso a Ricardo Lawrence. Igual se quedó en la pieza conversando sin parar mientras yo escribía. A media mañana, la sorprendida fui yo. El teniente, mirando su reloj, dijo: -Luz, a esta hora siempre tomo un café, ¿me acompañas? -¿A dónde? -¡Dónde va a ser!, al casino, pues. -Teniente, ¿se da cuenta que estoy detenida? -Luz, ¿te das cuenta que soy un oficial? -Lo sé, teniente, y si me extraña y rechazo su invitación, es por usted. Qué diría el teniente Krassnoff Martchenko, por ejemplo. Yo ya tengo suficientes problemas, teniente. -¿Problemas? Está bien. Yo soy un oficial y asumo toda la responsabilidad. Te obligo a acompañarme. ¡Guardia! Lleve a la señora al casino. Yo voy en seguida. El guardia se encogió de hombros y me ordenó: -Ya pues, apúrese. Ve que después me retan a mí. Eso no fue todo. La verdad es que el teniente nunca dejó de sorprenderme. Lo que él llamaba casino debió haber sido la cocina de la casa. Había un par de mesas. Ordenó café y siguió hablando cosas suyas, de su vida, de sus amores. Luego hizo algunas preguntas sobre mi familia, se interesó por saber de mi hijo. En un momento tomó mi mano y comenzó a acariciarme. Trató de besarme haciendo caso omiso del rechazo y comenzó a hablar muy exageradamente. Dijo que me veía tan frágil y desprotegida. Que debía estar tan sola, que adivinaba el drama de una mujer joven y su hijo y envuelta en esas historias de los marxistas, que sólo quería hacerme cariño...
Liberando mi mano de las suyas le dije que la realidad de ese momento era que estaba ahí, presa, peor que un delincuente, ya que ellos por lo menos tienen un régimen carcelario que supone incluye algunos derechos. Que yo ni siquiera tenía la esperanza de ser juzgada por un tribunal. Que prefería evitarme problemas adicionales y en ese momento él, oficial o no, me ponía en una situación inconveniente. Le pedí que ordenara que me llevaran a mi pieza y le agradecí el café. A partir de ese día nunca más me molesté en averiguar por qué ocurrían esas cosas. Los hombres de la DINA se creían con derechos sobre mí. Yo era una cosa de su propiedad. Me parecían unos bobos machos con complejo de don Juan. Otra forma de intentar subordinarme absolutamente. Nunca logré entenderlos, la pregunta más frecuente era cómo me las arreglaba en el plano sexual, si me masturbaba o qué. La verdad es que si algo no sentí jamás fue deseo de relacionarme sexualmente con alguien. Necesidad de afecto, de cariño, de compañía, de sentirme entendida. Eso sí y mucha. El teniente era casi un muchacho y a raíz de sus actuaciones muy pronto se ganó de parte de sus subordinados el mote de "Inspector Clouzot" y "Pantera Rosa". Nunca me reprimió a mí y me costó años asimilar que ese joven por quien terminé sintiendo simpatía era un agente de la DINA.
Lo había escuchado antes, de los guardias en el Hosmil y también de la DINA. Eso de eximirme de la responsabilidad de tener ideas de izquierda. Era una suerte de llave interna que les permitía no ser duros conmigo.
Todos esos días en Ollagüe fueron similares. Comenzaban de madrugada con la ducha. Lauriani, con autorización de Torré Sáez, me había llevado una estufa eléctrica, de esas con resistencias. Al volver del baño tiritando de frío unía los cables y la conectaba. La guardia me había hecho un jarro con un tarro, y con el tiempo alguien llevó una pequeña tetera. Calentaba agua y tomaba café, el café lo enviaba mi madre con algunos DINA que a escondidas iban a casa llevando notas mías y trayéndome cada cierto tiempo café, jabón, pasta de dientes y detergente. Mamá incluía cigarros y galletas, no siempre llegaron. Supe por mis padres que hubo gente que se aprovechó de nuestra situación. Les decían que podían hacerme llegar cosas y ellos me las mandaban, y yo nunca las recibí. No sólo me refiero a gente de la DINA. Alejandra y yo seguíamos juntas en la pieza, y a pesar de que
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no hablábamos mucho, comencé a sentir cariño por ella. Me sentía acompañada cuando estábamos juntas. Como disponía de papel, comencé a dibujar. Alejandra también lo hizo una vez sorprendiéndome. Años más tarde vi unos dibujos suyos realmente notables. Alejandra tiene también una voz hermosa, nos sumía en la nostalgia cuando tenía ánimo de cantar.
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ENFERMA DEL PULMÓN Y ULTIMO ENCUENTRO CON MI HERMANO Comencé a sentir un dolor de cabeza fuerte. No podía dormir. No podía abrir los ojos. Los tenía hinchados y me molestaba la luz. Lauriani Maturana al verme decidió -previo llamado a Torré Sáez, su jefe- llevarme a la posta. Me dieron instrucciones de no mencionar nada, salvo lo referente a mi salud. No preguntaron mucho. La enfermera me dio un vaso de bromuro y me regaló una tira de aspirinas. Con el sedante pude dormir unas horas. El lunes 23 de septiembre no pude levantarme. No sólo me dolía la cabeza, el dolor se había localizado en el hemicráneo derecho. El ojo cerrado, las encías, el oído y la cabeza latían. Cuando llegó Torré, estaba sin ningún tipo de control y le dije al capitán que necesitaba saber de mi hermano. Que no escribiría ni una línea más si no comprobaba que estaba vivo. Trajeron a mi hermano el 24 de septiembre. Lo tuvieron un rato con los detenidos. Luego lo llevaron a mi pieza. Se negaron a dejarnos solos, a sacarle las amarras y la venda. Ni siquiera pude abrazarlo. Pero no se veía golpeado. Le habían dicho que yo estaba enferma y estaba preocupado. El intentó conversar conmigo la situación de la colaboración. Quería tomar mi lugar y que yo pasara a Cuatro Alamos. Me negué. A esa fecha tenía claro que yo tenía más posibilidades que él de salir viva. No era un problema de capacidades. Era un camino recorrido. Una certeza de que todo había terminado para mí. El aún podía ir a libre plática, campamento de detenidos, y luego... la libertad. Intuía que podría reinsertarse y sentía que ese camino estaba negado para mí. Recordaba las palabras que una vez me dijo Romo cuando me sacó de Cuatro Alamos y me llevó a Ollagüe: "A esas mujeres vamos a tener que matarlas porque todos nos hemos acostado con ellas..." Naturalmente en un lenguaje bastante más procaz. 168
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Con todas esas cosas en la mente, me negué rotundamente a que mi hermano tomara mi lugar. Pensé que el machismo evidente me permitiría muchas cosas que a mi hermano le serían vedadas de plano. Ni siquiera tenía claro a qué estaba apostando. Era sólo una posibilidad de comprar su vida y la mía. Mi hermano aceptó. Mi argumento era razonable. Me dijo entre líneas que ya se decían cosas horribles de mí en Cuatro Alamos. Le pedí que jamás me defendiera. Que cuidara su posición. Que si no lo hacía, todo lo que yo hiciera no tendría sentido. Nos despedimos con mucha tristeza, pero yo sabía que podía confiar en que él haría su parte. Cuando se fue mi hermano, llegó el teniente Gerardo Godoy, sólo que en esa época se hacía llamar "Marcos", "capitán Manuel", "Mano Negra", igual que Urrich, y "Cachete Chico"... Me preguntó por el trabajo que estaba haciendo. Pensé que era raro. Me dio la impresión de que quería averiguar qué pensaba de mi futuro y lo que habíamos conversado con mi hermano. Hubiera deseado postergar ese momento, pero no estaba en condiciones de decir algo como: "Teniente, cuando tenga claro el asunto nos reunimos a conversar". -Teniente, imagino que además de saber qué hago, le interesa el por qué lo hago -dije-. Estoy haciendo un vocabulario marxista y un manual de comunicaciones. Si escribo esto es porque sé que no me dejarán en libertad o en libre plática, porque de todos los detenidos vivos soy quien más los conoce, a ustedes y a la DINA. Yo elegí vivir. Y en esa perspectiva creo que hay sólo dos caminos. Le va a parecer prematuro, pero no se me ocurre otra cosa. O me dan trabajo algún día, o me matan. El teniente se veía incómodo. Reconoció que le sorprendía mi claridad. Que él no se había proyectado tanto en el tiempo. Se despidió rápidamente y se fue.
Quedé muy preocupada. Tal vez me había apresurado, pero por otro lado me sentí aliviada. Ahora les tocaba a ellos. Si no me mataban pronto, sabría que ante mí surgía la posibilidad de sobrevivir a esa etapa. Me sentía peor, más dolida, más conmovida de haber visto a mi hermano y no tenía derecho ni a vivir mi dolor de cabeza. No importa, me dije. Con o sin dolor, tengo que seguir. Me senté en la cama, miré mi pie. Estaban cerradas las heridas. Había piel nueva.
Muy roja y brillante. Lo curioso es que todo el resto del pie y la pierna estaban insensibles. Pero ahí dolía cada día más. Estaba aprendiendo a asumir el dolor, no me distraía, no me quitaba fuerzas, salvo cuando estaba decaída. Era curioso, pero pensé que podría asumir todo otro sufrimiento. Esa fuerza, esa capacidad de remontar el dolor como por sobre la cresta de una ola, la he perdido. Ahora, al desprenderme un poco de la coraza de defensas, estoy más a merced del dolor físico y moral. En esos días de Ollagüe comencé a aprender a no llorar. No llorar me causaba dolor físico. No es una metáfora. Cuando sentía pena me daba un dolor profundo en el pecho, en el cuello, bajo la clavícula izquierda. Había cambiado. No podía evaluar lo que me estaba ocurriendo y me asusté. Sólo tenía intuiciones: consciente o no, estaba optando, tomando decisiones. Si eran o no adecuadas, era otra cosa. Pero malas o buenas, eran mis opciones. Yo no estaba ajena: era mi responsabilidad. Miraba en torno a mí. Pensaba que sólo Alejandra estaba en condiciones similares. Yo sabía que la colaboración había ocurrido en una situación límite, que no fue una decisión puramente mía. Intervinieron personas y factores que en ese momento no estaban del todo claros. Pero algo me decía que tenía que asumirla íntegra. Sentía que si comenzaba a aceptar el camino de sentirme una víctima, no lograría jamás salir adelante, aunque en el futuro todo cambiara. Sabía que otros asumieron caminos diferentes. Los guardias hablaban "del fanatismo de los que morían sin hablar". Siempre admiré el valor de los militantes del MIR, que aun en las peores condiciones se daban alguna organización; sacaban papeles para fuera de los cuarteles. Yo no fui nunca capaz de hacerlo. Yo sabía que Krassnoff preguntaba a los colaboradores por los que estábamos en igual situación. A mí me preguntó varias veces por Alejandra. Cada vez le dije que pese a que no la conocía, le tenía confianza, le había cobrado afecto. Con el correr del tiempo, hoy sé que tal vez pude haber confiado en algunos chicos del MIR que sobrevivieron. Pero en esos días decidí no arriesgar ni siquiera el mínimo. No pretendo justificarme. Incluso he pensado mucho antes de aseverar estas cosas. Lo digo porque es real. Como también es real que un par de personas, sobrevivientes, me atribuyeron su propia colaboración, y por años he asumido también esas acciones. Creo que María Alicia, Alejandra y yo tratamos de hacerlo lo mejor posible con las mínimas herramientas de que disponíamos.
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REFLEXIONES EN OLLAGÜE
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Muchas veces me sentí al borde del quiebre. Traté de superarlo -a cualquier costo- sólo porque sabía que si me dejaba llevar, enloquecería. Viví sin confiar en nadie.
te de dolor en el futuro. Lauriani ofreció llevarme a casa y yo acepté de inmediato. Mis padres se veían contentos con mi presencia. Lauriani les contó que en la Escuela Militar había sido compañero de curso de mi hermano. Eso a raíz de que vio sobre un mueble la foto del día de la entrega de los espadines. Mi madre se puso a llorar. Mi hijo preguntó varias veces si me iba a quedar, llegó una tía que se puso a contarme de lo que ella, mamá y la familia habían sufrido, que mi madre estuvo trastornada, me contó de los problemas económicos. Recuerdo una sensación ambigua. Bordeando entre la alegría de verlos y la pena del profundo dolor que mis acciones sembraron en la familia. Hubiera querido quedarme ahí, abrazada a ellos. Al mismo tiempo quería huir. Sabía a qué se refería mi madre cuando hablaba de lo feliz que debía ser la madre del teniente con su hijo. De lo triste que estaba ella. Que mi hermano se veía tan lindo con su uniforme de cadete cuando estaba en la Escuela... Que parecía un príncipe... A mí se me imponía la imagen de él sucio, torturado, demacrado y lleno de enormes moretones en el rostro cuando me dijo: "Gansita, tenía que venir a buscarte, a sacarte de aquí. Por eso me quedé esperando a que me detuvieran".
HAMBRE DE PAN Esos días en Ollagüe fueron difíciles. Un lunes que no fueron a buscar a Alejandra, como a eso de las diez de la mañana -por primera vez en Ollagüe- fue Krassnoff a nuestra pieza. Andaba contento. Se sentó en la única silla disponible, frente a mí. El teniente preguntó cómo estábamos, cómo habíamos pasado el fin de semana. Alejandra sostuvo casi toda la conversación con él. Parecía distinto, más suelto y relajado. Tanto que por primera y única vez, ante mí, dijo: -¿Hay algo que quisieran comer las dos? A coro Alejandra y yo dijimos: pan. El teniente reía: "Qué increíble... ¿Pan? Yo pensé que dirían un pastel o un sandwich... ¿De veras quieren pan?" Alejandra le contestó que tenía hambre. Le contó que nos habíamos comido juntas, batidos con agua, un tarro de leche y otro de Cerelac en un día. El teniente seguía riendo con el cuento y nos habló del hambre sicológica. Un rato después, cuando se retiró, llegó un guardia con una bolsa llena de pan. Hacía mucho que no teníamos pan fresco y sabía especialmente bien. Ese olor a pan recién salido del horno trajo el aroma de mi infancia, de todos los días perdidos, cada vez más lejanos.
PERSONAL FEMENINO EN OLLAGÜE
El martes 1Q de octubre, Lauriani, al enterarse que continuaba con el dolor de cabeza, me preguntó qué podía hacer. Me dolía mucho una muela y los maxilares, y que podía ser una caries. El 2 de octubre, me llevó al dentista en el Centro Odontológico Militar. Necesitaba un tratamiento de conducto. Lauriani le explicó que yo no podía volver. El dentista sugirió hacer una curación, yo pensé que eso sería una solución de parche que no me servía, pronto estaría de nuevo con dolores, así es que le pedí que me sacara la pieza. Yo no podía tomar en cuenta las cosas en que piensa una persona normal, como llegar a vieja con mi propia dentadura. Sólo podía eliminar una posible fuen-
En Ollagüe se hizo permanente la presencia de personal femenino. En Yucatán ya había oído voces de mujeres. Pero fue ahí que las vi a diario. Las escuchaba reir y conversar tomando el sol al borde de la piscina. Veía con mayor frecuencia a tres mujeres. Rosa Ramos Hernández, María Teresa Osorio ("Marisol"), María Gabriela Ordenes ("Soledad"). Desde el lunes 16 comenzó a haber bastante movimiento. Podía percibir si había más o menos detenidos por comentarios que hacía la guardia o porque en las ollas que yo lavaba, subía o bajaba la marca de grasa de la sopa. También porque escuchaba el ruido cuando los sacaban al baño. Por esos días cayó detenida bastante gente del MIR. Pertenecientes a la estructura del aparato de informaciones, uno de ellos trabajaba en LAN Chile. En abril de 1993 pude averiguar que su nombre es Germán Larrabe. Sobrevivió y vive en el exilio. Al muchacho lo vi de lejos, aparentemente lo dejaron tomar sol en el patio,
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ENCUENTRO CON MI FAMILIA
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amarrado y vendado. Era frecuente que buscando sembrar desconfianza en los detenidos, y sin mediar ninguna intervención personal confirieran a algunos ciertos beneficios como ese. Lo recuerdo porque para la época, las ropas del muchacho no eran las habituales, al menos entre quienes yo conocía. Pantalones claros (blanco invierno), camisa rosada y un sweater con escote en "V", de cachemira rojo. Yo estaba lavando algo en el grifo del patio y Romo Mena se acercó. Comenzó a hablar de lo que era su predilección. -Esa mirista me tiene loco. ¡Tiene una chucha! ¡Si supieras la chucha que tiene! Le puse corriente con una llave. Se la traga la huevona, ¡con corriente y todo pa'dentro!- Callada seguí lavando. En esa época cayó detenida Laurita Allende. El capitán Torré me dijo que ella sufría de cáncer, que le habían extirpado una mama y que en la prótesis transportaba explosivos. Con ese tipo de comentarios insensibilizaban a la guardia respecto de ella. El comentario de que era tan peligrosa como Pascal, permitía que los guardias no se compadecieran. A ella nunca la vi. Torré Sáez me contaba sus avances en la lectura de La Orquesta Roja, el libro de espionaje. Yo seguía escribiendo sobre "las comunicaciones en los Partidos de Izquierda" y sabía que se acercaba el momento de volver a enfrentar aquella decisión: ¿Y ahora, qué hacemos con ella? Uno de esos días le dije al capitán que no marcara un número de teléfono delante de un detenido aunque estuviera vendado. En ese tiempo en Chile no había teléfonos digitales. Cuando me preguntó por qué, le dije que habíamos aprendido a contar los segundos que tardaba en volver el disco. Se entusiasmó y pidió que le trajeran un teléfono. El guardia titubeó. Debo reconocer que ahí hubo malicia de mi parte y reí de buena gana con la situación que se produjo. El capitán no pareció entender las dudas del muchacho, así es que le repitió la orden. Cuando llevaron un teléfono, con el cable cortado, el capitán me hizo cerrar los ojos y yo le expliqué que hace mucho que no practicaba. Que estaba "fuera de training" y que en ese tipo de cosas la práctica era imprescindible. Se puso a reír y exclamó divertido que él aprendería. Cuando salió, iba mascullando entre dientes, algo como: ¡Estos miristas son increíbles! Torré se alegraba con sus progresos. Una tarde, mientras leía lo que estaba haciendo sobre comunicaciones en la clandestinidad, me dijo que él también tendría su equipo operativo. Quedé helada. Dijo que no pediría datos o migajas como otros. Imagino se refería al
teniente Godoy García o a Lauriani Maturana. Y agregó lo que yo más temía: que yo lo ayudaría. Le repetí que a Krassnoff y a Lawrence les había entregado todo. Dijo que igual conversaríamos. Que revisaríamos todo. Comencé a conversar con el capitán y le repetí los datos que Romo ya había "trabajado" en agosto. En esa época no supe de sus diligencias. Lo que sí le interesó fue saber con exactitud cuál había sido el domicilio de Gaspar Gómez, el encargado de INESAL. Me llevaron en un vehículo a reconocer su casa. Fui tranquila pues sabía por Romo Mena que no estaba viviendo ahí. Tenían datos de un militante que conocí en INESAL. Tenían su carné, me mostraron sólo la foto, yo lo conocí como Leonardo Moreaux. Le dije que no lo conocía. Recordé que en marzo, en Londres 38, Krassnoff me había mostrado la misma cédula. A pocas horas de esa conversación se produjo el asesinato de Miguel Enríquez y el capitán Torré fue removido de su cargo.
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concedería el poder darles, algún día, el testimonio, vibrante para mí, de mis días junto a su Lumi, de lo que sé de su esposo, Sergio Pérez Molina.
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LUMI VIDELA MOYA Hace unos años cuando sentí que era hija de Dios, le dije llorando al Señor muchas veces: "¿Por qué me dejaste viva a mí y no a Lumi"? Lumi más que amiga, es la hermana que sigue viva. Lo que de ella recibí es invaluable. No se olvida la comprensión y el afecto que me entregó, y en los momentos difíciles sigue siendo una inagotable fuente de energía. Tengo una deuda, me dije muchas veces. El recuerdo de Lumi me ayudó a enfrentar lo peor. Me atrevo a decir que ella sabía que de todas maneras moriría. Aún así, hasta el fin se mantuvo en pie. Era una gran mujer que caló muy hondo en mi corazón, como Ricardo Ruz, como el "Tacho", como el "Taño". A pesar del corto período que estuvimos juntas, ella se dio cuenta de lo que yo intentaba hacer y de alguna manera me hizo saber lo suyo. Única transgresión de mi parte respecto de mis sentimientos y acciones. Y aunque no fuimos demasiado expresas, no fue necesario, se produjo una espontánea sintonía. Lumi era una mujer valiente, capaz de salirse de las propias limitaciones y mirar el entorno, desprovista de prejuicios. Yo traté de decirle: "Lumi, lo logres o no, morirás". Ella no quiso variar su actitud. La muerte de Lumi primero la intuyó mi corazón, luego la comprobación me impactó para siempre. Tanto que siempre supe que si no era capaz de enfrentarme a mí misma y asumir mis acciones de esos días, de todas maneras buscaría la forma de decir que Lumi murió a manos de la DINA. Cuando estuvimos juntas en José Domingo Cañas supe que tenía un hijo. Dago es casi de la misma edad de mi hijo mayor, y en diciembre de 1990 pregunté si podía hablar con él. Me dijeron que tal vez más adelante. Que era prematuro. En ese momento, Lautaro Videla, hermano de Lumi, estaba fuera del país. Me marché de Chile postergando lo que sentía necesario, confiando en que el Señor me 176
Hoy, en Austria, 12 de junio de 1991, al leer la prensa chilena, acabo de saber que Dago Pérez Videla ha entablado una querella en contra de Juan Manuel Contreras Sepúlveda por la muerte de su madre, y que hará lo mismo por el desaparecimiento de su padre {Fortín Mapocho y La Época, 28 de mayo de 1991). Al leer en la revista Apsi Ns 381 (27-111 al 7-IV de 1991) el testimonio de Lautaro Videla Moya, le escribí. Un año y medio después pude verlo y conocer a Dago y agradecerle su respaldo, y decirle que todo cuanto sé de Lumi y Sergio ya está en los tribunales. Conocí a Lumi cuando Ricardo Ruz nos contactó para que yo me hiciera cargo de la transformación de su apariencia física. Fue en los primeros días del año 1974; ella era dirigente del MIR, de la Comisión Nacional de Organización, estructura en la cual militaba junto a su esposo, Sergio Pérez Molina. Esa tarde de enero fue especial. En muchos sentidos. La conversación entre las dos surgió espontánea. Le expliqué que se trataba de definir si deseaba un cambio más o menos permanente o aprender a cambiar de apariencia cuando lo precisara. Que podríamos intentar ambas cosas. Que lo importante era que se sintiera cómoda y natural. Hablamos de pelos, maquillajes y ropas. Ella me transmitió calor y acogida. Tal vez por ser de la misma edad, hubo empatia. Fuimos a un café y decidimos que, como ya había recortado sus cabellos y estaba decidida a cambiar su modo de vestir, lo ideal era una peluca y aprender algunos trucos de maquillaje. Conversamos, reímos, hablamos de mil cosas de esas que como militantes no nos permitíamos. Me di cuenta que por unos momentos las calles dejaron de parecerme hostiles. Compramos una peluca y luego fuimos a una peluquería. Esa tarde incluyó un largo rato mirando unas macetas de cintas y cardenales en unos balcones de la calle Merced, casi frente al cerro Santa Lucía. Ahí nos separamos. El sábado 21 de septiembre de 1974, escuché a la guardia que comentaba cómo habían detenido a Lumi. Sola en la pieza, pensé que no era un nombre común como para tener la esperanza de que fuera otra persona. La noche del 21 me sentía afiebrada, me acosté temprano. Como 177
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a la nueve y media estaba dormitando cuando el ruido de la puerta me hizo incorporarme. Era un guardia que me indicó que el teniente Krassnoff me mandaba a buscar. No era usual, día sábado y menos a esa hora. Tengo la escena grabada y nítida. Una mesa redonda, lacada, blanca. Lumi y Alejandra también estaban allí. Krassnoff al verme me hizo tomar asiento. Frente a mí estaba Sergio Pérez; se veía mal, sus ojos entrecerrados se abrieron cuando giró para mirarme de frente. Tenía atadas las manos con una gruesa cuerda. Me sonrió. Krassnoff dijo: -¿Ves que es verdad? Se ve bien, ¿no? Sergio abrió sus labios. Noté que tenía la boca reseca, pedacitos de sangre, como costra, bordeaban sus comisuras y al hablar trataba de mojar sus labios con una espuma blanca que me indicó que había sido "emparrillado". Apoyó sus manos sobre la mesa y sin prestar atención a lo que había dicho Krassnoff me preguntó: -¿Cómo estás? Sólo dije: "Bien". Sabía él que no tenía sentido preguntar. Sabía yo que nada que dijese podía sintetizar lo que sentía. Supe de inmediato que Krassnoff estaba en la fase de convencerlo de que colaborara. Krassnoff me pasó una cajetilla de cigarrillos. La tomé, le ofrecí uno a Sergio. Miré al "Chico" Pérez aspirar profundo el humo. Demasiado bien sabía lo que se siente en instantes así. Me alarmó que lo tuvieran sin venda. Eso normalmente implicaba la posibilidad de morir. Todo el rato habló Krassnoff de lo bien que estaba yo. Lumi y Alejandra permanecieron en silencio. El "Chico" Pérez estuvo casi todo el tiempo con la cabeza baja. De tanto en tanto la levantaba y miraba a Krassnoff. Sin decir nada. En cuanto Sergio terminó su cigarrillo, Krassnoff Martchenko dijo que podía retirarme. Llamó al guardia y me sacaron. Unos días después, a media mañana, llevaron a Lumi a la pieza. Cuando el guardia cerró la puerta, nos abrazamos. Dejé de escribir a máquina y nos sentamos las dos en la cama. Continuamos un buen rato cogidas de las manos. Lumi me hizo algunas preguntas sobre el régimen interno y los guardias. Me preguntó sobre mí. Sin ocultar mi condición le dije: -Estoy colaborando, escribo algunas cosas del partido. Lumi cogió las hojas que estaban apiladas sobre la mesa. Leyó algunas de ellas y sonriendo mientras me miraba con un simpático gesto de complicidad dijo: 178
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-Yo sé qué estás haciendo... Escucha, Luz, no llegué ayer, y he podido ver algunas cosas. También yo hago lo mío. También estoy "colaborando". -Me miró con la misma expresión de quien sabe no puede expresar más. Pero entendí su sonrisa cómplice y sentí miedo por ella. Yo sabía que desde que Lumi llegó, había logrado rápidamente algunas cosas de Krassnoff. Ella, al ser detenida, tenía dinero y le dieron autorización para comprar desodorantes, jabón, cepillos, pasta de dientes y hasta agua de colonia para que usaran todos los detenidos. Yo le dije que me parecía que eso duraría poco y que el costo para ella era enorme. No me refería a lo material, simplemente que jamás le creerían que estaba colaborando con la DINA. Le hablé de que los objetivos eran más importantes, que éramos tantos que el jabón sólo duraría unos días y ella estaba arriesgando la posibilidad de convencer a Krassnoff de "su colaboración". Sólo aparentaba colaborar. No sé si se vio obligada a entregar algo. Siempre he sentido que no, tal vez sea una intuición, tal vez mi cariño por ella. Pero tengo la certeza de que sólo trató de convencerlos con un objetivo muy concreto: sacar el máximo de información de la DINA para la Dirección del MIR. Poco a poco fue confiándome algunas cosas. No me explicaba en detalles, era como si hablara en voz alta consigo misma sin importarle mi presencia. Supe por la guardia que Lumi, además había comprado café, azúcar y chocolates, preocupada de los detenidos. Me contó que, Krassnoff quería que se quedara en la pieza con Alejandra y conmigo. Que ella se había negado, pues pensaba que estando con todos, compartiendo su suerte, podría ayudarlos a mantener la moral alta. Era obvio que así podía mantener contacto con quienes lograran pasar a Cuatro Alamos y asegurar la salida de la información. Le dije que en Tejas Verdes yo lo había intentado, le conté lo de las vendas y que todo aquello aparecía y desaparecía como un suspiro. Luego le pregunté si sabía algo de Ricardo, del "Taño" y del "Tacho". Me dijo que hasta donde ella sabía, Ricardo estaba vivo aún. Pero seguía detenido. Varias veces Lumi volvió. Siempre me pedía información sobre el personal de la DINA. Le dije todo lo que sabía de cada uno y agregué: "Lumi, no confíes en ninguno. Una cosa es que no te peguen y te den un cigarro y otra es que vayan a hacer algo por ti, algo que les coloque en contra de la DINA". Le conté de mi experiencia con Rodolfo, el guardia que la DINA 179
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mató por llevar correspondencia de detenidos a las familias en el Hospital Militar, y le dije que me parecía que estaba muerto. Sin afirmar ni negar dijo: "Tú eres del Partido Socialista, yo soy MIR. Ambas estamos intentando algo. Me doy cuenta que las dos no podemos ganar. Son dos formas muy distintas. Yo no puedo hacer otra cosa. Lo he pensado y no puedo". -Lumi, estás actuando con un criterio cortoplacista. Y morirás, lo logres o no. Te estás suicidando. Me tomó de las manos y dijo: -No tengo nada, nada más. Y tengo que hacer lo que tengo que hacer. Por sus ojos cruzó una mirada dulce y triste, pero no resignada. Supe que también se refería a su rompimiento sentimental con Sergio. Lo sabía, era el comentario de guardias y el personal DINA. Hablamos de eso y de los hijos. De cuánto mal podría hacerles a ellos nuestra cercanía... Al mirarla supe que nada que dijera cambiaría su decisión, ella iría hasta el final. Callé. Miré sus grandes ojos oscuros. Brillaban, pero contuvo las lágrimas. Nos abrazamos y dijo sorprendida: -¡Tienes fiebre! -Se paró y sacándose su chaqueta de cuero, agregó: -Pásame esa cosa negra que te pones. Yo no tenía nada para abrigarme. Salvo una punta tejida de lana, toda calada. Daba un poco lo mismo usarla o no. Se la pasé. Se la puso, la anudó a su cintura y jugando dijo: -¿Me veo bien?... Toma, ponte la chaqueta. Te abrigará más. Me negué. Era una preciosa chaqueta de cuero café. No aceptó. Me la colocó ella misma y al salir agregó: -Cuando no estemos juntas, será para ti como el abrazo de una amiga. Ella era así. Lumi continuó en la pieza con los detenidos, pero se las arreglaba para que la guardia la llevara a conversar conmigo. Una de esas veces fue sólo para avisarme que había caído el "Tacho", Luis Fuentes Riquelme. Sabía que éramos amigos. El "Tacho" había resistido al arresto y estaba herido de bala en un glúteo. Le pedí que le transmitiera mi cariño. Estuve segura de que era él porque temamos una clave, y Lumi me dio ese recado sin saber lo que significaba. El 4 de octubre murió Sergio Pérez. Por años estuve convencida de que así fue y Lumi lo supo. Nunca tocamos el tema. Yo admiraba su capacidad de servicio para con todos sin detenerse a pensar en sus propios sufrimientos. Muchas veces estando juntas, tomadas de las manos, escuchamos los lamentos de Sergio en el recinto vecino al
lugar donde nos encontrábamos. Me apretaba fuerte y nos sumíamos en un pesado silencio. Nada podíamos hacer, salvo apoyarnos la una en las manos de la otra. Callando porque no hay palabras para describir o paliar lo que le ocurrió a Sergio y el dolor de ella, y mi impotencia de no poder darle ni siquiera consuelo... ¿Qué decir en un momento así? ¿Qué? No puedo olvidar que ese día, tal vez después de confirmar la muerte de Sergio, o de ordenar que fuera trasladado a otro lugar, el médico nos examinó a "Alejandra", el alias de María Cristina López y a mí. Luego vino la muerte de Miguel y el intento de suicidio de Alejandra. Entonces me mandaron a la pieza de los detenidos. Ahí hizo crisis mi problema pulmonar, tengo recuerdos muy vagos de ese mes. Sé que en algunas ocasiones Lumi se colocó a mi lado y me ayudaba a tomar la sopa o el café. Pero recuerdo nítidamente que el mismo día que Lumi murió, coincidimos en la fila para ir al baño. Ella me tomó del brazo, me sentía muy débil y un guardia se acercó a decirme que debía ir un momento a la pieza que había ocupado antes, que tenía que sacar todos los papeles que había escrito, porque él debía llevarlos a la oficina. El guardia dejó que Lumi me ayudara. Yo sé que en ese momento ella ya sabía que moriría, porque fue un adiós especial. Me abrochó la chaqueta, le levantó el cuello como queriendo abrigarme más y agregó: "¡Te deseo suerte! Con todo mi corazón, deseo que lo logres", y me abrazó, más fuerte que nunca... Al separarnos, ella y yo teníamos los ojos llenos de lágrimas. La escuché decir: "Escucha, Luz, Krassnoff me preguntó si confiaba en ti y en tu colaboración. Le dije que los PS me caían gordos y que no te conocía. Que por ello no podía confiar en ti". Y repitió: "Adiós..." Recordé que días antes de que muriera Sergio, ella me había dado a entender que estaba reclutando a un guardia de la DINA. Al sentir ese abrazo tan fuerte, al ver sus ojos llenos de lágrimas supe que ese soldado la había traicionado, que ella pudo darse cuenta antes de que se la llevaran para matarla, y tuvo el coraje de ocuparse de mi estado de salud y el gesto maravilloso de despedirse. Quedé sumida en un terror infinito. En medio de la fiebre que me hacía estar como adormilada permanentemente, sentí deseos de abrazarme a ella y no permitir que nos separaran, de gritar fuerte LUMIII1II... Esa noche estaba muy inquieta, pero parece que de alguna manera mi organismo estaba ganando la pelea. Me sentía más lúcida que los días anteriores o quizás el impacto de mi encuentro con Lumi me tornaba más consciente. Podía medirlo porque en cuanto estaba
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más alerta reaparecían los dolores físicos. Fue en la madrugada, porque le supliqué al guardia que me dejara ir al baño, necesitaba orinar, había tomado agua ese día, mucha. Me llevaron, tenía los ojos vendados con un pañuelo celeste que me dio mamá cuando me llevó el teniente Lauriani. Yo le había cosido un elástico y podía ver hacia abajo. Al salir quedé paralogizada. La guardia jugaba a los dados y apostaban la ropa de Lumi. En el baño, cerré los ojos y lloré. Lumi había muerto. El "Chico" Pérez se resistió hasta la muerte y Lumi intentó simular una colaboración. Los dos murieron... aproximadamente con un mes de diferencia. Años después supe que, esa madrugada, el cuerpo desnudo de Lumi Videla Moya fue encontrado en el jardín de la Embajada de Italia...
fue que a ambas nos vio un médico de la DINA. Cuando no volvió, pensé que la habían llevado a Cuatro Alamos. Todavía creía que cuando el cargo dentro del partido no era a nivel de dirigente, se podía vivir, y ella había admitido un cargo irrelevante. La incógnita es si María Cristina murió por ser la compañera de Sergio o porque alguien reveló el verdadero cargo de ella en el MIR. Sergio sobrevivió 14 días de atroces torturas. La guardia comentaba junto a la puerta de mi pieza que le habían despedazado los testículos a golpes. Escuchamos sus gritos cuando eso ocurrió. La madrugada del 22 de septiembre comenzó su agonía. Algunas horas después que el capitán Miguel Krassnoff me llamó a la oficina donde había podido saludar a Sergio. Desperté sobresaltada con un quejido monocorde y ronco. Era atroz escucharlo. ¡Dios, cómo sería vivirlo!... A ratos no sabía si era un sonido que había inventado mi mente. Pero los gritos de los guardias diciéndole:"¡¡Cállate, huevón!!", o comentando entre ellos, "este huevón sí que está cagado", me mostraban que el lamento era real. En ese tiempo creí diferenciar los aullidos que salen de uno con la electricidad o con los golpes. Sergio sufrió mucho más. Sólo dejaba de escucharlo cuando lo sacaban para seguir torturándolo. Podía darme cuenta que lo sacaban arrastrando. Casi llorando pedía "por favor, por favor...mátenme... por favor, que alguien me dé un tiro", suplicaba. No puedo escribir sin llorar... Como a eso de las once de la mañana del día 4, sus quejidos me hicieron pensar que estaba inconsciente. De pronto dejé de escucharlo por unos segundos y sentí como un ronquido fuerte, como alguien que lucha por capturar un poco de aire sin conseguirlo, como si se estuviera ahogando... y dejé de escucharlo para siempre.
SERCIO PÉREZ MOLINA Sergio era miembro de la Comisión Política del MIR y Encargado Nacional de Organización del citado movimiento. Lo llamaban el "Chico" Pérez o el "Chicope". Después de haberlo visto en presencia del capitán Krassnoff Martchenko el 21 de septiembre en la noche, no lo vi nunca más, pero lo oí a diario hasta más o menos las once de la mañana del cuatro de octubre de 1974. Durante todos estos años he pensado que ese día murió. Tal vez a esa hora no había muerto aún y lo sacaron agónico a morir a otro lugar. El cuatro de octubre, vi por última vez a María Cristina López, la compañera de Sergio. Tengo certeza absoluta de estas fechas pues sé que fue un día antes de la muerte de Miguel Enríquez Espinoza. El 21 de septiembre habían caído detenidos, entre otros: Lumi, María Cristina y Sergio. Por la guardia me enteré de los rumores que circulaban sobre estas detenciones, y que decían relación con armas embarretinadas y dineros del MIR y las situaciones personales del matrimonio Pérez-Videla. A María Cristina no la conocía. Me pareció una muchacha muy dulce y bonita. Se veía delicada de salud. A pesar de que permaneció conmigo bastante más tiempo que Lumi, no se estableció ningún contacto de tipo personal como no fuera lo mínimo para convivir en un espacio tan reducido. Sólo dos noches coincidimos las cuatro en la pieza y realmente no pudimos dormir; la colchoneta era de una plaza y no pudimos acomodarnos. La única cosa que hicimos juntas con María Cristina 182
Estaba casi al lado. Junto a nuestra pieza, había una suerte de closet. Ahí tenían a Sergio. Sentí los ojos inundados. Me invadió un silencio, impotencia, dolor y respeto. Sus súplicas, su llanto permaneció por meses dentro de mí, aún vuelve cuando lo recuerdo como un brutal testimonio de lo que sufrieron mis amigos del MIR.
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EL DÍA QUE MURIÓ MIGUEL El 5 de octubre, año tras año me hace recordar el pasado, el día de 1974 en que murió Miguel Enríquez Espinoza, Secretario General del MIR. Comenzó como todos los días con la pelea por la ducha; sin embargo pronto supe que ese día sería diferente. El cuartel Ollagüe se llenó de ruidos distintos, lo cual era indicio de que algo estaba pasando. Cerraron la puerta de la pieza, reclamé. Mantenerla abierta durante el día era un "derecho" ganado muy importante para mí, ya que significaba poder respirar mirando la cordillera y un trozo de cielo, ver el verde, casi irreal, del pasto o escuchar el trinar de las aves que jugueteaban en las copas de los árboles, tan ajenas a cuanto allí ocurría. Ajetreos inusuales, se notaba que había más gente que de costumbre, de entre otras muchas sobresalía la voz de Marcelo Moren Brito, que gritaba órdenes, despachaba vehículos, llamaba a distintos móviles. Me parecía oler la muerte. Como a los diez minutos de que cerraron la puerta, vinieron tres guardias, el "Jote", y el "Rucio" y otro que se llevó a Alejandra. -Lucecita, tengo que amarrarla y colocarle venda. -"Jote", hace tiempo que no me amarran, ¿por qué la venda si estoy encerrada y sola? -Son órdenes, vamos, tiéndase en la cama. Me puse sola la venda. Me di cuenta de que me amarraba con cuidado, sabía que me dolía el pie y cuando puse juntas las manos por delante aceptó no amarrarlas a la espalda. -Gracias, "Jote", ¿pasa algo? -Sí, debe ser algo gordo. Está la jefatura en pleno. Cuando se vayan, la suelto. Mejor duerma. ¿Le consigo una pastilla? Oí carreras y voces desconocidas. Comenzaron a funcionar "las ranas" (radios militares). Habían instalado una especie de central de comunicaciones en las piezas del fondo del patio. Usando el código 184
internacional los encargados transmitían las órdenes y coordinaban el accionar de los vehículos. En esa época, la DINA no tenía aparatos de radio en los autos debido a lo cual consiguieron radios militares. -Ollahue a Rojo, cambio. -QAP en su QTH, cambio. -QSL. Sonidos metálicos, sin duda revisaban y cargaban las A.K. Llegaban y salían vehículos. Escuché todas las instrucciones, movilizaron helicópteros. No cabía duda, era una operación en grande. Lo último que escuché fueron unos gritos de Marcelo Moren Brito. Seguro que habría detenidos en las próximas horas. Momentos después terminó el ajetreo, y sólo se escuchaba la radio que de tanto en tanto transmitía mensajes que indicaban que varios móviles estaban dirigiéndose hacia algún punto de la ciudad. Debo haberme dormido, ya que desperté sobresaltada cuando abrieron la puerta. Traían a Alejandra, la amarraron junto a mí. Parecía haber llorado mucho. Le pregunté qué le pasaba y sollozando dijo: -Murió Miguel, murió peleando... Murió Miguel. Traté de consolarla. También yo lo sentía y mucho. Sabía quién era él. Traté de que habláramos. Sólo atiné a decir: -Flaquita, lo siento. No dijo nada. Se acostó en la cama a mi lado y también la amarraron. Cerré los ojos. Mi corazón lloraba. Todos sabíamos que a Miguel no lo iban a detener, lo matarían enseguida. Lo habían repetido muchas veces Miguel Krassnoff Martchenko, Osvaldo Romo Mena y Marcelo Moren Brito. Independiente de que en el tiempo y bajo otras condiciones, desde otras perspectivas sea una figura discutible, Miguel Enríquc2 no sólo fue el Secretario General del MIR: él es patrimonio de toda le izquierda radicalizada de esos tiempos. Incluso para la DINA fue ur símbolo. Le temían, y lo buscaron con saña; estaban seguros de que destruyéndolo a él se acabaría el Movimiento de Izquierda Revolu cionario. Jamás vi tan felices a los oficiales y al personal de la DINA del cuartel Ollagüe. Uno de los guardias comentó que celebraron e "acontecimiento" con un asado, en una casa que la DINA había re quisado -como tantas otras-, ubicada en el Cajón del Maipo. Mucho: presumieron en esos días y después, de poseer el arma de Miguel como un trofeo. Lo único que puedo decir sobre esto es lo que mi contó Rolf Wenderoth, el año 1989, y es que una de las armas di Miguel la tuvo por años en su poder el entonces coronel Manuc 185
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Contreras. Es el arma con que su hijo Manuel Contreras Valdebcnito mató al agente de la CNI Joaquín Molina años después.
-Vamos, Lucecita, tiene que salir adelante, además me debe mis dibujos. Tenía fiebre, de pronto me parecía que volvía de algún lugar. Eran momentos y volvía a dormir tiritando. Algunos guardias me hacían tomar analgésicos. Ausente, con ese tipo de calma que precede a los temporales, esa del cielo rojizo y el aire caliente, sólo tuve claridad para retener algunas cosas relacionadas con Lumi Videla. También recuerdo que dos veces el capitán Ferrer me habló y que el "Jote" me dijo que el comandante del cuartel Ollagüe ya no era Ciro Torré, sino Ferrer Lima.
INTENTO DE SUICIDIO DE ALEJANDRA Durante años estuve segura que Alejandra intentó suicidarse el día que murió Miguel Enríquez. Ella dice que no, que fue unos días después, cuando la llevaron a ver a Claudio Rodríguez, alias "Lautaro", otro muchacho del MIR herido de muerte en un enfrentamiento. De cualquier manera, cuando eso ocurrió, yo ya conocía el diagnóstico de mi enfermedad pulmonar. Tenía fiebre y ese dolor de cabeza que no me abandonaba desde septiembre. Estábamos las dos tendidas en la cama. Nos habían amarrado, yo estaba dormitando. Un ruido me hizo incorporarme, era Alejandra que estaba sentada. Instintivamente, me saqué la venda, y quedé paralogizada por unos instantes: llamé a la guardia y traté de abrirle la boca. Cayó un frasco vacío de Meprobamato. Con un guardia le echamos agua en la boca y metiéndole los dedos comenzamos a sacarle las pastillas que tenía a medio masticar. No sabíamos cuántas había logrado tragar. Mientras el "Jote" salió a ver cómo conseguía que mandaran un médico, traté de hablar con Alejandra. Mi intención era mantenerla despierta. Sabía que en esos casos es mejor que la persona no se duerma. Algo le dije sobre tratar de salir adelante, de no llorar. Ella me pidió que la dejara morir. Llegó el médico y me sacaron de la pieza. Me vendaron los ojos y me llevaron con los demás detenidos. Me sentaron en un rincón, en el suelo, la espalda contra la pared. No pude dormir. Horas después escuché al "Jote". -Escuche, está la pelota, me voy a las ocho, pero la dejé encargada. Le darán de comer. Mañana me toca de nuevo. Depende cómo estén las cosas la llevo para que se duche. -"Jote", ¿sabes algo de Alejandra? -No. No sé nada. Se la llevó el médico, yo creo que a la clínica. Por primera vez oía mencionar la clínica. Pasaron los días, perdí la noción del tiempo. Volví a ese estado de duermevela. Ni despierta ni dormida. Sólo recuerdo que de repente el "Jote" o el "Rucio" me hacían ponerme de pie y dar unos pasos, me daban café, un día me dieron leche. Había caído en un sopor, con las manos en los bolsillos me aferraba a las fotos de mi hijo que llevaba siempre conmigo, en el bolsillo de la chaqueta. El "Jote" me decía: 186
EL CAPITÁN FERRER, ALIAS MAX LENOU < Antes de que muriera Miguel Enríquez, mientras todavía era comandante del cuartel Ollagüe el capitán Ciro Torré Sáez, llegó el capitán Francisco Maximiliano Ferrer Lima. Asumió la comandancia cuando yo estaba enferma y permanecía junto a los detenidos. Fue una de las primeras personas de la DINA con quien establecí una relación más personal. Cuando lo conocí, me impactó. La creciente desconfianza que era preciso cultivar me señalaba insistentemente: no debo creer lo que dice el personal de la DINA... Sólo registrar, archivar cada frase, cada gesto. Me repetía con frecuencia: Tengo una sola herramienta: mi cabeza. Es el espacio donde estará todo. Lo otro, lo personal, sólo es una información más y por tanto debe ser ingresada, procesada. No importa que duela. "Max" hablaba acerca de un trato distinto a los detenidos. Textualmente decía: "no masacrarlos", como dijo que hacían Krassnoff y los otros. Estaba claro que "Max" desempeñaba el rol del interrogador bueno conmigo, pero me gustaba que hablara así. "Max" era el tipo de hombre que me gustaba mirar. Encontré bonitos sus ojos azules. Lo suficiente como para que no me molestara su excesiva preocupación en el vestir como agente secreto. De modales finos, sobrio, culto. Todas cosas bien raras en ese lugar. Inteligente, sagaz, y sobre todo, algo muy difícil de encontrar y que le agradezco hasta el día de hoy: conmigo fue leal. En aquello que prometió. Cuando hablo de lealtad conmigo, me refiero al haber cumplido compromisos específicos. Nada más. "Max" me prometió que si la DINA decidía matarme, mientras él fuera el oficial encargado de mi situación, me lo diría. Y confié en que así sería. Ño significa eso que él fuera a salvarme la vida. 187
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Sé que suena raro, de locos. Pero en lugares donde la más fecunda de las imaginaciones es desplazada con largueza por la realidad en materia de sufrimientos, humillaciones y vejámenes, es una bendición saber que la muerte no nos sorprenderá, y contar con unos minutos para despedirse, aunque sólo sea internamente de los que se ama. Una situación similar me ocurrió años más tarde en la CNI con Manuel Provis Carrasco. Sabía que si la DINA le ordenaba que me matara, por lo menos diría algo así como: "Lo siento, huachita, pero tengo que matarte". Suena desquiciado. Pero así lo viví. Por eso en Ollagüe, cuando mataron a Lumi Videla Moya y consideraron el matarnos a Alejandra y a mí, confié en que me lo diría. El capitán Ferrer, cuando en noviembre de 1974 me hizo sacar de la pieza de los detenidos, me preguntó: -Luz, ¿confía en mí? Yo le respondí que sí. Entonces agregó: -Pasó todo. En unos días más nos iremos a otro lugar. Es hermoso. Lleno de lindos jardines. Estarás bien. Mucho mejor. -Y me describió el lugar de una manera muy linda, casi con dulzura. Yo supe que era cierto. Que la DINA había decidido no matarme aún. Eso no prueba nada, lo sé. Pero igual, todavía hoy le agradezco a "Max" esas palabras. Quizás era como descorrer un telón que decía: no morirás aún. Sabía que el entonces teniente Krassnoff Martchenko opinaba que mi colaboración era inservible, y el capitán Torré, que pensaba que yo podía ser útil, había sido removido de su cargo, así es que es probable que la opinión de Ferrer Lima haya decidido mi suerte en esa oportunidad. No lo sé. "Max" me llamaba a diario a su oficina. Fue confiándome sus aspiraciones como oficial de Inteligencia. Ya en esos días en Ollagüe hablaba de crear una Escuela de Inteligencia, de definir el perfil de un agente. Sabía que lo que la DINA desarrollaba no era un trabajo de Inteligencia y estaba claro de las consecuencias que tendrían en el futuro las acciones represivas de esos días. Me pareció honesto en sus planteamientos. Por su antigüedad en el grado debía comenzar a prepararse para su postulación a la Academia de Guerra. Y comenzó a hacerlo, pero deseaba ser un oficial de Inteligencia. Tiempo después me contó de sus conversaciones con Contreras.
Optó. Decidió no ser oficial de Estado Mayor. Presencié su alegría cuando supo que el coronel Contreras lo apoyaría en su formación y lo envió a Brasil a un curso en la Escuela de Inteligencia. Sé que es raro que yo diga que fui depositaría de las confidencias de algunos oficiales. Pero fue así. Tal vez influyeron algunas características personales propias y de los otros. También fue decisivo haber sido la más antigua de las detenidas de la DINA. Los conocía a todos y era vox populi que no saldría fácilmente. Eso hizo de mí un funcional confidente. Me consideraban casi-persona. Mientras fui una detenida, "Max" nunca insinuó nada en el terreno amoroso. El sabía que yo le tenía algún grado de confianza y que me era fácil alternar con él. Sin duda, fue una de las personas más importantes para mí en aquellos días. No puedo rotular ese sentimiento. Prefiero definirlo. Ocupó parte importante de mis pensamientos. Ni en ese entonces, menos hoy, trato de averiguar los por qué. Tal vez son obvios. Aún agradezco su gentileza. Mi soledad era evidente, "Max" me regaló un perro. Se dio cuenta que me gustaba la música, me prestó un tocacintas y casettes. Vio que la cinta adhesiva me había dejado sin cejas, me regaló un lápiz para que me las pintara. Sabía que la alimentación era deficiente, me compraba sandwiches, me llevaba cigarros. Y muchas cosas invaluables como conversar de los hijos, y de la vida, sin jamás arrogarse ningún rol de padre corrector. Su rol era otro. A los pocos días que "Max" me dijo que la Unidad Caupolicán cambiaría de cuartel, se realizó el traslado a Terranova. El único hecho relevante que se produjo antes de ese cambio de cuartel fue que en noviembre cayó detenida María Alicia Uribc Gómez, alias "Carola", y que luego de ser muy torturada por el equipo Águila comandado por Ricardo Lawrence Mires, comenzó a colaborar con la DINA y a vivir con Alejandra y conmigo en la pequeña pieza. Durante el año 1992, volví al cuartel Ollagüe, acompañando al equipo de Televisión Nacional del Informativo "24 Horas", junto al periodista Mario Aguilera Salazar y sus camarógrafos. Fue impresionante recorrer esa casa. Está casi igual, salvo las paredes blancas con bordes azules, pintadas ahora de otro color. Hay una construcción de madera adicional en el patio, no están los cuartos que había sobre la pandereta del fondo, y la palmera junto a la piscina y los árboles de las casas vecinas han crecido. No se puede ver hoy ni la torre de iluminación del Estadio Nacional ni aquel trozo de cordillera que me salvaban de la desesperación.
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Luego de recorrer el lugar y de que Mario y su gente grabaron y pusieron a disposición de los televidentes las escenas captadas, nos retiramos con el corazón sobrecogido.
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EL CUARTEL TERRANOVA - VILLA GRIMALDI
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Al llegar a Terranova, nos llevaron a María Alicia, Alejandra y a mí a una pieza bastante más espaciosa que la de Ollagüe. Cuando entramos reconocí el lugar. Era el mismo donde me habían llevado el 23 de julio. Mejoraron algunas cosas para nosotras y empeoraron otras. Lo bueno fue que la cama donde dormíamos las tres, pasó a ser mi cama y a las chicas les llevaron un camarote. Cada una tendría un espacio donde dormir. Había una silla, una mesa pequeña y un sillón de felpa dorada que hablaba de tiempos mejores y que ocupaba Pedro Espinoza Bravo. Recuerdo un closet y días después nos llevaron un televisor. Estábamos bastante más cómodas. Sin embargo en Terranova no había agua. La transportaban en unos depósitos. De nuevo teníamos que usar el agua con cuentagotas. Nos daban una tetera de agua, diaria, a cada una para lavarnos. Una vez instaladas, fue el capitán Ferrer Lima a la pieza con un hombre joven. El capitán dijo que era el médico que se encargaría de ir cuando fuera necesario para atender a los detenidos. Me lo presentó diciéndome que como yo tenía conocimientos de primeros auxilios me haría cargo de lo que ellos llamaban "la cantina" y que en la jerga militar es un baúl donde se colocan los remedios y otros útiles paramédicos. El doctor me hizo entrega de los remedios que eran analgésicos y clorodiazepóxido. También me dio hipodermicas y agujas, en ese tiempo no estaba difundido en Chile el uso de las jeringas desechables, también un riñon para que pudiera hervirlas y las cajas metálicas donde colocarlas. Le señalé al doctor que sería bueno disponer de antibióticos y prometió llevarlos. Me dio algunas instrucciones sobre cómo dosificar los sedantes y autorización para distribuirlos entre las compañeras que estuviesen muy nerviosas o alteradas. Comencé a atender las emergencias menores. 191
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Durante ese verano, un día Krassnoff Martchenko me preguntó: -¿Sabes poner suero? -Nunca he puesto un suero, señor... -No importa, el detenido es médico y él te guiará... Me llevó personalmente junto al camastro metálico donde estaba un muchacho joven. Durante el trayecto, Krassnoff me dijo que el detenido padecía de úlceras y que aparentemente estaba con una hemorragia. No supe si era verdad o si fue algo que dijo el joven para detener unos momentos la tortura. El muchacho estaba desnudo en la "Parrilla". Cuando llegué, estaban retirando los cables del magneto, hasta hacía muy poco había sido torturado. Sentí miedo. No sabía aún si era cierto que al tomar agua después de un "parrillazo" uno se muere. Los guardias tenían instrucciones de no administrarnos agua luego de la tortura y pensé que el muchacho moriría si le ponía el suero. Me arrodillé a su lado y le dije que no había puesto nunca una inyección a la vena, menos un suero. El joven me dijo qué hacer. Me pareció que él me pedía un goteo muy rápido. Pensé que el chico quería morir. Accedí y sentí que si moría, sería mi responsabilidad por haber obedecido esas instrucciones. Krassnoff iba a la habitación de la "Parrilla" y me apuraba. Yo no le hice caso, estaba muy nerviosa. A pesar que se sentía mal, el joven me habló de Concepción. Durante muchos años pensé que ese muchacho había muerto, lo llevé en el recuerdo con la duda de si ese suero le había ayudado a vivir o a morir. Cuando declaré ante la Comisión "Verdad y Reconciliación" les pedí a los abogados Carlos Fresno y Gastón Gómez, que por favor lo buscáramos. Sé que los abogados revisaron todas las carpetas y no logré identificarlo en las fotos que me fueron mostradas. Al volver a Chile, durante el año 92, Viviana Uribe Tamblay me llamó desde el CODEPU -Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo- para contarme que hacía pocos días había retornado desde Italia un médico, quien al entregar su testimonio, mencionó que en la Villa Grimaldi le fue administrado un suero ese verano del 75. Días después tuve ocasión de verlo, fue emocionante. Se trata del doctor Patricio Bustos Streeter. Al lado norte de la pieza que ocupábamos con las chicas, había otra habitación similar. Comenzaron a construir ahí lo que la DINA llamaba "las cajoneras" y los detenidos, "las casas Corvi" o las "casas Chile". Es increíble el humor negro chileno. Eran una suerte de cajo-
nes muy pequeños donde un joven de aproximadamente un metro setenta sólo cabía sentado y con las piernas recogidas. Recuerdo que a pesar de que nuestras condiciones materiales mejoraron, para María Alicia la situación era especialmente dura. Ella había llegado hacía poco tiempo y por tanto la presión de la agrupación Águila, los mismos que la torturaron, era fuerte. Volvía a la pieza en un estado de quiebre y tristeza inmensos. Alejandra seguía dependiendo del grupo Halcón de Krassnoff Martchenko y, teóricamente, yo seguía dependiendo del capitán Ferrer Lima. Sin embargo, él ya no era el comandante del cuartel. En Terranova no sólo estaba la base de la Unidad Caupolicán de la DINA, comandada por el mayor Moren Brito, también estaba la Unidad Purén, comandada por el entonces mayor Raúl Eduardo Iturriaga Neumann, y la comandancia de la Brigada de Inteligencia Metropolitana -BIM-. La comandancia del cuartel le correspondía al más antiguo de los oficiales del recinto, teniente coronel Pedro Espinoza Bravo. Recuerdo que las tres estábamos considerablemente más delgadas que lo que habíamos sido siempre. En el caso de Alejandra era tan excesiva su baja de peso que si ella se tendía en la cama, y al colocar al lado suyo una almohada, no se veía. María Alicia y yo al verla dormir así decíamos que "se embarretinaba". El capitán Ferrer me dijo que por esos días él estaría ocupado y que para que yo no estuviera sin hacer nada, le confeccionara unos mapas donde debía señalar los movimientos y posiciones de ambos bandos en cada una de las campañas de la Segunda Guerra Mundial. Me llevó unos enormes atlas de la Biblioteca de la Escuela Militar, textos referidos al tema y papel diamante para las cartas de situación, también lápices y plumas adecuados. Después supe que las acuarelas y el papel lo robaban en allanamientos. Unos días antes de la Navidad, Francisco Ferrer Lima, "Max", fue a la pieza que ocupábamos con María Alicia y Alejandra y me regaló un cachorro. Lo tomé, el perrito me mordía las manos jugando. Yo quise ponerle Kim, pero la guardia insistió en llamarlo Bronco. Fue un fiel compañero por todo el tiempo que viví en Terranova. El lunes 23 de diciembre, Espinoza Bravo, alias "Don Rodrigo", nos dijo a las tres que el 24 de diciembre podríamos estar un rato con nuestras familias.
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OTRO REGALO DE NAVIDAD
NAVIDAD 1974
Poco antes de la Navidad nos dijeron que nos darían una ayuda de 100 pesos mensuales. Recuerdo que era para el desodorante, el jabón y esas cosas mínimas, y nos compraron ropa. Las tres estábamos con lo puesto, la mayoría de las cosas eran de allanamientos o se las robaban para nosotras. A pesar de que fuimos recibiendo muchas cosas, las íbamos regalando, ya que era frecuente que como producto de las torturas otras compañeras quedaran sin ropa. Recuerdo que me compré una falda con una chaqueta del tipo safari color beige, unas chalas y un bolso. Alejandra fue más práctica y se compró jeans y María Alicia ropa artesanal. A los pocos días el comandante Espinoza dijo que había autorizado a dos oficiales para que nos sacaran del lugar, a pasear, y para que no fuera mal interpretado iríamos las tres con dos oficiales, uno era Rolf Gonzalo Wenderoth Pozo y el otro el capitán Manuel Abraham Vásquez Chahuán. Nos llevaron al "Caledonia", nos compraron un ponche a la romana, y los oficiales se turnaron para bailar con las tres. Yo no conocía ese lugar, parece que en esa época estaba de moda. Obviamente ahí se hicieron bastante más evidentes las pretensiones de los oficiales de entablar algún tipo de relación con María Alicia y conmigo. El que nos compraran ropa y saliéramos con los oficiales generó bastante malestar en el personal femenino, quienes se encargaron de difundirlo con bastante empeño. Creo que de ahí vienen esas historias de que modelábamos y cosas así. Lo que no es cierto. Lo que no voy a desmentir es que aunque tuviese una tira que ponerme, esa tira y yo siempre estuvimos limpias y lo mejor presentadas posible. No creo que Alejandra, María Alicia o yo alguna vez nos hayamos paseado como modelos en medio de los detenidos. La única vez que estuve en medio de ellos fue para administrar algún remedio. Cuando llegamos a Terranova era frecuente que viéramos a las agentes femeninos con nuestras cosas; aquellas que no nos habían roto en las sesiones de tortura las habían robado ellas. María Alicia reclamó y Rosa Humilde Ramos Hernández tuvo que devolverle sus vestidos y una punta de flecha que ella usaba colgada al cuello. Obviamente, reclamar fue sólo un saludo a la bandera, porque ninguna de nosotras quiso volver a usar esa ropa. De las detenidas sí, pero algo que hubieran usado esas agentes, no. No fue un asunto ideológico, conocíamos a nuestras compañeras, y no sabíamos nada de esas otras mujeres, ni cómo vivían, ni qué costumbres tenían. Fue un asunto de higiene...
El 24 de diciembre en la mañana nos avisaron que a María Alicia y a Alejandra las llevarían a ver a sus madres y que trasladarían a mamá y a mi hijo a Terranova. Me pidieron que escribiera una nota para mamá indicándole que la llevarían a verme. Como a las tres de la tarde me fue a buscar un guardia y me llevó a una terraza junto al casino del personal en la casa patronal. Al entrar, me dieron una casatta de helados y galletas de oblea. Mi hijo jugó con Kim-Bronco. Rafael había crecido, en un par de meses cumpliría seis años. ¡Me sentí tan feliz de poder acariciarlo! Le dije que estuviera tranquilo con sus abuelitos, que por un tiempo estaría trabajando lejos, eso es lo que mamá le había dicho, y que como la vez anterior, volvería. Que trataría de llamarlo por teléfono por lo menos una vez al mes. Mamá me dio noticias de la familia. Me habló de su tristeza. Traté de tranquilizarla diciéndole que haría todo lo que pudiera por resolver mi situación. Deseaba transmitirle una confianza que yo no tenía, pero le dije que pensaba que sería un tiempo largo. Le pedí paciencia y le agradecí su preocupación y la de mi padre por el niño. Mamá me contó que durante el trayecto le habían puesto cinta adhesiva en los ojos, y que pese a que se puso las gafas oscuras encima, el niño se había dado cuenta. Cuando se los llevaron, un guardia me llevó a la pieza. Las chicas no habían llegado. Miré mis manos. Hacía apenas un rato habían acariciado la cabecita de mi hijo, me parecía que ahora podía tocar el vacío en ellas, un vacío que se extendía por todo mi ser. No podía aceptar que pasaría un largo tiempo antes de volver a tenerlo a mi lado. Recordé la enorme cantidad de veces que hubiera deseado verlo siquiera por un segundo, y aunque habíamos estado juntos casi una hora, era tan poco. Sólo piensa en lo hermoso de haberlos tenido a tu lado, me dije. Me senté ante la pequeña mesa blanca. Tomé una hoja de papel, pedí a la guardia un vaso de agua y comencé a pintar un paisaje. Cualquier lugar. El pedazo de un camino, bordeado de álamos dorados. Al fondo la silueta de la cordillera y un pedazo de cielo. Podía sentir un temblar de alas de libertad entre los arbustos. Mis sueños de un otoño dorado. Casi en el horizonte, en algún recodo se perdía el sendero en un más allá que no lograba ver. Pero lo sugería. Después de estos días, vendrán otros, pensé, y firmé la pintura.
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AÑO NUEVO EN TERRANOVA Este tipo de fiestas y celebraciones significaba un romper la rutina cotidiana. A distintas horas, los oficiales buscaron un momento libre para pasar a saludarnos a la pieza antes de retirarse. Por la tarde- fueron "Don Rodrigo" y Rolf Wenderoth Pozo. Ambos con ánimo festivo, las mejillas mofletudas de los dos más coloreadas que de costumbre. Por los brindis que antecedieron su visita, estaban más locuaces y risueños y aceptaron el ritual de siempre. Té para "Don Rodrigo", y agua de cedrón para el mayor. "Don Rodrigo" comenzó con su chachara de siempre. Nos hablaba del futuro. Coloqué mi sonrisa idiota, la de quien escucha con devoción. Al acomodarme miré a María Alicia y a Alejandra y me pregunté, ¿sus sonrisas serán como la mía? Comencé a enfurecerme aunque sólo había escuchado el inicio del parloteo de "Don Rodrigo". "Don Rodrigo"... pronuncié en mi interior con harta solemnidad, separando cada sílaba: ¡DON RO DRI GO, EL RE DEN TOR! El hijo de putas se cree ni más ni menos que el salvador mismo. Lo escuché por unos segundos. Ahí estaba dando cátedra acerca de cómo nosotras viviríamos cada día del futuro. Sentí una furia indecible. Para ellos, éramos "el paquete". Como siempre, el doble estándar. Por un lado, debíamos comprar nuestras vidas siendo una nada sin voluntad ni vida propia, pero ¡ojo!, eficientes, y por otro, cada una éramos un ejemplar femenino de la misma edad, todas nacidas el año 1948, 26 años a esa fecha, y según ellos habíamos cometido todos los pecados de una mujer de nuestra generación. O sea Marxistas Militantes y por ende Putas. En mi caso se sumaba mi "repudiable" condición de separada. La ira que sentía pugnaba por expresarse. Tenía que controlarme. Qué difícil ante ese remedo de "sabeloqueyoquiero". Aterricé como quien se estrella de boca en el suelo..."Don Rodrigo" seguía con lo mismo, con eso de que después de un tiempo seríamos quizás... ¡hasta señoras!... Se marcharon, escuché las mismas frases, todos los oficiales que fueron ese día pontificaron acerca de que el año viejo se iba, de que el nuevo sería mejor y que para tener buena suerte los abrazos se daban después. Pensé en ello, en las veces en que sin saber muy bien qué decir, o al darme cuenta de que era imposible penetrar en la interioridad de una persona, acudí a esas frases hechas. Pensé que eso ocurre en aquellas situaciones en que la cultura nos abandona. Ante hechos 196
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donde no hay razón o argumento y el sentir se hace inexpresable o uno se da cuenta que diga lo que diga no podrá aliviar o dar lo que el otro necesita... Los velorios, por ejemplo. Sí, no era un 31 de diciembre, era otro velorio. Una mascarada, el funeral de mi a l m a Como a las ocho, entró un guardia con nuestra cena. Como siempre, con los dedos dentro de la sopa. Pero ya estaba acostumbrada. Era lo que en la jerga de un cuartel se llama un "rancho mejorado". Una cazuela de ave. Estaba rica, al menos así me lo pareció, dedo y todo incluido. Habíamos terminado recién de comer cuando tocaron la puerta. Entró un hombre que no había visto nunca. Dijo que era el oficial de turno. Preguntó si habíamos encontrado buena la comida. Agregó que me mandaría a buscar pues quería conversar algunas cosas conmigo. Quedé preocupada... Las tres decidimos acostarnos y dejar el televisor encendido. Más tarde un guardia dijo que el oficial de turno me necesitaba en la oficina. Me invadió esa sensación que ya conocía tan bien, una revoltura de inquietud y de puesta en marcha de todos los radares. Rápido, me vestí. Decidí ir voluntariamente, imaginé que por las buenas tenía más posibilidades de manejar la situación. Si partía negándome podía hacerme sacar igual, tenía el poder para ello. Al menos durante esas horas en que era "la autoridad del cuartel". Me di ánimo pensando que había salido de cosas peores. Cuando llegué a la oficina, sacó una botella de licor y me ofreció una copa. Por evitar una discusión al respecto acepté y traté de llevar el hilo de la conversación. Pensé que si lograba desviarlo hacia algún tema de su trabajo podría tener opciones de salir bien. -Lucccita, yo sé de usted; claro, lo que se dice. -Tomó algo de licor. Yo le dije que aunque mi condición a la fecha era de detenida, estaba segura que en algún momento eso variaría, que mi relación de trabajo con el capitán Ferrer era excelente y que estaba cierta de que el comandante Espinoza se había interesado en la situación de las tres. Hablé muy bien de ambos oficiales, deslizando algunas frases que sugerían una dependencia orgánica dentro de la brigada. Pensé que de esa forma tomaría una actitud más "laboral". Cometí el primer error cuando mencioné la hora. -Señor, quisiera saber si hay algo específico que desee hablar conmigo, el capitán está haciendo un trabajo y llegó a la conclusión de que ha podido determinar parte importante del organigrama del 197
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MIR. Me pasó sus borradores para que los haga a tinta. Debo entregar eso mañana y no lo he terminado aún. Desearía retirarme. Ni siquiera tomó en cuenta lo que dije. -Mire, Lucecita, hace media hora que es Año Nuevo, venga a darme el abrazo.
De pronto pareció reanimarse y le dijo al guardia: -Ya, hombre, ándate a hacer una ronda y después búscate una entretención. -Cerró la puerta y se volvió hacia mí.
-Va a cerrar con llave, ¿verdad? Fue al escritorio. ¡Ahí estaban las llaves!, cerró y las guardó en el mismo lugar. Me abrazó. Tratando de contener la repulsión que me provocaba ese hombre, me las arreglé para desprenderme. Entonces se violentó, me cogió del pelo y tirándomelo hasta hacerme daño, me empujó sobre el sillón y se arrojó sobre mí. Sólo recuerdo que como si estuviese ajena a todo, no tenía siquiera pensamientos. En cuanto pude, me fui al baño junto a la oficina. Arreglé mi ropa. Al salir de allí, lo vi de pie arreglando sus pantalones. Se hallaba de espaldas. Cogí un adorno metálico que estaba sobre el escritorio, el puño de la DINA, lo sentí frío y pesado en mi mano. Todo ocurrió en unos segundos, no alcanzó ni siquiera a darse vuelta y lo descargué en su cabeza. En ese golpe iba toda la rabia, la impotencia y las humillaciones que había sufrido en esos meses... Cayó al suelo sin siquiera emitir un quejido. Lo arrastré al sillón. No me importaba nada, como si la violencia hubiera salido toda en ese golpe. Me senté un instante y acudieron de a poco los pensamientos. Estaba tranquila, como si no sintiera nada. Miré el armario, con la vista acaricié cada una de las AK que había allí. Estaban los cargadores y seguro que en alguna parte había munición. Los gritos se habían apagado. Hace rato que no escuchaba disparos. Las bestias duermen o reposan, pensé. Por un instante imaginé que podría sacar los fusiles y liberar a los detenidos. ¿Alcanzaría a llegar a Tobalaba? Miré al oficial que parecía dormir. Sentí miedo de que hubiera muerto. Me acerqué y noté que respiraba. Tal vez el golpe no había sido tan fuerte y dormía de borracho. Fui al escritorio y al sacar las llaves vi una agenda telefónica. La revisé. Estaban los teléfonos de los oficiales. El oficial sobre el sillón se movió y emitió un ronquido. Cogí de una silla una manta y lo tapé, no por cuidarlo sino para que no se despertara. Al salir de la habitación sentí ruido. Instintivamente me volví hacia la izquierda, ahí había una especie de sillón, uno de los guardias estaba con una mujer. Supuse que era una detenida. Quedé impactada. Ella estaba embarazada. En el suelo, su vestido con flores beige, blanco y lila... todo arrugado. Le hice un gesto de silencio al guardia. Supongo entendió que el oficial dormía, ya que me dirigió una sonrisa cómplice. Cruzamos una mirada con la mujer. Salí con paso firme. Al bajar los escalones, la brisa fresca de la mañana se coló por entre mis cabellos. Había
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Traté de ser muy natural, pero cuando me abrazó sentí asco. Ese hombre olía muy mal. Como nieve la caspa y suciedad cubrían su chaqueta. Sentí en mi estómago que comenzaba a gestarse como una ola esa nausea que me acompañaba. Trataba de dar con el argumento que me permitiera salir de ahí. Decidí tomar algo de licor. Soy fuerte, me dije a mí misma. Recordé que las pocas veces que tomé algo, ni siquiera me había mareado. Y con la tensión de ese instante ¡menos! y como un chispazo surgió esa idea en mí. Le haría emborracharse. No sabía cómo evitar la situación, pero podía intentar postergarla. Tomé otro poco de licor y con el vaso en la mano caminé hacia la puerta, decidida a averiguar cuál era la situación exacta. Oí los gritos de una mujer. Quedé paralogizada. ¡Las detenidas!, más gritos y ráfagas de fusiles AK., gritos y bromas soeces. Diálogos no muy lejanos, risas. -Vamos, Lucecita, venga. No se me ponga arisca. Ve, afuera están todos divirtiéndose. Les pasé unas botellitas a los muchachos. Son jóvenes y viven muy presionados -dijo acercándose de nuevo. Seguí caminando hacia la puerta. -Tiene razón, Pedro- y abrí. A escasos metros estaba el guardia. Esa noche no estaba ninguno de los que conocía o eran amables con nosotras. -¿Necesita algo, señor? Me apuré en responder. -Nada, sólo que también usted debe celebrar. ¿Verdad, señor? -Claro que sí, toma, hombre. -Le pasó un vaso. El joven miraba... -Toma, hombre, ¡toma! ¡Hasta ver el fondo!, para que la Lucecita vea.
seco.
Aprovechando esa frase y como un juego de desafío le dije: -Pero a usted no lo he visto tomar así, señor. -Lo remediamos "altiro", pues... y tomó otro vaso, esta vez al
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amanecido... Al sentir dentro ese aire fresco me dije: tal vez el resto del año sea mejor. Estaba como anestesiada. Sentía que mi rostro se iba endureciendo progresivamente, algo dentro me rasgaba tripa a tripa, y yo apreté más los dientes. Cuando llegaron, Lauriani Maturana fue a la pieza. Se sentó al lado de mi cama. Le conté lo ocurrido, omitiendo las partes que hubiera deseado olvidar. Me dijo que les informaría en detalle a sus jefes. Fue un médico y conversó un rato conmigo. Insistí en que no había sido violada. Sentía vergüenza. Absolutamente incapaz de confesarlo. Menos a esas personas. Sabía que indirectamente estaba protegiendo a quien no lo merecía. Pero quien merecía lo que ocurría ahí. ¿Para qué?, pensé... Total, nada borraría de mi ser lo que había pasado. Qué cambiaba, qué me podía importar si lo echaban o no de la DINA. Si estaba o no preso. Como ese oficial quedaban muchos. Igual yo llevaría para siempre impreso todo aquello... No sé si me creyeron o no, importaba tan poco lo que yo pudiera decir o sentir. El doctor me dio un calmante y dormí un rato. Desperté y almorcé, tragando a la fuerza. Pensando en la gente "de afuera", tuve una idea loca, la de salir a la calle y atajar a las primeras personas que fueran pasando y decirles: ¡Ey!, usted, señora normal, usted que tiene derecho a caminar por ahí por la calle... ¿Sabe? ¡Me violaron! Inmediatamente dentro de mí surgió una imagen diciendo: -¡Es culpa suya!... Usted se lo buscó... ¿No le gustaba arreglarse?, ¿No le gustaba usar minifalda?... Sonreí en silencio. Seguro que así pensaba la gente. Demasiadas veces había escuchado cosas como: ¿No te gustó ser comunista?, ahí tienes... Un rato después, el guardia que estaba en la puerta me dijo que Espinoza Bravo quería hablar conmigo, y me llevaron a su oficina.
SUMARIO Espinoza Bravo me explicó que habría un sumario interno. Al terminar el turno, el oficial se fue como si nada hubiese ocurrido y los demás procedieron a interrogar al personal y a algunas detenidas. Espinoza Bravo me dijo que el oficial estaba preso en las cajoneras, que lo habían golpeado y lo darían de baja de la DINA. Aprovechó la oportunidad para seguir hablando de la honra y el honor. Dijo que
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entendía mi situación, pero que necesitaba mi declaración para el sumario. Le conté todo, omitiendo que me había violado. Imagino que ese señor se habrá dado cuenta que no lo denuncié completamente. Tal vez nunca entienda por qué. Tardé una década y media en aceptar lo que me ocurrió como mujer en la DINA. Sin embargo, frente a la Comisión "Verdad y Reconciliación" lo pude verbalizar. Cuando volvía a la pieza, el guardia me hizo mirar las "casas corvi". Vi al oficial. Aparentemente estaba preso y lo golpeaban, y yo me di cuenta que no me gustó verlo. No quería verlo... Quise huir, pero continué ahí de pie, sintiendo deseos de no existir... Días después me dijeron que el funcionario fue dado de baja de la DINA, y también algunos guardias. Que a la detenida embarazada la habían llevado a la clínica de la institución. Imagino que a la que estaba ubicada en calle Santa Lucía N Q 162. Luego de esa noche de año nuevo mi situación personal mejoró a ojos de la oficialidad de Villa Grimaldi. Había tenido al alcance de mi mano las armas y no traté de huir. No lo hice porque fui cobarde. Confieso que por unos instantes pensé sacar a los compañeros varones primero, pero no me atreví... ¿A dónde ir? y además sabía que ellos no me habrían creído, no sólo por ser una colaboradora, sino porque se sabía que Rolf Wenderoth ordenó que una noche dejaran las puertas abiertas del lugar donde estaban los prisioneros varones e hizo que la guardia con armas largas se escondiera para matar a los que intentaran huir. Otro guardia les avisó a los compañeros y así pudieron evitar esa trampa. Ahora sabía que no era la mujer fuerte que intentaba mostrar que era. Me encontraba muy cerca del límite. Esa noche de Año Nuevo había averiguado algo. Yo nunca mataría a nadie. Al menos mientras tuviera capacidad de pensar. Pero la forma en que descargué ese objeto metálico sobre el oficial me causaba temor. Estuve ciega en esos momentos, me decía... Iba cediendo a cada momento ante esa presión que desde dentro me gritaba: Has avanzado demasiado, sólo puedes seguir. No hay retorno posible. Eres una traidora, Luz Arce, retumbaba dentro de mí. Me fui a la cresta, era como ir cayendo, no era necesario que nadie me empujara, iba directo al fondo. Sólo muriendo, pensaba, puedo detener esta demolición.
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MI HIJO Y LOS TRIBUNALES DE MENORES Los primeros días de enero, Espinoza Bravo y Wenderoth Pozo, en una de sus visitas dijeron que estábamos autorizadas para llamar por teléfono a casa una vez al mes, que empezaríamos haciéndolo al día siguiente. Cuando fui, Krassnoff Martchenko me ordenó que le dijera a mi padre que dejara de hacer gestiones por mí ante el Comité Pro Paz, porque o si no me matarían. Tuve que decirle tal cual. Cuando hablé con mi madre, ella estaba desesperada, mi ex marido estaba haciendo gestiones para llevarse a nuestro hijo. Ya habían tenido una citación al tribunal y si yo no comparecía, le entregarían mi hijo a su padre porque él alegaba a través de su abogado que yo estaba desaparecida. Colgué el teléfono llorando y me retiré. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo comparecer ante un tribunal y decir aquí estoy, yo soy la madre? Al llegar a la pieza me encerré en el closet. Quería llorar, pero sola. Al poco rato informados de lo que ocurría, llegaron Espinoza y Wenderoth y me hicieron salir. Me preguntaron si estaba dispuesta a empeñar mi lealtad para siempre a cambio de mi hijo. Sólo dije llorando "sí". A los pocos días me hicieron arreglarme. Me pinté y peiné cuidadosamente, y fui al Tribunal de Menores con un equipo de la DINA. Alguien se había encargado de hablar con la juez, ahí perdí todo respeto por la justicia de mi patria. Aunque agradecida porque me permitieron conservar a mi hijo junto a mis padres y así pude vivir con él cuando salí en libertad... La DINA había arreglado todo. Mi ex marido y su abogado no tuvieron ninguna alternativa. El trataba de hablar y la juez le decía: "¿Cómo dijo que la señora está desaparecida? Yo la veo lo más bien..."
LA CREACIÓN DEL CRUPO VAMPIRO Con el comienzo que tuvo el año, cualquier cosa parecía mejor. Había 202
mucha actividad y seguían ocupados golpeando y duro al MIR. El capitán Ferrer Lima se encontraba haciendo un curso de piloto en la Aviación de Ejército. Se consiguió unos manuales y yo le hice los dibujos para que pudiera estudiar. Ferrer Lima tenía claro que yo lograba mantenerme "bien" siempre que estuviera ocupada. Yo misma se lo dije, era más fácil huir así. Ocasionalmente Krassnoff Martchenko me pedía que pasara en limpio los organigramas del MIR que él iba confeccionando a partir de declaraciones de detenidos u otra información obtenida de documentos que caían en los allanamientos. Así pude saber en qué andaban las agrupaciones Halcón y Águila. Era impresionante cuando del organigrama de las personas buscadas, los compañeros pasaban a integrar los listados de detenidos. Luego de eso, Krassnoff trataba de determinar qué compañero sucedería en el cargo al caído. En diciembre de 1974, el teniente Fernando Lauriani Maturana había acumulado tantos errores en su accionar como agente de la DINA que Krassnoff indignado lo amonestó. A gritos, delante de detenidos y personal subordinado. El teniente Lauriani quedó muy deprimido. Se fue a la pieza donde permanecía yo. Noté que no entendía por qué las cosas no le resultaban. Yo me limité a escucharlo. Hablaba como consigo mismo. Enumeraba uno a uno los problemas que había tenido: el que le robaran su vehículo con las armas del grupo adentro mientras estaban en una "ratonera" o realizando un operativo. Le pasaban cosas similares al "Inspector Clouzot". Como cuando no encontró su vehículo, y chapa de la DINA en mano, hizo bajar a todos los pasajeros y al chofer requisando una liebre. Así llegó a Terranova con los prisioneros en un vehículo de la movilización colectiva. Si no hubiese parecido tan afectado, yo habría reído. Me quedé en silencio escuchando su larga lista de cuitas. Sólo intervine cuando el teniente sacó su arma personal y dijo que lo que debía hacer era matarse. Le dije que todo lo que me había dicho a mí, se lo comentara al comandante Moren. Yo sabía que Moren Brito le tenía afecto, y pensé que quizás podría tranquilizarlo. Me causó pánico la idea de que se pegara un tiro ahí. En resumen, el teniente no. se mató, habló con Moren Brito, quien decidió formar una nueva agrupación para darle al teniente otra oportunidad. Así nació "Vampiro". Al teniente Lauriani le fueron asignados algunos de los hombres más antiguos y experimentados. Para evitar que cometiera demasiados "errores". 203
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- N o , señor, sólo miraba esa rosa azul. Nunca había visto una
ROLF WENDEROTH POZO así. Surgió un elemento nuevo que haría variar profundamente mis días en Terranova. Al oficial Rolf Wenderoth Pozo lo conocí como don Gonzalo cuando tenía el grado de mayor, 36 años de edad y venía egresando de la Academia de Guerra como oficial de Estado Mayor. Era el acompañante de Pedro Espinoza Bravo, cuando por las tardes y antes de retirarse del cuartel de Terranova iban a nuestra habitación. Los primeros días ni siquiera tomé en cuenta la presencia del entonces mayor, tampoco sabía el cargo que tenía, pero se veía de más edad que los otros oficiales que estaban en la DINA. Una de esas tardes Rolf me dijo: -Soy delicado del estómago. Traje unas hojas de cedrón. ¿Podría hacerme una agüita? Me paré y con brusquedad le dije: -Las hojas tienen tierra. Tiene que autorizarme para ir al baño y ordenarle a un guardia que me acompañe. ¡Si es que queda agua, claro! Me molestaba esa actitud de ellos de estar como en un salón de té. Las niñas, Alejandra y María Alicia, se quejaban de que yo le daba café a medio mundo, sobre todo durante el turno de la noche porque hacía mucho frío, y a cualquier hora. Sin embargo, de Espinoza Bravo su simple presencia me emputecía. Siempre dictando cátedra. Nos había concedido el alto honor de tomarnos en sus manos. Tenía el "paquete" con tres montones de basura y mierda y él nos transformaría en "mujeres de bien". Wenderoth hizo caso omiso de mis modales, como siempre fue muy gentil. Uno de esos días me pidió que lo acompañara fuera de la pieza. Me guió por un sendero de tierra apisonada y unos metros más allá apareció el campo de rosas. Quedé atónita. Sabía que existía. "Max" me lo había descrito en Ollagüe. En mi vida había visto tantas rosas juntas; y se veían ¡tan bellas! De todos portes y colores. Unas pequeñitas blanco y rosa, más allá otras enormes, de gruesos y turgentes pétalos, como de terciopelo. Mis ojos devoraban la hermosura que convivía con ese lugar tan tenebroso. Me detuve, había en medio una flor extraña, fría. Se destacaba, sobresalía de entre todas. Una rosa matizada de azules y blanco. No he vuelto a ver esas rosas en otro lugar. Frente a ella sentí temor y Wenderoth dijo: -¿Tiene frío? ¿Quiere que volvamos? 204
-Vaya, mírelas y corte las que quiera -dijo ofreciéndome una blanca y amarilla. La tomé y caminé entre esa marea dulzonamente perfumada. Olvidé la existencia del mayor. Corrí sin hacer caso del dolor de mi pie. Cuando volví a tomar conciencia y vi a Rolf Wenderoth, me sentí ridicula, estaba agitada, transpirando. Sentí vergüenza, deseos de desaparecer, de huir, de gritar, de insultarlo. Hizo como si no se diera cuenta y sólo dijo: -Es tarde, ¿vamos? Caminé hacia la pieza. Cerraron la puerta a mis espaldas. Quedé ahí, parada con las flores en las manos, me apoyé en la puerta, mirando a María Alicia y a Alejandra, que me llenaron de preguntas y bromas. María Alicia decía: -¡Cuenta! ¿Qué pasó?, ¡yo sabía!, don Gonzalo sólo te mira a ti cuando viene. Alejandra, sentada en la parte superior del camarote, agregó: -Cuando tú le hablas... No cabe en sí y mueve su cabeza de allá para acá en su cogotito y con sus cachetes coloraditos... -reía imitando el gesto del mayor. Reí con ellas, sólo podía hablar de las rosas. Oculté ese sentimiento de rabia, porque no podía comprenderlo. Tampoco hablé del temor que me produjo esa rosa azul que se me antojaba un cáliz de dolor, de sufrimiento. Y era tan bella... Desde ese día, María Alicia y Alejandra me hacían bromas con el mayor. María Alicia decía: -Me alegro. Así no te quedarás como una boba cuando viene el pesado de "Max". Yo molestaba a María Alicia con Espinoza Bravo y ambas a Alejandra con Krassnoff Martchenko, era un juego. A esa fecha ninguna de las tres tenía ninguna relación. Muy pronto Rolf me dijo que yo ya no dependía del capitán Ferrer Lima, que no iría más a la oficina de "Max", sino a la suya. Me cayó más mal todavía. No sólo me molestaba ver que las chicas tenían razón. Tarde o temprano tendría que enfrentarme a sus requerimientos y no vería más a "Max". Bueno, lo veía, pero él raras veces volvió a dirigirme la palabra. El mayor Wenderoth no parecía tener prisa. Aparentemente sólo pretendía que estuviese ahí, sentada frente a él en su escritorio. 205
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Ocasionalmente me dictaba un oficio, memos o circulares para el personal que tenían relación con la administración y rodaje diario del cuartel. El a diario confeccionaba además el informe de detenidos de la brigada que se remitía al Cuartel General. Mirándolo comencé a acostumbrarme a leer al revés. Por eso recuerdo algunos nombres de detenidos que nunca vi. Ese informe era llevado cada día por el estafeta del cuartel que en esa época eran Avalos y Rubilar Ocampo. Hombre que años más tarde sería agente de la CNI y que aparece vinculado a la muerte de Federico Renato Alvarez Santibáñez. Me sentía pésimo. Era evidente para todos que yo sólo era el juguete nuevo del mayor. Moría de rabia frente a la risa burlona del personal. Sabía lo maricones que solían ser cuando hablaban de las mujeres. Un día que el mayor Wenderoth Pozo fue a una reunión en el Cuartel General, "Max" me llamó y dijo muy serio: -Por favor, Luz, siga como hasta ahora. No ceda a las insinuaciones del mayor. No le estoy hablando contra él. No sé nada de él, es mi superior. Yo sé que no le deja alternativas. Pero piense en usted, estoy seguro que tiene un futuro. Estoy seguro de que lo tiene. Lo merece, al menos... Lo escuché sin decir nada, ni afirmé ni negué. Con un lacónico "¿Eso es todo, capitán?" me retiré, diciéndole "gracias por el consejo". A pesar que todavía no había agua en el cuartel, las rosas se mantenían hermosas gracias a un canal de regadío que bordeaba la Villa. En ese canal nacían de a montones culebras chilenas. Los guardias las sacaban para asustarnos. Me costaba un mundo vencer la fobia que tuve desde niña por esos animales y cuanto se le parezca. Los guardias las sacaban y me las pasaban tratando de averiguar si me asustaban. Sabían que las chicas temían a las arañas y que yo las sacaba y las dejaba en las plantas fuera de la pieza. Cuando me pasaban esas culebras yo las recibía estremecida por ese contacto frío, pero aprendí a disimular el asco y el terror que me causaban. Terminé por aceptarlas y adopté una como mascota durante un buen tiempo, hasta que Wenderoth, asqueado, hizo que un guardia la sacara. Nunca más me molestaron con las culebras. Yo la ponía en un macetero de la oficina y me la llevaba en el bolsillo de la chaqueta de Lumi, en una caja de fósforos. Era una culebra bebé... Tenía una hermosa piel, más amarilla que las otras, con unos dibujos oscuros lindos, y el vientre blanco y suavecito.
Cuando la tomaba otra persona se retorcía toda. Con ella definitivamente se me pasó la fobia. El mayor me llevaba a menudo a caminar por entre las rosas, yo aprpvechaba de llevar a mi perro, a Bronco-Kim le encantaba que yo le tirara piedras o ramas lejos. Me las traía de vuelta. El perro conocía mi voz, y más de un guardia se llevó un feo gruñido de él. Poco a poco fui deponiendo mi actitud pesada con Rolf Wenderoth. No fue algo premeditado; primero ocurrió, luego me percaté de ello, él nos protegía y se fue ganando mi gratitud. Uno de esos días me mostró una "casita". Más allá de las rosas, junto a la torre, varios soldados armaban una mediagua. Dijo que era para nosotras. Que estaría lista en un par de días. Me explicó que tendría dos ambientes, que él pensaba que el que daba al oriente debía ser nuestra habitación y para el otro lado nos traerían una mesa y sillas. Me molestaba que Rolf estuviera siempre observándome. No era de esas miradas de alguna gente de los equipos que siempre estaban diciéndonos que nos conocían a las tres y hacían comentarios sobre nuestra piel o pechos. Tampoco era esa semisonrisa despectiva y con la boca chueca de Krassnoff Martchenko, como buscando un más allá en nuestras actitudes. Lo peor es que iba dándome cuenta de que yo parecía cada día más uno de esos perros callejeros que aunque los pateen, agradecen una caricia. Mientras más nos protegía el mayor Wenderoth, más a menudo yo era espontánea con él. Sentía que estaba deponiendo mis defensas. Rolf no pedía nada a cambio -todavía-, ni siquiera un dibujo. La sensación de que estaba amansándome era permanente. Sabía ya muy bien que frente al grito y la agresión yo era explosiva. Pero así me era imposible mantener una actitud lejana o de enfrentamiento. Era tan grande la necesidad de mantener un contacto que me hiciera sentir persona. Ni siquiera buscaba caricias o apoyo. Me bastaba un intercambio de palabras sin violencia... Estaba permanentemente inquieta. Me decía a mí misma "ya pasará la cuenta el mayor".Un día dijo: -Luz, estaré poco más dé un mes fuera del país. He pensado que no es bueno que permanezca todo el día en la casita. Creo que le hace bien salir, aunque sólo sea a mi oficina. Yo dejaré todo reglamentado. Hasta los más mínimos detalles. Quiero que me ayude en eso. Nadie mejor que ustedes mismas pueden señalar cuáles son sus problemas. En lo que se refiere a la vida del cuartel, en
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lo que esté a mi alcance, me preocuparé que quede todo claro. Y agregó: -Luz, me gustaría que usted tipeara mi memoria para la Academia de Guerra. Así nadie objetará su presencia en la oficina. Sólo si usted quiere. Le dije que yo escribía a máquina, pero nunca había hecho una memoria o un trabajo de ese tipo. Replicó que no importaba, que como saliera estaría bien. -Mayor, si quiere arriesgarse, yo encantada. Dijo que trataría de conseguir una máquina de escribir adecuada. Yo recordé que cuando el teniente Lauriani Maturana me llevó a casa y estuve en mi pieza, me di cuenta que en los allanamientos se habían llevado muchas cosas, pero dejaron ahí la máquina de Ricardo Ruz. Tal vez porque estaba desarmada. Wcndcroth me pidió que escribiera una nota para mis padres indicándoles que entregaran la máquina a los portadores. Mis padres, siempre con la esperanza de que me llevaran, o alguien fuera de mi parte, tenían un paquete para mí. Recibí además de la máquina una caja con provisiones y unas hermosas botas largas que mamá sabía que me gustan mucho. Lloré, su situación económica era mala, y así y todo se preocupaban de mandarme cosas. Las botas me parecieron hermosas. Seguro eran muy caras. Sentí que eran un lujo, lo que me hizo sentir peor. Mi coraza de defensas tenía múltiples fisuras por las que se escapaban a raudales las lágrimas. Me descontrolé y despacito, como acudiendo a una salida catárquica comencé a decir: -¡Cresta, puta vida! Hacía mucho que no lloraba. Cuando reaccioné, vi al mayor sentado frente a mí. No quedaba nadie en la oficina, caía la tarde y el mundo me parecía de mierda. Miré la máquina, sería parte de la burla macabra de la vida. Su dueño, Ricardo Ruz Zañartu, si es que vivía aún, seguro seguía en el AGA. Tal vez en el exilio, pensé. Ojalá. Y yo tenía ahora su máquina y haría en ella la memoria del mayor. La arreglaría la BIM de la DINA. Ese berrinche había tenido la virtud de llevarme al vacío, relajada como si no existiese nada. -Mayor, discúlpeme. - N o se preocupe, Luz. ¿Qué puedo hacer? -Nada, mayor, está bien. Ya pasó. Fue un momento. ¿Puedo irme?
-Sí, claro, es tarde, yo la llevo. Ahora, si cree que le haría bien un café o conversar... -Gracias, mayor. ¿Y usted quiere un té de cedrón? Salí al patio. El mayor me había autorizado a circular por los caminos interiores de Terranova. Entre la casita, las oficinas y el baño. Era un triángulo. Enorme espacio comparado con las pequeñas piezas donde permanecí más de un año. Cuando comencé a caminar sola por la Villa me sentí desamparada. Casi dolían los ojos al hundir la mirada en ese horizonte lejano. Desprovista de paredes cercanas, la orfandad parecía mayor. Oscurecía, hacía frío. Fui a buscar la chaqueta de Lumi a la mediagua donde dormíamos y recogí las hojas para el té del mayor. Era como si el aire fresco se hubiese colado por mis narices; y sentí frío, una mezcla de miedo y vacío. Tomé el café y el mayor me preguntó si pensaba que me haría bien ver a mis padres y a mi hijo. Dijo que a la vuelta de su viaje se ocuparía de ello. Recordé a mi hermano. No lo veía desde septiembre en Ollagüe. El resto del tiempo estuve callada. Rolf Wenderoth siempre respetó mis silencios. El es el tipo de persona con quien no podía pelear. No porque no lo haya intentado, sino porque él no se molestaba conmigo. Esperaba a que me sintiera ridicula despotricando sola y no me quedara sino calmarme. Wenderoth me acompañó a la casita. No era necesario, pero siempre lo hacía. Ese día fue un largo e interrumpido caminar. -¿Le agrada caminar, Luz? -Sí, mayor, y debiera hacerlo. La última vez que me vio un médico por el pie, me lo recomendó, pero me duele mucho. -¿Le duele? ¿Por qué no lo dijo?, debe verla un médico. -No tiene remedio, mayor. Sufro de hiperestesia. La esperanza es que pase con el tiempo. Años quizás. -¿Pero habrá un calmante? -Los he probado todos, mayor. Hasta romperme el estómago de tanto tomarlos. -Igual debe verla un médico. Por favor dígame lo que le ocurre. Yo no puedo adivinar. -Soy un atado de achaques, mayor. Pasaría en el médico conmigo. - N o , no es atado de achaques. Lo que es, y no se enoje conmigo, es un atado de mañas. -Lo miré. La luz que por la noche prendían en la torre iluminaba sus canas prematuras -como las mías- y su sonrisa.
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Pensé que nunca antes había mirado sus ojos. No eran bonitos, más bien chicos. Pero había mucha ternura en ellos. Reí sin miedo. -¿Cómo que mañas?, diga una... -Uh... Tardaría mucho tiempo. No se preocupe, se las diré todas. De a una. Podría arañarme si se las digo juntas. Pero en otro momento. Mire cómo tiene los ojos. Hinchados de tanto llorar. Sacó su pañuelo y comenzó a limpiar el rimmel que se había corrido. Al terminar lo dobló y se quedó mirándolo. -Mayor, si quiere yo lo lavo. Tal vez su señora no va a entender que estuvo consolando a una detenida. Y estoy segura no va a creer si le dice que estuvo junto a una locomotora. Sonrió y me lo pasó. -Gracias por pensar en ello. Llegamos a la casita y el mayor se despidió haciéndome una caricia en el pelo. -Tiene bonito su pelo, Luz, le queda bien así. No se lo corte. Todos sabían que de repente agarraba tijeras y me cortaba corto corto. Sentí un impulso. El de siempre, de terminar con esa situación de plano, pero me contuve. Recordé que... cuando caí detenida y fui dándome cuenta de lo que tendría que enfrentar, buscaba las formas de verme lo más fea posible. Luego en Ollagüe, cuando decidí "vender" la imagen de una Luz inconmovible, fría y profesional, comencé a maquillarme. Pero tuve que incorporar otras formas de defensa. Nunca me importó. Estaba entrenada, desde los 22 años, cuando me separé y descubrí a todos esos amigos que se acercaban pretendiendo ser un apoyo moral que, por supuesto -según ellos-, partía en un rápido aterrizaje en la cama. Recordé cómo me indignaba entregar un trabajo o un informe a un sujeto que me miraba con cara de "te estoy empelotando". Entré en la casita. Costaba, al menos a mí me costaba ser mujer. Pensé en mi hijo y me alegré de que fuera hombre. A los pocos días hubo un incidente con el mayor. Mi ánimo decaía, hacía agua por varios costados. Me sentía inquieta, irascible. Depresiva y cansada. Miraba con rabia a Krassnoff Martchenko que andaba por las oficinas exhibiendo su boca chueca, su sonrisa irónica. Cuando él andaba en esa actitud, todos sabían que algo le resultaría pronto. Con María Alicia nos mirábamos e intercambiábamos un cómplice "le fue bien anoche", pero estábamos seguras que lo que traía entre manos seguro tenía que ver con el MIR.
Los allanamientos eran casi cotidianos. Traían a la Villa las cosas y las amontonaban. Un día dejaron en la oficina de Plana Mayor un montón de discos, libros y todo lo necesario para montar un taller de fotografía. Muchos años después, sabría que eran de las casas de los militantes del MIR del Regional Valparaíso, que cayeron en masa a mediados de enero de 1975. Cuando los hombres de Krassnoff se retiraron, me acerqué. Sabía que luego los quemarían. Tomé unos discos, sólo quería verlos, tomarlos... Eran de Peter Ilich Tschaikowsky, recordé mi casa, a mi hijo, me vi en ese pasado perdido... Corriendo, estudiando, soñando utopías... Wenderoth se acercó, me quitó los discos y comenzó a romperlos. Estrellándolos con furia contra los cantos de un escritorio. Le grité que era un bruto, un animal, un absurdo milico ignorante. Una bestia, peor que eso... Me fui corriendo, llegué a la casita. Me tiré sobre la cama y me puse a llorar. Me preguntaba, ¿qué me está pasando? Con todo lo que he vivido y ahora por unos discosSentí un ruido y asustada me senté. Era Rolf, de pie en el vano de la puerta. -¡Luz, por favor, perdóneme! Me desconcerté, yo esperaba que dijera: "Me colmó", "Vayase a la cresta", o algo así. Me sentí incómoda. Quise hablar y no me salió la voz. Estaba afónica. Recordé que durante los interrogatorios muchas veces perdí la voz. Como cada vez que la tensión me supera. Recordé las historias que me había contado el mayor, esas en las cuales siendo teniente había logrado un récord. Era el que mandaba más lejos, de una patada en el traste, a un soldado conscripto que habiendo cometido alguna falta se exponía a las iras de los oficiales. Claro que es un animal, pensé. Igual me sentía pésimo. Volví a la oficina. El personal nos miraba de reojo y reían a espaldas del mayor. Cuando Rolf se fue al comedor, se me acercó uno de los suboficiales y me dijo: -Bien hecho, Lucecita. ¡Si este mayor es muy bruto! Para serle francos tuvimos miedo por usted. Pero cuando vimos que se fue calladito y como con la cola entre las piernas, supimos que iba a buscarla y que no le haría nada. No afloje.
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UN COMPAÑERO: "JOEL" Guardo un recuerdo hermoso de "Joel", de su compañera, de su bebé. Sé que él ha sido cuestionado, como Alejandra, como María Alicia, como yo. Aunque no sirva de mucho, sobre todo porque proviene de mí, yo asumo más que la defensa de "Joel", la responsabilidad de contar por qué pudo ser manipulado por la DINA. Me remitiré a aspectos generales que permiten echar unas luces sobre lo que fue su proceso, porque confío y creo que quien debe alzar la voz es él mismo. Como a la mayoría de los compañeros del MIR que figuran en este relato, conocí a "Joel" en la DINA. Pero antes de verlo a él vi a su joven esposa y a su hija de meses. Ambas fueron llevadas por la DINA a Terranova. Tuvieron en algunas ocasiones a su compañera en la habitación nuestra, siempre vendada. La recuerdo como si fuera hoy, con sus cabellos largos, ondulados y oscuros. Al lado de su silla un bolso, de esos que toda madre compra con amor y esperanza para llevar las cosas del bebé por nacer o recién nacido. Su hija fue dejada con nosotras. Con Alejandra y María Alicia nos turnamos para darle el alimento, mudarla y acunarla. Significó muchas cosas importantes para nosotras poder brindar un poco de amor a ese bebé. Sé que "Joel" depuso la lealtad con su organización sólo después de ser muy torturado y para obtener la libertad de su compañera y su hija. La pequeña nació enferma, tenía por esos años un pronóstico de vida muy breve. No tengo palabras para expresar los que imagino fueron sus sentimientos de entonces. Tampoco yo tuve la opción de apoyarlo, no sé si me habría atrevido. Creo que como estaban las cosas esos días, de existir la posibilidad, ninguno de los dos habríamos confiado en el otro. No era sólo desconfianza, era también una suerte de mutua protección. Demasiado caro habíamos pagado ya los errores del pasa212
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do para volver a cometerlos. Estábamos solos y a merced de la DINA. "Joel" sobrevivió y me alegro por ello. Estuve presente cuando el capitán Ferrer Lima lo llevó a nuestra habitación para que le colocaran un artefacto explosivo a control remoto en los testículos para llevarlo a algún lugar. También a mí me llevaron ese día. "Joel" los había convencido de que a ese lugar llegaría Nelson Gutiérrez, dirigente de la Comisión Política del MIR. Ferrer me preguntó si conocía al "Guti", alias de Nelson Gutiérrez. Le dije que sí, aunque no era cierto. Pero así no podría reconocerlo. Recuerdo que mirando tras la ventana de una casa vi pasearse a "Joel" por una calle. No llegó nadie. Siempre pensé que él los llevó a ese lugar para avisar a alguien del sector que estaba en poder de la DINA. Con posterioridad me tocó estar varias horas con "Joel". Como yo dibujaba y él tenía una extraordinaria habilidad para trazar letras y números, nos juntaron. Mientras yo confeccionaba documentos falsos de Chilectra, de la Compañía de Teléfonos y de la Compañía de Gas para que los agentes de la DINA pudiesen ingresar a su antojo en cualquier domicilio, a "Joel" lo tenían pintando patentes argentinas para colocar a los autos de la DINA.
BILL BEAUSIRE ALONSO Un día, a media mañana, fue Krassnoff a la pieza donde estábamos con las niñas, y me ordenó que le hiciera un lavado de oídos a un detenido. Saqué la jeringa más grande que tenía y la herví, preparé un poco de agua tibia con desinfectante y salí. Junto a la puerta de la pieza pusieron una silla y trajeron a un muchacho que vestía jeans azules y una camisa azul con puntos blancos o algún dibujo muy pequeño. Le dije al guardia que era imprescindible correr al menos el mugroso trapo que cubría sus ojos para liberar sus oídos. Con todo el cuidado que pude comencé a echarle el agua. Le pregunté quién era. Recuerdo con mucha nitidez que dijo "Bill Beausire Alonso". Le señalé que pese a que no nos conocíamos, sabía que él era hermano de Mary Ann, que yo tenía en mi poder un canasto de mimbre que había pertenecido a ella, que lo habían robado en algún allanamiento y me lo habían regalado. Le conté que era muy bonito y que contenía 213
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cosméticos y pestañas postizas. El me confirmó que era de su hermana. Cuando le comenté que había muchos cosméticos que no conocía, él me explicó que su hermana había sido bailarina de ballet, razón por la cual de seguro tendría maquillajes poco corrientes. Le dije que sabía que habían allanado algún lugar donde ella y su compañero Andrés Pascal Allende debieron haber estado, pero que no los habían encontrado. Le hice lavados de oídos hasta que la guardia estimó que era suficiente. Le pregunté a Bill el por qué de los lavados, él dijo que no sabía si le hacían bien o mal, que esa mañana había ido alguien que dijo ser médico y que los prescribió. Le dolía mucho el oído derecho, porque había sido muy golpeado. Yo le comenté a Bill que había visto unas fotos de él donde aparecía extremadamente gordo y que jamás lo habría reconocido como estaba. Dijo que el rigor de los presidios le había hecho recuperar la línea. Le pregunté si no le causaba más dolor el que le colocara agua, dijo que no, que al estar tibia, le aliviaba, y como pude sacarle bastante cera acumulada dijo que escuchaba mejor. Cuando el guardia me hizo volver a la pieza, diciendo que el asunto no era para conversar, Bill me agradeció con una sonrisa... No lo vi nunca más, a la fecha se encuentra desaparecido.
HUGO MARTÍNEZ, ALIAS EL 'TAÑO" A comienzos de enero de 1975 llegó detenido al cuartel Terranova de la DINA, Hugo Ramón Martínez González. Yo recuerdo que como de costumbre ese día estaba sentada enfrente de Wenderoth cuando entró Krassnoff a la oficina y le mencionó al mayor que el nuevo detenido pertenecía a Fuerza Central y al Comité Central del MIR. No dijo nada más, incluso es probable que haya mencionado su nombre, que por esos días no me decía nada pues yo sólo lo conocía como el "Taño". Sabía muy pocas cosas de él. Pero sí recordaba que alguna vez Ricardo Ruz me dijo que pertenecía a Fuerza Central y que además tenía parientes en las Fuerzas Armadas. Yo escuchaba simulando revisar lo que Wenderoth me había estado dictando, pero cuando Krassnoff señaló que el detenido tenía parientes uniformados, puse atención, ya eran dos las coincidencias. Conté las horas hasta que los comandantes de las agrupaciones mandaron los informes de detenidos con los cuales Wenderoth confeccionaba el documento destinado 214
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a Manuel Contreras Sepúlveda. Necesitaba ver el casillero donde escribían el alias. Quedé petrificada cuando vi que decía el "Taño". Era mi amigo. Estimé que sería demasiada coincidencia que en Fuerza Central hubiese dos "Taño". Correría el riesgo. Le pedí a Rolf Wenderoth que por favor me dejara verlo. Krassnoff había mencionado que estaba herido, y yo le pedí a Rolf que me dejara ponerle antibióticos, ya que además el teniente había dicho que no pensaban llamar al médico. Wenderoth Pozo se negó pero le rogué tanto que me autorizó. Fui acompañada de un guardia a las cajoneras. En la primera estaba el "Taño", encogido. A pesar de lo reducido del lugar, me metí dentro, me puse a su lado y le dije que había conseguido autorización para colocarle una penicilina. El sonrió en cuanto me vio. Me reconoció de inmediato. Su mano derecha estaba atravesada de lado a lado por un balazo. La herida parecía invadida por algún tipo de musgo verde. Sentí muchísima pena; mientras a su lado preparaba la penicilina, le mostré un frasco adicional y le expliqué que era anestesia, le dije que eso le aliviaría el dolor. Cuando le puse la inyección, le pregunté si me odiaba mucho por estar colaborando. Como pudo, estiró su brazo con la mano herida y haciéndome un gesto para que me acercara, me abrazó muy fuerte. Lloré con mi cabeza apoyada en su pecho. Con su mano buena comenzó a acariciarme el cabello y me apretó muy fuerte, mientras me decía: "Eres un ángel, sé que se aliviará el dolor. Pero también sé que moriré". Yo me incorporé y le dije que no. Que iría cada día a ponerle antibiótico con anestesia, traté de mostrarle mi pie, le conté que por mucho tiempo había podido ver de un lado para otro por el orificio y que aunque con dolores, ahí estaba, viva y caminandoPero yo sabía que nunca tuve una infección tan grave. Sin embargo, quería pensar que él viviría, yo trataría de ir por lo menos cada doce horas y le inyectaría penicilina. Cuando el guardia me obligó a salir, el "Taño" me abrazó de nuevo. Le agradecí a Wenderoth que me hubiera permitido ir, le dije que necesitaba penicilinas cada ocho horas. Dijo que cada doce estaría bien. Al día siguiente por la mañana, a las ocho en punto, salí de la habitación, todavía me llevaban los guardias hacia la oficina de Rolf. Llevaba en mis manos la caja con la jeringa, penicilina y el tubo de anestesia escondido en un bolsillo. Junto a los árboles del jardín cercano a la casa patronal, vi que mi perro se acercaba a saludarme y que 215
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jugaba con algo que cogió de entre las matas. Quedé petrificada, era una de las sandalias del "Taño". Sabía que era de él, las había visto el día antes, no era un calzado corriente. Fui casi corriendo a la oficina y le señalé a Wenderoth que iba a colocar el antibiótico al detenido. El se opuso diciendo que ya iría el médico. Seguí rogándole, se negó hasta enfadarse. Pasadas unas horas, y en cuanto confeccionó el listado de detenidos, comencé a buscar en él. Ese día no figuraba mi amigo, lo habían sacado por la noche. Nunca se me olvidó que ese día era 13 de enero de 1975. Durante mucho tiempo tuve la esperanza que, como a mí, lo hubieran llevado a una clínica o al hospital. Cuando declaré ante la Comisión Nacional "Verdad y Reconciliación" supe que la única deferencia que tuvo la DINA con sus parientes, oficiales de las Fuerzas Armadas, fue tirar su cuerpo en alguna población de Santiago y que en la crónica roja apareció su muerte como un ajuste de cuentas entre delincuentes. No fue así. Yo lo vi detenido y herido a cargo de Miguel Krassnoff Martchenko en las cajoneras de la DINA y en el informe que elaboró el Instituto Médico Legal quedó constancia de que Hugo Martínez murió a consecuencia de dos impactos en la región torácica, distintos del que tenía en su mano mientras estuvo detenido en Villa Grimaldi. O sea, mi amigo fue ejecutado. •
LOS OCHO DE VALPARAÍSO En enero del año 1975 en Santiago fue detenida la compañera de uno de los dirigentes del Regional Valparaíso del MIR. Una joven que con anterioridad había logrado eludir la represión en otro regional del MIR en el sur. Fue así como la Unidad Caupolicán logró obtener el domicilio donde residía el encargado del Regional de Valparaíso. El recién ascendido a comandante -teniente coronel- Moren Brito, en compañía del teniente Lauriani Maturana y la agrupación Vampiro viajaron a esa ciudad con amplias atribuciones para desmantelar la estructura del MIR en la zona. Los efectivos de la DINA detuvieron a la casi totalidad de los militantes del MIR vinculados a esa estructura. Cuando la casa de Agua Santa donde vivían los dirigentes del MIR fue allanada, obtuvieron la lista con los puntos por hacer con los militantes e instalaron una "ratonera" en el lugar. En una de esas ocasiones Fabián Ibarra, 216
quien respondió un llamado desde Santiago de Lautaro Videla Moya, fue obligado a intentar que Lautaro viajara a esa. Afortunadamente, Lautaro se dio cuenta que era una trampa y no acudió. Moren Brito y el teniente Lauriani Maturana condujeron a los detenidos al Regimiento Maipo y luego de algunas diferencias con el comandante del citado recinto militar y el capitán Heyder, el 28 de enero de 1975, procedieron a trasladar a Santiago a una veintena de detenidos, ocho de los cuales desaparecieron. Ellos son: Sonia del Tránsito Ríos Pacheco, detenida el 17 de enero en Viña del Mar junto a su pareja Fabián Enrique Ibarra Córdoba. Carlos Ramón Rioseco Espinoza y Alfredo Gabriel García Vega, ambos detenidos en Viña del Mar el 18 de enero. Horacio Neftalí Carabantes Olivares, detenido el 21 de enero. María Isabel Gutiérrez Martínez, detenida el 24 de enero en Quilpué. Abel Alfredo Vilches Figueroa, detenido el 25 de enero en Viña del Mar y Elias Ricardo Villar Quijón, detenido el 27 de enero. Los familiares se movilizaron intentando dar con su paradero. En principio estas detenciones fueron negadas por la DINA, pero frente a la enorme evidencia presentada a los tribunales, el propio director de la DINA tuvo que responder a la Corte de Apelaciones de Santiago, en julio de 1977, reconociendo que la DINA había efectuado el operativo en las fechas que se mencionan, pero agregando que la totalidad de los militantes fueron puestos de inmediato en libertad, con excepción de Horacio Carabantes, quien habría solicitado ser puesto en libertad en Santiago. Lo que no dice el informe de la Comisión "Verdad y Reconciliación" (por cuanto éste estaba impedido de mencionar nombres de agentes, es que quien le redactaba al director de la DINA estas respuestas sobre detenidos era Rolf Wenderoth Pozo. Es probable que en esta ocasión la DINA se viera forzada a reconocer que había realizado este operativo, ya que el mismo comandante del Regimiento Maipo lo estableció así en un oficio respuesta a los tribunales donde deslinda responsabilidades propias y del personal de su Regimiento, planteando que el operativo fue conducido por la DINA. Que la participación del Regimiento se remitió exclusivamente a prestar apoyo logístico. Cuando ya se encontraban los detenidos en Santiago se me grabó otro nombre, pues tuve que sacarlo del organigrama. Supe que había llegado detenido Erick Zott. Muy pronto escucharía nuevamente su nombre, a comienzos de febrero, pues Ferrer Lima lo mencionó de217
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lante de mí como uno de los detenidos que conducirían a Colonia Dignidad. En esa época, nunca supe si Zott volvió o no de Colonia. Por eso y pensando que tal vez estaba desaparecido es que me preocupé de mencionarlo a la Comisión Nacional "Verdad y Reconciliación". . CAE LAUTARO VIDELA Nunca alterné con Lautaro en Terranova, hoy conozco más de su vida, sus incontables anécdotas, las cosas tristes. Ya no es un muchacho, pero lo sigue pareciendo. Pese a todo lo que ha vivido fluye de él una gran alegría. Eterno defensor de los más débiles, se ha ganado mi respeto, mi cariño y no sólo por ser el hermano de Lumi. Lautaro ha logrado rehacer su vida, su compañera es una gran mujer y su hija una muchacha lindísima. Recuerdo que cuando cayó Lautaro, lo supimos todos los detenidos. Fue un acontecimiento para la DINA: el detenido "más importante de la época", según expresaron los oficiales Krassnoff y Lawrence. Lautaro Videla era miembro de la Comisión Política del MIR y encargado de Organización. Su apodo "el Chico Santiago", circulaba en boca de guardias, agentes y detenidos. Con su historia es un milagro que haya sobrevivido a la DINA. C u a n d o Lautaro cayó, cada vez que no estaba siendo "emparrillado" o golpeado lo llevaban a las "cajoneras". Sabíamos que primero habían detenido a su esposa. A ella la vi sólo una vez. El guardia que me conducía a la oficina de Rolf Wenderoth me dijo quién era. La llevaban caminando muy despacio por entre los senderos del patio de la Villa. Avanzaba con dificultad, se tocaba el vientre e iba apoyada completamente por el guardia que la guiaba. Adiviné que iba muy mal. Me causó mucho dolor verla, se notaba que había sido muy torturada. No la vi más, a Lautaro sí. Yo lo conocía desde hacía varios años, él no se acordaba de ese hecho y era obvio que así fuera porque dudo que haya reparado en mi presencia. Fue en tiempos del gobierno del presidente Frei, en una "toma" de terrenos que el MIR realizó en Cerrillos -Campamento 26 de Julio-, situado al lado de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Chile. Yo tenía unos amigos del MIR que participaron en ese hecho y que me pidieron que fuera a pintar unos letreros. 218
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Estando ahí, en la carpa, llegaron dos connotados dirigentes del MIR de esa época que se encontraban clandestinos, Lautaro y María Alicia. El tiempo nos juntaría a los tres, en la DINA, en diversas circunstancias. Yo sabía cuando Lautaro estaba en Terranova porque lo veía aparecer en el listado de detenidos. Sabía cosas generales, como dónde lo tenían, o que no quiso colaborar en la conferencia de prensa, ésa en la cual participaron cuatro dirigentes del MIR. Una vez vi a Lautaro apoyado en una ventana. Cuando me vio me dijo: -Esa chaqueta era de mi hermana... Le respondí que sí, que ella me la había dado. Esa vez sentí el impulso de detenerme un momento y de hablar más con él. No me atreví...
EL SOBRINO DE MARCELO MOREN BRITO Impactante fue para mí conocer a Alan Bruce Catalán. Lo vi saliendo por un pasillo de las oficinas de Caupolicán, en dirección a la ayudantía de la Comandancia de la BIM en Terranova. Verlo al tiempo que escuché unos gritos atroces de Moren Brito fue todo uno. Yo tuve que pegarme a la pared para dejarlos pasar. Moren Brito parecía un energúmeno diciendo: "Ni la propia familia de uno se salva de tener miristas... Pero a éste, sobrino y todo, yo lo mato". Una vez que pasaron, me dirigí en silencio a la oficina de Wenderoth. Le pregunté si de verdad el muchacho era familiar de Moren Brito. Wenderoth dijo que sí. Que efectivamente tenía algún parentesco con el comandante. No vi más a Alan Bruce, pero Moren Brito anduvo con un genio pésimo durante varios días. Alan se encuentra desaparecido.
LA CONFERENCIA DE PRENSA En el verano del 75 nos ordenaron que sintonizáramos la televisión y con gran atención escuchamos lo que dijeron los compañeros del MIR. Nosotras sabíamos que se estaba preparando esa conferencia de prensa. En muchas ocasiones Krassnoff Martchenko, Espinoza Bravo o Ferrer Lima comentaron que estaban preparando ese programa. María Alicia, Alejandra y yo escuchamos en silencio, sabiendo 219
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que los compañeros no tuvieron alternativas. Hace muy poco me enteré que nosotras sólo vimos una parte. No escuchamos ni vimos la lista que después se leyó sobre compañeros que estaban detenidos en Terranova y que fueron dados por muertos en enfrentamientos o asilados. No lo comentamos entre las tres. Conociendo a algunos compañeros de la Dirección del MIR de esa época, asumí que "Marco Antonio", "Lucas", "Nicolás" y "Cristian" estaban en una situación delicada. No lograba sino solidarizar con ellos, los vi muy pocas veces, y siempre en presencia de Krassnoff o algún otro oficial. A ninguno de ellos los conocí antes de Terranova. La primera vez que los vi, fue cuando me llevaron a su habitación para inyectarle antibióticos a Cristian Mallol que estaba con una herida de bala. Con cierta frecuencia los veía pasar cuando eran llevados vendados a las oficinas de la casa patronal, cuando nos permitían tener la puerta abierta. Y en una oportunidad en que Krassnoff Martchenko los llevó a todos a la pieza nuestra, según él para que confraternizáramos. Fue una situación extraña, no hablamos mucho, ni siquiera recuerdo qué se dijo. Marco Antonio me dirigió un par de veces la palabra, me pareció que estaba tratando de ser amable.
Sabía también que la tenían en la Torre de Villa Grimaldi, sin embargo los detalles que rodearon su detención y presidio sólo los conocí el año 91, cuando viví en Europa.
LA CASITA JUNTO A LA TORRE Poco después de eso -había pasado casi un año de mi detención- nos cambiaron a la mediagua que armaron para nosotras. Tal vez como una forma de transformar lo feo de nuestra cotidianeidad en algo más digerible, yo me acostumbré a llamar a ese lugar "la casita". En rigor era una mediagua de madera con muchas rendijas por donde se colaban el aire y el frío en invierno. Pero sólo estar lejos del lugar donde emparrillaban a los compañeros nos dio cierta paz. Sabíamos que todo eso seguía ocurriendo, pero el dejar de sentir los aullidos de los torturados fue casi liberador. Un tormento menos. Aunque estábamos justo al lado de la torre donde al menos yo fui colgada, era mejor. En ese período fue detenida la periodista y miembro del Comité Central del MIR, la señora Gladys Díaz. No recuerdo haber conversado con ella en esa época. Rolf Wenderoth me comentó que había muchas gestiones internacionales que reclamaban la libertad de la señora Díaz, especialmente de Alemania. Que estaban obligados a dejarla libre en algún momento. 220
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