Un jeque solitario Alexandra Sellers
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ALEXANDRA SELLERS
UN JEQUE SOLITARIO
Argumento El corazón del jeque Omar e...
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ALEXANDRA SELLERS
UN JEQUE SOLITARIO
Argumento El corazón del jeque Omar era tan estéril como el desierto …. Hasta que la encantadora Jana Stewart, la tutora de sus hijas , tentó la cansada alma del viudo cono si fuera un oasis. Aunque el poderoso príncipe ansiaba desesperadamente a Jana , se resistía , creyendo que el amor era solo un espejismo.
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ALEXANDRA SELLERS EL JEQUE SOLITARIO La herencia de Omar. La copa de la felicidad. El príncipe Omar había recibido el reino de Barakat Central, una tierra de desiertos y montañas de cumbres nevadas, con numerosos y feraces valles. También le había sido entregada la copa de su lejano ancestro Jalal, cubierta de rubíes, oro y esmeraldas, que según la leyenda colmaría de felicidad a su dueño. Pero a Omar no le había hecho feliz. A partir del momento en que por voluntad de su padre le fue legada la copa, su vida le había parecido una amarga traición. Hubo una vez un rey de una antigua y noble dinastía que gobernó una tierra bendita por Dios. Aquella tierra, Barakat, al encontrarse en el centro de las antiguas Rutas de la Seda, había recibido influencias de muchas culturas distintas. Su geografía, también, era variada. Bordeaba el mar; y el desierto, salpicado de oasis, se internaba kilómetros tierra adentro, y montañas de nieves perpetuas arrebataban la lluvia de las nubes repartiéndola en sus fértiles valles. Era, en fin, una tierra rica y llena de magia. Pero también era una tierra de rivalidades tribales y escaramuzas frecuentes. Como el monarca llevaba en sus venas la sangre de los reyes Quraishi, nadie desafiaba su derecho al trono, pero muchos de los jefes nómadas sobre los que gobernaba rivalizaban constantemente entre sí. Un día, el rey de aquella tierra se enamoró de una mujer extranjera. Después de prometerle que nunca volvería a tomar otra mujer, se casó con ella y la hizo reina. Aquella amada esposa le dio dos preciosos hijos, y el rey los quiso con adoración. El príncipe heredero Zaid y a su hermano fueron una auténtica bendición del cielo: hermosos, nobles, bravos guerreros, populares en el país. Cuando alcanzaron la mayoría de edad, el sheik ya podía contemplar la perspectiva de su muerte sin temer por el futuro de su país; si algo le hubiera sucedido al príncipe heredero, su hermano Aziz lo habría sustituido de inmediato, ya que gozaba de la misma popularidad entre las tribus y del mismo respeto entre los jefes nómadas. Pero cierto día la tragedia se abatió sobre el sheik y su esposa. Sus dos hijos fallecieron en el mismo accidente. De esa forma su propia muerte se convirtió en el gran enemigo para el anciano, convencido de que los jefes tribales librarían una guerra civil con tal de asegurarse la posesión del trono. Su amada esposa comprendía bien sus temores, pero ya era demasiado mayor para proporcionarle otro heredero. Un día, cuando finalizaron los rituales del duelo, la reina le dijo a su marido:
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Según la ley, tienes derecho a tener cuatro esposas. Toma entonces, marido mío, tres nuevas mujeres, y que Dios bendiga a una de ellas con un hijo al que puedas legar tu trono. El sheik le agradeció que le hubiera liberado de su promesa. Semanas después contrajo matrimonio con tres hermosas jóvenes, y aquella noche, todavía fuerte a pesar de su edad, las. visitó una a una, sin que nadie supiera el orden que siguió. A cada esposa le prometió que, si le daba un hijo, ese hijo heredaría el trono de Barakat. El sheik resultó ser más fecundo de lo que suponía. Cada una de sus nuevas esposas concibió, y dio a luz, nueve meses después, a un hermoso niño. Y cada una compitió con las demás por conseguir el trono para su respectivo hijo. A partir de ese momento la vida del sheik se complicó sobremanera, ya que cada una de sus esposas tenía diferentes razones para defender que su retoño fuera nombrado legítimo heredero. La princesa Goldar, que había legado sus preciosos ojos rasgados a su hijo Omar, basaba su reclamación en hecho de que ella misma descendía de una antigua familia real en su tierra natal, Parval. La princesa Nargis, madre de Rafi y descendiente de los antiguos emperadores de la India, había además dado a luz dos días antes que las otras esposas, lo que convertía a su hijo en el primogénito. La princesa Noor, madre de Karim, reclamaba la herencia para su hijo por derecho de sangre; de todas las esposas, ella era la única árabe, como el propio sheik. ¿Quién sino su hijo podría controlar a los nómadas del desierto? El sheik esperaba que sus propios hijos resolvieran el dilema por él, de forma que uno se destacara sobre los demás. Pero mientras crecía, pudo ver que cada uno de ellos se hacía, a su manera, merecedor del trono; que cada uno poseía la nobleza que habría sido de esperar en un monarca, y el talento necesario para gobernar a su pueblo. Cuando sus hijos cumplieron los dieciocho años, el sheik comprendió que le quedaba poco tiempo de vida. Mientras yacía en su lecho de muerte, sus esposas fueron visitándolo por turno. Luego vio a sus tres hijos juntos, y les hizo partícipes de su última voluntad. Por último, vio a la reina y compañera de su vida, con quien tanta felicidad y tanto dolor había compartido. A su cuidado dejó a sus jóvenes esposas y a sus hijos, con la ayuda de su visir, Nizam al Mulk, con quien compartiría la regencia. A su muerte, fue revelado el último deseo del sheik: el reino se dividiría en tres principados. Cada hijo suyo heredaría uno, con su palacio. Además también heredarían uno de los tres antiguos símbolos de la realeza. Fue voluntad de su padre que pidieran consejo al Gran Visir Nizam al Mulk mientras viviera, y nombró a un sucesor suyo, para que nadie contara con un consejero particular. Su última orden fue la siguiente; que sus hijos nunca tomaran las armas los unos contra los otros ni contra sus descendientes, y que se ayudaran entre sí cuando tuvieran problemas. La maldición del sheik caería sobre aquél que violase aquella orden, y sobre sus descendientes hasta el fin de los tiempos. Así que los tres príncipes alcanzaron la madurez bajo la vigilante mirada de la anciana reina y del visir, que hizo todo lo posible por preparar a los príncipes para el futuro. Cuando alcanzaron la edad de veinticinco años, tomaron posesión de su herencia. Luego cada príncipe recogió su símbolo de realeza y se dirigió a su propio palacio y a su propio reino. Y vivieron en paz entre sí, tal y como su padre les había ordenado.
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Capítulo Uno Un negro semental galopaba por el desierto. Sus cascos resonaban en la endurecida arena, anunciando su presencia en el aire silencioso e inmóvil. Brillaba de sudor su pelaje azabache, y los adornos de oro de su montura reflejaban los rayos del primer sol de la mañana, que se levantaba a lo lejos sobre las blancas montañas. La alta y erguida figura de su jinete parecía fundirse con el animal mientras se dirigía al rugiente río. El cabello del hombre, negro como la noche, ondeaba al viento; su cuerpo esbelto y fornido se movía al ritmo del caballo mientras lo urgía con las rodillas a que galopara rápido, más rápido... hasta que pareció que ansiaba salvar de un salto el cauce de la impetuosa corriente. En el último momento, justo cuando se antojaba inevitable la inmersión en el 'río, el jinete refrenó su montura. El caballo alzó las patas, relinchando, a tan sólo unos centímetros del borde. Visto más de cerca, el cabello del hombre no era completamente negro, sino que estaba salpicado de mechones plateados. Bajo su frente ancha, inteligente, su mirada expresaba una profunda preocupación. Jinete y caballo permanecieron a la orilla del torrente. A juzgar por su ceño fruncido, no parecía gozar de la vista del desierto dorándose bajo el sol, ni del tono azul profundo de las frías aguas que corrían a sus pies, ni del blanco nevado de las distantes montañas. Su mirada se perdía río abajo, en el océano que sabía se encontraba en su desembocadura, invisible y confundido con el cielo del horizonte. Su última orden fue la siguiente; que sus hijos nunca tomaran las armas los unos contra los otros ni contra sus descendientes, y que se ayudaran entre sí cuando tuvieran problemas. La maldición del sheik caería sobre aquél que violase aquella orden, y sobre sus descendientes hasta el fin de los tiempos. Así que los tres príncipes alcanzaron la madurez bajo la vigilante mirada de la anciana reina y del visir, que hizo todo lo posible por preparar a los príncipes para el futuro. Cuando alcanzaron la edad de veinticinco años, tomaron posesión de su herencia. Luego cada príncipe recogió su símbolo de realeza y se dirigió a su propio palacio y a su propio reino. Y vivieron en paz entre sí, tal y como su padre les había ordenado. Un negro semental galopaba por el desierto. Sus cascos resonaban en la endurecida arena, anunciando su presencia en el aire silencioso e inmóvil. Brillaba de sudor su pelaje azabache, y los adornos de oro de su montura reflejaban los rayos del primer sol de la mañana, que se levantaba a lo lejos sobre las blancas montañas. La alta y erguida figura de su jinete parecía fundirse con el animal mientras se dirigía al rugiente río. El cabello del hombre, negro como la noche, ondeaba al viento; su cuerpo esbelto y fornido se movía al ritmo del caballo mientras lo urgía con las rodillas a que galopara rápido, más rápido... hasta que pareció que ansiaba salvar de un salto el cauce de la impetuosa corriente. En el último momento, justo cuando se antojaba inevitable la inmersión en el río, el jinete refrenó su montura. El caballo alzó las patas, relinchando, a tan sólo unos centímetros del borde. Visto más de cerca, el cabello del hombre no era completamente negro, sino que estaba salpicado de mechones plateados. Bajo su frente ancha, inteligente, su mirada expresaba una profunda preocupación. Jinete y caballo permanecieron a la orilla del torrente. A juzgar por su ceño fruncido, no parecía gozar de la vista del desierto dorándose bajo el sol, ni del tono azul profundo de las frías aguas que corrían a sus pies, ni del blanco nevado de las distantes montañas. Su mirada se perdía río abajo, en el océano que sabía se encontraba en su desembocadura, invisible y confundido con el cielo del horizonte. Escaneado y corregido por Sopegoiti
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La tierra de su hermano. El río marcaba la frontera de la tierra que le había legado su padre. Todo lo que veía al otro lado, incluyendo la extensa y lejana costa, pertenecía a uno de sus hermanos. Si optaba por cabalgar hacia el oeste, muchos kilómetros más adelante se encontraría con la frontera que compartía con su segundo hermano. Sus hermanos: ahora ya no existían para él. Su padre y su madre estaban muertos. ¿Qué le había quedado en el mundo? Una tierra de desiertos y montañas, gran parte de ella inhóspita, y además su derecho a gobernarla le estaba siendo disputado por un loco ansioso de mayor poder. Dos hijas pequeñas, a las que apenas conocía y no podía querer. En aquel instante tomó conciencia de que no quería a nadie. Había querido a su padre, pero su padre había muerto, y póstumamente lo había traicionado al legarle aquella tierra inhóspita. Si había llegado a querer a su madre, su propia ambición asesinó aquel amor al ansiar que se convirtiera en rey por encima de todo, sin pensar siquiera en su bienestar. Ella fue quien acabó con sus posibilidades de ser feliz, forzándolo a casarse con una mujer a la que jamás pudo amar. Y sus ambiciones le estallaron en la cara cuando, mucho tiempo después de la muerte de su padre, que le legó la peor parte de su reino, su esposa solamente le dio hijas. Antaño llegó a querer a sus hermanos, pero ellos lo traicionaron violando así la última voluntad de su padre. Como resultado su esposa murió, y aunque no la había amado como mujer, había lamentado amargamente su pérdida. Su corazón se había vuelto frío y duro, tan duro como su cuerpo. Excepto las básicas necesidades sexuales que tantas mujeres se mostraban tan dispuestas a satisfacer, ya no sentía ni deseo ni amor: sólo la férrea determinación de conservar aquella tierra, por muy estéril que fuera, y legársela a sus hijas. Ya ni siquiera deseaba amar. No quería que nada turbara aquella fría reserva suya, su capacidad para enfrentarse, sin protestas, con lo que el mundo le había ofrecido. No tenía ningún hijo. Tal vez sus hijas fueran rechazadas por los nómadas, quizá nunca llegaran a heredar el reino. En ese caso sus dos hermanos se repartirían sus tierras y su nombre desaparecería de la faz de la tierra; pero no deseaba esposa alguna, no tomaría ninguna mujer para conseguir un heredero. Ya no deseaba ni esperaba nada de la vida. Transcurrieron los minutos. A su izquierda el sol seguía levantándose en el cielo, iluminando las casas de la población en la que había descansado por la noche. De repente, el sonido de unos cascos de caballos lo sacaron de su ensimismamiento, y maldijo entre dientes. Seis jinetes cabalgaban hacia él, con sus blancos turbantes ondeando al viento, gritando y alzando sus rifles. Omar sacó rápidamente el rifle de su funda. Espoleando su montura hacia ellos y guiándola solamente con las rodillas, disparó tres veces sucesivas y tres hombres cayeron al suelo. Todavía quedaban tres más para abalanzarse sobre él. No pretendía matarlos. Disparó de nuevo cuando ya casi los tenía encima, y dos jinetes más cayeron al suelo. Pasó de largo al lado del último atacante, y frenó su caballo para cargar contra él. Era el único que conservaba su montura. -¡Volvemos a encontrarnos, hijo de Daud! -gritó el bandido. -Por última vez -asintió sombrío el príncipe Omar; levantó una vez más su rifle, pero su atacante se apresuró a lanzar el suyo a la arena. -¡Mi arma ya no sirve! -gritó una vez más. Por unos instantes los dos hombres se miraron frente a frente, azotados por el viento del desierto. Entre el polvo Omar pudo reconocer al hombre que aspiraba a su trono, cuyos esfuerzos por conseguirlo habían causado la muerte a su mujer. Su dedo índice se tensó sobre el gatillo del rifle. -¡Eres un guerrero, no un verdugo, príncipe! Escaneado y corregido por Sopegoiti
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Sin bajar su arma, el príncipe Omar levantó la cabeza y lo observó. Estaban lo suficientemente cerca como para mirarse a los ojos. -jJalal, hijo de un bandido, ten cuidado! -le gritó, bajando al fin su rifle-. En nuestro próximo encuentro, dependerás de la misericordia de Dios. ¡Porque yo no tendré ninguna contigo! -y, dando media vuelta, se alejó al galope.
• -Querida, llévate el Rolls -le pidió su madre con su voz cristalina-. Hoy va a hacer mucho calor y, de todas formas, será imposible aparcar. Deja que Michael conduzca. -Michael pasará tanto calor como yo -repuso Jana-. ¿Por qué debería sacrificarse por mí? -Porque Michael es el chofer -su madre ignoró aquella contestación con la irritada calma de alguien que tenía que explicarle eso mismo por millonésima vez-. Es su trabajo. Bueno, lo era y no lo era. Durante los primeros siete años de su vida, hasta que se separaron sus padres, las limusinas con chofer habían formado parte de la normal existencia de Jana. Pero luego se trasladó a Calgary, donde su madre empezó a trabajar. Allí, aparte de asistir a una escuela privada, Jana estuvo llevando una vida perfectamente normal. Cuando diez años después sus padres se reconciliaron, algo que Jana había ansiado durante todo aquel tiempo, descubrió que la vuelta a su antigua vida en la mansión escocesa de sus antepasados paternos le resultaba más, mucho difícil de lo que había imaginado. Le irritaban las rígidas normas que de pronto sus padres parecían desear imponerle, de acuerdo con su estatus de hija de vizcondesa... y descendiente de la casa real de los Estuardo. Finalizados sus estudios universitarios, y decidida a hacer algo por los demás, Jana se marchó a enseñar en el colegio de un barrio conflictivo de Londres. Sus padres no pusieron demasiadas objeciones hasta que descubrieron que en lugar de vivir en su apartamento familiar de Belgravia, en el que seguían manteniendo un ama de llaves y un chofer, estaba decidida a alquilar un piso no muy lejos del colegio y a conducir su propio utilitario. Pero como fue pasando el tiempo y no le ocurrió desgracia alguna, dejaron de protestar. Apenas la semana anterior había terminado el curso escolar, y con él el trabajo de profesora que tanto le había ilusionado y que finalmente había significado una indescriptible mezcla de gozos y tristezas, frustración y satisfacciones. Aunque la frustración y las tristezas habían terminado por ganar la partida En aquel momento su madre se había reunido con ella para hablar sobre su futuro. Y se había quedado horrorizada al descubrir que ese futuro no estaba en absoluto decidido, y que Jana se disponía a acudir a una entrevista para un nuevo empleo: enseñar inglés a una familia en el extranjero. -En cualquier caso Michael no pasará calor, porque el Rolls dispone de aire acondicionado. -¿Por qué te preocupas tanto, mamá? -le preguntó Jana, suspirando. -Tengo que preocuparme por fuerza si vas a empeñarte en trabajar para un déspota oriental que no sabe quién eres en realidad... -Claro que lo sabe. Estoy segura de que ha revisado mis antecedentes familiares hasta varios siglos atrás -replicó Jana, mirando a su madre con curiosidad-. ¿Por qué dices
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que es un déspota? Me han dicho que se trata de una influyente familia, con intereses mineros -Querida, todas las familias influyentes de Oriente Medio están ligadas a alguna casa gobernante, de reyes y esas cosas. Es así de sencillo. Jana se abstuvo de decirle que las cosas tampoco eran tan distintas allí mismo, en Inglaterra. -Nadie me ha dicho una palabra de conexiones con la realeza. -Aun así, me sorprende que esperes soportar menos normas allí que aquí, Jana. En casi todos esos países a las mujeres se les ha obligado a ponerse el velo otra vez. -Me he preocupado de asegurarme de que tanto los principios de la familia como los del país son liberales en lo que a los derechos de las mujeres se refiere. Y, después de todo, se trata de enseñar inglés a dos niñas de siete y nueve años. Por último, cualquier cosa será menos restrictiva que el hecho de que no le permitan a una enseñar con un método que funcione -añadió Jana con un dejo de amargura. -Eres tan impulsiva -su madre la miró con el ceño fruncido, preocupada-. Querida, piénsatelo otra vez. Por favor, no vayas. -Quiero irme, mamá -repitió obstinada, como un mantra, porque no tenía nada más que decir. El dolor aún seguía allí, presente en su memoria y en su corazón. -No se le prohíbe de manera absoluta utilizar esos métodos de enseñanza, señorita Stewart -le había comunicado la comisión inspectora, y Jana ya había previsto que lo que seguiría a continuación significaría el final de su carrera como profesora- pero no puede abandonar el currículum nacional. Primero y sobre todo debe usted enseñar según el método oficial. Siempre puede utilizar sus propios métodos, si lo desea, pero siempre de manera suplementaria. -¡No es posible enseñar con los dos! -había protestado Jana. Mil veces les había dicho que su método funcionaba, que de hecho estaba enseñando a leer a niños. Además, los críos estaban alcanzando resultados muy esperanzadores. El método oficial de alfabetización les aburría y generaba un estrepitoso fracaso escolar. Cuando lo había utilizado, Jana, como tantos otros de su profesión, había quedado reducida a una mezcla extraña de niñera y carcelera. El ayuntamiento había permanecido impasible mientras ella les recriminaba su ignorancia y sus prejuicios al seguir defendiendo una metodología tan ineficaz, pero cuando dimitió se apresuraron a aceptar aliviados su renuncia. Una vez terminado el curso, Jana quedó en paro. Por supuesto, los medios de comunicación se habían puesto de su lado. Era justo el tipo de historia que preferían, pero Jana se había cansado muy pronto de servir de pasto a la industria del espectáculo informativo, y en cualquier caso su interés había durado muy poco. Apenas había conseguido más que unos cuantos artículos en periódicos y algún debate sobre la enseñanza oficial, aunque un año más toda una generación de niños había terminado el curso sin saber leer. Debería haber luchado más, pero Jana parecía haber perdido temporalmente el legendario espíritu de combate de los Estuardo. Se sentía como su ancestro, Bonnie Prince Charlie, después de la batalla de Culloden: completamente derrotado. Su padre la animó a meterse en política y a meterse en el Parlamento, uno de tantos privilegios de su familia. Pero ya tendría tiempo para eso; por el momento, sólo ansiaba huir y lamer sus heridas.
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Dos meses atrás había llamado su atención un anuncio solicitando un profesor particular de inglés para «una importante familia en los pequeños pero prósperos Emiratos Barakat». El empleo tenía una duración mínima de un año. Era la salida que justamente necesitaba. -Hay maneras mejores de huir que aceptar un trabajo en los Emiratos Barakat -le señaló su madre en ese momento. Jana se encogió de hombros. La sugerencia de su madre de recorrer las Maldivas en crucero o residir durante una temporada en una villa griega le había tentado en un principio... hasta que descubrió lo que planeaba realmente. Jana no tenía intención alguna de tomarse unas vacaciones semejantes en la obligada Compañía de Peter. Peter, el hombre al que adoraba toda su familia. -Mamá, no empieces otra vez. -Jana, de verdad que pasar varias semanas con... -Mamá, no voy a casarme con Peter -le informó Jana de manera rotunda. -Ohm, querida, ¿por qué te empeñas en decir eso? Peter es tan... «adecuado»... Jana no pudo evitarlo y se echó a reír. Su madre era completamente transparente. Peter era adecuado para sus padres, y sería un gran cuñado para Julian y para Jessica, sus hermanos menores. Suspiró, encogiéndose de hombros: estaba cansada de luchar. «Por favor, Dios mío, que consiga este trabajo. No dejes que termine casándome con Peter», rezó en silencio. Su carcajada acabó por disuadir a su madre, que levantó las manos con un gesto de resignación. -Al menos llévate el Rolls. Jana cedió. Sabía que su madre había terminado por salirse con la suya, pero su resistencia se encontraba a un nivel muy bajo. Si la familia entera se dedicaba a presionarla en serio para que se casara con Peter.... tensó la mandíbula. Si le ofrecían ese empleo, lo aceptaría incluso aunque su ofertante fuera un déspota oriental.
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Capítulo Dos Una hora después Jana bajó ágilmente del Rolls y se quedó por un momento contemplando la fachada del hotel Dorchester. -Gracias, Michael -murmuró a su chofer. -Buena suerte, señorita. Espero que consiga el empleo. -Gracias de nuevo. Eso espero yo también. Pensó que tenía bastantes posibilidades de conseguirlo. Su experiencia era la adecuada para ese trabajo. Se había presentado a tres entrevistas durante el último mes y medio, todas con intermediarios, y sabía que el número de candidatas había quedado reducido a tres o cuatro. Ahora el padre de las niñas se hallaba en la ciudad y Jana se encontraría con él por primera vez. Le habían dicho que su mujer había muerto. Lanzó una fugaz sonrisa al portero del edificio que, muy amablemente, se apresuró a abrirle la puerta. -Buenas tardes, señorita. En seguida llegó al mostrador de recepción,- de detrás del cual salió un árabe de rasgos atractivos y gesto severo que la acompañó a los ascensores. -Discúlpeme; ¿podría entregarme un momento su bolso? -le preguntó cuando se cerraron las puertas. -¿Qué? -inquirió Jana, tensa. -Es necesario que me entregue su bolso para que se lo registre, señorita Stewart. -¡Por supuesto que no! -exclamó, en perfecta imitación de una de las expresiones favoritas de su madre. -Lo lamento, pero debo insistir. -¡Nadie me avisó de que tenían que registrarme! El ascensor llegó al piso y se detuvo, pero el árabe hizo girar una llave en el panel de mandos y las puertas no se abrieron. -Hablo en serio, señorita. -¿Quién es usted? -Ashraf Durran, primo y compañero de Copa de Omar Durran ibn Daud ibn Hassan al Quraishi -contestó con tono majestuoso-. Por favor, señorita Stewart, permítame registrarle el bolso. El la está esperando. Jana no había estado evitando las normas de su propia familia durante todos esos años para acabar sometida por otras más rígidas. Quizá su madre tuviera razón, después de todo. -Hay muchos locos en el mundo, señorita Stewart, y hemos de llevar cuidado -insistió el árabe-. Permítame -y extendió las manos con gesto invitador. Jana agarró su bolso con fuerza: no estaba dispuesta a ceder en aquella situación. -Me invitaron a una entrevista, y nadie me dijo nada sobre que me fueran a registrar. Creo que ha debido de haber un error -pronunció con firmeza. Ashraf Durran la miró fijamente, se encogió de hombros y metió la mano en un bolsillo. Por un estremecedor momento Jana pensó que iba a sacar un arma, y casi rió de alivio cuando vio que se trataba de un móvil, -Baleh, baleh -dijo por el aparato, y volvió a guardárselo. Escaneado y corregido por Sopegoiti
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-Debo registrarle el bolso y a usted misma, señorita. -¿O? -O tendré que escoltarla hasta la salida. -Bueno, pues entonces hága... -empezó a decir, pero de inmediato se interrumpió. Pensó en Peter, en las vacaciones que su madre le había preparado... si no conseguía aquel empleo. 16 Finalmente le tendió el bolso a Ashraf Durran, y esperó a que se lo devolviera después del registro. -Discúlpeme... Jana contuvo el aliento mientras el hombre deslizaba ligeramente y de manera fría e impersonal las manos por su cuerpo. -Gracias -le dijo-. Lamento que esto haya sido necesario -luego hizo girar la llave y se abrieron las puertas del ascensor. Jana salió a una gran sala amueblada. Había varios hombres, todos vestidos a la usanza occidental aunque alguno de ellos llevaba tocado árabe, de pie o sentados. Ni uno solo dejó de mirarla mientras Ashraf Durran la guiaba hacia una puerta. Jana tuvo la humillante sensación de que todos ellos sabían que acababa de ser registrada. Ashraf Durran llamó a la puerta antes de abrir. Cuando la hizo pasar al elegante salón, sus dos ocupantes se volvieron hacia ella, levantándose. Detrás de ellos, por un gran ventanal, podía divisarse una hermosa panorámica de Hyde Park. Uno de los hombres era el anciano de cabello gris, alto y delgado, con quien Jana había sostenido una entrevista anterior. Los ojos oscuros de Hadi al Hatim revelaron un brillo de reconocimiento mientras le sonreía a modo de bienvenida. El otro era mucho más joven, de treinta y tantos años, algo más alto, esbelto y fuerte. Tenía los ojos verdes, del color del mar, pómulos salientes, una frente ancha y despejada, espeso cabello negro y una barbita bien recortada. Su expresión era fría y distante, como si hubiera sido esculpida en piedra. -La señorita Jana Stewart, Alteza -la presentó Hadi al Hatim -. Señorita Stewart, me alegro de verla otra vez -le estrechó la mano-. Le presento a su Alteza el Sheik Omar ibn Daud, príncipe de Baraka Central. -¿Príncipe? -repitió horrorizada-. ¡Mi madre tenía razón! Oh, maldita sea... Evidentemente no debió haber dicho aquello. Su Alteza el príncipe Omar ibn Saud se tensó visiblemente y la miró con frialdad. -¿Cuál es el problema, señorita Stewart? -le preguntó con su voz profunda. -¡Me habían dicho que usted pertenecía a una influyente familia barakatí , con intereses mineros! -Nosotros poseemos las minas de oro y esmeraldas de las montañas de Noor. -¡Felicidades! -repuso secamente Jana. Ignoraba cómo se debía saludar a un sheik. ¿Debería hacerle una reverencia? Estaba segura de que la reverencia era una tradición puramente occidental, pero la genuflexión oriental ante los príncipes, si no le fallaba la memoria, exigía la postración hasta tocar con la nariz en el suelo. Y eso le parecía demasiado incongruente, incluso en un hotel tan lujoso como el Dorchester.... -Pero yo no quiero trabajar en un palacio. Y creo que podrían haberme... «Que podrían haberme advertido», iba a decir, pero el príncipe la interrumpió: -¿Por qué no? -su voz era gris, sin emoción. Ni siquiera parecía sentir curiosidad. Disgustada por aquella interrupción, Jana le espetó: -Pues en parte por todas esas razones que le hacen pensar que puede interrumpirme siempre que le apetezca.
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-Señorita Stewart, no comprendo su hostilidad. Según mi visir, parecía muy dispuesta a aceptar este empleo -miró a Hadi al Hatim, pero el anciano, esbozando una leve sonrisa, no decía nada-. ¿Cuál es el motivó de su actitud? -Acaban de registrarme en ese maldito ascensor -explicó Jana, indignada-. Ahí fuera hay un verdadero ejército de guardaespaldas, y todo porque es usted un príncipe... ¡he ahí el motivo! -Yo no tengo un ejército de guardaespaldas -le informó, rotundo-. Y usted no es todavía un miembro de mi plantilla. Cuando lo sea, ya no habrá necesidad alguna de que la registren cuando se acerque a mí. -Ese no es el problema. El problema es que nadie me dijo que estaba solicitando un empleo en una familia real. -Ahora ya lo sabe. ¿Quiere o no quiere el empleo? Enfrentada a aquella súbita decisión, Jana reflexionó. Una cosa era segura: Peter y su madre se apresurarían a aprovecharse de la situación si renunciaba a aquel trabajo. -Bueno, yo... -vaciló, mordiéndose el labio. -Señorita Stewart -intervino el visir-, antes de esta entrevista, su Alteza y yo habíamos decidido que usted era con mucho la mejor candidata para este empleo. Si no está decidida a aceptarlo, entonces no hay nada más que decir. Si lo duda, le sugiero que se siente a hablar del asunto con su Alteza. -De acuerdo -aceptó agradecida. El príncipe Omar le señaló el sofá y él se sentó en una silla a su lado. Hadi al Hatim permaneció de pie discretamente cerca de la ventana. -En su última entrevista, según creo, se le dijo que su trabajo exigiría que viviera con nosotros, enseñando a dos niñas -le explicó Omar en un inglés correcto, aunque resultaba evidente que no se sentía muy cómodo utilizando esa lengua-. Ya conoce sus edades y el nivel de sus conocimientos. Lo único que no se le dijo es que eran princesas. Jana lo miró a los ojos, y en seguida quedó cautivada por una mirada que parecía atraerla y repelerla al mismo tiempo. Sintió entonces una mezcla de sentimientos: sorpresa, confusión, incomodidad, nerviosismo, irritación... -¿Entonces son sus hijas? -Sí, lo son -respondió con indiferencia. Se trataba de la aserción pura y fría de un hecho en el que los sentimientos no parecían intervenir-. Si tiene más preguntas, puede hacérmelas ahora. -¿De qué margen de libertad dispondría frente a los términos oficiales impuestos? -¿Términos oficiales? -repitió, frunciendo ligeramente el ceño-. Nosotros no tenemos eso. Las princesas son educadas enteramente por tutores dentro del palacio. La mayor parte de ellos están ausentes en estas fechas veraniegas. Prefiero que usted empiece ahora, porque las princesas llevan varios meses sin recibir lecciones de inglés. -No, no -rió Jana-. Yo me refería a... -se interrumpió de pronto al ver que su expresión se endurecía y la miraba con especial frialdad. -Sé que mi inglés dista mucho de ser perfecto, señorita Stewart. Espero que no vaya a reírse de cada uno de los errores que cometa... -¡No me estaba riendo de ningún error! -exclamó indignada, irguiéndose. -¿Ah, no? -el príncipe arqueó una ceja con gesto incrédulo-. ¿Entonces qué es lo que le ha causado tanta diversión? -¡La mal interpretación de mis palabras! Yo había empleado el vocablo «término» en el sentido de «condición», «imposición». -Entiendo. Escaneado y corregido por Sopegoiti
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-¿Acaso prohíbe usted las risas en su palacio? El príncipe la observó por un momento. Jana nunca antes había creído ver tanta resignación en un rostro humano. -No, no no las prohíbo -respondió, pero ella podía darse cuenta perfectamente de que la risa, en su ambiente, debía de ser una rareza. Estaba empezando a compadecerse de sus hijas. -¿Cómo se llaman sus hijas? -le preguntó sin pensar. -Masha y Kamala. -Son unos nombres muy bonitos -sonrió Jana-. ¿Masha no es ruso? -Es el diminutivo de Mashouka, que quiere decir «amada» en parvani, la lengua de mi madre. Es cierto que he pasado muchos años en Rusia; allí lo utilizan como diminutivo de Maria. Pero yo no le di intencionalmente a mi hija un nombre ruso. Parecía como si eso fuera lo último que hubiera deseado hacer en el mundo. -Si tanto le disgustó, ¿por qué fue allí? -le preguntó Jana, siguiendo un impulso. Cuando se dio cuenta de ello, ya era demasiado tarde. -Yo no he dicho que me disgustara. Yo... -Pero le disgustó. El príncipe bajó la mirada disimulando su reacción, y de repente Jana pudo admirar con libertad la belleza de sus rasgos. Sus ojos rasgados y sus labios llenos rezumaban sensualidad, y aquella barbita le daba el aspecto de un pirata de Hollywood. Pero la frialdad de su gesto parecía atenuar aquel efecto... -Sí, me disgustó -reconoció al fin, suspirando-. ¿Por qué insiste en ello, señorita Stewart? ¿Tan importante es para usted? -Lo lamento -se disculpó, ruborizada, y él aprovechó aquel momento para mirarla con curiosidad. -¿Tiene usted alguna relación con Rusia? -Ninguna -respondió Jana, esperando que no insistiera demasiado: no podría revelarle que había experimentado el abrumador impulso de hacerle confesar algún tipo de sentimiento... De todas formas, eso no era asunto suyo-. ¿Tiene alguna foto de ellas? -¿De las princesas? No lo sé -se volvió hacia su visir-. ¿Tenemos alguna fotografía , Khwaja? Hadi al Hatim sonrió y sacó del escritorio una carpeta de la que a su vez extrajo una fotografía ampliada a color, que le tendió al príncipe. En ese instante apareció en la puerta Ashraf Durran, y el visir atravesó el salón para salir con él, cerrando la puerta a su espalda. -Baleh -replicó Omar a algo que le dijo el visir antes de ausentarse. Apenas miró la foto antes de entregársela a Jana. Impresionada por su falta de calor, Jana se inclinó hacia delante para tomar la fotografía. Por pura casualidad, y como ambos se había acercado un tanto, sus manos se rozaron. La joven contuvo el aliento y se concentró en la imagen. Dos niñas pequeñas sonreían a la cámara, abrazadas, Eran muy guapas: de ojos oscuros, cejas bellamente delineadas, con los mismos ojos rasgados y labios llenos de su padre. Hermosas, pero carentes de confianza, tímidas y temerosas. Jana sintió un inmediato impulso de protegerlas, como había hecho con los niños de hogares problemáticos a los que había enseñado en el colegio. La riqueza no había logrado vacunar a aquellas niñas contra la tristeza, y además habían perdido a su madre. Para colmo, y si su Alteza no corregía su actitud, tampoco llegarían a tener un verdadero padre.
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-Son preciosas. Debe de sentirse muy orgulloso de ellas.-Son como su madre. De ella decía todo el mundo que era una gran belleza. ¿Qué quiere decir «Kamala»? -le preguntó, levantando la mirada de la fotografía para descubrir que la estaba observando. -Quiere decir «perfecta», señorita Stewart -se interrumpió, y los dos se miraron fijamente. En medio de aquel silencio, de pronto fueron conscientes de que se habían quedado completamente solos en aquella sala. Jana no sabía qué decir; era como si las palabras se le hubieran atascado en la garganta. Contempló su boca, sensual y firme a la vez. Al ver que sus labios empezaban a moverse, contuvo de nuevo el aliento. -Su propio nombre, Jahn-eh, tiene un significado en nuestra lengua. Quiere decir «alma». Más exactamente, «alma de». Así, Jan-am quiere decir «alma mía», por ejemplo. ¿Cuál es su segundo nombre? -Roxana. -Esa también es una palabra parvani. Roshan significa «luz». Así, su nombre compuesto significa «alma de la luz», o «luz del alma». -Entiendo -tragó saliva, nerviosa-. Gracias. Siguió una pausa durante la cual el príncipe bajó la mirada al informe que sostenía en la mano, escrito en árabe. -Usted desciende de la casa real de Escocia. -Perdimos esa batalla hace muchos años, Alteza. -Pero dispondrá usted de un conocimiento de la vida de una familia real que las otras candidatas no tenían. Ése es el problema de siempre: que los profesores extranjeros no pueden comprender las normas. Usted, confío en ello, las comprenderá. «Oh, sí, claro que las comprenderé. Siempre he luchado contra ellas», se dijo Jana mientras bajaba nuevamente la mirada a la fotografía de sus hijas. -Sí. -Y su trabajo en colegios pobres me indica que comprende usted el sentido del deber. Las princesas también aprenderán el significado de esa palabra. Jana no pudo menos que compadecerse de aquellas niñas. El príncipe iba a ofrecerle ese empleo y, a pesar de todo, ella se daba cuenta de que todavía lo quería. No sólo por el bien de esas princesitas de mirada perdida, sino también por el de ella misma. Por muy frío que fuera aquel sheik, por muy rígido que fuera su ambiente, sólo estaría un año allí. Si terminaba casándose con Peter... aquella condena le duraría mucho más tiempo. -Entiendo. -Este método para alfabetizar a los niños... ¿lo ha inventado usted misma?
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-Sólo en parte. En realidad es una variación del antiguo sistema fonético, con el que han aprendido a leer todas las personas mayores de cuarenta años que hay en este país. Pero fue descartado y ahora enseñan inglés como si fuera chino, aunque nosotros no teníamos alfabeto sino sólo imágenes que describían las palabras. Es una pena. -Las princesas... -el príncipe todavía no se había referido a ellas como «mis hijas»hablan inglés bastante bien, pero no pueden leerlo. Leen escritura árabe, parvani y francés bastante bien, son inteligentes, pero dicen que no pueden leer bien el inglés. ¿Es ésa la razón? Bueno, sin saber quiénes han sido mis predecesores... -se encogió de hombros. -Esos niños a los que enseñaba.. ¿su lengua materna no era inglés? -al ver que asentía, le preguntó de nuevo-: ¿Qué lengua era? -Eran muchísimas, todas distintas -Jana sonrió-. Soy capaz de decir «muy bien» en catorce idiomas distintos.-Khayli Khoub -pronunció el príncipe Omar, y vio que Jana arqueaba las cejas, sorprendida-. Así es como decimos «muy bueno» en Parvani, señorita Stewart. Espero que tenga razones para decírselo muchas veces a las princesas...
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Capítulo Tres Una semana después el séquito real ocupaba casi por entero la sala de primera clase del pequeño reactor de las líneas aéreas Royal Barakat. Sólo media docena de asientos quedaban vacíos, uno de ellos al lado de Jana que, mientras leía, reflexionaba de cuando en cuando sobre el gigantesco paso que estaba dando en su vida. En rigor, sus padres se habían opuesto a la decisión que había tomado, aunque se habían sentido impresionados por el hecho de que fuera a trabajar para la realeza barakatí. Y su oposición había cedido a la vista de la determinación de su hija. De pronto alguien se sentó junto a ella, distrayéndola de sus pensamientos. Era el anciano visir. Estuvieron charlando durante unos minutos. Desde el principio a Jana le había impresionado aquel hombre mayor, con su inveterado aire humilde. Aquellos negros ojos de mirada tranquila parecían saber muchísimo del alma humana, lo cual la amedrentaba un poco. Le habló de sus nuevas pupilas, Masha y Kamala, y de la innecesaria tragedia que supuso la muerte de su madre dos años atrás. Si la hubieran llevado al hospital... Pero el príncipe Omar estaba por aquel entonces de viaje, y nadie en su ausencia se había atrevido a cargar tamaña responsabilidad sobre sus hombros. Jana frunció el ceño: -¡No hay que ser muy decidido para llevar a una mujer enferma a un hospital! -Ella no quería ir. Y nadie tenía autoridad suficiente para obligarla. -¿Quiere decir que nadie se atrevió a asumir ese riesgo con tal de salvarle la vida? -le preguntó, incrédula. -¿Usted lo habría hecho? -¡Bueno, espero que sí! Dios mío, ¿tan rígido es su protocolo? ¿Cuál fue la reacción del príncipe Omar cuando regresó? Debió de ponerse furioso. -Desde luego quedó consternado. Pero resultaba imposible culpar a nadie... Jana se preguntó por qué le estaba contando el visir aquella historia. ¿Para ayudarla a comprender a las princesas... o al propio príncipe? -¿Estaba... estaba muy enamorado el príncipe Omar de su esposa? -En un asunto así, ¿quién puede asomarse al corazón de un hombre? -sonrió el visir, levantando las manos, y Jana pensó que de seguro él lo haría de continuo-. Declaró que jamás volvería a casarse. -¿Está usted.... ? -empezó a decir, pero Hadi al Hatim ya se había levantado del asiento y se despedía de ella con un movimiento de cabeza. Estuvo a punto de preguntarle si, con aquellas palabras, había querido advertirle que no se interesara demasiado por el príncipe... ¡pero era sencillamente ridículo que alguien pudiera imaginarla a ella interesada por aquel hombre! Era tan frío como un... Entonces, ¿por qué le había contado todo aquello? Desde luego, el visir no era un hombre que hablara por hablar. Y, en cualquier caso, a ella no tenía por qué importarle que el corazón del príncipe Omar hubiera muerto con su esposa. El príncipe Omar se encontraba cerca de la cabina del piloto. La gente iba y venía a su alrededor, haciéndole reverencias, entregándole documentos, trabando conversación con él. Jana se levantó para ir al servicio. Pasó al lado del asiento del príncipe en uno de los raros momentos en que se encontraba solo, hojeando algunos papeles. Debió de haber advertido su presencia, porque cuando Jana salió del servicio, levantó la mirada y la llamó por su nombre. Obediente, se detuvo frente a él. Escaneado y corregido por Sopegoiti
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-Alteza -murmuró. Era la primera vez que lo veía desde su entrevista en el hotel Dorchester. Ahora ya estaba más tranquila, y detrás de la frialdad de su mirada alcanzaba a ver algo que antes le había pasado desapercibido. O quizás fuera un efecto de lo que Hadi al Hatim le había contado sobre la muerte de su esposa. -Sólo llevo tres horas fuera de Inglaterra y ya no oigo hablar en inglés -le comentó-. Siéntese y hable conmigo, por favor. Jana pensó que aquella orden le habría resultado mucho más agradable si la hubiera acompañado de una sonrisa. Se sentó a su lado, vacilando todavía sobre el protocolo a seguir estando tan cerca del monarca. -¿Por qué quiere oír hablar en inglés? -Bueno -la miró algo sorprendido-, es una lengua que siempre he querido hablar bien. -A mí me parece que usted la habla con mucha fluidez. -No. Mi inglés es bastante mediocre comparado con el de mis hermanos. -Pues entonces deben de ser hablantes nativos -replicó Jana con una sonrisa. -Uno estudió en una universidad de los Estados Unidos, y el otro en Francia. En ambos sitios tuvieron oportunidad de perfeccionar su inglés. -¿Mientras usted aprendía ruso? -adivinó ella, recordando lo que le había dicho acerca del tiempo que pasó en aquel país. -Sí, aprendí el ruso. Mi padre pensaba que un pequeño país como el nuestro debía ser capaz de comunicarse con los líderes de las naciones poderosas en su propio idioma, y comprender su cultura. -¿Dónde aprendió a hablar inglés? -se apresuró a preguntarle Jana. -Me lo enseñó la primera esposa de mi padre, que era extranjera. Ella aprendió el árabe después de casarse con mi padre. Pero decía que el inglés era el idioma más útil y a nosotros nos hablaba sólo en inglés. Fue deseo de mi padre que pasáramos mucho tiempo con ella. -No me extraña que lo hable con tanta fluidez. -No. Cuando varias personas lo están hablando, me resulta difícil seguirlas. -Si todo lo que necesita es práctica... -Jana se encogió de hombros-... con mucho gusto hablaré con usted siempre que quiera -había esperado una negativa por su parte, así que su reacción la sorprendió: -¿Tendrá tiempo para ello? -Desde luego. Todo depende del tiempo que usted tenga libre. Tendríamos que planificar sesiones de conversación cuando las princesas estuvieran recibiendo clases de otros profesores, por ejemplo. -Sí -pronunció lentamente el príncipe Omar-. Sí, es una idea interesante. Gracias. ¿Nunca llegó a acuerdos de este tipo con los anteriores profesores de inglés? -le preguntó entonces Jana, sorprendida. -No. -¿Quiere decir que se negaron? -Nunca se me ocurrió planteárselo. Sólo con usted ha surgido. Aquellas palabras parecían cargadas de un extraño significado. El silencio que siguió sólo fue roto por el estruendo de los motores del avión, que despegaría al cabo de unos minutos. En ese instante Ashraf se acercó al príncipe, y segundos después Jana se encontraba en su asiento, abrochándose el cinturón.
En el aeropuerto de Barakat al Barakat, el séquito fue recibido por una comitiva de limusinas. Mientras Jana esperaba el coche que se le había asignado, advirtió que el Escaneado y corregido por Sopegoiti
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príncipe Omar se despegaba del grupo alejándose solo por la pista. Lo observó por unos momentos hasta que llegó a un helicóptero aparcado algo más lejos. Mientras el convoy de coches se alejaba, Jana alcanzó a escuchar el rotor del helicóptero, y al asomarse por la ventanilla lo vio sobrevolando sus cabezas y dirigiéndose al desierto.
El palacio era sencillamente mágico, de cuento oriental. Arcos, minaretes, terrazas, cúpulas, todo en colores blancos y azules, parecían derramarse en cascada en la ladera del cerro que dominaba la ciudad. El último sol de la tarde cubría con su manto dorado el horizonte del desierto. Al este, como protegiendo el palacio y la ciudad, se levantaban impresionantes montañas de nevadas cumbres. Jana se frotó los ojos y miró de nuevo. Apenas le parecía posible que aquél fuera a ser su hogar durante el próximo año... o más tiempo incluso. Vio una pista de aterrizaje delante del palacio, frente al cual se detuvieron, pero ninguna señal del helicóptero negro. Ashraf Durran se le acercó para pedirle que identificara su equipaje, y minutos después los dos seguían al sirviente que les condujo a su habitación. Jana aprovechó aquella oportunidad para preguntarle: -¿El príncipe Omar no ha vuelto al palacio? -Ah, no. El tenía... otros negocios que atender., Quizá se ausente unos cuantos días. Así que ni siquiera se había molestado en quedarse para presentarla a sus hijas, se dijo Jana. Sabía que era ridículo que se sintiera decepcionada. Su «habitación» resultó ser un precioso apartamento con una gran terraza que daba al este. A su izquierda, en la lejanía, las montañas se erguían detrás del desierto; a la derecha se alcanzaba a ver parte de la ciudad y de un río de impetuosa corriente. Las habitaciones estaban decoradas con lo que a Jana le parecieron magníficas obras de arte oriental: alfombras, jarras de bronce, miniaturas pintadas y muebles de madera exquisitamente labrada. Ashraf Durran la presentó a la mujer que la estaba esperando. -Ésta es su sirvienta personal, Salimah. Habla inglés. Salimah, la señorita Stewart. -Hola -le dijo Jana cuando la joven murmuro un saludo formal. -Salimah la ayudará a deshacer el equipaje. ¿Hay algo más que necesite en este momento? -Me gustaría conocer a las princesas. Ashraf levantó una mano, sonriendo. -Salimah también se encargará de eso. Si lo desea, ella misma le enseñará el palacio. Pero primero quizá le gustaría tomar una taza de café o té, o algún otro refresco. La dejo en sus manos, señorita Stewart. Cuando la puerta se cerró detrás de él, Salimah sonrió. -¿Puedo ayudarla a deshacer las maletas? -le preguntó, solícita, haciéndola pasar a un amplio dormitorio dominado por una enorme cama de dosel, con un armario decorado con los mosaicos más hermosos que Jana había visto nunca. Una hora más tarde, deshecho ya el equipaje, después de ducharse y de haber tomado un delicioso zumo de frutas, Jana le dijo a Salimah: -Ahora me gustaría conocer a Masha y a Kamala. -Claro, señorita. La llevaré con su aya. Y la guió a través de una interminable serie de pasillos y salas. Por el camino descubrió que bastantes vitrinas y armarios parecían haber sido vaciados de las antigüedades y tesoros que en otro tiempo habrían contenido. En muchas de las casas de sus amigos había visto algo parecido. En Gran Bretaña la causa siempre era la misma: deudas que Escaneado y corregido por Sopegoiti
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obligaban a las familias a vender su patrimonio artístico. Se preguntó qué le habría sucedido al príncipe Omar para verse en aquella penosa situación. -¿Pero dónde están las habitaciones de las princesas? -le preguntó cuando llegaron a otro pasillo. -Al lado de la habitación de su aya, por supuesto. Al lado de la habitación de su aya, pero a varios kilómetros de la de su profesora de inglés, pensó irónica Jana. Umm Hamzah, la mujer que, según le explicó Salimah, había sido sirvienta personal de la madre de las princesas y ahora era su aya, era una mujer corpulenta, de baja estatura, tez morena y expresión nada afable. Saludó a Jana en árabe, y le explicó luego a Salimah que en aquel momento no era posible ver a las princesas. Más tarde sería más conveniente. Jana asintió, y preguntó de inmediato: -¿Dónde están ahora? -Creo que se están bañando, señorita -respondió Salimah, incómoda. Jana sonrió a Umm Hanzah y le preguntó a qué hora terminarían. -Alguien le llevará a las princesas a sus habitaciones más tarde, señorita -tradujo Salimah. Pero eso no ocurrió. A Jana le fue servida una deliciosa cena en sus aposentos, y tras contemplar la puesta de sol en la terraza, admirando la luna llena que reflejaba su luz en el oscuro río, se fue a la cama con un libro.
Durante dos días más no resultó «conveniente» para Jana conocer a las princesas. Y Salimah se ruborizaba y aturdía más a cada explicación de la anciana aya. -Las princesas están enfermas, señorita Stewart -le explicó Salimah con la mirada baja, traduciendo las palabras de la mujer-. Están en la cama. -Vale, pues entonces llévame a verlas. -¡La, la! -gritó la anciana, agitando las manos cuando Salimah le hizo esa sugerencia. -Dice que no, que puede contagiarse. -No importa -Jana ya se había dado por enterada de lo que pasaba, pero no encontraba ninguna explicación para la hostilidad de aquella mujer-. Nunca me contagio con los bacilos de la gripe. Llévame a verlas. Acogieron las palabras de Salimah otros tantos gritos y gestos exagerados. -Están demasiado enfermas para ver a nadie, señorita -Bueno, en ese caso... -pronunció con tono tranquilo Jana, a pesar de que por dentro le hervía la sangre-...llamaré de inmediato al príncipe Omar a su móvil, para que regrese en seguida al palacio. Seguro que tiene cosas urgentes que hacer, pero no le gustaría estar fuera en un momento tan peligroso, cuando tan enfermas están sus hijas. Lo llamaré ahora mismo. A continuación se preguntó si la anciana se tragaría aquel farol. Ni siquiera sabía si el príncipe Omar tenía un teléfono móvil, y mucho menos conocía el número. Pero vio que Umm Hamzah tensaba la mandíbula y abría los ojos alarmada mientras Salimah le traducía sus palabras, y comprendió que había ganado. Media hora después una sirvienta hizo pasar a las princesas, rebosantes de buena salud, a los aposentos de Jana. Durante todo el tiempo que duraron las presentaciones, las pequeñas no dejaron de mirarla alarmadas. Tan pronto como se quedaron solas, Jana les preguntó: -¿Qué os pasa? -¿Es usted la sierva del demonio?
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Capítulo Cuatro -No -respondió Jana, guardando la calma-. ¿Acaso alguien os dijo que lo era? Masha asintió sin hablar, mirándola con sus enormes ojos oscuros. Jana sabía que solamente le sacaba año y medio de edad a su hermana, y de no haber sido por una pequeña diferencia de estaturas, las dos casi parecían gemelas. -Pues se equivocó -declaró Jana, sabiendo perfectamente quién era la culpable de aquello-. ¿No sabéis lo que significa mi nombre? Mi nombre completo es Jahn-eh Rosham -les dijo, imitando la pronunciación del príncipe Omar. -¡Alma de luz! -gritó Masha, y Kamala repitió las palabras con una expresión de gozo, como si ella misma las hubiera descubierto. -Exacto. Entonces, ¿cómo podría ser yo la sierva del demonio? No era un argumento muy convincente, pero pareció ejercer su efecto sobre las princesitas, que sonrieron de puro alivio. -Pero tu nombre es parvani -le comentó Masha con voz grave al cabo de unos momentos-. Y Nana no habla parvani; sólo árabe. Jana dedujo que «Nana» era Umm Hamzah. -Oh, bueno, entonces fue por eso por lo que se equivocó. Pobre Umm Hamzah. No lo sabía... Las niñas quedaron satisfechas con aquella explicación, y Jana decidió dejarlo así. Pero sabía que la anciana le había declarado la guerra, así que tendría que estar alerta.
A partir de ese momento Jana dedicó todo su tiempo a llegar a conocer a las princesas. Umm Hamzah continuó esforzándose por restringirle su acceso, pero con Salimah interpretando que Jana simplemente repetía las órdenes del príncipe Omar, no volvió a tropezar con mayores problemas. Jana no tardó en mostrarse tan decidida a separar a las niñas de su sombría aya como la propia Umm Hamzah de apartarla de aquella diablesa extranjera. Era una mujer inculta y supersticiosa, que les contaba a Masha y Kamala terribles historias que a cualquiera le habrían puesto los pelos de punta. Estaba convencida de que la obsesiva preocupación de la anciana por el pecado, la muerte y el demonio no era nada buena para las niñas, y se esforzaba todo lo posible por contrarrestar su influencia. Las dos princesitas ya hablaban un buen inglés básico, y aunque les daba clases formales de lectura, el hecho de estar y hablar con ellas podía considerarse como una lección de idioma. Así que jugaban juntas, salían a pasear, daban de comer a los caballos del sheik, contemplaban a las mujeres nómadas mientras lavaban la ropa en el río, nadaban en la piscina del palacio. -El agua de aquí no es tan... buena como la del lugar especial de mi padre -le comentó Kamala con tono nostálgico la primera vez que fueron a bañarse. -¿Ah, no? -inquirió Jana, corrigiéndole la pronunciación-. ¿Y dónde está ese lugar? Las niñas suspiraron a la vez, con expresión soñadora. -La casa está en las montañas de Noor -explicó Masha señalando los montes que se distinguían a lo lejos. -¿Vais allí todos los veranos? Ambas princesas negaron gravemente con la cabeza. -No -pronunció Masha, suspirando de nuevo-. Fuimos allí dos veces. Es muy bonito, Jana. Muy bonito. Nos lo pasamos muy bien.
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-Veíamos cada día a nuestro padre. No es como aquí, en el palacio. Aquí no vemos a Baba. -Hablaba con nosotras y nos llevaba a montar a caballo. Nos enseñaba muchas cosas. -Él no se marchaba y nos dejaba solas todo el tiempo. Se mostraban tan patéticamente dispuestas a recordar aquellos días, que a Jana se le desgarraba el corazón. Pobres princesitas, que nunca había podido disfrutar a placer de la compañía de su padre... -Quizá vuestro padre os vuelva a llevar allí algún día -sugirió, lana en un intento por reconfortarlas. Las niñas sonrieron, encogiéndose de hombros. -¿Sigue la casa todavía allí? -Oh, sí. -Ahora mismo Baba está en ella. -¿De veras? -inquirió sorprendida Jana. -Vimos el helicoptero. Cuando sube al helicoptero, es que se va al lago -dijo Masha-. Pero nosotras no vamos. -Tal vez yo podría pedirles que os llevara -dijo Jana. Sentía curiosidad por aquel lugar, y también por saber por- qué no se habían vuelto a repetir nunca aquellas vacaciones que las niñas recordaban con tanto placer. La miraron como si se hubiera metamorfoseado en un hada. -¿Querrías hacerlo? -inquirió Kamala. -¡Oh, Jana! -exclamó Masha. -Podría intentarlo. Le mencionaré el asunto a la primera oportunidad que tenga -les prometió. El príncipe Omar regresó dos días después. Jana lo vio desembarcar del helicóptero en una de las terrazas del palacio, y el corazón le dio un vuelco de alegría. Tanto para ella como para las princesas, aquel lugar resultaba incompleto y vacío sin él. Recordó su conversación en el avión, y esperó a que la convocara a su presencia. Pero fueron pasando las horas y los días, y no recibió llamada de ningún tipo Una calurosa tarde, cuando las princesas ya estaban acostadas, Jana había bajado a la piscina con la intención de darse un último baño, como era su costumbre, cuando encontró al príncipe Omar. Estaba solo, nadando con rapidez a estilo crawl. Tras unos instantes de vacilación, Jana se quitó el albornoz y se zambulló en el agua. Una vez que terminó de nadar unos cuantos largos, se detuvo en la parte más profunda y vio al príncipe sentado en el borde de la piscina, no muy lejos de ella. Buenas tardes, Alteza -lo saludó. -Buenas tardes, señorita Stewart. -Espero que no le moleste que haya venido a la piscina. Vengo a menudo a nadar a esta hora, y nadie me dijo... -Está bien, no se preocupe. Su tono de voz era distante, y Jana pensó que estaría preocupado. De pronto, el príncipe se levantó ágilmente de un salto, dispuesto a marcharse. -Alteza -lo llamó ella. -¿Sí? Jana descubrió entonces, a la luz de la luna, que tenía un cuerpo magnífico. Era alto y esbelto, de brazos y piernas fuertes y musculosos. Tenía una o dos cicatrices. -Lleva ya varios días en el palacio, pero todavía no me ha pedido que practiquemos la conversación en inglés. -¡Oh! Sí, me había olvidado...
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Jana estaba segura de que no se había olvidado, sino que había cambiado de idea por algún motivo. -Bueno, si usted está libre ahora, yo dispongo de tiempo. Quizá le gustaría... Interrumpiéndose, Jana salió del agua y lo miró, permaneciendo frente a él. Tenía un cuerpo fino y esbelto y llevaba un bañador blanco, de una pieza, que le sentaba maravillosamente bien. Incluso en la penumbra reinante, podían distinguirse sus pezones presionando contra la tela húmeda. Omar pensó en aquel antepasado suyo que se había sentido tan orgulloso de la belleza de su esposa, que escondió a su mejor amigo en un armario para que pudiera ver cómo se desnudaba haciéndolo así partícipe de su felicidad. Siempre había pensado que aquel antepasado era un loco, y que se había merecido la cólera de su mujer cuando descubrió el engaño. Pero en aquel instante no pudo menos que preguntarse si aquella antepasada suya habría sido tan bella como la mujer que tenía delante de sí. Si ése era el caso, no le extrañaba que su pobre marido hubiera enloquecido hasta ese punto. Pero tuvo que recordarse que no tenía intención alguna de acostarse con la profesora de sus hijas, por muy bella que fuera. Omar nunca dejaría que el sexo le complicara la vida; escogía cuidadosamente a sus compañeras sexuales y se aseguraba de que supieran exactamente cuál era su lugar. Aquella mujer era mucho más valiosa, como profesora de sus hijas, de lo que podría nunca serlo como amante, un papel que demasiadas mujeres podrían ejercer. Advirtió que su piel brillaba a la luz de la luna, que en aquel momento se elevaba sobre el cielo negro. Su cabello rojo parecía exquisitamente suave, sedoso, y contrastaba con su refulgente traje de baño; sus labios llenos le sonreían. Se miraron sin hablar durante unos instantes, y al fin Jana pareció ruborizarse. Se volvió para recoger su albornoz, que se puso rápidamente mientras él no dejaba de observarla. Luego se dedicó a contemplar el desierto a la luz de la luna, con gesto ausente. Aquel mundo parecía lleno de sombras y de magia; nunca antes había visto un cielo con tantas y tan brillantes estrellas. -Qué hermoso es esto -susurró, suspirando-. Es mágico, ¿verdad? No me extraña que la gente se enamore del desierto. Omar se envolvió a su vez en su albornoz. Tensó la mandíbula al escuchar aquellas palabras, pero ella seguía contemplando las lejanas dunas y no se dio cuenta de ello -¿Ah, sí? El tono de su voz la sobresaltó; destilaba un cinismo tan amargo que Jana se volvió hacia él, parpadeando asombrada. -¿Usted no lo ama? -Nunca he amado al desierto. Jana estaba muy sorprendida; siempre había imaginado que todos lo que nacían en el desierto lo querían. -¿Qué es lo que ama, entonces? -Las montañas, por ejemplo. Sólo soy medio árabe, señorita Stewart. El pueblo al que perteneció mi madre era montañés; el amor por las montañas late en mi sangre. Incluso preferiría el mar al desierto. Sin embargo, eso no impidió que mi padre me legara esta tercera parte del reino... que es, sobre todo, desierto. -¿Por qué? -Nunca lo he sabido. -Su territorio... ¿no tiene costa, algún acceso al mar? ¿No tiene montañas?
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-La sierra del norte es mía. Pero aquellas que ve a lo lejos ya forman parte de Barakat Este. La frontera entre Barakat Central y Este discurre por aquel desfiladero Se colocó a su lado para señalarle un sombrío y gigantesco tajo en las montañas-. Por allí circula el río Sa-adat, línea divisoria de los dos principados. A través de ese río mi pueblo tiene acceso al mar, pero carecemos de costa. Jana podía sentir el calor que despedía su cuerpo, tan cerca del suyo, mientras él le señalaba el lejano curso del río. -Sin el Sa-adat, esta tierra no sería nada. -El otro día vimos a las mujeres lavar la ropa en el río -le comentó-. Fue como una escena bíblica. Apuesto a que las mujeres llevan haciendo eso mismo durante miles de años. -Gran parte de mi gente vive en condiciones primitivas -le explicó el príncipe con un dejo de amargura en la voz-. El desafío de mi reinado radica en cambiar esa situación. -Las lavadoras automáticas no son la civilización, Alteza -observó Jana con tono suave-. Sólo son tecnología. Hay una diferencia. El príncipe la miró fijamente, con el rostro muy cerca del suyo. -¿Eso cree? -Las mujeres que vimos parecían trabajar con alegría. Para una forastera como yo, sus súbditos me parecen tan felices como muchos de los occidentales que poseen los más grandes avances de la tecnología. Masha me dijo que algunas de esas mujeres les cuentan a sus hijos historias mientras trabajan, historias de su pasado de tribus y de reyes, de animales mágicos, de mitologías. Si usted lleva la electricidad a cada casa, quizá sustituyan todo eso por la televisión. ¿Está realmente seguro de que eso constituirá una mejora? El príncipe la tomó de los hombros suavemente, obligándola a que se volviera hacia él. Podía sentir con cuánta rapidez el deseo sexual se estaba apoderando de su ser aquella noche... Y algo más que no acertaba a identificar. -¿Qué está diciendo? -le preguntó, mirándola con una extraña intensidad. Jana no estaba segura. Estaba demasiado hechizada por el encanto del príncipe Omar y de aquella noche mágica, demasiado cautiva por su oscura mirada. Tragó saliva, sintiendo cómo se tensaban sus dedos sobre sus hombros. En ese instante un sirviente entró en el área de la piscina y dijo algo. El príncipe la soltó de inmediato y se volvió hacia él. -Baleh -le ordenó. Cuando el criado hubo desaparecido, le preguntó a Jana-: ¿Ha cenado ya, señorita Stewart? -Generalmente suelo tomar algo en mi habitación un poco más tarde. -Sería conveniente que cenara conmigo. Así podría practicar mi inglés. -Claro, Alteza. -Pídale a su sirvienta que la lleve a mi salón privado dentro de media hora -le ordenó. Jana apretó los labios ante aquel tono autoritario. Aquello era demasiado. -Todavía tengo el pelo húmedo, Alteza. Me reuniré con usted dentro de cuarenta minutos. El príncipe levantó la barbilla, sorprendido. La gente no solía desafiar sus deseos, pero tuvo que recordarse que ella sí tenía derecho a hacerlo. -Cuarenta minutos, de acuerdo -le hizo una graciosa inclinación, a modo de despedida. -Hasta luego entonces -respondió Jana, y desapareció de su vista. -Buenas noches. El salón privado del príncipe consistía en una terraza semicubierta, con vistas al desierto y a las montañas. El suelo era de mosaico, con intrincados diseños geométricos,. y las paredes blancas, al igual que las columnas que sostenían el techado. Hiedras y Escaneado y corregido por Sopegoiti
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enredaderas de flores trepaban por doquier, yen el centro había una mesa redonda de plata y cristal, iluminada por una vela. El príncipe Omar se encontraba de pie frente a la balaustrada de piedra, fumando. Llevaba una chaqueta blanca, muy elegante, y tenía un aspecto misterioso. Estaba contemplando el paisaje con expresión pensativa cuando oyó abrirse la puerta, y se volvió rápidamente para saludar a Jana.
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Capítulo Cinco -Buenas noches -y se acercó hacia ella. Jana había escogido un vestido de seda verde, a la usanza oriental, con un largo pañuelo del mismo color. Se había recogido el cabello en un sofisticado moño del que escapaban algunos mechones rizados, y calzaba finas sandalias de cuero. El príncipe Omar asintió con la cabeza mientras la observaba con expresión aprobadora, en silencio. Jana se detuvo en la balaustrada, a su lado, muy consciente de su presencia. Un sirviente se les acercó con una bandeja de bebidas, y Jana vaciló al elegir. -Si prefiere usted un cóctel, él se lo preparará -le comentó el príncipe Omar. Estaba fumando un cigarrillo negro, ruso, y sacó una pitillera dorada para ofrecerle uno. -No, gracias. Prefiero un martini de vodka, Bien seco -no estaba muy habituada a fumar, pero aceptó uno de aquellos elegantes cigarrillos. Se inclinó levemente para que el príncipe pudiera encendérselo, protegiendo el fuego de la brisa con la otra mano. De pronto fue intensamente consciente del erotismo de aquel ritual; aspiró el humo, nerviosa, y empezó a toser sin poder evitarlo. -Le resultarán un poquito fuertes si está habituada al tabaco inglés o americano murmuró Omar mientras se guardaba el encendedor y se volvía para contemplar de nuevo el desierto. -Y además no tengo costumbre de fumar -sonrió Jana. -¿No? ¿Entonces por qué me ha aceptado el cigarrillo? Jana recibió el martini de manos del sirviente y murmuró unas palabras de agradecimiento. -Supongo que... -rió entre dientes-... porque siempre me he preguntado cómo sabrían estos cigarrillos rusos, pero nunca había tenido oportunidad de saborear uno. -¿Y qué le parece el sabor? -inquirió el príncipe, aunque por su tono parecía estar refiriéndose a algo completamente distinto. -Muy fuerte. Me gusta el aroma, pero no me atrevería a tragarme el humo. Sus palabras también parecían cargadas de un doble significado. El príncipe Omar se echó a reír. Era un sonido atractivo, profundamente sensual, que Jana nunca había oído antes. -¿Fuma habitualmente este tabaco? -le preguntó. -Un hombre que fuma con regularidad ha renunciado a su capacidad de autodominio. Y yo prefiero ejercitar esa capacidad con mis placeres. Sin poder evitarlo, Jana se ruborizó. No sabiendo qué contestar, se volvió para mirar el paisaje. Durante unos instantes los dos permanecieron en silencio contemplando la luna, las montañas y el interminable desierto. Jana suspiró profundamente. Ante aquel paisaje podía sentir cómo su espíritu se expandía por momentos. -Tendrá que admitir que hay algo hipnótico en esto -pronunció con tono suave-. Ejerce una terrible fascinación. Se refería al desierto. El príncipe Omar volvió la cabeza y nuevamente quedó cautivado por su mirada. «Una terrible fascinación». ¿Era eso lo que sentía?, se preguntó. Y si era así, ¿cuándo cesaría aquella atracción? ¿Debería despedirla y expulsarla de su vida antes de que se sintiera aun más tentado por ella? En ese momento entró otro criado y pidió permiso para empezar a servir la cena. Omar guió a Jana hacia la mesa. Escaneado y corregido por Sopegoiti
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Una vez sentados, el camarero sirvió primero a Jana, y luego al príncipe, un primer plato de lo que parecían berenjenas rellenas. -Mmmm. Esto está delicioso -comentó ella nada más probarlo-. ¿Qué es? -Imam Bayaldi -contestó Ornar—. Quiere decir «el Imam se desmayó». ¿Lo había comido antes? -Ciertamente he comido algo con ese nombre en los restaurantes orientales de Londres, ¡pero no sabía en absoluto tan bien como esto! -señaló Jana-. ¡Ahora entiendo por qué tiene este nombre! El príncipe le informó, sonriendo: -Hay quien sostiene que el imam no se desmayó de placer por saborear ese plato, sino porque su esposa le reveló la cantidad de aceite de oliva que había utilizado para prepararlo. Quizá no fuera un hombre muy rico... Jana rió deleitada. -¿Tan caro es el aceite de oliva? -No para mí. Los olivares de mi hermano satisfacen todas nuestra demanda -respondió secamente. El camarero descorchó en ese instante una botella, y Jana sonrió: -¿Champán? -Para dar la bienvenida a la nueva profesora inglesa -explicó el príncipe. Cuando tuvieron sus copas llenas, levantó la suya hacia ella-. Espero que disfrute de su estancia aquí, señorita Stewart. De repente había adoptado un frío tono de voz, y eso le recordó a Jana que aquélla no era una cena romántica, sino una lección de conversación en inglés. La joven levantó su copa para brindar. -Espero que mis clases de inglés resulten satisfactorias, Alteza. -Practiquemos su idioma hablando de temas económicos, por favor -le pidió Omar, dejándole meridianamente claro que lo que le interesaba realmente eran los negocios-. Dentro de unos meses tendré que asistir a algunas reuniones financieras, y mi vocabulario deja mucho que desear en este tema. -Probablemente sea más extenso que el mío, Alteza -musitó secamente Jana. Omar se detuvo con el tenedor a medio camino de la boca. -¿Por qué ha dicho eso? -Porque no creo que pudiera enseñarle mucho. A no ser que tenga un Financial Times a mano y quiera que se lo lea en voz alta. -¿Qué quiere decir? -la miró arqueando las cejas. -No me interesan los temas económicos; yo doy clase a niños. Y su inglés es mucho mejor de lo que cree -vio que adoptaba una actitud distante, altiva-Sin embargo, si tiene alguna agenda específica de discusión, será mejor que me lo diga. ¿De qué se va a hablar exactamente en esas negociaciones? -Unos acuerdos comerciales de los Emiratos Barakat van a ser renegociados a principios de otoño. -¿Qué es lo que exportan? -Petróleo, piedras preciosas, tejidos, cristal ornamental, cerámicas, carbón... -empezó a enumerar-. Muebles, manufacturas electrónicas... -No está mal para un país tan pequeño -comentó Jana, sorprendida. -Durante los años setenta, mi padre utilizó los beneficios de las ventas de petróleo para crear pequeñas industrias locales dirigidas por cada uno de los jefes de clan. Insistía Escaneado y corregido por Sopegoiti
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mucho en que, en el futuro, no vendiéramos al exterior ninguna materia prima excepto crudo. Aunque muchos lo juzgaban un loco, su estrategia resultó ser económicamente muy rentable. Nuestro nivel de contaminación es bajo y tenemos una alta población empleada, a la vez que mantenemos el equilibrio de fuerzas de los clanes... Es por eso por lo quedas ciudades son pequeñas: no tenemos desarraigadas a las tribus de su medio ambiente. Jana encontraba aquello muy interesante. Durante media hora estuvo escuchando sus explicaciones sobre la situación económica de su reino. De repente, el príncipe se interrumpió: -¡Pero esto no está bien! -exclamó-. ¡No me ha corregido en ningún momento! Jana, absorta por lo que le había estado diciendo acerca de las mujeres de una de las tribus, parpadeó asombrada. -¿Que no le he corregido? -¡Mi inglés, mi uso del idioma! -Alteza, todo lo que ha dicho le ha resultado plenamente comprensible. -¡Pero no siempre ha sido correcto! -No de una manera absoluta. ¿Y qué? El príncipe la estaba mirando fijamente, y Jana, sin que pudiera evitarlo, se echó a reír. -¿Cuál es el objetivo de una lengua, Alteza? ¿Ser correcta en sí misma, o comunicar las ideas de las personas? -El lenguaje tiene que ser correcto. -Según ese modo de pensar, unía rueda de forma cuadrada y perfecta sería mejor que una rueda redonda imperfecta. -¿Se dedica a enseñar a las princesas ese punto de vista? -le preguntó el príncipe Omar al cabo de un largo silencio. -Las princesas... no entablan conversaciones sobre comercio y exportaciones. -¿Corrige-sus errores, señorita Stewart? Jana intentó tranquilizarse, y le explicó luego la técnica que utilizaba con los errores gramaticales que cometían las princesas. -Los errores del habla deben ser corregidos -declaró Omar, rotundo-. Si no, ¿cómo pueden ellas...? Jana dejó caer con fuerza su tenedor en el plato. Probablemente no figurara dentro del protocolo interrumpir a un príncipe, pero estaba demasiado enfadada para evitarlo. -¡Le recuerdo que se comprometió delante de mí a no interferir en mi técnica de enseñanza! -¡Corregir errores no es ninguna técnica! ¿Cómo van a mejorar su inglés si no...? -A las princesas todavía les quedan muchos años para llegar a la pubertad, y ya tendrán tiempo suficiente para adquirir experiencia en el idioma. ¡No se pueden corregir los errores en una segunda lengua! Resulta contraproducente. Omar la miró durante un buen rato, sorprendido. -¿Por qué ha mencionado la palabra «pubertad»? -Porque antes de la pubertad los niños poseen una capacidad para aprender otras lenguas de la que carecen los adultos. Pueden llegar a ser tan buenos como los hablantes nativos. -¿Y yo no puedo? -Usted comete errores mínimos, que quizá nunca pueda llegar a corregir del todo. Pero eso no afecta al significado de sus frases, así que... -¿Qué errores? Al parecer, volvían a donde habían empezado, pensó Jana. Se daba cuenta de que aquello era un tema fundamental para él.
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-A veces se olvida de anteponer a los nombres los artículos «the» o «a» -respondió, suspirando. -Tiene que explicarme esas reglas. ¿Qué más? -A veces se equivoca con los tiempos verbales. _¿Qué me sugiere, entonces? ej-Le sugiero, Alteza, que deje de preocuparse por esos errores, que ya irá corrigiendo con el tiempo, y se dedique a ampliar su vocabulario. Y también le sugiero que utilice el inglés para hablar de otros temas que no sean los negocios: practique con sus hijas, por ejemplo. Cuando se sienta cómodo hablando el inglés en privado, se sentirá mucho más haciéndolo en público. -¿Cree usted? -el príncipe Omar la miraba sorprendido, sin rastro ya de escepticismo en su expresión. -Sí -con una sonrisa, Jana siguió comiendo-. Sus hijas me han comentado varias veces... que en cierta ocasión usted las llevó a pasar unas vacaciones a un lago, en las montañas. -¿Ah, sí? -la miró con ojos entrecerrados. -¿Ha pensado alguna vez en volverlo a hacer? -A ese lugar no, señorita Stewart. ¿Por qué me lo pregunta? -Porque las princesas disfrutaron muchísimo, y creo que les sentaría muy bien. El príncipe Omar la miró tan asombrado por su respuesta que Jana estuvo a punto de pedirle disculpas por haber sacado aquel tema. Evidentemente no estaba nada acostumbrado a que lo desafiaran. -¿Es usted psicóloga, señorita Stewart? Jana podía percibir su furia, disimulada bajo una máscara de frialdad y arrogancia. -¡Soy un ser humano, Alteza! ¿Hasta tal punto se ha dejado llevar por la mentalidad occidental... que piensa que nadie puede saber nada sobre las personas a no ser que se haya licenciado en psicología? -le preguntó acalorada. -Después de habérselo pedido yo mismo, ahora no puedo quejarme de que me corrija... Jana se llevó la servilleta a los labios, mirándolo con diversión. El propio príncipe había reconocido su derrota en aquella discusión. -En cualquier caso, el desierto es peligroso, señorita Stewart, y el lago Parvaneh está muy lejos de aquí. Jana no podía creer que esa fuera la razón de que no llevara a las princesas. Estaba convencida de que había otro motivo más profundo, pero no insistió. Siguieron cenando mientras conversaban de otros temas más insustanciales. Cuando les sirvieron el café, el príncipe comentó: -Espero que me acompañe a cenar en otra ocasión. -Sí por supuesto. ¿Cuándo? -Mañana por la noche -respondió Omar, aun a sabiendas que estaba cometiendo una estupidez-. Me vendrá bien forzarme a hablar en inglés todos los días -y añadió en silencio: «y también me servirá para probar mi capacidad de-autodominio en su presencia». -¿Quiere que venga aquí cada noche? -Cada noche que yo esté en el palacio, sí -incluso entonces sabía que se ausentaría menos a menudo que antes.
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Capítulo Seis -Habrá tenido la oportunidad de observar de cerca los diferentes sistemas políticos de Canadá, los Estados Unidos y Gran Bretaña observó el Príncipe Omar. -Eso creo. -Explíquemelos, por favor. -No son tan distintos, en realidad. Canadá y los Estados Unidos tienen sistemas derivados del parlamentarismo inglés -le describió sus diferentes instituciones, lamentando no haber profundizado demasiado en la asignatura de Ciencias Políticas que estudié en la universidad-. ¿Querría usted describirme el sistema ruso? -le preguntó, deseando oírle hablar a él. -El sistema que yo aprendí fue el soviético. No es muy interesante. ¿Le interesaría asistir a alguna sesión parlamentaria en el Congreso de Barakat al Barakat? Jana ya se había acostumbrado a aquellas deliciosas cenas en la maravillosa terraza del príncipe Ornar, acompañadas de conversaciones que,, a requerimiento de su Alteza, tocaban muchos y variados temas.._, excepto los personales. Ansiaba hablar de economía, de política, de historia , de literatura... pero no quería en absoluto hablar de sus dos hijas ni de la obsesión de las pequeñas por volver al lago Parvoneh. Y tampoco, por supuesto, de la Gunosa mezcla de placer y dolor que sentía en compañía de Jana, o de cómo, casi en contra de su voluntad , la observaba nadar cada noche desde su terraza, Luchando consigo mismo para no reunirse con ella. Sabía que a menudo sus conversaciones resultaban tensas e incómodas, pero no se le ocurría pensar que tal vez eso fuera porque no le estaba diciendo a Jana lo que verdaderamente ansiaba decirle. Jana le sonrió en ese instante. Cuando le sonreía de esa manera, Omar pensaba que una mujer así podría minar la voluntad del hombre más decidido. -Me temo que me resultaría algo difícil seguir las discusiones -respondió ella. Esa noche llevaba un sencillo vestido de verano, de color amarillo y con tirantes que dejaban al descubierto sus hombros bronceados. -Por supuesto, le asignaría un intérprete para que la acompañase. Lo encontrará interesante, creo yo, y le sugerirá más temas que tratar. Así ampliaré mi vocabulario de términos políticos. De repente Jana bajó el tenedor. -Alteza... El príncipe Omar la miró arqueando las cejas, solícito, y Jana apretó los dientes. Después de aquella primera noche, cuando aparentemente había bajado la guardia estando con ella en la piscina, había mantenido una relación fría y estrictamente profesional con el aparentemente único objetivo de mejorar su inglés. A veces había sentido el irresistible impulso de desafiarlo, de decir algo que lo afectara, que lo hiciera reaccionar con algo de espontaneidad. De alguna manera, aquella noche había terminado por colmar su paciencia. ¿Señorita Stewart? -En este momento, el tema de sus hijas me resultaría mucho más interesante que el de su Congreso. ¿Podríamos hablar de ellas? Su vocabulario podría ampliarse mucho en cuanto a sentimientos y reacciones humanas. -Señorita Stewart, usted debería hablar del bienestar de las princesas con su aya, Umm Hamzah. -Es precisamente de ella de la que quiero hablar con usted -replicó firmemente Jana.
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La celosa posesividad de la anciana se estaba convirtiendo en un serio problema. Kamala y Masha se estaban encariñando cada vez más con Jana, debilitándose de esa forma la posición de su aya, que se sentía menos querida y, por tanto, reaccionaba mal. La anciana estaba decidida a asegurarse el control de las niñas por todos los medios. Cada día se inventaba una retahíla de excusas para que las niñas no asistieran a las clases de inglés. Y Jana sabía que les decía cosas horribles de ella misma. De hecho, estaba convencida de que las princesas fantaseaban con la casa del lago Parvaneh como una vía de escape al tenso ambiente que estaban viviendo. -Son simples celos -declaró Omar cuando ella intentó hacerle ver la gravedad de la situación-. Desaparecerán con el tiempo. -Umm Hamzah habla con los guardias para que no se me permita llevar a las princesas a la ciudad, a salir de compras con ellas, por ejemplo. Hoy me he pasado una hora discutiendo para que nos dejaran salir. -El trabajo de los guardias es proteger a las princesas. Naturalmente quieren saber... -Mire, Alteza, Umm Hamzah está diciendo a Kamala y a Masha, y no sé a quién más, ¡que yo soy la sierva del demonio! ¡Les llena las cabezas de horribles historias de bandidos que las raptarán si no hacen lo que ella les dice, o si salen del palacio en mi compañía! ¿Cuánto tiempo cree que las pequeñas podrán aguantar esta situación? Sus lealtades están divididas, y eso resulta muy duro para ellas. ¡Y para mí! -Es una mujer ignorante -replicó el príncipe, impaciente-. Cree que cualquier extranjero está al servicio del demonio, y habla y murmura porque eso proporciona un interés a su vida. Es la maldición de las mujeres de su generación. No puedo hacer nada con Umm Hamzah; ella es como es. ¡Y no quiero saber nada de discusiones entre mujeres! Usted está aquí para procurar que las princesas puedan educarse por encima de esas estúpidas rivalidades de harén, no para entrar en discusiones con las mujeres del palacio. Su trabajo consiste simplemente en educar a las niñas. -Mi trabajo--- -protestó furiosa-... ¡ no consiste en defenderme de constantes acusaciones acerca de que estoy asociada con el demonio! Puede que sea una situación ridícula, y estoy segura de que los asuntos de las simples mujeres están más allá de su masculino y real interés, ¡pero esto es muy duro de soportar! ¡Sus hijas están sufriendo una gran tensión! ¡Y yo también! Al príncipe Omar le estaba hirviendo la sangre. Sabía que era un error mostrarse furioso en presencia e Jana. Pero ya era demasiado tarde para evitarlo. -¡Mis hijas tendrán que soportar esa tensión! ¡Habrá mucha más tensión cuando llegue el día en que tengan que convencer a las tribus de que son ellas las que deben gobernarlas! -exclamó, colérico. Era la primera vez que se refería a Masha y Kamala como «sus hijas», en lugar de «las princesas». Jana permaneció en silencio durante un momento, dándose cuenta de que había adoptado una expresión hermética, distante. -¿Acaso espera que ese día llegue muy pronto? -¿Perdón? -Omar parpadeó asombrado. -¡Si usted todavía no tiene ni cuarenta años! -le espetó-. ¿Espera caerse del caballo mañana? ¡Las princesas son unas niñas, y a lo largo de su corta vida ya han padecido demasiada infelicidad! ¡No necesitan más! -Tengo treinta años, señorita Stewart. Pero un hombre puede morir en cualquier momento. Por eso es por lo que decimos mash-allah: cuando sea la voluntad de Dios. Escaneado y corregido por Sopegoiti
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¡Treinta años! Jana miró sus sienes plateadas y se preguntó si serían un efecto del dolor que le causó la muerte de si esposa. El corazón le dio un vuelco en el pecho. -Si usted muriera mañana, ¿realmente piensa que la infelicidad que Umm Hamzah está causando a Kamala y a Masha les daría algo más de fuerza para imponerse a las tribus? -Señorita Stewart, la felicidad o infelicidad de las princesas no es asunto suyo. Quizá si se limitara a darles clases de inglés, tendría menos problemas con Umm Hamzah. -De acuerdo -replicó de inmediato, rechazando que el sirviente le sirviera más café-. Dimito a partir de este momento. El rostro de Omar permaneció impasible, pero un brillo acerado refulgió en sus ojos. -Usted no está en posición de dimitir. Ha firmado un contrato por un año de duración. -Salvo incidencias. No puede mantenerme aquí en contra de mi propia voluntad. Incluso mientras pronunciaba aquellas palabras, sintió un estremecimiento de horror. No sabía lo que era capaz de hacer aquel hombre tan poderoso. El príncipe Omar no dejaba de mirarla, y por primera vez Jana creyó distinguir en sus ojos el primer destello de sentimiento desde aquella noche en que nadaron juntos. Vio el fulgor, pero no supo identificarlo. -Haré que se quede aquí -le prometió con tono suave-. Hasta que termine el contrato. Jana volvió a estremecerse. Si él decidía hacerla su prisionera, borrarla de la faz de la tierra... ¿quién se enteraría? -¡Ni hablar! -se levantó bruscamente, derribando la silla. De inmediato un sirviente se adelantó de entre las sombras, pero el príncipe lo despidió rápidamente con un gesto. Estaban completamente solos. Omar rodeó la mesa y levantó la silla. -Siéntese, señorita Stewart -gruñó. El aire vibraba de expectación a su alrededor cuando, de repente y obedeciendo a un fuerte impulso, el príncipe posó suavemente ambas manos sobre sus hombros desnudos. -Por favor, siéntese. Nunca antes había experimentado un contacto semejante, como si le hubieran aplicado una descarga eléctrica en la piel. Flaqueándole las piernas, se sentó. Al cabo de un momento, Omar retiró las manos de sus hombros y aspiró profundamente, corno si hasta ese instante hubiera estado conteniendo la respiración. Volvió a su asiento, adoptando la remota expresión de costumbre. -En el harén ningún hombre tiene poder alguno, y un rey sería un loco si creyera lo contrario. Sin embargo, con mis guardias, es otro asunto. Ordenó al sirviente que regresara al salón. Consecuencia de su rápida orden fue la llegada de un lujosísimo recado de escribir compuesto de papel, pluma, tintero y una caja plateada conteniendo lacre. Con una caligrafía que la dejó admirada, el príncipe escribió varías líneas en árabe y firmó. Cuando hubo terminado, encendió una cerilla y dejó caer en el papel una gota de lacre, sobre la que estampó el sello real que lucía en su anillo dorado. Por último, le entregó el documento a Jana. La joven lo leyó asombrada. ¡Tenía en las manos lo que podría ser un permiso real, firmado por el sello del rey! -¿Qué es lo que dice? -Que no se le pondrá traba alguna en su deber de enseñar a las princesas la lengua inglesa -le informó, lacónico. -Gracias, Alteza. -Siempre deberá ir acompañada de un guardia armado cuando salga con las princesas de las murallas del palacio.
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-Por supuesto -dejó cuidadosamente el documento sobre la mesa, al lado de su bolso. Y de pronto se le ocurrió un ingenioso plan.
El plan consistía en dirigirse con las princesas a la casa del lago Parvaneh y pasar unos días de vacaciones allí. Cumplirían así una parte de su sueño: visitar el lago, aunque sin disfrutar de la compañía de su padre. Le dejaría una nota al príncipe Omar diciéndole dónde habían ido, y suplicándole que no enviara a nadie a buscarlas. Por supuesto que era un plan alocado e impulsivo. Si se ponía furioso o pensaba que había secuestrado a sus hijas, podría enviar a la policía en su busca... y ella recibiría un buen escarmiento. Pero Jana aún no había aprendido a dominar su impetuosa naturaleza. Aquel plan se le antojaba la única solución al problema de la tristeza de las niñas. Kamala y Masha poseían una antigua foto de la casa del lago Parvaneh en la que habían pasado días tan felices. En blanco y negro, en la imagen aparecía la mansión y parte del lago, con las montañas como fondo. Aquella casa no era como las otras; la propia Jana, sin haberla visto todavía, no pudo menos que sucumbir ante su mágico encanto. Preparó cuidadosamente su plan. Lo primero era hacer acopio de la información necesaria con el mayor sigilo posible, y su primera fuente era Salimah. Para entonces ya habían intimado mucho y dejado a un lado las formalidades: las dos se trataban como verdaderas amigas. Fue Salimah quien le había revelado que el príncipe Omar se había distanciado de sus hermanos después de la muerte de su esposa, aunque nadie sabía exactamente por qué. Fue por aquel tiempo, también, cuando murió Nizam al Mulk, el Gran Visir Regente que había asegurado la paz de los Emiratos. Desde entonces, y a causa de la ruptura, no había sido nombrado ningún nuevo visir para los tres principados. Salimah ya estaba acostumbrada a satisfacer la constante curiosidad que Jana sentía por todo. Por eso no le extrañó que la arrastrara a una conversación aparentemente casual en la que acabó informándole de que la carretera que seguía el curso del río llevaba a las montañas, y de que el lago Parvaneh era tributario del mismo. Evidentemente no podía confiarle su plan a Salimah, aunque estaba casi segura de que le habría guardado la confidencia: en caso de que la ayudara, se metería en problemas, y no sería justo que sufriera el castigo del príncipe Omar. Así que en ningún momento le habló de la casa del lago, ni del deseo dé las princesas de ir allí. Jana se procuró un buen mapa y empezó a utilizar con frecuencia uno de los todo terrenos del palacio, no sólo para acostumbrarse a las carreteras del desierto, sino para que los empleados del garaje se acostumbraran también a su presencia. Y también hizo varias salidas de noche, presentando siempre su permiso real cuando la detenía algún guardia. Varios días llevó a las princesas a comer en la ribera del río, o en el desierto, en unas antiguas ruinas de la época de Alejandro. En tales ocasiones siempre les acompañaba algún guardia, y Jana cavilaba mucho sobre la posibilidad de llevarse consigo a alguno de ellos cuando llegara el momento. ¿Pero cómo podría confiar en cualquiera de aquellos hombres tan fieles al príncipe? En una de sus expediciones de compras a la ciudad, Jana hizo buena provisión de alimentos y equipo de campaña. Dado que no podía llevarse ropa para las niñas sin despertar las sospechas de Umm Hamzah, tuvo que comprarles ropa ligera y cómoda: pantalones cortos, vaqueros y camisetas. Lo guardó todo en maletas que escondió cuidadosamente bajo llave en sus aposentos.
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Cuando todo estuvo listo, a la hora de comer les comentó a las niñas que tenía una sorpresa para ellas. -¿Qué sorpresa, Jana Khanum? «Khanum» era el título que el príncipe Omar había insistido en que usara, cuando ella le dejó claro que no le gustaba que las niñas la llamaran «señorita Stewart», y él tampoco se mostraba de acuerdo en que la llamaran por su nombre de pila. Aquella expresión conllevaba cierta formalidad, pero tenía una sonoridad poética, carga de un afecto especial. _Esta noche dormiremos en mi terraza y observaremos las estrellas. Aquello les alegró sobremanera, pero más grande fue su gozo cuando, mientras admiraban los astros y constelaciones, Jana les reveló su plan. -¿Vas a llevarnos al lago? -le preguntó Karnala, excitada- ¡Oh, Jana Khanum! ¿Cuándo iremos? _Dentro de unas horas. Por eso debéis acostaros ahora mismo, porque tendremos que conducir durante toda la noche. -Para que el bandido Jalal no nos descubra -asintió Masha, prudente. El bandido Jalal era la figura legendaria que Umm-Llamzah utilizaba para asustarlas y hacer que obedecieran sus órdenes. Jana no había podido convencerlas de que no existía en realidad, y había llegado a la conclusión de que cuanto menos pensaran en él, mejor. -Iremos por la noche porque por el día hace demasiado calor para conducir. Ya os despertaré cuando sea la hora. Y recordad que tendremos que guardar mucho silencio, porque todo el mundo estará durmiendo y no les gustará que los despertemos. Tendremos que hablar con murmullos, ¿de acuerdo? -De acuerdo, Jana Khanum -asintieron a la vez. A pesar de su excitación, se quedaron rápidamente dormidas. Y Jana cerró sigilosamente la puerta corredera para que no les molestara el ruido de sus preparativos.
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Capítulo Siete -¿Crees que el intento tendrá éxito? Jana, que había estado absorta en sus pensamientos, se despertó como si le hubieran lanzado un jarro de agua fría a la cara. Horrorizada, se encontró frente a frente con el príncipe Omar. -¿Perdón? -susurró. ¿Cómo se habría enterado? ¿Qué haría para evitarlo?, se preguntaba. Omar la miró con las cejas levemente arqueadas de sorpresa, y de pronto Jana casi rió de alivio. No estaba segura de a qué intento se refería, ó de quién lo estaba haciendo, pero una cosa era segura: no se refería a su proyectada huida de aquella noche. Aun así, no las tenía todas consigo. -Oh... no lo sé -respondió-. ¿Qué piensa usted? Hizo girar su copa de vino entre los dedos, nerviosa. La luna llena se elevaba sobre las montañas, bañando la terraza. Jana había escogido aquella noche para tener luz cuando condujera el todo terreno por los caminos del desierto. Desvió la mirada con gesto ausente hacia la carretera del río. Si algo turbaba el sueño del príncipe, saldría a la terraza y podría quizá descubrir a lo lejos las luces del todo terreno. -No se está concentrando, señorita Stewart -le comentó con tono seco--. Acababa de decirle lo que pensaba. ¿Qué es lo que la preocupa? -Nada. Es sólo que esta noche estoy un poquito cansada -mintió, y bebió un sorbo de vino. Mientras miraba al príncipe Omar, pensó que probablemente la despediría por la escapada de aquella noche. Y se daba cuenta de que lamentaría no volver a verlo más. Había disfrutado mucho de aquellas noches en su compañía, aun cuando sus conversaciones nunca hubieran rozado lo personal. Las echaría de menos, al igual que las noches del desierto, las vistas de las montañas, las gentes de Barakat Central. A pesar del poco tiempo que llevaba allí, se había encariñado mucho con aquel país. -Ha hecho mucho calor -murmuró Omar. Un rato antes la había estado observando mientras nadaba, sabiendo que aquel calor estaba llenando su cuerpo, como lo hacía con el suyo, de una sensual energía que no tenía escape alguno. Jana había permanecido de pie al borde del agua, echándose el cabello hacia atrás; y al abrir los ojos, lo había descubierto observándola desde la terraza. No le había hecho señal alguna, ni le había sonreído: simplemente se había vuelto con rapidez. Omar conocía a las mujeres. No se equivocaba con la reacción que percibía en ella. Y había sido un estúpido al no aceptar su dimisión cuando se la puso sobre la mesa. Debería expulsarla cuanto antes... pero aún no. -Muchísimo -convino ella-. Salimah me contó que hace años, cuando todavía vivía su padre, esté palacio nunca estaba habitado en verano y que la corte entera se trasladaba a las montañas. ¿Por qué no se hace ahora? El príncipe sonrió sombrío, y Jana comprendió que había abordado un tema delicado. -Porque el palacio de verano pertenece ahora a mi hermano Rafi. Él tiene que vivir allí en invierno, como yo tengo que hacerlo aquí en verano. Una consecuencia de la voluntad de mi padre al dividir el reino. -¿Y la casa del lago Parvaneh? -No es lo suficientemente grande para albergar a mi corte.
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-Pero podría ir solo, o llevarse consigo a las princesas. Estoy segura de que tanto calor no es bueno para ellas. -Señorita Stewart, ya me expuso antes esta misma opinión de otra manera. Y yo le contesté. Si el calor del verano es demasiado para las princesas, que no salgan al exterior durante el día. Dentro del palacio hace fresco. «Pero no para mí», añadió en silencio. «Yo sufro el tipo de calor que puede enloquecer a un hombre. Sobre todo si ya está loco de deseo...»
-¿Vendrá Baba a buscarnos? -susurró Masha algunas horas después mientras se ponían los vaqueros y las camisetas que les había comprado Jana. -No -respondió, porque si pasaban la siguiente semana a la espera de la llegada de su padre y ésta no se producía, se sentirían muy decepcionadas. Ella misma también se sentiría muy decepcionada. Hacía cinco minutos se había deslizado sigilosamente en su despacho para dejarle una carta, avisándole de su marcha. ¿Saldría personalmente en su busca? Lentamente abrió la puerta, y las tres caminaron descalzas por el oscuro pasillo, hacia las cocheras. No encontraron a nadie. Las dos princesas se tumbaron en la parte trasera del todo terreno y Jana les echó encima una ligera manta. -¡Y ahora silencio! Dormíos. No quiero oír un solo sonido. Cuatro o cinco veces durante las últimas semanas Jana había salido a medianoche con el todo terreno. Al principio el guardia se había sorprendido al verla, pero siempre volvía al cabo de una hora y el hombre había terminado por acostumbrarse. Esa noche el centinela ni siquiera se levantó de su asiento cuando la vio salir; simplemente alzó la barrera y la saludó con la mano. Mientras se internaba en la ciudad, Jana se preguntó cuándo vería el príncipe, Omar la nota que le había dejado. Me he llevado a las princesas a pasar las vacaciones al lago Parvaneh, le había escrito. No se lo he dicho a nadie. Siento hacerlo así, pero temía que nos prohibiera el viaje si le pedía permiso. Y a modo de posdata, había añadido: Sé que a las princesas les encantaría que se reuniese con nosotras. Volveremos dentro de una semana. La carretera, tras atravesar la ciudad, giraba hacia el este y empezaba a correr paralela al río. Para el amanecer contaba con haber alcanzado ya las colinas, por un instante se volvió para contemplar el palacio bañado por la luz de la luna, y se preguntó si el príncipe Ornar estaría dormido o despierto. Quizá todavía estuviera sentado en su terraza, fumando pensativo. Se preguntó también si vería las luces del todo terreno. Era el único vehículo que circulaba por la carretera.
El príncipe Ornar arrugó la nota entre los dedos y maldijo en voz alta. -¡Que el cielo la maldiga! Continuó maldiciendo durante algunos segundos más, con los ojos brillantes. No tenía por costumbre entrar en su despacho tan temprano, cuando sólo apenas eran las cinco de la mañana. No sabía por qué había ido directamente allí, cuando había tenido intención de salir a montar a caballo... pero se alegraba sobremanera de haberlo hecho. Permaneció pensativo por unos instantes, hasta que salió del despacho y bajó apresurado las escaleras. Ashraf Durran se despertó en el momento en que su soberano le puso una mano en el hombro. Escaneado y corregido por Sopegoiti
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-Omar, ¿qué sucede? Por toda respuesta, el príncipe le entregó la nota. Ashraf la leyó en silencio, y levantó luego la mirada hacia su primo. -¿Es que se ha vuelto loca? -No sabe nada. No creí que fuera necesario. -¿Quién ha ido con ellas? -Eso es lo que debemos averiguar. Primero, si se llevaron a algún guardia. Segundo, a qué hora salieron. Y, por supuesto, sin que nadie más se entere. -¿No vas a dar la alarma? -¿Y publicar así que las princesas se encuentran en este mismo momento atravesando el desierto sin protección? No, tenemos que actuar con sigilo. -Iré a hablar con los guardias -pronunció Ashraf mientras se vestía-. Fingiré que no podía dormir. -Bien. Descubre quién las acompañó, y qué pretexto le dio ella. Ha planeado muy cuidadosamente todo esto. Anoche las niñas durmieron en su terraza... ¡para observar las estrellas! -maldijo de nuevo antes de salir de los aposentos de su primo. Diez minutos, Ashraf volvió a reunirse con, él en su despacho. -Ali lleva todo el mes de guardia -le informó-. La señorita Stewart ha estado saliendo con frecuencia en el todo terreno a eso de la medianoche, y volviendo una hora después. Él piensa que tiene algún amante en la ciudad. -Pues está equivocado -Ornar tensó la mandíbula-. Todo estaba meticulosamente planeado. ¿Qué sucedió anoche? -Como es habitual, se marchó a medianoche. Todavía no ha vuelto. Nadie la acompañaba, ni le pidió guardia alguno que la escoltara. Indudablemente las princesas iban escondidas en la parte trasera del coche. -¡La muy loca! -estalló Ornar, furiosa-. ¡A medianoche! Dios mío, pueden que ya hayan... -se interrumpió de pronto-. Ahraf, esto es lo que pienso hacer: ahora mismo las seguiré en el helicóptero, y las alcanzaré dentro de dos o de tres horas... si es que todavía siguen en la carretera. Mientras tanto, tú le dirás a nuestra gente que me he llevado de vacaciones a las princesas, junto con su profesora de inglés. Comprenderán las razones de nuestro sigilo. Envía a Ali de misión a alguna parte, para que no se lo cuente a nadie. Si todo va bien, las alcanzaré, me dirigiré hacia el lago y me pondré en contacto contigo de la manera habitual. _¡Omar, yo te acompaño! _No. Tú tienes que quedarte aquí para que nuestra versión sea aceptada sin problemas. Si todo sale bien, me quedaré algunos días en el lago y luego volveré. ¿Y si surge algún problema? ¿Y si han sido capturadas? ¿Y si tú mismo...? -Te enterarás bien pronto, y de la manera acostumbrada. Quizá haya llegado la hora de que Jalal y yo saldemos cuentas. No puedo saber quién ganará esta vez, Ashraf. Confío en ti para que cuides a mis hijas e intentes conservar su herencia a toda costa, aunque yo mismo resulte perjudicado. Serías nombrado regente hasta que Masha alcanzara la mayoría de edad. Mi testamento está aquí, firmado y sellado. Los dos hombres se estrecharon la mano sin hablar. El príncipe Ornar le dio una cariñosa palmada en el hombro y salió del despacho.
Fue un viaje más largo y duro de lo que Jana había esperado en un principio. Se había detenido una vez en la gasolinera de una pequeña población del desierto, para repostar combustible. Allí había aprovechado para beber un poco de café del termo que se había
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llevado consigo y estirar los músculos. Había tenido que despertar a su propietario, que pese a todo no había opuesto ninguna objeción. Kamala y Masha seguían dormidas, pero pronto tendría que despertarlas El río, y la carretera que lo bordeaba, había cambiado de dirección hacía ya varias horas, y ahora se dirigía hacia el nordeste, internándose en las montañas. En aquella zona el desierto era especialmente inhóspito, y ya no se sorprendía de que no le agradara a Ornar. Pero delante de ella podía distinguir las colinas, con su promesa de verdes y feraces valles. Miró su reloj: eran casi las ocho. -¿Nos queda mucho, Jana Khanum? -inquirió una soñolienta voz desde el asiento trasero. -Pronto nos detendremos para desayunar, y después de eso ya estaremos muy cerca. Mira, estamos a punto de llegar a las colinas. Jana Khanum, tengo que hacer pis. -Y yo también. -Y yo -dijo Jana-. De acuerdo, pararemos ya -miró por el espejo retrovisor. No había nadie más en la carretera, así que simplemente se detuvo cerca de unas rocas y las tres salieron del todo terreno. Dio a las niñas un poco de agua, las dejó corretear un rato y fue entonces cuando escuchó el ruido de unos cascos de caballos. Un hombre moreno de aspecto hosco, con un turbante blanco, cabalgaba hacia ellas. Jana sintió un escalofrío y, obedeciendo a un presentimiento, metió apresurada a las niñas en el todo terreno, se sentó al volante y cerró bien puertas y ventanillas. -Abrochaos los cinturones -les dijo con una tranquilidad que distaba mucho de sentir. El hombre se había detenido a unos metros de distancia y las observaba con atención-. Masha, ayuda a Kamala a abrocharse el suyo. Nos vamos. El hombre no hizo intento alguno de acercarse más, pero mientras aceleraba Jana vio que la miraba fijamente primero a ella, después a las dos princesas, y por último la matrícula del vehículo. Fue entonces cuando espoleó brutalmente su montura y se marchó a toda velocidad por donde había venido. Masha y Kamala lo observaron en silencio hasta que desapareció en la lejanía. -Creo que era Jalal, el bandido -le dijo Masha a su hermana con tono tranquilo. -¿Volverá para capturarnos? -inquirió Kamala,, asustada. -¡No existe el bandido Jalal! -dijo Jana-. Es u cuento que se ha inventado Umm Hamzah para que seáis obedientes. En ese momento miró por el espejo retrovisor y s quedó sorprendida al ver que las niñas asentían enérgicamente con la cabeza.. -¡Sí, sí que existe el bandido Jalal! ¡Baba nos lo contó todo sobre él cuando estuvimos antes en el lago! ¡Es un hombre muy malo! -¿Baba os habló de él? -inquirió Jana, frunciendo el ceño. -¡Sí! Nos dijo que Jalal era un hombre muy malo que quería arrebatarle el reino, y al que le gustaría hacernos gerugahn para que Baba tuviera que cederle una parte de su tierras. -¿Gerughan? -repitió Jana, con la garganta seca de puro miedo. -Sí, no sé cómo se dice en inglés; es cuando tú... agarras a alguien y lo pones en un lugar malo hasta que alguien te da algo. -¿Tomar como rehenes? -exclamó Jana con voz débil-. ¿El príncipe Omar os dijo que el bandido Jalal quería tomaros como rehenes? -Sí, y nos ordenó que nunca, bajo ningún concepto, saliéramos solas al desierto, sino que siempre deberíamos llevar una escolta. Y que nunca nos marcháramos de palacio sin decirle a alguien a dónde nos íbamos. Yo se lo prometí -dijo Masha con tono solemne-. Y Kamala también, ¿verdad, Kamala? Escaneado y corregido por Sopegoiti
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Su hermanita asintió con la cabeza. El corazón de Jana latía a tal velocidad que casi la ensordecía con su latido. -¿Qué más os contó sobre el bandido? Ahora, cuando ya era demasiado tarde, Masha resultaba ser una mina de información: -Dijo que las tribus de las montañas odiaban al bandido Jalal, y que eran amigos nuestros, así que si estábamos en las montañas, estaríamos a salvo. Si teníamos problemas debíamos decirle a un nómada de las montañas de Parvani: «soy de la casa de Omar ibn Daud El Durrani y necesito ayuda». Ellos han jurado ayudarnos siempre. Baba y su ejército y sus compañeros ayudaron a los de Parvani e en su guerra, y muchos De los nómadas de las montañas también se fueron con él. Jana se sentía físicamente enferma, pero se las arregló para forzar una sonrisa. -Y ese bandido Jalal... ¿vive cerca de aquí? -Creo que sí, Jana Khanum, porque Baba nos pidió que hiciéramos esas cosas no cuando estuviéramos en casa, sino sólo cuando fuéramos al lago Parvaneh. Se me olvidó todo esto hasta que vi. a ese. hombre. Menos mal que estamos contigo, Jana Khanum -comentó Masha, aliviada. -Sí, es una suerte que estéis conmigo -repitió Jana, y pisó a fondo el acelerador. El todo terreno rugió mientras se dirigían hacia las montañas, en las que presumiblemente estarían a salvo. Se preguntó si su matrícula llevaría algún código especial que lo identificase como un vehículo de palacio. Cuando miró por el espejo retrovisor, divisó a lo lejos una gigantesca nube de polvo. Nunca antes había visto una tropa de jinetes cabalgar por el desierto... pero aquello tenía todas las trazas de serlo.
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Capítulo Ocho Omar puso el helicóptero a la mayor velocidad posible. Para ganar tiempo, decidió atravesar el desierto en vez de seguir la carretera. Alcanzaría a Jana en las estribaciones de las montañas, porque no era posible que hubiera ido más lejos, y luego la rastrearía hasta que encontrara alguna señal del vehículo. Si habían sido capturados, lo más probable era que el todo terreno hubiera sido abandonado. Y si no era así, la obligaría a detenerse y las subiría a todas a bordo del helicóptero. Lo invadía una fría furia. Mientras pilotaba aquel aparato, cada movimiento que hacía con los mandos era preciso, definitivo. Sus ojos escrutaban el desierto que se extendía a sus pies sin que se le escapara el menor detalle. Si estaban allí abajo, las vería con toda seguridad. De pronto distinguió delante de sí lo que tanto había temido ver: el todo terreno, dirigiéndose velozmente hacia las montañas, y muy cerca la nube de polvo que levantaba un grupo de jinetes. Aún estaba lejos. Nadie lo habría oído acercarse. Sin apartar la mirada de la escena, se agachó para sacar una ametralladora de debajo de su asiento.
Jana pensó que, si su padre hubiera podido verlas en aquel momento, se habría sentido orgulloso de las princesas. Estaban reaccionando a aquella terrorífica situación con una calma y un coraje impresionantes. -¿Nos capturará el bandido Jalal? -le había preguntado una vez Masha, mientras observaban cómo la amenazadora nube se acercaba por momentos. -Puede que sí -había respondido Jarra- Si lo consigue, fingiremos que sólo hablamos inglés. Debéis fingir que no le comprendéis a no ser que os hable en inglés, ¿de acuerdo? -¿El bandido habla inglés? -No lo sé. Diga lo que diga, no le contestéis. Dejadme hablar a mí. Si fingimos que no sois las princesas, quizá nos deje irnos. -De acuerdo -repuso tranquilamente Masha-. Kamala, si viene el bandido, fingiremos que somos escocesas, como Jana Khanum. Fingiremos que es nuestra mamá. ¿Te parece una buena idea, Jana Khanum? -Desde luego que sí -contestó Jana-. Ya no puedo hablar más, Masha, cariño. Tengo que concentrarme en conducir. -De acuerdo -repuso tranquilamente Masha-. Haré planes con Kamala. Después las niñas estuvieron hablando en susurros durante unos segundos, hasta que Masha le dijo: -Ahora nos quedaremos en silencio para que puedas concentrarte, mami. Jana sintió una punzada de emoción, y procuró luego concentrarse en conducir. Las estribaciones se levantaban frente a ella, pero no sabía cuán lejos estarían las montañas en las que Jalal no se atrevería a internarse. Le quedaban al menos tres kilómetros para que pudiera protegerse en las primeras colinas, y mientras tanto los jinetes estaban acortando considerablemente la distancia que los separaba de ellas... -¡Baba! -gritó en ese momento Masha-. ¡Mira, mira, es Baba! Jana estuvo a punto de saltar del asiento. -¿Dónde? -exclamó, porque no podía apartar ni por un momento los ojos de la carretera. Escaneado y corregido por Sopegoiti
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_¡En el helicoptero! ¡Mira, Masha, es Baba! ¡Va a matar al bandido Jalal! Ornar disparó una ráfaga de ametralladora detrás de los jinetes para anunciar su presencia, y un segundo después los cubría con la sombra del helicóptero, sobrevolándolos a poca altura. Esperaba que tuvieran el buen sentido de interrumpir la persecución. Ya directamente encima de los jinetes, los avisó nuevamente disparando otra ráfaga delante de ellos. Algunos de los caballos se encabritaron, asustados por el ruido del helicóptero y por las balas que se hundían en la arena. Varios bandidos hicieron lo que era de esperar, y desenfundaron sus rifles. El helicóptero ganó entonces altura, pero aquellos hombres eran expertos y le apuntaron con sus armas. Omar les disparó una nueva andanada de balas mientras manejaba con una sola mano los mandos del aparato. Vio que el todo terreno ya estaba fuera del alcance de sus perseguidores, excepto de uno de ellos. Los demás luchaban para dominar sus monturas en un revoltijo de hombres, bestias y arena. Sólo uno seguía galopando hacia el vehículo. Un bandido muy decidido, al que Omar conocía de sobra. Partió a toda velocidad en su persecución. Cuando estaba encima de él, el jinete levantó la vista. Sus miradas se encontraron por una fracción de segundo antes de que Omar levantara de nuevo la metralleta con una mano. Jalal, guiando su montura con las rodillas, hizo lo mismo con su rifle. Durante un instante ambos apuntaron a sus respectivos objetivos: Jalal al rotor del helicóptero, Ornar a su caballo. Le dolía acabar con la vida de aquel precioso animal, pero al mismo tiempo se sentía reacio a matar al hombre. Los dos dispararon a la vez, y ninguno de los dos falló. El helicóptero pasó de largo y Ornar perdió de vista al jinete derribado. Segundos después sobrevoló el todo terreno, hasta que el motor empezó a ahogarse. Ya estaba en las estribaciones de las montañas, luchando con el aparato: sabía que el aterrizaje no iba a ser suave. No podía aterrizar en la carretera, porque entonces bloquearía el paso del todo terreno y Jalal podría aún intentar alcanzarlas. Y tampoco podía hacerlo en aquel paisaje montañoso, así que siguió adelante como pudo, intentando no perder altura mientras buscaba algún llano. -¿Está Baba herido? -inquirió Masha. Era la primera vez que alguien había hablado desde hacía varios minutos. Las princesas habían presenciado el combate agarrándose las manos, conteniendo el aliento, pero tranquilas. Ni una sola vez habían gritado o sollozado. -No lo creo. Es el helicóptero: el motor ha resultado tocado. Está buscando algún lugar donde aterrizar -dijo Jana con una calma que no sentía en absoluto. El corazón le dio un vuelco de dolor al ver desaparecer el aparato. Miró hacia atrás. El último hombre, el único que había proseguido su persecución, se incorporó sobre su derribado caballo para disparar un tiro más. Fue el último. Ya nadie los seguía. Al doblar la siguiente curva, Jana frenó. Nada más detenerse, saltó del coche y vomitó de puro nerviosismo en la cuneta. Luego se incorporó, aguzando los oídos. Alcanzó a escuchar el distante sonido del motor del helicóptero, y después el de su brusco aterrizaje en las rocas: el más horrible que había oído nunca en toda su vida. Tardó cerca de media hora en localizarlo. El helicóptero había logrado aterrizar entre dos rocas, sobre un pequeño claro, cerca de la carretera. Las aspas del motor brillaban al sol, y la destrozada maquinaria se encontraba peligrosamente cerca de la ribera del río. Ahogando un grito a medias de triunfo y de miedo, ana saltó del coche y corrió hacia el aparato. Pero el príncipe Omar no estaba en la cabina. -¿Dónde está? -sollozó en voz alta-. Oh, por favor... ¿dónde está?
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Temía que hubiera caído del helicóptero en marcha, destrozándose contra las rocas o ahogándose en el río... -¡Jana! Oyó el débil grito, y chilló desesperada: -¿Omar? ¡Omar! ¿Dónde estás? Entonces descubrió algo que antes le había pasado desapercibido: una mancha roja en una roca, como si una mano ensangrentada se hubiera posado allí. Conteniendo el aliento, siguió el rastro de sangre hasta el borde del río, aterrada ante lo que pudiera encontrar. -Aquí -su voz se oía ya más cerca. De pronto Jana lo vio y echó a correr hacia él, frenética. Omar estaba medio tumbado en la orilla del río. Había una mancha de sangre en la hierba, debajo de su muslo, que le empapaba los vaqueros negros. Se había desgarrado la camisa para hacerse un torniquete en la pierna y frenar la hemorragia. Tenía también sangre en la frente, y un corte debajo de la sien. Pero estaba vivo. -¡Omar! -susurró, cayendo de rodillas a su lado. -Janam -pronunció él, abriendo los ojos. Levantó una mano para acariciarle el rostro, y Jana ladeó la cabeza para besarle la palma. La sentía muy fría, y el corazón le dio un vuelco en el pecho. -¡Omar, Omar, gracias a Dios que te he, encontrado! -Sí, Mashouka -murmuró-. Me has encontrado. Temía que no lo hicieras -le pesaban los párpados de cansancio-. Tienes que llevarme al lago, Janam. ¿Podrás hacerlo? -Sí -musitó. Al fin llegaron a la casa del lago. Jana permaneció sentada por un momento ante el volante, inmensamente aliviada. Las princesas, que viajaban en el asiento delantero, estaban tan emocionadas que apenas podían hablar. -¡El lago, el lago! murmuraba Masha. El príncipe Omar, tumbado en la parte de atrás, se despertó. Cuando levantó la cabeza y vio el agua, pronunció suspirando: -¡Bien hecho, Janam! -y perdió de nuevo la conciencia. Jana había querido dar media vuelta y volver a la civilización, al palacio, a la ciudad donde había hospitales. Pero aparte del riesgo de transportar a Ornar en aquellas condiciones, estaba la amenaza de Jalal. Incluso aunque había temido que el príncipe pudiera estar delirando cuando le pidió que lo llevara al lago, no le había quedado más remedio que obedecerlo y esperar a que allí pudieran atenderlo debidamente, o ponerle en contacto con su palacio. Estaba asustadísima por Omar. El corte de la pierna era horrible, pero era la herida de la cabeza lo que más la preocupaba. ¿Se habría fracturado el cráneo? ¿Quizá el cuello? ¿Debería haberlo dejado inmóvil, sin moverlo de la ladera, y correr a buscar ayuda? Alguien estaba pescando en el lago. Tan pronto como vio el todo terreno, el hombre del bote empezó a remar hacia la costa Y les hizo una seña. Masha y Kamala, que habían salido del vehículo, empezaron a dar saltos de alegría: -¡Baba Musa! ¡Baba Musa! -¿Quién es Baba Musa? -les preguntó Jana mientras esperaban a que el anciano atracara en la playa. _El hombre que cuida la casa para nuestro padre, Jana Khanum -le explicó Masha. Cuando el hombre de cabello cano y rostro curtido
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$e reunió con ellas, sonriendo, Jana descubrió que no era tan mayor como había creído en un principio: quizá no tuviera más de cincuenta años. Las dos niñas se lanzaron a abrazarlo, parloteando en un idioma que ella reconoció como la lengua parvani. Jana Khanum, Baba Musa te saluda -tradujo Masha sus palabras. -Hola, Baba Musa -respondió Jana, y le pidió apresurada a la princesa, ya que no había tiempo que perder-: Masha, ¿quieres decirle a Baba Musa que el príncipe Ornar está herido, y pedirle que nos ayude a meterlo en la casa? Una vez al tanto de la situación, el hombre, de una fuerza sorprendente para su complexión y tamaño, cargó en brazos a Ornar y lo metió en la casa, tumbándolo en la cama de lo que parecía su dormitorio. Luego ayudó a Jana a desvestirlo y examinó sus heridas. Le pusieron una venda el muslo, pero no se atrevieron a hacer nada con el corte de la cabeza. Preocupada, Jana murmuró la palabra «médico», y Baba Musa la repitió mientras asentía enérgicamente con la cabeza, como si la hubiera comprendido. -Va a bajar por el valle para buscar a un médico -le tradujo Masha a Jana cuando el hombre se marchó apresurado-. Volverá pronto. Omar aún no había recuperado la conciencia. Jana no tenía preparación ni equipo médico adecuado, pero hizo lo que pudo: calentó agua y le lavó cuidadosamente la sangre del rostro y de las manos. Luego se sentó en el borde de la cama, esperando. Le tomó el pulso: era acelerado pero fuerte, lo cual era una buena señal. En el río, cuando lo encontró, lo había sentido tan frío y débil... Recordó que la había llamado “Mashouka” En un principio supuso que estaría delirando, y que había confundido su nombre con el de Masha. Pero en aquel instante recordó de pronto lo que le había dicho en Londres: -Mashouka significa amada en mi lengua materna. El corazón se le aceleró de pura emoción. ¿Sería posible? Lo miró fijamente e intentó contener la abrumadora ola de sensaciones que la asaltaba. Luego, como ya no quedaba nada por hacer, se arrodilló al lado de la cama, todavía sosteniéndole la mano, y rezó. -Por favor -susurraba-, por favor, haz que se ponga bien -y le besaba la mano con el rostro bañado en lágrimas. El príncipe entreabrió en aquel instante los ojos. -Janam, ¿rezas por mí? -y perdió de nuevo la conciencia. Menos de una hora había transcurrido cuando volvió Baba Musa. Jana levantó la mirada hacia él con una sonrisa de alivio. -Doktar awmadeh. -Oh, gracias a Dios -exclamó Jana. Lo acompañaba una mujer, que Jana supuso sería su esposa, cargada con un saco. Era fuerte, llena de vida, y llevaba un tipo de vestimenta larga y ligera, semejante a la de Baba Musa. Como él, lucía un colorido turbante. Se acercó con gesto decidido hacia la cama, hablándole a Baba Musa por encima del hombro. Jana desvió la mirada hacia el umbral. No entró nadie más. -¿Dónde está el médico? -inquirió. Baba Musa le sonrió y asintió con la cabeza. -¡Doktar Amina doktareh khayli khoubi ast! ¡Khayla: tond awmad!
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Mientras tanto la extraña mujer miraba fijamente a Omar con una expresión de serena concentración, mientras le sostenía la otra muñeca. Poco después se inclinó sobre él para examinarle de cerca la herida de la cabeza. -Masha -le pidió Jana con Voz débil-, pregúntale a Baba Musa dónde está el médico La niña la miró asombrada: -Ésta es Doktar Amina, del pueblo, Jana Khanum. Es muy buena. Yo se lo he oído decir a Baba. -Oh, Dios mío -exclamó Jana, aliviada. Permaneció sentada mientras la mujer examinaba cuidadosamente a Omar, levantándole los párpados para mirarle los ojos y controlándole la respiración. -Doktar Amina dice que la cabeza de Baba no está rota, Jana Khanum-le explicó Masha. Después, la mujer le retiró la venda del muslo y le examinó la herida. Abrió el saco que había dejado en el suelo al entrar y extrajo del mismo varios atados de tela. Para sorpresa de Jana, el primero contenía lo que parecía un montón de pequeñas espinas negras, y el segundo encerraba un amasijo de barro negruzco. La joven no podía creerlo. ¿Va a aplicar esa mujer aquella horrible y sucia masa de cieno sobre la herida? -¡No! -exclamó en voz alta, interponiéndose entre Omar y la curandera. Todo el mundo la miró asombrada, pero ella repitió-: No. ¡Necesita un médico de verdad, y medicación apropiada y antisépticos para la infección! Con gesto tranquilo, la mujer se volvió hacia la pequeña Masha para que hiciera ele traductora. -¿Cuál es el problema, Jana Khanum? -inquirió la princesita, sorprendida por su reacción. Suspirando, Jana se preguntó cómo podría explicarle aquello a Masha sin asustarla. Miró entonces a la curandera, que estaba al otro lado de la cama, y advirtió que le brillaban los ojos. Fue entonces cuando quedó impresionada por el brillo de inteligencia de aquella mirada, tolerante y a 1a vez levemente divertida. La mujer se echó a reír y le hizo un rápido comentario a Baba Musa, que a su vez se volvió hacia Masha para decirle algo. -Doktar Amina dice que no deberías asustarte sólo porque vaya a enseñarte algo que jamás has visto antes -le tradujo Masha. -Dile a Doktar Amina... -empezó a replicar Jana, furiosa, pero se interrumpió de pronto cuando una mano se cerró en torno a su muñeca. Al bajar la vista descubrió que Omar la estaba mirando con los ojos muy abiertos. -No te, preocupes, Janam -le dijo suavemente-. Doktar Amina sabe lo que tiene que hacer.
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Capítulo Nueve Con la ayuda de las princesas, Jana descargó las maletas del todo terreno y las repartió entre la cocina y los dormitorios. Las niñas escogieron la habitación en la que habían dormido la otra vez, en la parte más alta de la casa, y Jana ocupó la contigua a la de Omar, con la que compartía una terraza con vistas al lago. La mansión, según descubrió, estaba amueblada en una agradable y armoniosa mezcla de estilo occidental y oriental. Kamala y Masha devoraron un suculento desayuno, pero Jana tenía poco apetito. Era terriblemente consciente de que, fuera cual fuera la gravedad de las heridas de Omar, la culpa recaía sobre ella. Si no hubiera reaccionado tan impulsivamente, si hubiera investigado un poco más antes de emprender aquel temerario viaje... Cuando lanzaba una mirada retrospectiva sobre sus acciones, apenas podía creerlo. ¡Llevarse a dos princesas, las únicas herederas de su padre, para emprender semejante aventura! Debía de haber estado loca. Y si el príncipe Omar fallecía como resultado de aquellas acciones... si su condición empeoraba... Ella era la única responsable. Varias veces había pensado en subir al todo terreno y volver al palacio, y otras tantas había cambiado de idea para concluir que era allí donde más se la necesitaba. Al final tomó la decisión de que si aquella noche empeoraba el estado de Omar, partiría a medianoche para localizar el teléfono más cercano y volvería luego, si conseguía evitar a los hombres de jalal... Cuando se marchó Doktar Amina, Jana le preguntó a Baba Musa, por medio de Masha, dónde se encontraba el teléfono más cercano. El hombre no tenía ni idea, así que después le preguntó a quién podrían recurrir para llevar una carta al palacio del príncipe Omar. Se encontraban todos en la cocina. Baba Musa estaba partiendo leña para alimentar el antiguo horno de hierro que dominaba una esquina de la gran habitación. Le contestó a Jana que lo que le pedía podría hacerse si el príncipe Omar se mostraba de acuerdo, avivó el fuego y cerró la puerta del horno. Luego le sugirió a Jana que le preparara algo de comida al príncipe, ya que estaba seguro de que estaría hambriento. Jana miró asombrada a Masha, que acababa de traducirle sus palabras, y luego a Baba Musa. -¿Es que está despierto? -Oh, sí, Jana Khanum -respondió Masha-. Ya lo dijo Doktar Amina. Jana salió corriendo de la cocina, pero se las arregló para tranquilizarse antes de entrar en el dormitorio de Omar. El príncipe estaba despierto, con la cabeza y la pierna cuidadosamente vendadas. Su mirada parecía haberse aclarado. Jana detectó el penetrante olor del barro negruzco de la curandera. -¿Cómo se encuentra? -le preguntó con tono suave. -Bastante bien -gruñó Omar, cerrando los ojos. En el último momento, Jana se contuvo de suplicarle que la perdonara por lo ocurrido. Lo último que necesitaba eran emociones fuertes. Ya se disculparía otro día. -Voy a darle algo de comer. ¿Cree que podría tomar un poco de sopa? -¡No es su trabajo servirme como si fuera una criada! -exclamó, abriendo los ojos. Hacía tan sólo una hora la había llamado Janam, se recordó la joven, ruborizándose. Escaneado y corregido por Sopegoiti
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-¡Tampoco era mi trabajo que lo hirieran por culpa mía! El príncipe esbozó una leve sonrisa, y Jana lo interpretó como un gesto de asentimiento.
-¡Está riquísima! -comentó Omar minutos después, cuando ella le dio a probar la sopa. Ya había podido sentarse en la cama, pero seguía teniendo un aspecto demacrado y cansado. -Omar, creo que deberíamos enviar un mensaje al palacio. Le he pedido a Baba Musa que encuentre a alguien que quiera hacer el viaje, pero él prefiere que usted se lo ordene personalmente. -Tiene razón -terminó la sopa y dejó el cuenco sobre la bandeja que apoyaba en sus rodillas-. Esta noche enviaremos un mensaje. -¿Le digo a Baba Musa que quiere qué consiga a alguien? -le preguntó Jana, aliviada. -No, no habrá nadie en la aldea que pueda ir, excepto a lomos de una mula, y así se tardaría mucho -respondió Ornar- Hay otra manera. La fatiga lo acometió repentinamente, y cerró los ojos. Por muy preocupada que estuviera, Jana sabía que no podía presionarlo preguntándole detalles. Rezando para que conservara la consciencia más tarde, cuando tuviera que explicarle cómo debía enviar el mensaje, recogió la bandeja y se retiró. Las princesas al menos confiaban ciegamente en que su padre se recuperaría después del tratamiento de Doktar Amina. Salieron alegremente con Baba Musa y volvieron poco después con sacos de verdura fresca, cordero, queso, yogur, aceitunas, leche de cabra y aceite de oliva. No había nevera en la casa, ya que tampoco había electricidad, pero Baba Musa las llevó a la parte inferior de la mansión, parte de la cual se sostenía sobre pilotes. Allí levantó una compuerta del suelo de tablas y les enseñó un profundo agujero. Tiró de una soga y un cubo metálico surgió de la oscuridad. -Yak -les dijo, sonriendo y señalando el agujero. Al asomarse, Jana distinguió unos enormes pedazos de hielo al fondo. Sin duda alguna los habrían dejado allí en invierno, para que duraran hasta el primer deshielo. -¿Yak? -repitió, abrazándose e indicándole que tenía frío. -¡Baleh, baleh! -asintió Baba Musa, sonriendo. Jana llenó el cubo de provisiones y observó cómo desaparecía en el agujero. De repente tomó conciencia del lugar tan primitivo en el que se encontraban. Rezó para que Omar no hubiera estado delirando cuando le habló de enviar un mensaje.
-No debería cocinar -le dijo Omar cuando aquella misma tarde Jana entró en su habitación con una bandeja de comida. Su palidez había desaparecido. Jana le había preparado un sándwich de finas rodajas de cordero, que devoró vorazmente. -No se preocupe -repuso sonriendo-. Cuento con las niñas para que me ayuden. -Bien -asintió Omar-. ¿Qué niñas? -Masha y Kamala -contestó Jana, riendo-. Sus hijas. -Las princesas no son pinches de cocina. -¡No, desde luego que no! -replicó alegremente Jana. ¡Es obvio que no son muy hábiles!
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Pero se muestran muy dispuestas y deseosas de ayudarme. Kamala se ocupó de desmenuzar el queso para su ensalada. -Señorita Stewart -el príncipe Omar bajó su tenedor-. Algún día Masha será la reina de este país. -¿Y qué? -lo miró asombrada-. ¿No debería por eso acostumbrarse a ejecutar las tareas más básicas de la vida? -No es apropiado... -¿Apropiado?-demasiado bien conocía aquella actitud. Era un calco exacto de la de su padre, que tanto odiaba-. Cualquier habilidad en la vida es apropiada para todo el mundo -lo interrumpió Jana-. Discúlpenme, pero es de esta manera como sus hijas llegarán a ser autosuficientes. ¿ realmente piensa que una mujer que sabe leer periódicos extranjeros, pero que no puede levantar un dedo para satisfacer sus propias necesidades físicas, puede llegar a ser una buena reina para la gente trabajadora de este país? ¿Qué tendrán Masha y Kamala en común con esos trabajadores y trabajadoras? -Nada. ¿Por qué deberían tener algo en común? -Discúlpeme -dijo de repente Jana, con expresión compungida-, no debería discutir con usted en las condiciones en que se encuentra. Pero no tendrá más remedio que aceptarlo. Aquí no contamos con nadie que trabaje para nosotras. -Eso es irrelevante en nuestra discusión... -replicó con gesto altanero. -En cualquier caso -cortó Jana, decidida a soltar la última palabra-, en la cocina las princesas están mejorando su vocabulario inglés de palabras de cocina... ¡y eso usted no podrá menos que aprobarlo!
A las ocho de aquella tarde, siguiendo sus instrucciones, Jana regresó al dormitorio de Omar. Al ver que estaba sentado en el lecho, intentando levantarse, corrió hacia él para sostenerlo. -¡Es demasiado pronto para que intente caminar! -le reprochó. Sabía que ella tenía razón, y volvió a tumbarse en la cama sin protestar. -Príncipe Omar -pronunció Jana, suspirando profundamente-. Tengo que decirle esto ahora, o ya no volveré a tener el coraje suficiente para hacerlo. El príncipe arqueó las cejas. Todavía tenía una expresión severa, y Jana pensó en lo mucho que temía que la mirara con tanto disgusto. Pero debía enfrentarse con aquella situación. -¡Fue algo tan estúpido! La gente dice que yo soy impulsiva, pero esto, realmente... ¡apenas puedo creer lo que hice! -Creo que no se esperaba unas consecuencias semejantes -repuso el príncipe con tono suave. Asombrada tanto por su reacción como por la inmensidad del alivio que sentía, Jana lo miró en silencio durante unos segundos. -Claro que no me las esperaba, pero hacer algo tan descabellado cuando ignoraba absolutamente el peligro que corríamos... Lo siento, créame que lo lamento terriblemente. Yo... Omar la interrumpió con un gesto: -Lo hecho, hecho está. -Gracias -le dijo Jana, suspirando. -Ahora debemos actuar.
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De repente Jana tomó conciencia de que, unos momentos antes, el príncipe había querido levantarse con un propósito determinado. -¿Qué quiere? Omar señaló un gran relieve de madera colgado en la pared. -Por favor, retire eso. El relieve ocultaba una cámara acorazada. Omar le entregó una llave y le dictó una combinación secreta, hasta que finalmente Jana abrió la pesada puerta. En el interior había varias cajas de diferentes tamaños y formas, de madera y de metal. -A la izquierda hay una caja metálica. Por favor, tráigamela. Jana la encontró y la dejó en el lecho, a su lado. No estaba cerrada con llave. Omar la abrió y aparecieron ante su vista varias barras en una caja que habría contenido probablemente una docena. -Sólo quedan tres -murmuró sorprendido. Miró la expresión curiosa de Jana, y bajó de nuevo la vista a la caja. Pensativo, se rascó la barbilla durante unos segundos, y luego sacó las barras. Jana volvió a colocar la caja vacía en su lugar. -¿Bengalas? -adivinó Jana. 82 -Ashraf Durran las verá. Siguiendo las instrucciones de Omar, Jana llevó las bengalas a la terraza para dispararlas. Prendió la primera y se apartó antes de que saliera disparada hacia el cielo, estallando en un globo de luz. De repente la noche que los rodeaba parecía tan brillante como el día. Jana parpadeó, intentando que la vista se le acostumbrara de nuevo a la oscuridad, y prendió la segunda bengala. Pero cuando fue a prender la tercera, o estaba defectuosa o Jana no supo hacerlo bien: la bengala partió a ras de suelo y fue a apagarse en la hierba, a algunas metros de distancia, sin llegar a elevarse. -¿Qué ha pasado? -le preguntó Omar con expresión grave cuando Jana volvió al dormitorio. -No lo sé; simplemente fue hacia abajo en lugar de hacia arriba. Espero que Ashraf Durran las vea. ¿Cree que lo hará? -Ya las ha visto.
Las niñas estaba encantadas con las ropas de verano que Jana les había comprado. Las camisetas y los vaqueros les daban una libertad que no habían disfrutado antes con la vestimenta que solían llevar, y Jana las observaba correr y jugar con una alegría especial. Ni en el palacio ni en la piscina las había visto tan gozosas y contentas. Le explicó a Baba Musa lo que quería, y el hombre se marchó para regresar poco después con dos bidones vacíos de gasolina y algunos troncos y construyó con ellos una balsa. Jana continuó impartiéndoles a las niñas clases de natación y buceo. Las aguas del lago eran transparentes como el cristal, y muy profundas. A las princesas les encantaba nadar en el lago, y también a Jana: sus risas resonaban en las colinas circundantes mientras jugaban, felices. El príncipe Omar no aprobaba aquello. Días después se recuperó lo suficiente como para sentarse en la terraza ayudado por Baba Musa. De cuando en cuando Jana levantaba la vista y descubría a Omar allí, observándolas con fría y severa expresión. Se preguntó cómo era posible que le disgustara tanto presenciar su felicidad. A petición de. Baba Musa, una mujer subió desde la aldea del valle para encargarse de las faenas de la cocina, pero cuando vio que Jana se encontraba perfectamente sana, se quedó extrañada. Estaba muy dispuesta a servir a su príncipe, pero evidentemente no Escaneado y corregido por Sopegoiti
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pretendía convertirse en la criada de la otra mujer de la casa que, aparentemente, sólo se dedicaba a supervisar a las niñas. Pero Jana tampoco estaba satisfecha con aquella situación, así que le pidió a la mujer que le enseñara a cocinar la comida tradicional, el naan. Durante un par de días las cuatro féminas apenas abandonaron la cocina excepto para servirle las comidas a Omar, mientras Rudaba, la aldeana, las instruía en su arte. Al final de aquellos dos días, Jana y las princesitas habían aprobado con éxito un curso intensivo en comida oriental. Habían preparado un gran número de platos distintos que guardaron en la despensa, y Jana había atesorado al menos una docena de recetas con ingredientes cuyo nombre sólo sabía en parvani. Luego, muy satisfecha y sonriente, Rudaba volvió a su aldea, con los suyos.
Jana había esperado la llegada de un helicóptero para el día siguiente a la noche en que lanzó las bengalas. Como eso no sucedió, pensó que la expedición de rescate llegaría por tierra. Pero cuando se fueron sucediendo los días y seguía sin presentarse, empezó a olvidarse de ella. De hecho, ya no existía emergencia alguna. Fuera lo que estuviera haciendo Doktar Amina, que seguía visitando regularmente a su paciente, el estado de Omar mejoraba día a día. Una mañana fue capaz de bajar las escaleras, utilizando una tosca muleta que le había fabricado Baba Musa, y encontró a Jana y a sus hijas en la gran cocina, preparando el desayuno. Masha estaba sentada en un taburete, calentando pan en el horno, mientras Kamala colocaba cuidadosamente tres juegos de cubiertos en una bandeja. Jana, por su parte, batía huevos en un cuenco. Como las tres estaban cantando, no lo oyeron acercarse. En el momento en que lo vio, Masha se llevó un buen susto: -¡Baba! ¡Estás andando! ¡Oh, mira, por culpa tuya se me ha caído el pan al fuego! -le recriminó en un tono que jamás antes Omar había escuchado de sus labios. Jana se detuvo, con un huevo en la mano, y Kamala le sonrió, con las manos llenas de tenedores y cuchillos. -Buenos días, Baba -le saludó con alegría. -Buenos días -respondió Omar-. Parece que estáis muy ocupadas. -Estamos preparando el desayuno, Baba -le informó Kamala de manera innecesaria. -Ya lo veo. Omar no conversaba muy a menudo con sus hijas en inglés: para él, aquélla era una experiencia nueva... y ligeramente desorientadora. -Buenos días -le dijo Jana-. ¿Comerá con nosotros? Nos disponíamos a hacerlo afuera. -Sí, gracias. Jana se volvió tranquilamente hacia Kamala, impertérrita ante su ceño desaprobador. -Pon entonces cuatro cubiertos en la bandeja, Kamala. -Sí, Jana Khanum. Jana colocó una silla junto a la gran mesa de madera, y Omar se sentó en ella. -¿Dónde está Rudaba esta mañana? ¿No ha llegado todavía? -preguntó. -¡Rudaba tiene una nueva nieta, Baba! -le informó Masha-. Ya no va a venir más. -Entonces... -Omar frunció el ceño-... ¿quién ha estado preparando todas estas comidas? -¡Nosotras, Baba! Jana Khanum, Kamala y yo! -exclamó orgullosa-. ¡Ha sido un secreto! Y cada vez que te llevábamos la comida, tú decías que estaba deliciosa, ¿verdad? -Sí -admitió con tono suave Omar, mirando a Jana.
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-¿Ya está preparada la bandeja, Kamala? -inquirió la joven-. Entonces llévala a la terraza y pon la mesa. -Yo ya tengo listo el pan, Jana Khanum -intervino Masha-. ¿Puedo seguir yo batiendo los huevos? Omar observaba silencioso todos aquellos preparativos, hasta que minutos después fue invitado a salir a la terraza para desayunar allí. Hacía una mañana espléndida, y Jana se sentía especialmente contenta. Por la ladera de la colina del otro lago ascendía un rebaño de cabras, haciendo sonar sus esquilas. Detrás, a lo lejos, la maciza mole del monte Shir presidía la escena. Jana desvió la mirada de la nevada cumbre para posarla en el rostro del príncipe Omar; parecía tan distinto del hombre que la había llamado Janam y Mashouka... Las princesas parecían haberse apagado un tanto en su presencia. Cuando Jana les preguntó si Baba Musa las llevaría a pescar esa mañana, asintieron con energía pero no se mostraron tan locuaces como de costumbre. -¿Salís a pescar en el bote con Baba Musha? -inquirió el príncipe, sorprendido. -¡Sí, Baba, nos está enseñando! ¡El martes yo pesqué un pez con mi propia caña! ¡Y nos lo comimos! Por encima de la cabeza de la niña, Omar clavó una sombría mirada en los ojos de Jana. -¿Ya habéis terminado, niñas? Entonces id a pasear al lago. Tengo que hablar con Jana Khanum a solas. Jana suspiró profundamente y sacudió la cabeza. -¡Pero antes llevad los platos a la cocina! Obedientes, Masha y Kamala se apresuraron a colocar la vajilla en la bandeja. _¿Quién lava los platos? -inquirió Omar, disimulando con esfuerzo su enfado. -¡Todas nosotras, Baba! -le informó Kamala, confiada-. Jana Khanum dice que, cuando todo el mundo ayuda, cualquier trabajo es fácil. ¡A mí me gusta fregar los platos, porque el agua está caliente y hay espuma! Cuando la bandeja estuvo llena, Jana la levantó y, después de lanzarle a Omar una mirada ligeramente desafiante, la llevó a la cocina acompañada de sus dos ayudantes. Poco después Omar se incorporó trabajosamente y las siguió. Jana sostuvo el barreño de fregar mientras Masha vertía cuidadosamente el agua caliente en él, y lo dejó luego sobre la mesa. -Si me lo permite -le dijo Omar-, hoy seré yo quien se encargue de la parte de trabajo que les corresponde a Masha y Kamala -y se dirigió a sus hijas-. Vamos, ID a jugar al lago. Jana sabía que ya no podía retrasar por más tiempo el momento crítico. Encogiéndose de hombros, esperó a que las princesas le dieran las gracias a su padre y salieran de la cocina.
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Capítulo Diez -¿Quiere un delantal? -le preguntó Jana, acercándose hacia el barreño de agua mientras él la seguía cojeando. Se había dejado la muleta en la terraza. -¿Un qué? -Un delantal -se estaba atando uno a la cintura ¿No conoce la palabra? -¿En inglés? -preguntó con tono irritado-. No. ¿Quién podría habérmela enseñado? -¡Bueno, todos los días se aprende algo nuevo! -¡Desde luego que sí! -Omar agarró el delantal que le ofrecía para lanzarlo bruscamente sobre la mesa. Luego se acercó a ella, haciéndola retroceder-. ¡Estoy aprendiendo que usted está convirtiendo a mis hijas en criadas domésticas! ¡Le había dicho que ésa no era mi voluntad! ¡En palacio incluso tienen prohibido entrar en las cocinas! ¿Por qué insiste tanto? -Alguien tiene que hacer este trabajo, Omar -repuso Jana, decidida a no dejarse amilanar-. En este hogar, ¿quién se imagina que es exactamente la persona apropiada para hacer este trabajo? -¡Rudaba era la persona apropiada! ¡Y usted le dijo que se marchara! -¿Quién hacía este tipo de trabajos la última vez que usted estuvo aquí con las princesas, Alteza? -Naturalmente, me traje gente del palacio. -¡Pues bien, esta vez no se ha dado esa situación! Si usted tiene la colosal arrogancia de pedirle a una mujer que ya tiene bastante que hacer en todo el día, que abandone a su propia familia para atender a la suya, antes que permitir que sus hijas realicen cualquier tipo de trabajo físico... ¡entonces es que es usted un verdadero déspota! -¡Las mujeres de esa aldea necesitan dinero, al igual que las de las ciudades! -replicó el príncipe, más exasperado que nunca. ¡La tribu de los Bahrami juró ayudar a la casa de Durran! ¡Rudaba no se negó cuando Baba Musa le pidió que nos ayudara! Estaba gritando, y a esas alturas Jana ya había perdido la batalla para mantener la calma. -¿Cómo habría podido negarse cuando usted es el rey y se encontraba herido? Pero cuando me vio a mí, naturalmente supuso que yo haría ese trabajo, y ella quería regresar a casa para estar con su nueva nieta. -Habrá alguna otra mujer que... -¿Realmente piensa que ustedes los príncipes tienen derecho, con sólo chasquear los dedos, a que cualquiera de sus súbditos deje lo que está haciendo para servirles como un esclavo? ¡Usted no es sólo arrogante... es un puro anacronismo histórico! ¿Esta gente tiene unas condiciones mucho peores que la de la ciudad! ¡El agua la tienen que transportar en cubos, desde el río! ¡Es un trabajo terrible! -¡Lo sé perfectamente! -gritó Omar-. ¡Es por eso por lo que le pedí a Rudaba que viniera! ¡Porque ese trabajo era demasiado duro para usted! Pero Jana no le hizo caso y siguió adelante con sus recriminaciones: -¡Además, Rudaba tiene que pastorear sus cabras, cuidar a su hija enferma y a su nuevo bebé, y cultivar sus verduras! ¡Y probablemente todas las demás mujeres estén haciendo lo mismo! En serio, Omar, ¿hasta tal punto valora sus propias necesidades por encima de las de esta gente? -¡No es propio de las princesas dedicarse a tales tareas! -¡Bueno, pues si eso es una insinuación para que yo me encargue de todo el trabajo, olvídelo! Escaneado y corregido por Sopegoiti
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¡Yo tampoco soy una esclava! Ahora mismo comemos todos, y en mi opinión esto hará que Masha y Kama aprendan rápidamente a valorar cualquier tipo de trabajo físico. Y aprenderán así a sentir tanta compasión como respeto por sus criados en el futuro. -¡Lo aprenderán sin tener que, pasar por eso, ana! Yo se lo enseñaré -gruñó, y la tuteó por primera vez. ¡Tú también eres descendiente de reyes! No es conveniente que andes por ahí cargando cubos de agua y encendiendo chimeneas como una... como una... El hecho de que no pudiera encontrar las palabras adecuadas en inglés lo puso aun más rabioso. De cualquier forma, Jana volvió a interrumpirlo: -¡No me digas lo que es conveniente o lo que no lo es! -le gritó furiosa-. Mi madre no pensaba que fuera conveniente que trabajara para ti. Y si hubiera hecho caso a todos lo que me hablaban de lo que era conveniente para mí, ¡ahora mismo estaría casada con el hombre más aburrido del mundo! Ahora, si no te importa y dadas las circunstancias, considero que es perfectamente conveniente para mí fregar los platos... ¡ya que se me está enfriando el agua del barreño! Y se volvió hacia el barreño para empezar a la lavar la vajilla con movimientos enérgicos, furiosamente. Omar abrió mucho los ojos, y luego los entrecerró. No estaba acostumbrado a que lo contradijeran de una manera tan abierta, y mucho menos a que lo despacharan con cajas destempladas. Le puso una mano en el hombro para obligarla a que lo mirara. -Yo... -empezó a decir, pero Jana le tendió un trapo de secar-. ¿Qué es esto? -preguntó tenso. -Un trapo de cocina; se usa para secar platos. Espero que no te hayas olvidado de que te comprometiste a efectuar la parte del trabajo que les correspondía a Masha y Kamala. La mirada de Omar se oscureció perceptiblemente mientras ella hablaba. Levantó una mano y Jana se calló, viendo cómo le arrebataba el trapo para lanzarlo aun lado. -¿Has terminado? -le preguntó, tomándola de los hombros. Y lentamente, mientras se miraban a los ojos con una extraña intensidad y ella entreabría levemente los labios, todo cambió. La furia de Jana se transformó en un sentimiento completamente distinto: podía sentir oleadas de calor abrasándole las manos, el corazón, el vientre y los senos. Dos llamas, pero no de cólera, fulguraron en los ojos oscuros de Omar. Jana era consciente de la inevitabilidad con que su cuerpo se acercaba al suyo, pero si él llegó a acercarla hacia sí, o fue ella quien lo hizo, nunca llegó a saberlo. -Janam -susurró. -Omar -gimió ella, estremeciéndose ante la apasionada mirada de sus ojos. Fue entonces cuando se abrazaron impelidos por un ansia y un deseo abrumadores. Jana sentía la sangre arder en sus venas, y sus labios reaccionaron con idéntica necesidad al requerimiento de los suyos. Omar deslizó una mano por su cuello y le levantó la barbilla para profundizar su beso... -¡Baba! ¡Baba! -los gritos fueron acompañados de pasos en el entablado de la terraza, acercándose a la cocina. Fue la pequeña Masha quien entró-. ¡Baba Musa ha venido, Baba! Por favor, ¿irás a pescar con nosotras? Omar se apartó cuidadosamente de Jana. -Mi pierna todavía no me permite subirme a un bote, Masha-le explicó con tono suave, y tras un breve diálogo la niña volvió a salir. Un momento después la oyeron gritar: Escaneado y corregido por Sopegoiti
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-¡Baba naymiayad! ¡Papá no puede acompañarnos! Jana emitió un profundo suspiro, mirando a todas partes excepto a Omar. Luego escuchó su voz, controlada y distante, como era habitual en él: -Lo lamento, Jana. No volverá a suceder otra vez... -Omar... El príncipe levantó una mano, y las palabras murieron en los labios de la joven. Pero lo único que hizo él fue recoger el trapo de cocina de la mesa. Volvió la cabeza y su oscura mirada no expresó absolutamente nada. -Terminemos ya con estos platos -murmuró el príncipe Omar.
El deseo sexual por una mujer no era algo ajeno a Omar. Pero no estaba acostumbrado a que lo asaltara de una forma tan inesperada... e incontrolable. No le agradaba. Creía que los sentimientos que lo habían abrumado respecto a Jana eran el simple resultado de un período de abstinencia: nada más. Y no se serviría de aquella situación para aprovecharse de ella. En el futuro, debería tener más cuidado No se permitía pensar que lo que sentía era algo más que un simple deseo sexual por la profesora de sus hijas. Jamás admitiría algo parecido. De todas formas, ansiaba fervientemente, como nunca antes lo había hecho, la llegada de Ashraf Durran. A Jana también se le estaba haciendo intolerable aquella prolongada estancia. Cada vez le resultaba más difícil estar con compañía de Omar. Era como si su beso hubiera despertado algo extraño en su interior, algo que seguía anhelando. Anhelaba su contacto, ansiaba volver a ver aquella llama en sus ojos. Que volviera llamarla «alma mía» con aquella voz ronca, ávida. Pero resultaba evidente que Omar estaba decidido a que aquello no volviera a repetirse jamás. Mientras Omar se curaba de sus heridas, Jana descubrió que, a pesar de lo que considerara conveniente o no para las princesas, era perfectamente capaz de valerse por sí mismo. De hecho, sabía cocinar; y además, desde el primer día que bajó a la cocina, los cuatro habían lavado juntos los platos. Jana aprovechaba aquellos momentos para enseñarles a las princesas canciones en inglés. A las niñas les encantaba, y la joven no vio razón alguna para cambiar aquella dinámica estando presente el príncipe. Al principio no se unía a ellas, hasta que en cierta ocasión Kamala le preguntó: -¿Por qué no cantas con nosotras, Baba? ¡Así sería más divertido! -¿Mas divertido? -repitió el príncipe, parpadeando asombrado. -Cuando tú no cantas no es tan bonito -comentó gravemente Masha, apoyando a su hermana-. ¿Es que a ti no te gusta cantar, Baba? Estaba contra las cuerdas. Nunca en toda su vida se había sentido tan acorralado por sus propias hijas, pero, evidentemente, tampoco nunca había estado en un contacto tan constante con ellas. -No conozco la letra -protestó Omar.
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-¡Pues nosotros te la enseñaremos, como Jana Khanum nos la enseñó a nosotras! insistió Masha, contenta de haber descubierto la raíz del problema. Y con voz cantarina empezó a entonar una canción de los Beatles-: La la la la... Para su propia sorpresa, Omar se echó a reír. -¿Qué significan esas palabras: obladi, oblada? -¡Nada, Baba! -gritó Masha, deleitada-. ¡Jana Khanum dice que sólo son sonidos! Omar lanzó una mirada a Jana por encima de las cabezas de sus hijas. -¿Esto forma parte de la enseñanza de inglés? -inquirió divertido. -Sí, al fin y al cabo es cultura occidental -respondió, dirigiéndose luego a las niñas-: ¿Le enseñamos a Baba una canción entera? -¡Sí! -gritaron al unísono-. ¿Te gustaría, verdad, Bada? -le preguntó Masha. En aquel instante Omar estaba secando un cuenco. Bajó la mirada a su hija, y vio que lo estaba mirando con absoluta confianza y adoración. -Sí -cedió, antes que decepcionarla-. Claro que me gustaría. Jana se había acostumbrado a despertarse cada mañana cuando los primeros rayos de sol alcanzaban el lago. Como las mujeres de las aldeas del valle, tenía mucho trabajo que hacer a lo largo del día. La mayor parte del agua caliente procedía de un tanque que calentaban con fuego de leña en el exterior. Cuando era necesario, había que encender el fuego y llenar el tanque a cubos recogidos en el pozo. El agua caliente para lavar ropa o para los baños también se transportaba a base de cubos. Un día descubrió que Omar tenía en su dormitorio una buena provisión de ropa, mucha de ella occidental, como camisetas y vaqueros. -Me gustaría incautarte algo de ropa -le dijo aquella misma noche, una vez que las niñas ya estaba acostadas. -¿Incautarme ropa? -repitió, ya que desconocía el significado de aquella palabra. Jana tuvo que explicárselo: -Bueno, eso sucede cuando un ejército tiene que apropiarse de algo que no es suyo, una barco privado, por ejemplo... para utilizarlo en una guerra. -¿Y para qué guerra necesitas mi ropa? -Para la guerra contra la desnudez de todas nosotras -respondió Jana, riendo-. He encontrado algo de ropa de las niñas de cuando estuvieron aquí antes, pero a Kamala se le ha quedo pequeña. Parte de la ropa de Masha ahora le queda bien a Kamala, pero Masha y yo padecemos bastante escasez... -le enseñó los pantalones rotos que estaba intentando remendar con un retal de otra prenda de Kamala-. Las niñas podrían llevar tus camisetas como vestidos. y con un cinturón yo probablemente podría llevar tus pantalones.... y algunas camisas más serían realmente una bendición. -Utiliza toda la ropa que quieras, Jana, con toda libertad -le dijo Omar, consciente de que aquel pensamiento le provocaba un extraño placer. Había muchísimos peces en el lago. Un día Jana decidió incorporarse a una de las expediciones de pesca de Baba Musa. -¿Por qué? -le preguntó Omar, frunciendo el ceño. -No he vuelto a pescar desde que tenía la edad de Kamala. Además, creo que es algo que yo... en realidad, todo el mundo, debería saber hacer. Escaneado y corregido por Sopegoiti
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Omar estaba sentado en el suelo, a su lado, mientras Jana buscaba gusanos y otros insectos para cebar el anzuelo, con una especie de nostálgico placer. Hacía muchísimos años que no había vuelto a hacer aquello, desde que pasó unas maravillosas vacaciones en compañía de su tío, antes de la ruptura de sus padres. -Después de todo, si como peces... ¿por qué no habría de saber pescarlos? Iba descalza, y llevaba una camisa con un nudo en la cintura y vaqueros cortos. Sus largas y esbeltas piernas estaban muy bronceadas, de tantos días pasados al sol. Omar observaba sus esfuerzos con intenso placer. Un mechón rizado había escapado del moño con que se había recogido la melena en lo alto de la cabeza. -Según ese razonamiento, deberías pedirle a Baba Musa que te enseñara a ordeñar cabras. -Bueno, creo que terminaré haciéndolo si me quedo mucho más tiempo aquí -repuso Jana-. En todo caso, él dice que es muy fácil. -¿Ya se lo has preguntado? Omar se echó a reír. Hacía tiempo que no se reía con tantas ganas, con tanta libertad y despreocupación. En un gesto inconsciente, extendió una mano para recogerle el mechón de pelo que se le había soltado del moño. Jana se quedó paralizada, esperando su contacto con el aliento contenido. Fue en ese mismo instante cuando Omar se dio cuenta de lo que iba a hacer, y retiró la mano. -Bueno, en todo caso... -dijo bruscamente Jana, levantándose y sacudiéndose el polvo de las piernas-... ¡hoy toca pescar! -tomó la pequeña lata con los gusanos que había recogido y le sonrió. Pero era una sonrisa fría, forzada: la confianza y naturalidad de hacía unos segundos había desaparecido. Omar fue consciente de aquella punzada de tristeza. Pero no podía ser de otra forma. Omar estaba sentado en la terraza cuando la expedición de pesca volvió a la costa. Había estado oyendo sus gritos de alegría o de decepción durante las primeras horas de la tarde, y en aquel momento Jana, Masha y Kamala se dirigían a su encuentro, exhibiendo orgullosas las piezas capturadas. -¡Baba, Baba, he pescado otro pez! Estaban todas mojadas y llenas de barro, y tan felices como las cabras que pastaban al otro lado de las montañas. Omar se levantó para acercarse a la barandilla. -¿Cuántos habéis pescado? -¡Baba Musa cuatro, Kamala uno y yo dos! -respondió Masha. -¿Y cuántos ha pescado Jana Khanum? -¡Ninguno, Baba! ¡Dijo que eso era muy... frustrante, Baba! ¡Todo el mundo pescó algo menos ella! -Pobre Jana Khanun -se burló Omar, sonriendo. Se le ocurrió pensar entonces que nunca antes había visto a sus hijas tan sucias. Pero tampoco tan libres, tan despreocupadas, tan felices. Casi se había olvidado de que existía todo eso. ¿Tan decidido había estado a darles a sus hijas la educación que ni su madre ni él habían tenido... que se había olvidado de otras necesidades que eran tanto o más importantes?
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¿O simplemente había despreciado la felicidad como algo que jamás podrían disfrutar aquellos que debían reinar? Él mismo no había sido feliz desde el día que se casó, doce años atrás. En aquel entonces había aceptado el matrimonio como un deber: su madre le había dicho que lo era, y él la había creído. Cuando aquello se reveló como una unión profundamente desgraciada para los dos, Omar lo asumió como el precio a pagar por haber nacido para reinar. Evidentemente había aplicado aquel mismo pensamiento a la educación de sus hijas. Pero en aquel momento, viéndolas a las dos tan felices, tan alegres, no podía creer que fueran a ser peores gobernantes por haber experimentado placeres tan sencillos. ¿Cómo podía pensar algo así? Era ridículo. A pesar de ello, y hasta ese momento, era algo que había creído a pie juntillas: «aquellos que gobiernan no tienen derecho a pensar en la felicidad». Algo en su interior parecía haberse resquebrajado, roto. Una de las cadenas que habían aherrojado su corazón. Cuando logró bajar trabajosamente al piso inferior, Baba Musa ya se había ido y Jana estaba limpiando los peces mientras las princesas observaban su trabajo con interés. El cuchillo era romo, casi no tenía filo, y tenía las manos y brazos pringados de sangre y vísceras. -¿Por qué Baba Musa no se ocupa de esto? -inquirió Ornar. -¡Porque yo le dije que no era necesario! -¿Esa es otra de esas cosas que todo el mundo debería ser capaz de hacer? -Desde luego -le espetó Jana. En honor a la verdad, le habría gustado aprender aquella actividad cualquier otro día, pero sabía que Baba Musa tenía ganas de regresar a su casa. Se encontraba cansada y le estaba costando muchísimo terminar de limpiar los peces. Para colmo, era una tarea notablemente desagradable. -¿Puedo hacerlo yo? -le preguntó Omar con tono suave. -¿Está hablando el mismo hombre que desaprueba incluso la actividad de pescar? ¿Sabes cómo se hace? -Claro que sí. Además, a los hombres no les desagradan tanto estas cosas. Jana levantó los ojos al cielo, irritada por aquel comentario. y continuó con su tarea. -Aquí hay cuatro pescados -observó Omar-. Uno de Kamala y dos de Masha. ¿Quién pescó el cuarto? Jana lo ignoró, y Masha se apresuró a responder: -¡Baba Musa nos regaló uno de los suyos, Baba! Para que todos tuviéramos uno para cenar. -Qué amabilidad por parte de Baba Musa -comentó el príncipe-. Le darías las gracias, por supuesto. -Sí, Baba -contestaron las niñas a coro. -¿Tú pescaste un pez para mí, Masha? Omar se sorprendió de la expresión de adoración con que lo miró su hija. -Sí, Baba -respondió con una tímida sonrisa. -Estará delicioso -repuso, y le acarició la mejilla, mirándola con ojos brillantes. -Me gusta pescar para ti, Baba. -¡Pobre Jana Khanum! -exclamó Omar volviéndose hacia Jana, que seguía esforzándose en limpiar el pescado-. Ella no ha conseguido pescar ni un solo pez para sí. ¡Es una suerte que Baba Musa sea tan generoso!
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-¡Maldita sea! -gritó Jana cuando se golpeó en una mano con el cuchillo romo. Afortunadamente, no se cortó. -Tenías razón, Jana: ésta es una actividad muy educativa -observó Omar-. ¿También consideras necesario enseñarnos a jurar en inglés? Omar ya casi no recordaba haber hecho un chiste antes. Al ver cómo se reían sus hijas y que Jana esbozaba incluso una media sonrisa, sintió en su interior los primeros indicios de una libertad... cuya existencia hasta entonces había ignorado.
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Capítulo Once Dos días después, Jana se despertó al oír unos golpes en la ventana de la terraza. Era Omar. Súbitamente alarmada, saltó de la cama y corrió a abrirle la puerta. Iba vestido con, una camiseta y vaqueros y parecía encontrarse perfectamente. -¡Omar! -exclamó, preocupada-. ¿Qué es lo que sucede? -detrás de él vio que el cielo estaba todavía oscuro y que las primeras luces del alba apenas despuntaban por las montañas-. ¿Qué hora es? -Las cinco y media. No pasa nada malo. ¿Te importaría vestirte y venir conmigo? Tengo algo que enseñarte. Aquello le recordó que apenas estaba vestida con una camiseta larga. -De acuerdo. ¿Cinco minutos? -Necesitarás calzarte -le advirtió Omar. Jana cerró la puerta y se vistió a toda velocidad. Cuando bajó las escaleras Omar ya estaba en la cocina, echándose al hombro una pequeña mochila. Salieron en seguida y caminaron por un sendero que llevaba al río. Jana había llegado hasta allí, pero luego daba un giro y ascendía colina arriba, bordeándolo, por un lugar que ella no conocía. El camino era rocoso y algo difícil, pero Omar no daba señal alguna de resentirse por la pierna. Preocupada, no dijo nada. Iba a hacer otra hermosa mañana, y el sol asomaba en aquel instante por las cumbres de las lejanas montañas del otro lado del lago. Al cabo de unos veinte minutos llegaron a una especie de abrigo rocoso, al pie del cual habían crecido algunos árboles aprovechando un remanso del río. Allí se detuvo Omar y dejó la mochila en el suelo. Luego se inclinó, apartó una lona y Jana descubrió una caja metálica, de color verde, cerca de una gran roca... y una larga caña de pescar apoyada encima. La joven lo miró sin comprender por un momento. Fue al cabo de unos segundos cuando lo entendió todo. -¡Omar! -gritó indignada. -Tuviste tan mala suerte pescando que pensé que te gustaría intentarlo con un equipo adecuado. ¡Omar! -gritó de nuevo. -Silencio, vas a asustar a los peces. A primera hora de la mañana, éste es un lugar ideal para pescar -añadió con tono tranquilo-. Seguro que aquí pescas algo. ¿Quieres que te enseñe? Y dicho eso agarró la caña y se acercó a la ribera. Jana lo siguió, algo ofendida. -Las truchas de este río son deliciosas -le comentó Omar mientras enganchaba una mosca de colores al anzuelo. -Omar, tú... tú... ¿cómo has podido hacerme esto? -le preguntó Jana, empezando a reír. -¿Hacer qué? ¿Qué es lo que he hecho? -la miró con una expresión de divertida ternura que terminó por conmoverla. -¡No te hagas el inocente conmigo! Sabes perfectamente que tú... ¡y me dejaste que limpiara sola todos esos peces! ¡Supongo que serás un verdadero experto! -¡Pero si se trataba de una actividad educativa! Y me ofrecí a limpiar los peces. Pero tú te negaste -le recordó-. Bueno, pues hoy te ofrezco unas clases de pesca. Observa bien. Escaneado y corregido por Sopegoiti
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Aunque se estaba esforzando por dominar el deseo que sentía por ella, Omar todavía no había advertido que el placer que le proporcionaba su compañía era igualmente peligroso. Y tampoco había percibido lo mucho que él mismo estaba cambiando. En cuanto a Jana, cada vez se sentía más atraída por Omar. Y nada la había preparado. para sentir una atracción semejante por un hombre que no podía corresponder a sus sentimientos. Se deslizaba desesperadamente entre el gozo y el desengaño; mientras tanto, atesoraba como podía los momentos de felicidad que él pudiera ofrecerle. -Advierte que lanzo el anzuelo al fondo, y dejo que la corriente arrastre la mosca hasta las aguas tranquilas -le comentó en ese instante Omar-. El pez come en esas aguas. Jana observó atentamente sus movimientos hasta que él le preguntó: -¿Te gustaría intentarlo? La joven tomó la caña y se acercó a la ribera. Omar estaba muy cerca de ella, y sólo entonces, cuando un intenso calor invadió su cuerpo, empezó a darse cuenta de que el impulso que había seguido aquella mañana había terminado por traicionarlo. -Ahora mantenlo así, bien, bien... Jana aprendía rápidamente. Omar podía ver que tenía una especie de inteligencia natural para gran número de actividades físicas, y sus pensamientos derivaron hacia un rumbo incontrolable. Se preguntó quién la habría iniciado en el sexo y si también en eso habría aprendido con rapidez. Observó entonces que la mosca se levantaba del agua y se hundía de nuevo, y luego la sonrisa de triunfo de Jana cuando vio el pez que había mordido el anzuelo. Ornar miró sus largas y bronceadas piernas; sus vaqueros cortos, que se adaptaban perfectamente a su trasero; sus senos altos y redondeados... Se preguntó cómo sería acunarlos con sus manos... Ya conocía el embriagador sabor de su boca de labios rojos y llenos. Sus ojos brillaban de vida, y mientras la miraba intentó imaginarse cómo sería estar dentro de ella, enloquecerla de deseo... Tuvo que esforzarse en refrenar aquellos pensamientos. Jana pescó cuatro pequeños peces en rápida sucesión. -Creo que ya es suficiente para cenar comentó sonriente. -Pescaremos uno o dos más para la cena de Musa -le dijo Omar, disponiéndose a tomar la caña-. Le encantan las truchas. Pero sincronizaron mal sus movimientos. Jana se adelantó a entregarle la caña y resbaló en el barro. Perdiendo el equilibrio, se agarró instintivamente a Ornar. Pero él ya se había adelantado a su vez para tomar la caña, y al ver que ella la soltaba, su impulso natural fue agacharse a recogerla; dificultados sus movimientos por su pierna herida, también perdió el equilibrio. Jana emitió un grito y Omar se volvió hacia ella, abrazándola contra su pecho... mientras caían juntos al agua. Estaba terriblemente fría. De inmediato Jana intentó hacer pie y se esforzó por separarse, pero él se lo impidió.. -¡Omar! -protestó, con los senos apretados contra su pecho. El no contestó y ella lo miró fijamente a los ojos, en los que se dibujaba una extraña, inescrutable expresión. Suspiró lentamente mientras sentía cómo se le aceleraba el corazón. Omar la sostenía sin moverse, cautivándola con el hechizo de su mirada. Sus brazos se tensaron en torno a su cintura, y se oscurecieron sus ojos verdes como el mar.
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Inconscientemente, Jana entreabrió los labios. La invadía un profundo, devorador anhelo que apenas reconocía como propio. Sabía que Omar también lo sentía, lo compartía... quizá fuera él quien se lo había contagiado. Sintió cómo la estrechaba con fuerza contra su pecho mientras bajaba la cabeza para besarla... -Omar -gimió. Como si esa palabra lo hubiera despertado de un sueño, se quedó inmóvil En sus ojos, muy abiertos, Jana leyó una expresión semejante al miedo. Veía y sentía en su cuerpo una enorme tensión, hasta que la soltó lenta, dolorosamente, como si necesitara de toda su fuerza de voluntad para hacerlo. Jana logró hacer pie. Estremecida, se dispuso a salir del agua. La caña se había detenido en unas rocas, pocos metros más abajo, y Omar la recogió, lanzándola a la ribera antes de salir del agua. Evidentemente su pierna se resentía; Jana le ofreció una mano para ayudarlo a salir del río. -Gracias -le dijo con tono formal. Jana se concentró en retorcer los faldones de su camisa para escurrir el agua. La expresión de Omar era absolutamente impersonal. -Creo que será mejor que nos vayamos -le dijo, muy tranquilo-. Hemos espantado a todos los peces. Y empezó a guardar los aparejos de pesca con exquisito cuidado. Jana se mordía el labio, bajando la mirada. Después de esconder la caja en el abrigo rocoso, emprendieron la vuelta. Así que iba a fingir como si nada hubiera pasado... pensaba Jana. Quiso decirle lo que opinaba de todo aquello, pero se calló. ¿Qué era lo que había sucedido, al fin y al cabo? Resignada, lo siguió por el sendero. Se dijo que Omar era un hombre de carácter. Y tremendamente atractivo. Incluso en aquel río helado, había bastado su contacto para hacerla arder de calor. En aquel salvaje momento le habría dado cualquier cosa que él le hubiera pedido... Pero Omar había decidido no tomar nada. Quizá se había mostrado bondadoso con ella, ahorrándole las consecuencias de lo que tal vez para él no fuera más que un simple interés pasajero. Quizá para Omar aquello no fueran más que los efectos de una abstinencia sexual... Pero para ella era mucho más que eso. Amaba a Omar. Estaba profunda y desesperadamente enamorada de él. Aquel día Baba Musa y dos compañeros vaciaron varios sacos de carbón en un recipiente de madera, y por la tarde Omar sacó una parrilla del almacén y se dedicó a asar las truchas en barbacoa. -¡Están absolutamente deliciosas! -exclamó Jana. -¡Están absolutamente deliciosas, Baba! -repitieron al unísono las niñas, y Kamala añadió-. A mami le gustan, ¿verdad, mami? Un profundo silencio siguió a sus palabras. Jana se ruborizó, aunque sabía que no tenía por qué hacerlo. Masha también. Kamala simplemente las miró sorprendida. -¡Ssshh, Kamala! -la recriminó Masha. Omar terminó de masticar un bocado y preguntó con naturalidad: -¿Quién es «mami», Kamala? La niña parpadeó asombrada, y abrió mucho los ojos. Masha le dijo algo al oído, y la niña bajó la cabeza. -¡Estábamos jugando a un juego, Baba! -exclamó Masha, desesperada-. ¡Era a causa del bandido Jalal! Escaneado y corregido por Sopegoiti
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Omar no pudo menos que sonreírse: -¿Qué tiene que ver el bandido Jalal en todo esto? Tres voces a la vez se apresuraron a explicárselo. Cuando las princesas vieron que Jana salía en su defensa, sin embargo, se callaron de inmediato y la dejaron hablar a ella: -Cuando los bandidos nos perseguían, les dije que si nos capturaban ellas deberían fingir que eran extranjeras, y hablar solamente en inglés. Decidieron que simularían ser mis hijas, una idea realmente brillante. Así que empezaron a practicar llamándome «mami». Pero apareciste tú y nos rescataste, así que por fortuna el juego no resultó necesario. Omar asintió, comprendiendo su explicación. -¿Pero por qué hoy te han llamado «mami»? Jana se encogió de hombros. -¡Porque era muy divertido, Baba! -respondió Masha. -¿Huir de los bandidos era divertido? -¡No, eso no! Pero llamar «mami» a Jana... ¿sabes? Esa es la palabra inglesa que significa «mamá». -Lo sé -respondió Omar. -Ya nosotras nos gustaba mucho llamarla Jana Khanum Mami en vez de Jana Khanum, y eso es lo que estamos haciendo ahora. Omar desvió la mirada hacia, lana, arqueando una ceja. -Delante de mí no lo hacen, te lo aseguro -le comentó la joven. -¡No, sólo cuando hablamos las dos de ella! Sólo la llamamos así en pri... en pri... -En privado -la ayudó Jana. -Entiendo -repuso Omar, sombrío.
Al día siguiente, Baba Musa y Omar subieron al todo terreno y estuvieron ausentes durante un par de horas. Regresaron con dos metralletas, que guardaron cuidadosamente en la cocina. Cuando Baba Musa se llevó a las princesas a pescar, Jana encontró a Omar en la cocina, limpiando y engrasando las armas. Al lado tenía una gran caja de municiones. -¿De dónde habéis sacado eso? -De mi helicóptero. Allí abajo estaba demasiado cerca de los dominios de Jalal... y quería recuperar cualquier cosa que pudiera resultarle útil. - Jana se alarmó de inmediato. Aquél no era el motivo; estaba segura de ello. O, al menos, no era el único. -Creí que habías dicho que Jalal nunca se atrevería a acercarse a las montañas a causa de la enemistad de las tribus. -De todas formas, es mejor que estas armas estén aquí que allí. Las cosas pueden cambiar. Puede que llegue a algún acuerdo con alguna tribu... eso nunca se sabe. Jana permaneció en silencio, reflexionando sobre su explicación: -Si Jalal puede llegar hasta el helicóptero... entonces no tendrá ningún problema para acercarse hasta aquí. Ornar no lo negó, y levantó la mirada mientras seguía limpiando una de las metralletas -¿Sabes manejar un arma, Jana? _Nunca he manejado una de éstas -respondió al cabo de un largo silencio-. Mi padre me enseñó a disparar con un rifle normal. ¿Me enseñarás?
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-No es difícil -asintió satisfecho, y se levantó para entregarle la metralleta, de la que le sacó el cargador-. Aquí están las balas, se cargan así... y así. Ahora tienes que levantar esta palanca, y ya está lista para disparar-. Un día iremos fuera para que practiques. -Omar, ¿por qué no viene Ashraf Durran? -No lo sé -mintió. -¿Qué probabilidades hay de que Jalal llegue hasta aquí? -Eso tampoco lo sé.
Jana había empezado a fantasear y a hacerse ilusiones, y el hecho de que las princesas la llamaran «mamá» estaba estimulando todavía más sus secretos anhelos. Y sabía que debía poner fin a aquello. Pero eso era más fácil de decir que de hacer. ¿Cómo había podido ocultarse a sí misma el sentimiento que explicaba la atracción que sentía por Omar? Ahora que era consciente de ello, le parecía algo devorador, destructivo. La necesidad física que sentía por él poseía una potencia sencillamente abrumadora. No podía pasar a su lado sin verse arrastrada por el, ansia de tocarlo. Y podía intuir cuándo y en qué momento la estaba observando. Si estaba jugando en la orilla del lago con las princesas, o en el agua enseñándolas a bucear, y sentía de pronto que su cuerpo languidecía de deseo... no tenía más que alzar la mirada para sorprenderlo contemplándolas desde la veranda. Soñaba, pero tenía muy pocas esperanzas. Omar ya no mostraba el más mínimo interés físico por ella. Jana pensaba que, para él, aquella atracción no se había debido más que a una simple mezcla de proximidad y abstinencia. Y parecía dispuesto a que eso no volviera a repetirse. Suponía que debería estarle agradecida por ello. Su contrato terminaría al cabo de un año. Probablemente sería mejor para ella que no se marchara de aquel emirato siendo una exconcubina más del príncipe Omar Durran ibn Daud.
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CAPITULO 12 -¿Por qué no viene nadie? -le preguntó finalmente ]ana, desesperada, a Omar. La princesas ya estaban acostadas. Jana y Omar estaban sentados, trabajando a la luz de la vela. Ella cosiendo, y él reparando la soga del cubo de la despensa-nevera. -¿Del palacio, te refieres? -¡Sí, la primera noche que llegamos aquí les enviamos un mensaje con las bengalas! ¿Por qué tardan tanto? -El problema es el mensaje que les enviamos -repuso Omar, suspirando. Ante el tono reacio de su voz, Jana se volvió para mirarlo fijamente. -¿Qué quieres decir? -¿Recuerdas que te di tres bengalas para disparar? -Sí, y una falló. Pero las otras no. ¡No pudieron haber dejado de verlas! -Evidentemente. Sin embargo, dos bengalas quieren decir: «todo bien. No haced nada hasta una próxima orden». -Oh, Dios mío. ¿Y tres qué habrían querido decir? -«Emergencia». Si hubiéramos disparado las tres, Ashraf Durran habría venido en seguida con un helicóptero, o camiones, y suficientes hombres armados para disuadir cualquier intento de Jalal por acercarse. -¡Dios mío! -exclamó Jana de nuevo, aterrada. Había un motivo más para sus temores: ¿cuánto tiempo más podría resistir viviendo con Ornar sin revelarle sus sentimientos?-. Entonces... ¿qué se supone que debemos hacer? ¿Esperar aquí? ¿A qué? -A la mañana siguiente envié un mensajero a través de Baba Musa. Pero el hombre sólo disponía de una mula, y tenía que recorrer muchos kilómetros de desierto para llegar hasta el palacio. -¿Por qué no me lo dijiste? -le preguntó, furiosa-. ¡Podría haber tomado el todo terreno y en un día me habría colocado allí! -Jana, el todo terreno no tiene suficiente gasolina quizá ni siquiera para llegar a una gasolinera. ¡Y tú lo sabes! -¡Lo habría intentado de todas formas! -Es precisamente por eso por lo que no te lo dije. Porque eres impulsiva y cabezota, y te habrías embarcado en un viaje semejante sin que yo hubiera podido impedírtelo -replicó Omar. -¿No crees que ese mensajero, aun a pesar de viajar a lomos de mula, ahora mismo podría haber llegado a palacio? -Es difícil decirlo. Hace mucho calor. Y la gente de la montaña no está habituada a viajar por el desierto. -Yo aún podría ir. -No -declaró Ornar, rotundo-. Es demasiado peligroso. Jalal sabe que todavía estamos aquí. Investigaría cada vehículo que viese por la carretera. -Saldría de noche... de esa manera atravesaría el territorio de Jalal antes de que. amaneciera. Aún puedo ir. Podría salir esta misma noche -hizo a un lado los pantalones que estaba remendando-. Podría salir dentro de un par de horas, incluso: -No seas loca. ¿Crees acaso que no te localizaría por las luces?
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-La luna está casi llena -insistió. De repente, una vez que la salida parecía posible, se daba cuenta de la urgencia con que necesitaba salir de allí. Quedarse en el lago para enamorarse cada vez más profundamente de Omar era como una forma lenta de suicidio-. Podría conducir sin luces. La carretera destaca tanto contra la blancura del desierto que no me resultaría difícil. Ornar estaba perdiendo la paciencia, y sabía que eso, con Jana, siempre le producía fatales resultados. -El tema está cerrado. Jana saltó como un resorte de su silla: -¿Y si tu mensajero no lo consigue? ¿Qué defensa tendremos si Jalal decide venir aquí detrás de nosotros? ¡Quiero correr el riesgo! ¡Quiero ir! Ornar también se levantó para enfrentársele. -Siéntate y cállate de una vez -le ordenó. Podía aspirar su perfume, dulce, denso... -Tú... -¡No voy a dejarte ir! -le gritó-. ¿Entendido? -¡No tienes derecho a obligarme a que me quede aquí! -chilló Jana, con los ojos llenos de lágrimas. Levantó las manos y, casi de manera involuntaria, Ornar la agarró con fuerza de las muñecas. Jana aspiró profundamente, perdió el equilibrio y se acercó peligrosamente a él. Por el escote de su camisa, Ornar alcanzó a ver sus senos desnudos; esa noche no llevaba sostén, y el pensamiento de acariciar aquella piel tersa lo asaltó de una forma abrumadora, imposible de resistir. -¿Que no tengo derecho? Si él te toma como rehén ¿qué crees que exigirá a cambio? -le preguntó Ornar, sepultando su deseo bajo la furia-. ¿Dinero de tu padre? ¡Eso no es lo que él quiere! ¡Me exigirá concesiones a mí! ¡Tierras, territorios: eso es lo que quiere! ¡De mí y de mis hermanos! ¿Crees que puedo permitirme cederle un rehén como tú? ¡Estás aquí como resultado de tus propias acciones y debes asumir las consecuencias! ¡No me eches la culpa a mí! El contacto de sus manos era demasiado para Jana. Su furia desaparecía por momentos para ser sustituida por un violento deseo. -¡Yo no te culpo, Omar! ¡No te culpo de nada de lo que ha sucedido! Echó hacia atrás la cabeza, ofreciéndole su fino cuello bronceado, entregándose inconscientemente a sus caricias. Con un gemido de desesperación, Omar le soltó las muñecas y la estrechó entre sus brazos, besándola con pasión. Jana emitió un grito que era a la vez de alivio y de ansia, y enterró los dedos en su pelo. Comprendiendo que aquello era sencillamente inevitable, Omar la obligó a levantar la cabeza y la miró a los ojos. -Te tomaré, Jana. -Sí -gimió, sonriendo y suspirando como si hubiera esperado toda una eternidad a que pronunciara aquellas palabras-. ¡Sí, Omar! La besó en los labios y cayó luego de rodillas en la alfombra, arrastrándola consigo. Allí quedaron tumbados, abrazados, Omar inclinado sobre ella admirando su belleza a la temblorosa luz de la vela. -¿Este lecho será lo suficientemente blando para ti? -le preguntó. La ternura de su tono la conmovió profundamente, y comprendió que estaba absolutamente a salvo con él. Asintió, sonriendo. Su melena rojiza se derramaba sobre la alfombra alrededor de su rostro, brillando como si fuera cobre fundido.
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Por un instante Omar se vio asaltado por una confusa mezcla de sentimientos: Deseo , pasión, y la ternura más exquisita que había experimentado jamás. «Primero envía un mensajero a tu esposa», recordaba que había dicho el Profeta. Y cuando le preguntaron de qué mensajero se trataba, contestó: «un beso. Una caricia». No sabía por qué había evocado aquel viejo adagio precisamente en aquel momento. Aún no entendía lo evidente: porque en su corazón, Ya la había hecho su esposa. Pero se inclinó sobre ella con un gozo en el corazón que nunca antes había sentido, y aunque jamás había sentido un deseo tan intenso por mujer alguna, los besos que depositó en sus labios, en sus mejillas y en sus párpados, fueron como la caricia de la más fina seda. Ansiaba desesperadamente lo que ella le ofrecía. Refrenarse, sin embargo, era un dolor que le causaba placer. Jana temblaba ante el más leve roce de sus labios sobre su piel. Lenta, suavemente, Omar fue desabrochándole los botones de la camisa para abrírsela del todo. Perdió entonces el aliento a la vista de sus senos desnudos, tan redondeados, tan firmes, con sus delicados pezones ya endurecidos. Jana se estremecía de gozo bajo las sensaciones de sus suaves labios y de la aspereza de su barba sobre su piel. Sus manos eran fuertes, firmes y tiernas al mismo tiempo. Sosteniéndole la cabeza, entreabrió los labios cuando él volvió a besarla apasionadamente. Besó su cabello oscuro cuando su boca encontró sus senos, y gimió de nuevo cuando empezó a lamerle los pezones. Segundos después Omar le desabrochó el cinturón de cuero y le bajó la cremallera de los pantalones con rapidez, descubriendo la femenina tersura de su vientre y del vello que se ocultaba debajo. No llevaba ropa interior, y Jana alcanzó a oír cómo contenía el aliento antes de susurrar: -Janam. Luego la despojó de los pantalones y los hizo a un lado, dejándola completamente desnuda a excepción de la camisa que aún le cubría los hombros y los brazos. A su vez, se quitó la camiseta y los vaqueros. Quedó ante ella solamente cubierto con el vendaje del muslo, y Jana pensó que nunca en toda su vida había visto un cuerpo tan hermoso. Su virilidad se erguía erecta, poderosa, y cuando la miró se sintió atravesada de un profundo y primitivo placer. Extendió una mano para acariciarla, saboreando su dureza y su calor, y Omar cerró los ojos, gimiendo. Su mano, también, encontró el centro de su feminidad. Sus dedos acariciaron su humedad, y hundió el pulgar delicadamente en su interior hasta que sus gemidos le dijeron lo que quería saber. Jana estaba tan excitada, tan apasionadamente hambrienta, que su contacto la puso casi de inmediato al borde del orgasmo. -¡Oh! -gritó, sorprendida de la rapidez de sus propias reacciones, y levantó las piernas para rodearle las caderas, frotándose rítmicamente contra él. Fue entonces cuando Omar ya no pudo esperar más. Con una mano le entreabrió los muslos y se deslizó entre sus piernas, hundiéndose en ella. Jana emitió un gemido y él gimió con ella. Por un momento se quedó muy quieto, apoyando los codos en la alfombra a cada lado de su cabeza, mirándola con un ansia que él mismo no acertaba a comprender.
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Jana se perdió entonces en la mirada de aquellos ojos oscuros y en la necesidad que veía en ellos; ebria de placer, gritó su nombre. Podía sentir cómo su miembro se movía en su interior, a modo de respuesta, y gritó de nuevo cuando el placer se tornó insoportable. Omar empezó a moverse violenta, implacablemente, mientras ella seguía gimiendo y gritando. No podía hacer nada excepto moverse con mayor fuerza y urgencia mientras su propia pasión y deseo lo consumían... Todo el mundo desapareció de golpe a excepción de sus ojos de mirada lánguida y de la canción de anhelo que expresaban. Omar oyó aquella misma canción en su cerebro cuanto más se iba acercando a lo que había buscado de ella. Cuando lo encontró, un sol de placer pareció explotar simultáneamente en su corazón y en sus sentidos, quemando, fundiendo, atravesando de luz y de calor cada célula de su ser. _Jana, Janam! -gritó, entregándose a ella y a su placer de una forma que nunca antes había experimentado... y cuyo secreto ya conocía. Jana era ella misma y era él: el alma de su alma.
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Capítulo Trece Omar no se conocía a sí mismo. Había sido tierno con mujeres antes, pero en realidad había simulado la ternura sin saber que era falsa. Él mismo nunca la había experimentado: siempre había pensado que no existía. Ni siquiera con sus hijas había sentido aquel extraño y fiero instinto de protección que le desgarraba el corazón, y le hacía fuerte y débil a la vez. El fuego de la estufa ya se había apagado: sólo quedaban las brasas. Le retiró el cabello de la frente, besándole delicadamente la piel aún húmeda. Jana había temblado en sus brazos, había sollozado, y él le había besado las mejillas bañadas en lágrimas, percibiendo que lloraba por los dos. ¿Por qué? Lo ignoraba. Hablaron un poco, tentativamente, acerca de nada en particular. La noche era fresca, y Jana se estremeció de frío. -Ven -le dijo Ornar, levantándose. En silencio recogieron sus ropas y él la llevó a su propio dormitorio. Luego, cuando volvían a yacer abrazados en su cama y Omar la besó de nuevo, sintió latir en su pecho una emoción tan insoportablemente tierna... que también él estuvo a punto de echarse a llorar.
Jana se despertó sola en la cama, se estiró perezosamente y sonrió, rodando al otro lado. Ornar estaba de pie ante la puerta abierta de la terraza, contemplando el paisaje. Sólo llevaba unos holgados pantalones blancos de algodón que se había atado a la cintura y a los tobillos: tal cual parecía un genio salido de una lámpara mágica. _Buenos días -le dijo ella. Omar se volvió para mirarla. -Buenos días, Janam -con el uso de aquel nombre pareció desvanecerse una extraña rigidez. En sus ojos había una expresión que jamás antes había visto. Jana se levantó de la cama y tomó la camisa que había llevado la noche anterior. Era temprano; el sol iluminaba las cabras que pasaban en lo alto de las colinas, llegando apenas al borde más alejado del lago. Omar le pasó un brazo por los hombros y la acercó hacia sí, y Jana se sintió absolutamente feliz. Nada fuera de lo normal ocurrió aquel día... excepto que cada vez que Omar la miraba, el corazón de Jana vibraba de emoción. Tanto si estaba cocinando, lavando ropa o cantando, sus ojos la seguían con una expresión mezclada de sorpresa y posesivo anhelo que la hacía brillar por dentro. Las princesas no tardaron en advertir aquel cambio, a pesar de que ninguno de los dos llegó a sospecharlo.
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Varias veces durante aquel día la llamaron «mami», sin que nadie se opusiera. Aquella misma noche, mientras lavaban los platos cantando, Kamala comentó con la sabiduría propia de la infancia: -Baba es feliz. Omar se quedó inmóvil por la sorpresa, y se volvió para mirar a su hija menor. -¡Tienes razón! -dijo al fin, abrazándola emocionado-. ¡Baba es feliz! -repitió. Kamala rió deleitada. -¡Yo también, Baba! Yo también -gritó Masha. El príncipe Omar miró a sus hijas y sólo entonces comprendió que amar a una persona era abrirle por completo su corazón.
Aquella noche, Ornar y Jana se, sentaron a charlar en la terraza mientras contemplaban el reflejo de las estrellas en el lago. Nunca antes se había sentido tan cómodo, tan libre. Al contrario que cuando estaban en el palacio, ahora sí deseaba revelarle cosas íntimas, de su pasado, historias de su vida antes de que falleciera su padre. De las visitas que había hecho de niño a aquella casa, de los tiempos más felices que alcanzaba a recordar. -Mi madre no venía aquí con nosotros. Estaba celosa, porque esta casa fue construida por la primera esposa de mi padre. -¿Cómo se llamaba? -le preguntó Jana con tono suave. -El nombre de mi madre era Goldar -respondió Omar-. Por supuesto, tenía razones para estar celosa. Mi padre sólo amó a una mujer en su vida, y todo el mundo lo sabía. La intención de Jana había sido preguntarle por el nombre de la primera esposa de su padre, la extranjera que había insistido en hacerse con un refugio para poder escapar de la rígida formalidad de la vida de palacio. La amada esposa para quien el sheik Daud había erigido aquella mansión. Pero no se lo dijo. Le correspondía a Omar hablarle de ella, cuando deseara hacerlo. -Mi madre era de Parvan -continuó, y levantó una mano para señalar las montañas-. Parvan se encuentra justo allí, detrás del monte Shir. Tenemos una frontera común. La sierra inferior, los montes Noor, es mía. Pero detrás están los picos más altos de la sierra del Shir: ésos pertenecen a Parvan. Mi madre era prima del Shah de Parvan. -Masha me dijo que luchaste en la guerra que tuvo lugar allí. -Sí. -¿Fue por eso por lo que tu padre te legó Barakat Central? ¿Porque hacía frontera con Parvan? -Quizá -frunció el ceño-. No conozco las razones que tuvo. -¿Fue un matrimonio dinástico? ¿Eres descendiente de ambas casas reales? -Tal vez, aunque no soy del linaje directo de los shah de Parvan. Mi madre comprendió bien la situación cuando aceptó el matrimonio, sabía por qué los delegados de mi padre se lo habían propuesto, pero aun así siempre detestó a mi madre adoptiva, la primera esposa del sheik. Y creyó que mi madre adoptiva siempre favoreció a mi hermano Karim para que heredara el trono de mi padre.
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Por eso me obligó a... -se interrumpió de pronto. -¿Acaso pensaba que si tú tenías un heredero y tus hermanos no, tu padre podría dejarte el reino a ti? -le preguntó Jana después de un momento de silencio. -Eso es lo que ella creía, sí -respondió, tensando la mandíbula y destilando un tono de amargura-. Y mi esposa también. Pero sólo tuvimos hijas. Se llevó un gran disgusto, a pesar de que mi padre llevaba ya mucho tiempo muerto. Se disculpaba conmigo después de cada nacimiento, como si hubiera traicionado todas mis esperanzas. Yo le decía que no era así, que intentaría que nuestra hija mayor heredara el reino . Pero era inútil. No nos entendíamos. Era una mujer de escasa cultura, de mentalidad tradicional, muy poco formada. Jana sacudió la cabeza. Si algo había aprendido durante sus largas conversaciones con el príncipe, era lo inmensamente culto e inteligente que era. Pero hasta los hombres más inteligentes terminaban enamorándose de mujeres bellas pero insustanciales. -Tu esposa debió de ser muy hermosa -murmuró. -Era hermosa. Mucho. Por eso mi madre la eligió para mí. Por supuesto, cuando finalizó la ceremonia de boda y la vi. por primera vez, en el momento en que se levantó el velo... me quedé hechizado por su belleza. Sólo después, cuando intenté hablar con ella, fue cuando me di cuenta de lo poco que mi madre me había comprendido. Para entonces ya era demasiado tarde. Jana sintió una punzada de compasión por el joven que había sido Omar. A pesar de su desilusión, había renunciado al matrimonio después de la muerte de su esposa... -Debiste de haber aprendido a amarla mucho con el tiempo... -murmuró. Omar le lanzó una rápida mirada. -Por supuesto que la amaba. La amaba como esposa mía que era y madre de mis hijas respondió, consciente de que mentía. En aquel entonces no había sabido lo que era el amor-. Pero como mujer... no la comprendía. No teníamos nada en común. No nos consolábamos mutuamente en los momentos difíciles, como vi que les sucedía a mi padre y a Azizah. Mi madre no me eligió una compañera, sino la madre de un heredero. -¿Qué edad tenías cuando te casaste? -Dieciocho. Mi madre decía que debía casarme antes de viajar a Rusia para estudiar en la universidad, en caso de que algo me sucediera, y dejar embarazada a mi esposa. Pero mi esposa no se quedó embarazada. Y sólo dos meses después de mi marcha a Rusia nos convocaron a todos los hermanos para que regresáramos de inmediato, porque nuestro padre había muerto. Un silencio se abatió sobre ellos, al final del cual Jana comentó: -Supongo que tu madre sólo te trató de la misma forma que la habían tratado a ella. Se casó con tu padre por un sólo propósito. Consideraría perfectamente adecuado darte una esposa por la misma razón.
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-Sí murmuró, frunciendo el ceño-. Sí, me hizo lo mismo que le hicieron a ella. Mi padre tenía una relación preciosa con Azizah, una verdadera relación de amor y respeto, pero mi madre nunca tuvo esa relación con él... ni con nadie. -No me extraña que tuviera tantos y tan ambiciosos proyectos para ti. El amor había jugado un papel muy pobre en su propia vida. ¿Cómo podía haberle otorgado entonces la importancia que se merecía? Aquella noche Omar fue a nadar con Jana. Se quitó el vendaje del muslo y corrieron juntos a las aguas bañadas por la luna. Inmensamente aliviado, nadó enérgicamente hasta cansarse y se detuvo, mirando a su alrededor. Jana se hallaba a varios metros de distancia, de pie en la balsa de troncos, contemplando el cielo. A la luz de la luna su traje de baño blanco brillaba como si fuera incandescente, resaltando su figura esbelta, deliciosamente femenina. Excitándose por momentos, Omar nadó hacia allí. Jana no lo oyó acercarse hasta que subió a la almadía. Se volvió para mirarlo. Estaba tumbado de espaldas, respirando aceleradamente. Tenía vuelta la cabeza hacia ella, pero la joven no acertaba a ver su expresión. -Quítate el traje de baño -le ordenó con tono suave. -¡Omar! -protestó en susurro. Hacía mucho tiempo que todas las luces del valle se habían apagado. La casa también estaba sumida en la oscuridad. Estaban completamente solos, con la luna y las estrellas como única compañía. -Desnúdate, Janam. Déjame ver tu cuerpo. Jana cerró los ojos y entreabrió los labios, echando la cabeza hacia atrás. Luego introdujo un dedo bajo un tirante, después bajo el otro, y por último deslizó el traje de baño por su cuerpo, lentamente... hasta que cayó en la balsa, a sus pies. -Acércate -le ordenó Omar a continuación-. Ponte delante de mí. La luz de la luna la acarició como un amante, delineando sus curvas, resaltando sus senos redondeados , sus mejillas, sus sienes, sus muslos, su vientre. Hacia abajo, su oscuro vello púbico quedaba en sombras, incitando el misterio. Omar permaneció en silencio, pensativo, durante un buen rato. -Más cerca. Colócate encima de mí. Jana sintió que el corazón le daba un salto en el pecho. Se acercó todavía más a él, obediente, con un pie a cada lado de su cintura. Omar la miró durante un buen rato, recreándose en sus largas piernas, en su maravillosa melena iluminada por la luna. Empezó entonces a acariciarle las piernas hasta llegar a los muslos, y mientras ella se estremecía bajo su contacto, la obligó suavemente a dar otro paso de modo que quedó de pie a la altura de sus hombros. -Ponte ahora de rodillas -le dijo. -¡Omar! -susurró sin aliento, excitada. -De rodillas.
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Jana obedeció, apoyando una rodilla a cada lado de su cabeza. Omar le acarició entonces los muslos y las caderas, cerrando las manos en torno a su cintura y tirando de ella hacia abajo, hacia su boca expectante. -Baila para mí -murmuró, y el calor de su lengua descubrió el mágico lugar que la noche anterior había sabido acariciar hasta suscitarle el máximo placer. Jana gimió y echó hacia atrás la cabeza. Su boca, húmeda y ardiente, parecía ejecutar hábilmente un delicado y sensual juego. Retiró las manos de su cintura para posarlas en sus nalgas, deslizando luego los dedos por debajo de sus muslos para acompañar las caricias de sus labios. Sin poder evitarlo Jana se inclinó hacia delante, apoyando las manos en el suelo de la balsa, y Omar continuó estimulando el ritmo que ella había empezado a dictarle. Sensaciones nunca antes experimentadas recorrían su piel, le atravesaban la sangre y los nervios, mientras su boca implacable forzaba la danza de su cuerpo que tanto había ansiado sentir. El orgasmo explotó súbitamente, como una descarga eléctrica que la dejó estremecida, sollozante, abrazada desesperadamente a él. En ese instante Omar deslizó un dedo en el interior de sus suavísimos pliegues, y otra andanada de maravillosas sensaciones la invadió, igualando a la primera y explotando en ondas que parecían diseminarse en todas direcciones a través de su cuerpo y de la noche estrellada. Porque ella misma era la noche estrellada. Durante un eterno y mágico instante, ella fue el cielo donde bailaban su mágica danza aquellos astros, como si nunca fuera a terminar. Gimió su nombre. El corazón de Omar se aceleró al escucharlo, pero no la soltó hasta que la danza hubo terminado.
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Capítulo Catorce -Señor -el secretario privado se detuvo de pronto, cuando ya se disponía a salir después de la habitual consulta de la mañana-. Quizá debería llamar su atención sobre el asunto del hombre que está esperando a las puertas de palacio. Su Alteza el Príncipe Rafi Ibn Daud ibn Hassan al Quraishi, sentado frente a un escritorio repleto de papeles, levantó la mirada con gesto interrogante: -¿Quién es ese hombre? -A juzgar por su acento, procede de las tribus de la montaña. Señor, llegó al palacio hace unos días diciendo que tenía un mensaje para Ashraf Durran, del príncipe Omar. Cuando se le dijo que Asraf Durran no estaba en el palacio, aseguró que no se lo entregaría a nadie más que a él, y que por tanto esperaría a que llegara. Con su mula, ha acampado desde entonces a las puertas de palacio. Ashraf Durran es compañero de Copa de mi hermano Omar, ¿verdad? -Creo que sí, señor. -¿Y espera encontrar a Ashraf Durran aquí? -Rafi permaneció pensativo por un momento-. Ashraf Durran no ha puesto un pie en mi territorio desde que Omar dejó de hablarnos. ¿Por qué Omar habría de enviarlo aquí? Su secretario, desconociendo la respuesta, guardó silencio. -¿Pudiera ser que Omar estuviera planeando dar algún paso a favor de una reconciliación... y haya enviado a Ashraf Durran con ese encargo? Pero entonces... ¿por qué ha llegado ese montañés con ese mensaje? ¿A interceptarlo acaso? Será mejor que lo traigas a mi presencia, Samir -se levantó-. En el salón de los Tapices. Se encontrará más cómodo allí. Minutos después el hombre entró en la sala que, según la tradición de Barakat, estaba amueblada con cojines y alfombras. ¡Saludos, Rafi, hijo de Daud! ¡Mantente siempre fuerte! -exclamó, pronunciando el tradicional saludo que las tribus de las montañas reservaban a los monarcas. -¡Saludos, Aban del clan de Bahram! -contestó Rafi. Tomaron asiento, y Rafi mandó traer té y pastelillos dulces, dado que las tribus de las montañas eran pródigos en hospitalidad y pacientes en los negocios, y era necesario seguir su propio código de conducta. Minutos después, una vez que terminaron de comer, Rafi observó: -Aban de Bahram: tú cuentas con la confianza de mi hermano Omar. -La merezco -repuso el montañés. -Nosotros no tenemos en este momento el placer de contar con la compañía de Ashraf Durran. ¿Te dijo mi hermano Omar que esperaba que su Compañero de Copa nos visitara? -¡Pero si es verano, señor! -sonrió Aban-. Es bien sabido por todas las tribus que la corte real sube a las montañas en verano. Esa era la tradición de tu padre, y de sus padres y abuelos durante muchas generaciones.
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Por esa razón yo he venido a buscar a Ashraf Durran aquí, y espero ahora su llegada. Rafi suspiró, asintiendo con la cabeza; el misterio ya se había resuelto. -¿Dónde estaba mi hermano Omar cuando te entregó el mensaje? -le preguntó. -El no fue quien me lo entregó, ya que estaba herido. Musa, de nuestra tribu, me lo entregó a mí, en nuestra aldea del lago Parvaneh. «Llévalo al palacio y no se lo entregues a nadie más que a Ashrad Durran», me dijo. -¿Herido? ¿Mi hermano Omar? ¿Cómo? -El villano Jalal, el bandido del desierto. Fue él quien derribó el helicóptero del príncipe Omar a base de disparos, Rafi, hijo de Daud. -¡Derribó su helicóptero! -maldijo Rafi-. ¿Quién atendió a Omar? -Doktar Amina. -Al menos ésa es una buena noticia. ¿Cómo se encuentra? ¿Se ha recuperado? -Eso, señor, no lo sé. Yo salí a entregar el mensaje a la mañana siguiente al disparo de las bengalas. -¿Hubo bengalas? -Dos grandes bengalas surcaron el cielo la noche en que el príncipe Omar fue herido. -¿Dos? -Rafi frunció el ceño, perplejo, pensando que el primer mensaje había sido «todo está bien»-. Y luego, a la mañana siguiente, te envió a ti -añadió para sí que aquello no tenía sentido alguno. Los dos hombres permanecieron silenciosos por un momento. Luego el príncipe Rafi dijo: Aban de Bahram, te he dicho que Ashraf Durran no está aquí con nosotros, y que tampoco lo esperamos. Indudablemente lo encontrarás en el palacio del príncipe Omar, en el río Sa-adat. Ya sabes que el palacio está a muchos días de marcha de aquí, y ya has viajado durante muchos días. Por tanto, te enviaré con el mensaje para Ashraf Durran en mi helicóptero Mientras tanto, te cuidaremos la mula hasta que regreses. -El príncipe Rafi es muy amable -repuso Aba, haciéndole una reverencia. -Pero quiero pedirte algo, Aban Bahrami. Te pido que me dejes leer el mensaje de mi hermano Omar antes de que te marches, en caso de que contenga alguna nueva noticia sobre Jalal, el bandido. Aban reflexionó por un momento. -¿Me devolverás el mensaje una vez que lo hayas leído, para que después pueda entregárselo a Asraf Durran? Rafi le dio las seguridades necesarias, recibió el mensaje, lo leyó y se lo devolvió. Luego, disimulando su agitación frente a su huésped, le dio las gracias y lo puso en manos de Samir. Dos horas después, Aba de Bahram volaba por primera vez en helicóptero. La historia de sus aventuras distraería muchas heladas noches de invierno en el futuro. Pero mucho antes que eso, Rafi llamó por teléfono a Karim.
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-Es preciosa -murmuró Jana-. Es lo más hermoso que he visto en mi vida. ¿Quién la hizo? Omar la había llevado a las montañas para enseñarle a disparar con la metralleta, y en aquel momento, ya de regreso en la casa, le había hecho entrar en su dormitorio. Allí había abierto la cámara acorazada para extraer de ella una caja labrada de madera. Contenía una maravillosa copa de oro y pedrerías. Rubíes y esmeraldas decoraban el borde hasta el estilizado tallo. Sostenerla a la luz era una pura magia de colores y reflejos. -Fue encargada al mejor orfebre de la corte, hace muchos siglos, por mi antepasado Jalal. La llaman la Copa de la Felicidad -le explicó Omar-. La leyenda dice que quien posea la copa, encontrará la verdadera felicidad. Hubo algo en su tono de voz que despertó las sospechas de Jana. -Pero la leyenda no se ha cumplido contigo, ¿verdad? Omar no contestó y ella volvió a admirar la copa que sostenía en sus manos. -¿Está segura aquí? -le preguntó. -Durante la guerra de mi primo me ofrecieron mucho dinero por esta copa. Son los mismos que me la robarían si pudieran. Jana pensó en los tesoros que antaño había guardado en su palacio, y se preguntó cuántos de ellos habría sacrificado Omar para ayudar a financiar la guerra de su primo. -Llegaron incluso a robar el sello de mi hermano de su propio tesoro. Pero nadie, salvo yo mismo, sabe dónde está guardada esta copa. Y ahora también lo sabes tú. Por esa razón quizás esté más segura aquí que en el palacio -se interrumpió por un momento, y añadió-: La guardo aquí, en el lago Parvaneh, porque es aquí donde fui feliz hace tantos años. Éste es el único lugar donde la promesa de esta copa no es una mentira más. -¿Es por eso por lo que convertiste este lugar en tu refugio? ¿Porque aquí podías recordar tiempos más felices? -Quizá. Venía porque era el único lugar donde podía estar solo. Lejos de los recuerdos de todo aquello en lo que se había convertido mi vida. Omar la miró. Había tantas cosas que ansiaba decirle... pero no lograba encontrar las palabras adecuadas. Quería preguntarle por sus sentimientos cuando Jana lo miraba como lo estaba haciendo en aquel preciso instante, y no sabía cómo. -Pero tú ya estabas demasiado solo -observó Jana ¿No? -bajó la mirada, pensativa, a la hermosa copa que sostenía en las manos. -¿Qué quieres decir, Jana? -Pocas personas logran encontrar la felicidad en la soledad prolongada. La mayoría de nosotros, cuando hablamos de la felicidad, hablamos de las otras personas: hablamos de amor.
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¿No te parece? -levantó la mirada hacia él, pero sus palabras lo habían dejado tan impresionado que por un momento no supo qué responder. -¿Tú crees? -Perdiste a tu padre, a tu madre adoptiva, a tu propia madre, a tu esposa, incluso al Gran Visir... y te distanciaste de tus hermanos. ¿ no es verdad? Luchaste en la guerra de tu primo y viste muchas muertes. Y todo eso lo viviste en el corto espacio de diez años... -La soledad me reconforta -repuso Omar, dándose cuenta de que aquello ya no era cierto. -La soledad tiene muchas cosas que ayudan. Una de ellas es la convicción de que al estar solo al menos no corres el peligro de perder a nadie, porque no tienes a nadie a quien perder. A Omar se le contrajo el corazón al escuchar aquella gran verdad. Jana tenía razón. Se había refugiado en la soledad porque... Sin saber qué decir, tomó la copa para volver a guardarla en su lujosa caja, y luego en la cámara acorazada. Llegaron hasta ellos, procedentes de la ribera del lago, las risas y los gritos de alegría de las princesas, jugando con sus amiguitos de la aldea. Por un instante los dos se quedaron escuchando, y después Jana lo miró sonriente. No dijo nada, pero tampoco era necesario. Omar comprendió que nunca en toda su vida sus hijas habían sido tan felices. Y comprendió también que ese milagro se debía a que tanto Jana como él estaban con ellas. Juntos salieron de la habitación y bajaron a la cocina para preparar la comida. Omar encontraba un gran placer en compartir aquellas tareas domésticas con Jana. -¿Cuántos seremos hoy a la mesa? -inquirió mientras iba poniendo los platos en la mesa. -Creo que sólo Amir, Peroz y Maysun, además de nosotros. Pero creo que será mejor que nos aseguremos. Omar salió para contarlos. Cuando volvió, dijo: -Dos más se les han reunido. Zandigay y uno de cuyo nombre no me acuerdo. ¿Los invitaremos a todos a comer? -Hay suficiente sopa y naan -respondió Jana. Obediente, el príncipe puso la mesa para seis. -Omar -lo llamó ella al cabo de un momento. -¿Sí? -¿Me contarás algún día cómo llegaste a distanciarte de tus hermanos? Omar permaneció por unos segundos en silencio, con un puñado de cucharas en la mano. -Sí, te lo contaré -contestó al fin. Escaneado y corregido por Sopegoiti
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Desde el primer momento en que la vio, le había hablado a Jana como nunca lo había hecho con ninguna otra mujer. Con ninguna otra persona. Se había sorprendido a sí mismo revelándole verdades y secretos sobre sí mismo, sobre su vida... Nada más tomar conciencia de ello, intentó controlarse férreamente para no contárselo todo como si ella fuera su más querido amigo... Y le había hablado de temas impersonales, de política y de economía, pero en su corazón le había estado confesando sus dolores y alegrías, sus triunfos y fracasos. Sólo había disfrutado de una libertad semejante con una sola mujer: su madre adoptiva. La mujer que había sido la mejor consejera de su padre mientras vivió. Ella había muerto cuando Omar ya era profundamente desgraciado, dejándolo solo. En aquella casa ya no podía fingir con Jana. Ahora, si abría la boca para hablar de política, fracasaba estrepitosamente y se sentía impelido a confesarle sus más profundos secretos. Era como un hombre que, después de vagar durante días y días por el desierto, de repente se hubiera encontrado con un oasis.
En caso de sufrir un ataque, la primera prioridad era la seguridad de las princesas. Jana y Omar estuvieron hablando de ello, y luego con Baba Musa. Finalmente trazaron un plan que debía ser comunicado a las niñas. -Ojala no tuviéramos que decírselo -comentó Jana, preocupada-. Es tan triste enturbiar su felicidad preocupándolas con un ataque que tal vez nunca llegue a tener lugar... -Son princesas -repuso Ornar- Hay que pagar un precio por eso, Jana. Siempre tendrán que pagarlo. Jana sabía que tenía razón. -Pero que no sea tan caro como el que tuviste que pagar tú. Las princesas asimilaron la situación tal y como había esperado su padre. Él les habló brevemente del peligro que corrían, extendiéndose sobre todo en el plan que deberían ejecutar en caso necesario. -¿Podrás hacerlo, Masha? -le preguntó. -Sí, Baba -respondió estoicamente la princesita. -¿Y tú, Kamala? -Sí, Baba.
A causa de sus dudas, la ternura de Omar cedió paso a una salvaje y exigente pasión. No podía estar seguro de ella, no podía preguntarle lo que tanto temía como ansiaba saber, así que utilizaba el sexo para comunicarse. A veces se mostraba ferozmente apasionado, otras increíblemente imaginativo, y en sus repetidos gemidos de placer y de sorpresa encontraba el consuelo por el que su alma suspiraba. Escaneado y corregido por Sopegoiti
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Aquella noche hizo mucho calor, un calor procedente del desierto más que de las montañas. Omar se despertó, se vistió y fue al dormitorio de Jana, donde la encontró dormida, medio destapada. A la vista de sus piernas desnudas tuvo que resistir la tentación de terminar de desvestirla para hacerle el amor. La despertó con un delicado beso. -Vístete -murmuró-. Ven conmigo. Jana no pudo negarse. Soñaba constantemente con Omar, y cuando la despertó, sintió instantáneamente en el vientre la excitación acostumbrada. Se vistió y lo siguió en silencio fuera de la casa. Esa noche Omar la llevó al río, y empezaron a ascender sigilosamente por el sendero. Durante veinte minutos caminaron a la luz de las estrellas, hasta que llegaron al pequeño remanso en el que habían estado pescando anteriormente. Los árboles se inclinaban hacia el agua como formas fantasmales en la oscuridad. No había luna aquella noche. Jana se detuvo cuando lo hizo Omar. Respiraba aceleradamente, y estaba sudando debido al calor del ambiente y a la penosa ascensión por el sendero. Omar la miró, y se excitó de inmediato a la vista de sus altos senos, de sus largas y esbeltas piernas; se excitó al imaginarse acariciándola, entrando en ella... -Desnúdate -le pidió. Tales órdenes siempre la hacían derretirse de deseo. En silencio, empezó a desvestirse bajo su ávida mirada. Cuando estuvo del todo desnuda, él también se quitó la ropa. Luego le tendió la mano. -¡Omar, el agua estará helada! -protestó riendo. -Seguro. Segundos después Jana se dejó llevar y entró con él en el pequeño remanso. Efectivamente, el agua estaba helada. Jana sintió cómo se le contraían sus senos, se le endurecían los pezones, mientras avanzaba de la mano de Omar. -¡Oh, está tan fría...! -exclamó entre risas, sin aliento. Omar la acercó hacia sí y ella pudo sentir su duro sexo contra su vientre. Segundos después ya había entrado en ella, con fuerza, manteniéndose de pie en el fondo del remanso y sosteniéndola firmemente de la cintura. Empezó entonces a alzarla y a bajarla rítmica, violentamente. Jana gemía mientras las sensaciones habituales empezaban a recorrer su sangre y sus nervios, cuando de pronto Omar la levantó, liberándola de su cuerpo.
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Emitió entonces un grito de protesta, pero volvió a excitarse de expectación en el preciso momento en que su mano encontró el delicado nudo de placer que suspiraba por ser acariciado. Eran múltiples sensaciones: el ardiente calor que las caricias de sus dedos habían despertado en el centro de su femineidad, el contacto del agua helada en su piel, la avidez de sus oscuros ojos mientras escrutaba en su rostro cada gesto de placer... de repente aquel ardor se tornó en un mágico gozo y gritó, anunciando el primer orgasmo. Y conociendo a Omar, sabía que habría más. Al momento siguiente Omar volvía a encontrarse dentro de ella. Otra vez volvía a sentir su sexo frío, y el contraste con su cuerpo ardiente significó una inefable experiencia para sus sentidos. Durante unos minutos llegó a perder el sentido del tiempo y del espacio, se perdió ella misma en aquellas sensaciones de frío, calor, un abrasador anhelo que todo lo derretía.... gritó y gimió de manera incontrolable, enloquecida de placer. -¡Omar! -le suplicó cuando aquel gozo empezó a parecerle excesivo, peligroso. -¿Te gusta, Janam? -¡Sí! -chilló-. Sí, me gusta. Me encanta. Oh, Omar, ¿qué es lo que me estás haciendo...? -¿Te encanta? -le preguntó bruscamente-. ¿Te encanta? -¡Sí! -repitió. Ansiaba gritarle «te amo»; pero incluso en medio de aquella locura de placer, sin que consiguiera recordar el motivo, aún no se permitía pronunciar aquellas dos simples palabras. Desde lo más profundo de su ser podía sentir alzarse una abrumadora ola de gozo, y sacudió desesperadamente la cabeza. Fue entonces cuando chilló como un animal: empezó a emitir bruscos y violentos gritos mientras Omar seguía entrando con fuerza en ella. Todo: su cuerpo, el agua, los árboles, el cielo, las estrellas, y Omar, parecía electrizar su cuerpo de placer. Omar no había querido liberarse con ella, pero su respuesta fue demasiado para él. Nunca la había oído gritar así, nunca había oído aquellos gritos de muerte y de vida. Se liberó violenta, incontrolablemente; se hundió en el calor de su sexo hasta que sintió que se le disolvían las piernas y el agua se tragaba sus cuerpos fundidos. Jana creyó desvanecerse. No recordaba nada excepto estrellas y oscuridad, y de pronto tomó conciencia de que estaba tumbada en la hierba, temblando, a la orilla del río. Omar se encontraba a su lado. -¡Omar! -le suplicó-. Omar, ¿qué es lo que me estás haciendo? Con exquisita delicadeza, le apartó el cabello húmedo de las sienes y de la frente. No podía explicarse qué era lo que quería de ella, el motivo que lo impulsaba a amarla con tanta desesperación... Jana se incorporó sobre un codo. Soplaba una brisa tan cálida que ya había dejado de temblar. -Es el viento del desierto -le explicó él.
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Omar se había excitado de nuevo. Se levantó, con su cuerpo desnudo bañado por la luz de las estrellas, y la miró. Fue en aquel instante cuando comprendió que jamás en lo que le quedaba de vida se cansaría de amarla. Tumbada, Jana seguía mirándolo con expresión soñolienta, feliz. Omar le había suscitado la pasión más salvaje para saciarla después, pero aún quedaba un hambre, un ansia que no había sido apagada. Era un ansia nueva para ella, nacida de la tormenta de placer con que él había asolado su cuerpo. -Colócate encima de mí -le ordenó Jana. -¿Qué? -la miró sorprendido. Impaciente, le agarró el tobillo izquierdo, se lo levantó y le obligó a apoyar el pie-en el suelo a la altura de sus hombros. Repitió la operación con el otro. Luego permaneció tumbada de espaldas, mirándolo. -Arrodíllate. -Janam! -Que te arrodilles. Omar no pudo resistirse. Se arrodilló , y Jana cerró los dedos en torno a su sexo para acercarlo a su boca sonriente. Se humedeció los labios. Nunca había permitido que mujer alguna le hiciera aquello. ¿Acaso había sentido temor de su propia pérdida de control? No podía recordarlo. Sólo sabía que en aquel instante era incapaz de resistirse a aquel placer. -Janam, Janam, Janam! Ahora era ella quien inducía su pasión, quien controlaba el placer de Omar. Le acarició con la lengua de un sinfín de mágicas maneras, mordisqueándolo con los dientes, abriendo la boca mientras él gruñía y gemía de gozo. Medio incorporándose, deslizó las manos por sus caderas para incitarlo a moverse. Omar arqueó el cuello y gritó en voz alta, incapaz de contenerse. Era cierto lo que tanto había temido: aquello lo dejaba insoportablemente desnudo e indefenso. Aquellas sensaciones lo barrieron como un viento negro, desarraigando, asolándolo todo. Sentía la urgencia en cada célula, el placer en cada músculo, y todo su cuerpo se convulsionó y estremeció de manera incontrolable. -¿Cómo diablos ha podido suceder algo así? -inquirió la voz del príncipe Karim al otro lado de la línea. -Todos los hombres de la montaña saben que hay que estar loco para vivir en el desierto en verano -respondió Rafi, encogiéndose de hombros-. Y que la corte del sheik Daud solía trasladarse a las montañas todos los años, allá por el mes de mayo. -¡Pero saben también que el sheik Daud está muerto y el reino dividido! -exclamó Karim, frunciendo el ceño. -Ya sabes cómo son las tribus -sonrió Rafi. -¿Cuánto tiempo se quedó Aban tranquilamente sentado a las puertas del palacio, esperando? -inquirió Karim. -Nadie lo sabe a ciencia cierta.
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Mi gente dice que al parecer se vieron bengalas hace unos días. Y eso tuvo lugar la víspera del día en que emprendió el viaje. -¿Y fueron realmente dos bengalas? -preguntó Karim. -Sí: todo el mundo dice que fueron dos. -Eso significa que todo está bien, y que no se haga nada hasta recibir más noticias. Rafi no contestó. -Pero al día siguiente envió un mensaje a Ashraf diciéndole que estaba herido, y que enviara una expedición para sacarlos de allí... teniendo buen cuidado con Jalal -añadió Karim. -Es posible que su estado empeorara durante la noche. -Si ése es el caso, Rafi, probablemente ahora esté muerto -comentó Karim; maldiciendo entre dientes. -Doktar Amina lo atendió -le informó Rafi. -Ya me lo has dicho. Y también que él envió el mensaje pidiendo ayuda a la mañana siguiente. A mi juicio, eso quiere decir que algo sucedió durante la noche. Tal vez sufriera una hemorragia interna, o una complicación parecida... -Y están las niñas. Y esa profesora... -Si le pongo las manos encima a esa profesora... -Ahorra tu odio para Jalal -le aconsejó Rafi.
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Capítulo Quince Omar yacía a su lado, acariciándole la cara, el brazo, el cabello. -Ninguna mujer me ha hecho lo que tú acabas de hacerme -murmuró. Jana sonrió, y él observó el reflejo de las estrellas en sus ojos. -Yo tampoco se lo había hecho nunca a nadie. -¿No, corazón mío? -sintió una punzada de satisfacción y la besó con ternura. -¿Solías nadar aquí cuando eras niño? -le preguntó ella. -Sí, era nuestro lugar favorito. -¿Tuyo y de quién más? -De Karim y de Rafi. Mis hermanos. -Debes de echarles de menos -comentó Jana al cabo de un largo silencio-. ¿No quieres hablarme de lo que sucedió entre vosotros? Omar se sorprendió a sí mismo ansiando decírselo. Tumbado de espaldas, entrelazó las manos detrás de la cabeza. -Ese bandido, Jalal, que ahora ha penetrado en mi territorio.... desde el principio supe que me daría problemas. Cuando nos hicimos cargo de la herencia, Jalal nos envió un mensaje diciendo que él tenía derecho a una parte del reino, y pidiéndonos una entrevista. -¿Por qué se arrogaba ese derecho? -No nos lo precisó. Desciende de un famoso bandido que controlaba gran parte del desierto durante el siglo pasado. Indudablemente ésa debe de ser la razón. -¿Nunca te la reveló? -No llegamos a entrevistarnos con él. -¿Qué? -exclamó sorprendida-. ¿Por qué no? -Porque entrevistarnos con un hombre como Jalal habría prestado legitimidad a sus demandas. La gente habría dicho: «bueno, si hablan con él, es que debe de haber algo de verdad en sus reclamaciones». Y en un santiamén nos habrían adjudicado el papel de opresores. Mientras no hablemos con él, Jalal seguirá siendo lo que es: un bandido. -No lo entiendo. ¿Cómo es posible resolver el litigio que tenéis con Jalal si no habláis con él? -Luchando, por supuesto. Eso es lo que yo les pedí a mis hermanos, Les pedí que organizáramos una campaña conjunta para destruir sus cuarteles y expulsarlo de la región. -¿Y ellos no se mostraron de acuerdo? -Pensaron que era un hombre insignificante que desaparecería del mapa si dejábamos de prestarle atención. Dijeron que luchar con Jalal sería tan negativo como entrevistarse con él; que eso le proporcionaría cierta legitimidad. En aquel entonces el Gran Visir se encontraba enfermo, y no podía aconsejarnos. Así que Karim y Rafi -ganaron. Y nosotros perdimos nuestra oportunidad. -¿Fue entonces cuando dejaste de hablarte con ellos?
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Omar permaneció silencioso durante un momento mientras revivía todas aquellas escenas del pasado... Recuerdos buenos y malos. Se había olvidado de los buenos recuerdos que aún atesoraba su memoria. -No -respondió al fin-. No, no fue entonces. Un par de años después volví a tener noticias de Jalal. Cuando regresé de la guerra en Parvan contaba con unas tropas... o con lo que quedaba de ellas -añadió, evocando el terrible recuerdo de las batallas-. Jalal se había establecido en mi territorio, e insistía en sus demandas. Les dije nuevamente a mis hermanos lo que debíamos hacer; se mostraron de acuerdo, pero siguieron retrasando el momento de iniciar la campaña, y finalmente.... me enfadé con ellos. Salí yo solo, con una pequeña fuerza de soldados. Jalal estaba ocupando mi país, después de todo. Puse su fortaleza bajo asedio, esperando rendirlo por hambre. No funcionó. -¿Por qué no? -Se las arregló para seguir recibiendo provisiones sin que nosotros supiéramos cómo -se encogió de hombros-. Debimos haber atacado. Pero había muchas mujeres y niños dentro: el lugar era como un pueblo, no era un cuartel. Y habíamos visto demasiados saqueos efectuados por los Kaljuks contra las gentes de mi primo... mis hombres estaban cansados de todo aquello. Abandonamos el asedio -se interrumpió por un momento, para luego continuar-: Y volví a mi palacio, fracasado, para encontrarme con que mi esposa, Faridah, había muerto. Había enfermado durante el embarazo, y se negó a ir al hospital. Y nadie en todo el palacio se atrevió a contradecirla en su delirio. Murió, y nuestro hijo también. Era un niño... ¡pobre Faridah! Murió sabiendo que su hijo moría con ella. -Oh, Omar, qué historia tan terrible... -pronunció Jana con tono suave. -Nunca volví a hablar con mis hermanos. Quedaron sumidos en un profundo silencio. -¿Habría vivido Faridah si hubiera tenido lugar aquella expedición militar conjunta que planeabas? -le preguntó de repente Jana. -No entiendo lo que quieres decir. Jana rodó hasta quedar tumbada de bruces, apoyándose sobre los codos. -Simplemente me estaba preguntando por qué culpas a tus hermanos de una forma tan rotunda, cuando aparentemente tú habrías estado ausente realizando ese asedio, tanto si te hubieran ayudado como si no. A mí parece que fue un problema de inoportunidad. Escaneado y corregido por Sopegoiti
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-Claro que lo fue -repuso Omar, sombrío-. Si ellos no se hubieran retrasado, habríamos terminado antes de que Faridah cayera enferma. -Y si tú los hubieras esperado, habrías podido atender a Faridah. Omar se quedó absolutamente quieto, como si el corazón hubiera dejado de latirle. Por un estremecedor momento continuó en aquella posición, mirando sin ver, completamente ensimismado. -¡Omar, lo siento! -se apresuró a disculparse, arrepintiéndose una vez más de su impulsividad. -No -dijo con tono suave-. No. Tienes razón. Mis hermanos no tuvieron la culpa... sino yo. -¡Oh, Omar! Se sentó, flexionando las rodillas y apoyando en ellas los brazos. -Y no es a mis hermanos a quien odio. Me odio a mí mismo. -¡Oh, Dios mío! Hablaba lentamente, más para sí mismo que para Jana. -Yo fui quien le hice eso: nadie más. Yo estaba fuera y ella cayó enferma. Yo era el único que podía haberla llevado al hospital contra sus deseos. Ashraf, quizás, si hubiera estado allí, pero se encontraba conmigo. O nuestro Gran Visir, pero en aquellos momentos se estaba muriendo. Si no hubiera estado tan furioso con mis hermanos por lo que yo consideré que era una... -la miró a los ojos-. Ya lo ves, Janam. Pensaba que el retraso que me pedían era otra excusa, una manera de desentenderse de mis planes. Y así, furioso y engreído, me marché solo . Fue una locura, un absurdo. Jana no podía decir nada. Las palabras fluían libremente de los labios de Omar, al paso que iba realizando todos aquellos descubrimientos: -No fue culpa de ellos, sino mía. Si hubiera tenido aquel hijo, mi esposa habría sido feliz; lo habría querido como nunca había querido a nadie. En vez de eso, murió. Murió sin haber conocido la felicidad. -Lo siento tanto -susurró Jana, arrodillándose a su lado y poniéndole una mano en el hombro. -Yo no podía hacerle feliz, Janam. Le dije que me había decepcionado. Pero yo también la decepcioné a ella. ¿Qué mujer joven y hermosa se casa sin esperar que la amen? Pero yo no pude hacerla feliz. Lo intenté. Lo intenté cuando volví de Rusia... pero no pude darle nada. Ni siquiera un hijo -permaneció silencioso durante un buen rato; luego la miró a los ojos y descubrió que estaba llorando-. Esta noche me has desnudado de todas las maneras posibles, Janam -susurró-. No te extrañes, pues, de que te llame «alma mía». Jana no pudo hacer nada excepto mover la cabeza, sin saber qué decir, y besarle un hombro. Escaneado y corregido por Sopegoiti
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En respuesta, Omar le tomó una mano y depositó un beso en su palma. -Tengo un defecto, Janam: no sé cómo hacer feliz a una mujer.
-Tenemos que sacarlos primero de allí -comentó Karim. -Estoy de acuerdo -repuso Ashraf Durran. Tanto el príncipe Karim como el Compañero de Copa de Omar habían volado al palacio de Rafi a la mayor velocidad posible. Como era habitual, entre los príncipes había desacuerdo acerca de cómo actuar. Karim quería montar una operación de rescate como primera prioridad. Pero Rafi, preocupado porque sólo había espacio para que aterrizara un helicóptero en la casa del lago Parvaneh, quería organizar una operación mucho más ambiciosa. Ashraf acababa de mostrarse de acuerdo con Karim, y estaba secretamente decidido a no esperar más allá de la mañana siguiente. -También podríamos atacar a Jalal -dijo de nuevo Rali. -Eso podría llevarnos una semana. Rafi, tenemos que saber qué es lo que pasa allí arriba. ¿Cómo podemos saber que Jalal no ha tomado a las niñas como rehenes? -No hemos oído nada. En ese caso, Jalal ya nos habría hecho saber sus condiciones. Y si fuera así, ¿qué sentido tendría enviar un solo helicóptero? Nos capturarían antes de que pudiéramos averiguar nada, y le regalaríamos a Jalal dos rehenes más. -Tenemos que saber si Omar está vivo o muerto. Si está vivo, y herido, lo más importante es llevarlo al hospital, y haremos eso con mucha mayor rapidez si mientras tanto no nos hemos enzarzado en una guerra abierta con Jalal. Rafi negó con la cabeza. -Todavía sigo pensando que ir allí con un solo helicóptero sería una locura, sobre todo si Jalal ha podido llegar hasta allí y tomar la casa. -Sólo un helicóptero puede aterrizar en la casa, pero hay espacio para dos más en el extremo más aleado del lago, si fuera necesario. -Necesario, pero inútil. Creo que deberíamos marchar con una fuerza considerable, aunque no interceptemos a jalal en el camino. -¡Si todavía está vivo, Omar no nos agradecerá que invadamos su soberano territorio con nuestros ejércitos! Maldita sea, Rafi, ¡piensa un poco! -De acuerdo -Rafi levantó un dedo-. Tienes razón. Queremos curar la herida, no causar otra. -Mira, es muy sencillo... Ashraf, tú y yo iremos con dos pequeños helicópteros capaces de aterrizar cerca de la casa. Llevaremos un par de helicópteros artillados con tropas. Podrán cubrirnos desde el aire mientras uno de nosotros aterriza y revisa el terreno. Si es necesario, lanzaremos paracaidistas. Si no, evacuamos a las niñas, a Omar y a la señorita Stewart. -No me gusta -dijo Rafi-. Preferiría golpear ahora las posiciones de Jalal y... Ashraf Durran intervino al fin: -Cada vez que surge el asunto de Jalal, los dos os mostráis indecisos. ¿Cuál es la dificultad, príncipe Rafi?
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A mí me parece evidente que la primera prioridad es rescatar a Omar, a las princesas y a la señorita Stewart. Cualquier cosa que hagamos con Jalal, esto sigue siendo una absoluta prioridad. Yo mismo partiré mañana al amanecer, sea cual sea vuestra decisión. -Ashraf tiene razón. No podemos quedarnos aquí sentados discutiendo todo el día. Tenemos que hacer algo dijo Karim. -De acuerdo, de acuerdo -cedió Rafi-. Tenéis razón. Llevaremos un par de helicópteros artillados para cubrirnos en caso de que Jalal se atreva a atacarnos. -Saldremos al alba -concluyó Karim.
Regresaron al lago en silencio. Jana quería hablar, pero tenía miedo de hacerlo. Omar estaba demasiado abstraído. Como era habitual, cada uno se retiró a su dormitorio. Omar se desnudó y se tumbó en la cama, pero no logró conciliar el sueño. Había demasiado sobre lo que reflexionar, demasiado que resolver. Jana le había hecho ver muchas cosas que antes había sido incapaz de reconocer. Pero ahora tenía que enfrentarse a ellas. Su futuro dependía de enfrentarse solo a la verdad. Se había mentido a sí mismo, y todo por el peor de los motivos: por miedo. Había culpabilizado a todo el mundo excepto a sí mismo por el desolador vacío en que había convertido su vida, pero en secreto siempre se había culpado... Su madre le había empujado a un matrimonio que había sido un terrible error tanto para Faridah como para él, pero había intentado hacer que ese matrimonio funcionara. Había sentido la responsabilidad y el deber de hacerla feliz. Primero había intentado educarla, pero ella se había resistido. Faridah había crecido con la convicción de que, para una mujer, la única educación importante era la religiosa. En vano Omar había intentado interesarla por la sabiduría laica, por la ciencia o el arte. Ni siquiera se había mostrado interesada en ayudarle a gobernar el país que un día sería suyo. Sólo había deseado una cosa para realizarse, tener un hijo varón. Y, por culpa suya, nunca lo había conseguido. Era su desgraciada muerte lo que había marcado a Omar con el sello del fracaso. Nunca había sido capaz de hacerla feliz. No había tenido éxito en amarla. Quizá si hubiera sido capaz de hacerlo, si la hubiera querido de verdad, no habría muerto... Era por eso por lo que se prometió a sí mismo no volver a casarse nunca. Hasta ahora no se había dado cuenta de ello. Temía fracasar de nuevo. Eso era lo que le había impedido confesarle a Jana lo que verdaderamente sentía por ella. Miedo. Se había criado y educado como un guerrero, pero el miedo había gobernado su vida. Nunca más.
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Capítulo Dieciséis Omar oyó el débil rumor de las aspas de un helicóptero y salió a la terraza. Lo distinguió muy lejos, hacia el sudeste. No logró identificar a quién pertenecía. Jana se le reunió; estaba tranquila, pero preocupada. -¿Quién es? -Sólo hay dos posibilidades. Ashraf Durran o... -¿O Jalal? -preguntó con tono firme. -Es posible que alguna nación extranjera o algún grupo militar lo haya armado -admitió Omar-. Podremos verlo dentro de unos minutos. -Voy a vestir a las niñas -le dijo ella pensando en el plan que habían ideado para casos de emergencia. Casi como si las hubiera convocado con el pensamiento, las dos princesas, todavía en pijama, entraron de pronto en el dormitorio. -¡Baba! ¡Baba! -gritaron. Al ver la habitación vacía, se detuvieron en seco. -Estamos aquí, niñas -las llamó Omar. Su alivio al descubrir a su padre y a Jana Khanum en la terraza era palpable. -¡Helicóptero!-exclamó Masha. -Sí, lo estamos viendo ahora -repuso Omar con tono tranquilo. Masha aspiró profundamente, y preguntó luego con valentía: -¿Quién es, Baba? -No lo sé. Ahora tenéis que ir con Jana Khanum y vestiros en seguida. -Sí, Baba. -Baba, estoy asustada -dijo Kamala-. ¿Y si son el bandido Jalal y sus hombres malos? -Entonces iréis al pueblo con Baba Musa y fingiréis ser sus nietas hasta que yo vaya a rescataron -respondió con firmeza-. Haremos exactamente lo que hemos planeado. -¡Oh, Baba! ¡Tengo tanto miedo...! -sollozó Kamala. -La valentía es tener miedo y aun así hacer lo que hay que hacer, Kamala. Eres una princesa. Recuérdalo. -Sí, Baba. La resolución de ser tan fuerte como su padre se reflejó en la manera en que irguió sus pequeños hombros. Jana la miró enternecida, pero no había tiempo que perder. Fue con las princesas a su habitación, donde sacó las ropas tradicionales que había adquirido en el pueblo y las ayudó a vestirse. Luego se apresuró a ponerse una camiseta, unos vaqueros y unas botas. -¡Ahora me parezco a Maysun y a Zandigay! -exclamó Masha. -Sí, y fingiréis que sois sus primos, ¿verdad? ¿Y quién es Baba Musa? -¡El abuelo! -respondió Kamala en parvani. -A mí me gustaría fingir que tú eres mi madre, Jana Khanum -le confesó Masha, sonriendo tímidamente. -A mí también -aseguró Kamala. -Ya fingiremos eso en otra ocasión -les prometió Jana, conmovida-. ¿Ya estáis vestidas? Bien. Vamos a ver a Baba. Quizá ya haya reconocido el helicóptero. Omar estaba frente a la casa con las dos metralletas preparadas. -Khayli khoub -les dijo a las princesas nada más verlas, mientras se colgaba del pecho varios cargadores. -¿Vas a matar al bandido jalal? -preguntó Masha. -Lo intentaré, Masha -levantó la mirada al cielo. Eran dos helicópteros. Volaban con el sol de espaldas, de manera que resultaba imposible ver sus marcas de identificación. Escaneado y corregido por Sopegoiti
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-Deben salir ya -le dijo Omar a Jana-. Si esperamos a poder ver quiénes son, desde los helicópteros verán correr a las niñas. -Ya lo sabéis -Jana se dirigió a las princesas-: yo os acompañaré un pequeño trecho, hasta el comienzo del sendero. Luego seguiréis solas; Baba Musa oirá los helicópteros e irá a buscaros allí. Omar le dijo entonces con tono suave: -Janam, te pido que vayas con ellas. Ya había insistido en eso antes, cuando trazaron aquellos planes, pero Jana sabía que acompañar a las niñas al pueblo significaría llamar la atención sobre ellas. Ella no podía pasar por una aldeana, y sería un error pedir a aquellas gentes que arriesgasen sus vidas por esconderla. Además, jamás habría podido perdonarse salir huyendo y dejar solo a Omar. -No -declaró con firmeza. El príncipe Omar no replicó: ya habían tenido esa discusión con anterioridad, y él había perdido. Jana llevó rápidamente a las niñas al comienzo del sendero y se despidió de ellas con un fuerte abrazo. Masha y Kamala empezaron a caminar resignadas hacia la aldea, y la joven dio media vuelta, con los ojos llenos de lágrimas, para reunirse con Omar. Los dos se quedaron mirando cómo se alejaban durante unos segundos, pero el sonido de los helicópteros era demasiado insistente. Jana se colgó del hombro una metralleta y se guardó varios cargadores en los bolsillos. -Son cuatro -dijo Ornar- Dos de ellos artillados. Yo no tengo ese tipo de helicópteros, así que no creo que sea Ashraf. -Oh -Jana no sabía qué decir. -Por supuesto, sólo uno puede aterrizar aquí. No sé qué es lo que quieren hacer con los otros. Y tampoco veo paracaidistas. Pronto sabremos quiénes son. Habían planeado aquel momento. Poco había que pudieran hacer, excepto ponerse a cubierto y apuntarlos con sus armas. Pero no habían previsto que se presentaran cuatro helicópteros. -Jana, éste no es la ocasión más adecuada, pero no hay otra. Lamento haber tardado tanto en decírtelo: te amo. -Yo también te amo, Omar -pronunció emocionada. -He sido un estúpido por no haber podido interpretar antes los síntomas. Sé que te amo desde hace mucho tiempo; desde el principio, probablemente. Recuerdo que, cuando deliraba a consecuencia de las heridas que recibí, lo sabía. ¿Te acuerdas? Entonces te llamé «amada». -Lo recuerdo -le sonrió-. Tengo la sensación de que ha pasado tanto tiempo desde entonces... -Sí, es verdad -asintió Omar-. Y sólo anoche llegué a admitirlo. En seguida quise despertarte para decírtelo, pero fue entonces cuando los oí llegar. Ahora... si quien viene es Ahraf Durran, Janam, quiero pedirte que te cases conmigo. A Jana el corazón le dio un vuelco en el pecho, y lágrimas de felicidad asomaron a sus ojos. Escaneado y corregido por Sopegoiti
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No había nada que deseara más que pasar el resto de su vida con Omar. pero... -¿Y si es Jalal? -preguntó con tono suave. -Entonces... ¿quién sabe lo que puede pasar? -¿Me estás pidiendo que me case contigo con condiciones? -¡Con la condición de que tenga algo que ofrecerte! -replicó irritado. -No. No me casaré contigo con condiciones. La furia de Omar desapareció tan rápidamente como había llegado. -Janam, no me respondas eso -le pidió-. ¡Recuerda que eres mi alma! Me has dicho que me amas. ¿Cómo podré vivir sin ti? -se inclinó para levantarle la barbilla, perdiéndose en la mirada de sus ojos brillantes-. Janam -le suplicó. -Me casaré contigo pase lo que pase, porque te quiero. Omar cerró los ojos por un momento, admirado de su reacción. -Ese antepasado tuyo, ese rey... ¿cómo se llamaba? -Bonnie Prince Charlie -respondió Jana. -¡Verdaderamente debió de haber sido un guerrero muy bravo, Janam! -sentía ganas de reír y de llorar a la vez-. ¡Entonces te casarás conmigo! -Si me lo dices ahora, podemos darlo por hecho. Suceda lo que suceda, estaremos unidos para siempre -insistió ella. -Entonces ya estamos casados, Janam -la atrajo hacia su pecho, besándola-. ¡A partir de este momento, eres mía! -la besó de nuevo, ebrio de gozo. ¡Dilo! -Soy tuya -respondió, sonriendo-. Y tú eres mío. -Corazón mío, alma mía -exclamó, abrazándola otra vez. La soltó y levantó la mirada. Un helicóptero se había adelantado a los demás, y su identificación resultaba ya visible. Omar se echó a reír y levantó un brazo a modo de saludo. -¡Mis hermanos! -gritó-. ¡Ese helicóptero es de Rafi! ¡Han venido a rescatarnos, Jana!
Jana partió hacia la aldea para recoger a las princesas, mientras Omar esperaba a que el helicóptero se posara en la pequeña pista. Pero Karim no esperó a aterrizar: saltó al suelo desde un par de metros de altura y corrió hacia su hermano, armado con una metralleta. -¿Qué es esto, Karim? ¿En qué guerra te has metido? -le preguntó Omar. -¡Omar! ¡Gracias a Dios que estás vivo! -le dio un fuerte abrazo. ¿No hay ningún problema? -le gritó al oído, por encima del estruendo del rotor del helicóptero-. ¡ Ya Allah, qué alegría verte de nuevo! -Todo está bien. ¿Pero qué estás haciendo aquí? -le gritó, mientras Karim se volvía con los pulgares levantados hacia el piloto, que acababa de aterrizar. Dentro de la cabina, Ornar vio que el piloto daba una orden por radio y a continuación los otros tres aparatos variaban de dirección. Cuando apagó el motor y se hizo el silencio, Ornar descubrió que se trataba de Rafi. Segundos después su hermano saltaba a tierra para darle un fuerte abrazo. -¡Me alegro de verte! -exclamó. -¿Qué os ha traído hasta aquí? -inquirió de nuevo Ornar. Se sentía aturdido. En dos años no había visto a sus hermanos, pero de pronto todo aquello parecía perder su importancia. Siempre habían estado unidos, dispuestos a ayudarse los unos a los otros. Escaneado y corregido por Sopegoiti
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-¿Que qué es lo que nos ha traído hasta aquí? ¡Vaya! -exclamó Rafi-. ¡Pues tu maldito mensajero! -¿Mi...? -Ornar estaba asombrado-. ¿Qué mensajero? Vamos a la casa. Allí podréis explicármelo todo tranquilamente. Sus hermanos se sentaron a la mesa de la cocina mientras Ornar preparaba café. Le explicaron todos los detalles, incluyendo la paciente espera de Aban de Bahram frente al palacio de Rafi. -Dijo que Jalal te había derribado el helicóptero. ¿Es verdad? -Ojo por ojo. Yo maté a su caballo -repuso Ornar. Rafi maldijo entre dientes: -Ya es hora de que acabemos con ese... Siguió un momentáneo silencio, durante el cual cada uno de ellos evocó molestos y dolorosos recuerdos. Fue Karim quien se decidió primero a hablar: -Tenías razón. Debimos habernos enfrentado con él, Ornar. -Lo haremos ahora -aseguró Rafi. Ornar miró a uno y a otro con elocuente expresión. -De acuerdo -asintió. Durante unos minutos estuvieron hablando del tipo de operación que emprenderían contra Jalal, hasta que el café estuvo listo. Ornar sirvió las tazas. -¿Dónde están Masha y Kamala? ¿No están acostadas? -preguntó Rafi. -No. Las enviamos a la aldea. No sabía si erais amigos o enemigos... -¡Por eso nos diste la bienvenida armado! Allah, ¿quieres decir que Jalal dispone de helicópteros? -No, por lo que yo sé -respondió Ornar-. Pero cabía la posibilidad, ¿no? Los dos asintieron, muy serios. -Fuimos unos estúpidos al dejar que campara por sus anchas durante tanto tiempo comentó nuevamente Karim-. Pudo haber sucedido cualquier cosa. -¿Qué pasó exactamente, Ornar? -le preguntó Karim-. Lanzaste dos bengalas, según Aban, y al día siguiente enviaste un mensaje a través suyo pidiendo que te rescataran. -Una de las bengalas no llegó a explotar cuando la disparó Jana. Y no tenía ninguna más. -Jana -pronunció lentamente Karim-. ¿Es ése el nombre de la profesora de inglés que montó todo este lío? Ashraf nos dijo que se escapó con las niñas. ¿Es que está loca? ¿Cómo te las has entendido con ella durante todo este tiempo? -Maravillosamente bien -respondió Ornar, sonriendo. En ese momento se oyeron pasos afuera, y las dos princesitas aparecieron en la cocina, gritando inmensamente aliviadas: -¡Baba! ¡Baba! -corrieron a abrazarlo-. ¡Baba,- no era Jalal, el bandido! ¡No era Jalal, el bandido! -No, no lo era, hijas. Mirad quiénes están aquí -y mientras las princesas saludaban a sus tíos, Ornar desvió la mirada hacia, lana-. Ven -le pidió. Jana atravesó la cocina, sonriente. -Te presento a mis hermanos. Karim, Rafi, ésta es Jana Stewart. La mujer que va a convertirse en mi esposa.
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Capítulo Diecisiete Llegaron al palacio a la caída de la noche, y bajaron cansados del helicóptero. Umm Hamzah los estaba esperando, deshecha en sonrisas. Abrazó a las princesas, sin parar de balbucear en árabe, y las llevó a sus aposentos para acostarlas. Omar, por su parte, llevó a Jana a su dormitorio. -¿Te reunirás conmigo después? -le preguntó, besándola. Estaba exhausta, pero al mismo tiempo se sentía tan feliz que no deseaba perder el tiempo durmiendo. -Sí. Estaré perfectamente después de tomar un buen baño -le aseguró. Se relajó en la bañera y se lavó el cabello. Luego se puso el vestido verde que había lucido la primera noche que cenó con Omar y salió a la terraza. Tenía la sensación de que había transcurrido toda una eternidad desde entonces. Omar, en aquella ocasión, no se había vestido a la manera occidental. Llevaba una larga levita de seda, abotonada hasta el cuello, sobre unos pantalones árabes de color crema. Hasta en el último detalle, parecía un monarca oriental. -Alteza -murmuró ella divertida. Y no sólo en eso había cambiado. La expresión de sus ojos y de sus labios era en aquel momento muy distinta de la que había tenido en su primer encuentro. La tomó de la cintura y la besó, sonriendo. -¡Cuántas veces me habrás llamado eso! Hubo momentos en que tuve ganas de gritarte... -¿De veras? ¿Qué querías decirme? -No lo sabía -la miró intensamente a los ojos Ahora sí lo sé, pero entonces sólo sabía que tú lo hacías para irritarme, y eso me irritaba de verdad... -¿Ah, sí? Un sirviente apareció entonces con una botella de champán. -¡Mmmm! ¿Esto es para celebrar nuestra vuelta a casa? -preguntó ella. -Sí. Y también para celebrar otras cosas... El camarero descorchó la botella, sirvió las dos copas y se retiró discretamente. Bebieron después de brindar, y se acercaron a la barandilla para contemplar el desierto. La luna, en cuarto creciente, colgaba en el cielo iluminando la interminable planicie de arena. -Es tan hermoso -murmuró Jana-. Lamento que no te guste el desierto. Yo lo encuentro fascinante. -Ya no odio el desierto -le confesó Omar. -¿No? -lo miró sorprendida. -Amándote, hay muchas cosas que amo ahora y que antes no amaba. Jana sintió el repentino impulso de abrazarlo, de apretarlo contra su pecho, de amarlo... no había palabras que pudieran describir su necesidad, el misterioso anhelo que sentía de hacer perfecta su unión. -Te amo, Omar -susurró. -Yo también te amo, Jana -y se inclinó para besarla con pasión.
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Luego dejó su copa a un lado y recogió de la mesa una pequeña caja forrada de terciopelo. Quiero que lleves esto -y la puso en la palma de su mano. La joven abrió la caja y se quedó sin aliento: -¡Oh, Omar! El anillo consistía en un enorme zafiro rodeado de rubíes y diamantes. Jamás antes había visto algo parecido, tan exótico y misteriosamente mágico. -Perteneció a mi antepasada, la nieta de la gran reina Halimah -le informó él-. ¿Lo llevarás para mí? -¡Es precioso! ¡Claro que sí! ¿Es mi anillo de compromiso? Omar no dejó de mirarla a los ojos mientras sacaba el anillo de la caja y le levantaba la mano izquierda. El anillo se deslizó fácilmente en su dedo como si hubiera sido fabricado especialmente para ella. Minutos después, cuando el sirviente volvió a entrar anunciando que la cena estaba lista, Omar acompañó a su prometida a la mesa. -En verdad -le comentó él, recordando las dificultades que habían pasado juntos- que eres una gran compañera tanto en las momentos alegres como en los difíciles. -No pensabas eso la primera noche que cenamos aquí... -Sí que lo pensaba. Si me mostraba frío contigo entonces, era porque necesitaba controlar mis reacciones ante ti. Eran demasiado intensas. Jana suspiró, pensando que ella no había sido la única en sentir una atracción tan poderosa en aquellas primeras noches. -Ciertamente me habría gustado mucho que no te hubieras controlado tanto. -¿Me deseabas entonces? Jana sólo pudo sonreír. Omar rió con expresión triunfante; en su risa latía una promesa que la dejó estremecida, tensa de expectación ante lo que seguiría después. -Mi hermano Karim me ha dicho que él también ha encontrado a la mujer de su vida, con la que va a casarse -le informó él tras un momento de silencio. Es una norteamericana. -¡Es maravilloso! -exclamó Jana, deleitada. -Me ha sugerido que celebremos una boda de estado. -¡Una boda de estado! -volvió a exclamar. De pronto tomó conciencia de que iba a casarse con un príncipe, con el monarca de un país-. Bueno, sí, supongo que sería... -se encogió de hombros-... estupendo. Omar asintió. -¡Qué pena que Rafi no se haya comprometido también! ¿No podríamos esperar a que encontrara a alguien? -preguntó Jana. -No, no esperaremos a que suceda eso, Janam -esbozó una sonrisa que la hizo estremecerse de placer-. Ya tendremos que esperar bastante con una boda de estado; lleva mucho tiempo prepararla, pero es algo que mi pueblo espera con ansiedad. No esperaré a Rafi: tendrá que arreglárselas solo. Y Jalal también puede esperar. Quiero hacerte mi esposa lo antes posible -le dijo el príncipe Omar.
fin
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